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Micromachismos y feminismo

13/09/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

nerea gálvez perfilNerea Gálvez, @ilegorri. Mujer. 45 años. Femenina y feminista. Bilbaína de nacimiento y ciudadana del mundo. Casada y madre de una adolescente. Prehistoriadora de corazón y política por convicción. Creo en el “más allá” que está en mi interior. Emociono corazones y me apasiono con las personas.

 

Micromachismos y feminismo son dos términos que levantan pasiones.

Hace unos días pasé consulta por un pequeño problema en un pie. La traumatóloga que me revisó era una mujer de treinta y pocos que comenzó preguntándome a qué me dedicaba. Pregunta lógica si pretendía indagar sobre la actividad de mis pies.

¡Ufff!, pensé, cómo le cuento a esta buena mujer que estoy en paro, decidiendo cómo reenfocar mi vida profesional. En fin, dije en voz alta: “Últimamente estoy en casa”. Ella, sin levantar la vista de la pantalla del ordenador, resumió: “Ama de casa, entonces.”

Mis ojos se abrieron de par en par, un velo oscuro cubrió mi visión y escuché mi propia voz: “¡Ah! ¡Ni de coña! ¡Ni se te ocurra poner eso! Si acaso, pon ‘desempleada’. ¡Lo que me faltaba!”

Entonces sí levantó la vista de la pantalla para pedirme perdón.

¿Qué me había pasado? Sentí que al hombre con el que acababa de pasar consulta antes que conmigo, si hubiese contestado lo mismo, jamás se le habría ocurrido contestar “Ajá, sus labores”. No, como que no sale ese resumen. Y sentí la sutileza de los tópicos culturales que pasan inadvertidos, esas obviedades que han calado sin darnos cuenta en el ideario colectivo, según el cual asumimos cuáles son las labores propias de mujer.

Una buena amiga me confiaba recientemente en una conversación que ella era muy femenina y que estaba hasta el moño de las feministas, que lo único que hacen es atacar a los hombres, hacia quienes, sin duda, sienten un rechazo irracional. ¡Puro postureo! ¡Ya me gustaría verlas en su casa cómo les hacen la cena a sus mariditos sin rechistar!

¡Caramba! ¿Cómo hacerle entender que el feminismo no es el rechazo irracional hacia lo masculino, sino la creencia de que puede haber un mundo mejor para las personas, hombres y mujeres, porque, lo reconozco, los hombres tampoco viven en el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo compartir con ella que, igual que existe la fraternidad, existe la sororidad , y que no tienen por qué ser términos opuestos ni excluyentes?

Cuando se propuso que el Congreso dejase de llamarse Congreso de los Diputados, porque obvia a las diputadas, la respuesta fue que no era necesario, que nos sintamos incluidas y que hay otras prioridades. Sin duda hay cosas más urgentes. Aunque, ¿qué pasa si tachamos esto de la lista ahora?

Cuando comencé a escribir este artículo, no sabía muy bien cómo enfocarlo, solo que quería compartir las sensaciones que estas acciones cotidianas me provocan. Aunque ahora también veo que estos gestos cotidianos forman parte de un espacio más amplio que reúne cuestiones más generales. Así que me voy a permitir subir un peldaño e interrogarme: ¿cuánto camino falta para abandonar la distinción hombre-mujer y llegar a tratarnos como personas? Porque ¿cuántos hombres y cuántas mujeres están cómodas con el traje de género que les toca ponerse?

Recuerdo a mi abuela. Una mujer depresiva, insatisfecha y profundamente infeliz. Vivió un rol femenino que detestaba. Se casó con un hombre con el que no compartía sueños y fue madre de diez criaturas. Estoy convencida de que de niña imaginó otra vida: viajes, grandes urbes, sin cargas infantiles… Estoy convencida de que mi abuela en su configuración personal contaba con gran cantidad de lo que Jung denominó “animus” -arquetipo de características consideradas masculinas en el ideario colectivo-. Sin embargo, los tópicos, las obviedades y la obediencia a las sagradas normas sociales la llevaron a vivir de una manera que ella no diseñó y a aceptar reglas y valores que nada tenían que ver con ella.

Y lo contrario le ocurrió a mi abuelo, que vivió un rol masculino que le ahogaba. En este caso, su fórmula vital incluía gran cantidad de lo que Carl Gustav Jung, en «Los arquetipos y lo inconsciente colectivo», denominaba “anima” -arquetipo de características consideradas femeninas en el ideario colectivo-.

Esto me lleva a preguntarme cuánto de masculino y de femenino hay en cada persona. La fórmula que configura la esencia de cada cual es la suma singular y exclusiva de distintas características, características que trascienden la categoría hombre y la categoría mujer y que tienen que ver con esa poción mágica que compone a cada individuo.

Recogiendo las palabras un buen amigo, ¿cómo cambiaría nuestra sociedad si desde la infancia se nos educara en esta idea de que mujeres y hombres tenemos una parte masculina y una femenina? Pensando en esta pregunta, trato de encontrar gestos en los que nos tratemos como personas, trascendiendo el hecho de que seamos hombres y mujeres. Así que, por una sabia recomendación, me he puesto a buscar espacios de neutralidad genérica. Reconozco que me ha costado encontrar ejemplos cotidianos en los que no sienta la dualidad genérica. Aún así, ahí va un ejemplo. Cuando compartimos gustos artísticos y nos preguntamos qué nos gusta leer, cuál es nuestro cuadro preferido o qué música escuchamos, siento que ahí nos tratamos como personas. Es decir, cuando nos permitimos ser de manera espontánea. Cuando entramos en el mundo de las emociones menos racionales y llegamos a nuestro corazón. En ese momento pasamos a reconocernos como personas.

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Fotografía de Asun Martínez Ezketa, @esaotra

Así que, ¿cómo sería de expansivo, cómo sería de liberador permitirnos actuar de manera más espontánea, trascendiendo la realidad hombre-mujer? ¿Cuántas vidas serían vividas de otra forma? ¿Cómo impactaría esto en nuestra sociedad? ¿Qué consecuencias tendría?

Conclusión: a mi me lleva a imaginar un mundo más feliz. Sin embargo, aquí en conclusiones podéis poner las respuestas que os vayan surgiendo a estas últimas preguntas. ¡Feliz día, mundo!

Give piss a chance

06/09/2016 en Desprogramando, Doce Miradas por Miryam Artola

El verano va quedando atrás. Y con él, las largas tardes que nos invitan a compartir tiempo y cervezas con nuestra gente. Y claro, tanta terracita y tanta cerveza, agua y sangría implica utilizar con mayor asiduidad el baño. El baño de cafeterías, restaurantes y bares. Yo soy de ir mucho a muchos baños.

El derecho (y privilegio) de defecar con seguridad y dignidad

Hoy me toca esperar en un baño de un bar de Bilbao. En esta laaaarga espera recuerdo la infinidad de baños, letrinas y «otros lugares» que he visitado. Y me hago cargo de que ésto también es un privilegio de unos pocos. Durante los viajes que he hecho a a la India rural, me hacía consciente del «lujo» que supone disponer de un baño. En la India un 48 por ciento de la población no dispone de baños propios y defecan fuera de sus casas; según el Banco Mundial esta cifra, asciende a nivel planetario, a mil millones de personas.  Y eso, en el caso de las mujeres va ligado a situaciones de acoso, asaltos y violaciones.   El 70 por ciento de los asaltos sexuales en el Estado de Delhi se producen cuando las mujeres van a hacer sus necesidades en la calle o en el campo. Existe una relación directa entre la igualdad de genero y la salubridad. Poder cagar y mear con dignidad y seguridad está al alcance de pocas personas. Una vez más.

Geeta Devi from Katra Shaganj village walks almost five to Six kms from her house to go to nearby fields to go for toilet everyday early morning and late evening.

Geeta Devi from Katra Shaganj village walks almost five to Six kms from her house to go to nearby fields to go for toilet everyday early morning and late evening. (Fuente: Huffington Post).

No hay decisiones visuales neutrales

Sigo esperando. Vuelvo aquí. Miro la larga cola que se extiende ante mí. Llevo veinte minutos. No voy a entrar a profundizar en las razones que llevan a muchos de estos lugares para desplegar los mismos recursos para hombres y mujeres, añado: cuando conviene. Siempre, y repito siempre, hay más cola en el baño de las mujeres. Bajar y subir  pantalones lleva más tiempo que bajar y subir la cremallera. Y a eso le sumas que los y las niñas entran mucho más con sus madres, tías y abuelas. Y sumas que en la gran abrumante mayoría el cambiador de los bebés también está en la de mujeres (me han contado que en algún caso está en la de hombres, pero yo no he visto nunca ninguno…). Pues eso. A esperar toca. Otra vez.

Diez minutos más tarde. Ahí están. Los letreros que indican «el lugar que le corresponde a cada quien». En la conferencia que acabo de estar en Washington DC, Scott McCloud nos decía: «there are no neutral visual decisions» (no hay decisiones visuales neutrales). La manera en la que mostramos y visualizamos las imágenes y los espacios define imaginarios, construye realidad y puede generar igualdad, desigualdad y a veces desconcierto (¿a cual carajo hay que entrar?). Las imágenes amplifican la identidad y los significados. Y es que la visualización de los baños públicos va más allá del derroche de creatividad de quienes deciden el icono, la imagen que define la segregación de géneros y es uno de los modos más básicos de mostrar y reforzar la dicotomía entre lo masculino y lo femenino y discriminar al colectivo de personas transgénero. Elegir la  imagen para un acto tan cotidiano como ir al baño es, además de ser una decisión estética, una decisión ideológica. Es política.

