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Basado en hechos reales

14/11/2017 en Doce Miradas por Christina Werckmeister

Viajaba a solas en el metro de una ciudad extranjera, pendiente de cada parada. Interminable. Aun así, deseaba que no llegara nunca la suya. A pesar de la hora tardía, en el vagón quedaban varias personas. Mientras hubiera «público», aun sentía algún tipo de protección. Lo que más miedo le daba era tener que salir a la calle de noche sin saber si el tipo que no dejaba de mirarle «así» le iba a seguir.

O tal vez no le estaba mirando. O tal vez no le miraba «así». ¿Cómo «así»? Ya sabes, «así». Tal vez se estaba obsesionando sin motivo.

Decidió cambiarse de asiento, tirando de maleta, abrigo y mochila. Él también se movió, aparentemente situándose para seguir mirando «así». Ostras. Ensayó sostenerle la mirada, desafiarle. Pero eso solo funcionaba en la teoría. En la práctica no conseguía subir los ojos por más de un décima de segundo.

El nerviosismo empezó a apoderarse de su cuerpo. Miedo. ¿Miedo a qué, concretamente? No lo sabía, concretamente. Miedo. Miedo en sí. Miedo en general. Incluso un poco de pánico.

No tenía cobertura en el móvil. Imposible avisar a su hermano mayor para que fuera directamente a la estación a buscarle. Por otro lado, con 23 años, una carrera, un máster, deportista, habiendo viajado tanto «por el mundo»…¿cómo iba a explicar a su hermano que necesitaba que fuera a buscarle? Qué absurdo. No le iba a creer.

Llegó su estación. No había más remedio que bajar. El hombre también bajó. Confirmado. Sí que le estaba siguiendo. ¿O no? Sentía definitivamente que sí, que le seguía. ¿Sentía? ¿Qué significa eso de sentir?

De hecho solo era capaz de sentir. No podía pensar. ¿Cómo que no podía pensar? Es que resulta que no es posible pensar cuando estás en modo bloqueo. Como en sueños que son pesadillas pero que son hoy, que son ahora.

Al final de la escalera, un grupo de chavales de edad parecida. «Oye, ese tío de allí me está siguiendo. Lleva como media hora mirándome. Os importa que me quede con vosotros?»

 

«¡EH TU!» Le empiezan a gritar. «Que te pires!»

«Ese es un colgao. No te preocupes.»

Esperaron juntos hasta que llegó su hermano mayor.

«Gracias, gracias, joder qué fuerte».

 

Esa noche prefirió dormir con su hermano. Durante varios días prefirió no viajar en metro. Hasta que se le fue pasando. Poco a poco.

¿Cómo es posible se haya sentido así? Aparentemente incapaz de reaccionar. ¿En realidad, qué había pasado? No había pasado nada ¿Se lo había imaginado? Por momentos le enrabietaba pensar que por ese «episodio» se había pasado una semana sin entrar al metro, cambiando sus rutas, evitando lugares oscuros, andando con la cabeza gacha en vez de disfrutando como cualquier turista joven y libre. Le enrabietaba no poder sacárselo todo de la cabeza.

¿Por qué no se enfrentó a él?

«Le tenía que haber dado dos hostias,» le dijo a su padre, interpretando el papel que se esperaba de él (porque para ser hombre hay que ser fuerte, un héroe, educados en la valentía por encima de todo)

«Con esto que me ha pasado, solo esta vez …. estoy empezando a entender lo que llegáis a sentir tantas mujeres cada día,» le dijo el chaval a su madre, esta vez libre de interpretar ningún papel (entendiendo, como hombre, que para que sean mujeres se les dice que deben ser débiles, víctimas, y se les educada en la precaución y el miedo por encima de todo).

Resulta que ninguno de los dos roles son la verdadera esencia de ninguna persona.

Clara Serra Sánchez:

«Comparto con vosotros y vosotras una experiencia que vivimos ayer, una muestra más de que a las mujeres nos han educado en el miedo y la percepción de ser víctimas, y de lo necesario que es empoderarnos respecto a ello.»

 

Cuando tú eres la cuota

07/11/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Esti León (@EstiLeon) trabaja como responsable de proyectos en Innobasque, la Agencia Vasca de la Innovación. Algunos de los proyectos educativos que ha puesto en marcha son FIRST LEGO® League Euskadi, Cleantech now! o TrainINNLab. Forma parte del comité científico y organizativo del Premio Ada Byron a la mujer tecnóloga que promueve la Universidad de Deusto y ha colaborado en el lanzamiento de Inspira STEAM, un proyecto pionero para el fomento de las vocaciones tecnológicas entre las niñas.

 

—No hay mujeres en esta jornada —me dicen—, así que hemos pensado que participes tú.
—Ya. Vamos, que soy la cuota.
—Mujer, no lo mires así.
—¿Y cómo quieres que lo mire?
—Invitamos a varias mujeres, no te creas, pero ninguna aceptó. Bueno, ¿qué dices?
—No sé… Deja que lo piense y te digo algo.

Pido un par de días para tomar la decisión, pero la verdad es que solo intento ganar tiempo. Necesito que se me pase el enfado monumental que me ha provocado esa oferta tan poco sexy. ¿Quién quiere ser la cuota? ¿A quién le gusta ser invitada a participar en un evento por un motivo que nada tiene que ver con sus méritos?

Quiero dar una respuesta desde la reflexión, pero sigo irritada. Me retroalimento: si participo, me digo, voy a salvarles el culo. ¡La única manera de que aprendan es que sean linchados en Twitter! ¡Que les den! ¡Paso!

De momento gana el no.

Lo comento con tres personas de confianza: un hombre y dos mujeres. Las tres desmontan mis conclusiones con idénticos argumentos: “¡Qué bien, vas a tener la oportunidad de hablar de tu trabajo ante mucha gente!”, “¡Qué más da la cuota, piensa qué consigues si aceptas y qué pierdes si lo rechazas!”, “Siempre dices que las mujeres deberían aprovechar los foros profesionales para ganar visibilidad”. Y los tres acaban con la misma pregunta, retórica y lapidaria: “¿crees que un hombre diría que no a esta propuesta?”

Solo puedo darles la razón. Yo misma he repetido esos argumentos en muchas ocasiones. Creo en las cuotas como medida para romper los techos de cristal, las defiendo en privado y también públicamente, incluso formo parte de varios proyectos en favor de la igualdad.

Debería ganar el sí. Pero ahí estoy, en una tesitura que pone a prueba mis creencias. Porque todo es diferente cuando eres tú quien se ve reducida a una mera cuota. Me siento un instrumento para maquillar la desigualdad provocada por otras personas.

Al final, acepto.

Sin embargo, sigo teniendo sensaciones encontradas. Por un lado, me decepciona que la desigualdad persista en ciertos eventos, como conferencias o mesas redondas, porque es muy sencillo revertir esta situación. Basta con introducir el criterio de paridad en la búsqueda de ponentes. Al mismo tiempo, me alegra haber tomado esta decisión. Confío también en que sirva como incentivo para que otras mujeres acepten participar en eventos donde el resto de los ponentes son hombres. Las cuotas siguen siendo necesarias. También lo es que las mujeres ocupemos espacios de visibilidad.

