Pause

septiembre 29, 2020 en Doce Miradas

Este es otro post colaborativo, pero este es especial. Es para decir que le damos al botón del Pause. Que estaremos ausentes por una temporada. Que nos vendrá bien el silencio externo para poder escucharnos. Porque queremos, porque lo necesitamos.

Decía Heráclito que, si hay algo permanente, es el cambio. Y si el mundo cambia, nosotras no podemos permanecer. Hay que adaptarse.


Cuando comenzamos Doce Miradas hace ya más de siete años, el mundo era un lugar diferente. Han pasado muchas cosas desde entonces; han pasado muchas cosas para las mujeres desde entonces.


Llega además un momento en el recorrido de todo colectivo en el que volver a hacerse preguntas fundamentales se convierte en una necesidad. ¿Quiénes somos? ¿Qué queremos? ¿Cómo podemos conseguirlo?


Paralelamente, estos tiempos raros de pandemia nos ofrecen ventanas que la “normalidad” había cubierto de espesos cortinajes. Te permiten preguntarte más a menudo cómo estás y contestar, con más sinceridad y valentía que nunca, precisamente eso: cómo estás.


En Doce Miradas nos lo hemos preguntado y la respuesta ha sido unánime: necesitamos una pausa.


Necesitamos una playa amplia lejos del ruido, en la que encontrarnos para descansar, para pensar, cuestionarnos… y seguir soñando.
Queremos que esta reflexión fluya con la libertad con que fluye el agua. Sin cortapisas, sin miedo al resultado. Nos liberamos de toda presión y restricción para mirar al horizonte y explorar nuevas rutas.

Sea lo que sea lo que encontremos, será bueno. Y cuando estemos de vuelta, traigamos en las manos lo que traigamos, lo sabréis.

Estos tiempos obligan al cuidado. Parafraseando a Audre Lorde, cuidarse no es autoindulgencia, sino un acto político. Nosotras nos cuidaremos entre nosotras. Hasta la vuelta, vosotras, vosotros también cuidad y cuidaos.

Crujir de huesos

septiembre 22, 2020 en Doce Miradas

Llega a casa agotada, sin ganas ni de tumbarse en la cama, porque sabe que, aunque el cansancio cerrará sus ojos, a media noche se despertará sobresaltada. Lleva meses así, en un sueño inquieto en el que aparece alguno de sus pacientes, cualquiera de esos ojos asustados que le miran desde el box de la sala de urgencia, buscando una explicación o un c onsuelo. Todas se encuentran igual. Les pesan las horas de trabajo, la falta de recursos y su propio miedo: después de jornadas interminables regresan a casa porque también allí tienen  que cuidar, ascendientes y descendientes: son profesionales de la generación sándwich

Ella es enfermera en el servicio de urgencias de un hospital y ya en abril estuvo ingresada porque el virus se quedó un rato en sus pulmones; todavía nota vacíos de memoria, falta de aire y una velocidad inusitada en el ritmo de su corazón. Se da la circunstancia de que es mi hermana, Lurdes, pero podría ser la médica, limpiadora, pediatra, enfermera, técnica de laboratorio, cajera, reponedora de supermercado o conductora de autobús que te has cruzado esta mañana.

Dicen que todo esto por lo que estamos pasando es completamente inédito, pero cae sobre un terreno bien poblado de desigualdades previas, y esas afectan, sobre todo, a mujeres y a niñas, sin olvidarnos, además, de que las consecuencias de esta pandemia tampoco son ajenas al resto de intersecciones de las que el feminismo lleva tanto tiempo hablando: desigualdades de género, pobreza, violencia, discriminación por origen o color de piel, etc. Las enfermedades, dicen, no distinguen entre hombres y mujeres, pero sus efectos son bien distintos. La sobrecarga del trabajo sanitario y de servicios esenciales, precarización y discriminación no aparecen entre los síntomas del coronavirus, pero no podemos dejarlos fuera del diagnóstico. El 11 de marzo, cuando todavía esperábamos una fuerte gripe, el Director General de la OMS nos recordaba que “fijarse únicamente en el número de casos y en el número de países afectados no permite ver el cuadro completo”, y para completar esta fotografía, cuando menos, deberíamos tener en cuenta esos factores de desigualdad que provocan consecuencias bien distintas.

“Son los cuidados, estúpidos”

La primera línea de resistencia en esta pandemia tiene cara de mujer: en todo el mundo, las mujeres representamos el 70% de los sectores sanitarios y sociales, al que debemos sumar limpiadoras, dependientas y cajeras de tiendas y supermercados, esas tareas que en los tiempos más duros del confinamiento definimos como “esenciales” y que están altamente feminizadas y empobrecidas.

Elaborado por el Ministerio de Igualdad del Gobierno de España, a partir de los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA)

Su trabajo no termina cuando acaba el turno: el 75% de las tareas no remuneradas vinculadas al cuidado en el ámbito personal o familiar las realizan las mujeres, a lo que dedican tres veces más tiempo que los hombres. Son las mujeres las que han cubierto los agujeros que ha dejado el sistema de cuidado organizado (colegios, centros de día, asistencia a mayores, etc.) cuando se ha visto bloqueado por el confinamiento. Son las mujeres quienes han doblado horas, buscando esa moderna quimera que llamamos conciliación. Hay más datos, todos ellos apabullantes, en este informe del Ministerio de Igualdad del Gobierno de España.

La primera huelga feminista de 2018 eligió, con buen tino, el eslogan “Si nosotras paramos, se para el mundo”. Pero cuando el mundo se ha parado (y no de forma literaria sino literal), nosotras hemos tenido que correr más y en todas las direcciones. Aún siendo la más débil, somos la pieza clave que sustenta todo el edificio social, porque la sociedad nos sigue asignando el rol cuidador: “Son los cuidados, estúpidos”.

Homus Economicus, esa gran falacia

Adam Smith, el padre de la economía liberal, escribió que no era por la benevolencia del carnicero y el panadero que podíamos cenar cada noche, sino porque su propio egoísmo y búsqueda de beneficio individual. Dijo que el ánimo de lucro hacía girar el mundo y parió al Homo economicus.

­—¿Veis?— decía ufano— mi cena está sobre la mesa porque los comerciantes quieren ganar dinero.

Puedo imaginármelo sonriendo, con superioridad… mientras su madre terminaba de asear la cocina, o de remendar los pantalones del afamado economista. Porque Margaret Douglas, que no ha pasado la Historia salvo por un apunte menor en la biografía de su hijo, dedicó toda su vida a cuidar al hombre que no reparó en el valor crucial del cuidado. (Lo cuenta mucho mejor Katrine Marçal en su obra “¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?)

Las mujeres son el soporte del sostenimiento de la vida en todas las regiones del mundo: trabajo doméstico y cuidado de personas dependientes, tanto en esquemas remunerados como no. Mirad a vuestro alrededor y decidme en qué proporción han abandonado sus empleos hombres y mujeres cuando los centros escolares han estado cerrados. Por cierto, cabe recordar que estos empleos son en gran medida precarios, muy cerca de la exclusión y de la pobreza laboral, y que los sectores más afectados, como el comercio, turismo y hostelería, están altamente feminizados. La crisis económica afectará a un mercado laboral en el que las mujeres desempeñan el 74% de los empleos a tiempo parcial y en condiciones de trabajo de mayor precariedad y, dada la brecha salarial ya existente, están más expuestas a riesgo de pobreza.