Y en esto, no es cosa de hablar… es cuestión de visibilizar . A las imágenes me remito.  Juzguen ustedes mismas, ustedes mismos…

Micromachismos cotidianos. Aquí huele a…

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el lobo y caperucitaFB_IMG_1472656891007wcCreatividad en pro de igualdad…

Moderna Musset Stockholm

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we don´t care (Canadá)

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A gender-neutral restroom sign. The White House has opened its first gender-neutral restroom. (Flickr/Creative Commons)

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Pmemeo webues eso. Que esto de ir al baño trae… cola.

Veinte minutos…Y yo sigo esperando.

 

 

 

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Nota: algunas de las imágenes que aquí os he compartido provienen del grupo de Facebook/ iconos de vater. Una iniciativa colectiva para recoger de manera espontánea la iconografía de los baños con  la que nos topamos cada día.

Doce miradas a la ciudad

26/07/2016 en Doce Miradas por Doce Miradas

Doce Miradas participó con esta presentación en la jornada «Ciudades y retos globales», organizada por la Cátedra Unesco, que se celebró en la Universidad de Deusto el 16 de junio de 2016.

 

Mirada número 1. Las mujeres y las casas

Edith Wharton, una deliciosa escritora neoyorquina nacida en 1862, escribió esto: “A veces pienso que la naturaleza de la mujer es como una casa con muchas habitaciones: está el recibidor de entrada por el que pasa todo el mundo para salir o entrar, el salón en el que una recibe a las visitas formales, la sala de estar donde los miembros de la familia vienen y van a su antojo… Pero más apartadas, mucho más apartadas, hay otras habitaciones cuyos picaportes nunca se hicieron girar para abrir sus puertas. Nadie conoce el camino para acceder a ellas, nadie sabe a dónde conducen.”

Y Virginia Woolf, otra fantástica escritora londinense, nacida veinte años más tarde, escribió aquello tan conocido de “si una mujer quiere dedicarse a escribir, debe tener dinero y una habitación propia”.

Las dos escritoras, Wharton y Woolf, identificaban mujeres y casas, dos elementos que tenemos fuertemente enlazados en nuestras mentes y en nuestros espíritus.

Me llega aquí un recuerdo de la infancia. Recuerdo a las señoras de mi barrio, que salían a la calle por las tardes, con el buen tiempo, y se sentaban a coser y a charlar, muy pegaditas a las puertas de las casas, mientras los hombres estaban fuera del barrio, en las fábricas o en las tabernas.

La ciudad ha sido algo históricamente ajeno a nosotras. Fijaos, si no, en las representaciones gráficas de la Antigua Roma o de la Antigua Grecia. ¿Quiénes poblaban el foro y el ágora? No eran mujeres, pues en aquel entonces ni siquiera éramos ciudadanas.

La ciudad ha sido algo construido y gobernado por hombres. Un territorio de otros, para nosotras a veces hostil.

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Mirada número 2. Las voces y las miradas de los hombres en la ciudad

Hay hombres que nos recuerdan constantemente que la ciudad es su territorio y no el nuestro. Hay hombres que se creen con derecho a imprecarnos, a decirnos cosas cuando caminamos solas, o con otras mujeres, por la ciudad. Nunca lo hacen si vamos con un hombre. Nos dicen si les parecemos guapas o no, como si necesitáramos su opinión o su aprobación. Y eso sucede en el mejor de los casos, porque en el peor, tenemos que oír cosas de muy mal gusto.

Eso lo hacen desconocidos. Los conocidos cultivan otra modalidad. A mí me gusta llevar gorros de lana en invierno y sombreros en verano. Y continuamente tengo que oir sus comentarios insidiosos, adornados de broma o burla.. Es una forma de decirme: controlamos tu aspecto; te hacemos saber cuál es la norma; te lo vamos a hacer saber quieras o no.

Muchas mujeres me han dicho que les encantaría llevar gorro o sombrero, pero no se atreven porque creen que es muy llamativo, que las miran demasiado cuando van por la calle.

Parece como si en la ciudad solo contaran los cuerpos de las mujeres. Porque se nos aparecen desnudos, falseados, estereotipados, en vallas publicitarias, en marquesinas, en quioscos.

Estos cuerpos nos dicen otra vez cómo tenemos que ser, cuánto tenemos que medir, qué apariencia debemos adoptar para merecer, de nuevo, la aprobación de los hombres.

 

Mirada número 3. Otra forma de mirar a la ciudad

Hay por lo menos dos maneras de mirar y concebir la ciudad.

La ciudad puede verse como un todo, desde lejos, como un plano de líneas rectas repleto de datos y cifras sobre equipamientos, transportes, conectividad o accesibilidad.

O puede mirarse de cerca y ver cómo esos elementos funcionan en las redes cotidianas. Puede pensarse la ciudad poniendo en el mismo plano, otorgando la misma importancia, al trabajo productivo y al reproductivo.

Los proyectos urbanos, las viviendas, los equipamientos (sus horarios, sus características, su ubicación) se siguen pensando como si continuara vigente la estereotípica división de roles masculinos y femeninos, como si todavía hoy en todos los hogares hubiera una persona, una mujer, exclusivamente dedicada al cuidado de menores, de dependientes o del propio hogar.

 

Mirada número 4. El transporte público

Voy a trabajar en transporte público: en metro, en tren o en bus. El transporte público es el reino de las mujeres, porque son abrumadora mayoría numérica. Por esta manía nuestra de contar, se nos hace evidente que muchas más mujeres que hombres utilizan el transporte público. Cuanto más descendemos en la escala socioeconómica, menos mujeres tienen coche propio. Las familias monomarentales no suelen tenerlo. Muchos sueldos femeninos no dan como para pagar seguros, garajes, carburante…

Invertir en transporte público es invertir en mujeres, en mejorar la vida de las mujeres.

Así y todo, aunque numéricamente nos imponemos, todavía hay detalles que nos recuerdan que ese tampoco es nuestro espacio. Como el famoso manspreading. Ya sabéis: esos señores que se despatarran (disculpadme el término un tanto vulgar; diré en mi defensa que lo recoge el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española). Lo que os decía: que se despatarran; abren excesivamente las piernas y ocupan en un asiento más espacio del que les corresponde. Si te sientas a su lado, te sientes obligada a ir retirándote hacia la esquinita para no rozar con su muslo, no vaya a ser que piensen yo qué sé qué.

A nosotras nos educan para ocupar el mínimo espacio posible, nos dicen que crucemos las las piernas, nada de despatarre, que bajemos la mirada; pues no hacerlo equivale a provocación. Nos hacen, en definitiva, responsables del comportamiento de los demás.

 

Mirada número 5. El transporte privado

Nuestras ciudades fueron pensadas para los vehículos, no para los peatones y peatonas (por cierto, es correcto decir “peatona”; también lo recoge el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española). Volviendo a las calzadas y a los vehículos, cuando alguna vez se acometen obras para ampliar las aceras, siempre hay alguien que clama y protesta porque se han perdido plazas de aparcamiento o se han estrechado los carriles.

Nosotras también conducimos. Y conducimos bien. Parece ser que incluso mejor que los hombres. Tenemos menos accidentes y menos multas. Así y todo, todavía debemos demostrar que somos conductoras válidas. Todavía nos tratan con un punto de sobreprotección, de paternalismo, cuando nos ven al volante. Y lo mismo sucede cuando montamos en bici, que te gritan consejos y recomendaciones que nunca le harían a otro hombre.

 

Mirada número 6. La exurbia

Un cierto modelo de ciudad tiende a colocar los equipamientos (centros comerciales, guarderías, colegios, residencias, polideportivos…) en las afueras; muy en las afueras; como dicen en América, en la exurbia; o,como dice una amiga, “en las afueras afuerísimas”.

Esto a veces supone que las calles del centro de la ciudad queden despobladas, sin vida. Y eso acrecienta el sentimiento de inseguridad.

Al mismo tiempo, eso hace cambiar los recorridos.

Los recorridos por la ciudad deberían ser útiles; no deberíamos perder el tiempo desplazándonos a equipamientos lejanos. Si en un recorrido cumplimos diversas tareas o funciones, aprovechamos el tiempo. Por el contrario, si cada funcivón, si cada tarea nos exige un recorrido distinto, perdemos el tiempo. Y a las mujeres no nos gusta perder el tiempo.

En una ciudad ideal los polideportivos estarían bien comunicados, para facilitar que todas las mujeres, las que tienen coche y las que no, practiquen deporte, porque el ejercicio físico nos proporciona enormes beneficios.

En una ciudad ideal las residencias de la tercera edad estarían bien comunicadas.

En una ciudad ideal, los centros de trabajo que emplean a mujeres estarían bien comunicados, porque en ocasiones el acceso al transporte es el acceso al empleo.

En una ciudad ideal haríamos muchas y variadas cosas en poco espacio y en poco tiempo.

Cuanto mayor es nuestra debilidad económica, mayor es la necesidad de servicios urbanos de proximidad.

 

Mirada número 7. Los bares y restaurantes

Salgo del trabajo a comer a mediodía y tengo para elegir restaurantes de hombres y restaurantes de mujeres.

En los de hombres hay paredes grises, fotografías en blanco y negro, sobriedad.

En los de mujeres hay flores, colores, toques decorativos que recuerdan a un hogar. Otra vez las casas y las mujeres; unidas de nuevo.