Walale

31/10/2017 en Doce Miradas por Naiara Pérez de Villarreal

“5:30 de la mañana. Amanece en la aldea, muy cerca de Kunhinga. El canto desgarrador del gallo rompe el silencio del alba. Esta vez no ha sido tan molesto como sus anteriores actuaciones, a la 1, 3 y 4 de la madrugada.

Luisa ya había amanecido antes. Estaba preparando la ropa de sus 4 hijos varones y sus dos hijas que se tenía que llevar a lavar al pozo.

Poco más tarde, despertaba a sus dos hijos pequeños y los cargaba en brazos. Le acompañarían a lavar la ropa al pozo, ropa que llevaba en un gran cesto hábilmente colocado en su cabeza.

Recorre los 2km que le separan de su destino, y cuando llega hay 3 mujeres más allí, acompañadas también de varios niños y niñas pequeñas. Walale, saluda. Dalale, le responden las demás.

Pasa el tiempo y se siguen uniendo algunas mujeres a limpiar sus ropas. Algunas de las niñas que se encuentran allí aprovechan el pozo para bañarse también. No dejan pasar la oportunidad que les brinda uno de los pocos asentamientos con agua de las proximidades. Después llenarán también algunas garrafas de agua para llevar a sus casas. Hoy no han venido perros a beber agua de allí”.

“Walale” es el saludo habitual en Umbundu, lengua de la provincia de Bié en la que se encuentra Kunhinga, en pleno corazón de Angola. Quiere decir algo más que un “hola”, es el primer saludo del día, algo así como ¿qué tal te ha ido la noche? o ¿está todo bien?

Desde hace ya 4 años, Tania Arriba, Patricia Pérez de Villarreal, Saioa Ajuriagojeaskoa, Amaia Emaldi y Amaia Ormaza, 5 médicas vizcaínas de los Hospitales de Basurto y Galdakao viajan a esta localidad para ayudar en trabajos de cooperación en el Hospital de Vouga. Todos los años invierten una buena parte de sus vacaciones en atender las necesidades de la población de esta zona rural, y aunque no cuenten con todos los medios necesarios para conseguir intervenciones óptimas, la labor que realizan es digna de admiración. Ahora están embarcadas en un proyecto de cooperación para instalar una potabilizadora de agua en las proximidades de este hospital, al que han denominado “Walale, agua y salud para Angola”, que tiene como objetivo proporcionar la cantidad de agua potable necesaria para atender al hospital y a las poblaciones rurales de alrededor. De esta manera, quieren mejorar la calidad de vida de las personas hospitalizadas y de los núcleos rurales cercanos al hospital. La falta de agua potable es un problema que causa gran mortalidad.

Lideresas

Las representación de las aldeas está compuesta básicamente por mujeres. De hecho son mujeres las que lideran las aldeas. Son ellas quienes coordinan y cuidan el buen funcionamiento y convivencia en las mismas. Profesoras, enfermeras, limpiadoras del hospital, son mujeres que destacan bien por su profesión o por su personalidad embaucadora.

Estas mujeres son clave para el proyecto Walale. Se han firmado acuerdos con ellas para que asuman la responsabilidad de sensibilizar y formar a las personas de sus aldeas en temas relacionados con medidas higienico sanitarias.

En la calle, en el mercado, en el pozo, la inmensa mayoría son mujeres. Ellas toman las decisiones que afectan a la familia, a la aldea y a sus grupos comunitarios. Cuidan de los niños y niñas, y hacen las  tareas del hogar. También son las que trabajan en las tierras. Es bastante habitual también ver a niños y niñas trabajando la tierra.

Es destacable la contribución realizada por estas mujeres al desarrollo de su comunidad. Hace apenas dos semanas, se celebró el Día Mundial de las Mujeres Rurales, donde se recordó la falta de igualdad de oportunidades de las mujeres que trabajan en el campo respecto a sus homólogos masculinos, a pesar de su gran representación a nivel mundial (⅓ de la población). Como señala ONU Mujeres, cuando se trata de la posesión de la tierra y del acceso a los insumos, la financiación y la tecnología agrícolas, las mujeres se ven mucho más relegadas que los hombres.

Violencia de género

Luisa adao, es la mujer en el centro.

Luisa Adao es la presidenta del área social de Kunhinga. Entre otras funciones, acompañan a las mujeres y sus hijos e hijas en su convivencia con los hombres cuando hay algún conflicto. Es habitual que el hombre abandone a su familia para estar con otras mujeres, ya que en esta parte de África está muy extendida la infidelidad por parte del hombre, e incluso la poligamia (aunque no sea legal). Las agresiones físicas y sexuales en la pareja también están a la orden del día. En Angola cerca de 2000 mujeres son agredidas diariamente.

Las mujeres acuden a Luisa para exponerle sus problemas con su marido, y el área social organiza un encuentro con el hombre para dialogar y ver cómo pueden llegar a un acuerdo, sobre todo para la crianza de los hijos e hijas. En estos casos, se suele acordar que parte del sueldo del hombre vaya destinado a sus descendientes. Si el hombre no acepta, se acude al tribunal de la sede de Kunhinga, para que paguen el porcentaje correspondiente de su sueldo a cada hijo o hija menor.

Pero no es fácil llegar a dar este paso. En Angola 1 de cada 4 mujeres justifica y acepta las agresiones de su marido. En demasiadas ocasiones creen que el marido tiene motivos para pegarlas: atreverse a discutirle, que se le queme la comida, salir de casa sin avisar o rechazarle cuando le proponga mantener relaciones sexuales. Este problema se agrava en las zonas rurales, donde las denuncias por violencia de género son menores que en las ciudad (en muchas ocasiones por desconocimiento o por ineficacia del sistema).

Otra de las funciones del área social es la de organizar charlas e informar sobre temas que afectan muy directamente a la mujer, como el embarazo precoz o los riesgos de las relaciones sexuales sin protección. Intentan concienciar a una sociedad que tiene una de las tasas de fertilidad más altas del mundo (6 descendientes por mujer). Gran labor la realizada por estas mujeres.

Ellas organizan, él las vigila

Una de las cosas que más sorprende a estas 5 médicas en cada viaje es la casi nula presencia de hombres durante el día en las aldeas rurales. La única excepción son los niños, que aún no tienen la suficiente edad para realizar los trabajos destinados a los hombres. Los hombres no suelen trabajar en la aldea. Suelen ir a diario a la ciudad para otro tipo de trabajos (sobre todo construcción o mercadeo). Cuando llega la tarde se ve a alguno que regresa a la aldea. Ebrio, en muchas ocasiones.

También hay otra excepción. Hay un hombre que está todo el día allí: el “Soba”. El Soba es una especie de “vigilante” que vela por la seguridad de la aldea, y es el encargado de que se cumplan las normas. A pesar de que hablaba anteriormente que son las mujeres las que se organizan para tomar las decisiones que afectan a la aldea, tienen una especie de “Jefe” que vigila sus movimientos, e informa al representante del Gobierno en caso de no poder solucionar él mismo lo que considera “salirse del guión establecido”. Ellas organizan, él las vigila.

Tania, Patricia y las dos Amaias han vuelto hace un par de semanas de su último viaje a Angola. Aún tienen mucho que hacer allí. Si consiguen recaudar el dinero suficiente (40.000 euros) el año que viene se instalará una potabilizadora de agua junto al Hospital de Vouga. Y salvarán vidas.

