“De amores me muero, madre. De amores me muero yo. Que los ojos de Marquitos son de hembra y no de varón”.
Es el estribillo del “Romance de Marquitos”, un cantar del Nuevo Mester de Juglaría que en los años de mi infancia escapaba del tocadiscos de mi padre y nos desperezaba hasta sacarnos de la cama.
Marquitos era una de las hijas de un rey que no tuvo varones que llevar a la guerra. A cambio de que no cayera sobre ella la maldición del padre (vaya tela) se hace pasar por soldado. Consigue despistarlos a todos menos al conde Juan, que queda prendado de sus ojos y busca junto a su madre la manera de desenmascarar lo que ya su corazón arrebatado sabe: que Marquitos es una doncella.
He recuperado a Marquitos para tirar del hilo de esa madeja que han ido formando historias de muchas mujeres que, en el mundo real o en la ficción, tomaron la decisión de ocultarse bajo una apariencia masculina para alcanzar un propósito que como hembras no estaba a su alcance.
Todas las mujeres que he traído a este post pagaron un alto precio por hacer lo que necesitaban o querían hacer. Algunas de ellas fueron descubiertas, pero de otras no se conoció públicamente su naturaleza femenina hasta su muerte. Fue el caso de Margaret Ann Bulkley (Irlanda, 1792–1865), más conocida como Dr. Barry.
En aquella época, en Inglaterra no se permitía a las mujeres el acceso a la Universidad. Por ello, en el año 1809, con la complicidad de su madre, viajó a Escocia y se matriculó en la Universidad de Edimburgo con el nombre de James Barry. Tras graduarse como médico ingresó en el ejército inglés y trabajó en la localidad sudafricana de Ciudad del Cabo, donde tuvo la oportunidad de practicar una de las primeras cesáreas que se llevaron a cabo fuera de territorio inglés. Consiguió también que se pusiera en marcha un sistema de depuración que evitara las enfermedades provocadas por el consumo de agua contaminada.
Su denuncia constante de las condiciones en las que estaban las personas enfermas de lepra o con enfermedades mentales, y la demanda de mejoras en el pabellón de mujeres le costó muchas enemistades entre las autoridades de la salud de Ciudad del Cabo. Consecuencia de ello fue su traslado y designación como cirujano del ejército británico en la India, Malta y Canadá, colonias inglesas también. En 1865, la muerte del Dr. Barry-Margaret Ann Bulkley provocó un gran escándalo.
Treinta años después del fallecimiento del Dr. Barry, las cosas seguían sin cambiar demasiado. A Dorothy Lawrence (Irlanda, 1896-1964) tampoco el Ministerio de la Guerra ni los editores de los periódicos de la época le permitieron ser corresponsal tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. Por su cuenta viajó a Francia para unirse a la Fuerza Expedicionaria Británica. Con la complicidad de dos soldados británicos a los que conoció en un café parisino, llegó al frente con el pelo corto, un vendaje en los pechos, vestida de militar y con papeles falsos que la convirtieron en Denis Smith, ofreciéndole así la oportunidad de cumplir con su sueño e integrarse en el regimiento de Leicestershire.
La dureza de la vida en las trincheras hizo que en una ocasión sufriera un desvanecimiento que a punto estuvo de costarle una visita al hospital de campaña, donde hubiera sido descubierta. Consciente del riesgo que corría, decidió confesar su verdadera identidad. Fue arrestada y acusada de ser espía. Tras duros interrogatorios fue liberada tras firmar una declaración jurada donde se comprometía a no desvelar cómo había conseguido infiltrarse en las líneas; en caso contrario, sería enviada a prisión. Finalizada la guerra, creyéndose ya liberada de su acuerdo, publicó un libro con su historia “Sapper Dorothy Lawrence: the only English woman soldier”. El Ministerio de la Guerra censuró su libro y no vio la luz hasta muchos años después. En 1925 fue ingresada en un psiquiátrico donde finalmente murió.
La pianista y saxofonista de jazz conocida como Billy Tipton no fue recuperada para la historia como Dorothy Lucille Tipton (Oklahoma, 1914-1989) hasta su fallecimiento. En 1933 inició su carrera musical en pequeños locales de Oklahoma, pero pronto se le hizo evidente que la música jazz era territorio masculino. Por ello comenzó a usar el nombre de su padre, Billy, y gradualmente fue incorporando la identidad masculina de su faceta artística a su vida privada, hasta vivir como un hombre por completo. Fue un músico muy popular en su tiempo.
Si los ojos de Marquitos fueron transparentes para el conde Juan, no lo fueron tanto los de las niñas retratadas por la pintora norteamericana Margaret Keane (Tennessee, 1927). Aquellas miradas imponentes y penetrantes reflejaban una profunda tristeza y una desgarradora soledad. Al otro lado de los grandes ojos de las niñas, no hubo conde que descubriera el alma femenina de su autora, que permanecía encerrada bajo llave, sometida a largas jornadas de trabajo que dieran como resultado los famosos cuadros que su marido, Walter Keane, hacía pasar por suyos.