La distinción funciona. La clientela se reparte bien así. En los restaurantes de mujeres, raros serán los grupos de hombres solos, sin compañía femenina. En los de hombres, raramente verás a una mujer sola.

Hay mujeres que nunca entran solas a un restaurante. Cuando me cito con ellas, si llego un poco más tarde, me esperan en la puerta; no entran solas. Eso sucede por algo, porque hubo un tiempo en que las mujeres no entraban a las tabernas, si no era a trabajar, claro. Cuando yo era niña y salía de paseo con mi madre y con mi padre, si mi madre tenía sed, mi padre entraba en un bar y le sacaba un vaso de agua. Ella no entraba.

Los tiempo han cambiado, sí, por supuesto. Pero todavía tenemos memoria de aquellas prohibiciones; todavía queda un resto, un poso; todavía tenemos un punto de vulnerabilidad cuando estamos solas en un bar o en un restaurante.

Hemos incluido en las imágenes un fotograma de “Sexo en Nueva York” en el que aparece la protagonista, Carrie Bradshaw, sola en un restaurante. “Sexo en Nueva York” ha sido una teleserie muy denostada, se la ha calificado de frívola, de muy superficial, con sus tacones y sus modelitos de lujo, y se han obviado unos contenidos de género muy potentes sobre las formas de vida de las mujeres en la ciudad de Nueva York. Por ejemplo, esto de estar solas en los restaurantes aparecía en varios episodios y se decían cosas que todavía están en vigor.

 

Mirada número 8. Cosas que se hacen en público y cosas que no

Las cosas exclusivamente femeninas no se hacen en público. Maquillarse, dar de mamar, pasarle a una amiga una compresa o un tampón, son cosas que hacemos en privado, algunas incluso a escondidas. Casualmente son cosas que solo hacemos nosotras; no las hacen los hombres.

Y, al revés, los hombres pueden hacer cosas en público que nosotras no hacemos, como orinar. Pero no vamos a entrar en eso. Lo dejaremos para otra ocasión.

Pienso ahora en las viviendas y en los trabajos domésticos. En cosas que antes se hacían en público y ahora en privado. Como lavar la ropa. Mi abuela iba al lavadero. O al río. Aquello era muy duro, durísimo: había que permanecer a la intemperie incluso con mal tiempo, el agua estaba fría… Pero era un momento de compartir y de conversar con otras mujeres.

Pienso también en la tarea de tender la ropa. Cuando yo era niña había muchos más tendederos compartidos en las azoteas de los edificios, en los patios. Ahora esas tareas las hacemos cada cual en nuestra casa, de forma aislada.

Se me ocurre que quizás deberíamos repensar nuestras viviendas y hacer que labores que son privadas, como lavar o tender, sean un poco más públicas. No estoy pensando en el río, no, sino en espacios comunes para las lavadoras. Y en tendederos comunes, compartidos. Sería una forma de socializar, de crear más lugares de encuentro, de relación, de conversación, para mujeres y para hombres.

ciudadFotografía de Asun Martínez Ezketa (@esaotra)

 

Mirada número 9. Los cochecitos y las sillas de ruedas

Acabo mi trabajo y visito a mi madre, que vive en una residencia. En una residencia de ancianos, aunque el noventa por ciento de las personas residentes son ancianas. Las residencias de la tercera edad también son un reino de mujeres.

Mi madre anda más bien poquito, así que tengo que empujar su silla de ruedas. Y aquí de nuevo se me hace la ciudad hostil, pues debería tener más rebajes en las aceras, más rampas, mejores accesos a los comercios, a las cafeterías y a los servicios diversos.

La ciudad se me hace tan hostil que tengo que rediseñar otra ciudad dentro de la ciudad. Existe, así, un itinerario de sillas de ruedas y cochecitos, una red viaria interna. Quienes empujamos sabemos cuáles son los circuitos más cómodos, conocemos bien esa ruta oculta en la ciudad que solo está en la cabeza de las cuidadoras.

Porque las cuidadoras y las usuarias de sillas de ruedas somos en más de un ochenta por ciento mujeres.

Es curioso. Empujar artefactos con ruedas te hace ponerte unas gafas especiales y ves cosas que antes no veías. Ves, por ejemplo, una distancia entre el vagón de metro y el andén en la que nunca antes habías reparado. Habrías jurado que estaban juntos, que no había hueco, o que serían solo unos centímetros. Pero cuando tienes que hacer que una silla de ruedas pase por ahí, te parece un abismo, una sima, una grieta por la que crees que se va a despeñar tu madre y va a desaparecer para siempre, con silla y todo.

 

Mirada número 10. Pelotas y balones

Las plazas, las playas, los patios, los parques nos los encontramos a menudo ocupados por niños u hombres que juegan con pelotas y balones.

Marcan su territorio y nos expulsan de él, pues por el espacio donde circula un balón no te puedes adentrar. Si lo haces, te arriesgas al balonazo. Lo sabes.

Y esto puede suceder en cualquier paseo, en cualquier parque. De repente, en cuanto aparece un balón, ese pedacito del planeta por el que paseabas, donde te sentabas un ratito, deja de ser tuyo. Tienes que salir de ahí y alejarte, porque los balones llegan muy lejos; sus recorridos, sus idas y venidas, ocupan mucho sitio. Incluso aunque te sitúes un poco más allá o, por prudencia, otro poquito más allá, llegan a ti y no suelen llegar en plan amigable, sino agresivo, golpeante.

Viene aquí a cuento hablaros brevemente de un estudio realizado en Viena entre 1996 y 1997 para saber cómo usaban hombres y mujeres los parques públicos y sus espacios. Los resultados fueron sorprendentes porque descubrieron que a los nueve años descendía notablemente la presencia de las niñas en los parques, mientras que la de niños se mantenía. Las investigaciones demostraron que en estos aspectos las chicas eran menos asertivas que los niños y que si tuvieran que competir por el espacio, era muy probable que ganaran los chicos.

Entonces las personas responsables de planificar la ciudad pensaron en algún modo de corregir esta tendencia rediseñando los propios parques y en 1999 se pusieron manos a la obra. Rediseñaron dos parques con más senderos para caminar, añadieron campos de voleibol y bádminton, para permitir que hubiera actividades más variadas, no solo fútbol.

Además, las áreas más amplias se trabajaron con elementos de paisajismo y se dividieron en pequeños parquecitos (pocket parks, parques de poche, giardini tascabili) semicerrados.

Enseguida se notó el cambio: los grupos de niños y niñas se equilibraron.

 

Mirada número 11. El miedo

Seguimos con los estudios. En 2007 en Gran Bretaña, un estudio sobre la inseguridad de las mujeres en las ciudades nos vino a confirmar lo que más o menos ya todas sabíamos.

Preguntaron la las mujeres británicas qué les daba miedo y ellas contestaron que los lugares oscuros, los poco iluminados; los lugares donde hay grupos de jóvenes, donde solo hay hombres, donde se consume alcohol y drogas; donde hay vandalismo; donde es fácil que nos perdamos y donde hay perros.

Nada nuevo, ¿verdad? A veces creemos que nuestros miedos son personales e intransferibles, que solo nos afectan a nosotras, que es algo psicológico. Y entonces leemos los resultados de un estudio británico y ahí están nuestros miedos compartidos, convertidos en asunto social. Nuestros miedos existen por algo que no es un trastorno personal ni aislado.

 

Mirada número 12. La apropiación. La ciudad hecha nuestra

Las mujeres estamos a gusto en la ciudad cuando la ciudad responde a la diversidad de las necesidades de las mujeres. Porque las mujeres somos diversas; no somos una minoría, sino la mitad de la población.

Así y todo, sabemos que las necesidades son mayores para las mujeres con personas dependientes a su cargo, para las cabezas de familia, para las ancianas y para las migrantes. Sabemos, porque en las ciudades se hace evidente, que existe la feminización de la pobreza. Y que la feminización de la pobreza trae consigo, en muchos casos, la pobreza infantil.

Las mujeres estamos a gusto en la ciudad cuando habitamos lugares donde hay gente diversa, de todas las edades, donde hay más mujeres, donde hay niñas y niños. Donde hay aceras amplias, no solo para circular, sino también para detenerse a charlar, a cultivar las relaciones.

Una forma simbólica de hacer la ciudad nuestra es que aparezcamos representadas en las señales, con siluetas también femeninas. Esas señales dicen algo, por eso son señales, tienen significado; nos envían un mensaje que nos dice que ese espacio es un poco más nuestro.

Otra hermosa forma de hacer la ciudad más nuestra es que los nombres de las calles, los parques y las plazas lleven nombre de mujer. Nombres de mujeres, por ejemplo, que hicieron algo por otras mujeres.

Recuerdo una pequeña plaza en un pueblecito de una de las islas del archipiélago de las Azores. Era una placita blanca, soleada, luminosa, con vistas al océano. Llevaba el nombre de una comadrona, una partera que había ayudado y asistido a muchas mujeres. Supuse que aquella señora habría asisitido y conocido a abuelas, a madres, a hijas, a nietas… Y al revés, que todas esas mujeres la habrían conocido y le tendrían aprecio, porque había traído al mundo a sus familias.

Imaginé a aquella señora, a aquella profesional, allá sentada, tras una jornada imprevisible de trabajo. Mirando al océano para descansar el ánimo y la vista. Y pensé que era un sitio magnífico para sentirse en paz.

Con ese mismo deseo para todas vosotras y vosotros, gracias por vuestra atención y gracias por vuestra mirada.

