Sencillamente ridículo

08/09/2020 en Doce Miradas

A pesar de que el bueno de Boccaccio dijo aquello de que “el arte es ajeno al espíritu de las mujeres”, o de generosas opiniones como la de Auguste Renoir, para quien la mujer artista era “sencillamente ridícula”, desde niñas se nos anima a escribir, a pintar, dibujar, actuar, cantar… y las convenciones sociales nos señalan discretamente las Artes como un lugar al que dedicar nuestro tiempo libre. Por entendernos, habrá quién cuestione si el hockey sobre hielo es una extraescolar conveniente para la niña, pero pocos discutirán la pertinencia de la clase de cerámica si es lo que la niña quiere.

Lo que no se nos aclara a las mujeres es que, llegado el momento, a pesar de ser mayoría en las formaciones académicas artísticas, y de ser también mayores consumidoras de cultura en todas sus categorías (música, lectura, artes escénicas,…), tampoco en este florido jardín podremos aspirar de manera natural a nuestro trocito proporcional de gloria. Salvo si es como musas, que de este modo sí, llenamos canciones, novelas y pinacotecas (a menudo, por cierto, desnudas).

No se nos aclara que, como en el resto de campos y a pesar de la aparente ventaja mencionada, también en las Artes nos tocará reclamar la atención del mundo hacia nuestro mérito. En suma, una vez más nos encontramos recordando que somos igual de buenas, y esforzándonos por ser mejores para demostrar que lo que de ninguno modo somos es… peores.

Katherine Bigelow rodando (la supermujer que ganó un Oscar a la Mejor Dirección en 2010)

Un episodio de estos días, con la sombra del racismo involuntario presente, me ha hecho regresar a esta idea de que las mujeres —como les sucede a las personas migrantes — debemos demostrar de forma continuada que nos merecemos el lugar, que estamos a la altura de la sempiterna primera opción: la del hombre blanco. El centro alrededor del que giran el sol y las decisiones.

Y es que esta no es una batalla de argumentos (una pintura de María puede ser igual de buena que una de Juan, y un servicio de Mahmoud igual que uno de Miguel), sino una batalla de percepciones.

La percepción es ese proceso mental mediante el que, a partir de la experiencia, seleccionamos, organizamos e interpretamos de manera lógica o significativa la información que nos llega. O, dicho de otro modo, es ese proceso según el que seleccionamos a partir de lo conocido, lo distorsionamos hasta adaptarlo a nuestras creencias, y nos lo guardamos en el disco duro colocando la etiqueta de “realidad”.

Y la “realidad” en las Artes parece decirnos que los hombres son mejores artistas que las mujeres. Porque la experiencia nos dice que esto es así. Mírese si no los resultados de algunos de los reconocimientos más destacados:

  • Los Nobel, por ejemplo, nos dicen que las mujeres somos peores en Literatura (15 galardones de 116).
  • Y el premio Cervantes lo corrobora (5 mujeres entre un total de 45 premiados).
  • Los Princesa de Asturias señalan que las mujeres tenemos amplio espacio para la mejora en las Letras (6 ediciones con nombres femeninos de un total de 40) y en la categoría de las Artes, otro tanto (5 de 40).
  • En Poesía, de 48 premios con dotaciones a partir de 5.000 euros entre 1923 y 2016, solo el 17% fueron para mujeres y 414 de estos concursos ni siquiera contaron con presencia femenina en sus jurados.
  • Los Oscar no reconocen nuestro Cine (1 mujer tras la Mejor Dirección en 92 ediciones).
  • Y los premios Max de las Artes Escénicas, en 22 años, solo han reconocido en 2 ocasiones a mujeres por la Mejor Dirección.
  • El Museo del Prado, que exhibe y guarda en torno a 8.000 obras, desde su creación hace 201 años, solo ha adquirido obra de 53 pintoras: 4 de ellas tan excelsas que se encuentran hoy día expuestas.
  • Y en la Música, un estudio de Ticketea (2016) desveló que el 77% de los conciertos que se celebran en España son íntegramente masculinos y que en los festivales, solo 1 de cada 6 artistas para un gran evento es mujer.

Demasiado a menudo se echa mano de la Historia o del mantra “no hay mujeres” o “esta edición no…” para explicar esta hiriente desproporción. Pero la realidad (esta vez sin comillas y libre de cualquier percepción) es que las mujeres hemos creado desde siempre, porque crear es una actividad intrínsecamente humana. Es el reconocimiento a nuestras creaciones lo que no llega.

Es sabido que tras la palabra “anónimo” hay una legión de corazones femeninos con ganas de brotar, como sabemos que fueron muchas las creadoras que solo al amparo de un seudónimo (masculino, por supuesto), encontraron el modo de compartir su obra con el mundo. Un mundo que —recordemos las percepciones— encontraba la obra merecedora de la luz si provenía de un autor y la de la sombra si lo hacía de una autora. Con el permiso de Auguste, sencillamente ridículo.

Aunque lo que en realidad resulta sencillamente ridículo, es estar en 2020 poniendo el dedo sobre una llaga que ya es cicatriz y contando nombres con los dedos de las manos, o recordando la necesidad de que las mujeres poblemos jurados, escenas, comités, premios, exposiciones y conciertos, y de que nuestras obras se disfruten y reconozcan sin prejuicios. Así de libre debiera ser la vivencia del arte, que no es otra cosa que la más elevada manifestación (también) de nuestra humanidad.

(La imagen empleada para ilustrar este artículo en el apartado «imagen destacada», titulada «Munich – Two young women drawing» es de Jorge Royan)

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Ana Erostarbe

Periodista en comunicación estratégica. De las que no se aburre. Me gusta escribir, la poesía, sacar fotos... Pensar y hacer. La música me atraviesa y la naturaleza me turba. Creo en un mundo mejor y en que el sol es cosa de todos. La buena gente, cerca, y el ruido, mejor lejos.

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