Doblar la curva para corregir el futuro  

Martin Luther King Jr. dijo que “El arco del universo moral es largo, pero se dobla hacia la justicia”, pero no parece que podamos darle la razón. Nuestro universo de valores se está doblando peligrosamente hacia la refamiliarización del cuidado, reforzando el esencialismo que sitúa a las mujeres al frente de una responsabilidad colectiva que se disfraza de individual. Doblegar esta curva es fundamental, porque la manera en la que resolveremos esta crisis va a fijar las bases para lo que vendrá después.

No es la primera vez que nos enfrentamos a una crisis de impacto mundial, pero la que estamos viviendo puede ser un punto y aparte en las tendencias positivas que, aunque de forma tímida, venían produciéndose. Para miles de personas, estos meses de enfermedad, miedo e incertidumbres han supuesto ya un punto de no retorno. Desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), han monitorizado los impactos de esta pandemia y concluyen que, por primera vez en 30 años, nos enfrentamos a un retroceso general en los indicadores que miden el Desarrollo Humano. (Puedes leer el informe aquí).

¿Cómo cambiar el curso de este arco? El periodista y tantas veces polémico ensayista Henry Louis Mencken decía que “para todo problema complejo existe una solución sencilla, simple y falsa”, y comparto esta afirmación. Conviene estar alerta, porque las recetas sencillas siempre desprenden un cierto tufillo a populismo.

La pandemia ha contribuido a visibilizar el cuidado y el autocuidado como funciones esenciales, pero de poco sirve este reconocimiento si no se acompaña de una mayor valoración de esta función.

No hay fórmulas mágicas, pero sí bases sobre las que construir de forma sólida: servicios públicos de calidad que garanticen el derecho al cuidado digno, inversión y redistribución, corresponsabilidad (de los hombres en el cuidado en las esferas privadas y de los agentes económicos en las esferas profesionales). En definitiva: más feminismo.

El homo ecomomicus nos sitúa en la competición por los recursos, no en la cooperación para el bien común o la solidaridad. El Homo economicus necesita relevo.

Una vez preguntaron a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización, y su respuesta fue: “Un fémur fracturado y sanado”. En la vida salvaje, un fémur nunca se restablece por sí mismo, porque es imprescindible que alguien cuide de la persona herida.

La banda sonora de este otoño es un ensordecedor crujir de huesos.

El cuidado es la base de nuestra humanidad.

El cuidado es la oportunidad de la Humanidad.

Sencillamente ridículo

septiembre 8, 2020 en Doce Miradas

A pesar de que el bueno de Boccaccio dijo aquello de que “el arte es ajeno al espíritu de las mujeres”, o de generosas opiniones como la de Auguste Renoir, para quien la mujer artista era “sencillamente ridícula”, desde niñas se nos anima a escribir, a pintar, dibujar, actuar, cantar… y las convenciones sociales nos señalan discretamente las Artes como un lugar al que dedicar nuestro tiempo libre. Por entendernos, habrá quién cuestione si el hockey sobre hielo es una extraescolar conveniente para la niña, pero pocos discutirán la pertinencia de la clase de cerámica si es lo que la niña quiere.

Lo que no se nos aclara a las mujeres es que, llegado el momento, a pesar de ser mayoría en las formaciones académicas artísticas, y de ser también mayores consumidoras de cultura en todas sus categorías (música, lectura, artes escénicas,…), tampoco en este florido jardín podremos aspirar de manera natural a nuestro trocito proporcional de gloria. Salvo si es como musas, que de este modo sí, llenamos canciones, novelas y pinacotecas (a menudo, por cierto, desnudas).

No se nos aclara que, como en el resto de campos y a pesar de la aparente ventaja mencionada, también en las Artes nos tocará reclamar la atención del mundo hacia nuestro mérito. En suma, una vez más nos encontramos recordando que somos igual de buenas, y esforzándonos por ser mejores para demostrar que lo que de ninguno modo somos es… peores.

Katherine Bigelow rodando (la supermujer que ganó un Oscar a la Mejor Dirección en 2010)

Un episodio de estos días, con la sombra del racismo involuntario presente, me ha hecho regresar a esta idea de que las mujeres —como les sucede a las personas migrantes — debemos demostrar de forma continuada que nos merecemos el lugar, que estamos a la altura de la sempiterna primera opción: la del hombre blanco. El centro alrededor del que giran el sol y las decisiones.

Y es que esta no es una batalla de argumentos (una pintura de María puede ser igual de buena que una de Juan, y un servicio de Mahmoud igual que uno de Miguel), sino una batalla de percepciones.

La percepción es ese proceso mental mediante el que, a partir de la experiencia, seleccionamos, organizamos e interpretamos de manera lógica o significativa la información que nos llega. O, dicho de otro modo, es ese proceso según el que seleccionamos a partir de lo conocido, lo distorsionamos hasta adaptarlo a nuestras creencias, y nos lo guardamos en el disco duro colocando la etiqueta de “realidad”.

Y la “realidad” en las Artes parece decirnos que los hombres son mejores artistas que las mujeres. Porque la experiencia nos dice que esto es así. Mírese si no los resultados de algunos de los reconocimientos más destacados:

  • Los Nobel, por ejemplo, nos dicen que las mujeres somos peores en Literatura (15 galardones de 116).
  • Y el premio Cervantes lo corrobora (5 mujeres entre un total de 45 premiados).
  • Los Princesa de Asturias señalan que las mujeres tenemos amplio espacio para la mejora en las Letras (6 ediciones con nombres femeninos de un total de 40) y en la categoría de las Artes, otro tanto (5 de 40).
  • En Poesía, de 48 premios con dotaciones a partir de 5.000 euros entre 1923 y 2016, solo el 17% fueron para mujeres y 414 de estos concursos ni siquiera contaron con presencia femenina en sus jurados.
  • Los Oscar no reconocen nuestro Cine (1 mujer tras la Mejor Dirección en 92 ediciones).
  • Y los premios Max de las Artes Escénicas, en 22 años, solo han reconocido en 2 ocasiones a mujeres por la Mejor Dirección.
  • El Museo del Prado, que exhibe y guarda en torno a 8.000 obras, desde su creación hace 201 años, solo ha adquirido obra de 53 pintoras: 4 de ellas tan excelsas que se encuentran hoy día expuestas.
  • Y en la Música, un estudio de Ticketea (2016) desveló que el 77% de los conciertos que se celebran en España son íntegramente masculinos y que en los festivales, solo 1 de cada 6 artistas para un gran evento es mujer.

Demasiado a menudo se echa mano de la Historia o del mantra “no hay mujeres” o “esta edición no…” para explicar esta hiriente desproporción. Pero la realidad (esta vez sin comillas y libre de cualquier percepción) es que las mujeres hemos creado desde siempre, porque crear es una actividad intrínsecamente humana. Es el reconocimiento a nuestras creaciones lo que no llega.

Es sabido que tras la palabra “anónimo” hay una legión de corazones femeninos con ganas de brotar, como sabemos que fueron muchas las creadoras que solo al amparo de un seudónimo (masculino, por supuesto), encontraron el modo de compartir su obra con el mundo. Un mundo que —recordemos las percepciones— encontraba la obra merecedora de la luz si provenía de un autor y la de la sombra si lo hacía de una autora. Con el permiso de Auguste, sencillamente ridículo.