Nos despedimos con una pregunta: ¿serían diferentes las ciudades si las diseñaran las mujeres?

 

¿Sociedad enferma?

19/07/2016 en Doce Miradas por Begoña Marañón

titulares

Ilustración: Leonor Martínez de La Serna

Llevaba días tratando de elegir el tema para este post y me debatía entre algunos de los muchos y graves problemas que afectan a las mujeres. De hecho, resulta absolutamente desolador escuchar cada día la radio, leer los periódicos, ver la televisión y comprobar la cantidad de malas, malísimas noticias que hay en torno a las mujeres. Cada día hay un capítulo del esperpento. Cada día una noticia peor. En todas las direcciones, desde todas las direcciones. Tengo la sensación de que vamos de mal en peor. Ya se han cumplido tres años desde que lanzamos a la red este blog, Doce Miradas, y de un tiempo a esta parte tengo la profunda impresión de que la situación de la mujer en general, lejos de mejorar, empeora. Tres años publicando, denunciando y cuestionando y comprobamos, con desolación, cada vez que nos reunimos, que queda mucho trabajo por delante. Así que, rodeada por algunas de las últimas noticias, por las voces que desde la radio me acompañan a diario, por los datos de siempre que tantas veces hemos repetido, les invito a una profunda reflexión sobre la sociedad en la que vivimos.

Vidas robadas

Esta es la cara más terrible del padecimiento de las mujeres: que siguen siendo asesinadas. Y no parece que se produzcan grandes reacciones por parte de la sociedad. Parece que estemos anestesiados, acostumbrados, resignados. Se incrementan los casos de asesinatos machistas, insoportables ya para esta sociedad, que dejan familias destrozadas, niños y niñas huérfanos, impactados por la violencia de sus progenitores, cuando no son ellos mismos asesinados. Niños degollados por su padre, para vengarse de su exesposa, niñas que presencian el acuchillamiento de su madre. Decenas de mujeres asesinadas en lo que va de año. Los datos tampoco coinciden, porque hay muchos casos bajo investigación. Para algunos medios, serían 25 las mujeres asesinadas. En feminicidio.net realizan un exhaustivo registro de las mujeres asesinadas por hombres. Vidas destrozadas, reventadas. “No son un número, ni pura estadística”, como dice Carles Francino en La Ventana. “Ni siquiera solo un nombre. Las suyas son vidas robadas”. Una sección que llega a la radio cada vez que una mujer es asesinada.

Mujeres agredidas

citasociedadenfermaLos últimos sanfermines nos dejaron un reguero de agresiones sexuales, de violaciones y de denuncias. Hombres que agreden a mujeres, hombres jóvenes que agreden a mujeres jóvenes. Espeluznante. ¿Cómo es posible que esto siga ocurriendo? Estos chicos, estos hombres, ¿no aprendieron nada? ¿No aprendieron en sus escuelas el respeto hacia sus compañeras? En sus hogares, en sus familias, ¿de qué se hablaba? ¿En qué momento se les ocurre agredir de esta forma a una mujer? ¿Qué pasa por sus cabezas? ¿No tienen hermanas, amigas, novias? ¿Qué significa la mujer para ellos? ¿No sienten? ¿No hay ninguno de ellos capaz de parar la agresión? ¿No hay ninguno capaz de detener la violación? Y además, tienen la desvergüenza de grabar la agresión. Algo grave le está pasando a esta sociedad. Como dijo Pedro Blanco, “qué asco dais”.

Siempre bajo el mismo techo

edificioYa hemos comprobado que el techo de cristal es opaco, de un material duro, contundente, indestructible. Un informe realizado por Eada e Icsa Grupo sobre diferencias salariales y cuota de presencia femenina señalaba que el porcentaje de mujeres en cargos directivos ha caído con la crisis del 19,5 % en 2008 al 11,8 % en 2016. Y, por supuesto, la brecha salarial por género no ha hecho más que aumentar. Hay muchos detractores de las cuotas, pero estos datos son demoledores y, como nos contaba Miren Gutiérrez en su post “En favor de las cuotas”, éstas implican logros más rápidos. Todos preferiríamos que no existieran, por supuesto. Pero los hechos son tozudos y los datos más. Para conseguir avances rápidos se requieren medidas extraordinarias; de lo contrario, tardaremos muchos años en llegar a la igualdad real. Algunas de nosotras no la veremos, pero nos gustaría saber que contribuimos a dejar un mejor legado. Como afirmaba la periodista Milagros Pérez Oliva, el progreso de las mujeres directivas es como el del cangrejo, idéntico.

Mujeres acomplejadas

Supongo que habrán leído la ya famosa carta “Querida chica del bañador verde”. Tan emotiva como real, tan sincera como elocuente. Las playas y piscinas están llenas de chicas como la del bañador verde. Chicas que se tapan, que ocultan su cuerpo, que se avergüenzan. Chicas que no pueden disfrutar de una tranquila tarde en la playa. Se despiertan ya con el qué me pongo hasta convertirse en un verdadero quebradero de cabeza. Aunque estas son las valientes, las que van a la playa, sin duda alguna. Porque luego están las chicas del bañador verde que no salen de casa, que no se atreven a dar el paso, que prefieren no pasar el trago de levantarse de la toalla para llegar hasta la orilla. Y no tienen ellas la culpa, por supuesto que no. Aquí estamos toda la sociedad en su conjunto al servicio de su complejo, de su baja autoestima. Con marquesinas de autobuses que lucen chicas en bikinis imposibles, con anuncios de televisión que bombardean los sentidos: cuerpos que pasean las rebajas por la orilla, cremas mágicas que quitan las arrugas a modelos que no tienen más de dieciocho años, anuncios de cosméticos que anuncian que “tu piel no tiene que reflejar tu edad”. Inventando un mundo irreal. Un incesante bombardeo, contra el que queda muy poca defensa. Un desastre para todos, porque aunque lo sea especialmente para las mujeres, las fatales consecuencias de ese perseguido universo de la perfección alcanzan a todos.

Celebraciones de segunda

Foto: Fernando Domingo

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Tampoco pudieron celebrar las jugadoras del Athletic femenino su título de Liga como lo hubieran celebrado sus compañeros del primer equipo. Las jugadoras se quedaron sin gabarra. A pesar de que muchas voces se alzaron desde todos los ámbitos para que el club sacara la gabarra y se celebrase ese gran título por la ría de Bilbao, finalmente alguien decidió que no merecían la misma celebración. No debe de ser lo mismo que ganen la Liga los hombres a que la ganen las mujeres. ¡Qué difícil es comprenderlo! Imposible explicarlo. ¡Qué oportunidad perdida! A pesar de que el Alcalde de Bilbao aseguró que el Athletic femenino se merecía “exactamente los mismos honores” que el equipo masculino, no pudo ser. Habría sido extraordinario poder contar al mundo, desde su capital, que hay una sociedad en la que se celebran igual los triunfos de hombres y mujeres. Habría sido perfecto. Una lástima.

El desamparo de una niña

Y para terminar este repaso, quiero dedicar unas últimas líneas al desamparo de María, la niña madrileña de nueve años que llevaba dos sufriendo abusos por parte de su padre, y a quien nadie creyó. Ni psicólogos, ni terapeutas, ni peritos, ni jueces. Como decía Pepa Bueno, a esta niña la asistió todo el sistema y todo el sistema le falló. Menos su madre y su grabadora.

Y la pregunta es, ¿nos estamos adaptando a una sociedad enferma?

En la parte positiva, se acaba de hacer entrega de cuatro becas Soledad Cazorla. Isabel es el nombre de la primera joven que la consigue para completar sus estudios. Su padre mató a su madre cuando ella era adolescente y ahora la familia de la ex fiscal contra la violencia machista le concede esta beca junto con la Fundación Mujeres para que pueda terminar su ciclo de FP.

Ya vemos que hay una parte de la sociedad que también responde. Aquí está el trabajo de muchas asociaciones e iniciativas como Doce Miradas: nos sentimos necesarias y pedimos el apoyo de los hombres y mujeres de bien para detectar, denunciar, impedir, concienciar, sanar a esta sociedad y reconstruirla para todos y todas.

 

Nota: Antes de terminar este post el pasado domingo, llegaba de nueva la noticia de una mujer asesinada presuntamente por su pareja en Aranda de Duero. Una nueva vida robada.

 

En favor de las cuotas

12/07/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

mirengutierrez2Soy directora del Programa Experto “Análisis, investigación y comunicación de datos” de la universidad de Deusto. He sido periodista dos décadas y tenido la suerte de dirigir equipos. Como directora editorial de la agencia de noticias Internacional inter Press Service fundé el Gender Wire, un intento de cubrir el mundo con una perspectiva de género. Desde entonces, he tratado de insertar esta perspectiva allá donde he trabajado, incluidos Greenpeace, Index on Censorship y Overseas Development Institute, explorando las zonas de intersección entre asuntos relacionados con derechos humanos, medioambiente y género. Miren Gutiérrez, @gutierrezmiren.

 

Si alguien me hubiera dicho, cuando era joven, que había encontrado trabajo como parte de una cuota, habría renunciado inmediatamente. Entonces pensaba que la mayoría de las mujeres competían por los puestos de trabajo en igualdad de condiciones que los hombres. Con el tiempo, me di cuenta de que esto no es así y he llegado a la conclusión de que una de las formas para corregirlo es recurrir a las cuotas.

