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Cuestión de convicción

15/03/2016 en Doce Miradas por Ana Erostarbe

Andaba yo pensando en escribir un post dedicado a mi hijo de 11 años, con reflexiones básicas para ayudarle a construir relaciones equilibradas con sus compañeras, cuando llega la campaña del 8 de Marzo del Instituto Vasco de la Mujer, Emakunde. Este año centrada en un tema tan nuclear como transversal: la Educación. Siempre presente cuando una se pone a pensar o a conversar sobre cómo cambiar las cosas de verdad.

Porque echando la vista atrás, soy fácilmente capaz de ver cómo hemos cambiado a la hora de enfrentar tantos y tantos mundos. Recuerdo, por ejemplo, la naturalidad con que tirábamos un chicle al suelo hace 30 años, sacábamos a pasear a nuestros perros sin correa ni bolsa hace 20, o vaciábamos el aceite por la fregadera hace 10. Con mucho tino, Pilar Kaltzada, Mirada compañera de este blog, suele decir que nuestra sociedad está llena de nuevos agentes medioambientales. Nos han enseñado. Y hemos aprendido.

Lo que me lleva a pensar, de modo un tanto pueril quizá, que cuando hay recursos para invertir en sensibilización, hay resultados. La sociedad corrige. La sociedad avanza. ¿Y qué hace falta entonces para que haya recursos?

Es sencillo. Hace falta convicción.

Porque, ¿de verdad queremos una sociedad sin la vergüenza de 57 mujeres asesinadas en un año? ¿En la que éstas no cobren un 19% menos de media? ¿En la que no asuman el 92% de los cuidados familiares? ¿Una sociedad en la que ellas, el 57,6% de las tituladas universitarias, compartan el liderazgo de los diferentes ámbitos y sectores, y no se queden relegadas a la incongruencia del 10% actual? ¿O en la que la que organizaciones como la que «representa» la Justicia se permitan no contar con una sola mujer?

Apertura del año judicial (2015-2016)

Apertura del año judicial (2015-2016)

¿Tenemos la convicción y el arrojo necesario para afrontar el trabajo que implica convertir en ganancia todo esto?

Entonces, parece lógico pensar que la apuesta definitiva deberá emplearse particularmente a fondo en tratar la raíz. Porque la desigualdad no es una gripe de siete días, sino una gripe mal curada que arrastramos desde el principio. Porque nacemos iguales y nos hacemos desiguales. Lo que me hace recordar aquel experimento que nos mostraba en este blog la también Mirada, Arantxa Sainz de Murieta, evidenciando que las palabras que escucha el mismo bebé —vestido de rosa o de azul— son cualquier cosa menos iguales. Y, sin embargo, seguimos diciendo aquello de “yo educo igual a mis hijas que a mis hijos”.

Yo no tengo hijas, pero honestamente y aún a pesar de mis gafas moradas, no me cuesta tanto imaginarme diciendo aquello de “no seas tan marimandona que no te conviene”, frente al “tienes madera de líder” que escucha mi pequeño jefe indio; “ve con cuidado”, frente al “pásalo bien”, o “qué bonita es mi princesa”, frente a “te las va a llevar de calle”… Argumentos semejantes a los que propone la campaña que mencionaba al comienzo.

Recordar en este sentido Ban Bossy, iniciativa de Sheryl Sandberg contra la palabra “marimandona”, por considerarla ejemplo simbólico de cómo se mina la confianza de las niñas con capacidad de liderazgo. Las sometemos a tal bombardeo que, finalmente, para evitar ser criticadas por su entorno, acaban rebajando el potencial de su perfil. En este breve vídeo incide en la importancia de no trivializar los mensajes que sistemáticamente desaniman a las niñas a levantar la voz.

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No obstante, la educación abarca océanos. Y aunque incluye desde la televisión o las redes sociales hasta los carteles del supermercado, también hay mucho que hacer y mejorar desde los propios centros escolares. Pero no a través de políticas aisladas e inconexas, sino con la guía y el apoyo de unas instituciones movilizadas de manera continuada, coherente y transversal. Instituciones y centros escolares convencidos. De otro modo, es ilusorio pensar que habrá quien deje su saturado día a día, para ocuparse de un sexismo que elegimos no ver ni evidenciar porque preferimos no aceptar.

¿Por qué no patios más unidos, mesas de comedor menos separadas? ¿Manualidades para el Día del Padre y de la Madre pensadas con espíritu de 2016? ¿Máximo cuidado al escoger disfraces de carnaval o referentes para las actividades de… ciencias sociales? ¿Por qué no extraescolares integradoras? ¿O mensajes y acciones específicas que empujen a las niñas a liderar, a tomar la palabra, a presentar en público? ¿Por qué no juntas directivas más igualitarias? ¿Talleres para profesorado y alumnado y actividades más allá del 8 de Marzo o mejor aún, una mirada transversal de género para cada actividad o acción escolar?

Y en lo que a madres y padres respecta, ¿no podríamos demandar activamente a los centros escolares que trabajen con visión renovada para educar en igualdad? ¿Levantar la voz cuando algo nos chirríe, apartando el temor a lo que puedan pensar y concentrándonos en lo que podemos conseguir? Porque nuestra demanda de un buen nivel de inglés o de manejo de las TIC es comprensible. Hablamos del futuro. Un día serán profesionales… Pero, sobre todo, un día serán personas. Y pocas cosas mejores que desear se me ocurren, que desear que sean personas preparadas para construir y avanzar hacia una sociedad que de verdad apueste por la igualdad.

Es cuestión de convicción.

 

Mujeres normales ante situaciones extraordinarias

08/03/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Miguel SiriaMiguel Ángel Rodríguez García (@Marodriguez1971). Periodista y trabajador Humanitario. Nací en Granada hace 45 años y me licencié en Ciencias de la Información en el terruño de mis padres y mi tierra de acogida, Salamanca. Objetivo desde ese momento: La Comunicación como vía para cambiar las cosas. De ahí a la militancia en ONG y entidades humanitarias había un paso. Actualmente soy el responsable de Comunicación Externa y de la Unidad de Comunicación en Emergencias (UCE) de Cruz Roja Española. Y, sí, creo que la Información salva vidas. Por eso seguimos en el tajo.

 

Creo que viajamos constantemente entre el horror y la esperanza.

Durante los últimos años de emergencias, catástrofes y conflictos he visto la capacidad ilimitada que tiene el hombre para la destrucción, la barbarie, la más cruel de las degradaciones, las torturas y el silencio, el silencio a veces más culpable que la propia acción, la omisión más cómplice y genocida.

Irak, Mozambique, Marruecos, Líbano, el sur de Asia, Nepal, Camboya o Darfur se dibujan para mí como un escenario vivo y doloroso donde actores inverosímiles han competido por manejar los hilos de las marionetas más ninguneadas, de los invisibles, de los que no aparecen, siquiera, en las estadísticas. ¿Puede acaso una estadística digerir cómo en la región sudanesa de Darfur se secuestra y viola a niñas a las que, para evitar que escapen, se les quiebran las piernas a culetazos de Kalashnikov? ¿Puede acaso algún número recoger la impotencia que viven millones de personas zurcidas, de por vida, en campos de refugiados plastificados? ¿Cómo se puede evaluar, con cifras, la náusea de un refugio antiaéreo, donde sus otrora ocupantes están ahora impresionados en las paredes enrojecidas y quemadas por un misil?

Pero, por desquiciante que parezca, existe un cielo en mitad de este infierno, y son uno mismo. Lo he visto. La crueldad, por fortuna, está preñada de seres que se hunden en los estertores de la miseria para gritar, desde sus aguas negras, su rabia y compromiso con los muertos en vida, con los marginados. Sí, donde todo huele a último, o a penúltimo, se hallan también personas con sonrisas plenipotenciarias dispuestas a dar y a darse… Y no se hace pie en sus ojos, de verdad.

Y, no me preguntes por qué, la mayoría de las personas ‘ordinarias’ que me he encontrado haciendo cosas extraordinarias, son mujeres. No me preguntes el motivo, pero lo intuyo.

¿Cómo puede una anciana superviviente del tsunami que ha perdido a toda su familia –108 personas- ceder el terruño que le queda para construir un orfanato? ¿Qué fuerza mueve a una mujer de miembros podados a trabajar por otros mutilados, jugándose el hilo de vida que le queda? ¿Cómo una joven iraquí moribunda puede sonreír a su madre para darle esperanza? ¿Qué verdad se halla en esto?

Algunos dirán que estas personas ponen sólo tiritas sobre un cáncer.

Pero abren la esperanza.

MAMI, DE LA MEDIA LUNA ROJA IRAQUÍ

Bagdad, 18 de mayo de 2003

La salvó una sonrisa. Los médicos la daban por pérdida, pero las enfermeras se volcaron en el cuidado de la niña desahuciada. “No paraban de sonreír y de contarme cosas mientras me atendían en el hospital. En ese momento me dije que de mayor sería enfermera”.

Casi ochenta años después, la niña del ‘milagro’ ha multiplicado, con creces, las sonrisas y atenciones que recibió en el hospital. Khairia Al Maqdisi cumplió, y se hizo enfermera, de por vida.

B9rHB6OIQAEkIUl‘Mami’, como la llama todo el mundo, es la responsable de los Cursos de Primeros Auxilios de la Media Luna Roja Iraquí (MLRI) y, casi con toda probabilidad, la voluntaria más veterana y de más edad de toda la Cruz Roja.

“¿Pero cuántos años tienes realmente Khairia?”, le indago mientras husmeo fechas en los legajos de su despacho. “Soy mayor que tú”, me responde riéndose, pero firme, arqueando sus cejas negras y sin un segundo asalto. Reímos a carcajadas, hasta que una nueva visita entra en el despacho y solucionan algo de trabajo.

Khairia, ‘Mami’ para todos, se hizo voluntaria de la Media Luna Roja Iraquí en 1948, apenas una niña. Tras graduarse, comenzó a trabajar como enfermera en un hospital de Bagdad, pero sin dejar la Media Luna.

En un voluntariado de más de 55 años, ha llorado, reído y parido un infinito de sinsabores y pasiones en su entrega hacia los demás.