Aunque lo que en realidad resulta sencillamente ridículo, es estar en 2020 poniendo el dedo sobre una llaga que ya es cicatriz y contando nombres con los dedos de las manos, o recordando la necesidad de que las mujeres poblemos jurados, escenas, comités, premios, exposiciones y conciertos, y de que nuestras obras se disfruten y reconozcan sin prejuicios. Así de libre debiera ser la vivencia del arte, que no es otra cosa que la más elevada manifestación (también) de nuestra humanidad.

(La imagen empleada para ilustrar este artículo en el apartado «imagen destacada», titulada «Munich – Two young women drawing» es de Jorge Royan)

El win-win de la igualdad

julio 7, 2020 en Doce Miradas

De cuando en cuando, llegan propuestas a Doce Miradas para intervenir en algún medio de comunicación o en algún foro relacionado con el feminismo. Hace ya más de un año nos propusieron participar en unas jornadas de transformación empresarial bajo el epígrafe El valor de la igualdad en las organizaciones. Me llamó la atención porque esa brisa llevaba un tiempo agitándome, ya que se ha convertido en habitual buscar, investigar y destacar los múltiples beneficios de la igualdad para las empresas en noticias de los medios de comunicación y en los títulos de jornadas y conferencias. Como si hiciera falta.

Deia.

La atracción del talento femenino, clave para crear valor y riqueza
La igualdad como oportunidad de crecimiento en las empresas
Las empresas deben feminizarse para no quedarse atrás
Contratar a mujeres aumenta la rentabilidad de las empresas

Foto de Christina Morillo en Pexels

Hay infinidad de ejemplos. A priori parece que estemos de enhorabuena. Como mujer y como feminista debería celebrarlo y sin embargo creo que hay razones para una reflexión crítica:

  • ¿No debería ser la justicia social el principal motivo?

Las empresas deberían contratar mujeres y fomentar el liderazgo femenino y el acceso a puestos directivos por una cuestión de justicia social, de derechos humanos. Somos la mitad de la población y tenemos derecho a ello. Porque sí. Por existir. Por ser la mitad de la humanidad. Es así de sencillo, pero parece no bastar. No es suficiente y se siguen buscando otros argumentos que nos avalen. El principal, por lo visto, es el hallazgo de que somos rentables. Según la OIT, Organización Internacional del Trabajo, 3 de cada 4 empresas que promovieron la presencia de mujeres en cargos directivos registraron un aumento de sus beneficios del 5% al 20% (a partir de encuestas a 13.000 compañías de 70 países).

  • Nos atribuyen cualidades, competencias y habilidades por el hecho de ser mujeres

El feminismo siempre ha luchado por romper con los estereotipos y roles de género. Sin embargo, parece que aceptamos de buen grado que esta puerta al mundo empresarial se nos abra por cuestiones como ser más empáticas, flexibles, innovadoras, mejores comunicadoras, eficaces mediadoras, más preocupadas por integrar a todo el mundo y contribuir a un mejor clima en los equipos… ¿Estamos dispuestas a aceptar que somos así por haber nacido mujeres? ¿Nos interesa ensalzar esas posibles habilidades que se nos atribuyen, desarrolladas muy probablemente por haber sido socializadas según el género femenino, ese constructo sociocultural que rechazamos? 

  • Si dejan de creer que somos rentables, ¿nos envían de vuelta a casa?

Hasta el Fondo Monetario Internacional ha hecho declaraciones sobre lo que subiría el PIB si aumentase la igualdad entre géneros. Con motivo del 8 de Marzo de 2019, Christine Lagarde afirmó que según estudios del FMI si el empleo de las mujeres se equiparara al de los hombres las economías serían más resilientes y el crecimiento económico sería mayor. Añadió además que, para los países situados en la mitad inferior de la muestra en cuanto a desigualdad, cerrar la brecha de género en el empleo podría incrementar el PIB un 35% de promedio. Dado que el principal motivo para buscar la igualdad por parte de los países y las empresas parece ser el económico, ¿qué pasaría si cambian las tornas y dejáramos de ser rentables o de ser percibidas como tales?

  • Seguimos estando a prueba, bajo escrutinio

En cuanto a nuestra condición de mujeres, seguimos sometidas a examen, tanto en lo que se refiere al desempeño laboral como al liderazgo femenino en cualquier ámbito. Lo hemos visto recientemente en el terreno político. La aplaudida gestión de la crisis por parte de las dirigentes de Nueva Zelanda, Taiwan, Islandia, Finlandia, Noruega, Alemania… se ha transformado en una búsqueda de las esencias de ser mujer para explicar sus éxitos: cuidadoras, prácticas, comunicadoras, etc. Encuentro peligroso que siga existiendo la tendencia a atribuir tanto los éxitos como los fracasos a nuestra condición de mujeres. Los hombres sin embargo triunfan y fracasan como individuos, no se les juzga como género porque su validez está fuera de toda discusión. No así la nuestra.

Es bueno que todas las partes ganen. Nada que objetar al tan de moda win-win pero sería más gratificante que el motor de este cambio fuera la justicia social en lugar de tener que presentar el aval de la rentabilidad para ‘animar’ a los líderes empresariales y agentes sociales a avanzar en la igualdad. Además, hay algo muy irritante en que con frecuencia seamos nosotras mismas, mujeres feministas, quienes lo pregonemos. No digo que haya que renunciar a jugar esa carta favorable para lograr nuestros objetivos, pero sí que primemos y no olvidemos que, por encima de todas, la carta principal es la de la justicia social.

Puestas a ser pragmáticas, insuperable Diane Lockhart con este consejo a Alicia Florrick en la serie The Good Wife a propósito de los motivos que le llevaron a ser socia de la firma de abogados y que ya traje a colación en uno de mis primeros posts:

“¿Sabes por qué me hicieron socia? Jonas Stern fue demandado por acoso sexual y necesitaba mostrar que tenía una socia en sus filas. Nada más. Cuando la puerta a la que has estado llamando por fin se abre, no preguntas por qué, entras. Así de simple.”

Cuestionable su pragmatismo, sin duda, pero tal vez necesario para ocupar una posición de poder desde la que defender después ideales y principios.

“Calling-out” vs. “Calling-in”: Cuando la cultura de la fulgurante denuncia retórica se convierte en falso activismo

junio 30, 2020 en Doce Miradas

Call – OUT

Quiero referirme a un fenómeno, que, como tantos otros, tiene un nombre en inglés para el que no encuentro un buen equivalente en castellano. Creo que enseguida lo reconoceréis.

En inglés se llama  “call-out culture” a esa práctica de denunciar de manera acusatoria, pública y personal una expresión (o un hecho) de machismo, racismo, homofobia, transfobia, (xenofobia, clasismo, habilismo etc etc… la lista es tan larga como las opresiones que existen). Este fenómeno abunda especialmente en las redes sociales, lugar virtual poco dado a la reflexión y más bien limitado a conseguir shares y likes. Es especialmente delicioso cuando se trata de tumbar a las personas famosas, incluso por un tweet de hace 10 años. También es observable y extrapolable a nivel de calle, en según qué conversaciones, asambleas, jornadas, y demás ocasiones donde demostrar nuestra pureza ideológica necesita del montaje de un juicio público sobre la pureza del otro, con su consiguiente castigo popular – y, a ser posible, con el máximo brío retórico de un buen “zasca”.

Y, sí, en general esta cultura, esencialmente performativa, viene del mundo progre. Sí, con frecuencia viene de nuestras propias filas.

Pero antes de continuar, una advertencia:

La práctica (que no la performance) de la denuncia desde sectores realmente oprimidos ha de protegerse.  Ni se puede silenciar, ni se puede exigir que module el “tono” para que no incomode.  A la rabia, la impotencia, el agotamiento y la opresión no se le pueden exigir “modales” para ser escuchados. La posición condescendiente de “te escucho, pero dímelo bien” no es más que otra táctica paternalista de demostración de poder, de dejar las posiciones bien claras antes de hablar y así dominar la conversación.

Consecuencias a tener en cuenta del calling-out excesivo y sin reflexión

1. Agotamiento de la práctica. Cuanto más abunda el fenómeno, menos impacto tiene. Considera reservar tus ansias con el fin de proteger la práctica del call-out para quien realmente la necesita como herramienta.

2. No estás siendo necesariamente una aliada/o. Gente privilegiada denunciando a otra gente privilegiada no es siempre la mejor manera de ser aliada cuando se hace de manera agresiva, superflua y retórica — ver punto 3. Para eso hay otras estrategias de comunicación entre “pares” donde tu voz servirá mejor a tu objetivo (ver abajo opción calling-in)

3. Corte tajante del diálogo. Después de un call-out, ya no hay excusas ni disculpas que valgan. Y si las hay, serán nuevamente analizadas con lupa por si pueden merecer un recall-out. Fin de la discusión. Por tanto, se pierde una oportunidad de aprendizaje, tanto de quien ha “perpetrado” el error, como para el público. Pero hablemos con franqueza, el objetivo de un contundente call-out no suele ser provocar a la reflexión (y consiguiente concienciación sobre el asunto,  incluso reparación del daño), sino, como ya he dicho, para humillar al receptor/a y quedar como super aliado/a chachi. La “víctima” se marchará con la cola entre las piernas, muy probablemente más machista, racista, LGTBiQfóbica etc que antes.

3.  Alienación del receptor/a. De manera similar al punto anterior, calling out significa que tu estás “in” (dentro) y la otra persona está “out” (fuera). A veces, entre grupos de activismo y justicia social, se erige una competencia interna por demostrar el dominio de las temáticas, por polemizar más que analizar. No creo que esa sea la forma de cuidarnos en la lucha que, ya de por sí, desgasta a todas.  Al contrario, no avanzaremos como colectivo si no nos permitimos explorar nuestros puntos de vista junt@s, dialogando y reflexionando.  Todavía recuerdo la frustración de las profesoras del Máster en estudios de género ante el silencio generalizado cuando planteaban debates en clase. Nadie se atrevía a hablar por miedo a ser acusada de alguna “barbaridad” y acabar “out” – fuera del grupo, indigna del “carnet” de feminista.

4. Idealización de posturas reaccionarias. Desvalorizado el pensamiento crítico, se alza el valor fascista y reaccionario, disfrazando así el verdadero machismo, LGBTQi-fobia, racismo de “valentía” ante las “guerras culturales de la izquierda sensiblera”.   “Digo las cosas como son, aunque sea políticamente incorrecto”. Esta estrategia está diseñada para provocar notoriedad, clicks, y escándalo — y a la vez arengar y unir a las clases privilegiadas alrededor de una supuesta superioridad anti-intelectual.


Traducción propia de la cuenta de Twitter de @anne_theriault




Call-IN

¿Queremos reproducir actitudes punitivistas, patriarcales, y maniqueas desde el feminismo? ¿Impunidad y castigo son las únicas dos alternativas?

A cualquiera nos viene muy bien un buen jarro de agua fría de vez en cuando, pero para que nos haga pensar y, en última instancia, cambiar nuestra actitud. No para silenciarnos.

Calling-in puede ser una alternativa para abordar el asunto de manera privada, sin espectáculo público, con intención de mejorar. Cada una podemos valorar cómo. Con empatía, humor, creatividad y cuidado. Podemos hacer una reflexión interna, reconociendo que tod@s estamos sujetos a prejuicios, estereotipos y rumores, y que no somos mejores. No argumentar desde la condescendencia.

Es una manera de reconocer que las personas no somos unidimensionales en lo individual ni los colectivos monolíticos en su totalidad. Sabemos que existen múltiples experiencias en el tiempo y en los contextos. Agradezco que lo que pienso hoy no es lo mismo que hace diez años, y espero que, en otros diez (o mañana mismo) también cambie mis opiniones. Las organizaciones, los movimientos por la justicia social, también están en constante análisis, descubrimiento, y cambio. Ese es el reto del pensamiento crítico.

Calling in no siempre será posible, especialmente para las personas oprimidas, que suficiente desgaste tienen con el día a día y no tienen la responsabilidad por defecto de “educarnos”. Si lo hacen, será un gesto “extra” que deberemos valorar.

Os dejo un ejemplo: El obispo de Mallorca se reúne con Sonia Vivas por la polémica sobre Juníper Serra

… y una cita* de Angela Davis:

“Hay que ir por otros derroteros, contextualizar de dónde vienen las violencias y tener claro a dónde llevan las dinámicas punitivistas”

*Del artículo Pensar juntas para definir la justicia feminista, de Ter García en Pikara Magazine, cuya lectura recomiendo para que, salvando las distancias, podamos aplicar una actitud similar al asunto del calling-out punitivo

El teletrabajo: el trabajo a domicilio, viejo –y actual– conocido de las mujeres

junio 9, 2020 en Doce Miradas

El trabajo a domicilio, con tal denominación, ha sido bien conocido en nuestro entorno socioeconómico en tiempos pasados y se ha utilizado con frecuencia para prestar servicios, notablemente por las mujeres. De esta manera se cubrían varias finalidades, que muchas recordamos por haberlo así escuchado a nuestras madres, tías o abuelas: la empresa recibía el trabajo, la persona trabajadora percibía una remuneración –más bien escasa, ciertamente–, siendo mujer, no tenía que salir de su hogar ni quedar “expuesta”, por tanto, a los “peligros” del mundo exterior y, en un porcentaje relevante, evitaba también la “deshonra” de trabajar por cuenta ajena en un taller o fábrica.

No sabría decir desde cuándo se conoce esta modalidad de trabajo, pero en este país lo cierto es que ya se regulaba en la vieja y franquista Ley de Contrato de Trabajo de 1942, que le dedicaba un título entero. Ahora, el vigente Estatuto de los Trabajadores, en la redacción dada por la reforma laboral de 2012, solo le dedica su artículo 13, que además es muy escueto. Seguramente esta escasa regulación tiene que ver con la poca utilización de esta forma de trabajo en los últimos tiempos.

Ahora bien, es claro que su presencia se ha ido incrementando poco a poco, a medida que lo iban permitiendo los avances tecnológicos, y que muchos trabajos podían prestarse desde el domicilio –o desde donde la persona trabajadora lo quiera– utilizando los medios telemáticos cada vez más presentes, siendo el “teletrabajo” este trabajo “a distancia” con la utilización de tales medios tecnológicos. Y, con tal proliferación, ya se echaba de menos una regulación más completa de sus peculiaridades, que no son pocas, tanto en la ley como en los convenios colectivos.

Y no es baladí pretender una más detallada regulación, teniendo en cuenta que, como luego veremos, este tipo de trabajo concierne mayormente a las mujeres y que, ya cuando en 2012 se reformó este tema, en el Preámbulo de la norma se apelaba, entre otras razones, al deseo de “incrementar las oportunidades de empleo y optimizar la relación entre tiempo de trabajo y vida personal y familiar”. Loable finalidad, desde luego, pero muy errada si no se utiliza en igual medida por los hombres.

Y en estas estábamos, teletrabajando más bien poco, la verdad –pese a ser un medio interesante para conciliar vida familiar y laboral de todas las personas–, cuando se produjo la situación de alerta sanitaria y la declaración del estado de alarma y consiguiente confinamiento general de la población. Y el teletrabajo se ha erigido en una vía de solución que ha permitido a muchísimas personas prestar sus servicios desde su domicilio y, sobre todo, a muchas empresas recibirlos. ¡El gran descubrimiento! Resulta que podíamos trabajar sin movernos de casa.

Claro que no se puede negar que el trabajo a distancia es un instrumento útil en aras de aquel fin de la conciliación de la vida familiar y laboral, pero, ojo, pues su generalización definitiva –no solo en situación de emergencia– precisará una normativa clara de mínimos para una protección suficiente y eficaz de las personas que presten así sus servicios, lo que la normativa española actual no garantiza.

Sin olvidar –y esto es lo que más me interesa reseñar– que en gran parte del mundo el trabajo a domicilio sigue siendo lo que era: un espacio difícil para la igualdad, la libertad y la plenitud de derecho. Sin olvidar tampoco que no todo el trabajo a domicilio es “teletrabajo” o trabajo telemático, sino que, en muchas ocasiones –las más, en el planeta– se trata de servicios manuales reservados a las personas más vulnerables.

En tal sentido, hemos de recordar que el pasado 11 de marzo, la Oficina Internacional del Trabajo de la OIT hizo público el Informe de la Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones –CEACR–, en el que, entre otras muchas y trascendentales cuestiones, se abordaba también el trabajo a domicilio. Hemos de recordar que en esta materia la OIT ha dictado su Convenio número 177, del año 1996, con entrada en vigor el 22 de abril de 2000 –desde entonces han cambiado mucho las circunstancias– y la Recomendación número 184, si bien muy lamentablemente el convenio en cuestión solo ha sido ratificado por diez de los 187 Estados miembros, siendo España uno de los que no lo ha hecho.

De este recentísimo Informe de la CEACR son de destacar ahora las siguientes consideraciones: la constatación de que, si bien el trabajo a domicilio se ha considerado durante mucho tiempo una forma “anticuada y preindustrial de trabajo”, actualmente se defiende “como sinónimo de nuevos modelos de negocio y de espíritu empresarial”, en el que tendría cabida el trabajo on line en plataformas digitales”; que esta modalidad de prestación laboral es la principal fuente de un gran número de trabajadores de todo el mundo y que es, en gran parte de los casos, un trabajo “informal” e “invisible”, ya que se presta por colectivos especialmente vulnerables como migrantes y personas –mujeres– con responsabilidades familiares o con discapacidad. En pocas palabras, la idea “moderna” del teletrabajo no debe hacernos olvidar en ningún momento “los difíciles asuntos y problemas planteados por las formas de trabajo a domicilio más conocidas y tradicionales”, que aún perviven en muchas partes del planeta.

Muy especialmente, el Informe reseñado expresa que no debe olvidarse la importancia del trabajo femenino en este ámbito, “una dimensión de género muy marcada” , pues “la mayoría de los trabajadores a domicilio son mujeres, muchas de las cuales no han podido acceder a un empleo regular debido a sus responsabilidades familiares o a la falta de competencias, o han optado por trabajar desde su domicilio debido a normas culturales y sociales. El trabajo a domicilio se concentra en la economía informal, donde también prevalecen las mujeres”.

Y en este plano no debe tampoco olvidarse que, pese a los aspectos positivos del trabajo a domicilio desde el punto de vista empresarial –reducción de costes y mejora de la productividad, entre otros–, existe una enorme inseguridad jurídica para muchas personas trabajadoras del planeta y que el Convenio de la OIT antes mencionado, con ese tan bajo número de ratificaciones, no obtuvo el apoyo de los empresarios ni de muchos gobiernos, que entendieron que someter este tipo de trabajo a una estricta regulación afectaría a la “flexibilidad” buscada.

Y es que esta “flexibilidad” no resultaría compatible, en los términos pretendidos por algunos, con algunos elementos trascendentales: de un lado, con la auténtica naturaleza jurídica del trabajo a domicilio –auténtico trabajo por cuenta ajena cuando se produzca con todas las características que para tal calificación se dan en el trabajo “a presencia”–; de otro lado, con la garantía de salario mínimo también para el trabajo a domicilio; de otro, con la aplicación de “los mismos derechos, garantizados por la legislación y los convenios colectivos aplicables que los trabajadores comparables que trabajan en los locales de la empresa”, incluida la limitación de la carga de trabajo; con el reconocimiento del derecho al respeto por parte del empleador de la vida privada de la persona trabajadora; con la necesidad de adoptar medidas para garantizar plenitud de derechos a las personas que presten su trabajo a distancia, entre las que se hallan las necesarias para prevenir y evitar el aislamiento de la persona que así preste sus servicios y asegurar el mantenimiento de las relaciones con el resto de la plantilla y el acceso a la información de la empresa.

Volviendo al inicio –que es como se termina todo siempre o casi siempre–: ha regresado el trabajo a domicilio y lo ha hecho con fuerza –al menos en estos concretos momentos en nuestro entorno–, en tanto que se mantiene como siempre en muchos lugares del planeta, lo que exige subrayar una vez más tanto las ventajas como los graves problemas de esta modalidad de prestación del trabajo. De un lado, es, ciertamente, una muy buena alternativa en la práctica para personas con dificultades de movilidad y desplazamiento hasta un centro de trabajo –personas trabajadoras de edad, con discapacidad y aisladas que viven en zonas rurales, por ejemplo–. Pero, de otro lado, quienes trabajan a domicilio carecen, en muchos casos, de reconocimiento y de visibilidad, tratándose de un trabajo sumamente feminizado, particularmente en el sector manufacturero. Y muchas trabajadoras están en situación de gran vulnerabilidad debido a su situación migratoria, sus responsabilidades familiares o la discriminación, razones por las que optan por trabajar a domicilio, por tratarse de un trabajo invisible y, en gran parte, en la economía “informal”, a lo que se añade la falta de contacto con otros colegas, pues rara vez están sindicadas y casi siempre tienen extraordinarias dificultades para canalizar sus pretensiones y luchar por sus derechos.

Cumplimos siete años

mayo 26, 2020 en Doce Miradas

Este próximo jueves 28 de mayo se cumplen siete años, ¡sí, siete años!, desde que lanzamos nuestro primer post al ciberespacio. En esta ocasión, y en circunstancias excepcionales, enfocamos la celebración de una forma diferente.

Este año no habrá celebraciones presenciales, no habrá una convocatoria para vernos en un lugar y a una hora determinada, no prepararemos dinámicas, ni mesas redondas, ni montaremos el photocall para inmortalizar momentos memorables como lo hemos hecho durante todo este tiempo. Lo que sí vamos a hacer es seguir celebrando estos siete años de vida en los que hemos aprendido, hemos evolucionado y hemos querido aportar al debate amplio y heterogéneo del feminismo.

Queremos celebrar este séptimo aniversario contigo y, además, queremos darte las gracias porque cada una de vosotras y de vosotros sois nuestra mirada número trece. Para hacerlo, hemos elaborado este vídeo colaborativo, como es la esencia de Doce Miradas.

Queremos hacer de este aniversario algo muy abierto, así que si te apetece sumarte a la celebración, envíanos un tuit con el hashtag #DM7urte. Y, rizando el rizo, ¿te animarías a grabarte un breve vídeo (menos de 1 minuto) y compartirlo desde tu cuenta con el mismo hashtag? Si no tienes cuenta de Twitter, o prefieres que lo publiquemos nosotras, puedes enviarlo al  correo electrónico info@docemiradas.net.

Te proponemos tres preguntas para que puedas redactar tu tuit o grabar tu vídeo:

  • ¿Por qué Doce Miradas tiene sentido 7 años más tarde?
  • ¿Qué te gusta de Doce Miradas?
  • ¿Qué le pedirías a Doce Miradas?

Y tanto si te animas como si no, gracias por estar cerca en este tiempo.

Libertad, igualdad, sororidad

mayo 19, 2020 en Doce Miradas

Emosío engañada

Cuando en la escuela, el instituto o la universidad nos tocó estudiar la Revolución Francesa, nos familiarizamos con esa frase, “Libertad, igualdad, fraternidad”, que fue creada entonces y que es hoy el lema oficial de la República Francesa.

Yo creí entonces y lo seguí creyendo durante muchos años que esos tres valores se predicaban también de nosotras, de las mujeres, que la Revolución Francesa también a nosotras nos hizo libres, iguales y hermanas. Pero no.  La libertad, la gualdad y la fraternidad eran valores masculinos.

Libertad, igualdad, virilidad

Así lo afirma al menos la filósofa francesa Olivia Gazalé en su libro El mito de la virilidad y añade que los actuales movimientos masculinistas, esos que añoran los viejos tiempos guerreros y denuncian una pérdida de los valores viriles nunca antes acaecida en la historia, en realidad están repitiendo un tópico que se ha reproducido casi de generación en generación.

La Revolución Francesa también se empapó de tintes virilistas, de un espíritu de recuperación de los viejos valores masculinos. En los años previos a 1789 la propaganda pro revolución se preocupaba por la pérdida de virilidad de los varones franceses y abominaba del hombre que se sometía a los caprichos del monarca y a las modas feminizantes y atildadas que decretaba Versalles. La coquetería había pervertido a los fieros guerreros de antaño.

Los portavoces de la Revolución pronto emplearon el sarcasmo contra el afeminamiento aristocrático. El diario revolucionario Le Père Duchesne se burlaba de la corte de Versalles, poblada de bufones remilgados y enclenques, de finas manos blancas, que murmuraban y comadreaban y se inclinaban ante el monarca, en vez de levantarse contra él: “Señores aristócratas, mequetrefes  que vestís mallas pegadas al cuerpo, grandes chorreras y escarapelitas: degustad tranquilamente vuestros confites y dejad en paz a los patriotas, fieros como dogos de largas patas y mandíbula de hierro, que os partirían en dos como a huesillos de pollo.”

En fin, que, mientras los cortesanos, con sus lenguas blandas y sus labios flácidos, relamen caramelos en salones femeninos y hablan en susurros, los patriotas ladran como perros, arengan y declaman a todo pulmón en los comités revolucionarios. El cortesano débil se opone al revolucionario hercúleo que clama por una regeneración, por un activismo masculino.

La referencia a Hércules no es casual, pues este héroe mítico se convierte en símbolo de la virilidad de la Revolución y la República: “La Revolución crea hércules, hombres extraordinarios, pues desarrolla y organiza las facultades viriles de la naturaleza humana.”, reza un panfleto parisino de 1791, citado por André Rauch en su libro Historia del primer sexo.

Y, en consecuencia, retroceso

Las grandes crisis de la historia no han solido ser beneficiosas para las mujeres y la Revolución Francesa no fue una excepción. Los jacobinos las declararon culpables de la degeneración masculina, a pesar de que habían desfilado codo con codo con los patriotas y habían fundado clubs y sociedades revolucionarias femeninas. En vano. Las devolvieron a sus hogares y las redujeron al silencio.

Así, en 1793, el gobierno disolvió todos los clubs femeninos y sociedades de mujeres, incluida la Sociedad de Ciudadanas Republicanas Revolucionarias, fundada por las activistas feministas Pauline Léon y Claire Lacombe.

Tras la Revolución, Francia vio crecer notablemente el analfabetismo femenino.

Incluso el papel de las mujeres en la Revolución Francesa quedó silenciado hasta los años sesenta del siglo XX, cuando se comenzaron a rescatar del olvido nombres como los de las dos feministas citadas y otros como Anne-Josèphe Théroigne de Méricourt, Sophie de CondorcetEtta Palm d’Aelders o la más conocida Olympe de Gouges.

Ese fraternal masculino plural

Por mucho que Immanuel Kant proclamara que el espíritu de la Ilustración había elevado a la humanidad a mayores grados de madurez, esa humanidad a la que aludía Kant era una humanidad incompleta, con una mitad amputada; una humanidad hemipléjica, dice Olivia Gazalé en el libro citado.

El universal abstracto “todos los hombres”, ese masculino plural que es el sujeto de la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789, es un universal masculino y nada más que masculino, tan puramente masculino como el frater (‘hermano varón’) del latín, de donde proviene fraternidad, en oposición a soror (‘hermana’), de donde proviene sororidad, palabra que en francés, sororité, ya fue utilizada en 1546 por Rabelais en El tercer libro de Pantagruel.

Si los redactores de la Declaración hubieran actuado con exactitud y justicia, al artículo 1, «Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos», deberían haberle añadido: “Las mujeres, en cambio, están excluidas de estos derechos”. Porque lo estaban en realidad. En teoría y en la práctica. Pero ni siquiera se molestaron en explicitarlo.

Las mujeres fueron obligadas al silencio y a la docilidad y recluidas de nuevo en sus casas y en sus cocinas. Algunas se atrevieron a salir a la calle y alzar su voz, como la temeraria y ya citada Olympe de Gouges, que tuvo incluso la osadía de rerredactar la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano para convertirla en Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana y acabó decapitada en la plaza pública.

En el espíritu revolucionario, la palabra hombre, con la que pretendían transcender toda diferencia, solo designa al género masculino; un género superior, llamado naturalmente a la dominación, al igual que la mujer es llamada a la subordinación.

La Revolución trajo consigo la restauración de la virilidad triunfal.

El caos

Tanto Olivia Gazalé como Susan Faludi en su libro Reacción apuntan a un patrón que se ha repetido a lo largo de la historia de Occidente: crisis de la virilidad -> gran crisis global -> retroceso en las conquistas femeninas.

En estos tiempos del neomachismo, de los Angry White Men, del supremacismo masculinista y de los grandes líderes mundiales testosterónicos, llega una crisis sanitaria global que nos deja en estado de shock y, como nos recuerda Julen Iturbe al citar a Naomi Klein, y también nos recordó en su momento María Puente a propósito del apocalipsis zombi, he ahí la ocasión  perfecta para el recorte de derechos y el regreso a pretendidos valores y principios “naturales”.