Escribo este post motivada por el sorprendente descubrimiento de que algunas jóvenes que acuden a mis clases en la universidad siguen pensando como pensaba yo, a pesar de la abrumadora realidad. Es decir, las más de dos décadas que me separan de ellas no han bastado para cambiar las opiniones.

Cuando les he preguntado por qué, la respuesta suele ser la misma: los puestos, en política o en la empresa, deberían ser ocupados por los mejores (y aquí uso el masculino para ser fiel a la respuesta). Cuando pregunto si en un país de 48 millones de habitantes con acceso (por ahora) a la educación pública no está garantizado que se puedan encontrar personas cualificadas de cualquier sexo para casi cualquier posición, entonces no obtengo respuestas claras.

En ese tipo de respuestas no se tiene en cuenta que, en un grupo de personas con las mismas aptitudes, se minimizarán sistemáticamente las de las candidatas frente a las de los candidatos. Porque el problema es que las mujeres no tienen igual acceso al poder en todo el mundo con mayor o menor grado. ¿Cómo se explica, si no, que seamos mayoría en las universidades en muchos países y minoría en comités de dirección y gobiernos?

Uno de los sectores que he estudiado con más atención son los medios de comunicación. Un vistazo a cómo cubren las noticias explica muchas cosas, porque todo está conectado. La imperante “ideología patriarcal”, como la llama Laura Freixas, y la “lógica de género”, en palabras de Monika Djerf-Pierre, hacen que hombres en posición de poder (editores) confíen sobre todo en otros hombres (redactores) que hablan con otros hombres (fuentes de información) sobre los temas importantes (economía, política y deportes). Los datos confirman este círculo vicioso año tras año. El informe el Instituto Europeo para la Igualdad de Género 2013 concluye que en el sector público de los medios, las mujeres solo ocupan el 22% de las posiciones de decisión en la Europa de los 27, y que en el público esto se reduce al 12%. Por otro lado, globalmente, el nivel de participación de las mujeres en los parlamentos es solo del 23%, de acuerdo con Quota Project. No voy a agobiar con más estadísticas porque estas proporciones se repiten con deprimente testarudez en cualquier área de poder.

Pero no es aceptable que el liderazgo político, económico y mediático sea predominantemente masculino, y menos que queden muchas décadas todavía para que esto cambie. Según Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora ejecutiva de UN Women, llevará unos cincuenta años llegar a la igualdad de género solo en la esfera política. Esperar mano sobre mano a que esto cambie no es una opción. Por eso las cuotas son tan importantes.

Las cuotas empleadas en parlamentos, por ejemplo, garantizan que represente realmente a la población, y no solo a la mitad, y proporcionan una legitimidad de la que muchos parlamentos carecen. La experiencia de Bélgica, cuenta la senadora Güter Turan en una columna de opinión, es interesante: legislación pertinente ha hecho que se pase de un 16% a un 41%  de representación femenina en 2014. Esta legislación requiere, por ejemplo, no sólo que las listas electorales sean equilibradas, sino que los dos primeros nombres pertenezcan a personas de distinto sexo para evitar la habitual concentración de candidatas al final de las listas, haciéndolas  inelegibles.

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La siguiente asignatura pendiente, dice la senadora, son las cuotas en el terreno económico “para garantizar que a las mujeres no se les sigue negando el acceso a las posiciones de gestión a causa de su género”. Europa tiene normativa que determina que las empresas grandes que cotizan deben alcanzar el 40% de participación femenina en sus consejos. La media actual es de un 25%, de acuerdo con un estudio de 2016 de la organización European Women on Boards. En comparación, Italia, Holanda, Reino Unido, Alemania, España –la segunda por la cola— y Suiza tienen niveles inferiores a la media.

¿Por qué son importantes las cuotas? Aunque no son el único factor (Suecia y Finlandia, con altas cotas de participación, no las tienen), las cuotas implican rápidos logros. Por ejemplo, su introducción en los consejos de dirección de Italia, Bélgica, Francia y Alemania llevaron a bruscas mejoras.

En países donde el acceso a la educación es, además, un problema para las mujeres, la cosa se complica. Pero en lo que se refiere a la política para mí está claro: las elecciones giran en torno a la representación, no en torno al expediente académico. Y si no se abren las puertas a la experiencia en la toma de decisiones, en muchos lugares las mujeres nunca tendrán la oportunidad de participar plenamente y ser ciudadanas con derechos plenos.

¿Deben las cuotas perpetuarse en el tiempo? Por supuesto que no. Cuando las barreras a la igualdad desaparezcan, es decir, cuando los indicadores revelen un acceso equitativo a educación, salud, tiempo libre, salarios y poder económico y político, y una distribución equitativa de las responsabilidades domésticas y no domésticas, entonces sabremos que no las necesitamos más.

Femvertising

05/07/2016 en Doce Miradas por Christina Werckmeister

Desde que salió el anuncio «empoderante» de Pavofrío he visto ya tres o cuatro más del estilo (Dove, Bodyform,  y mi favorito National Lottery) y cada semana parece que sale alguno nuevo. Uno a uno son analizados, llevados al molino feminista de la palabra, por robarle la metáfora a Foucault. En efecto, debemos hacerlo y no vamos a parar. Pero aquí no hablaré del mensaje sino del método.

Hace ya tiempo que la industria del marketing descubrió la llave dorada para abrir las carteras de las mujeres, y este, y no otro, es el único motivo tras el fenómeno bautizado como Femvertising: la combinación de feminism y advertising (publicidad). Dove, fue una de las primeras en abrir la espita.  Su «meta-anuncio» sobre los daños que su propia industria de la belleza produce es ya famoso:

https://www.youtube.com/watch?v=SNFpoAt5PkA

Sin necesidad de pronunciar la «maldita» palabra ‘feminista’, y a veces ni siquiera la palabra ‘mujer’, las marcas han adoptado diversas estrategias para dirigirse a su target, las mujeres (utilizo ‘mujer’ como categoría política, no biológica, ni mucho menos de identidad), escogiendo a su antojo y de manera inconexa, conceptos, palabras, claves, símbolos, incluso reivindicaciones del feminismo. Algunas perlas del «menú» de Pavofrío: «Sigo sin pareja estable y me la resbala sobre base de arándanos», «Crocanti de no me caso porque no me da la gana», «Soy directora general mundial y madre con reducción de jornada laboral» o «No pienso tener hijos y qué, sin ralladura de ningún tipo.»

Ya, pero todas sabemos que Pavofrío es para hacer dieta y por lo visto solo lo consumen mujeres.

Entonces, ¿es bueno? ¿Es malo? Para el feminismo, quiero decir, que es por lo que estamos aquí (y de paso para que la igualdad emancipe a todas la personas). Como mínimo prefiero comprar a quien no me ofenda con su misoginia habitual. Si de paso me reafirman, aunque sea tibiamente, de manera imperfecta, o tangencialmente en alguna de mis reivindicaciones, ni tan mal. Si además algunas temáticas feministas se van incorporando a la conversación mainstream, aunque sea diluidas y envueltas en papel cuché, me empieza a valer. Es triste, sí, que premiemos la no-misoginia, pero cuando esa es la línea base de la que partimos, las marcas lo tienen fácil.

En primer lugar, reconozcamos que esta improbable combinación de feminismo y marketing nunca será pura. La histórica interacción entre patriarcado y capitalismo, las bases sociales y materiales de la desigualdad de género, es obvia. Ambos sistemas están predicados sobre el trabajo gratuito, infrapagado e infravalorado de la mitad de la especie humana. Estos hermanos gemelos están programados para reinventarse siglo tras siglo para asegurar su persistencia. No bajaremos la guardia, pues sabemos que a menudo se disfrazan para seducirnos como lobos con piel de cordero, lo que Ana de Miguel llama Neoliberalimso sexual. La publicidad, hija del capitalismo, no va a hacer el trabajo del feminismo llevando nuestro mensaje, y menos sin un incentivo. El incentivo es nuestro dinero.

Irónicamente, es la inescapable economía de mercado la que obliga al femvertising. Por primera vez en 2014 se presentó este “descubrimiento” en Advertising Week, la célebre feria anual de la industria publicitaria en Nueva York. La consultoría SheKnows presentó los resultados de su último estudio, entre los que destacan:

  • El 91% de lan encuestadas cree que la manera en que se retrata a las mujeres en publicidad tiene un impacto directo en la autoestima de las niñas.
  • El 71% respondieron que las marcas tienen la responsabilidad de promocionar mensajes positivos hacia mujeres y niñas
  • El 94% cree que retratar a mujeres como símbolos sexuales en anuncios es dañino.

Según proliferan estas campañas, empiezan a marcar el nivel que esperamos de las marcas, si éstas pretenden merecer nuestro negocio. Las que desciendan de nivel serán rechazadas. El temido backlash feminista, o latigazo en forma de contracampaña, se puede montar en cuestión de momentos y extenderse con velocidad por redes sociales, reproducirse en blogs y saltar a prensa y telediarios en poco tiempo, como pasó con Coca-Cola, Playstation, o Victoria’s Secret, amén de las vías institucionales de denuncia. Hipercor tardó dos días en pedir disculpas públicamente y retirar de sus tiendas su línea de ropa de bebé estampada con frases como «Inteligente como papá» y «Bonita con mamá». La reacción popular de grupos feministas, sindicatos y partidos políticos hizo que EITB cancelara su reality “Cuadrilla busca cita”, tras la emisión de solamente un programa.

Así que algunas marcas han pasado a tomar una nueva estrategia para destacarse en el contexto actual, resultando en una táctica de doble filo: mientras menos sexista resulte su mensaje más rechazo provocará el de los competidores. Algunas marcan notoriamente machistas están cambiando de melodía: compara esto con esto. Es una ventaja y queremos ver más.

