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Mariana

05/09/2017 en Doce Miradas por Pilar Kaltzada

Mariana no sonríe. Nunca. Fue un proceso paulatino, y tocó techo la noche en la que Manuel llegó borracho de la cantina, y le rompió los dientes de un sonoro puñetazo cuando ella rechazó sus manos y sus besos, arrinconándose en la litera que comparten.
Poco quedaba ya de la pasión juvenil que, de la noche a la mañana, hizo que dejase su aldea para unirse al grupo de rebeldes que marchaba hacia la selva. Mariana es guerrillera accidental, y desde entonces también es la compañera de Manuel, la única mujer de la tropilla, un trabajo a tiempo completo: lava para él y sus compañeros, cocina, recolecta o roba lo que necesitan para comer. Porque es guerrillera, sí, pero ante todo es compañera y mujer. Hace unos años sumó a sus tareas la de ser la puta del destacamento: sus compañeros (ellos) lo acordaron en democrática decisión, como vía de desfogue tras semanas de caminatas y luchas. Alegaron que, además, así estaría mejor preparada para no delatarse en los encuentros con los paramilitares, que acostumbran a violar a las mujeres, bien como entretenimiento, bien como parte del escarmiento general.
La mañana siguiente a romperle la boca y la sonrisa, Manuel preguntó a Mariana qué había pasado. “Esta vida de mierda”, le dijo en una torpe disculpa. Dice que no consigue recordar esa noche. Mariana, sin embargo, no logra olvidarla.

 

Quería escribir sobre las mujeres en los conflictos armados, pero la historia de las Marianas de la guerra se me ha quedado atragantada entre los dedos. Me la contaron hace unos días, y no he logrado que salga de mi cabeza.
Sobra decir que no se llama así. Y que Mariana no es de un lugar concreto. No la busques en una guerrilla, en singular, ni en un lugar en particular. Esta Mariana concreta no existe, pero es, a la vez, miles de mujeres. Ocurre lo mismo con tantas y tantas historias del infierno que se van perdiendo para siempre, porque sus protagonistas, ellas, no son reconocidas como voces autorizadas para relatar sus propias vivencias. ¡Qué despropósito!
Mariana es tan solo una de las miles de mujeres víctimas directas de los conflictos armados. Nada nuevo, nada diferente a lo que puedas estar imaginando: el cuerpo de las mujeres ha sido siempre un campo de batalla, tanto más en la guerra y en sus diferentes vertientes.

Quería escribir sobre la situación de las mujeres en los lugares del mundo donde la guerra y sus demonios son el pan suyo de cada día. Y quería hacerlo porque, en mi ignorancia, he sabido que es relativamente novedosa la intervención de los poderes públicos internacionales en esta realidad (conocida o intuida, pero ignorada de forma sistemática). El 19 de junio del 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución por la que se declara esta fecha como Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos.

Un año después, en marzo de 2016 un tribunal íntegramente femenino de la Corte Penal Internacional dictó su primera condena por delitos sexuales y de género cometidos por el exvicepresidente congoleño Jean-Pierre Bemba.

 

La dominación sobre las mujeres es el único régimen de poder que ha sobrevivido a todas las fórmulas a lo largo de la Historia, así, con mayúsculas. Por siglos y siglos, los seres humanos hemos experimentado todo tipo de maneras de control y dominación sobre nuestros semejantes: hemos tenido regímenes teocráticos, imperios, democracias más o menos avanzadas. Hemos tenido reinos, repúblicas, asociaciones libres de comunidades. Hemos tenido ejércitos y sociedades desmilitarizadas (pocas…). Reyes, presidentes, parlamentos, senados, tribus de ancianos, asambleas de notables. La única forma de poder que no ha languidecido en todo el tiempo que habitamos este planeta es la que somete a las mujeres. La que las considera inferiores, la que las explota como meros instrumentos de reproducción, la que las domina como aviso a navegantes, la que las cosifica como herramientas del placer sexual de los hombres. Las mutaciones que este sistema ha ido experimentando son notables, qué duda cabe, pero si te atreves a mirar a la Historia con gafas de ver de lejos, enseguida reconoces los rasgos comunes, las mismas estrategias que convierten al patriarcado y al machismo en la ideología más resistente, la más duradera, la más difícil de destruir.

Quería escribir sobre la guerra, pero Mariana me ha recordado que usamos los conceptos amplios para esconder, consciente o inconscientemente, las realidades sobre los que se construyen. Que no es posible entender, en su extensa dimensión, la situación actual de las mujeres sin situarla en el contexto de la ideología del poder.

Las agresiones sexuales son ataques de poder.

La violencia de género es poder.

Incomodar a las mujeres en la calle con frases soeces es poder.

Alimentar los estereotipos de género y arrinconar a las niñas en los roles femeninos es poder.

Interrumpir a las mujeres por el hecho de serlo es poder.

 

Son formas de entender el poder que se nos han metido hasta el tuétano, bien por la costumbre, por la educación, por los modelos que perpetúan los medios de socialización, o bien por el miedo y los consejos bienintencionados que han hecho tan resistente este modelo de poder.

No he podido escribir sobre la guerra, sólo sobre la guerra, porque también los conflictos forman parte de esta realidad. Son la cara amarga de la pobreza, de la dominación, de la rabia, del dolor común y del privado. Y hay tantas guerras como hombres y mujeres, niños y niñas, que las viven. Aunque cuando nos cuentan qué está ocurriendo las crónicas suelen limitarse a una sucesión de hechos, avances, datos y análisis políticos o económicos, convendría tener en mente que es imposible hacerse a la idea de su verdadera dimensión sin reconocer la pobreza, la dominación, la rabia y el dolor de las Marianas que la sufren.

 

Mariana ha empezado a desaparecer. Y no podremos conocer su historia mientras las verdades de tantas mujeres permanecen escondidas. Otra Mariana explicaba hace unos meses cómo logró sobrevivir a sus infiernos, a los de la guerra externa y también a los de la guerra inacabable que las mujeres siguen librando. “Si parpadeas seguido, las lágrimas no caerán”.

 

Bonus track

Quería escribir sobre la guerra y las mujeres, pero con una historia enredada no resulta sencillo. Para encontrar las claves, te invito a que consultes las fuentes de ONU Mujeres, sus propuestas para la paz y la seguridad de las mujeres. Y si quieres profundizar aún más, aquí te dejo un estudio de Valentín Bou Franch sobre los crímenes sexuales en la jurisprudencia internacional. Y también el acceso a este completo estudio, «Como la cigarra. Notas sobre violencia sexual, jurisprudencia y Derechos Humanos» de Violeta Cánaves.

Y si todavía tienes algo de tiempo para un buen libro, puedes buscar “La guerra no tiene rostro de mujer”, de Svetlana Alexiévich, una obra en la que rescata la historia de las miles de mujeres, casi un millón, que combatieron en el Ejército Rojo durante la segunda guerra mundial, una historia de la que, tal vez, no hayas oído hablar; no parece que sea casualidad. Por cierto, Alexiévich ganó el Nobel de Literatura en 2015.

Me gusta conducir

25/07/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Miren Larrea Madrazo (Lazkao, 1969). Mujer, madre, amiga, hija, hermana, compañera, maestra…siempre en femenino. Licenciada en ciencias de la información y diplomada en magisterio. Desde 2004 me dedico a la docencia. Imparto clases a jóvenes de entre 12 y 16 años en un colegio concertado y sigo disfrutando con mi trabajo. Me gusta vivir despierta. Soy feliz en contacto con la naturaleza y me gusta la comunicación, relacionarme y aprender. Adoro la música y bailar. Me encanta coger el volante bajo un cielo despejado, poner la música a todo volumen y conducir sola.

 

Definición del diccionario de la RAE. Conducir: guiar un vehículo automóvil. Lo he dicho en mi presentación. Me gusta. Buena música, carretera y manta. La palabra conducir tiene también otra acepción algo más completa: “guiar o dirigir a alguien o algo hacia un lugar, un objetivo o una situación”. Esta es buena. Me ha costado, la verdad. A mis 47 años no ha sido fácil aprender a conducirme en la vida. “La teórica” me la sabía bien, supuestamente. Pero tanto tiempo de copiloto….tanto dejarme llevar… En fin, está claro que no queda otra que practicar y que aprender de la experiencia. He aprendido tarde y me he chocado unas cuantas veces, pero…¡Dios! ¡Cómo me gusta conducir sola (también en este sentido)!!

Sin embargo, no vivimos solos. Vivimos en sociedad e interactuamos con diferentes agentes. Y lo hacemos todos, yo, tú, ella, nosotros, vosotras y ellos. Es decir, que la mayoría de las veces llevamos a alguien en el carro; guiamos o dirigimos a alguien hacia algún lugar… Y, aunque no lo llevemos, nuestra forma de conducir incide y tiene su repercusión en quienes nos rodean. Sobre todo en los más jóvenes. La responsabilidad es incalculable.

Salgamos por un momento de la metáfora y adentrémonos en la realidad. Aunque no seamos docentes, todos y cada uno de los adultos que formamos la  sociedad somos educadores de nuestros menores. Y, por desgracia, últimamente, da la sensación de que la sociedad ha delegado casi en exclusividad la educación de sus jóvenes en la escuela. Y la escuela no da abasto. Necesita más conductores instructores.

Es verdad que la misión de la escuela es preparar a los jóvenes para la vida. La escuela está para desarrollar conocimientos y habilidades, para favorecer la integración en la sociedad, para transmitir conocimientos, para enseñar a trabajar de forma individual y en equipo… Y también es cierto que no es la escuela la que se tiene que adaptar a la sociedad para cumplir con su misión de cambiar y mejorar la sociedad (mal iba a andar si lo hiciera!), sino todo lo contrario. Pero… ¡demonios! ¿No sería mejor que participáramos todas y todos? La escuela no lo puede hacer todo. La escuela intenta hacerlo todo; intenta llegar a todo… pero a veces no consigue alcanzar todo lo que se propone o todo lo que se le exige. Simplemente no llega, porque es mucho lo que hay por hacer y parte de ese mucho hay que hacerlo, además, contra corriente.

En un mundo en el que aún impera el machismo, la escuela trabaja por sentar las bases de una sociedad igualitaria y paritaria. Una sociedad que devasta montes y océanos, exige a la escuela que enseñe a sus jóvenes a respetar el medio ambiente. Una sociedad violenta pide a la escuela que trabaje por la convivencia en paz. Una sociedad puramente competitiva reclama a la escuela que forme jóvenes que sepan cooperar. Una sociedad que no lee, demanda a la escuela que forme jóvenes lectores. Una sociedad que, cada vez más, recurre a la comida precocinada o incluso a la comida basura, exige a la escuela que enseñe a sus alumnas y alumnos a llevar una dieta saludable…  Todo esto y mucho más. Porque la última novedad es que la escuela pronto tendrá que impartir clases de educación cívico tributaria.  Para que nuestros jóvenes, ya desde cuarto de la ESO, interioricen y aprehendan que…-a ver si se me entiende bien- no hay que defraudar a Hacienda! Todo esto además de enseñar idiomas, matemáticas, ciencias…. enseñar a escuchar, a estar bien sentado, a no comer en clase y a respetar los turnos al hablar. Por decir algo.

Es mucho trabajo. Pero hay que hacerlo y es mi deseo hacerlo. Aunque sea contra corriente,  enseñar, educar y coeducar es nuestra labor. Me gusta enseñar idiomas, literatura, música o historia a mis alumnas y alumnos. Me gusta enseñarles a conducir su propia vida y  mostrarles las herramientas, los vehículos y los caminos para poder hacerlo. Deseo dotarlos de espíritu crítico y que aprendan a no dejarse llevar. Es decir, no pretendo quejarme de la tarea. Sólo reivindico cooperación, compromiso y toma de conciencia. Porque lo que educa es el ejemplo. Y el ejemplo no está únicamente en la escuela. Está en casa, en la familia, célula principal de la sociedad; está en la calle, en los medios de comunicación, en las instituciones, en las empresas…

Un ejemplo. Desde la visión de género. Cuando pregunto dentro del aula: ¿Qué preparó ayer el aita para cenar? y los alumnos y alumnas responden con normalidad, sin poner cara de asombro, la cosa va bien. Eso, probablemente, quiere decir que el aita prepara la cena; es un hecho normalizado. Cuando pregunto por la profesión de los padres y me responden “mi ama no trabaja”, la cosa no pinta bien. Con bastante probabilidad, el trabajo de esa ama de casa no es valorado en su justa medida por ninguno de los miembros de esa familia. El panorama se pone realmente feo si los chicos del aula llaman puta a una niña de 13 años porque habla mucho con muchos chicos. Y se pone más feo aún, si el resto de las niñas callan ante semejante inaceptable barbaridad. Y nos preguntaremos….: ¿Dónde vivencian los chavales esos ejemplos, el de juzgar abusiva y arbitrariamente, o el de callar ante las injusticias? ¿Esto lo puede solucionar sólo la coeducación? ¿Sólo la escuela?

Educar en igualdad es imprescindible y luchar por la equidad, la justicia el respeto y la visibilidad es tarea de la escuela. Pero no sólo de la escuela. No lo puede hacer sola. Para conducir a nuestros jóvenes, para guiarlos y dirigirlos hacia ese algo en el que creemos, hacia ese objetivo que perseguimos (llámese igualdad, justicia, cooperación, solidaridad, conciencia ecológica, etc.), es necesario no sólo conducir, sino co-conducir. Cooperación, compromiso, conciencia. Co-, con-, com-. Prefijo. Del latín cum. Indica o significa unión o compañía. ¡Ea! Pongámonos pues a co-conducir. “La teórica” está bien. Pero lo que realmente funciona y enseña es la práctica. El ejemplo. Y la coherencia.

¿Dónde están las mujeres?

18/07/2017 en Doce Miradas por Begoña Marañón

La primera vez que esta pregunta captó profundamente mi atención fue hace ya algunos años en el Teatro Campos Eliseos de Bilbao. No importa tanto el acto, quienes asistieron lo recordaran, pero importa que quedó en la retina de muchas de nosotras y, afortunadamente también, de algunos de ellos. De hecho, podríamos decir que aquel acto nos dio el empujón definitivo a algunas de las Doce Miradas para decir, “algo tendremos que hacer”.

¿Dónde están las mujeres? Esa fue la gran pregunta que nos formuló el entonces director general de Cadenas Vicinay, Luis Cañada, cuando se dirigió al público tras recoger uno de los premios que se concedían en aquella ocasión. En su discurso de agradecimiento y, con esa forma extraordinaria que tiene Luis de contar historias, nos trasladó a todos esta pregunta que, en más de una ocasión, le hacían representantes de empresas y organizaciones noruegas cuando venían a trabajar a Bilbao: ¿Dónde estás las mujeres?

Que esta pregunta empiece a formularse en los diferentes actos, seminarios, eventos  y conferencias que se organizan por todo el mundo y, por supuesto en Euskadi, es una buena noticia. Que la formule un hombre tiene el doble de valor. Porque muchas veces hemos comentado que la falta de igualdad entre mujeres y hombres no es un problema de las mujeres, es un problema de toda la sociedad.

Sentirse incómodo

Y lo tuvo que hacer porque se vio en un escenario rodeado por hombres, solo hombres, hombres premiados, con premios entregados por hombres, lo que debió de resultar para él algo muy incómodo. Con esa sensación y viendo que también las primeras filas del auditorio, las que son ocupadas por autoridades y representantes empresariales, Luis Cañada nos lanzó la pregunta. Y esta es para mí una de las claves más relevantes que encontramos en este agotador camino hacia la igualdad real entre hombres y mujeres. Que fuese un hombre el que se atreviese a formular en alto, en público, lo que muchas veces pensamos. Pero por favor, ¿dónde están las mujeres?

Así que volvamos a la pregunta. Al hecho de que alguien pueda formularla. Y que ese alguien sea un hombre, aunque las mujeres también debemos seguir ajustando la mirada, porque queda mucho trabajo por delante. La clave es que alguien se dé cuenta y que le dé importancia. Que la ausencia de mujeres llame la atención, que sorprenda, que moleste, que no se dé por buena, que se cuestione, que incomode, como incomodó a Luis Cañada verse en aquella situación.

En Doce Miradas nos seguimos sorprendiendo con eventos celebrados en Euskadi muy recientemente donde llega a darse una absoluta ausencia de mujeres entre las voces expertas. Que si es difícil, que si no hay mujeres en determinados campos, en fin, excusas que nos llevan a comprender que, en muchas ocasiones, ni siquiera los organizadores se dan cuenta.  No les incomoda, no les llama la atención, no les molesta o, lo que sería peor, no les importa.

#FaltanMujeres

De hecho, en los debates internos de Doce Miradas, ya hemos comentado en alguna ocasión que vamos a preparar un hashtag especial para todas aquellas situaciones en las que se vea que la mujer no está representada o no está suficientemente representada. Pero tampoco seremos pioneras en esta ocasión. Ya circula por twitter desde hace unos años el hashtag #ManPanels al que se le antepone la frase “Di no”. Es decir: invitan a decir que no a los participantes de actos donde solo aparecen hombres.

Problema global

Pero como ya se dice que una imagen vale más que mil palabras, veamos algunas imágenes que ilustran a la perfección  nuestra pregunta.

Todo parece indicar que se están dejando claramente a la mitad de la sociedad, ¿no les parece?

 

 

 

 

 

 

En el mundo de los transportes y las infraestructuras deben tener serios problemas para encontrar mujeres expertas.

 

 

 

 

 

 

 

Ésta es especialmente interesante, tratándose de un encuentro global sobre mujeres en París.

 

 

 

 

 

No tengo ninguna duda de que en Euskadi vamos avanzando. Aunque de vez en cuando tengamos notables recaídas, vamos progresando. Pero todavía podemos hacer mucho más. Así, la Ley para la Igualdad en Euskadi ha contribuido a elevar el nivel de exigencia de la ciudadanía en estos años. De hecho, los resultados de la Evaluación de la Ley para la Igualdad presentados por Emakunde han revelado que existe una  valoración positiva de la Ley como instrumento sensibilizador y como instrumento jurídico útil y eficaz que ha permitido consolidar avances. Entre sus logros, se destaca su contribución a la arquitectura de la igualdad en el ámbito público. Aunque todavía las mujeres ocupan solo la mitad de los mandos de Osakidetza pese a ser el 79% del personal. Entre los retos, sus limitaciones para incidir sobre el sector privado.

Necesitamos gestos

Hace unos días volví a escuchar a Luis Cañada, en la actualidad, presidente de Novia Salcedo, hablando sobre los pasos que nos quedan por delante para alcanzar la igualdad real. Él nos hablaba de la necesidad de hacer gestos y nos remarcaba una frase que él precisamente aprendió de una mujer, de una periodista: “Haz gestos, que los pequeños gestos son poderosos”. ¿En qué se traducen esos gestos? Un sencillo ejemplo. Cuando le invitan a una mesa, a una charla,  lo primero que pregunta es si ésta será paritaria. Y si no es así, él dice simplemente y llanamente que no, que no cuenten con él. Solo discrepo en una cuestión. No me parecen pequeños gestos, me parecen grandes, inmensos, necesarios y oportunos, porque además, vienen de un hombre. Gracias Luis.

¿Por qué?

11/07/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Fatima Hamed Hossain. Ceuta. Nací y crecí en una de esas barriadas tan entrañables como azotadas por el olvido de quienes podían y no querían cambiar las cosas. Eso y los tiroteos, la marginalidad, la proximidad a la prisión y el permanente abandono institucional que nos rodeaban me llevaron a querer ser abogada para luchar por los demás. Licenciada en Derecho por la UNED. Especialista universitaria en Mujer y Derechos Humanos, Igualdad de Oportunidades y formada en mediación. Irremediablemente implicada y activa en la vida política de Ceuta, desde 2015 soy Portavoz del Grupo Municipal Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía (MDyC). Incurablemente idealista y en constante evolución. Facebook: Fatima H. Hossain Mi twitter es: @FatimaHHossain Instagram: fatimahhossain

 

¿POR QUÉ?

Vivo constantemente preguntándome cosas.

No lo puedo evitar.

A veces es ante determinadas situaciones y otras, simplemente, porque mi mente viaja más rápido que yo.

Tal vez una de las preguntas que con más frecuencia ronda mi cabeza es un aparentemente sencillo e inocente «por qué».

Aparentemente sencillo, porque la respuesta ni es sencilla ni es inocente. Y porque los por qué, dan auténticos quebraderos de cabeza.

 Y dentro del por qué, tal vez mi ranking personal lo encabeza el por qué de determinados comportamientos del ser humano. 

Cómo es posible que se odie a quien no se conoce sólo por lo que parece representar? Cómo es posible que existan hombres que lleguen a hacer tanto daño a quienes fueron sus mujeres?

Por qué tanta maldad? 

Últimamente me hago esa pregunta con demasiada frecuencia.

Cada vez más.

Treintaymuchos años dan para muchas vivencias.

Aunque realmente no sé si es cosa de la edad o de la madurez o tal vez es sólo porque tomas mucha consciencia de situaciones que ves, que te cuentan en primera persona, porque te importan los demás, sin más, porque quieres que todas las mujeres puedan vivir en libertad.

Vivir en libertad, en plena libertad. 

Pocas palabras las de la última línea, pero con un denso contenido.

Vivir en libertad debería ser algo tan simple y sencillo como hacer lo que te de la gana, decir y expresar libremente tus opiniones sin miedo a contrastarlas con otras igual de respetuosas aunque sean diametralmente opuestas, vestir como te de la gana o ir a donde te de la gana y que nadie, te cuestione por ello.

Y de veras que algo tan sencillo como respetar y que te respeten todas y cada una de tus decisiones, hoy por hoy, en ocasiones parece algo transgresor y rebelde.

Seguimos cuestionando las decisiones, de las mujeres especialmente, sobre todo si son en ámbitos claramente masculinizados: deporte, política, ciencia….

Seguimos en 2017 con titulares acerca de la «la primera mujer que…»

Seguimos siendo juzgadas por nuestra forma de vestirnos, de peinarnos, de sentarnos…demasiado observadas por el envoltorio tal vez para ningunear, conscientemente, todo el bagaje interior. Un bagaje que asusta a más de una mente machista que no acaba por concebir ni aceptar la valía de las mujeres y que se siente en la obligación de buscar y ofrecerse algún «pero» para excusar sus pensamientos machistas.

 

Seguimos en un mundo donde pese a ser mucho lo andado, queda mucho más por andar.

Y si vivo y siento lo que expreso como puede vivirlo y sentirlo cualquier otra mujer del siglo XXI he de decir, pese a costarme muchísimo reconocerlo que las dificultades con las que nos encontramos algunas mujeres por el hecho de ser musulmanas son bastante notables. Reconozco que me cuesta admitirlo, por mi forma de ser y de entender las cosas y muy especialmente porque rehuyo cualquier asociación al victimismo que alguna mentecilla privilegiada quisiera ver. Pero creo que las cosas hay que visibilizarlas y reconocerlas públicamente sobre todo por quienes, por nuestra situación pública, tenemos alguna posibilidad más de que se nos oiga o se nos lea.

Desde que te pregunten si sabes leer antes siquiera de haber abierto la boca, a que te pregunten si te dejan hacer esto o aquello, a preguntarte si tienes el pelo corto o largo, pfff qué aburrimiento de verdad y que triste tiene que ser eso de tener una mente tan «cortita». 

Las principales víctimas de los sentimientos islamófobos que azotan gran parte del mundo, somos los propios musulmanes, un mundo donde la ultra derecha aprovecha la más mínima ocasión para criminalizar a millones de personas en el mundo con su sucio dedo acusador, donde las personas de bien están demasiado calladas, donde algunos musulmanes con poder para influir al menos mediáticamente prefieren mirar a otro lado, y donde los musulmanes y musulmanas de distintas partes del mundo nos encontramos permanentemente señalados. Como decía, si eres mujer estás expuesto a un escalón superior de los de las fobias a todo lo diferente.

Cada vez que ocurre algún trágico atentado se giran hacia ti esperando disculpas por algo que ni entiendes ni compartes. 

Si lo haces, parece que te estás justificando. 

Si no, parece que lo estás justificando. 

Así que nos encontramos, hagamos lo que hagamos, en el punto de mira.

Y por supuesto, la población musulmana española, no está exenta de todo ello.

Lo fácil siempre es pensar eso de que todos y todas son iguales. 

Supongo que es lo cómodo para mentes que no están dispuestas a replantearse su forma de entender algunas cosas, sus prejuicios, posiblemente porque haría que se tambalearan las bases de su yo más íntimo y personal.

Porque me lo dice la tele, porque todas las bombas (espero que no se estropee mi ordenador al usar esta palabra) las explotan ellos, los musulmanes, o, qué leches, los moros esos que vienen nada más que a invadirnos, a violar y someter a nuestras mujeres, que por lo visto tienen unas cuantas, que son todos unos machistas y todas unas sumisas, qué me va a contar a mi una mora de libertad, que se vaya a su país a ver si la dejan….

Y por qué (malditos por qué) decantarse por lo fácil? 

Por qué no pensar, reflexionar y evitar meter a millones de personas en el mismo saco?

Supongo que porque da miedo.

Debe dar miedo a quien se cree en posesión de la verdad absoluta ser consciente de que los demás, sean musulmanes, judíos, hindúes, cristianos o no se identifiquen con ningún credo, sufren a diario las mismas alegrías y penas, comparten aficiones, sufren el mismo saqueo de las arcas públicas por sus malos gobernantes,  y las mismas subidas de precios…..y así hasta un sinfín de cosas.

Debe dar miedo salir de la zona de confort, de lo que se enseña abierta o encubiertamente, romper esas cajoneras mentales que facilitan encasillar a las personas por su color o por su nombre, para darte cuenta de que allí donde nos pinchen, nos duele igual, porque ante todo y sobre todo, deberíamos ser humanos.

Tal vez mis fantasías, ilusiones e ideales sean los que me llevan a mi y a muchísimas otras mujeres en el mundo a plantearnos tantos por qué, porque nos enseñaron a no tener techo y a valorar a las personas y sus ideas, siempre que sean respetuosas, por encima de todo.

Acabo como solemos acabar de hablar muchas veces los musulmanes, con un AlhamduliLah (Gracias a Dios) por mis fantasías, ilusiones e ideales por un mundo mejor, tal vez no para mi ni para ti, si no para los que vienen y muy especialmente por las que vienen, que necesitan crecer y vivir sin miedo del otro.

 

                                                                           Ceuta, 9 de julio de 2017

Violadores reincidentes. ¿Quién les deja la puerta abierta?

04/07/2017 en Doce Miradas por María Puente

1976. Una mujer regresa a casa con su bebé cuando un hombre la aborda en el ascensor de su casa y la viola bajo la amenaza de clavarle un cuchillo a su bebé en el cuello. Desde ese momento, a Pedro Luis Gallego, que entonces tenía 19 años, se le llamó el ‘violador del ascensor’. Esta mujer tuvo la terrible mala suerte (seguramente habrá también otros factores) de cruzarse con un psicópata sexual.

El dolor, tortura, sufrimiento y muerte que causó este asesino violador a partir de aquí, ya no puede achacarse a la mala suerte. Pedro Luis Gallego cometió el resto de sus crímenes con la ayuda del código penal, de los servicios psiquiátricos penitenciarios y de la abolición de la doctrina Parot.

Con toda esa ayuda jugando a su favor, este violador y asesino ha ido dejando un reguero de víctimas. Con 33 años fue condenado a 273 años de prisión por matar a las jóvenes Leticia Lebrato y Marta Obregón en 1992. Para entonces ya había violado a 18 mujeres. Redujo su pena a 21 años siendo un recluso ejemplar. Es decir, realizaba labores de limpieza, asistía a clases de la ESO y de aerobic. Para reírse si no fuera todo tan triste.

Excarcelado en 2013 volvió a violar

Cuando en noviembre de 2013 fue excarcelado con motivo de la abolición de la doctrina Parot, volvió a hacer lo que cabía esperar de un violador en serie. Hace pocos días, el 14 de junio, lo volvían a detener acusado de ser el presunto autor de dos brutales violaciones y otras dos en grado de tentativa a jóvenes de entre 17 y 24 años.

Confiemos en que esta vez no le dejen salir de la cárcel, aunque todo es posible. Desde la reforma del código penal de 2015 existe la figura de la prisión permanente revisable para ciertos casos, como el de los violadores reincidentes.

Pero ¿qué sucede con todo el daño que ha hecho y que podría haberse evitado?¿Quién se hace responsable además del violador? En una ocasión, fueron 3 psicólogas quienes permitieron que saliera de una cárcel psiquiátrica porque lo consideraban ‘curado’. La última vez, su coladero fue la anulación de la doctrina Parot pero, no nos engañemos, esto solo adelantó 5 años la tragedia. Este violador peligroso y reincidente habría salido de todos modos unos pocos años más tarde y habría vuelto a violar igualmente.

La prisión permanente revisable y sus detractores

Desde la reforma parece que hay un asidero legal para impedir que hombres así sean soltados en sociedad. Habrá que ver si se aplica. Hay una corriente progresista que considera inhumana la existencia de la prisión permanente revisable. Aseguran que es un eufemismo para encubrir la cadena perpetua. Entienden que es un fracaso al negar la posibilidad de reinserción social. Personalmente, creo que lo progresista es defender a las víctimas actuales y a las potenciales. Y que estos hombres no pueden ni deben vivir en sociedad. Qué fácil es mantener tu pensamiento progresista intacto e inmaculado, a costa de sacrificar para ello a unas cuantas mujeres que serán agredidas, violadas y tal vez asesinadas por un criminal como este. Para defender las segundas oportunidades de estos criminales (Gallego lleva ya quemadas muchas oportunidades) se sacrifica a mujeres que caminan confiadas por las calles y entran en sus portales cuando regresan de sus trabajos, del cine o de una noche de fiesta. Son daños colaterales que esta sociedad acepta con tal de que una persona peligrosa y cruel siga teniendo segundas, terceras y cuartas oportunidades.

¿Y qué pasa cuando se ha violado una vez? En ese caso, como no hay reincidencia (aún) no se aplicaría la prisión permanente revisable y, sin embargo, esas personas también son un peligro potencial en la calle. En ese supuesto debería tomarse al menos alguna medida de vigilancia. Siempre se habla de pulseras telemáticas y medidas de control tecnológicas pero realmente ¿existen? ¿se utilizan? Deberían.

El daño que causa una violación es terrible e irreparable. Qué decir del asesinato. Y sin embargo, qué barato sale este crimen. Con qué ligereza las ‘personas expertas’ deciden que un violador tiene buen comportamiento y puede salir de la cárcel. Absurdo. Es bien sabido que violadores de mujeres y niños tienen buen comportamiento en prisión porque no tienen a su alcance mujeres ni niños a los que violar.

El otro día en el programa de Julia Otero, Julia en la Onda, hicieron una proyección interesante. Aunque no hay muchos estudios al respecto, se estima que en los países occidentales la tasa de reincidencia en estos casos es del 20%. En España hay actualmente 2.515 delincuentes sexuales que cumplen condena. Según la tasa de reincidencia, unos 500 podrían reincidir (no es un dato, es una proyección). ¿Estamos dispuestos a asumir ese riesgo sin tomar medidas para evitarlo? Ya hemos visto el daño que puede causar uno solo de estos delincuentes sexuales.

Cuando Gallego salió de la cárcel en 2013, no salió solo. Además de delincuentes diversos, con la derogación de la doctrina Parot salieron más violadores conocidos como ‘el del estilete’, ‘el del portal’ y un tercero que violaba en Cataluña. Y los tres reincidieron y fueron detenidos. Gallego ha sido el cuarto pero no el último. Ayer mismo, 3 de julio, detuvieron al que se conoce como ‘el loco del chándal‘ por intentar asesinar a dos hermanas. Ya van cinco.

La gran labor de la asociación Clara Campoamor

La asociación Clara Campoamor, siempre al quite en la defensa de mujeres y niñas, ya ha anunciado que se personará como acusación contra Gallego y pedirá la prisión permanente revisable. Su presidenta, Blanca Estrella, es a la única persona que habla de buscar responsabilidades. ¿Cómo es posible que no se busquen responsabilidades entre quienes abren la puerta a estos violadores reincidentes? Confiemos en que las personas encargadas del ‘revisable’ apliquen la sensatez, la prudencia y el sentido común. Psiquiatría y psicología han demostrado la misma capacidad que el horóscopo para predecir el comportamiento de estos criminales.

Tras la detención del ‘violador del ascensor’, el ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, se mostró favorable a la prisión permanente revisable para este caso, pero pidió prudencia antes de reclamar “en caliente” otras medidas como la castración química o las pulseras telemáticas. La primera medida dicen que es ineficaz. Pero pulseras telemáticas ¿por qué no? Por otra parte, siempre se arguye que no hay que legislar en caliente, pero los crímenes de Leticia Lebrato y Marta Obregón datan de 1992. El problema es no actuar ni en frío ni en caliente. Justicia para las víctimas actuales y protección y prevención para evitar más víctimas.

Feminizar la justicia para que sea justicia

25/06/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Glòria Poyatos Matas, @medeapoma.  He sido agricultora, estudiante, pastelera, pizzera, y vendedora de piscinas, después profesora y abogada laboralista hasta el 2010. Actualmente madre, magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Canarias y presidenta de la Asociación de Mujeres Juezas de España (AMJE). De todas mis profesiones he aprendido, sin olvidar nunca mis raíces ni perder mi identidad. Cuidar a mi hija me ha hecho más tolerante y me ha aportado las mejores habilidades en la resolución y gestión de decisiones con impacto en colectivos humanos, además de intuición y destreza resolutiva ante problemas imprevistos, enriqueciéndome emocionalmente.

 

«He trabajado para que en este país los hombres encuentren a las mujeres en todas partes y no solo donde ellos vayan a buscarlas». Clara Campoamor.

La Justicia siempre ha sido cosa de hombres, y sigue siéndolo…

Históricamente fue un coto vedado a las mujeres, que tuvieron prohibido por ley el acceso a la carrera judicial y fiscal hasta 1966, bajo el “poderoso” motivo: “de ser estos trabajos actitudes contrarias al sentido de la delicadeza consustancial en la mujer”.

Juzgar es una disciplina racional, formalista y alejada de lo humano. Distanciamiento perfectamente calculado, como elemento generador de “autoridad” por la vía del miedo a lo desconocido.

La Justicia es un estamento desconocido y muchas veces ininteligible, en la aplicación e interpretación de un derecho, con severas carencias de la perspectiva femenina, tanto en el fondo como en la forma, siendo un ejemplo muy visual de lo dicho, la redacción contenida en el Código Penal del delito de mutilación genital femenina, que, a pesar de ser exclusivo del sexo femenino, se redacta en masculino (art. 149 CP: “el que causare a otro”). De otro lado, el Código civil español ha consagrado “al buen padre de familia” para definir el estándar de diligencia civil y el Código de Comercio refiere al “ordenado empresario” en lo mercantil , sin olvidar   “al hombre bueno” que puede acompañar a las partes al acto de conciliación administrativo, en la jurisdicción social. ¿Y dónde están las mujeres?

Las últimas estadísticas del Consejo General del Poder General [1] (CGPJ) arrojan un dato “desconcertante”. Las juezas son ya el 64% de la judicatura española (por debajo de los 50 años), a pesar de no haber ni rastro de ellas en la foto oficial de la justicia, donde solo habitan hombres, en una imagen que vale más que 1.000 palabras. Una estampa judicial propia de otros siglos, que niega simbólicamente los méritos, las capacidades y el trabajo de las juezas y exhibe, sin rubor, el infranqueable techo de cristal judicial. Las magistradas “invisibles” pueden tener ambición, pero no demasiada, por ello siguen en los juzgados donde se toman las decisiones de menor trascendencia judicial, mientras en la cúpula su representación es pura anécdota. [2]

Pero hay otros prejuicios todavía más peligrosos, son aquellos que  impregnan las sentencias tornándolas elementos de discriminación institucional, con impacto en la ciudadanía. Una justicia prejuiciosa o estereotipada, no es justicia, es otra cosa. Veamos algunos ejemplos:

-La sentencia de la Minifalda (23/05/1990- Sala Penal del Tribunal Supremo). El Alto Tribunal confirmó, sin ningún reparo, la sentencia dictada en febrero de 1989 por la Audiencia de Lérida en la que se señalaba que la joven de 17 años María José «pudo provocar, si acaso inocentemente, al empresario por su vestimenta». En esta sentencia, el empresario fue condenado a una multa de 40.000 pesetas por un delito de abusos deshonestos con su empleada, por tocamientos en los pechos y glúteos por encima de la ropa y por manifestarle que, a cambio de acceder a sus deseos sexuales, le renovaría el contrato de trabajo.

-Reducción de pena a agresor de género, por sus condecoraciones militares.  (Sentencia de 8/06/2012- Sala Militar del Tribunal Supremo). El Alto Tribunal reduce la suspensión impuesta a un militar que agredió a su esposa por considerar que no se tuvieron en cuenta sus condecoraciones militares ni su participación en la misión de paz en Afganistán donde “es frecuente utilizar la fuerza”.

-Abuso Sexual y no Agresión Sexual porque la niña (de 5 años) no opuso resistencia. (Sentencia de 2/03/17- Audiencia Provincial de Cantabria). La sentencia condena a tres años y nueve meses de cárcel a un hombre por abusar sexualmente durante cinco años de una vecina menor de edad, que solo tenía 5 años de edad cuando empezaron los abusos. No se considera los hechos como agresión sexual, como solicitaban la Fiscalía y la acusación particular, que pedían nueve y diez años de cárcel, respectivamente, al no quedar probado que la niña «opusiera resistencia física o protestara, llorara o gritara, sino que era habitual que volviera a la casa de este hombre que le hacía regalos para contentarla (consolas, ordenador portátil, teléfonos móviles)”.

Hacer real el principio de igualdad no permite neutralidad, hay que adoptar un enfoque constitucional. Ello significa integrar la perspectiva de género, como criterio de referencia en la impartición de justicia de todas las jurisdicciones y también en la valoración de méritos profesionales, integrando el tiempo dedicado a los cuidados familiares, porque ello promueve la corresponsabilidad y pone en valor otro tipo de inteligencia (la emocional), que no se enseña en las universidades.

Los estereotipos de género son la base de la discriminación contra las mujeres. Su presencia en los sistemas de justicia tiene consecuencias perjudiciales, particularmente para las víctimas de diferentes formas de violencia, pudiendo incluso, impedir el acceso a una tutela judicial efectiva. Por ello, en todos los casos que involucren relaciones asimétricas, prejuicios y patrones estereotípicos de género, debe juzgarse con perspectiva de género. Ello no es una opción del juez/a sino un mandato legal imperativo.

Es imprescindible también, feminizar la justicia, es decir implementar las actitudes femeninas de las que siempre ha carecido el estamento judicial, como es la ética o la inteligencia emocional. La feminización de la justicia exige no solo una representación equitativa de las mujeres en todas las jerarquías, para incorporar las experiencias femeninas en la toma de decisiones, sino también que jueces y juezas sean portadores, a través de sus sentencias, de una justicia más humana, más igualitaria y menos mecánica.

Las decisiones judiciales se enriquecen con la mirada de ambos sexos, porque esa es la mirada completa de nuestra sociedad.

[1] http://www.poderjudicial.es/cgpj/es/Poder-Judicial/En-Portada/Las-mujeres-representan-ya-el-64-por-ciento-de-los-jueces-y-magistrados-en-activo-menores-de-50-anos

[2] Sólo un 13% de la composición del Tribunal Supremo es femenino (11 mujeres de un total de 78 integrantes). En el Tribunal Constitucional sólo se han conocido 6 magistradas de un total de 64 integrantes a lo largo de su historia. En el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, nunca se ha elegido a una magistrada española.

 

 

Me duele el alma

20/06/2017 en Doce Miradas por Miren Martín

Me duele el alma. Cada vez que salta la noticia del asesinato de una mujer a manos de su pareja o ex-pareja.

Me duele el alma. Cada vez que imagino cómo se debe romper la vida de las niñas y niños a los que han matado a su madre.

Me duele el alma. Cada vez que pienso en cómo será la vida de las hijas e hijos de una mujer asesinada. De un padre asesino. De su propio padre asesino de su propia madre.

Me duele el alma. Cada vez que intento pensar en cómo las madres y los padres de las mujeres asesinadas superarán el sufrimiento de que alguien hayan matado a su hija. Sobre todo, de no haber podido evitarlo. Y el dolor. Y la culpabilidad.

Me duele el alma. Cada vez que escucho historias de cómo los abuelos tienen que criar a sus nietos intentando disimular día a día que a ellos también les duele. Simulando que la vida sigue igual. Que no ha pasado nada. Cuidando a los hijos de su hija. Y a los hijos de su asesino. Buscando parecidos con su madre. Tragándose la angustia y el asco cuando ven algún gesto que les recuerda a su padre.

Me duele el alma. Cuando me cuentan que la ley permite que los hijos de un maltratador sigan teniendo relación con su padre. Y cuando esas hijas e hijos tienen que luchar para conseguir que los alejen de él. Que le separen de sus vidas. Al que pegó a su madre. Al que continúa pegando a sus hijos.

Me duele el alma. De una forma desgarradora. Cada vez que un padre mata a sus propios hijos con el único objetivo de hacer daño a la madre. Es tan antinatural que no puedo con ello.

Me duele el alma. Cada vez que vez que sé que además de mujeres asesinadas hay muchas más que sufren palizas y golpes. Y otro tipo de humillaciones. Que el asesinato es el final de una larga escena de violencia. A diario a veces. O de manera esporádica. En ocasiones escondiendo el horror. En otras buscando ayuda. Desprotegidas siempre.

Me duele el alma. Cada vez que soy consciente de la inconsciencia de la gente. De personajes políticos.  De periodistas y medios. De personas de la calle. Cada vez que escucho la palabra muerta en lugar de asesinada, lo del chico que era majo, lo de que nadie se lo podía esperar. O que se oían continuas discusiones y se sabía que algún día iba a pasar algo. Y pasó. Pero nadie hizo nada por evitarlo.

Me duele el alma. Cuando estoy convencida de que la educación y la prevención es la única manera de acabar con este lastre macabro y compruebo cómo se destina poco, muy poco, presupuesto tanto a una cosa como a la otra. Cuando escucho chistes denigrantes para la mujer, cuando se oyen las risas al decirle a alguien que su actitud es machista (he desterrado la palabra micromachismo desde el post de Luisa Etxenike en Doce Miradas), cuando se perpetúan estereotipos que comienzan por eso, por estereotipos, por chistes, por canciones, por frases hechas que legitiman a la larga las actitudes violentas.

Me duele el alma. Cuando la vida me trae recuerdos de alguien muy próximo a quien apalearon día tras día y las personas de alrededor lo vivíamos como fruto de la mala suerte. Como si el maltrato fuera una bacteria que había entrado en su vida. Le había tocado. Como a otras muchas. Cuando en los años 70 y 80, y mucho más cerca, denunciar era cosa de locas. Significaba volver a casa y recibir una nueva paliza “esta vez con razón”. Cuando no había salida para muchas mujeres porque él era el único sustento económico de la familia. Porque las leyes no las amparaban. Porque les pegaba su hombre.

Me duele el alma. Cuando veo a chicas jóvenes, algunas incluso adolescentes, que no se atreven a abandonar a su maltratador. Ni a buscar ayuda. Cuando aprenden desde demasiado jóvenes un tipo de relaciones que les marcará para toda la vida.

Me duele el alma. Cuando sé que el miedo es la única razón.

«El miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo». Eduardo Galeano

 

 

En el escaparate

13/06/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Guille Viglione. 51 años. Nací en Irún y vivo en San Sebastián. Padre de dos hijas y padrastro de dos hijos. Publicitario en crisis con la profesión. Desde hace años intento elegir las marcas para las que hago anuncios. Publico una columna, cada domingo, en la contraportada de El Diario Vasco. Trabajo en Dimensión y ayudo en el Club de Creativos. Intento compaginar libertad individual y responsabilidad social. Me alegro de los triunfos ajenos.

En @Rezink_Project  colaboro en proyectos sociales. Conservo algunos textos y fotos en absolutamenteinnecesario.

 

Las marcas comerciales hacen publicidad para influir en los consumidores. Invierten enormes presupuestos en pensar, producir y distribuir en los medios con el único objetivo de vender más y, si es posible, un poco más caro.

Sin embargo, la publicidad forma parte de la cultura popular y ha contribuido, durante los últimos 30 años, a construir sólidos estereotipos en la sociedad. Para varias generaciones, educadas frente al televisor, los mensajes publicitarios han definido los deseos y aspiraciones de una sociedad que define sus roles a través del consumo. De unos consumidores que escogen una u otra marca, más que por sus prestaciones, por la imagen que proyectan de ellos.

No es tarea de las marcas comerciales educar, pero es obvio que sus mensajes tienen consecuencias directas en la educación y en la construcción de un sistema de valores de la gente, especialmente en los más jóvenes.

Antes de la revolución digital, el código narrativo más habitual del relato publicitario era la simplificación. Se trataba de ser comprensible, persuasivo y notorio en un mensaje de medio minuto. Esta tendencia a simplificar provocó la consolidación  de estereotipos y arquetipos de lo que significan el éxito, la felicidad o el poder, que han influido en la construcción de nuestra identidad.

La publicidad no ha creado los estereotipos ni la desigualdad de género. Como cuenta Yuval Noah Harari en Sapiens, “ Al menos desde la revolución agrícola, la mayoría de las sociedades humanas han sido sociedades patriarcales que valoraban mucho más a los hombres que a las mujeres.” Lo que sí ha hecho la publicidad es normalizar esos estereotipos en nuestro inconsciente, hasta ser admitidos como realidades universales. La publicidad ha estereotipado la imagen de la mujer hasta reducirla casi a un objeto de consumo. Una imagen que ha condicionado nuestra visión de la realidad y moldeado nuestras pautas de comportamiento.

El discurso publicitario ha ido por delante en la reivindicación de algunas transformaciones sociales, pero no en el caso de la igualdad de género. El sexo vende y desde los rancios anuncios de brandy de los 60 hasta el escaparate de una tienda de lencería cara que ilustra este post, la publicidad proyecta la imagen de una mujer sumisa, oferente, que exhibe gustosa su cuerpo para disfrute del hombre.

Sin embargo, algo está cambiando desde la explosión de la sociedad digital. Muchas mujeres – y hombres –no se ven reflejados en la imagen estereotipada de los anuncios. Hartos de los clichés expresan su disgusto a las marcas y , gracias a la viralidad e inmediatez de las redes sociales, influyen en lo que más les duele, las ventas. La publicidad que sexualiza y cosifica a la mujer comienza su decadencia.

En los últimos años, algunas grandes marcas han cambiado el tono del discurso destinado a las mujeres. En lugar de dedicar estas líneas a denunciar los sobrados casos de discriminación y sexismo, he preferido recopilar unos cuantos casos inspiradores que demuestran el poder de la publicidad para, también,  mejorar percepciones y contribuir a resaltar la relevancia de las mujeres.

Desde hace 15 años todas las campañas de Dove construyen a favor de una belleza real, alejada de tópicos sexistas. En 2013 desarrolló un experimento social para asentar la autoestima de sus clientas. En Dove real beauty sketches comparó cómo las mujeres visualizan su propia belleza en contraste con lo que los demás ven en ella.

Goldie Blox, es una compañía de juguetes que anima a las niñas a pensar como ingenieras y no como princesas.

Like a girl es una campaña memorable de la marca de compresas Always, perteneciente al gigante Procter &Gamble. La campaña redefine el concepto de hacer las cosas “como una niña” y elimina todas las connotaciones negativas y de burla para convertirlo en un mensaje motivador.

 

Durante el experimento pidieron a un grupo mixto de entre 5 y 20 años de edad que mostraran cómo corre, lanza una bola o pelea alguien cuando lo hace “como una niña”.

Los chicos y las chicas adolescentes fueron fieles al estereotipo. Corrieron de forma ridícula,  batearon y peleando sin ganas. Sin embargo, las mismas pruebas con niñas menores de 13  años consiguieron el resultado contrario. Y muy inspirador. Las pequeñas, que aún no conocen la connotación peyorativa y de debilidad  de “como una chica” corren para ganar, pelean con fuerza y batean como una profesional.

Antes de ver el spot, sólo el 19% de la juventud de entre 16 y 24 años tenía una asociación positiva hacia “Like a Girl “. Después de verlo, el 76% afirmó que ya no veía la frase negativamente.

“La muñeca que eligió conducir” es un anuncio que lucha contra el sexismo en los juguetes. En las pasadas navidades, Audi lanzó un anuncio para ayudar a reflexionar sobre los roles de género en los regalos de Reyes. En el vídeo, a medio camino entre Cars y Toy Story, una muñeca Barbie cambia su carroza rosa por un coche deportivo. Por la mañana, un niño entra en la tienda con su madre y le pide que le compre el coche y la muñeca. La madre compra el coche pero devuelve a la muñeca a la carroza. El anuncio resalta el papel de los adultos como responsables de cambiar o perpetuar esos roles.

Es cierto. Son gotas en el océano. Aún seguimos rodeados de multitud de  anuncios sexistas y discriminatorios pero, también, cada vez más marcas lanzan campañas publicitarias que contribuyen a educar a la sociedad en el respeto y valoración de la mujer.

Las marcas ya no pueden elegir sus mensajes al margen de los cambios sociales, pensando exclusivamente en sus objetivos comerciales. Una reciente encuesta sobre expectativas de los millennials señala que valoran más a las marcas que se implican en causas sociales.

La publicidad ha contribuido mucho a normalizar los estereotipos sexistas. Ahora ya ha comenzado a trabajar con fuerza en la otra dirección.

 

 

La moda del feminismo

06/06/2017 en Doce Miradas por Ana Erostarbe

Arranco este post en domingo, 28 de mayo de 2017, día lleno de recuerdos para las mujeres detrás de Doce Miradas. Porque tal día como hoy, hace cuatro años, lanzábamos nuestro primer cohete al espacio interestelar. Una llamada a la que dábamos la forma de post coral, y en la que compartíamos con el “universo más allá” la misión que nos auto-encomendábamos y la visión que nos impulsaba; como era previsible, hoy intacta.

Imaginábamos un mundo en el que las mujeres no tengamos que reclamar cansinamente equidad, justicia, respeto o visibilidad. Un mundo en el que no se nos use, en el que no se nos viole, no se nos mate. En el que nuestra valía no se ponga en entredicho, zafia o sutilmente. En el que ser mujer no sea menos que ser hombre. Un mundo en el que, en definitiva, no solo se nos reconozca como iguales, sino que, de manera incontestable, privada y públicamente, SEAMOS iguales.

Lanzábamos, como decía, nuestro primer grito a un espacio desconocido, con la esperanza de viralizar con nuestro mensaje nuevos territorios, nuevas mentes, corazones… Y con la esperanza también de que las ondas conectaran por el camino con otras sensibilidades. Interceptaran, en resumen, otros feminismos y sus mensajes. Buscábamos mover posiciones ajenas y también propias, y las incontables interacciones que se han producido en este tiempo (en forma de artículos de miradas invitadas, comentarios en el blog y miles de conversaciones a través de las redes sociales) han hecho posible este anhelado movimiento multidireccional; un éxito notable, aunque también subjetivo.

En todo caso, lo que sí hemos hecho en Doce Miradas en este tiempo es constatar una realidad objetiva que entonces no era tan evidente y cuya certeza no es para nada menor: hay vida feminista en otros planetas.

Pienso rápidamente en todos esos colectivos presentes en Twitter que, como nosotras, antes no estaban y que, como nosotras, ahora sí están. Periodistas, juezas, cineastas, mujeres jóvenes, científicas, tecnólogas, mujeres gitanas, mujeres maltratadas, empresarias, colectivos LGTB, raperas, amas de casa, abogadas, autoras, directivas… Pienso en esos colectivos más veteranos que ya estando, no conocíamos. Y pienso también en todas esas personas -mujeres y, por fortuna, también muchos, muchos hombres- con quienes en Doce Miradas compartimos ramalazo y trueno. O, dicho de otra forma, con quienes compartimos visión.

Aunque más allá (nunca mejor dicho), la cuestión ya no es que haya colonias asentadas en otros planetas -hasta ahora desconocidos entre sí o pobremente interconectados-, sino que esta vida es palpitante y se encuentra en plena ebullición en toda la galaxia.

Prueba de ello son los hitos recientes en defensa de los derechos de las mujeres y colectivos LGTB que se celebraron a comienzos de 2017 en 81 países. Reivindicaciones pacíficas que por su masiva capacidad de convocatoria y de integración de colectividades DIFERENTES han pasado ya a la Historia de los movimientos sociales. Women’s March en Washington es, de hecho, la manifestación norteamericana más multitudinaria hasta la fecha (y de enorme impacto digital, además), muy por encima de las protestas contra Vietnam o la marcha de 1963 en la que Martin Luther King decía aquello tan poderoso e inspirador de “I have a dream”.

Tanto es así que lo que un tiempo fue percepción, ahora es evidencia: el feminismo está de moda. Y lo está tan literalmente que cada vez son más las marcas mainstream de ropa que reivindican el feminismo en sus prendas (a veces con más sentido de negocio que acierto en el enfoque). Y el hecho de que las niñas puedan lucir camisetas en las que dice “This is what a feminist looks like” sin temor a que se les identifique con seres feos-amargados-y-peludos es, sin duda, un logro que no es ni casual ni baladí. Sirva, en todo caso, el ejemplo para acercarme a donde quiero llegar. El feminismo, además de un orgullo para las mujeres y hombres que lo reivindican, que cada vez se expresa con menos pudor y con más camisetas y secciones de periódico, hoy también es OPORTUNIDAD.

