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Flaneuses. Caminar sin ser vistas

01/10/2019 en Doce Miradas por Eva Silván

‘Se recomienda a las “mujeres respetables” visitar pastelerías, salas de té y grandes almacenes y evitar los cafés, cabarets y salones, lugares asociados a mujeres “de dudosa moral” o a las mujeres trabajadoras que pasan por ahí sus interminables jornadas laborales’.
Extracto de una guía de viajes publicada en las primeras décadas del siglo XX

La ciudad, ese lugar en el que poder mostrarse y disfrutar del anonimato al mismo tiempo; un espacio que se convierte, a la vez, en morada para la mujer y en un lugar de peligro; la ciudad de las oportunidades de día; el lugar donde, a partir de determinadas horas de la noche, pasas a estar “sexualmente disponible”, como cuenta Virginia Wolf en The Pargiters

Esta fotografía incomoda que hizo Virginia Wolf de las ciudades que habitamos ha marcado de alguna manera el papel de la mujer en su entorno más cercano, decidiendo por nosotras si este o aquel lugar es apropiado o es peligroso, si está abierto para nosotras o mejor que no nos acerquemos, que ya está lleno. Una sociedad que nos inculca a las mujeres la imposibilidad de caminar libres es una sociedad que está negando a la mitad de la población la posibilidad de ocupar, habitar y narrar un espacio que le pertenece, y el mundo necesita la mirada femenina para narrar la realidad desde otra perspectiva y descubrir otras maneras de hacer.

Soy una afortunada, lo sé. Crecí en una familia en la que nunca me transmitieron el miedo a ir sola a ninguna parte ni me dijeron que por mi condición de mujer no debería estar en tal o en cual lugar. Todos eran espacios abiertos para mí. De forma sutil, mi madre nos estaba transmitiendo una manera de pensar, habitar y construir el propio espacio sin miedo, pero con cabeza. Sin saberlo, nos llevaba de la mano a la triada indisociable de Heidegger: habitar es una manera de construir el propio espacio; pensar el espacio es, a su vez, una forma de habitarlo, una forma de construirlo como relato del que nosotras somos las principales narradoras.

Abriéndonos las puertas al mundo, mi madre nos legitimaba como sujetos que éramos a ser parte del espacio público. Años después fui consciente de que solo así es cuando las mujeres podemos narrar la experiencia de ser mujer de otra manera. Investiga, lee, camina, construye tu propia realidad, piensa por ti misma, ten criterio propio.

Recuerdo en tiempos de la Universidad cómo muchos se sorprendían al ver a dos chicas solas ir de local en local o de concierto en concierto. Muchas veces tuvimos que escuchar: “Así no os echaréis novio nunca. Vuestra actitud no anima a los chicos a acercarse a vosotras”. Vaya, como si eso a nosotras nos preocupase. Nuestro interés era ser, estar, observar y contarnos lo que veíamos. Nos considerábamos mujeres que nos representábamos en solitario sin la necesidad de una figura masculina al lado. Y esto descolocaba a muchos; a nosotras no, claro.

Esto despertó en mi una curiosidad que todavía hoy me acompaña (espero no perderla nunca): caminar, pasear, observar las ciudades sola, en definitiva, practicar el derecho a mirar sin ser vista, me parece que es un placer al que las mujeres no debemos renunciar. Pasear sin prejuicios me sigue pareciendo una de las mejores maneras de ocupar este planeta.  Porque caminar por las ciudades es replantearse el modo de vida que tenemos y por lo tanto es cuestionar los roles sociales y el relato hegemónico que se nos ha trasladado de las ciudades: aquí sí, mujeres; hasta aquí, mujeres; aquí ya no, mujeres.