Parece obvio que para vender a mujeres lo primero sería no alienarlas. ¿Es que nunca se habían escuchado las opiniones de las mujeres? ¿O es que éstas opiniones han cambiado gracias al avance del feminismo? La respuesta probablemente sea afirmativa a las dos. Las opiniones de las mujeres y su creciente poder económico están influyendo.

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Las reivindicaciones, las ideas, las imágenes, están allí. Es la primera sílaba de fem + vertising. Sería naif olvidarnos de la segunda sílaba. Si en el diseño de alguna de estas campañas se han colado unas marketingeras feministas, celebremos pues, por improbable que sea. Si aún están dominadas por estructuras masculinas, celebremos que empiecen incorporar nuestro mensaje aunque sea a medias, a trompicones. Si hay un espíritu de feminismo aleteando por los departamentos de creatividad publicitaria diluyendo pastillas de teoría feminista en los cafés, creámonos esta fantasía por un momento. Si estas campañas son el resultado de investigaciones de campo sobre lo que realmente preocupa a las mujeres, alegrémonos de que por fin se estén interpretando los datos a través de lentes violetas, aunque sea para vendernos una lavadora. No pidamos una profundidad teórica a la «tele» que no nos puede dar. Esa no es su función. Para eso estamos nosotras, para seguir empujando. Consolidemos estas pequeñas victorias, que llegarán mucho más lejos en la consciencia de la sociedad que muchos libros escondidos en bibliotecas.

Critiquemos pues, analicemos pues, presionemos pues, para que el nivel continúe subiendo y que no nos vendan gato por liebre. Os dejo con una sugerencia sencilla de implementar en casa:

Seguramente conozcáis el test de Bechdel para llamar la atención sobre el sexismo en el cine. Pues hay varias pruebas de este tipo, con nombres a cual más estrambótico. Está la «Sexy Lamp test» (lámpara sexy), también para el cine, que dice que si puedes sustituir a un personaje por una lámpara sexy sin que cambie la historia, debes volver a escribirla. El test Vito Russo,  analiza la representación de personajes LGBTQ en el cine. En 2015 salió el Sphinx test para corregir el sexismo en el teatro. La prueba Finkbeiner reta a periodistas que escriben sobre mujeres en ciencia a no mencionar explícitamente su sexo, sus hijos, si tiene o no marido, y la ocupación de este etc. Como casualmente tengo un apellido sonoro á la Finkbeiner, llegado a mí por via patriarcal, propongo el Werckmeister Test:

  1. ¿La acción perpetua los estereotipos tradicionales de género y/o sexualidad?
  2. ¿Las mujeres que aparecen solo existen en relación a quien cuidan (madres, novias, esposas, abuelas, etc) y/o en posición de inferioridad o dependencia?
  3. Los cuerpos de las mujeres representan ideales imposibles, artificialmente «creados» y/o cumplen el papel de objeto decorativo reflectante sexual (sexy lamp)?

Con cada respuesta negativa el anuncio mejora en la escala Werckmeister de sexismo en la publicidad y obtiene un punto. Apuesto que el noventytantos porciento de lo que veais en una noche no consigue ni un punto. Así que con resignación habrá que decir que un poco más de femvertising, aunque imperfecto, no nos vendrá mal. Hala, a practicar un ratito.

Cuerpos frontera: Una oportunidad de lucha

28/06/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

MontsMontseIzquierdoerrat A. Izquierdo Ramon (@mihopomo) nacida en Barcelona en 1989. Estudió Antropología Social y Cultural en la Universidad Autónoma de Barcelona y actualmente ha finalizado el Máster de Estudios de la mujer, género y ciudadanía de la Universidad de Barcelona. Su línea de investigación se ha centrado en torno al análisis sobre corporalidades y diversidad funcional siendo ella misma categorizada bajo el término.

 

Actualmente en España está surgiendo con una fuerza inusitada la reivindicación de otras corporalidades enmarcadas dentro de las luchas por los derechos de las personas con diversidad funcional. En este contexto, las categorías y sus debates toman fuerza y se hace necesario focalizar la mirada en los cuerpos y analizar como éstos se muestran y se leen.

En un contexto en el que la explotación de los ideales de belleza crece exponencialmente gracias a una sociedad capitalista neoliberal basada en el consumo, nuestros cuerpos se ven cada más sometidos a presiones estéticas. Estas presiones, si bien es cierto que están cada vez más extendidas entre ambos géneros, son las mujeres quienes recibimos con mayor fuerza sus consecuencias. Así, los cuerpos femeninos deben ser perfectos, perseguir simulacros creados tecnológicamente e imposibles. Cuerpos que se leen como meros objetos sexuales carentes de derechos ni voluntades.

MontseIzquierdo2Estas presiones, sufridas por todas las mujeres, se reflejan en nuestros cuerpos, que constantemente sufren las consecuencias de un sistema que objetiviza y reconstruye corporalidades prácticamente imposibles. En este panorama las mujeres que tenemos cuerpos no normativos, aquellas que estamos categorizadas bajo términos como “discapacitada” o “con diversidad funcional” recibimos  con aún más fuerza estas presiones. En el gran cajón de sastre de mujeres con diversidad funcional encontramos muy diversas formas de vivir estas presiones sobre nuestros cuerpos. Algunas de ellas son expulsadas directamente de la idea de mujer y belleza, siendo leídas desde una postura asexualizada, ignorando sus cuerpos, entendiéndolos desde la idea de “enfermedad”, “compasividad”, “dependencia”… Estas ideas, vinculadas a las categorías de “discapacidad” y “diversidad”, contribuyen a leer los cuerpos no normativos como cuerpos no deseables. Estas miradas pasan por entender a las mujeres con diversidad funcional como menos mujeres en tanto que la idea de mujer se construye a partir del simulacro de mujer: mujer objetivada, belleza, sensual etc. En este sentido, las mujeres con diversidad funcional viven la categoría de mujer de una forma muy distinta a las mujeres corporalmente normativas. Construyen su identidad de forma distinta.

Existen otros cuerpos, aquellos que normalmente no imaginamos cuando pensamos en diversidad funcional. Cuerpos ambivalentes, corporalidades divergentes que se encuentran entre categorías y que, mediante estrategias y ayudas tecnológicas, pueden leerse dentro de los parámetros de normatividad. Son en estos cuerpos en los que podemos analizar de mejor forma los poderes propios del discurso heteropatriarcal, que relega a las mujeres a puros objetos ideales, simulacros construidos externamente a las propias percepciones de las categorizadas. En estos cuerpos, donde se juega entre categorías que no se sienten propias,  podemos ejemplificar como éstas son meras construcciones — herramientas culturales que permiten reproducir o subvertir los discursos hegemónicos.

Estos cuerpos frontera, mi cuerpo frontera, pueden leerse como “anormal” o “normal” según por qué lado se vean. Y es este juego el que nos permite entender los funcionamientos de las categorías y luchas políticas. Ser mujer con diversidad funcional, si bien me ayuda en ciertas ocasiones para poder construir un discurso político crítico, no me funciona como construcción identitaria. Esta idea nos permite entender que todos y todas somos cuerpos frontera en tanto que vivimos transitando entre categorías identitarias como forma estratégica de supervivencia. Es a través de esta perspectiva de las categorías que podemos desarrollar una lucha política feminista, incluyéndo toda su variabilidad y entendiendo que estas uniones son dinámicas. Es sólo a través de universalismos dinámicos y en constante construcción que seremos capaces entre todas de destruir los poderes heteropatriarcales que nos matan, mutilan, construyen, violan…

Todos y todas somos cuerpos frontera en tanto que no cumplimos con los simulacros de masculino y femenino que nos han vendido impuestos durante siglos de heteropatriarcado. Somos cuerpos frontera porque nuestras propias identidades pasan por múltiples categorías como mecanismo de supervivencia. Y es lógico: en una sociedad altamente taxonómica y jerárquica es imposible no hacer uso de ellas para vivir. Y por eso, sólo nos queda entender las categorías como herramientas, y no como realidades inamovibles, para poder luchar contra el entramado de poderes que inconscientemente reproducimos y subvertimos constantemente.

El milagro de conciliar

21/06/2016 en Doce Miradas por Arantxa Sainz de Murieta

 

Doce Miradas_El milagro de conciliar

Hace unos meses, Jordi Évole trató en su programa ‘Salvados’ el tema de la conciliación y los cuidados en la familia. Y lo hizo de una manera comparada entre dos sistemas muy diferentes entre sí, el sueco y el español. Esta forma de mirar distintas realidades ayuda a realizar planteamientos que, en ocasiones, pueden parecer utópicos pero que si los vemos implementados en otras sociedades se convierten en una realidad no sólo necesaria sino posible.

La primera y principal conclusión a la que podemos llegar, a través del programa ‘El milagro de conciliar’, es que no es viable conseguir una igualdad plena entre hombres y mujeres si la conciliación y la corresponsabilidad siguen considerándose objetivos de segundo o tercer nivel -en el mejor de los casos- y mientras exista un modelo de economía que marca, en primera instancia, las normas de comportamiento de una sociedad.