Una enorme oportunidad histórica para mover lo que se ha resistido durante siglos, y una oportunidad que camina intrínsecamente de la mano del riesgo. Será por esto quizá que en este momento febril da por pensar qué nos dirían las mujeres que a lo largo de la Historia conspiraron para hacer posible que llegáramos hoy aquí. Las mujeres sufragistas o aquellas que bajaron a las trincheras en la Revolución Francesa, las mujeres que acabaron sus vidas en la pira de la Inquisición, con la mirada probablemente perdida en el cielo… De modo que, una vez constatada la ganancia, la pregunta que resuena es: ¿Cómo evitamos el riesgo? ¿Cuál es nuestra posición para mover las cifras? ¿Nuestra capacidad para mover la agenda? ¿Cómo evitamos que esto sea una moda que llega… y que pasa? ¿Qué logro relevante nos corresponde conseguir en esta etapa histórica?

A estas alturas, las mujeres que habitamos las colonias de todos los planetas del espacio interestelar sabemos ya que decir no es hacer, prometer no es cumplir, reconocer no es cambiar, y que los derechos no se regalan, sino que se conquistan. Y por eso, diría que lo más importante de todo es que si antes nos intuíamos, ahora nos «sabemos». Es momento de usar este conocimiento para mejorar las conexiones entre las colonias y unir las fuerzas de lo que ya es un imperio. Momento de organizar la resistencia o la moda pasará y la oportunidad nos dejará una ganancia tan exigua que, simplemente, seguiremos demasiado lejos.

Y como la unión hace la fuerza, desde mi punto de vista al menos, es ineludible organizarse. Obviar lo que nos separa y concentrarnos en lo que nos une. Solo así conseguiremos convertirnos en el GRUPO DE PRESIÓN (sin medias tintas) que necesitamos ser, estableciendo el mínimo denominador común, trazando las líneas estratégicas básicas y concretando objetivos capaces de mover el orden instaurado. One step at a time. Un paso cada vez y, sobre todo, muchos pasos a la vez. Que no es lo mismo, ni es igual.

Habitantes de la galaxia y colonias interesadas: connectingthempire@gmail.com. Veamos qué podemos construir.

 

Sin micro

30/05/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

 

Luisa Etxenike.

Me presentaré primero como escritora de obras de distintos géneros. Mencionaré sólo las últimas. La novela ‘El detective de sonidos’; el poemario ‘El arte de la pesca’; y las obras teatrales ‘La herencia y Gernika es ahora’ (esta última para la radio).
Soy también profesora de disciplinas como la teoría del relato, la perspectiva de género en literatura y la escritura creativa.
Mi posición política la resumiré en dos rasgos: cosmopolitismo y anhelo de justicia social.
Entre mis aficiones se encuentran la observación de aves, y el estudio del lenguaje del vino.

 

Trato de recodar cuántas veces he oído o leído, en los últimos meses, el término microrracismo en un debate público, un artículo de prensa o una conversación informal. Y la verdad es que no creo haberme encontrado con ese término ni una sola vez. Y si lo escribo en el cajetín del buscador de Google, por ejemplo, tampoco me salen muchas entradas con sustancia, de las que indican que el término se usa, se estudia, se debate. Parece evidente, entonces, que la palabra microrracismo no ha cuajado, que no se ha consolidado como instrumento para definir una forma de racismo de baja intensidad, una actitud leve o parcialmente racista. Personalmente me alegro de ese “fracaso” terminológico, me parece lo justo y una manera de expresar con rotundidad que algo así no puede darse, que no hay gestos o actitudes que son sólo parcial o ligera o levemente racistas; que en esto no cabe una mínima proporción: que se es racista del todo, como se es todo lo contrario, del todo. Que estamos siempre, sea cual sea el alcance o la virulencia de las manifestaciones ante un racismo completo, esto es, ante una amenaza completa a los principios y valores de la democracia y del humanismo. Y al excluir el termino microrracismo se excluye también la tentación de buscar en su interior alguna forma de indulgencia, de pretensión de que lo que se define no es tan grave; que es sólo un puntito de roña que no oxida el resto, que no desnaturaliza la calidad mayoritariamente respetuosa o democrática de quien lo comete, así, a poquitos. A mi juicio, el que no haya triunfado el término microrracismo habla por sí solo, en ausencia, de una esperanzadora actitud social.

Pienso ahora en cuántas veces he oído o leído en los últimos meses, el término micromachismo en un debate público, un artículo de prensa o una conversación informal. Y la cuenta es tan larga que la pierdo. Y si escribo esa palabra en el mismo buscador de internet me salen infinidad de entradas sustanciosas, argumentadas. Lo que me indica que el término no sólo ha cuajado, sino que se está imponiendo en el debate público, en la prensa (hay medios que le dedican una rúbrica específica) y en el hablar de cada día, para describir violencias de género de baja intensidad, actitudes leve o parcialmente machistas. Y que, en este caso, el término haya triunfado resulta también elocuente, aunque con poco margen para la esperanza. Porque significa, a mi juicio, que nuestra sociedad admite y/o se resigna a la idea de que se puede ser machista pero no del todo; sólo un poquito machista, y que en el resto uno puede ser, digamos, un ciudadano intachablemente demócrata. A la idea, en definitiva, de que la democracia puede albergar, sin desnaturalizarse, ciertas dosis de machismo, que no van, como si dijéramos, a ningún lado, que no son tan graves, que no alteran lo esencial. Que el edificio de valores y principios de la democracia y el humanismo sigue intacto, con los cimientos en su sitio, aunque conviva con un machismo en micro.

En fin que lo que vale para el racismo no vale para el machismo. Porque siempre que nos referimos a la condición y situación de las mujeres todo es otra cosa, todo aparece como el mundo al revés; como un estado de excepción, donde rigen otras reglas. Igualdad sí, faltaría más, pero para ellas menos; libertad sí, claro, pero para ellas menos… y así con todo. Todo es otra cosa, todo es relativo cuando se declina en femenino. Y los ejemplos que se pueden citar en apoyo de esta afirmación abruman por su número y su constancia. Y por la colorida variedad de sus presentaciones: gráficos, estadísticas, informes oficiales, estudios y testimonios varios… para decir cada vez lo mismo: que ahí sigue lo que se ha dado en llamar la “brecha” entre los géneros y que yo creo que habría que llamar la “falla”, término al que le veo como mínimo dos ventajas. La primera la de ser colosal en sus hechuras, como lo es-tremenda- la injusticia; la segunda, la de acercarnos a la idea de error y de falta.

El machismo en su vertiente individual o colectiva; privada o pública; espontánea o institucionalizada, es, en mi opinión, el error más terrible de consideración de lo que supone la democracia, y la falta más grave contra sus principios y fundamentos. Entre otras razones porque las relaciones de género se extienden por todos los tiempos y espacios de nuestra vida privada y pública; nacemos y nos desenvolvemos siempre en un espacio habitado por el “él” y el “ella”, es decir, en la oportunidad y la responsabilidad de dotarles de sentido, de un justo sentido. “Qué alegría más alta vivir en los pronombres” escribió Pedro Salinas. Y sería estupendo que ese verso pudiera servir como definición de la democracia: que la altura de miras en los pronombres, en la calidad de sus derechos iguales, en la justicia de sus atribuciones, fuera la única “poética” de nuestra sociedad, la única y alegre rima de nuestro sistema político. Lamentablemente no es así; a la democracia pronominal aún le falta y mucho para colmar su falla.

Y creo que una manera de asumir correctamente la tarea de colmarla es quitarle para empezar al machismo su micro terminológico, esto es, sus coartadas. Y reservar el micro- en su sentido más acústico- para magnificar la voz y la acción contra sus atentados a la democracia.