Este verano me encontré con el libro de Anna María Iglesia La Revolución de las Flaneuses. En él, la escritora hace un recorrido crítico sobre las flaneuses, mujeres que pensaron la ciudad y el espacio que habitaban, mujeres que reclamaron su espacio, que lo construyeron a pesar de las limitaciones, mujeres que transgredieron los límites geográficos, morales, sociales y económicos para construir un nuevo escenario del que formar parte: algunas se disfrazaron de hombre para poder acudir al Parlamento Británico, enterarse de lo que allí pasaba y construir una opinión propia; otras se quitaron sombreros cuando las mujeres estaban obligadas a llevarlos, para pasear libremente por las calles, aún siendo conscientes de que pasarían a ser objeto de todas las miradas; otras, mujeres trabajadoras, construyeron su vida de forma autónoma sin necesidad de tutela alguna. Ellas, las flaneuses, ocuparon el espacio construyendo un nuevo relato, subiendo a la tribuna y tomando la palabra.

 

Fotografía de Katrien de Blauwer

La sororidad, palabra maravillosa que da nombre a la relación de hermandad y solidaridad entre mujeres para crear redes de apoyo y que cuestiona la supuesta rivalidad entre nosotras, ha hecho uso de esa palabra individual que tomaron mujeres pioneras, las ha sumado y ha amplificado su voz. Las flaneuses, al atreverse a pasear solas, pudieron ver con claridad cómo las calles son más estrechas de lo que nos dicen, con obstáculos levantados por aquellos que limitan el avance de las mujeres.

Vivimos tiempos de hiperliderazgos masculinos en los que muchos hombres afianzan sus posiciones, acotan los espacios y se resisten a renunciar a sus privilegios y compartir los espacios. Como decía Pilar Kaltzada, sentirse inmerso en una mudanza de grandes dimensiones como es la igualdad es asumir de manera consciente que se ha vivido con muchos privilegios. A los hombres les toca compartir espacios y aprender a vivir con menos; a las mujeres nos toca seguir siendo paseantes y narradoras incómodas que muestran las grietas de este espectáculo social que todavía, en demasiadas ocasiones, imagina a las mujeres sin contar con ellas.

Nota. Este post está dedicado a Myriam Menéndez y a “Espartaca”, una amiga invisible que aguantó estoicamente nuestras narraciones incómodas.

Mujeres iguales, derechos diferentes

24/09/2019 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Ana Sande @AnaSande7. Mi nombre es Ana, y soy una joven española-noruega licenciada en Relaciones Internacionales que estudió en el Colegio Noruego de Málaga. En casa siempre he vivido el choque de culturas, el responder ante una misma situación de dos maneras diferentes. Lo que en un momento sentí como falta de identidad por no pertenecer a un lugar u otro, hoy se ha convertido  en mi mayor punto fuerte.

Siempre me he interesado por conocer el mundo globalizado actual que nos caracteriza y en qué nos beneficia. Pertenecer a dos culturas diferentes a mí me ha beneficiado en muchas cosas, y me ha regalado los idiomas que hoy hablo. Orgullosamente puedo decir que hablo Noruego e Ingles, como el español; lo cual me ha permitido conocer de primera mano a muchas personas e historias diferentes, y así, crear la mía propia.

A pesar de mi situación a simple vista favorable, ¿Por qué la condición de ser mujer joven ha dado forma en mis miras de futuro? Soñaba con pertenecer al cuerpo diplomático español, pero, ¿Cuantas mujeres Cónsul han representado a un país en el extranjero? ¿O cuántas vemos en altos cargos políticos? ¿Hasta dónde hay que luchar para llegar tan alto como los hombres? La igualdad de género ha sido una lucha continua,  habiendo  logrando grandes avances. ¿Y qué nos ha enseñado? Se ha demostrado que una mayor inclusión de la mujer en cargos de toma de decisión en los ámbitos políticos y económicos han llevado a   un mayor desarrollo en la economía, así mismo como un avance en la humanidad en general. Yo esto lo veo en la historia de Noruega.