En Suecia está prohibido por ley preguntar a las mujeres durante una entrevista de trabajo sobre sus planes de familia (embarazos). La maternidad se entiende como una elección de dos personas -en familias no monoparentales- y la corresponsabilidad en los cuidados parece ser una asignatura en la que nos llevan clara ventaja. En palabras de David, una de las personas entrevistadas en el programa de Évole: “Yo no soy una ayuda, soy un actor que tiene la mitad del rol”. De hecho, en Suecia un padre puede disfrutar de 480 días para el cuidado de sus hijas/os, distribuidos según las necesidades de cada cual, hasta que estos cumplan los seis años de edad. Si optan por disfrutarlos de forma continuada, son 16 meses de permiso iguales e intransferibles para la pareja. Los dos, padre y madre, se ausentan durante el mismo tiempo y pueden disfrutar y cuidar de sus bebés en igualdad de condiciones. ¿Hace falta que recordemos el periodo de baja maternal en el Estado español? También son 16, pero no meses sino semanas.

Parece que por aquí vemos las cosas de otra manera. Para muestra me remito a las famosas declaraciones de la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, cuando afirmaba que “si una mujer se queda embarazada y no se le puede echar durante los once años siguientes de tener un hijo, ¿a quién contratará el empresario?”. A estas declaraciones añadía que, si de ella dependiera, contrataría “a mujeres mayores de 45 y menores de 25”. No es de extrañar, por tanto, que las mujeres en edad reproductiva se consideren una amenaza y no una bendición para nuestro sistema, que los padres no vean a su hijas/os y que las madres se responsabilicen de todos los cuidados, perpetuando así la división tradicional del trabajo. Y, después de todo esto, nos echamos las manos a la cabeza porque la baja tasa de natalidad -entre otros factores- hace que, bajo los parámetros actuales,  se cuestione la sostenibilidad del estado de bienestar a medio plazo.

Y esto, es un problema estructural que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida. Los modelos de gestión  rígidos, que consideran que la maternidad y la conciliación son cuestiones que atañen exclusivamente a las mujeres, tienden a perjudicar a estas últimas porque son las que optan por reducciones de jornadas para conciliar. Recientemente, se hacía público el décimo informe “Diferencias salariales y cuota de presencia femenina” elaborado por la consultora ICSA Grupo con la colaboración de EADA Business School. Según este estudio, las mujeres apenas ocupan el 12% de los cargos directivos y cobran por ello un 17% menos que los hombres. Siendo esto así, no hay mucha esperanza de que se aprueben medidas que apuesten por la conciliación cuando quien tiene que diseñarlas no siente que sean una prioridad en su vida sino más bien una amenaza en ciernes.

Entonces, ¿cómo conciliar en un contexto en el que, aunque cada vez somos más conscientes de la importancia de estar cerca de nuestras/os hijas/os, se nos exige una mayor dedicación en el trabajo (en el mejor de los casos) o no queda otro remedio que compatibilizar diferentes trabajos -’mini jobs’- para llegar a fin de mes?

No hago ningún descubrimiento si comparto la idea de que el entorno y los primeros años de crianza en las niñas y niños son claves en su desarrollo futuro. La necesidad de estar cerca de padres y madres, de compartir espacios para la motivación y abrir ventanas a unos ojos deseosos de aprender, son necesidades de primer orden en el desarrollo de una persona. Sin embargo, yo me pregunto cómo una madre y un padre, preocupados por la propia sostenibilidad familiar, pueden hacerse cargo de la educación de sus hijos e hijas. Según el estudio Bienestar y motivación de los empleados en Europa 2015realizado por Edenrede Ipsos, un grupo especializado en servicios corporativosla segunda preocupación laboral en España, detrás del miedo a perder el empleo, es el tiempo dedicado al trabajo (el 65% de las personas trabajadoras se sienten requeridas fuera de su horario laboral).

El impacto de la situación económica en las familias y en el de las futuras generaciones va más allá de la pura sostenibilidad, que no es poco. Un país avanzado, como puede ser Suecia, es un país que toma en serio la educación de las futuras generaciones, no sólo desde los centros educativos -algo a lo que hay que darle una vuelta de 360º- sino también posibilitando a las familias la oportunidad de participar y dedicar tiempo a la educación de sus hijas/os. Como dice un sabio proverbio africano, ‘Para educar a un niño/a hace falta toda una tribu’ (lo de niña se lo he añadido yo, el proverbio no lo contempla).

En Suecia, las escuelas infantiles son gratuitas o su precio se ajusta a la renta de la familia. Cada barrio cuenta, como mínimo con un centro escolar, y el ratio de profesionales en el aula es de uno por cada cinco niñas/os. ¿Cómo va esto por aquí? Las dificultades económicas de las familias, la limitación de plazas, con el consiguiente alejamiento del lugar de residencia, tiene varias derivadas: en muchas ocasiones, son las mujeres las que optan por dejar el puesto de trabajo porque no sale a cuenta trabajar y pagar el servicio; en otras ocasiones, ante la dificultad de pagar el servicio y, al mismo tiempo, ante la imposibilidad de abandonar el trabajo, entran en acción las abuelas y abuelos que se dejan la piel a una edad en la que no les corresponde.

Perdonen ustedes que insista en la idea de que el modelo de sociedad en el que vivimos perpetúa la división del trabajo y hace que la conciliación se convierta en un milagro. Apostar por la igualdad y la conciliación no es una utopía. Hace falta abrir un debate serio en el que entendamos que apostar por la igualdad y la conciliación es apostar por un modelo económico y social más justo y avanzado, como es el caso de Suecia.

 

El lenguaje no verbal que más nos favorece

14/06/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

 

Teresa Baró_Doce MiradasTeresa Baró (@tbarocatafau ) es experta en habilidades de comunicación personal. Conferenciante internacional y colaboradora de TVE en el programa «A Punto con la 2», ha publicado cinco libros sobre comunicación. Es licenciada en Filología Catalana, Técnico Superior en Publicidad y Máster en Protocolo, Ceremonial y RRPP.

 

Nadie puede negar la existencia de un techo de cristal. Los números cantan. La prestigiosa consultoría McKinsey&Company, en su informe de 2015 sobre la situación laboral de la mujer en los EUA nos muestra entre otros datos que las mujeres tienen menos presencia que los hombres en todos los estadios de la carrera profesional. En la fase inicial las mujeres son un 45%, proporción que va descendiendo a medida que avanzamos en edad y en cargos de responsabilidad. La progresión es de 37 %, 32%, 27 % 23% hasta llegar al 17 % de los más altos cargos de las organizaciones (los C-suites). Conseguida casi la igualdad en lo que a incorporación al mercado laboral se refiere, ahora el reto consiste en ocupar altos cargos, en formar parte de consejos de administración y alcanzar los primeros puestos de la política, en definitiva acceder por igual a las posiciones con más poder de decisión y mejor remuneradas.

¿Qué podemos hacer las mujeres?

Si buscamos en el comportamiento de las mujeres algunas de las razones por las que no pueden llegar a la cúspide de las organizaciones, podríamos llegar a responsabilizarlas de la situación en la que se encuentran. Esto sería, por supuesto, injusto y equivaldría a culpar a la víctima de ser la causante de lo que sufre. Pero darnos cuenta de que hay cosas que podemos cambiar en nuestra forma de actuar sí puede ayudarnos en la superación de muchas barreras en el ámbito profesional.

Se trata de ver qué es lo que hacemos las mujeres que nos impide llegar, aunque queramos llegar a estas metas, a pesar de tener  toda la energía,  el conocimiento adecuado y el ferviente deseo de alcanzarlas. Tenemos que autoanalizarnos y detectar actitudes y formas de comunicarnos que tejen  una barrera invisible, inconsciente e involuntaria. ¿Cómo hacer que todas seamos más conscientes de lo que hacemos, de cómo nos comunicamos, de cómo actuamos? La educación y la divulgación tienen mucho trabajo por delante.

Sheryl Sandberg en su famoso Lean in, describe experiencias propias y ajenas que ilustran una forma “femenina” de actuar y en la que creo que muchas de nosotras nos podemos sentir identificadas

  • Falta de confianza en nosotras.
  • Creencia de que no merecemos el puesto que ocupamos o desearíamos ocupar, o lo que es peor, que nos están ofreciendo.
  • Miedo a la visibilidad inherente a puestos de responsabilidad.
  • Falta de asertividad para defender opiniones e intereses.
  • Dificultad para negociar nuestro propio salario.

Todo esto se concreta en un comportamiento, en un estilo de comunicación, en el uso de un lenguaje verbal y una comunicación no verbal que reflejan una imagen que se nos vuelve en contra.

¿Por qué avanzamos tan lentamente?

Ya son varias generaciones de escuela mixta, de igualdad de oportunidades (teóricas) para elegir carreras universitarias, de insistencia en la educación no machista, del uso de un lenguaje no discriminatorio. Y sin embargo, en la familia, en sociedad y en la propia escuela se siguen transmitiendo modelos estereotipados que sitúan a la mujer en un discreto segundo plano. Ya no hablamos de discriminación clara y patente, no hablamos de acciones contra la libertad de elegir de las mujeres o contra su participación en determinados deportes o estudios tradicionalmente masculinos. No, estamos hablando de algo mucho más sutil, nos referimos a no proporcionar a niños y niñas los mismos patrones de conducta y las herramientas necesarias para que tengan una capacidad de analizar su propia comunicación y dominar los lenguajes que permitirían tener el control de las situaciones.

Así como nos hemos empeñado en forzar el idioma a unas expresiones “no machistas”, muchas veces ignorando la gramática y provocando auténticas dificultades de comunicación, no hemos sido tan observadores y exigentes en lo no verbal.