Es el momento, pues, de permanecer atentas, vigilantes, y no permitir ni un paso atrás.

Coronavirus, colonialismo y racismo

mayo 12, 2020 en Doce Miradas

En este período de emergencia sanitaria provocada por la Covid-19 se están visibilizando, también, muchas prácticas y discursos racistas, que si bien no son novedad para las personas racializadas, están teniendo un impacto mucho mayor en este contexto de vulnerabilidad extrema para ellas.

Me gustaría traer a colación un hecho relacionado con dichas prácticas y discursos. El 2 de abril en una intervención televisiva en el canal francés LCI, dos médicos franceses, los profesores Jean-Paul Mira, jefe de reanimación en el Hospital Cochin de París y Camille Locht, director de investigación en el INSERM – Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica – mantienen una conversación sobre la pandemia y plantean la posibilidad de realizar en África ensayos de la vacuna contra el coronavirus.

«Si puedo ser provocativo, ¿no debería hacerse este estudio en África, donde no hay mascarillas, ni tratamientos, ni reanimación? Un poco como se hace para algunos estudios sobre el sida o con las prostitutas; se prueban cosas porque sabemos que están muy expuestas y que no se protegen.

El profesor Camille Locht le da la razón y añade que están “pensando en paralelo sobre un estudio en África”. Cabe señalar que en la fecha en que conversaban esos médicos, África sólo tenía el 1% de personas infectadas por Covid-19 en el mundo. Por lo tanto, la propuesta no se justifica por el número de contagios; es más bien, una manifestación más de unas prácticas instaladas de desprecio a la dignidad de las personas africanas.

Indignación

En cuanto se viralizó el video de esta conversación, la indignación recorrió las redes. ¡No era para menos!

La OMS, a través de su director, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, se sumó a la repulsa de tal propuesta, calificándola de “racista y propia de una mentalidad colonial”.

Y ese es el verdadero motivo de la indignación: el desprecio a la dignidad y vida de las poblaciones africanas planteando disponer de ellas para experimentos médicos. Es la normalidad asumida en mentalidades racistas y coloniales de que algunas vidas valen menos y si se tercia la ocasión, pueden ser utilizadas para proteger las vidas que sí valen.

Es importante recalcar, que lo que se rechaza y condena, no son las pruebas en sí; porque como potenciales enfermas, las personas africanas también debemos participar de forma equitativa y solidaria al avance de la medicina a través de la investigación, siempre y cuando nos beneficie en los mismos términos de equidad y solidaridad. Desgraciadamente, África no está disfrutando en las mismas condiciones de las ventajas del desarrollo médico.

África lleva siendo, desde la colonización, la cobaya histórica de Occidente. Se han realizado pruebas médicas en el continente, saltándose, a veces, olímpicamente, la ética médica. Como ejemplos podemos mencionar los siguientes: el caso de las prostitutas a las que se refiere el profesor Jean-Paul Mira y el de los niños en Nigeria.

Entre julio de 2004 y enero de 2005 la asociación Family Health International, por cuenta del laboratorio estadounidense Gilead Sciences, experimenta sobre 400 prostitutas camerunesas el antiviral Tenofovir, medicamento para prevenir la transmisión del VIH. “Las voluntarias”, muchas veces analfabetas y francófonas recibieron una información escrita en inglés. Algunas mujeres pensaban que les administraban vacunas. Graves faltas éticas fueron denunciadas y las pruebas clínicas interrumpidas. No se sabe cómo quedaron ellas.

En agosto de 2001, problemas similares derivaron en una demanda judicial, que terminó con un acuerdo extrajudicial con indemnización. Una treintena de familias nigerianas del estado de Kano denunciaron al laboratorio estadounidense Pfizzer a causa del test del Trovan, un antibiótico destinado a combatir la meningitis. El estudio fue realizado en 1996 en ocasión de una epidemia de meningitis: sobre un total de 200 niños/as, once fallecieron, mientras que otras/os quedaron con graves secuelas cerebrales y motrices. No se pidió formalmente la opinión de las autoridades de Nigeria ni del comité de ética sobre la información dada a las familias participantes y sobre su consentimiento.

También resulta que muchas pruebas que se practican en África no responden a patologías locales o las poblaciones africanas no tienen los medios económicos para adquirir los costosos tratamientos resultantes por ausencia de un sistema de reembolso o gratuidad de esos medicamentos. El caso de la malaria, que es la enfermedad que mata con mayor frecuencia en África, es ilustrativo al respecto.

Queda claro que a algunos laboratorios farmacéuticos les resulta muy barato, rápido y sin complicaciones administrativas -la corrupción lo facilita- realizar ensayos médicos en África con poco respeto a las normas éticas en vigor. Si esos dos médicos se atreven a decirlo en un programa televisivo, es que esas prácticas racistas y coloniales son estructurales y son reflejo de unas relaciones internacionales de poder donde los países del Norte explotan los países del Sur. Tanto los recursos naturales como las vidas de los pueblos colonizados sirven para nutrir el Norte.

La ética en el desarrollo de nuevos medicamentos por parte de la industria farmacéutica occidental que utiliza a África como laboratorio a cielo abierto para pruebas y a las africanas/os como cobayas es el argumento de El jardinero fiel/The constant gardener (2005), una adaptación cinematográfica de la novela homónima de John Le Carré (2001) dirigida por Fernando Meirelles.

Impacto de estas prácticas sobre las mujeres africanas

Las mujeres, doblemente, como personas que necesitan cuidados médicos y en calidad de cuidadoras de las personas enfermas son, evidentemente, las que resultan más damnificadas por estas prácticas poco éticas.

Considerando que las mujeres son más pobres que los hombres, tienen las tasas de alfabetización más bajas y la responsabilidad social del cuidado, podemos intuir la magnitud del impacto sobre ellas. Esos determinantes sociales de la salud tienen efectos nefastos tanto a nivel físico como emocional. Además, las mujeres están sobre-expuestas a estas prácticas porque son las que más trato tienen con los servicios sanitarios. Por una parte, por razones biológicas de reproducción humana – embarazo, parto, lactancia – y por otra por razones sociales de responsabilidad del cuidado de las personas enfermas. En este contexto, la intersección de los factores biológicos, sociales y económicos, a saber – maternidad, triple jornada, pobreza, analfabetismo, – convierten a las mujeres en el colectivo y la vía más asequibles para perpetrar estas prácticas deshumanizantes. Es aprovecharse de la situación de vulnerabilidad y de su capacidad de dar y cuidar la vida para arrebatar vidas de personas que se consideran menos humanas.

Sin embargo, los pueblos africanos ya no están dispuestos a seguir padeciendo ese saqueo y deshumanización que ya ha durado demasiado.

Las Diosas de cada mujer

abril 28, 2020 en Doce Miradas

“Una idea es como un virus. Resistente. Altamente contagiosa. Y el germen más insignificante de una idea puede desarrollarse o destruirte. Un pensamiento sencillo y diminuto que lo cambia todo”

Extracto de la película “Origen”

El feminismo implica y afecta a toda la Humanidad. Es necesario dotarle de un espacio de crítica que contabilice y visibilice los errores pero también de aportar energía esperanzadora que sume, haga recuento una y otra vez de los pasos alcanzados y que vaya creando otros nuevos.

Y eso es posible construirlo a través del sentimiento colectivo de unión y fuerza. Estos días de confinamiento, pueden ser una oportunidad para alimentar la segunda de ellas: La FUERZA.