Y no para de sonreír. Apenas cuando le pregunto por una imagen, triste, colgada en la retina. Le cuesta recordar momentos no felices. “Sí, quizá en la revolución de comienzos de los años 60. Un pequeño grupo de enfermeras teníamos que llegar hasta los heridos, transportarlos por nosotras mismas, localizar a los doctores… muchos morían…”.

Poco más tarde viajaría a la India, donde trabajaría por un corto espacio de tiempo. “Eso sí que era Salud Pública”, brama Khairia gesticulando con las manos. Otro momento feliz llegaría durante su trabajo en Marshes, al sur de Irak, donde puso en marcha una campaña de vacunación de niños. “Era todo agua… y todo pobre”, recuerda Khairia del enclave iraquí, marginal, conocido como ‘la pequeña Venecia’.

Comenzó después a dar cursillos para enfermeras en todo el país, hasta que se incorporó al Departamento de Maternidad de un Hospital gestionado por la MLRI. Allí vivió quizá los momentos más felices de su vida. “Cuando colaboraba en un parto complicado que salía bien, me ponía a llorar de felicidad”, apunta. Se siente feliz, me confiesa, cuando ve marchar a sus pacientes, sanos.

La que algunos llaman ‘Madre Teresa de Calcuta de Iraq’ nunca se casó. “No, no es cierto”, me  niega cuando repito en voz alta su estado civil. “Me desposé con la Media Luna Roja Iraquí”, ríe a gusto, sin prisas, mientras golpea la mesa con la mano.

Siempre feliz. Con su pócima de la sonrisa: “Amo a la gente, los quiero a todos, realmente, y eso me hace feliz”.

En medio de guerras, sanciones, privaciones… y pérdida de todos sus familiares, en Mosul. “Sí, ha sido duro, pero todo va mejor, mejor, poco a poco”, sella mientras sonríe, franca, jovial, dicharachera.

“¿Cuánto tiempo más quieres seguir de voluntaria en la MLRI?”

 Me aprieta las manos, fuertemente, y su boca dibuja una sonrisa de esquina a esquina de la habitación.

 

#GenitalidadExcesiva

01/03/2016 en Doce Miradas por Macarena Domaica

Hace unos meses tuve la ocasión de ver la exposición ¿Por qué no Judy Chicago? en Bilbao. En el marco de una representativa recopilación de la obra de esta pluridisciplinar artista feminista -y en la inmejorable compañía de Noemí Pastor y Lorena Fernández- vio la luz el hashtag que da título a este post. Intimidada por vaginas de todos los tamaños y texturas, vomité la etiqueta que resume mi histórica incomodidad ante la omnipresencia vulvar. Me planteo si una es más o menos feminista en tanto en cuanto reconoce a la vagina como un personaje fundamental y de primera línea en la lucha por la igualdad real.

Asumo que corro el riesgo de suspender 1° de Feminismo, pero debo decir que me satura tanto colegueo con los bajos. Coño para arriba, coño para abajo. Que si mi coño es mío, hermoso, digno de reconocimiento y veneración; poderoso, centro energético de nuestra identidad feminista del que procede hablar con seguridad y sin vergüenza hasta devolverle su lugar: el que el patriarcado le ha negado sometiéndolo a la discreción de la entrepierna. Qué incómoda me siento con este lenguaje. Me agrede. Me resulta excesivo.

Recientemente la actualidad nos ha brindado nuevas manifestaciones de #GenitalidadExcesiva que, a mi modo de ver, aportan confusión y enturbian las reivindicaciones que las motivan, sin que resulten rentables para el desarrollo de un debate que debería darse en clave de derechos y no de provocaciones, con sus correspondientes portadas. Irrumpir en una capilla de un campus universitario, desnudarse de cintura para arriba y corear «menos rosarios y más bolas chinas», «contra el Vaticano, poder clitoriano», «el papa no nos deja comernos las almejas» o «sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios»… ¿cómo encaja con la defensa de la laicidad de las instituciones, de la Universidad? ¿Es que es esta una reivindicación únicamente de mujeres?

El polémico poema de Dolors Miquels, Mare nostra, recitado en la gala de los premios Ciutat de Barcelona se burlaba de una oración cristiana. Dice la poetisa que su «adaptación» del Padre Nuestro «no pretende ofender a nadie. El poema es un canto a la libertad de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y ningún político está en posición de dictar qué se tiene que hacer”. Bien. Vale. Pero me pregunto: para tan legítima reivindicación ¿es este el lenguaje más adecuado?: «Madre nuestra que estáis en el celo, sea santificado vuestro coño, la epidural, la comadrona» (…) «Hágase vuestra voluntad en nuestro útero sobre la tierra».

Me parece desproporcionado el revuelo organizado. A fin de cuentas, igual que cada cual es libre de sentirse ofendido y pedir el amparo de la ley si procediera, lo cierto (y menos mal) es que el arte está en su derecho de ser irreverente. Pero, insisto: ¿son el coño y el útero tan imprescindibles para las reivindicaciones feministas? 

La parte por el todo

Creo que se puede ser feminista sin caer en la vulgaridad expresiva ni en la reivindicación genital gratuita. Con 1° de Feminismo suspendido no se me escapa que, efectivamente, hay mucho de genital en nuestra historia de sometimiento y desigualdad. Nuestros cuerpos han sido siempre y son campo de batalla, moneda de cambio, armas al servicio de hombres que no merecen ser llamados así. Pero creo que nuestra fuerza como mujeres que persiguen la justicia, no reside en sacar a la luz nuestras vaginas. Nuestro poder está en nuestras mentes y en las emociones con las que dotamos las ideas que somos capaces de generar para construir una sociedad igualitaria. Hagamos representaciones megalíticas de esto. De otra forma, ¿no estaremos haciéndole el caldo gordo a la estrategia de la publicidad sexista cuando nos trocean mostrando nalgas, pechos, labios carnosos… para vender lo que sea? ¿No estamos ensalzando la parte (vagina) para representar algo mucho más importante (feminismo)?

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Hay quien dice que si me siento tan incómoda es porque he sido educada en la vergüenza, en la sexualidad culpable, en la decencia. Sinceramente, creo que no. Tengo ya una edad y un caminito de liberación recorrido que me permiten negar la mayor. No encuentro justificación en la exhibición de la parte si puedo mostrarme como un todo importante en sí mismo. Soy una mujer y pido consideración y respeto por mi persona y eso, desde luego, incluye mi cuerpo: cada una de las partes de mi cuerpo.

La exaltación de los procesos biológicos femeninos

Me parece que nos hemos ido justo al lado contrario. De la ignorancia, pudor y vergüenza con que las niñas recibían su primera regla, a la teoría de que menstruar mola. Una cosa es que los procesos biológicos se vivan con naturalidad, sin afectaciones, y otra muy distinta que maquillemos todo lo intrínsecamente femenino, para mostrarlo a la galería como un regalo que nos da la vida y que nos encanta. Yo siempre he pensado que la Naturaleza ha tenido poca consideración con nosotras vinculando nuestros grandes momentos vitales a contextos pelín desagradables. La regla, desde luego; pero pienso en un parto y que alguien me diga que eso no es gore. Y a otro nivel, sí: pero ¿y la bucólica lactancia materna? Todo el día pringada.

Termino este capítulo recordando una campaña por el derecho a decidir en Irlanda, donde el aborto es legal solo en el supuesto de que peligre la vida de la madre. Cientos de irlandesas decidieron relatar en clave de humor el día a día de sus ciclos menstruales. La justificación: “Si quieren controlar mi cuerpo, si se sienten tan cómodos interfiriendo en lo que pasa dentro de él, al menos que conozcan todos los detalles. Por eso he decidido tuitear en directo mi ciclo menstrual al primer ministro Enda Kenny”. Son palabras de la humorista irlandesa Grainne Maguire. Reconozco la originalidad de la campaña, pero creo que lo que vale en el papel, a veces puesto en práctica resulta grotesco. La consideración de si el fin justifica los medios, si se trata de provocar que se hable del tema y todo vale, la dejo para quien quiera dedicar unos minutos a pensarlo. Mi opinión es que el debate del aborto va mucho más allá de las intimidades menstruales de las activistas y que el acoso tuitero al primer ministro no tiene pinta de ser una estrategia exitosa de acercamiento entre posturas.

Vuelvo a ver aquí la parte disgregada. Cuando hablamos de aborto hablamos de mujeres, de vida, de derechos, de salud, de dignidad, de libertad. Reducirlo al útero y a la menstruación se me queda muy pobre.

La representación artística de la vagina como icono del feminismo

Judy Chicago está considerada como una de las precursoras del arte feminista. Su obra gira en torno a la historia del pensamiento feminista y su rechazo a los esquemas culturales que nos sitúan en una posición secundaria. Buscando información sobre esta artista descubro que sus primeras creaciones fueron obras abstractas en las que es posible reconocer órganos sexuales tanto masculinos como femeninos. Su motivación, los roles diferenciados según sexo y la construcción de las respectivas identidades. Pero su gran obra ve la luz en los 70, en pleno auge del movimiento feminista: The Dinner Party.

thedinnerparty2

detalle_dinnerpartySe trata de una interpretación de la Última Cena en una mesa con forma de triángulo equilátero, -en alusión a la igualdad y al órgano reproductor femenino-, en la que 39 comensales mujeres son sustituidas por representaciones antiguas de la vulva femenina (en el link lo llaman “flores y mariposas”). The Dinner Party (otro enlace por si os interesa saber más) es una de sus obras más relevantes y más feministas. A lo primero no pongo objeción, a lo segundo, pues sí: por reincidente. Nada que objetar a la representación artística de la vagina. ¿Por qué no? Lo que no veo claro es esta especie de binomio indisoluble vagina-máxima representación del feminismo.