Volverán a ayudar a todas las personas enfermas que lo necesiten. Volverán a llorar, volverán a reír y volverán a vivir una experiencia única que las seguirá marcando de por vida.

Volverán a ser testigos de la fuerza de la mujer en aquellas tierras y junto a ellas trabajarán por mejorar su calidad de vida.

Y las que nos quedamos aquí, nos quedaremos con el corazón encogido. Nos quedaremos con la frustración de no poder hacer más. Pero también nos quedaremos con la esperanza y con la ilusión de escuchar de primera mano sus experiencias y poder colaborar en todo lo que nos sea posible.

Y si tenemos la ocasión, seguiremos mostrando al mundo pedacitos de cómo es la vida en la zona rural de Kunhinga.

Mientras tanto, nos quedamos con esto…

Ni tengo ni quiero daros diez años más

24/10/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Soy Adriana Azurmendi, hernaniarra que vive en Donostia. Estudié Ciencias Económicas y Empresariales en la ESTE (Deusto). Mi trayectoria profesional se ha centrado en ejercer, principalmente, como consultora estratégica, en distintas empresas consultoras, inicialmente en todo el estado y después más centrada en Gipuzkoa, apoyando a empresas muy diferentes en tamaño, sector de actividad o tipo de organización. Hoy día, gestiono y coordino el Programa Emekin (programa de apoyo al emprendizaje femenino de Diputación Foral de Gipuzkoa), en ASPEGI, la Asociación de Profesionales, Directivas y Empresarias de Gipuzkoa.

 

Leo el artículo “Hartas de Aplaudir” de María Pazos en Tribuna Feminista y vuelve la sensación de engaño. Hace un paralelismo entre dos situaciones, en ambas está patente la hipocresía con la que los gobiernos y demás organismos abanderan la igualdad de género.

Representantes de Arabia Saudí vanagloriándose en la ONU de permitir conducir a las mujeres en 2018; mujeres que siguen sin poder trabajar en entornos donde hay hombres, salir solas a la calle, tener cuentas corrientes o conducir sin burka, entre otras muchas prohibiciones. Una ONU que dice trabajar en pro de una igualdad de género, pero que no condena a países como el citado y hasta les permite pronunciarse en estos temas.

En una esfera más cercana, María Pazos comenta la decepción generada por el Pacto de Estado Contra la Violencia de Género que el Congreso acaba de aprobar, sin unanimidad, tras casi un año de espera,repasando algunas de las medidas contempladas en el mismo. Promover, impulsar, solicitar… son palabras que preceden la redacción de dichas medidas, algunas de las cuales, ya recogidas en otros planes que llevan en vigor más de 13 años,siguen incumpliéndose.

¿Promover? ¿Impulsar? ¿Solicitar?

Este año se cumplía el décimo aniversario de la Ley de Igualdad  (Ley Orgánica 3/2007 para la igualdad efectiva de mujeres y hombres). No ha habido mucho que celebrar, más bien lo contrario, dado que hay coincidencia casi total entre las y los analistas no sólo en su no cumplimiento, sino en la existencia de mayores desigualdades en algunos ámbitos. La sociedad no se ha transformado, 10 años después…

Promover, impulsar, solicitar… Cuando se utilizan estas palabras para enunciar medidas que pretenden corregir situaciones de desigualdad, discriminación e injusticia que afectan al 50% de la población es no querer cambiar las cosas, es querer seguir igual, es ser más que cómplice, es ser garante de que esas desigualdades, discriminaciones e injusticias se mantengan, se perpetúen y se lean en términos de mujeres muertas (45 llevamos en 2017), mujeres acosadas y violadas (una violada cada 8 horas), pobreza con rostro de mujer (1,4 millones de mujeres en edad laboral, el 32,2%, que están en situación de pobreza o exclusión social, y afecta principalmente a las jóvenes de entre 16 y 29 años) precariedad laboral y contratación parcial (73% contratos parciales mujeres), altísima brecha salarial (hasta 2187 no se reducirá la brecha salarial), carreras truncadas, pérdida de talento, y un largo etc.

Porque existen prohibir, sancionar, exigir, verbos que expresan una actitud más comprometida con el objetivo que se quiere lograr y que han obtenido grandes resultados en los últimos diez años en otras luchas que han transformado realmente la sociedad y sus espacios, desde el uso del alcohol o tabaco hasta el cuidado del medio ambiente, el reciclaje o la integración de personas con discapacidad.

Nos preguntamos ¿por qué no cuando el objetivo es la igualdad de género?y la respuesta es dura, muy dura:porque supone una pérdida y una ganancia de poder, y quienes hoy día disfrutan de mayores privilegios por tener más poder (fáctico y efectivo) son los hombres, y ellos, que son mayoría en gobiernos, cuadros directivos, propiedad del capital, idearios religiosos, o expresiones culturales y deportivas, no quieren ceder dicho poder.

Las mujeres llevamos años dando pasos de gigante, formándonos (superior nivel formativo en las mujeres por rango de edad salvo en la franja 55-64) y accediendo masivamente al mercado laboral, donde incluimos esos otros ámbitos de actividad profesional como deporte o la cultura. Luego, digamos que estamos preparadas para asumir el poder, diría de hecho que, de sobra, pues organizar, gestionar, crear, construir, ganar, y todo ello de forma multidimensional (trabajo, familia, comunidad), es algo que hacemos de forma natural.

En este contexto además, el 95% de los hombres declaran, según las encuestas, que están a favor de la igualdad de oportunidades. Diríamos entonces que sensibilizados están.

¿Qué nos para? Esa coletilla tan utilizada “es cultural, y eso cuesta cambiar…”. Digo yo que tan “cultural” como fumar en hospitales, conducir bajo los efectos del alcohol, tirar la basura a la calle o excluir socialmente a alguien por tener una discapacidad. Y si conseguimos revertir esos comportamientos con leyes y sensibilización, quizás con la desigualdad de género también lo consigamos. Quizás peco de ingenua (quien defiende ese “cultural” diría que es “propio” de mujeres), pero si…

  • Elevamos impuestos a toda empresa (en todos los sectores, industria, educación, sanidad, etc.) que no cumpla con cuadros directivos con un mínimo del 40% de mujeres.
  • Exigimos la publicación de salarios por género y, multamos a quien discrimine.
  • Retiramos todo libro de texto que no tenga perspectiva de género ni contenidos relativos a la desigualdad, y multamos a quien lo haya editado.
  • Obligamosa universidades, empresas y demás entidades públicas a promocionar y nombrar mujeres en cargos directivos.
  • Denegamos apoyo institucional, monetario o en especie a toda entidad que no se rija por la igualdad de oportunidades.
  • Sancionamos toda expresión pública (prensa, televisión, publicidad, etc.) o privada (difusión en Instagram, Facebook, WhatsApp) que suponga una apología de la violencia de género o la cultura del machismo.
  • Reconocemos mismos permisos parentales por nacimiento, con permisos obligatorios e intransferibles, y mismas ventajas, sin género, por cuidado de menores o dependientes.
  • Denegamos la patria potestad a quien haya incurrido en violencia de género, cualquiera que sea su representación.
  • Obligamos a realizar cursos de reeducación y socialización, además de la pena, a quien tenga conductas de acoso.
  • Apoyamos en igualdad, mismo dinero, difusión, presencia al deporte femenino y masculino, desde el deporte escolar al profesional.

Y muchas medidas más enunciadas con prohibir, sancionar y exigir, que, aplicadas con compromiso, medios y control, estoy segura de que lograrán milagros como:

  • La desaparición del humo en los hospitales.
  • Llenar las arcas con los impuestos al tabaco.
  • La convivencia natural con personas con discapacidad.
  • Ríos con peces, sin contaminación ni vertidos.
  • Los carnets con 15 puntos y menos víctimas mortales en las carreteras.

Y otras muchas, donde asegurar el cumplimiento de la ley, condujo a un cambio de costumbres, de actitudes preconcebidas y, en definitiva, generaron una transformación en la sociedad.

No os doy 10 años más para promover, impulsar, solicitar la igualdad de oportunidades, la quiero ya, más bien, os la exijo ya. Consiste en dejar de ser garante de la desigualdad y cómplice de cada injusticia y pasar a ser garante de una sociedad más igualitaria y justa.

Al parecer en el estado sólo hay una mujer por cada 5 deportistas profesionales, pero ganan la mayoría de las medallas. Digamos que queremos ser, al menos, la mitad y podríamos compartir medallas, pero en todo. Después, si queréis, hablamos de la meritocracia y talento, primero recordad: prohibir, sancionar y exigir.

 

Pues no lo veo, chica

17/10/2017 en Doce Miradas por Miryam Artola

Pues no lo veo, chica… (o  la danza del desencuentro en esto del mirar, en tres tiempos).

I

Pues no lo veo, chica – Ya lo dijo. Acompañada de un gesto de “ya está esta exagerada”, esta frase cierra toda posibilidad para continuar esa conversación en la que la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres es  una realidad “prácticamente conquistada” según su mirada.

Las cosas han cambiado mucho, eso no me lo puedes negar. Habéis “conseguido” mucho. Creo que vivís rayadas y no reconocéis que tenéis “prácticamente” -repite de nuevo lo de prácticamente- las mismas oportunidades que nosotros, sólo que vosotras tenéis otras prioridades.

II

Pues no lo veo, chica.

Y si no lo ves, no lo crees. O será que si no lo crees no lo ves. Y si no lo ves, no te mueves.

Y ¿cómo puedes no verlo, si los datos, los testimonios y la realidad son diarios? ¿Y son datos claros, inequívocos y alarmantes?

¿Por qué no lo ves? ¿Para qué no lo ves? ¿Desde qué posición estás mirando? ¿Qué privilegios quiere salvaguardar  esa mirada? ¿Qué (carajo) estás protegiendo?

III

Pues no lo veo, chica.

¿Quieres que te lo dibuje?

 

Datos mundiales (2016 y 2017).
Artículos consultados, entre otros:

http://www.lasexta.com/noticias/sociedad/violencia-genero-principal-causa-muerte-mujeres-mundo_20150815572480c94beb28d44600afee.html

http://www.lavanguardia.com/de-moda/20161013/41977528314/premio-nobel-nobel-bob-dylan-hombres-mujeres-desigualdad-feminismo.html

http://www.unwomen.org/es/what-we-do/leadership-and-political-participation/facts-and-figuresvhttps://www.internationalwomensinitiative.org/news/2016/6/24/gender-based-violence-around-the-world-are-we-doing-enough-to-stop-it

Cuéntame, Belén…

10/10/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Miren Elgarresta Larrabide (Zumarraga, 1965, @MirenElgarrresta). Estudié Veterinaria en Zaragoza y desempeñé esta maravillosa profesión en diferentes áreas durante casi 25 años. Ahora dirijo el Órgano para la Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Un giro radical en mi rumbo que llegó hace dos años y una de las decisiones más importantes en mi vida profesional. Desde entonces, hay algo que ya no es igual. Ahora miro el mundo con los mismos ojos, pero con otra mirada. Más igualitaria y con mayor afán de justicia social. Desde la política, también pueden cambiarse las cosas.

Hace unos meses recibí la invitación a participar en este blog. Desde entonces, me ha pesado la responsabilidad de entregar mi mirada-relato. Casi he agotado el tiempo de entrega. Varias veces se ha encendido el piloto de alarma en mi memoria, recordándome este reto. Durante todo este tiempo, varias ideas han intentado tomar forma y cuerpo, pero ninguna ha insistido tanto como el recuerdo de Belén.

Conocí a Belén en los primeros años de tránsito entre la dictadura y la democracia. Su vida era en apariencia una vida corriente, como la de cualquier familia de entonces, como la de la familia Alcántara de “Cuéntame cómo pasó”, donde se reproducía, no sin cierta nostalgia, el estereotipo de la familia en aquella época.

Bien, pues en este período conocí yo a Belén. Había dejado su Andalucía natal para llegar a Euskadi poco antes del inicio de los 80. Llegó casi con lo puesto, su marido y una prole de cinco hijos e hijas de corta edad; el sexto nació poco después. Como muchas otras familias inmigrantes, llegó a un barrio obrero con predominio de gente procedente de Zamora y Extremadura. Ella decía con orgullo, “yo soy Belén, de Palma del Río, provincia de Córdoba”.  La recuerdo con una permanente sonrisa que, sin embargo, poco tenía que ver con la lógica de la felicidad.

Belén ya no “es”. Murió pocos años después. Aparentemente, fue debido a una enfermedad a sus 44 años. Sin embargo, quienes conocimos su vida de cerca sabíamos bien que su historia se tejió -poco a poco, día a día- con los hilos de ese maltrato de la violencia de género. En aquel breve, pero intenso periodo, fuimos parte de la vida de Belén. Aunque, hace tiempo que comprendo ya que, en realidad, solo fuimos espectadores de cartón-piedra de su vida. Porque no supimos ver ni identificar signos tan evidentes, ni mucho menos denunciar la violencia que Belén sufría en el sagrado seno familiar. Y como ella, muchas otras mujeres de la época.

Nadie empleaba el término violencia de género entonces, pero todos -y, en especial, todas- sentíamos que algo se nos removía por dentro, que Belén no vivía. Que Belén sobrevivía cada día a un maltrato que, incluso sin nombre, producía un impacto brutal sobre el cimiento más fuerte. Un impacto que hacía temblar su dignidad como mujer. Sus derechos como persona.

Han cambiado mucho las cosas desde entonces; es evidente. Las mujeres somos hoy más autónomas, más libres… Tenemos más oportunidades para elegir y construir nuestro proyecto de vida, y tenemos competencias que son llave para nuestro empoderamiento. Pero seguimos sin resolver esta realidad social que hoy, todos y todas conocemos mejor. Hoy nos referimos a ella como violencia contra las mujeres y sabemos que su principal sustento son las desigualdades sociales y económicas entre mujeres y hombres. Ya no hay excusas.

Entendemos la igualdad como un derecho inherente al ser humano. Hoy por hoy, más del 95% de las personas de nuestra sociedad, mujeres y hombres, dice no entender una sociedad que discrimine por razón de sexo. Pero la realidad es tozuda. Se impone y nos interpela a diario con las evidentes diferencias entre mujeres, y con la violencia que día tras día nos sacude en el noticiario.

Hoy asumo un puesto de responsabilidad política e institucional. Me toca dirigir el Órgano para la Igualdad entre Mujeres y Hombres en Gipuzkoa. Supone un gran reto. Somos un territorio punta de lanza en políticas de igualdad, y por ello, no se nos escapa que las desigualdades de género que existen en nuestro territorio, requieren atención y acción urgentes. Somos una sociedad avanzada en lo económico, pero hay mucho que hacer todavía en lo que a justicia social se refiere.

La violencia contra las mujeres hoy se afronta en Gipuzkoa con un plan foral ad hoc. El objetivo de lo que denominamos plan AURRE! (“adelante”, en su traducción del euskera) es, de hecho, ambicioso en su generalidad: avanzar, mover a nuestra sociedad hacia adelante, porque queremos hacer de Gipuzkoa un territorio libre de violencia contra las mujeres. Y entre las muchas acciones que contempla, hay una que a menudo me trae a la cabeza a Belén.

Se trata de una campaña de sensibilización (Somos Tú / Denok Zu) que, precisamente, trata de trasladar a las mujeres maltratadas que estamos con ellas, que la sociedad de hoy día no es ni quiere ser espectadora de cartón-piedra. Que sabemos que podría sucederle a cualquiera. Que no están solas ni la responsabilidad es solo suya. También es nuestra. Porque cada vez que callamos ante una agresión, cada vez que miramos a otro lado bajo la excusa de que no nos concierne, somos responsables de lo que sucede. Y lo que sucede es absolutamente doloroso y terrible.

Esta campaña se articuló alrededor de una imagen, la de una mujer. Su rostro fue llevado, entre otras aplicaciones, a una careta que todos y todas pudiéramos colocarnos en señal de apoyo simbólico. Le dimos el nombre de Ane. Pero, bien podría haber sido Noelia, Rosa María, Matilde, Esther, o bien Ana Belén, la última mujer asesinada hasta la fecha en que termino este post. También tenía 44 años, como Belén, y era de Vitoria.

No queda duda de que es muchísimo lo que queda por hacer para enfrentar la violencia contra las mujeres. Desde muchos frentes, pero creo que hoy sí podríamos decirle a Belén, que se ha acercado desde algún lugar para decirme “cuéntame”, que estaría menos sola. Al menos, menos sola…

Me ha gustado contar tu historia, Belén, de Palma del Río, provincia de Córdoba.

Big Little Lies, la sororidad en tiempos difíciles

03/10/2017 en Doce Miradas por Arantxa Sainz de Murieta


Confieso que no soy de series televisivas. A no ser por una buena recomendación nunca hubiera visto ‘Big Little Lies’, una miniserie de siete episodios y una de las ganadoras en la última gala de los Emmy. Y menos aún hubiera pasado del primer capítulo en el que se presenta a tres mujeres ricas con vidas aparentemente perfectas en el marco incomparable de Monterrey, un pueblo al norte de California en el que nada es lo que parece.

little big liesLo que, aparentemente, pintaba una aburrida historia sobre los problemas cotidianos de estas tres madres, Madeline, Celeste y Jane, ha dejado ocupada una parte de mi cerebro con flashes intermitentes de escenas dulces y amargas. Hace mucho que no disfrutaba (o sufría) con un drama como el de esta miniserie. ‘Big Little Lies’ es, sin duda, un relato sobre las mujeres, las relaciones entre ellas y la violencia de género.

No voy a hacer spoiler, aunque sí contaré que estas tres mujeres, con mucho más en común de lo que ellas mismas piensan, poco a poco van mostrando la tensión de sus propias vidas, sus relaciones de pareja y familiares, sus cargas, sus emociones y su manera de enfrentarse a todo esto. Las tres son madres pero representan diferentes perfiles: Jane es una mujer joven que huye de un doloroso pasado; Madeleine es una mujer popular en el pueblo con una vida dedicada a su familia; Celeste es una ex-abogada venida a ama de casa, un papel con el que no parece sentirse del todo cómoda.

Este primer círculo se abre a un círculo más amplio de mujeres -cuyo nexo de unión es el colegio público (algo surrealista) al que llevan a sus hijos e hijas- para tratar el tema de la maternidad, las diferentes formas de enfrentarla, los roles tradicionales, las relaciones de poder y las luchas por imponer criterios. La línea divisoria entre estas mujeres está entre aquéllas que dejaron sus carreras profesionales para dedicarse a su familia y las profesionales ‘triunfadoras’.

La rivalidad entre mujeres, una creencia muy extendida en nuestra sociedad, está presente a lo largo de toda la serie. Como también lo están los lazos de amistad, la empatía, la ayuda o el mirar sin juicio que surge entre ellas; también esto ocurre en nuestra sociedad, aunque haya quien se empeñe en enfatizar más la rivalidad que la sororidad porque nadie ve las cosas tal y como son, las vemos como somos nosotros/as.

En esta serie los personajes son complejos, con inquietudes y contradicciones, como lo es el personaje de Celeste, genialmente interpretado por Nicole Kidman. Celeste guarda un oscuro secreto, sufre violencia de género en el hogar; duele conocer la historia de una mujer y sus contradicciones, esas que no le permiten identificarse a sí misma como víctima. ‘Big Litlle Lies’ sabe contar la transversalidad del abuso y la violencia machista, que se ceba con mujeres de cualquier edad, sexo, raza o religión, solo por razón de género. En lo que llevamos de año, 43 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas; o lo que es lo mismo, una mujer es asesinada cada cinco días por violencia de género (sin olvidar que cada ocho horas se produce una violación).

Detrás de cada una de estas mujeres hay una vida, hay una historia como la de Celeste. Y por eso duele tanto, porque esta es una historia de verdad, una historia amarga que ocupa mayor espacio por conocer su vida, sus relaciones, sus hijos, sus intereses y sus miedos. Y ese espacio no lo ocupan las 43 mujeres asesinadas durante este año (un día después de publicar este artículo son 44); conocer nos hace daño y no conocer nos protege de sufrir y, al mismo tiempo, nos hace abandonar un poquito a quien sufre y dejar que la realidad continúe oculta y silenciosa. La sororidad es doblemente útil en tiempos difíciles.

Con-suma Violencia

26/09/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Erika Martínez Lizarraga (Gasteiz, 1985) Soy Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas. Después de andar dando tumbos, como tanta gente de mi generación, aterricé en una cooperativa energética verde en 2015 como responsable de comunicación. Con el corazón verde y las gafas violetas siempre puestas, intento cambiar lo que no me gusta desde el activismo social y político. Soy curiosa, siempre con un libro entre manos y pocas veces digo que no a una propuesta interesante. Me gusta viajar, pero no cambio una tarde de buenas películas al calor de la chimenea por nada.