Tras diez años de anonimato, en 1965, Margaret decidió separarse e inició una larga lucha por el reconocimiento de la autoría de sus obras firmadas “Keane” y, por tanto, fácilmente atribuibles a su esposo. En 1970 Margaret retó a Walter a pintar frente al público en la San Francisco’s Union Square pero él no se presentó. Ya en 1986 demandó a su ex pareja y al periódico USA Today, por un artículo en el cual se afirmaba que los cuadros eran creación exclusiva de Walter Keane. En el juicio, el jurado pidió a los dos que pintaran. En 53 minutos, el cuadro de Margaret estaba hecho; el de Walter, en blanco, por un supuesto dolor de hombro. El jurado falló a favor de Margaret y le permitió firmar sus obras como Keane. También condenó a su exmarido a una compensación de 4 millones de dólares por daños emocionales y a su reputación. A veces pasa que se hace justicia.
Fuera o no invención convertida en leyenda, creo que merece la pena traer a esta selección la historia de la papisa Juana. En primer lugar, porque es factible que sucediera como sucedieron las otras; en segundo lugar, porque no cabe duda de que si las artes, el ejército o la ciencia fueron (y son) territorio complicado para el desarrollo profesional de las mujeres, la Iglesia no lo es menos. Como digo, podría haber ocurrido y la historia que se cuenta es esta:
La papisa Juana (Ingelheim am Rhein, año 822) era, según las crónicas, hija de un monje predicador de nombre Gebert, lo que favoreció que creciera en un ambiente de religiosidad y erudición. En aquel tiempo, el estudio estaba negado a las mujeres, puesto que solo la carrera eclesiástica ofrecía la posibilidad de hacerlo con cierta solidez. Fue gracias al apoyo de su madre –y a escondidas de su padre- que Juana pudo entregarse a los libros y al conocimiento. Pero para seguir creciendo intelectualmente su condición femenina era una barrera insalvable. Su cercanía al ámbito religioso le permitió hacerse pasar por sacerdote bajo el nombre masculino de Juan, el Inglés.
Su nueva identidad le permitió viajar y relacionarse con grandes personalidades de la época. En el año 848 obtuvo un puesto como maestro en Roma. Juan, el inglés, fue un hombre muy apreciado por su erudición en el ámbito eclesiástico y, en particular, en la Curia. Así consiguió ser el secretario para asuntos internacionales del papa León IV. Tras la muerte del pontífice, Juana fue elegida su sucesora. El desenlace de esta historia de falsa identidad habría tenido lugar dos años después, cuando dicen que la papisa se puso de parto en medio de una procesión. Hay autores que afirman que Juana murió lapidada por el gentío enfurecido al descubrir el engaño; y hay quien asegura que su fallecimiento fue a consecuencia de complicaciones en el parto.
Cuenta la leyenda, que tras el fraude de la papisa Juana, la Iglesia impuso la verificación de la virilidad de los papas electos por medio de un examen manual a través de una silla perforada. Tras la inspección, si todo era correcto, debía exclamarse: «Duos habet et bene pendentes» (‘tiene dos y cuelgan bien’). En 1562, el agustino Onofrio Panvinio redactó la primera refutación seria de esta leyenda.
¿Seguimos en las mismas?
Pues hasta el punto de forzarnos un alter ego masculino, parece que no. Pero aún en nuestros días -más en la ficción que en la vida real- podemos encontrar algunos ejemplos de camuflaje identitario que evidencian esos techos de cristal que nos siguen privando de una vista directa y limpia hacia el sol de nuestros sueños y proyectos.
¿Quién no ha oído hablar de Harry Potter y de su creadora J.K. Rowling? Ahora, quien conoce la saga del niño mago de Hogwarts, sabe que tras la J. K. hay una mujer. Es Joanne Rowling, una de las escritoras más reconocidas del siglo XXI gracias a su serie de libros juveniles. Pero cuando Rowling iba a presentar su primer volumen, sus agentes le propusieron sustituir su nombre de pila por unas iniciales. Tan increíble como inquietante, ¿verdad? Porque esto ha pasado antes de ayer, a mediados de los 90.
Resulta que la editorial que preparaba el impulso de “Harry Potter y la piedra filosofal”, creyó que así la novela tendría más posibilidades de ser aceptada tanto por niños como por niñas. Joanne tomó su J inicial y la K de su abuela Katherine y cambió su nombre por el de J.K. Rowling.
Tras el éxito de Harry Potter, Rowling publicó su primera novela para público adulto en 2012. La mayoría de las críticas fueron muy malas. Quizá debió pensar que su revelación como escritora podría haber tenido algo que ver, porque al año siguiente lanzó un nuevo título de novela policíaca bajo el pseudónimo de Robert Galbreith.