Es cierto que la obra de Judy Chicago va más allá. En The Birth Project exalta el papel femenino de la maternidad negado en la creación del mundo según el Génesis; en The Holocaust Project refiere a la historia de su pueblo, el pueblo judío, y en otras obras de gran formato utiliza técnicas muy relacionadas con lo tradicionalmente considerado femenino como pueden ser la cerámica, el tejido o el punto. En la exposición de Bilbao, mis compañeras Miradas y yo tuvimos la ocasión de ver un vídeo sobre una de las performance en las que a través del uso de fuegos artificiales y pirotecnia, Chicago creaba atmósferas para intentar “suavizar y feminizar” el paisaje. Debo reconocer que mientras asistía al espectáculo no dejaba de temerme «lo peor»: que en cualquier momento apareciera de nuevo ella, la vagina justiciera.

Pánico genital

El nombre completo de la obra de Valie Export a la que voy a referirme es Acciones de pantalón: Pánico Genital. Es un ejemplo más que encuentro en la Red acompañado de una interpretación para quien la compre: “La artista acudió a un cine de arte y ensayo de Munich con aspecto entre revolucionario y provocador, metralleta en mano y vestida con unos pantalones abiertos a la altura de los genitales (…) Esta acción es una metáfora sobre el discurso feminista de autoafirmación de la diferencia (…) Blandiendo el símbolo fálico del arma destructiva, Valie Export asumía un rol activo y de verdadero poder, mostrando la propia naturaleza de la diferencia sexual (…) Al mismo tiempo, al exponer su sexo a la vista del público la artista oponía la realidad de su cuerpo a la representación cinematográfica, convencionalmente ligada a una imagen de la mujer estática, pasiva y convencional”.

En este caso, me parece que la confrontación de la diferencia entre hombres y mujeres no aporta -sino todo lo contrario- a la construcción de un escenario de igualdad de derechos y oportunidades, que es a lo que estamos.

Si no quieres taza, taza y media

Os voy a presentar a Jamie McCartney y su obra: 400 vaginas de 400 mujeres en 10 paneles. Este británico hizo moldes de las partes bajas de 400 mujeres voluntarias. “No es vulgar, es vulvar» dice el propio artista. “Para muchas mujeres su apariencia genital es una fuente de ansiedad y yo estaba en una posición única para hacer algo al respecto”. Y digo yo: menos mal que llegó Jamie.

Os animo a visitar este link y los diez paneles. “McCartney espera que esta obra le ayudará a combatir el incremento exponencial de los últimos años de las cirugías estéticas labiales. Esta nueva moda de crear vaginas perfectas marca una tendencia preocupante para las futuras generaciones de mujeres”. A estas alturas del post tengo ya tal lío que no me atrevo a decir que esta obra de caridad de Jamie no sea feminista.

Vagina más casual y pop

Y aquí tenemos también a Megumi Igarashi, escultora y artista gráfica japonesa cuyo seudónimo es Rokudenashi-ko (chica mala). Es conocida también como “La artista de la vagina”. Leo aquí que “Megumi Igarashi pasó una semana en la prisión por distribuir entre sus admiradores una plantilla digital de sus genitales para poderla imprimir en una impresora en 3D (una ley nacional prohíbe distribuir materiales “indecentes”) (…) Su próximo proyecto era hacer un kayak de 2 metros llamado “Pussy boat” con la forma de su vagina (…) Megumi afirma que ella a través de su trabajo quiere acabar con los tabúes y la discriminación sexual en la sociedad japonesa, ya que no ocurre lo mismo con las imágenes que se hacen en torno al pene”. Vaya por delante mi respeto por todas las personas que se comprometen con sus convicciones; aunque yo no les vea ningún sentido, como en este caso.

Lo que pretende Megumi –dicho por ella- es que la vagina se vea como una parte más del cuerpo femenino (¿no lo era?): “Quiero hacer la vagina más casual y pop. Así es como convertí la vagina en un campo, en un coche de control remoto, etc.”. Ahí la tenéis: Rokudenashi-ko.
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Epílogo

Nada sé de arte, nadie soy para dar o quitar valor a una obra ni desmerecer a quien dedica ilusión, tiempo, esfuerzo y convicción a darle formato a una idea para compartirla en sociedad. Comunicar, denunciar, reivindicar, sensibilizar o aportar belleza con la expresión artística merece toda mi consideración.

Espero que este post sea tomado como lo que es: un comentario que surge un día entre risas y se va liando y liando y completando con esto y con lo otro, para intentar dar forma a un discurso -el mío- que no pretende ser sino una visión más sobre el protagonismo que el feminismo le ha dado a la vagina. Me reafirmo en considerar que estamos sometidas a una #GenitalidadExcesiva, pero ahora que he descubierto que la vagina puede ser casual y pop no me queda más remedio que darle una vuelta a todo mi planteamiento 😉

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Mención especial a mi compi Miry Artola por haber aceptado con generosidad y sentido del humor mi encarguito de crear a partir de sus rotus mágicos unas vaginitas tan monas para ilustrar este post. ¡Gracias! 🙂

 

Y ahora toca el turno de los hombres

23/02/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Teresa LaespadaMª Teresa Laespada Martínez. Soy nacida en Bilbao, licenciada en Ciencias Políticas y Sociología y Doctora en Sociología por la Universidad de Deusto. En la actualidad, Diputada Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad en Bizkaia, cargo al que accedí en julio de 2015. Profesora titular de Psicología y Educación, investigadora, directora del Instituto Deusto de Drogodependencias y coordinadora de su master. También he sido parlamentaria vasca con orgullo. Soy un conjunto de mucho y de nada concreto: de vocación profesora, de pasión política, de corazón feminista.

1. El costoso camino hacia la igualdad.

Las mujeres hemos realizado un largo y costoso recorrido. Generaciones de mujeres anónimas que nos precedieron realizaron una lucha titánica, con un esfuerzo y coste personal imposible de recompensar, y, gracias a ellas, nosotras disfrutamos de derechos iguales y de algunos logros sociales. Aunque debemos recordar que el camino sigue siendo largo y costoso.

Olimpia de Gouges, a Flora Tristán, a Clara Campoamor, a Lidia Falcón, a Rosa de Luxemburgo, Virginia Wolf, Mary Wollstonecraft, Susan Anthony, Simone de Beauvoir… sí, muchas, muchísimas mujeres feministas, sin olvidarnos de otras que, sin tener posibilidad de formarse o no habiendo hecho un solo acto de reivindicación feminista, sí han hecho posible que sus hijas y nietas vayan a la universidad, logrando hoy en este país niveles educativos equivalentes a sus coetáneos varones.

El avance en España es más espectacular, si cabe. Sólo durante el breve periodo de la República, el movimiento feminista adquirió fuerza y pudo llevar al Congreso de los Diputados a dos mujeres que protagonizaron el debate más apasionante habido en el hemiciclo: Clara Campoamor y Victoria Kent, desde posiciones de izquierdas y feministas, sostuvieron opciones contrarias al derecho al voto de las mujeres.
Posteriormente llegó la oscuridad del franquismo; décadas que ensombrecieron e invisibilizaron la figura de la mujer en el espacio público. Mientras los movimientos feministas adquirían fuerza en la Europa de la postguerra, las mujeres españolas vivían sumisas bajo la tutela de varones. Por poner un ejemplo, hasta 1975 las mujeres no tenían derecho a tener una cuenta corriente a su nombre y poder manejarla en el sistema bancario. Las mujeres precisaban la firma de un varón para poder acceder a sus derechos. Podían trabajar, no manejar su dinero. Tremendo.

Sin embargo, finalizado el franquismo, España adquirió en pocos años una conciencia social sobre las libertades individuales y los derechos de ciudadanía. Fueron sucesivos gobiernos socialistas los que aprobaron leyes tan importantes como la regulación de la interrupción voluntaria del embarazo (1985) o crearon en 1983 el Instituto de la Mujer, que confirió rango institucional a la lucha por la igualdad de mujeres y hombres y derivó en el nombramiento dentro de las distintas administraciones de concejalías y responsables de igualdad.

En pocos años se construyó en el imaginario social la incuestionabilidad de la igualdad en los derechos de hombres y mujeres. Pero si bien ese avance se produjo en muy pocos años, no es menos cierto que a continuación el ritmo de progreso no ha sido el mismo de los primeros años de democracia. Me atrevería a decir que, si bien no hemos perdido ninguno de los derechos adquiridos, sí hemos perdido el interés en la lucha por la igualdad y, lo que es preocupante, hemos ralentizado la conquista de espacios de igualdad: las nuevas corrientes neomachistas nos hacen volver a repensar el modo de dar impulso a una sociedad más igualitaria y justa. Cuando se oye hablar de denuncias falsas por violencia machista o cuando se oye decir lo injusto que supone el pago por parte de los hombres de las pensiones compensatorias y las alimenticias por la guarda de hijos e hijas en casos de divorcios, no son sino la punta del iceberg de un machismo que aún no hemos logrado desterrar y que, mucho me temo, está tomando posiciones peligrosamente amplias en algunos sectores poblacionales.

2. Y sin embargo, tenemos techos de cristal.

La igualdad en muchos casos es más de posicionamiento que de actos y hechos reales que permitan situar a las mujeres en perfecta igualdad de condiciones. Es más ‘postureo’ que realidad, aceptando la nueva terminología al uso.

Más allá de los usos del lenguaje tan necesarios para que la presencia de las mujeres pueda visibilizarse, no podemos quedarnos en la utilización de un lenguaje manifiesto para las mujeres, puesto que corremos el riesgo de la banalización de los gestos que desde la igualdad pretende realizar.

El papel invisible de las mujeres en la escena pública…

Las mujeres han sido invisibilizadas sistemáticamente. Las relaciones sociales estaban diseñadas para que las mujeres fueran mujeres de su casa. Los espacios comunes de socialización de las mujeres, donde se produce esa socialización entre iguales, fueron reducidos a muy pocos lugares, para que cada una tuviera mucho que ocuparse, pero “de lo suyo”. El objetivo final parecía claro: no era bueno que las mujeres estuvieran relacionadas entre ellas. La cultura ha presentado tradicionalmente a la mujer como el peor enemigo de otra mujer; la rival, la que no le va a aconsejar bien, la que le desea el mal… todo ello siempre aparece revestido de mujer (Llorente, 2006). Mitos o estereotipos extendidos y que las mismas mujeres usaron han sido, son y serán los mejores aliados micromachistas para mantener la invisibilización de las mujeres o la ausencia de alianzas entre mujeres. La sentencia que dice que “La mayor enemiga de una mujer es otra mujer” ha sido repetida por generaciones sin base argumental alguna.