Procuro visitar a mis abuelos paternos anualmente, que con 89 y 90 años siguen viviendo juntos en la casa que ellos mismos fueron construyendo con los años. Hoy, es una preciosa casa con vistas al mar a las afueras de la ciudad de Stavanger, en Noruega. Cuando estoy allí, ellos siempre me repiten las historias que vivieron durante la ocupación por la Alemania nazi como si fuera ayer. Noruega pasó de ser un país pobre, hasta empezar un gran desarrollo en los años 70 debido al descubrimiento del petróleo. Este acontecimiento es de gran importancia para el país, porque les permitió llevar a cabo una serie de políticas distributivas favoreciendo a todas las personas. A diferencia de otros países con este mismo recurso, como ha ocurrido en muchos países de América Latina o Medio Oriente, que no beneficiaron más que a una pequeña élite. Es más, a día de hoy Noruega se ha mantenido a la cabeza del indice de desarrollo humano (IDH) de las Naciones Unidas durante muchos años, casi ininterrumpidamente. Y es que hay que decir que la base de su alto bienestar social se ve favorecida por una población de tan solo unos 5 millones de habitantes, con grandes reservas de petróleo y políticas implementadas de inclusión social.

ÍNDICE DE DESARROLLO HUMANO


Fuente: Human Development Report Office 2018.
United Nations, 2018. (http://hdr.undp.org/en/2018-update).

 En la política Noruega destacan dos mujeres como Jefas de Estado, Gro Harlem Brundtland y Erna Solberg. Y estaréis pensando, ¡pues esto no es un número representativo como para hablar de igualdad en altos cargos! ¿Pero, acaso esto no es más que en muchos otros países? Para mí, esto es una representación de un avance hacia la igualdad del país. Durante muchos años, el partido trabajador “Arbeiderpartiet”, junto al lema ‘’alle skal med’’ (con todos), ha implementado medidas de igualdad de derechos y oportunidades laborales para mujeres y hombres. Y esto es algo que me sigue sorprendiendo cuando visito a mis familiares en Noruega. Mientras que las mujeres de mi familia en España temen el perder su trabajo al quedarse embarazadas, mis familiares noruegos tienen una baja de maternidad con grandes comodidades y sin el temor de perder ningún derecho laboral. Pues el hecho de tener buenas condiciones en cuanto a la maternidad es de gran importancia, esto significa que la mujer puede combinar el hecho de tener hijos con una carrera profesional. Es más, hace 2 semanas en mi última visita a Noruega, el marido de mi prima, quienes a los 29 años ya eran papas de 2 hijos, y acababan de tener su tercer hijo, me comentaba que podía elegir entre tener 47 semanas y recibir el 100% de prestaciones, o 57 semanas con el 80% de beneficios. También existe algo conocido como “la cuota del padre”, esta ley les da derecho a tener 10 semanas reservadas al ser padre, que no son transferibles a la madre en caso de que el padre no las quiera utilizar. Esto es otro ejemplo de la igualdad de género en Noruega.

Mientras que en España se estudia la aprobación de una ley que garantice la igualdad de género en los consejos de administración, la cuál se provee que entraría en vigor a partir de 2023; en Noruega, en 2005 se implementó una nueva ley que garantiza tener al menos un 40% de las mujeres en consejos de administración. Y con esto no vengo a contar qué tan maravillosa es la situación para las mujeres noruegas, sino procurar dar a conocer cómo la igualdad de género en un país puede producir un gran avance en los ámbitos socio-políticos, y en todos los demás en  general. Las comparaciones pueden llegar a ser odiosas, pues cada país está caracterizado por un contexto muy diferente que es el que va a favorecer a la política. Noruega es un país pequeño étnicamente homogéneo, por lo que es mas fácil llegar a un consenso, a diferencia de otros lugares donde hay más fragmentación social. Así mismo, el país ha conocido una evolución histórica muy rápida. Y como históricamente hemos podido comprobar, la igualdad de género no es algo que se pueda conseguir con una sola política, es un largo proceso que necesita una concienciación social. Pero si algo tengo claro, es que para llegar a una mayor igualdad social, se debe empezar con cambios en el ámbito laboral, pues el desarrollo no vendrá de un día para otro, pero será un paso seguro hacia un mayor desarrollo.