 

Este verano saltaba por enésima vez la polémica por la imagen que sobre la mujer transmite una campaña publicitaria. En realidad, han sido varias las ocasiones en las que se han denunciado anuncios por el cosificar nuestros cuerpos, utilizarlos como reclamo etc… incluso desde la publicidad institucional. También me viene a la mente la camiseta de nuestra marca nacional más internacional de ropa de cuyo nombre no quiero acordarme en la que insinuaba que ser feminista es aburrido. Hasta aquí, lamentablemente nada nuevo bajo el sol. Pero la que a mi parecer es la más significativa es la de la marca de Ropa Kling, que crea escenas en las que mujeres parecen moribundas, sin energía. Todo comenzó con este artículo publicado en The Huffington Post

Fot. Yolanda Dominguez

 

Vivimos en una sociedad cuyo slogan podría ser Con-suma Violencia; Os invito a ir a algún hipermercado y que veáis cuántos productos podéis identificar que no pertenezcan a marcas que a su vez estén dentro de gigantes de la distribución con escándalos sobre explotación laboral, uso de productos nocivos para nuestra salud, contaminación y destrucción de la naturaleza, experimentación con animales.

 

Es un sistema feroz que en todas sus fases y en todos los sectores productivos se encarga de explotarnos, de impedirnos avanzar, de invisibilizarnos. Al igual que a la naturaleza, a las mujeres se nos somete y se nos utiliza para que soportemos el peso del capitalismo, que de otro modo no podría subsistir. Es lo que parece soportar la chica de la imagen.

Consume Violencia Mujer! Daña tu pelo con tintes, usa maquillaje con químicos que además no dejan respirar tu piel, usa tacones aunque te causen problemas de espalda, broncéate sin importarte poner en riesgo tu salud, haz mil dietas para la operación bikini y luego cómprate carísimos tratamientos inútiles porque las estrías son antiestéticas. Mención aparte merece la depilación: seguro que habéis visto en televisión ese spot en el que una chica no puede acudir a una fiesta en la playa porque no está depilada y en cambio a los hombres se les anima a probar la depilación para “estar más fresquitos”.

Pero mujer, no te olvides del hogar. También tienes que ser esa que busca lo mejor para su familia. Los mejores productos, excelente cocinera, costurera y encuentra-solución para todo. Mientras los unos hacen caja, nosotras nos sentimos cada vez más frustradas por no poder llegar a ser esas súper mujeres; más violencia.

Con-suma violencia: mensaje subliminal ( ¿o no tanto?) transmitido por la publicidad a través de los grandes medios. Ese último eslabón tras el que el capitalismo se enmascara vendiéndonos felicidad, pero que es a mi parecer, la parte más mezquina de este engranaje, y una de las más importantes.

Por cierto, ¿qué es la publicidad? Aquí va una definición muy acertada de la Wikipedia:

“ una forma de comunicación que intenta incrementar el consumo de un producto o servicio, insertar una nueva marca o producto dentro del mercado de consumo, mejorar la imagen de una marca o reposicionar un producto o marca en la mente de un consumidor. A través de la investigación, el análisis y estudio de numerosas disciplinas, tales como la psicología, la neuroanatomía, la sociología, la antropología, la estadística, y la economía, que son halladas en el estudio de mercado, se podrá, desde el punto de vista del vendedor, desarrollar un mensaje adecuado para una porción del público de un medio”.

Mi reflexión es la siguiente: Cuando veo a esa mujer tirada sobre la roca, me veo a mi en muchas ocasiones tras un largo día cuando llega la hora de acostarme. Pero no me gusta verme así. Una visión extremista y radical frente a la imagen de super-woman. Ambas igual de dañinas.

Si esta marca se ha decantado por esta línea comunicativa quiere decir que algunos de sus estudios de mercado han identificado que su público objetivo, (yo misma he sido compradora) acepta de buen grado esta visión sobre sí mismo. Es decir, “me voy a comprar esta ropa porque a una chica que parece enferma le queda sensacional y me quiero parecer a ella”.

¿En serio?¿O tal vez sea un nuevo giro para que nosotras mismas nos volvamos a ver así, asumamos que ese es nuestro papel frente a otro tipo de roles que poco a poco hemos asumido y que pueden inquietar a quien ostenta el poder?

Como no podía ser de otra manera, el equipo creativo se defendió diciendo, entre otras cosas que “ésta no es una campaña que quiera dañar la imagen de la mujer ni machista, porque está diseñada por un equipo de mujeres”. Sobra todo comentario frente a este tipo de argumentos retorcidos y perversos.

Alternativamente, se crean poco a poco redes que promueven una manera distinta producir, de transmitir, de tratar a las personas y a nuestro entorno. Seamos impulsoras y protagonistas de este cambio hacia un consumo transformador y recordemos el poder que como consumidoras tenemos.

Ni putas ni sumisas

19/09/2017 en Doce Miradas por Noemí Pastor

A comienzos de la década de 1990 se degradaron notablemente las condiciones de vida de las jóvenes de las barriadas obreras de Francia con numerosa presencia de población de origen magrebí. Simplificando mucho, podríamos decir que desde dentro del barrio a las mujeres jóvenes se las percibía como putas y desde fuera, como sumisas. Ambas cosas eran falsas.

El momento crítico se alcanzó el 4 de octubre de 2002: Sohane, una joven de diecisiete años, fue asesinada en el sótano de un barrio obrero de las afueras de París. Este crimen fue el detonante de la fundación del movimiento Ni Putas Ni Sumisas (NPNS), pero antes habían sucedido otras muchas cosas que lo fueron cimentando. Nos lo cuenta todo Fadela Amara, una de las fundadoras y dirigentes del movimiento,  en un libro que se titula también “Ni putas ni sumisas”. Amara, entre otros cargos, fue Secretaria de Estado de Políticas Urbanas durante la presidencia de Nicolas Sarkozy.

 

Todo empeoró hacia 1990

La autora de este libro, publicado por Cátedra en 2004 con traducción de Magalí Martínez Solimán, nos cuenta en la primera parte del volumen que también ella es una chica de barrio nacida en 1964 en Clermont-Ferrand, una ciudad obrera del centro de Francia donde todo giraba alrededor de la fábrica de Michelin, y que creció en la típica familia magrebí con otros  seis hermanos y tres hermanas.

Amara trabajaba en la Maison des Potes de Clermont-Ferrand, una asociación para la mejora de las condiciones de vida de los barrios, auspiciada por SOS Racismo, cuando empezó a detectar los primeros indicios de degradación en la situación de las jóvenes, que coincidió con la entrada en escena de los hermanos mayores. Las jóvenes debieron sumar a las presiones que recibían de parte de su familia y su tradición (menor autonomía para entrar y salir, normas de vestimenta y, en algunos casos, confiscación del sueldo completo), las obligaciones que empezaron a imponerles los chicos.

Esto coincidió con una época de grave crisis económica para la clase obrera francesa. Los inmigrantes fueron los primeros afectados por los despidos de la reestructuración industrial  y los padres de familia se encontraron sin trabajo, sin estatus social. Esto invirtió los papeles en las familias y acabó con la autoridad paterna. Hasta entonces los padres eran la autoridad familiar, establecían las reglas de la vida común y arbitraban los conflictos entre hermanos. El desempleo les hizo perder estas prerrogativas, que pasaron al hermano mayor.

Asumida la autoridad en la familia, los chicos pasaron a ejercerla también en el barrio. Su misión era proteger a las hermanas de los “depredadores” y mantener su virginidad hasta que se casaran. Esto al principio solo afectaba a las hermanas, pero luego pasó a afectar a toda la barriada. Así perdieron las jóvenes buena parte de las libertades conquistadas durante las décadas de 1970 y 1980.