Y, claro, si dividimos la vida social en la esfera pública y la privada y atribuimos a la esfera pública el éxito, el esfuerzo, el riesgo, la valentía; y a lo privado los valores de la seguridad, la comodidad, la protección, la invisibilidad… Y si las mujeres son relegadas al espacio privado y los hombres tienen acceso a lo público, hemos cerrado el círculo de la invisibilidad.

Cuando una mujer se muestra públicamente con todo su potencial, no dejan de salir detractores de la misma, buscando sus puntos débiles para someterle al juicio público, especialmente si el papel de las mujeres es político, económico o social. No podemos olvidarnos de lo que recientemente hemos vivido en la escena política. Mujeres políticas que, por el hecho de serlo, son cuestionadas por su aspecto físico (las políticas de las CUP) o por su forma de vestir (Inés Arrimadas de C´s). Las mujeres en la escena pública deben guardar formas y modos que no se les exigen a los hombres y eso lastra la igualdad.

Pero tampoco podemos olvidarnos que hay cadenas de televisión que, por muy progresistas que se tilden, utilizan la imagen de la mujer como reclamo para su cadena. Presentadoras jóvenes, con una imagen impecable, sujeta a los cánones de belleza que son encumbrados y que nadie parece criticar con fuerza desde la izquierda.

La vida cotidiana de las mujeres está jalonada de miles de micromachismos diarios que van desempeñando papeles y perfiles de socialización inconsciente de la sumisión femenina. Estos sistemas educativos y socializadores son los tradicionales (escuela o familia) y los menos formales, pero no menos importantes (medios de comunicación, las redes sociales, los amigos e iguales, la música, el ocio…).

Y no olvidemos que…

Las mujeres ganan un 23,9% menos que los hombres, según refleja un reciente informe presentado por UGT. Somos las grandes perjudicadas de la crisis económica actual porque la brecha salarial se ha incrementado. Somos las mujeres las que, en mayor medida que los hombres, cogemos reducciones de jornadas y conciliamos nuestra vida familiar y laboral como si la historia no fuera con ellos.

Y, sin embargo, nadie duda hoy en día de la capacidad de las mujeres para desempeñar todo tipo de trabajos y desempeños profesionales. Las mujeres han salido del hogar y se han incorporado al mercado laboral con una carga enorme por compatibilizar su desempeño laboral con los cuidados familiares de lo que no se han desprendido.

Es cierto que las nuevas generaciones de padres jóvenes, y no todos, asumen con mayor naturalidad y peso sus responsabilidades paternas, pero aún queda mucho por construir. Sin embargo, donde apenas se han incorporado es en el cuidado de los padres y madres dependientes. Ésta sigue siendo una tarea reservada casi en exclusiva para las mujeres, hijas, esposas, sobrinas, hermanas…

3. Toca el turno a los hombres.

La falta de conciencia e implicación de los hombres en las cuestiones relacionadas con la Igualdad es palmaria. Es como si esto de la Igualdad fuera “cosa de mujeres”, como si esto de la violencia de género también fuera “cosa de mujeres y sus reivindicaciones”. Nos han dejado solas con la pancarta reivindicativa de los derechos de todas y de todos.

No vamos a avanzar en igualdad si los hombres no toman dos decisiones fundamentales: ceder el espacio público robado a las mujeres y permitir una visibilidad pública de las mujeres en igualdad de condiciones y cambiar su perfil hacia una nueva masculinidad que nos acompañe generacionalmente a las mujeres que ya hemos cambiado y estamos en condiciones de crear sociedades igualitarias en dimensión de género. El perfil de masculinidad aguerrida, confrontadora, viril y dominadora, no vale ni de lejos para las generaciones de mujeres actuales. Me atrevería a decir que hace mucho que no vale ya y de ahí que las tensiones violentas y la agresión machista se siga produciendo.

Masculinidades. Imagen de Miguel Rivera (CC by-nc-nd).

Masculinidades. Imagen de Miguel Rivera (CC by-nc-nd).

La igualdad es un valor de con­vivencia y un derecho humano pero es que, además, enriquece a ambos, enriquece a las mujeres, naturalmente, pero enriquece a los hombres, sin ninguna duda.

Ser un hombre más igualitario supone asumir mayores responsabilidades hacia el cuidado de las demás personas, pero también de uno mismo; aumenta la autoestima, la empatía; favorece el crecimiento per­sonal, y aumenta la calidad en las relaciones, tanto con las mujeres como con otros hombres, entre otras ventajas. Supone ampliar las miradas y perfiles, saliéndose de su constreñido rol de una masculinidad muy estereotipada y relacionada con la fuerza, la conquista, la protección, la virilidad, más propia de épocas guerreras que de la era del conocimiento en la que vivimos.

Los países más igualitarios o con mayores logros respecto a la igualdad de hombre y mujeres, se desarro­llan más y aumenta la calidad de vida de las personas. Ello se debe a que la igualdad es una herramienta de bienestar frente al lastre económico y cultural que suponen la exclusión y la marginación.

En el proceso de construcción de una sociedad igualitaria entre mujeres y hombres hay que deconstruir modelos que no sirven y reelaborar modelos más igualitarios. La base se halla en desaprender el camino del hombre guerrero y luchador, para asumir el perfil de hombre cuidador, empático donde la ternura tiene cabida, también entre ellos. De ello hablamos cuando hablamos de nuevas masculinidades. Hombres que desarrollen su capacidad afectiva y empática, que sepan dar cabida a las mujeres sustrayéndose de visibilizarse allí donde las mujeres deban estar en igualdad, rechazando entrar en micromachismos, comentarios, bromas o actitudes segregadoras y desigualitarias con las mujeres o con el feminismo, juzgando con dureza a sus congéneres varones que reproduzcan ese modelo, defendiendo con contundencia los derechos igualitarios porque el neomachismo que justifica la desigualdad acecha en comentarios entre hombres, en sus espacios masculinizados entre chanzas y gracietas.

A modo de guía sobre cómo actuar, tomo algunas notas de una publicación realizada por Emakunde en 2008. Algunos ejes sobre los que los hombres deben comenzar a trabajar:

  • El compromiso de los hombres con el cambio personal (expresión de afectos, gestión de la frustración, vivencia de la sexualidad, compromiso contra la homofobia…).
  • La lucha activa contra la violencia hacia las mujeres y la discriminación por razones de género. La lucha contra la violencia machista debe ser una cuestión de Estado, una cuestión que trascienda al ámbito privado y doméstico para convertirse en una lucha contra una desigualdad brutal.
  • Asumir de forma igualitaria de nuestra responsabilidad en el cuidado de las personas.
  • El apoyo, impulso y visibilización de modelos positivos de masculinidad (hombres cui­dadores, pacíficos, sensibles…).
  • El compromiso de los hombres con el cambio en el ámbito público (generar una masa crítica de hombres a favor de la igualdad, defender estrategias de conciliación y favorecerlas, renun­ciar a espacios de poder para que sean ocupados por mujeres, propuesta de cambios legislativos…).

En definitiva, toca que ellos acompasen su rol al nuestro. Toca que sean los hombres quienes asuman la parte de responsabilidad que les corresponde para que una reunión de altos directivos de empresas, por ejemplo, no siga siendo vergonzantemente masculina y uniforme (más del 90%) y comience a verse una presencia de mujeres igual a la que corresponde en nuestro 50%.

Ocho resistencias al lenguaje igualitario

16/02/2016 en Doce Miradas por Noemí Pastor

Este artículo es una transcripción aproximada y actualizada de la charla que ofrecí en Portugalete el 25 de noviembre de 2014 con motivo de sus XIV Jornadas de Igualdad.

Y, aunque intentaré no hacerlo, seguro que repetiré alguna de las ideas ya expresadas en el artículo «Lengua, sexismo y mi día a día en todo esto» publicado en este mismo blog el 4 de junio de 2013.

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Las recomendaciones para un lenguaje igualitario tienen ya cierta historia. Hace tiempo que empezaron a formularse. No me voy a remontar a lo primero que se publicó, sino a lo primero que yo leí sobre el asunto, que fue el Manual de estilo del lenguaje administrativo que en 1991 (¡1991!) publicó el antiguo Ministerio para las Administraciones Públicas de España.

El librito, muy recomendable y aplicable aún hoy en día, incluía a partir de su página 155 un capítulo titulado “Uso no sexista del lenguaje administrativo”, que, como os digo, fue la primera batería de recomendaciones de esta índole con la que me tropecé en mi vida.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Han sido unos cuantos años en los que, entre otras cosas, me he dedicado a recopilar estas recomendaciones, a estudiarlas, a aplicarlas y a hacerlas aplicar. Comprenderéis, pues, que durante este tiempo he observado muchas reacciones, no todas amigables, y las he englobado en ocho apartados, según los cuales el lenguaje igualitario…

1.- No es importante

Es esta una reacción muy común, quizás la más común y extendida. Se formula así:
‹‹¿Es que no hay otra cosa más importante en la que fijarse que en esa pijada de los vascos y las vascas?›› Pues seguro que sí, seguro que hay cosas más importantes en el mundo, pero yo soy lingüista, para mí el lenguaje es importante, me da de comer y ha sido mi pasión desde siempre. Y como siempre he tenido cierta conciencia feminista, sería yo una lingüista de pacotilla y una feminista de pacotilla si no juntara ambos terrenos y no incorporara la igualdad al lenguaje y el lenguaje a la igualdad.

Para mí la lengua no es despreciable, no es insignificante. Además, si quiero trabajar por la igualdad, tendré que hacerlo también en mi terreno, también en mi casa, y mi terreno y mi casa están aquí, son estos, los artículos, los morfemas y la estilística, aunque a alguien le pueda parecer fútil e irrelevante. Aquí tengo que emplearme. No solo aquí, pero sobre todo aquí.

2.- Mezcla consideraciones lingüísticas con extralingüísticas

Tiene razón. Es así, las recomendaciones para un lenguaje igualitario mezclan lo lingüístico con lo extralingüístico porque no puede ser de otra manera, porque el lenguaje no está fuera del mundo, no está nunca separado del mundo, ni de la realidad a la que se refiere, ni del orden social ni de nuestras ideas, imágenes ni construcciones mentales. Todos esos órdenes interactúan continuamente.

El lenguaje organiza el mundo, lo jerarquiza, lo clasifica, lo refleja y lo recrea. Por tanto, si nuestro pensamiento es igualitario, nuestro lenguaje también debe serlo, si es que queremos que lo refleje fielmente.

Así que desde ahora aviso: en este artículo me estaré saliendo continuamente de lo estrictamente lingüístico, exactamente igual que otras y otros insignes lingüistas que citaré, empezando por Ignacio Bosque, de la Real Academia Española, en su conocidísimo artículo Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer.

Citaré una y otra vez este artículo de Bosque porque me ha ahorrado mucho el trabajo, ya que es un buen compendio de todas las resistencias, o casi todas, que mencionaré.

3.- Es artificial

El lenguaje igualitario es supuestamente forzado, está alejado del lenguaje común, no tiene aplicación posible en la lengua cotidiana. Así lo expresa Ignacio Bosque en su artículo:

Si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar.

En efecto, el lenguaje igualitario no tiene mucho que ver con nuestra habla de todos los días, porque pertenece a un registro lingüístico especial.

¿Qué son los registros lingüísticos? Son variables contextuales y sociolingüísticas del lenguaje; así, existe un registro formal y otro informal, e incluso vulgar; existe el lenguaje administrativo-jurídico, existe el registro oratorio que utilizamos en discursos y conferencias…

Para entendernos, pensad sin más que no escribimos igual un mensaje de Whatsapp y un decreto, que no hablamos igual por teléfono con una amiga y frente a un auditorio. Para cada situación utilizamos diferentes registros lingüísticos. El lenguaje igualitario pertenece a los registros formales: al lenguaje administrativo-jurídico, porque la Administración es de todas y todos, y al oral propio de los discursos y conferencias, porque hay que tener en consideración a todo el auditorio.

Entonces, sí, de acuerdo, el lenguaje igualitario es artificial; el lenguaje en sí, todo lenguaje, como toda creación humana, es artificial.

4.- Es agramatical

Esta objeción, quizás la más socorrida, también está, por supuesto, en el artículo de Ignacio Bosque:

En los últimos años se han publicado en España numerosas guías de lenguaje no sexista. (…) contienen recomendaciones que contravienen no solo normas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias, sino también de varias gramáticas normativas.(…) En ciertos casos, las propuestas de las guías de lenguaje no sexista conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico.

Bien. Vamos a jugar un poco a las preguntas y las respuestas. Pregunta: ¿esta frase es gramaticalmente correcta?

A tu hermano le vi el otro día muy elegante.

Respuesta: es correcta, pero no siempre lo ha sido, porque hubo un tiempo en el que el leísmo era una incorrección gramatical. Pero ¿qué pasó? Que la supuesta incorrección se extendió tanto que la Academia acabó por admitir el leísmo cuando el objeto directo se refiere a una persona y es singular.

Con esto simplemente quiero decir que las incorrecciones no son inamovibles y que si un determinado uso del lenguaje, por mucho que contravenga normas o conculque la gramática, se extiende masivamente, la Academia se rendirá ante la evidencia y acabará por admitirlo.

5.- Suena mal

Estas objeciones las he oído yo con mis propias orejas: “Médica suena mal”. “No me gusta abogada: tiene demasiadas aes”. “Yo no soy arquitecta; soy arquitecto”.

Y no solo las he oído; también las he leído, nada más y nada menos que a don Valentín García Yebra, insigne traductor y traductólogo de quien he aprendido muchísimo. Por eso me duele tanto leerle clamar contra la voz “jueza”, de la siguiente manera:

No hay ningún motivo para añadir a juez la a feminizante. (…) Tal adición innecesaria rebaja y vulgariza una palabra tan noble.

Entonces, ¿una a reduce la categoría de una palabra? ¿No está aquí haciendo el señor García Yebra lo que el señor Bosque reprocha a los tratados de lenguaje igualitario; es decir, obtener una conclusión extralingüística de un hecho lingüístico? Sí. Eso es lo que está haciendo. Porque lo que rebaja no es el fonema, el sonido, la vocal a. Lo que rebaja es el femenino. Y por eso algunas abogadas, algunas médicas, prefieren ser médicos y abogados, porque ser médico es mejor que ser médica y ser abogado es mejor que ser abogada.

6.- Es confuso e impreciso

Se supone que tenemos que decir de una mujer que es “la técnico de Urbanismo”, y no “la técnica”, porque corremos el riesgo de confundir a la “persona que posee los conocimientos especiales de una ciencia o arte” con el “conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o un arte”.

Podríamos utilizar el mismo argumento para recomendar no decir de un hombre que es basurero, porque corremos el riesgo de confundir a la “persona que tiene por oficio recoger basura” con el sitio en donde se arroja y amontona. Pero nadie ha formulado nunca esta última recomendación, porque nunca nadie ha confundido a un señor que recoge basura con el sitio a donde la transporta: el contexto es suficiente para marcar la diferencia. Exactamente lo mismo sucede con ‘técnica’.

Ignacio Bosque argumenta también en su artículo que “la niñez” no equivale a “los niños y las niñas” y que recomendar su uso en sustitución del masculino plurar supone “prescindir de los matices” y “anular (…) diferencias sintácticas o léxicas”.

De acuerdo otra vez con el señor Bosque, pero añado: utilizar “los niños” en lugar de “los niños y las niñas” también es confuso e impreciso, porque, como “los niños” puede referirse tanto a solo varones como a varones y mujeres, es ambiguo.

Al masculino genérico seguiremos dándole vueltas en los siguientes apartados.

7.- Es pesado

Estar todo el rato doblando, -os, -as, o repitiendo (los, las) es un engorro, una pesadez. Estoy de acuerdo: el lenguaje igualitario sería muy pesado si se limitara a eso. Pero no es así.

Quien pone estas objeciones no se ha molestado en leer entera una publicación de recomendaciones, porque si se la hubiera leído entera, habría llegado a la parte en la que se expresa que la lengua tiene recursos suficientes, inagotables diría yo, para evitar la pesadez. Habría descubierto que el lenguaje inclusivo no se limita al los/las.

En jerga lingüística, cuando algo resulta pesado, engorroso o costoso, se dice que es antieconómico. El término economía lingüística, acuñado por André Martinet, designa a uno de los principales mecanismos de la evolución de las lenguas. En el lenguaje, como en cualquier actividad humana, existe una tendencia natural a tratar de minimizar el esfuerzo, lo que se manifiesta en maneras de abreviar, acortar o simplificar la forma de transmitir una información.

Pero, como también añadía Martinet, a menudo se presentan disyuntivas a la economía; es decir, a veces hay que elegir entre la economía y otra cosa; por ejemplo, entre la economía y la comunicabilidad. Así, por ejemplo, si yo quiero dar importancia a la economía lingüística, diré bodymilk; pero si quiero que me entiendan, es decir, si quiero comunicar, quizás deba decir crema hidratante corporal.

Pondré otro ejemplo. Si lo que me importa es la economía, diré chicos, pero si me interesa más la precisión, quizás utilice chicas y chicos.

Cuando se quiere dejar algo muy claro, nos tomamos un tiempo para ello. Así, merece la pena nombrar a las mujeres, merece la pena decir que nos dirigimos a ellas, que pensamos en ellas cuando hablamos. Si es importante, se impone a la economía.

8.- Es innecesario

Esta es la objeción principal de la RAE: no necesitamos expresar el femenino porque el masculino ya nos incluye y, de hecho, muchas mujeres nos sentimos incluidas.

Una vez más la RAE tiene razón: nos sentimos incluidas. Yo misma me siento incluida cuando leo “los lingüistas” o “los traductores”. Pero no siempre lo estoy, porque los masculinos no siempre nos incluyen; en muchas ocasiones ni siquiera sabemos si nos incluyen o no; y lo que es peor: a veces creemos que estamos incluidas y no lo estamos.

Por ejemplo, a mí me enseñaron en la escuela que el lema de la Revolución Francesa era “Libertad, igualdad, fraternidad” y que fue entonces cuando se instauró el sufragio universal. Yo siempre me sentí incluida en esa “fraternidad” y en esa ”universalidad”, pero más tarde supe que el universo revolucionario no incluía a las mujeres, pues no pudieron ejercer su derecho al sufragio en Francia ¡hasta 1944!

También supe que la palabra “fraternidad” viene del latín “frater”, que significa ‘hermano’, pero ‘hermano varón’; es decir, «frater» no incluye a las hermanas. ‘Hermana’ en latín es ‘soror’. De ahí viene nuestra ‘sororidad’.

De este hecho lingüístico extraigo una consecuencia extralingüística: la sobrerrepresentación masculina y la infrarrepresentación femenina.

Los hombres, gracias al masculino plural, están sobrerrepresentados; siempre están nombrados, figuran en todas partes, en todos los ámbitos, lo hacen todo. Son capaces de hacerlo todo. Se ven y se sienten capaces de hacerlo todo.

A nosotras, en cambio, el masculino plural presuntamente genérico no nos representa del todo; nos infrarrepresenta; no figuramos, no aparecemos, no estamos y, en consecuencia, no nos vemos, no nos imaginamos a nosostras mismas en muchos ámbitos. Deducimos, pues, que esos ámbitos no nos corresponden, no son nuestro sitio, no debemos estar ahí.

ocho 2

Fotografía de Asun Martínez Ezketa

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Expuestas ya mis ocho resistencias, para terminar, solo me queda expresar un agradecimiento especial a todas las personas que, con mejor o peor intención, durante todos estos años me han repetido frases como estas:

Menuda memez, no habrá cosas más importantes de las que ocuparse, la mayor chorrada, así no se puede hablar, una tontada, una ridiculez, no es asunto de lingüistas serios, comete excesos, semejante payasada, contiene errores de bulto, atenta contra el sistema mismo de la lengua, yo así no hablaré en mi vida, busca la confrontación, es fruto de una neurosis obsesiva…

Sin su inestimable ayuda, este artículo no habría sido posible. Gracias, pues, de corazón.

Los púlpitos de Seneca Falls

09/02/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

IMG_0139_Felix Arrieta Frutos (@pelikleta), Donostia, 1982. Soy politólogo y también y casi a la par, desde mi perspectiva cristiana de base, militante de lo social. Me interesan los procesos de políticas públicas, y el análisis electoral. Soy profesor en el Departamento de Trabajo Social de la Universidad de Deusto, en Donostia y desde hace poquito, salseo también en @deustoforum #Gipuzkoa.

Hace ya 168 años que se aprobó la Declaración de Seneca Falls. Mirando desde nuestra perspectiva actual parece lejos, muy lejos, el momento en que las mujeres pedían el derecho al voto, o poder participar en la comunidad en clave de igualdad respecto al hombre. Pero esa realidad, tantos años después, es mucho más cercana de lo que nos pudiera parecer.

Comienzo a escribir este post una mañana lluviosa de principios de febrero. Siento, para qué negarlo, una gran responsabilidad al escribir para este blog que transciende a su propia comunidad y que transporta sus reflexiones en torno a la igualdad mucho más allá que a un espacio físico, contribuyendo así a modificar el imaginario colectivo.

Pues bien, esta mañana de febrero, mientras llueve y recién emprendida la Capitalidad Cultural Europea de Donostia 2016, parece que, a priori, las claves para interpretar la realidad que nos rodea debieran ser muy diferentes a las de épocas precedentes. Sin embargo, hay cuestiones que, a pesar de haber evolucionado en lo normativo, tienen todavía un largo recorrido que hacer en lo social. Y en las actitudes de cada persona que contribuye a construir esa sociedad que bebe todavía en demasiadas ocasiones de apriorismos y estereotipos que poco ayudan a dibujar una nueva realidad.

Puestos a pensar, se han producido muchísimos avances en el reconocimiento de derechos civiles y políticos desde hace más de 100 años hasta hoy y efectivamente, hay voces autorizadas, muchas, que afirman que en la esfera pública y social esto es realmente así, aunque quede todavía camino por recorrer en el ámbito privado y en su regulación.

Y efectivamente se han producido avances. En nuestro entorno más cercano la Ley para la igualdad entre hombres y mujeres, aprobada en 2005, ha permitido que en las esferas de representación, las cifras vayan igualándose poco a poco. Esto ha hecho que, según los datos del último DeustoBarómetro, un porcentaje mayoritario de hombres (42%) y un porcentaje significativamente menor de mujeres (33%) piense que éstas han accedido ya a los espacios de poder económico y social. Sin embargo, son más (51% en el caso de los hombres y 55% en el caso de las mujeres) las personas que piensan que no han accedido a dichos espacios aunque discrepan sobre la fórmula para acceder a los mismos. Son, sumadas ambas posiciones, mayoría, y reflejan la situación real que experimentamos en nuestra sociedad en este comienzo de 2016.

Y éste es uno de los frentes en el que más hay que incidir: en el sueño de la falsa igualdad. En la conciencia colectiva que comienza a ser general, de que la igualdad es un valor ya conseguido que ahora sólo queda poner en valor. Pues digámoslo claramente: esto no es cierto. La igualdad entre mujeres y hombres ni existe, ni se ha conseguido.

Y esto es así, porque siguen sucediendo a día de hoy, situaciones que distan mucho de ser aceptables.

  • Como por ejemplo la niña que al escuchar que su hermano quiere ser arquitecto de mayor afirme que eso no es posible en su caso precisamente por eso, por ser una niña.
  • O el estudiante que planteándose ir a la universidad deja de escoger una carrera porque entiende que no sólo es una profesión feminizada, sino que además pertenece a las mujeres.
  • O la persona joven que defiende la tradición de un acto social, a pesar de que éste sea claramente discriminante para las mujeres.
  • O los amigos que se encuentran unos años después de acabados los estudios y comprueban cómo ella gana todavía menos que él.

Son ejemplos reales (y frecuentes) de mi vida cotidiana. Realidades que tienen que ver, por ejemplo, con la percepción que tenemos sobre el cuidado. Y sobre quién tiene que realizarlo. Con cómo entendemos que tiene que producirse el cambio social y lo que las tradiciones suponen (o suponían) y su permanente actualización. Percepciones a las que no son ajenos los medios de comunicación, y la imagen que nos transmiten, nosotros mismos, con la que damos en redes sociales o las instituciones, en su más amplia definición, que transmiten y perpetúan el modelo patriarcal.

Pero es, por encima de las instituciones, sobre todo un debate que nos interpela. Nos interpela como personas comprometidas con la realidad que nos rodea. Nos interpela, como bien apuntan en este blog las doce miradas, a denunciar todo aquello que quiera ahondar en esa injusticia. Y en este momento de incertidumbre política, con un escenario absolutamente desconocido en el que el Parlamento parece va a tener un papel más activo que nunca, es necesario reivindicar esta necesidad de alerta y denuncia permanente. Una necesidad que debemos hacer nuestra.

En Seneca Falls, hace 168 años, decidieron ‘que la rapidez y el éxito de nuestra causa depende del celo y de los esfuerzos, tanto de los hombres como de las mujeres, para derribar el monopolio de los púlpitos y para conseguir que la mujer participe equitativamente en los diferentes oficios, profesiones y negocios’. Hoy, no son sólo los púlpitos de la iglesia aquellos cuyos monopolios es necesario derribar. Pero son los esfuerzos de hombres y mujeres, conjuntamente, los que ayudarán a derribarlos.

Eskerrik asko @DoceMiradas por vuestro trabajo constante. Que sigamos sumando a muchos más.

#MatemáticasGenéricas

02/02/2016 en Doce Miradas por Miryam Artola

Porque a estas alturas del partido ya sabemos que uno más uno no son dos, o al menos no son sólo dos. E incluso a veces, 1+1 no suma sino le resta a alguno de los elementos (personas) de la ecuación.

Pues en estas ando. Volviendo a lo básico. A las matemáticas más genéricas. Aquellas que quieren dibujar sumas positivas. Restas que nos hagan crecer y ser más. Divisiones que hablan de repartir, de compartir y de multiplicar. Y multiplicaciones que nos lleven a cambios reales.

Así que hoy dejo las palabras aparcadas, y os ofrezco dos cosas. Una, mi mirada, que pretende (re)crear las #Matemáticas Genéricas. Dos, una invitación, a seguir sumando(nos) y ofrecer nuestras propias sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, quizás alguna integral (si alguien se acuerda de cómo se hacían… ¡yo, ni idea!), y quién sabe si una raíz cuadrada.

#MatemáticasGenéricas. Yo+mis mil maneras de mover el corazón, de sentir... sin recetas ni fórmulas perfectas=¡Esa soy yo!

#MatemáticasGenéricas. Yo+mis mil maneras de mover el corazón, de sentir… sin recetas ni fórmulas perfectas=¡Esa soy yo! (porque no hay una única manera de ser mujer, ni de realizarse, ni de ser completa, ni de amar, ni de crecer…). #MatemáticasGenéricas

Yo+una media naranja=al riiico txupito de zumito de naranja y ¡¡brindo por tí!! #MatemáticasGenéricas

Yo+mi media naranja=al riiico txupito de zumito de naranja y ¡¡brindo por tí!! #MatemáticasGenéricas

Mujeres+oportunidades+educación+Decisión&decisiones+gafitas moradas para mirar la realidad+tener la posibilidad de Vivir (con dignidad)-los techos de cristal=¡¡Vamos P´alante!!

Mujeres+oportunidades+educación+Decisión&decisiones+gafitas moradas para mirar la realidad+tener la posibilidad de Vivir (con dignidad)-los techos de cristal=¡¡Vamos P´alante!! #MatemáticasGenéricas #TechosdeCristal

Si cuidamos más, si nos cuidamos más, si nos dejamos cuidar más... y si dividimos esos cuidados y esos cuidarnos y esos cuidarles también entre todos (las todas ya están un poco más en ello)= la ternura habitará el corazón del mundo.

Si cuidamos más, si nos cuidamos más, si nos dejamos cuidar más… y si dividimos esos cuidados y esos cuidarnos y esos cuidarles también entre todos (las todas ya están un poco más en ello)= la ternura habitará el corazón del mundo. #MatemáticasGenéricas #Cuidados

#MatemáticasGenéricas

A más oportunidad(es), trabajo, salarios equitativos , cuidados… que nos de para todas las personas del mundo mundial =mayor justicia, y mayor solidaridad (y así un mejor lugar para todos y todas ¿no?) #MatemáticasGenéricas #Igualdad

Para que no haya Ni UNA MENOS=todos, todas sin concesiones contra la violencia de género y tolerancia 0 #MatemáticasGenéricas #NiUnaMenos

Para que no haya Ni UNA MENOS=todos, todas sin concesiones contra la violencia de género y tolerancia 0 #MatemáticasGenéricas #NiUnaMenos

Si nos sumamos a pinchar las burbujas de las canciones denigrantes (#casposongs),la publicidad sexistas, los micromachismos omnipresentes, los chistes sexistas=amplificaremos un espacio oxigenado libre de estereotipos tóxicos, sorderas crónicas y una cultura tremendamente patriarcal. #MatemáticasGenéricas

Si nos sumamos a pinchar las burbujas de las canciones denigrantes (#casposongs),la publicidad sexistas, los micromachismos omnipresentes, los chistes sexistas=amplificaremos un espacio oxigenado libre de estereotipos tóxicos, sorderas crónicas y una cultura tremendamente patriarcal. #MatemáticasGenéricas

súmate a las #MatemáticasGenéricasSúmate a hacer tu propia ecuación añádele el hashtag #MatemáticasGenéricas… y Twitteala! Posteala! Pégala en un tablón de anuncios… (y si quieres pónmela en copia en twitter en  @miryamartola o añádela como comentario a este post) y construyamos entre todas y entre todos una nueva Matemática Genérica ¡¡y vamos a esparcirla!!