Disculpen las molestias, pero nos están matando

17/09/2019 en Doce Miradas por Naiara Pérez de Villarreal

Perdonen, sí, les digo a ustedes. ¿Se han dado cuenta de que nos están matando? Sí, no miren para otro lado, nos están matando, nos asesinan sin ningún pudor. ¿Qué hemos hecho nosotras? NADA, ser mujer. ¡BASTA YA!

Comienzo este post desde el dolor de mis entrañas al leer el último crimen machista ocurrido en España. Un hombre asesina a tres mujeres, Sandra, Alba y María Elena (escuchen bien sus nombres) en Valga (Pontevedra), delante de los hijos de la primera de ellas de 4 y 7 años.

Espero que para cuando se publique no tenga que añadir otra muerte más. No puedo más. Estoy horrorizada, escandalizada, disgustada, enfadada. 

Había comenzado a escribir otro post, pero esta noticia me ha vuelto a dejar tocada, y siento la necesidad de escribir algunos juramentos y palabras malsonantes (seguro que las edito una vez me calme un poco).

41 personas asesinadas en lo que va de año 2019 en España. 30 hijas e hijos menores huérfanos de madre. Más de 1000 mujeres asesinadas desde 2003, año en el que se comenzó a contabilizar el número de mujeres asesinadas por la violencia machista.

Este verano ha sido terrible. No había semana en la que no tuviéramos que lamentar otra víctima con resultado de muerte. Incluso hubo días consecutivos. Como en el último caso, muchas de las asesinadas por sus parejas o exparejas hombres no contaban con protección, ni órdenes de alejamiento, ni habían realizado denuncias previas. Las asesinaron por el simple hecho de ser mujeres.

Pero lamentablemente, el asesinato es solamente la punta del iceberg. Tenemos esas cifras que nos escandalizan, pero no sabemos realmente cuántas mujeres están sufriendo otros tipos de violencia de género, cuántos dramas personales y familiares están causados por hombres, y las heridas físicas y psicológicas que provoca diariamente el patriarcado y la cultura machista en la que vivimos (y en la que a veces morimos  nos matan ).

Matarnos es el último y más visible eslabón de la cadena. Hay todavía mucho trabajo que hacer. Gracias en gran parte al movimiento feminista, en el que cada vez somos más, podemos reconocer algunos avances en nuestra sociedad en los últimos años. Podemos afirmar que hay más conciencia, y que incluso han cambiado algunas cosas en favor de la igualdad entre mujeres y hombres, pero nadie con dos dedos de frente puede decir que se ha extinguido la lacra machista.

Cada vez somos más, y cuando se hacen movilizaciones a favor de los derechos de la mujer o en contra de las agresiones machistas, miles de personas se suman. Y eso es bonito, es reconfortante. Pero también creo que hay mucho postureo, mucha incoherencia entre las reivindicaciones o proclamas que gritamos y nuestros comportamientos cotidianos. 

La lucha por la igualdad de género y en contra de las agresiones machistas debe ser un posicionamiento desde lo más visible hasta lo más invisible. Aunque en algunas circunstancias sea difícil (por el qué pensarán otras personas, por las renuncias, por posibles represalias) no debemos caer en estas contradicciones. Tenemos que ser coherentes.

Esta última reflexión me viene tras lo sucedido este verano con el ya famoso “no concierto” de C. Tangana en las fiestas de Bilbao. Como ya sabréis, a última hora se canceló su contratación por algunas de las letras machistas de su repertorio. En mi opinión, el error estuvo en la planificación de ese concierto y en la incoherencia en la que incurrió el Ayuntamiento de Bilbao que por un lado hacía campaña contra las agresiones machistas y por otro iba a pagar con dinero público a semejante personaje. Afortunadamente, hubo cordura y se rectificó a tiempo. 