La educación que hemos recibido y se sigue transmitiendo, es distinta para chicos y chicas. Mientras que los chicos han sido preparados para defenderse y para ser competitivos, para tener autoridad, para ser valientes, para vivir con coraje, nosotras hemos sido educadas para la dulzura, para estar al servicio de, para coquetear, para conseguir un hombre que nos proteja, aunque además deberemos cuidar a la familia. Y no olvidemos que también se nos educa para seducir. La trascendencia de potenciar estos roles es que se nos mentaliza para ocupar puestos de segunda, en el plano profesional. Para apoyar en lugar de dirigir, para gestionar y organizar en lugar de pensar en el alto rendimiento. Para trabajar duro desde la discreción. Incluso hemos sido educadas, más o menos conscientemente, para la docilidad, para la sumisión.

Muchas de las mujeres que nos encontramos hoy, muy competentes, con estudios universitarios, incluso con cargos de una cierta responsabilidad, acaban teniendo un techo de cristal individual, personal, un escollo en sus carreras, y es el miedo a la visibilidad. Este pánico a ser protagonista se nos ha infundido desde pequeñas y hemos aprendido que casi siempre nos trae problemas. Se nos dice además que tenemos que ser discretas, elegantes y formales, y esto pasa por estar en un rinconcito, calladitas, sin molestar. Los que gritan, los que hacen ruido, los que pelean, los que luchan son ellos, y nosotras estamos ahí jugando a las muñecas, viendo a distancia el mundo competitivo y duro de los chicos.

Nuestro lenguaje no verbal

Teresa Baró

La autoridad de Margaret Thatcher: cabeza centrada, mirada hacia adelante, espalda recta, leve sonrisa. La dulzura de la virgen: cabeza ladeada, barbilla hacia el pecho, mirada hacia abajo.

Algunas características de la comunicación no verbal femenina pueden ser un motivo de dificultad, de estancamiento en nuestras carreras profesionales porque son las responsables de una imagen que no corresponde a los estándares tradicionales de la alta dirección.

En cuanto a nuestra forma de expresarnos se fomenta que sonriamos, que no gritemos, que utilicemos un lenguaje correcto y limpio, que no miremos descaradamente, que tengamos unos gestos suaves y, sobretodo, que mantengamos las piernas cerradas, estemos de pie o sentadas.

Todo esto son movimientos femeninos en contraposición a los masculinos, que son más rudos, que son firmes, enérgicos, y que no muestran ningún atisbo de sumisión, sino todo lo contrario, son movimientos directos. El contacto visual es un ejemplo: el hombre puede mirar directamente lo que quiere, lo que desea, y en cambio la mujer utiliza la mirada de forma intermitente, hace una caída de párpados, mira de reojo, o no mira, baja la mirada cuando se le dice algo, muestra de su incomodidad y timidez.

Las mujeres sonreímos más tiempo que los hombres, lo que nos hace más accesibles. Muchas veces lo hacemos por timidez, para disculparnos o por incomodidad lo que nos convierte en más vulnerables. Los gestos de cierre y protección son más frecuentes y la gesticulación más blanda, suave y ondulada, lo que resta energía a nuestra expresión.

Y otra cosa más: tenemos que resultar agradables, atractivas y seductoras por lo que mantenemos una serie de hábitos que si bien nos pueden ayudar a alcanzar el poder en determinadas ocasiones, son más un estorbo a nuestra movilidad y a nuestra eficacia. Valgan como ejemplo: cuidar una melena, falda de tubo, maquillarte cada día o calzar zapatos de tacón que nos estilizan y también nos desestabilizan.

Al utilizar nuestro lenguaje corporal no solo estamos enviando señales a los demás sino que está en juego también nuestra autoimagen. Amy Cudy en su popular TED ya nos advertía de la importancia de colocarnos en una posición de poder. Porque esta pose activa nuestra actitud. Piernas separadas y manos en las caderas o levantadas en forma de V. No nos han entrenado para ponernos así. Nos han adiestrado para que cerremos bien los pies, coloquemos las manos detrás, nos sentemos con las piernas muy juntas, que es una posición de escasa estabilidad y propia de una actitud sumisa.

Total, que se nos educa para ser buenas niñas, amables, serviciales, dóciles, elegantes, discretas, diplomáticas, observadoras, pero poco reivindicativas: una imagen que no nos favorece cuando se busca a alguien para estar al mando de grandes proyectos. Es un modelo todavía vigente que deberíamos ir superando.

Por otra parte, pienso que se acabó también el estilo “masculino” de liderazgo y comunicación en general:  el comportamiento de macho prepotente,  que exhibe su fuerza y su poder, que no lidera sino que somete.  Creo que, especialmente en el terreno profesional, hay un punto de intersección donde podemos encontrarnos, donde no se nos tiene que valorar en función del sexo  sino de  nuestras actitudes  y aptitudes. En este sentido, un estilo de comunicación  más neutro y compartido donde todos nos sintamos cómodos nos puede dar muchos mejores resultados, porque estaremos más en sintonía y estaremos más cerca de la igualdad de condiciones.

Es importante decidir qué imagen queremos transmitir en cada momento de nuestra vida. No se trata de imponer formas de actuar y de comunicarse. Cada mujer elegirá su forma de vivir, decidirá cuales son sus retos y se sentirá cómoda con un estilo de comunicación. Lo importante es que realmente podamos elegirlo libremente, que podamos ser dueñas de nuestra  comunicación y diseñadoras de nuestra imagen en cualquier circunstancia; para desempeñar los más diversos roles: pareja, madre, amiga, profesional o directiva.

No podemos olvidar que con nuestra forma de comunicarnos atraemos a unas determinadas personas y alejamos a otras. De esta forma, muchas veces involuntariamente, estamos eligiendo a nuestra pareja, la organización donde vamos a trabajar y nuestras amistades.

 

 

Programación de color de rosa

07/06/2016 en Doce Miradas por Lorena Fernández

A las personas de mi generación, al leer el título de este post, quizás les haya asaltado la nostalgia en forma de cancioncilla: «Agujetas de color de rosa«. Aunque no sepáis de qué hablo, os animo a que pinchéis en el enlace. Bueno, más que animaros, os reto a ello. Una vez procesada esta información (por favor, cerrad la boca, que sé que os habéis quedado con ella abierta de par en par), os tranquilizaré. Mi post no va de esto. De hecho, solo quería usarlo como recurso para deciros que debemos tener esperanza en el mundo y en las próximas generaciones: yo vi esta serie y no he salido tan mal (o eso creo).

WebHecho el preámbulo absurdo, ahora sí voy al tema que me ha traído hoy a Doce Miradas. Si me soléis leer por estos lares, sabréis de mi preocupación por la falta de vocaciones tecnológicas entre las niñas (Mujeres e ingeniería: ¿somos lo que jugamos?Mujeres tecnólogas. Haberlas, haylas). Pero últimamente, una nueva preocupación se ha sumado a mi mochila. El uso de estereotipos para fomentar esas vocaciones. Me explico: parece que a muchas personas se les ha ocurrido que esto se resuelve pintando de rosa los chips y diodos. Por ejemplo, me he topado con proyectos en los que se anima a las niñas a trabajar en joyas (como es el caso de Jewelbots), talleres para aprender a incorporar elementos tecnológicos a la ropa, o lanzarse al mundo de Lego a través de las princesas. Incluso he llegado a escuchar que no tenemos que presentar la ingeniería como una disciplina tan difícil para no repeler a las mujeres [sic].

De hecho, creo que estamos empezando a abusar de la incorporación de la A al acrónimo STEAM (Science, Technology, Engineering, Art y Mathematics). Ojo, que no estoy en contra de ello. Yo misma soy una apasionada del arte y creo que debiera ser una disciplina trasversal a todas las formaciones, sean tecnológicas o no. Pero tengo la sensación de que esa A se está comiendo al resto. Que las niñas y jóvenes solo se sentirán atraídas por la tecnología si tiene ese componente y que la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas siguen siendo cosa de chicos. Eso me recuerda una entrevista que le hicieron a Carol Shaw, primera mujer programadora de videojuegos: «Cuando trabajaba en Atari, Ray Kassar, su presidente mencionó ‘por fin tenemos a una mujer diseñando juegos. Ella podrá combinar los colores y diseñar los interiores de las carcasas de los juegos’. No lo tomé muy en serio porque eran dos cosas que no me interesaban y mis colegas me apoyaban».

Pero por otro lado, me asaltan las dudas de si no estaré extremando mi postura (¿os suenan esas dudas?) y si el fin bien merece los medios. Quizás sea un buen comienzo para captar la atención de las niñas y luego reconducir ese interés en otras aplicaciones de la tecnología, porque si las perdemos ya desde bien pequeñas, habremos cerrado esa puerta para siempre. Y es que, a día de hoy, cuando las chicas se topan con la tecnología y la programación, piensan que no tiene nada que ver con ellas. Aunque me sigue pareciendo triste que para que piensen que tiene que ver con ellas, tengamos que «tirar» de princesas, joyas, ropa y toneladas de color rosa…

No sé si el uso de unos estereotipos para combatir otros vaya a funcionar… Pero como ya os habréis percatado, no tengo una postura clara. De hecho, quería traer mi dilema al blog precisamente para abrir un debate y ordenar un poco más las ideas. ¿Me ayudáis con vuestras reflexiones? ¿Qué os parece? ¿El fin justifica el medio utilizado o estamos arreglando un problema mientras hacemos más profundo otro?

Por último, os dejo con el documental CodeGirl, donde también se aborda este tema: