Lengua, sexismo y mi día a día en todo esto

04/06/2013 en Doce Miradas

todas las personas

Cuando estéis casadas, pondréis en la tarjeta vuestro nombre, vuestro primer apellido y después la partícula “de”, seguida del apellido de vuestro marido. Así: Carmen García de Marín. En España se dice señora de Durán o de Peláez. Esta fórmula es agradable, puesto que no perdemos la personalidad, sino que somos Carmen García, que pertenece al señor Marín, o sea, Carmen García de Marín.

Sección Femenina: Economía doméstica, para Bachillerato, Comercio y Magisterio, 1968

He querido comenzar con esta joya de cita para hacer ver dos cosas: una, que las recomendaciones sobre cómo mostrar a las mujeres en la lengua no surgieron ayer por la tarde ni las inventó precisamente el movimiento feminista.

Y dos, que en todas, absolutamente en todas las recomendaciones de este tipo se mezclan consideraciones lingüísticas y extralingüísticas. ¿Por qué? Porque no puede ser de otra manera, porque el lenguaje no está fuera del mundo, no está nunca separado del orden social ni de nuestras ideas, imágenes y construcciones mentales.

Hasta el Antiguo Testamento cuenta que con las palabras se creó el mundo.

Dios dijo: «Hágase la luz». Y la luz se hizo.

Como me dedico a la confección, traducción y corrección de textos, a menudo tengo que atender a cuestiones sobre lengua y sexismo y resolver problemas muy concretos, muy cotidianos, muy de andar por casa, muy llanos. Por eso he querido escribir un articulito que no entre en consideraciones gramaticales (aunque me encantaría, porque la gramática me chifla) y que exprese de manera intuitiva y cercana mi muy terrenal y nada glamurosa experiencia en este ámbito. Vamos allá.

El dichoso masculino plural

Quizás la cuestión más polémica sobre lengua y sexismo es la del masculino plural. ¿A quién se refiere el masculino plural? ¿Nombra solo a hombres? ¿Incluye a las mujeres?

Para la Real Academia Española (RAE) no hay dudas: incluye a hombres y a mujeres. Os resumo lo que dice en su recomendable Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD):

[…] … los nombres apelativos masculinos, cuando se emplean en plural, pueden incluir en su designación a seres de uno y otro sexo: Los hombres prehistóricos se vestían con pieles de animales; En mi barrio hay muchos gatos (de la referencia no quedan excluidas ni las mujeres prehistóricas ni las gatas). Así, con la expresión los alumnos podemos referirnos a un colectivo formado exclusivamente por alumnos varones, pero también a un colectivo mixto, formado por chicos y chicas. […] … en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva.

Una vez que la RAE establece esto, añado que el masculino plural me plantea dos problemas: que invisibiliza a las mujeres y que no siempre nos incluye.

Veamos dos casos en los que el masculino plural invisibiliza a las mujeres; al menos a mí me las ocultó durante un tiempo.

Desde niña estudié que en la Edad Media europea los monjes se dedicaban a copiar manuscritos y de esa manera contribuyeron enormemente a la propagación de la cultura. Así pues, he pasado décadas pensando que los famosos monjes eran solo hombres, hasta que leí a una historiadora que afirmaba que también hubo monjas copistas; y algunas, además, muy notables, por su habilidad.

El masculino plural monjes (y el contexto, también visual, que lo acompañaba) no me hizo nunca sospechar que englobaba también a las monjas.

El segundo caso de invisibilización que os quería exponer es el de los niños soldado.

Había leído muchas veces en la prensa que en ciertos conflictos armados, principalmente de África, niños de ocho o diez años guerreaban como adultos con fusiles y metralletas. Pasé años pensando que solo eran varoncitos, hasta que un día leí que también había niñas soldado, las cuales, además, sufren una brutal violencia sexual. Como en el caso de los monjes, nada me había hecho sospechar que el masculino plural niños abarcaba también a las niñas, hasta que alguien lo declaró explícitamente.

La economía expresiva que defiende la Academia nos oculta a veces parte de la realidad.