 

 

 

PD: y esta… un guiño, un regalito, un «regaliz»… a mis queridas miradas #nivelondecompis.

1+1+1+1+1+1+1+1+1+1+1+1=Docemiradas #MatemáticasGenéricas #nivelóndecompis

1+1+1+1+1+1+1+1+1+1+1+1=Docemiradas #MatemáticasGenéricas #nivelóndecompis

Praxis feminista

26/01/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Beatriz Sevilla (Tres Cantos, 1993). Estudio Física en Madrid y estoy de Erasmus en Copenhague, donde soy secretaria de BLUS (asociación LGBT de estudiantes de Copenhague). En 2010 empecé a leer sobre género y política, y nunca pude parar. A veces doy charlas sobre mujeres en ciencia (Naukas Bilbao 2014 y 2015, EBE 2015).

 

Internet está lleno de artículos sobre los diversos aspectos del feminismo: historia, causas, explicaciones sobre por qué se prefiere una cosa u otra, análisis de ficción audiovisual o libros, y un largo etcétera. Abundan también los artículos sobre praxis feminista para hombres; con instrucciones más o menos detalladas sobre cómo ser un mejor aliado para el feminismo, cómo escuchar las experiencias de las mujeres en vez de opinar muy alto todo el tiempo o, en general, cómo actuar en según qué situaciones.

Sin embargo, no hay prácticamente artículos sobre praxis feminista para mujeres, al menos de manera general. No hay artículos que digan “así es como creo yo que deberíamos hacer feminismo las mujeres”. Sí corren ríos de tinta sobre cosas concretas que han hecho mujeres que nos parecen bien y muy feministas o, más a menudo, mal y poco feministas. Esto no está mal de por sí, y es comprensible: si el feminismo lo hacemos nosotras para nosotras, habrá que discutir y estar en desacuerdo sobre cómo actuar “de forma feminista”.

Con todo, no deja de extrañarme esa dinámica. El feminismo es un movimiento político y social, una ideología, que analiza la sociedad pasada y actual, resalta la injusticia relacionada con el género, y pretende solucionarla de unas formas u otras, dependiendo de la corriente dentro del mismo. En otras ideologías de características parecidas no se ve tantos juicios dentro del propio movimiento: la gente que critica a los comunistas por tener iPhones no son otros comunistas. Pero sí que hay muchas mujeres (y hombres también, claro) que critican a otras por no ser lo suficientemente feministas, o por no serlo de la manera correcta; no hay más que ver a Emma Watson hablando de Beyoncé.

Esto no quiere decir que el peor enemigo del feminismo sean las Emma Watsons que critican a las Beyoncés. Ni tampoco las Miley Cyruses que “buscan la mirada masculina”, como opinan otras personas. El peor enemigo del feminismo es el machismo, el status quo. Centrarse en que las mujeres no son lo bastante feministas desvía el foco de atención de donde tendría que estar: en el sistema patriarcal y la gente que lo mantiene. En la gente que perpetúa el machismo, que está en el poder, que tiene más voz social, y a la que se escucha más, que son, en su mayoría, hombres.

Por todo esto, he hecho una lista de las cosas que hago y no hago yo; mi propia praxis feminista.

1. Criticar poco a otras mujeres por su feminismo (o falta de). ¿No tenemos ya suficiente crítica fuera? ¿No hace cada una lo que puede y ve correcto? Yo creo que sí. Tampoco quiere decir que haya que callarse todo el rato: critico a Emma Watson porque me sirve de ejemplo de cómo no hacer eso mismo, por ejemplo.

2. En vez de criticar, hacer análisis. A mucha gente no le gusta que las mujeres dediquen tiempo a cumplir estándares de belleza o de feminidad con los que no están de acuerdo. Se me ocurre que quizás es más constructivo preguntarse por qué. ¿Por qué se maquilla alguien que está en contra de que exista la obligación social de maquillarse? Quizás no le merezca la pena incumplir la obligación social. ¿Hasta qué punto tenemos los demás derecho a decirle a alguien que traiciona sus propios principios?

3. Sentirse menos culpable al dejar algo pasar. Hace unos meses le dije a un chico de mi clase que me oriento fatal, y me contestó que era “cosa de mujeres”. Hace un par de años quizás se lo habría discutido, pero le dije que quizás y seguí con mi vida. Creo que ninguna de las dos opciones es mejor que la otra. Se puede decidir que no te merece la pena saltar todas las veces, y elegir las batallas. También se puede decidir saltar todas las veces, claro, pero acaba cansando.

4. Hablar con otras mujeres. Saber qué opinan las otras mujeres de mi entorno sobre el feminismo es lo que más enriquecedor me ha resultado. Sobre todo las mujeres que lo tienen más difícil que yo: las que no son blancas, las migrantes, las pobres, las trans. Una mujer que trabaja turnos de diez horas a lo mejor no tiene tiempo de leer a Simone de Beauvoir, pero tiene una opinión esclarecedora sobre conciliación laboral.

Al final lo que he aprendido es que el feminismo es una lucha de fondo. Que a veces escuchando y comprendiendo se avanza igual que discutiendo y criticando, que son complementarios y no opuestos; y se pueden dejar pasar algunas cosas para no quemarse, y no significa renunciar a tus principios.

No callamos

19/01/2016 en Doce Miradas por Naiara Pérez de Villarreal

Ya han pasado casi tres semanas desde la Nochevieja del año pasado, tiempo insuficiente para que la justicia alemana haya esclarecido del todo lo que realmente pasó en Colonia y en otras ciudades alemanas, donde decenas de mujeres fueron violentadas y agredidas sexualmente por cerca de un millar de hombres.

Pero sí ha pasado el tiempo suficiente para que personas del mundo de la política y de los medios de comunicación hayan puesto el grito en el cielo y se hayan vertido ríos de tinta sobre estas agresiones, para destacar fundamentalmente el hecho de que los responsables de esta aberración son cerca de un millar de inmigrantes, concretamente “varones árabes y norteafricanos”, como afirmaba un artículo del diario La Gaceta, del grupo Intereconomía, cuyo titular me pareció uno de los más lamentables y tendenciosos que recuerdo:

el feminismo calla

Noticia publicada en la Gaceta.es

abusos sexuales

Noticia publicada en el Mundo.es

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿El feminismo calla? Curiosa forma de decir que el movimiento feminista no está utilizando estos lamentables hechos para poner el foco en la procedencia de los asaltantes. Ese es el interés que está moviendo a algunos medios y poderes públicos a denunciar estas agresiones, y no la voluntad de hacer visible una realidad que otras muchas veces obvian: están agrediendo a mujeres.

Es oportunismo, o “purplewashing” (lavado púrpura), término que muy acertadamente ha utilizado Brigitte Vasallo en su reciente post para Pikara Magazine, titulado “Vienen a violar a nuestras mujeres”. Quiere Vasallo denunciar el mensaje de que los inmigrantes, y más concretamente un colectivo que está “de moda” como los refugiados, vienen a agredirnos.

1000refugiados acosan

Noticia publicada en Negocios.com

Y yo me pregunto: ¿realmente creemos que a cualquiera de las mujeres agredidas sexualmente el pasado fin de año en Colonia le importaba algo el lugar de nacimiento o la religión de quien la estaba violentando y asaltando física y sexualmente? ¿Realmente hay personas tan ingenuas que pueden creerse que lo realmente significativo y sustantivo de ese hecho, la agresión, era si esos hombres eran o no nacionales, europeos, blancos, negros, judíos, cristianos o musulmanes, si eran rubios o morenos, si gordos o delgados, si altos o bajos, si refugiados o empadronados en su mismo distrito? ¡¡NO!! Rotundamente no. El hecho es que ellas estaban siendo usadas y abusadas por unos hombres que se sentían totalmente legitimados para asaltarlas y atacarlas.

Tras estos lamentables hechos, Alemania ya ha anunciado que quieren acelerar las deportaciones de extranjeros que delinquen, para regocijo de la ultraderecha germana, que ya se está frotando las manos e instrumentalizando la situación para elevar sus reivindicaciones de corte racista. ¿Realmente les importan las agresiones a mujeres, o que hayan sido extranjeros los agresores? Y si hubieran sido alemanes, ¿habrían condenado estos hechos con igual fuerza?

Y me sigo preguntando: ¿acaso algún político europeo se ha planteado que la petición de endurecimiento de las políticas migratorias y de acogida de refugiados no responde al castigo del hecho acontecido? Quiero pensar que sí, pero ¡qué bien viene para parar estos movimientos migratorios masivos que se les iban de las manos y no están sabiendo gestionar en ninguno de los países europeos!

alemania acelera deportaciones

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Pienso en esas mujeres acorraladas, violentadas en sus más profundas intimidades, pienso en ese punto de violencia física y directa que aquellos hombres ejercían sobre ellas y necesariamente me digo que no, que aquí hay más. Toda esa masa de hombres, diversos entre sí, no se pone de acuerdo una noche como la de fin de año para atacar indiscriminadamente a una centena de mujeres. ¿O sí? ¿Qué hay detrás? Me viene a mi cabeza el triángulo de la violencia de Galtung y me cobra mucho sentido.

Es mi deseo, por si todavía no lo hecho explícitamente, poner el foco en la propia agresión y en la víctima, así como en el agresor, sin adjetivarlo como inmigrante, refugiado ni alemán. Cuando adjetivamos el sustantivo, pierde fuerza; es un agresor, un asesino, un violador, no importa su origen ni condición.

La violencia estructural y cultural que cimenta la agresión sexual

El sistema capitalista y patriarcal se protege a sí mismo. Aprovecha un hecho tan punible y deplorable como la agresión sexual a una mujer para poner el foco en la adjetivación del agresor. No es un agresor, ya que el foco está puesto en su condición de inmigrante ¡y encima refugiado! Hombre al fin. Hombre criado en una cultura patriarcal, tanto la alemana o europea como la siria, asiática o africana, cristiana, judía o musulmana. Está educado para usar y abusar de la mujer. Para cosificarla. No importa que sea agresor. La agresión a estas mujeres se ha usado, cosificado, para tener un buen pretexto, una buena excusa para arremeter contra el diferente (raza, nacionalidad, religión…) que viene a desestabilizar el sistema capitalista.