En una entrevista al The Telegraph lo justificó diciendo que había sido liberador no sentir la presión de la expectativa ni de la crítica. Lo calificó de “experiencia liberadora”. Me sorprende: creo que yo sentiría justo lo contrario si cualquier circunstancia me llevara a decidir no firmar mi propio texto… No lo entiendo bien: podría haberse camuflado en otro nombre de mujer. Me parece delicado que una escritora “juegue” a ser otrO para facilitarle el camino de la fama a su producción literaria. El caso es que esta segunda novela tuvo buena acogida y entonces ya sí, J.K. Rowling, reconoció públicamente ser la autora.
Camuflajes en la pantalla
A nadie escapa que la realidad nos brinda muchas veces historias más increíbles que aquellas que seamos capaces de imaginar. Pero es cierto también que la ficción se nutre de la vida, de las experiencias, de la cultura y de los perfiles que aportan los distintos modelos de sociedad que conviven en nuestro planeta. El cine, como la literatura, y como cualquier disciplina artística que se alimente de la vida, es una ventana indiscreta a otras existencias.
En la gran pantalla, he encontrado unas cuantas historias más de mujeres que se hicieron pasar por hombres. Pero me he quedado con las que me encajan: las que se crearon identidades masculinas como forma de acceder a los derechos y libertades negados, que nadie ponía en cuestión para sus compañeros varones.
Aquí van algunas:
En “Shakespeare in love” (1998), Viola de Lesseps (Gwyneth Paltrow) se hace pasar por un joven para conseguir el papel de Romeo en la obra, porque en aquella época las mujeres tenían prohibido actuar.
Yentl Mendel (Barbra Streisand) es la hija de un rabino en un pueblo de la Europa Oriental de principios del siglo XX. En el musical “Yentl” (1983), la joven judía se hace pasar por varón para estudiar en una escuela reservada para hombres.
En las películas “Un chico como todos” (1985) y “Ella es el chico” (2006), sus protagonistas, Terry Griffith (Joyce Hyser) y Viola Hastings (Amanda Bynes) se disfrazan de chico para ingresar en sus respectivos equipos de fútbol.
En cine de animación conocimos la historia de Mulán (1998). Fa Mulan es la hija única del anciano Fa Zhou que, por una cuestión de honor, decide presentarse ante el llamamiento de que, por cada familia, un varón vaya a luchar contra la invasión de los hunos. Mulán, preocupada por el empecinamiento de su padre y ante el temor de perderlo, decide escapar de casa y hacerse pasar por su hijo. Volvemos a estar ante el romance de Marquitos, en versión oriental.
Visto desde el otro lado
En muchas películas encontramos personajes masculinos que se tornan femeninos por variadas razones. No los he traído aquí tampoco porque en la mayoría de los casos no lo hacen como vía de escape a la desigualdad de oportunidades. Como decía más arriba, el cine se inspira fundamentalmente en la vida.
Lo más parecido a una excepción que he podido encontrar es el caso de Daniel Hillard (Robin Williams) en “La señora Deoubtfire, papá de por vida” (1993). Daniel es un actor que tras divorciarse de su esposa pierde la custodia de sus hijos. Decidido a seguir formando parte de la vida de los niños decide travestirse y transformarse en una señora, de forma que consigue ser contratada como niñera de sus hijos en la propia casa de su mujer. Es cierto que el principal veto para ser la nani no hubiera sido su género, sino ser el padre; pero es justo reconocer que el ámbito del servicio doméstico ha sido (y es) un ámbito hostil para los varones, porque en este modelo nuestro de sociedad, lo de los cuidados no parece ser cosa de hombres.
En el tintero
Se me han quedado fuera de este post otras muchas mujeres que, desde sus identidades masculinas autoimpuestas, emprendieron también batallas personales para sortear las barreras machistas que pretendieron alejarlas de sus metas. No cabe duda de que todas estas historias, las que hemos conocido y las que no, han sumado e impulsado los avances que con tanto esfuerzo hemos ido conseguido las mujeres en el reconocimiento de nuestros derechos y libertades.
Quiero, al menos, reconocerlas nombrándolas, sabiendo que, seguro, me sigo dejando muchas en el tintero:
Escritoras: Las hermanas Brontë, Laura Albert, Mary Anne Evans, Colette, Caterina Albert, Amandine Dupin, Cecilia Böhl de Fáber y Larrea, María Lejárraga…
Militares: Catalina de Erauso, Amelia Robles Ávila, Sarah Emma Edmonds, Malinda Blalock, Jennie Irene Hodgers, Loretta Janeta Velásquez, Hannah Snell, Brita Nilsdotter, Sarah Rosetta Wakeman, Mary Read…
Periodistas: Isabelle Eberhardt…
Médicas: Enriqueta Fávez…
Músicas: Jeanine Baganier, Carrie
William Krogmann, Edith Borroff…
Matemáticas: Sophie Germain..
Estudiante de Derecho: Concepción Arenal.