Hay un caso muy peligroso y muy común de invisibilización mediante el masculino plural: los expertos. Es una frase hecha que aparece frecuentemente en los medios, sobre todo al tratar asuntos de corte científico: Según los expertos… Es especialmente dañino porque en la imagen que dibuja en nuestra mente los expertos siempre son hombres, con bata blanca o traje y corbata, pero siempre, siempre, quienes saben mucho de algo son hombres.

Es urgente, pues, que empecemos a sustituir ese según los expertos por otras expresiones menos marcadas, como, por ejemplo, según opiniones expertas o según voces expertas.

La segunda cuestión que me planteaba sobre el masculino plural es si nos incluye o no nos incluye. Como habéis leído, la RAE no duda: sí nos incluye. Y yo, la verdad sea dicha, cuando leo frases como Los trabajadores públicos se quedan sin paga extra o A debate el papel de los traductores, sí me siento incluida, creo que están hablando de mí.

Pero ¡cuidadito! Porque no siempre es así. A veces me creo que están hablando de mí y resulta que no. Mirad lo que leí hace poco en uno de esos periódicos gratuitos que reparten en las bocas del metro. El titular decía:

Cada vez más vascos con problemas sexuales

Yo pensé: ¡ah! Voy a leerlo, a ver qué problemas sexuales tengo. Pero luego seguía:

Aumentan los casos de disfunción eréctil

¡Anda! ¡Qué sorpresa! No estaban hablando de mí. Yo creía que ese vascos me incluía, pero luego ha resultado que no, que se refería solo a los hombres vascos. Ahí se ha producido lo que Ángel García Meseguer, en su famoso libro ¿Es sexista la lengua española?, llamaba salto semántico.

Así pues, ante un masculino plural, las mujeres nos tenemos que preguntar si estaremos incluidas o no, porque son posibles ambas cosas. Tenemos que acostumbrarnos a esa duda y, además, a una identidad cambiante, a que unas veces se nos nombre en femenino y otras, en masculino, como pasaba en mis clases de gimnasia; nada raro ni especial, por otro lado.

En las clases de gimnasia a las que asistía hace unos años, la mayoría de las veces éramos todas mujeres y la monitora, claro, nos hablaba en femenino:

Venga, chicas, todas juntas.

Muy de vez en cuando se dejaba caer por la clase algún hombre y entonces, con que un solo varón se nos uniera, ¡zas!, nuestra identidad cambiaba y pasábamos a ser chicos:

Venga, chicos, todos juntos.

Aquel solo hombre nos transformaba a todas.

A los hombres no les pasa ni una cosa ni otra: siempre saben cuándo los nombran, siempre tienen claro cuándo están hablando de ellos y cuándo no, y su identidad es firme y siempre la misma, no varía en cuanto aparece una señora.

Yo, en cambio, tengo que preguntarme si estarán hablando de mí y tengo que asimiliarme a la forma masculina. ¿Hacen eso los hombres? ¿Se incluyen en los femeninos? Las antonias celebran su santo el día de san Antonio. ¿Celebran los adrianes y adrianos el día de santa Adriana o esperan a festejar el de (nunca mejor dicho) su santo varón?

Bueno, paremos un momento para reconocer que a veces los hombres sí se asimilan a las formas femeninas, a formas femeninas que engloban a los hombres. Parafraseando a la Academia, podemos decir que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical femenino, como sucede, por ejemplo, con víctima o criatura. Existe, por tanto, aunque limitadamente, el femenino genérico. Entonces, puesto que existe, ¿quebrantamos algún precepto inamovible si ampliamos su uso? ¿Qué tal si empezamos a utilizar más frecuentemente el femenino plural para grupos en los que también hay hombres, a sabiendas de que contravenimos las normas académicas, pero exploramos posibilidades interesantes en la lengua?

Ahí lo dejo. Y acabo este apartado volviendo a la economía expresiva y a la repetición. Cuando se quiere nombrar a las mujeres, cuando se las quiere considerar, se las nombra. Recordad, si no, todas las tradicionales fórmulas de cortesía de las lenguas cercanas: señoras y señores, jaun-andreok, ladies and gentlemen, mesdames et messieurs, Damen und Herren.