Hay personas que se crecen ante los desafíos, y otras que necesitan de apoyos ante los retos.

Estos días muchas mujeres sienten la necesidad de elaborar estrategias que les preparen para la acción futura y buscan herramientas con las que fortalecerse sin necesidad de hacer ruido, trabajando su mundo interno para multiplicar y autoabastecerse de energía degustando el sabor de la introspección.

Parecen escondidas, autómatas que no hablan demasiado, trabajan o teletrabajan y están como ausentes. Pues bien, seguramente estas mujeres están labrando un nuevo futuro, renaciendo en primavera como renacen los campos, dedicándose tiempo para recomponer todo lo que la vorágine diaria de la vida frenética sustrae.

Si te reconoces en ellas, enhorabuena, esta sociedad te necesita imperiosamente. Si te reconoces entre las que se sienten perdidas en estos días raros, en off, y ni el ejercicio, la meditación, el yoga, hacer pan ni las terapias que circulan por internet o rezar te funcionan, este post te interesa.

Hay algunas cosas sencillas que activan el potencial interior y son compatibles con otras tareas porque solo se necesita utilizar la mente. Es importante hacerlas con cierta constancia para generar hábito y asentarlas. Veamos cuatro que nos quepan en este post:

Primera:

Imaginar: Visionar el mundo en el que te gustaría vivir. En el mundo empresarial en lo primero en que se fija la atención es en definir la Visión junto a la Misión y Valores. La imaginación es infinita, alberga todas las posibilidades y permite sonreir hasta en el peor de los casos, porque tiene la capacidad de transformarlo todo en la mente. Da igual cuál sea tu situación. Cuanto peor estés, más eficaz resulta. Mientras imaginas, siente que eso que ves se hace realidad. Sé ambiciosa, no te conformes, es el momento de visualizar hasta lo que te parece imposible.

Herramienta: Un poco de tiempo para ti, intimidad y liberar la mente. Si dispones de algo más de tiempo puedes utiliza el arte. Puede ser inspiradora y de gran utilidad la lectura.

En el libro “Las Diosas de cada mujer”* la autora Jean Shinoda Bolen enumera siete: Artemisa (Diana), Diosa de la caza y de la luna; Atenea (Minerva), Diosa de la sabiduría y de la artesanía; Hestia (Vesta), Diosa del hogar y de los templos; Hera (Juno), Diosa del matrimonio; Deméter (Ceres), Diosa de las cosechas; Perséfone (Proserpina), doncella y reina del mundo subterráneo; y Afrodita (Venus), la Diosa del amor y la belleza.

De la portada del libro «Las diosas de cada mujer»

Identifica la dominante de todas las activas en ti, decide a quién alimentar y a cuál de ellas mantener limitada. Imagina cuáles serían sus zapatos si vivieran hoy y súbete a ellos a partir de ahora cada vez que salgas a la calle, cuando todo vuelva a la normalidad. Pisa bien fuerte, sin invadir a nadie, no es necesario, tu presencia se irá empoderando a medida que lo practiques.

Identifica tu(s) diosa(s), inspírate y siente su fuerza en ti, libera la heroína que llevas dentro, siente el poder de todas las mujeres que te precedieron en tu línea de consanguinidad y que libraron mil batallas en las circunstancias que les tocó vivir, vive como si siempre estuvieras acompañada. Cuando te sientas abatida, pásales a ellas tu mochila y escucha, ellas sabrán qué hacer.

Segunda:

Pensar y hablar en positivo: Se trata de cambiar el tono y ver las cosas desde la perspectiva del cambio hacia lo positivo. Sí, sí, parece una obviedad pero intenta hacerlo todo el rato, no es tan fácil. Repitiendo en positivo se da forma a ideas que se transmiten y se van materializando. “Lo que pensamos, atraemos”. Crea en tu imaginación el mundo que quieres para ti, piensa en ello y vívelo mientras lo sueñes. Mientras estés ahí, las vibraciones invisibles que se emiten serán positivas y eso recibirán de ti los demás a través de las palabras que utilices y tu tono de voz. Generarás un clima de bienestar a tu alrededor. Ya estás mejorando tu entorno. Intenta sostenerlo todo lo que puedas a lo largo del día, de los días…

Herramienta: Tu voz y tus pensamientos. Cada vez que vayas a decir algo, asegúrate de que va a ser constructivo. Cada vez que pienses en algo, dótale de sentido. Imagina que los pensamientos fueran creando capas en la atmósfera. Imagina que los negativos, por su condición pesada taponaran el canal de entrada/salida y generasen contaminación en tu entorno. Eso respirarás y eso harás respirar a las personas que te rodeen. Si te lamentas constantemente, si culpas a terceras personas de todo lo que te ocurre, si reniegas de tu vida…

Tratando de cambiar el tono de los pensamientos se despeja ese “humo” negro que se genera alrededor. Al abrirse, el canal fluirá mejor y mejorará la percepción de lo que te rodea y tu comunicación con el exterior. Prueba a Imaginarlo y practícalo.

Tercera:

Conciencia social: Pensar en otras personas, a lo grande. Mirarse al ombligo es fácil, solo hay que agachar la cabeza. Levantar la mirada y reconocerse en las personas que nos rodean. Confiar.

Portada del Libro: «Wabi Sabi»

Herramientas: Viajar mentalmente o a través de libros por ejemplo a países que culturalmente lo practiquen. Japón es una buena práctica. Allí ejercitan la mirada colectiva antes que la propia. El libro “Wabi Sabi” de Beth Kempton aporta algunas claves para entender la envergadura de su potencial. Después de esta etapa, si tu situación sanitaria y económica lo permiten, puedes ir también y vivirlo desde allí. Focus on Women organiza viajes experienciales solo para mujeres.

Cuarta:

Y sobre todo, cultiva el optimismo. En estos días se demuestra que hay otras posibilidades factibles a las que adaptarnos que antes parecían impensables o excepcionales, ahora son normales y funcionan, como la conciliación laboral gracias al teletrabajo online, la Educación virtual, habituarnos a moderar el gasto, repensar el sistema sanitario o el sistema económico actual para prevenir situaciones de caos futuras, tratar de enfocar el funcionamiento del sistema de cara a vivir más plenamente en torno a la unidad familiar.

La mayor parte de la población está confinada y se sigue el ritmo laboral en los sectores permeables al teletrabajo desde casa. Hasta hace unos meses eso era algo muy poco evidente y excepcional a nivel empresarial. Habrá que ver los resultados pero existe la posibilidad de hacerlo sostenible. Se puede ir ajustando después, lo más difícil es tomar la decisión de intentarlo. Si te interesa la Economía y piensas que conviene retocarla, debes leer “El Valor de las cosas” de Mariana Mazzucato.

Herramientas: Aportar soluciones en caso de querer participar. Las críticas generan rechazo y además, aburren. Acompañarlas de opciones de mejora las convierte en permeables a su recepción y consideración.

Después de hacer estos pasos, lo siguiente será rodearse de la mejor compañía. De personas (virtualmente al menos estos días) que eleven, que te hagan crecer como tú a ellas.

“El regalo más precioso
que podemos ofrecer a
cualquier persona es
nuestra atención.
Cuando la atención
alcanza a los que amamos,
brotan como flores”  
–Thich Nhät Hanh