Esta presión se acentuó y se hizo opresión. Se instauró un auténtico control sobre la vida de las chicas, sobre sus idas y venidas. Las salidas se redujeron; se les imponía una hora de regreso y la obligación de ir siempre acompañadas. Se instauró un control estricto de sus amistades masculinas y proseguir los estudios se convirtió para ellas en una auténtica batalla.

En una etapa siguiente, la misión de vigilar a las hermanas no recaló unicamente en el hermano mayor, sino en todos los chicos del barrio. Así, chicos sin trabajo apostados en la calle, con el pretexto de controlar a las chicas, ejercían contra ellas la violencia verbal, las insultaban. Cuando las encontraban en la calle, les decían que volvieran a casa o le contarían a su hermano dónde las habían visto y con quién.

En otra etapa ulterior, los chicos pasaron a la intervención directa, a molestar a las chicas. A partir aproximadamente de 1995, la violencia se extendió por los barrios de la mano de la descomposición social. Las chicas tenían prohibido maquillarse o vestirse a su antojo. Se acabaron los vaqueros y las camisetas. Las trangresoras eran directamente “putas”. En una fecha que Fadela Amara no precisa, comenzaron a aumentar alarmantemente las violaciones en grupo y los asesinatos.

¿Cómo reaccionaron las chicas?

Pues, como era de esperar, de manera diversa. Unas interiorizaron este control y regresaron a las tradiciones patriarcales.

Otras optaron por parecerse a los chicos, imponerse para que las respetaran y adoptar sus herramientas y armas. Así, apareceron en los barrios pandillas solo formadas por chicas, vestidas con chándal para no asumir su feminidad, que utilizaban la violencia como forma de expresión.

Una tercera modalidad de comportamiento es la que Amara llama “convertirse en fantasma”, ser transparente, invisible, pasar desapercibida y hacer todo lo posible por salir del barrio.

En el capítulo dedicado a la reacción de las muchachas ante el machismo y la violencia crecientes, Amara se detiene a hablar de las niñas sacadas tempranamente de la escuela, los matrimonios forzosos y, sobre todo, el velo islámico, que tanto revuelo mediático y no solo mediático ha levantado en Francia y no solo en Francia. Al velo y a lo que representa para las musulmanas, que en esto son muy diversas, dedica Amara páginas y páginas, así que, a modo de resumen, os diré que no es en absoluto partidaria y lo considera un símbolo de la opresión femenina.

Foto: «La muralla china», bloques de viviendas sociales en Clermont-Ferrand
De ThomasInTheSky, en Wikipédia

 

Manos a la obra

Ya en 1989 en la Maison des Potes de Clermont-Ferrand habían creado una Comisión de Mujeres para hacer frente a la violencia que en adelante no hizo sino crecer: secuestros, repatriaciones, matrimonios forzosos e incluso asesinatos de hijas “descarriadas”.

En junio del año 2000 organizaron un seminario de formación en feminismo que fue un gran éxito y, así, se animaron a preparar durante 2001 los Estados Generales de las Mujeres de los Barrios. El primer paso lo constituyeron los Estados Generales locales, que se celebraron en ciudades grandes del país, con el objetivo fundamental de que las chicas supieran que lo que les sucedía no era algo aislado, sino que esa misma situación se repetía en los suburbios de Estrasburgo, Burdeos o Marsella. También se trataba de alertar a la opinión pública y, por supuestos, a los poderes públicos también.

Con el fin de que las jóvenes tomaran la palabra, rompieran la omertà, la ley del silencio,  y le plantaran cara al “sistema de los hermanos”, difundieron entre ellas un cuestionario con preguntas sobre violencia, sexualidad, tradiciones o religión y recibieron más de cinco mil respuestas. Con ellas elaboró la socióloga Hélène Orain el Libro blanco de las mujeres de los barrios, que dibujaba un preocupante panorama de violencia, desestructuración social, guetización, discriminación étnica y sexista y regreso forzoso a las tradiciones, con resurgimiento de prácticas como la poligamia.

Así llegaron el 26 y el 27 de enero de 2002 los Estados Generales de las Mujeres de los Barrios, que se celebraron en la Sorbona. Participaron más de trescientas mujeres, solo mujeres; se decidió así porque durante los anteriores encuentros locales, muchas chicas habían manifestado que les resultaba difícil hablar cuando tenían hombres delante. Trataron cuatro grandes bloques temáticos: sexualidad, tradiciones, religión y formación y empleo.

Dos meses después, en marzo, publicaron un manifiesto, que titularon Ni putas ni sumisas. Buscaban un lema incisivo, escandaloso y eficaz y partieron de la expresión “todas putas menos mi madre”, porque les parecía que ilustraba la manera en que los hombres consideraban a las mujeres en las barriadas. Enviaron este texto a todos los candidatos a las elecciones presidenciales de abril de 2002 y apenas obtuvieron respuesta.

Entonces se les ocurrió la idea de organizar una marcha pacífica, inspirada en las de Gandhi o Martin Luther King, protagonizada por chicas y esta vez también chicos de los barrios obreros. Se bautizó con un nombre largo: Marcha de las mujeres de los barrios por la igualdad y contra el gueto.

Entre tanto, en noviembre de 2002, Sohane, de diecisiete años, fue asesinada por un muchacho en Vitry-sur-Seine y fue una conmoción. En su recuerdo, la marcha comenzó en esa misma localidad el 1 de febrero de 2013 y durante cinco semanas recorrió veintitrés etapas.

En palabras de la propia Amara, el mayor éxito de la marcha fue convencer a las chicas más renuentes a reconocer la opresión en la que vivían, ya que algunas lo negaban rotundamente y afirmaban que a ellas no les pasaba nada de lo que la marcha denunciaba. Estas chicas habían asmilado las normas sexistas sin ser conscientes; las habían integrado tan bien que pensaban que las habían escrito ellas mismas. Una de ellas le confesó a Amara: “Este año he hecho tantas tonterías que en verano me van a casar en Argelia”.

Por supuesto que también tuvieron detractores. Era de esperar que, al haber obligado a la sociedad a abrir los ojos ante una realidad que no quería ver, se encontraran, por ejemplo, con grupos de chicos agresivos que irrumpían en los debates. En alguna ocasión tuvieron cara a cara a muchachos que habían participado en violaciones colectivas y no entendían qué les reprochaban ni por qué cuestionaban y denunciaban sus actos. Tuvieron que explicar una y mil veces que la marcha no iba contra padres ni hermanos, ni contra el Islam; que pretendía salir de aquella espiral de violencia que destrozaba a todo el mundo en el barrio.

El final de la marcha se hizo coincidir con el 8 de marzo de 2003 y en abril del mismo año
NPNS se convirtió en movimiento, en asociación. No había transcurrido esa misma primavera cuando se creó también la asociación Ni Machos ni Proxos (proxo en francés es abreviatura coloquial de ‘proxeneta’) para oponerse a su movimiento y negar la realidad que describía. Miembros de Ni Machos ni Proxos se acercaron a un encuentro celebrado en Asnières con la sana intención de sabotearlo. Dejaron claro que no estaban allí  para participar ni escuchar, sino para socavar el trabajo de NPNS.

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Fadela Amara dedica los últimos capitulos de su libro a hablar de las acciones que el movimiento ha emprendido desde entonces, que han sido muchas y variadas. Si tenéis curiosidad, también podéis echar un vistazo a su web: www.npns.fr. Salud, hermanas.