Requiere un poquito de tiempo, vale, pero, si quieres nombrarnos, nómbranos.

Presidentas y sirvientas: los nombres de profesión

El segundo quid gordo de la cuestión son los nombres de profesión. Y en este apartado, señoras y señores, aunque no se lo crean, debo afirmar que la RAE ha ido por delante de las costumbres sociales, pues ha dado el visto bueno a formas femeninas que no todo el mundo acaba de aceptar.

Así, por ejemplo, el diccionario académico, el DRAE, recoge presidenta y, sin embargo, todavía en abril pasado vi al pie de un escrito la presidente de la comisión y firmaba una mujer.

Contra presidenta se suele argumentar la invariabilidad del sufijo -nte, procedente del participio activo latino, que era tanto femenino como masculino. Vale, sí, pero nadie me hizo repasar la gramática latina cuando el DRAE aceptó sirvienta, dependienta, asistenta o clienta, que tienen el mismo mismísimo origen que presidenta.

¿Os dejo cinco minutos para un ejercicio de agudeza visual en el que descubrir la diferencia entre presidenta, comandanta y gerenta, por un lado, y sirvienta, dependienta y asistenta por otro? Bah, no, no hace falta.

También me he encontrado con abogadas que dicen que no, que ellas no son abogadas, sino abogados; y con arquitectas que dicen que son arquitectos, cuando no hay ninguna razón lingüística ni académica que se oponga a esas formas femeninas.

Otra batallita cotidiana la tengo con técnico y técnica. Se argumenta contra el uso de técnica que su homonimia crea confusión, ya que, además de persona que posee los conocimientos especiales de una ciencia o arte, también puede significar conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o un arte.

Es cierto, hay homonimia, pero para algo está el contexto: para aclarar cuándo nos referimos a una trabajadora y cuándo a los procedimientos y recursos que emplea. El riesgo de ambigüedad no justifica que digamos, como se oye decir, la técnico.

También hay homonimia en basurero, que puede significar persona que tiene por oficio recoger basura o sitio en donde se arroja y amontona la basura. Hemos convivido siempre con esta homonimia y el contexto ha bastado para evitar toda confusión.

Para acabar, lo más sensato que puedo decir al respecto es que el uso consolida las formas. Margaret Thatcher era la primer ministro. Hoy ministra está plenamente extendida y aceptada y no escandaliza ya a nadie. Usemos, pues, las formas en femenino para hacerlas habituales.

Igualdad sí, pero así no

Esta frase del título me habría convertido en millonaria si, cada vez que me la han dicho, me hubiera caído un euro del cielo.

El así no puede significar dos cosas: a) no en el patio de mi casa; b) dediquémonos a cosas más importantes que a estas tonterías del -os/-as.

La a) la ilustra perfectamente el académico Ignacio Bosque, en su famoso informe Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, suscrito por el pleno de la RAE, recurría a un argumento que he escuchado muy a menudo para refutar estas propuetas para una lengua sin sexismo. Se resume con el título que os he puesto: Igualdad sí, pero así no.

… la verdadera lucha por la igualdad consiste en tratar de que esta se extienda por completo en las prácticas sociales y en la mentalidad de los ciudadanos. No creemos que tenga sentido forzar las estructuras lingüísticas…

Es decir: la verdadera lucha hay que hacerla en otro sitio; dejad mi terreno tranquilo. Y se mezcla en perfecta armonía con la b), que es más frecuente: está bien luchar por la igualdad, pero hagamos otras cosas más importantes, no estas bobadas.

Para mí no son bobadas; soy lingüista y, claro, para mí la lengua no es despreciable, no es insignificante. Además, si quiero trabajar por la igualdad, tendré que hacerlo también en mi terreno, también en mi casa, y mi terreno y mi casa están aquí, son estos, los artículos, los morfemas y la estilística, aunque a alguien le pueda parecer fútil e irrelevante. Aquí tengo que emplearme. No solo aquí, pero sobre todo aquí.

Imagen de Pablo Hevia (CC by-sa)

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De la Margen Izquierda de la ría de Bilbao. Soy lingüista, teleadicta y peliculera. Creo, por encima de todo, en la libertad individual. No renuncio a la utopía.

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