Me duele el alma

20/06/2017 en Doce Miradas

Me duele el alma. Cada vez que salta la noticia del asesinato de una mujer a manos de su pareja o ex-pareja.

Me duele el alma. Cada vez que imagino cómo se debe romper la vida de las niñas y niños a los que han matado a su madre.

Me duele el alma. Cada vez que pienso en cómo será la vida de las hijas e hijos de una mujer asesinada. De un padre asesino. De su propio padre asesino de su propia madre.

Me duele el alma. Cada vez que intento pensar en cómo las madres y los padres de las mujeres asesinadas superarán el sufrimiento de que alguien hayan matado a su hija. Sobre todo, de no haber podido evitarlo. Y el dolor. Y la culpabilidad.

Me duele el alma. Cada vez que escucho historias de cómo los abuelos tienen que criar a sus nietos intentando disimular día a día que a ellos también les duele. Simulando que la vida sigue igual. Que no ha pasado nada. Cuidando a los hijos de su hija. Y a los hijos de su asesino. Buscando parecidos con su madre. Tragándose la angustia y el asco cuando ven algún gesto que les recuerda a su padre.

Me duele el alma. Cuando me cuentan que la ley permite que los hijos de un maltratador sigan teniendo relación con su padre. Y cuando esas hijas e hijos tienen que luchar para conseguir que los alejen de él. Que le separen de sus vidas. Al que pegó a su madre. Al que continúa pegando a sus hijos.

Me duele el alma. De una forma desgarradora. Cada vez que un padre mata a sus propios hijos con el único objetivo de hacer daño a la madre. Es tan antinatural que no puedo con ello.

Me duele el alma. Cada vez que vez que sé que además de mujeres asesinadas hay muchas más que sufren palizas y golpes. Y otro tipo de humillaciones. Que el asesinato es el final de una larga escena de violencia. A diario a veces. O de manera esporádica. En ocasiones escondiendo el horror. En otras buscando ayuda. Desprotegidas siempre.

Me duele el alma. Cada vez que soy consciente de la inconsciencia de la gente. De personajes políticos.  De periodistas y medios. De personas de la calle. Cada vez que escucho la palabra muerta en lugar de asesinada, lo del chico que era majo, lo de que nadie se lo podía esperar. O que se oían continuas discusiones y se sabía que algún día iba a pasar algo. Y pasó. Pero nadie hizo nada por evitarlo.

Me duele el alma. Cuando estoy convencida de que la educación y la prevención es la única manera de acabar con este lastre macabro y compruebo cómo se destina poco, muy poco, presupuesto tanto a una cosa como a la otra. Cuando escucho chistes denigrantes para la mujer, cuando se oyen las risas al decirle a alguien que su actitud es machista (he desterrado la palabra micromachismo desde el post de Luisa Etxenike en Doce Miradas), cuando se perpetúan estereotipos que comienzan por eso, por estereotipos, por chistes, por canciones, por frases hechas que legitiman a la larga las actitudes violentas.

Me duele el alma. Cuando la vida me trae recuerdos de alguien muy próximo a quien apalearon día tras día y las personas de alrededor lo vivíamos como fruto de la mala suerte. Como si el maltrato fuera una bacteria que había entrado en su vida. Le había tocado. Como a otras muchas. Cuando en los años 70 y 80, y mucho más cerca, denunciar era cosa de locas. Significaba volver a casa y recibir una nueva paliza “esta vez con razón”. Cuando no había salida para muchas mujeres porque él era el único sustento económico de la familia. Porque las leyes no las amparaban. Porque les pegaba su hombre.

Me duele el alma. Cuando veo a chicas jóvenes, algunas incluso adolescentes, que no se atreven a abandonar a su maltratador. Ni a buscar ayuda. Cuando aprenden desde demasiado jóvenes un tipo de relaciones que les marcará para toda la vida.

Me duele el alma. Cuando sé que el miedo es la única razón.

«El miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo». Eduardo Galeano

 

 

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Miren Martín

Periodista enamorada de la comunicación. Soy una apasionada de la vida a la que analizo constantemente lo que me lleva muchas veces a no saber. Y me gusta la gente. La buena. No la otra. Y hay dos cosas que no soporto: la injusticia y la insolidaridad. Por todo eso quiero mirar. Siempre hacia adelante.

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