Resistencias , diversidad y cambio en el trabajo con hombres

12/09/2017 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Josetxu Riviere Aranda. Mondragón ( 1962)

Soy diplomado en Magisterio y Master en Igualdad de Mujeres y Hombres de la UPV/EHU. Trabajé en la Asociación Hikaateneo Elkartea de Vitoria (2001-2007). A lo largo de mi vida he participado en diversos movimientos sociales y políticos y a partir de 2007 me dedico a trabajar los temas relacionados con la igualdad y las masculinidades. Trabajo actualmente en Berdintasun Proiektuak Coop. y fundamentalmente me dedico a la Secretaria Técnica de la Iniciativa Gizonduz de Emakunde (2008-2017)

 

Me gustaría aportar algunas preocupaciones e ideas sobre el trabajo con hombres y la masculinidad .[1] Son fruto del trabajo en programas de igualdad dirigidos a hombres en los que he participado en estos años. No son ideas cerradas sino aportaciones a algunos de los debates que tenemos abiertos.

Seguimos viviendo en una sociedad que, aunque ha realizado profundos cambios legales y sociales, se organiza en muchos aspectos basándose en la desigualdad de mujeres y hombres.

Pienso que el trabajo a favor de la igualdad tiene que incluir el cuestionamiento de las identidades masculinas y femeninas como categorías fijas y cerradas. No tiene mucho sentido seguir sosteniendo una sociedad binaria en torno a las identidades de género y pretender generar practicas igualitarias. Es necesario alterarlas o eliminarlas y reconocer, generar y legitimar, de forma abierta y flexible una mayor diversidad identitaria.

El aprendizaje de la masculinidad sigue estando vinculado al ejercicio del poder y, aunque no todas las expresiones de la masculinidad gozan del mismo rango ni entre los propios hombres ni en la sociedad, tener el poder en todas sus expresiones (sociales, individuales , económicas, etc.) es una de la características mas importantes en la construcción de las identidades masculinas. Cuestionar la masculinidad pasa por cuestionar los mecanismos de poder y es desde las ideas feministas desde donde podemos seguir analizándola y proponiendo alternativas.

Para conseguir una sociedad igualitaria necesitamos potenciar la participación y el cambio en los hombres. Resulta difícil conseguirla solo con la aportación y el trabajo de las mujeres y, por tanto, son necesarios programas específicos dirigidos a ellos, que acompañen y colaboren con los programas de empoderamiento de las mujeres y que tengan como objetivo impulsar el cambio en los valores y actitudes de los hombres. Dedicar recursos a trabajar con los hombres es dedicarlos a favorecer la igualdad.

En mi experiencia como formador me encuentro con diversas resistencias al cambio por parte de muchos hombres, pues con el discurso se está de acuerdo pero con los cambios concretos no tanto. La igualdad es un tema que involucra poco a los hombres. Es notorio el desequilibrio en el número de mujeres y hombres en las actividades relacionadas con la igualdad, salvo quizás en los últimos tiempos en las respuestas publicas y sociales a la violencia machista. Creo que conseguir implicar a los hombres pasa muchas veces por generar espacios “obligatorios” de aprendizaje y debate, entre otros, por ejemplo en el trabajo para promocionarse, en la crianza o en los estudios.

Por otro lado, muchos piensan que ya vivimos en una sociedad igualitaria, que en todo caso las diferencias de mujeres y hombres dependen de decisiones personales y, en consecuencia, no las consideran un problema colectivo que les interpela.

De forma persistente se defiende que no existen privilegios en nuestra sociedad por ser hombres. En una sociedad donde los recortes sociales y la precariedad han alcanzado a grandes capas de población, muchos no perciben que tengan privilegios por ser hombres. En mi opinión, una de las tareas más importantes que tenemos pendiente es poner en relieve y analizar esas ventajas, cuáles son sus causas profundas, cómo están evolucionando y en qué forma participamos en ellas. Por ejemplo, muchos hombres son contrarios a la violencia contra las mujeres, pero no perciben que esa violencia les genera ventajas frente a ellas a la hora de ocupar el espacio publico con una mayor libertad o tampoco ven que las diferencias en la dedicación al trabajo domestico y de cuidados les otorga más facilidades para ocupar puestos de responsabilidad.

Me parece importante hacer hincapié en las responsabilidades individuales y colectivas que sostienen la desigualdad, y mas que de culpabilidades prefiero hablar de responsabilidades. Es necesario ponderar qué hacemos en lo concreto que genera desigualdad. Aunque sean fundamentales los cambios estructurales, no hace falta esperar a ellos para, por ejemplo, asumir el cuidado y el trabajo domestico en equidad o para valorar y reconocer los méritos de las mujeres o dejar de ocupar de forma tan mayoritaria los espacios públicos en muchos ámbitos. Abandonar espacios y privilegios por nuestra parte forma parte del camino hacia la igualdad.

Para trabajar con los hombre me parece interesante tener en cuenta no solo lo que les hace iguales sino también su diversidad.

Son diversos sus compromisos individuales con la igualdad. No se trata de hablar de algunos hombres buenos magnificando sus comportamientos. No debemos caer en sobre-representar nuestro papel. Creo que debemos analizar la diversidad en los comportamiento sexistas de los hombres para poder intervenir y trabajar a favor de la igualdad de una forma más eficaz.

Analizar el sexismo en los hombres de una forma plana y de tono grueso (“los hombres son …”) me parece que impide que aprendamos de los avances, por pequeños y tímidos que nos parezcan, que se han producido y que nos indican por dónde deberemos seguir trabajando para que esos avances sean mayores.

Se me hace difícil meter en la misma categoría a los hombres que participan en los alardes igualitarios de Irún y Hondarribia y a los que siguen manteniendo los alardes sexistas y discriminatorios o a quienes utilizan excedencias para el cuidado y a los que no.

Creo que tenemos que tener en cuenta la diversidad de expresiones de la masculinidad que existe, pues no todas ellas tienen el mismo rango de poder y legitimidad entre los hombres. Las que se alejan del modelo mayoritario son atacadas y marginadas y perseguir el ideal de la masculinidad tradicional también genera tensiones, violencia y desigualdad entre los propios hombres.

También existe diversidad en relación al lugar que ocupan en la sociedad, creo que no podemos trabajar igual con un grupo de hombres en situación de vulnerabilidad social que con aquellos hombres que tienen capacidad de decisión política, económica o cultural. Sus responsabilidades son diferentes, y nuestras estrategias en la intervención también deben serlo. Nos atraviesan más circunstancias además de ser hombres o mujeres, nuestra posición social, etnia, cultura, lengua, etc.

Por todo esto creo que las metodologías con las que intervenimos con los hombres deben ser múltiples, complementarias y diversas. Y que con el objetivo de generar espacios que potencien cambios reales y efectivos debemos utilizar cualquier recurso posible para aprender, confrontar, formar, incomodar, cuestionar, exigir, siempre de una forma adaptada a cada realidad específica donde intervenimos.

 

[1] En el artículo utilizaré “hombres” y “mujeres” incluyendo a quien se identifique con el termino. Soy consciente de que, afortunadamente, ese binomio ya no recoge la totalidad de identidades que hoy existen y entre ellas hay movimientos y diversidad.