El patriarcado los une: a los unos, para sentirse con legítimo derecho de agredir sexualmente a las mujeres; a otros, para levantarse como salvadores de unas pobrecitas mujeres agredidas. Lo que menos importa es que hayan sido agredidas, ni que sean mujeres; lo importante y sustantivo es que el que agrede no es de casa y que esas mujeres son «las suyas». Propiedad, pertenencia y cosificación de nuevo.

Otra mirada

Vamos a mirarlo desde otro punto de vista: mujer  extranjera, inmigrante o refugiada, agredida sexualmente por hombres de la tierra. No digo que sea este caso concreto, pero ¿pensáis que la respuesta institucional sería la misma? ¿Pienso yo solamente que algunos de estos medios o instituciones silenciarían estos casos? ¿No lo están haciendo ya?

Las mujeres son diariamente asesinadas por sus parejas en sus propios hogares, en lo que se ha convertido en un lento y agónico feminicidio, sin que ningún medio de información mundial le dedique más que las líneas justas para simplemente levantar acta (y a veces ni eso, ya que se interpreta el hecho) de que una mujer ha sido asesinada, cuando no “fallecida” o “muerta” en su domicilio.

No queremos callarnos

Y sigo pensando en el titular al que aludía al comienzo del post, que ha sido la chispa que me ha encendido y llevado a escribir estas líneas. ¿Que el feminismo calla? ¿Pero de qué árbol se han caído? ¿Quieren inflar aún más el globo del racismo y la xenofobia e intentan provocar a sectores estratégicos?

No seré yo quien hable en nombre del feminismo, pero yo no me callo. Denuncio estas agresiones a las mujeres, como tantas otras, pero tampoco me callo en señalar la instrumentalización que se está haciendo de este caso. Cuando asesinan, violan o agreden física o verbalmente a una mujer tampoco me callo, pero me pasa igual ante las agresiones racistas o xenófobas. ¿Será patológico? Me lo tengo que mirar.

Cuidado con derechos y Derecho a cuidar

12/01/2016 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Miguel GonzálezMiguel González Martín (@miguelutxo), de Bilbao, 1972. Me interesa cómo se encuentran e interactúan el cambio personal, organizativo y social. También me interesa el rock, que parece menos profundo, pero no te creas. La palabra “acompañar” me sigue haciendo vibrar, pese a que quizá hemos abusado un poco de ella. Me he movido en el terreno de las políticas sociales, la gestión de la diversidad, la inmigración y la cooperación internacional. En el lado de las organizaciones sociales, y también en el del gobierno. Ahora me toca caminar con la Fundación Social Ignacio Ellacuria.

El mes de abril de 2013 comenzó y concluyó con dos hechos muy significativos en mi biografía. Aunque de distinta densidad existencial, entre ambos se trazaba una nítida conexión, como si los extremos del mes crearan en su abrazo el cuenco donde la vida deposita un aprendizaje.

El día 1 empecé a trabajar en la Fundación Ellacuria. El día 30 nació mi tercer hijo. Lo primero me ha ofrecido la oportunidad de caminar junto a un grupo de mujeres que han venido a buscar un futuro mejor. Para ello, cuidan. De personas mayores, de personas con enfermedad o con alta dependencia. También de niñas y niños, desde bebés hasta preadolescentes. Lo segundo – el nacimiento- entre otras muchas cosas, me ha vuelto a colocar de un empujón frente al espejo de mi rol como cuidador, proyectando un reflejo con luces y sombras. Siento que los cableados de lo sociopolítico y de lo personal se vuelven a entreverar (¿acaso alguna vez discurrieron por canaletas separadas?). En este caso, son los cuidados la corriente que galopa por ellos.

Cambiar pañales y cambiar el mundo están más cerca de lo que solía pensar. Se suele hablar de la “crisis de los cuidados” para describir cómo la forma actual de organización económica y política impide que podamos responder adecuadamente, como individuos y como sociedades, a la necesidad de cuidados. Sin ellos, la vida se desmorona. Nuestro sistema de producción y la forma en que nos organizamos políticamente se erigen sobre una urdimbre relacional de atenciones que se da por supuesta. Parafraseando a Monterroso, cuando el capitalismo y la democracia liberal despiertan, los cuidados ya están allí. Esta invisibilización no sale gratis. La pagan, primero, las mujeres y, segundo, las mujeres pobres. La distribución de la responsabilidad de cuidar no solo está atravesada por la desigualdad de género y de clase social, sino que además las retroalimenta.

Las respuestas que hasta la fecha nos hemos dado a esta situación son muy insuficientes, cuando no refuerzan la desigualdad de las mujeres. Las políticas de conciliación nos sitúan ante el Escila de reducir jornada ganando menos y el Caribdis de cuidar sin contar con ingresos. El resultado: dobles jornadas, fundamentalmente para las mujeres. Muchas veces, al “pastel” de la carga de trabajo le añadimos la “guinda” de los sentimientos de culpa y frustración, macerada en la cultura patriarcal que aún respiramos. Solo hay que prestar un poco de atención para percibir la huella de todo ese sufrimiento en los rostros y los cuerpos de las mujeres.

Otra manera de afrontar la crisis ha sido, expresado en términos de intercambio comercial, la importación masiva y a bajo coste de cuidadoras provenientes de países del Sur. La OIT estima en cerca de 12 millones – mayoría mujeres- las migrantes que trabajan en servicio doméstico. Esto es como si todo un país como Bélgica o Grecia se vaciara y mandara a su gente a atender niños y ancianas por todo el mundo.

Unas pocas de estas mujeres son las que he tenido en suerte encontrar en mi camino. Con ellas he puesto rostro y nombre a lo que la academia especializada llama “cadenas globales de cuidados y afectos”: mujeres que dejan a sus hijos/padres a cargo de otras mujeres (abuelas, tías, hermanas mayores, cuidadoras remuneradas…) para venir a cuidar a los hijos/padres de otras mujeres…y hombres. Me tiemblan las piernas al imaginar la separación. Agacho la cabeza con reverencia y humildad al ser testigo de la grandeza de su lucha cotidiana, del apoyo recíproco que se brindan y de cómo alzan su voz clamando por sus derechos. Se me expande el corazón cuando me contagian el afán por celebrar, llenas de agradecimiento, cuánto detalle o regalo trae la vida.  Y, por supuesto, me arde el pecho al conocer las condiciones indignas de trabajo que se ven abocadas a aceptar. Algo que, por cierto, no les ahorra ni los jirones de humanidad que dejan con cada persona que cuidan, ni experimentar el vértigo del vacío, ni transitar el recorrido del duelo cuando la muerte reclama a algún anciano a su cargo. Exprimidas allá donde se cruza lo peor de la legislación laboral y del régimen de extranjería, hace apenas tres meses, la trágica muerte de Verónica nos puso delante de los ojos esta amarga realidad a la que preferimos no mirar.

derecho a cuidarAsí pues, cuidamos – ellas cuidan, vosotras cuidáis – sin apenas derechos. Y a la vez, vemos  que el acceso a nuestro derecho a cuidar-cuidarnos se alcanza a altísimo coste. Hablar del derecho a cuidar conlleva traer a la conversación también su contraparte: el deber y la obligación de hacerlo. Si, como decimos, los cuidados son un bien socialmente necesario para la reproducción y el sostenimiento de la vida, “todas las personas, hombres y mujeres, tenemos la responsabilidad y la obligación de cuidar unos de otros. Y con ella, el deber de construir un marco social en el que poder cuidarnos, en el que poder repartir y compartir esos cuidados”. Así lo resume brillantemente Carolina del Olmo en su inspirador trabajo “¿Dónde está mi tribu?” (cuya reseña habéis encontrado enlazada más arriba).

¿Quién se está – nos estamos- haciendo cargo de ese deber muy por debajo de lo que correspondería? Fundamentalmente, los hombres, que estamos llamados a asumir la parte que nos toca. Quizá, además, descubramos en esa senda una forma de desplegar nuestra condición humana en toda su plenitud. Ahora bien, considero que revisar las prácticas individuales sin vincularlas al contexto social y cultural que las incentiva o desincentiva, las hace plausibles o invivibles, puede ser un ejercicio sano, pero quizá solo estetizante. Aquello que decía Ulrich Beck de buscar “respuestas biográficas a problemas estructurales”. A la vez, siento que sin el humus de un cambio de conciencia, de hábitos del corazón, de los horizontes de expectativas y sueños personales y colectivos, de las narraciones que nos dan sentido…no es fácil que arraiguen las necesarias reformas políticas y económicas.

Tal vez el carbón que alimenta la caldera de la cultura patriarcal – que no solo emponzoña la relación entre hombres y mujeres, también la relación con la naturaleza-  sea la negación de nuestra interdependencia, fragilidad y vulnerabilidad radicales. No querer reconocer que es precisamente eso lo que nos define como humanos, y no tanto el afán de dominación o el “Hybris”. Como dice Marina Garcés en Un mundo común, “no dejamos nunca de vivir en manos de los demás (…) se trata de sacar la interdependencia de la oscuridad de las casas, de la condena de lo doméstico, y ponerla como suelo de nuestra vida común, de nuestra mutua protección y de nuestra experiencia del nosotros”.

¿Cómo sería edificar un orden social fundado en la asunción de nuestra frágil condición y mutua dependencia, más que en el mito de que somos adultos – varones- autosuficientes sellando un contrato de convivencia?

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Vuelvo a mirarme: hombre, de país rico, sano, con educación. Rodeado de vínculos amorosos. El espejo me devuelve muchas preguntas. ¿A qué privilegios puedo y debo renunciar para asumir mi parte (yo, que también me veo necesitado de contratar servicios de cuidados, en un campo de negociación favorable)? ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Cómo hacer del cuidado de mi gente un acto personal y político a la vez? ¿Cómo de igualitario soy en mis relaciones familiares?

PD: Si lees en euskera, no dejes de hacerte estas preguntas que plantea Amelia Barquín, en un blog que no te puedes perder.