Pero la polémica surgida en torno a C. Tangana, que algunos calificaron de censura (personalmente creo que si fuera censura no hubiera podido actuar en Bilbao, pero este es otro tema), lejos de visibilizar el machismo de sus letras y generar un sentimiento de rechazo hacia lo que representa, parece que catapultó al cantante (que además presumió de ello), que llenó una sala privada de Bilbao en dos conciertos consecutivos durante el transcurso de las fiestas. Muchas de las asistentes a estos conciertos, por cierto, fueron mujeres. Incluso su música sonó en las txosnas a todo volumen y fue cantada y bailada por mucha gente, como se puede ver en el siguiente vídeo:

Y aquí está la incoherencia. Estoy segura que muchas de las personas que acudieron a sus conciertos o bailaron y cantaron sus canciones en las txosnas, se sumarán a las manifas, pondrán en Facebook avatares a favor de los derechos de las mujeres, publicarán sus selfies en Instagram con sus camisetas violetas y lanzarán sus mensajes reivindicativos.

Estaréis conmigo en que algo no cuadra. Ésto ocurre porque posicionarse en estas situaciones cuesta, es incómodo. La presión de grupo tiene mucha fuerza aquí, sobre todo entre los y las adolescentes. Si todas mis amigas quieren ir al concierto, ¿voy a ser la única que no va? Si en la txosna ponen su música y estamos en pleno “subidón”, ¿voy a ser la única persona que no baile?  Yo lo soy, así lo digo.

Tenemos que empezar a decir SÍ ante estas cuestiones. Ya está bien de participar de ésto, nos estamos jugando la vida. NOS ESTÁN MATANDO. Los pequeños gestos también son importantes. Los hombres que comienzan con violencias machistas de la parte baja de la pirámide es probable que vayan ascendiendo en la misma, por lo que es muy importante que se les pare los pies (o los puños) desde el comienzo: afeando conductas, rechazando comportamientos, no riendo ante comentarios o chistes machistas y señalando con el dedo este tipo de violencias.  En definitiva, siendo coherentes con nuestra forma de pensar. Y no estoy hablando solamente de lo que tenemos que hacer las mujeres, ¡eh!

Me preocupa especialmente ciertos comportamientos que observo en las personas jóvenes. No les voy a poner toda la carga de responsabilidad sobre sus espaldas, ya que gran parte de la culpa la tenemos las generaciones anteriores, que lejos de transmitirles que las mujeres tenemos derecho a ser libres y a vivir en igualdad, les hemos inculcado la cultura del patriarcado y propiciado que repliquen los comportamientos de otros tiempos. Por supuesto que no se puede generalizar, y hay que decir que hay muchos claros en el mar de nubes.

Quiero terminar destacando la importancia que tiene que se traslade el foco de las campañas contra la violencia machista a los hombres.

A las mujeres se les anima a denunciar, a que pidan ayuda, a que respondan ante las agresiones machistas, etc. Incluso que piensen en sus hijos/as y se carguen de valor por defenderlos. Se les ha puesto siempre esa responsabilidad, cuando el responsable de esa situación no son ellas, sino el p*** maltratador.

Por suerte, vamos avanzando también en esto. Como muestra, os dejo uno de los vídeos de una campaña argentina que se viralizó en redes sociales y que focalizó el problema de la violencia machista en ellos, los hombres:

Este cambio de enfoque es muy importante. Las mujeres queremos sentirnos libres, no valientes. No queremos que nos protejan por el hecho de ser mujeres, queremos que se actúe más eficazmente contra los agresores. Queremos que se les señale, que sientan en sus propias carnes que ellos son la lacra de esta sociedad, que es a ellos a los que se rechaza. Hay que ir a por ellos. NOS SOBRAN.

Sobre la necesidad de divulgar la historia de las mujeres

10/09/2019 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Irati Santos Uriarte @IratiSantosU. Hace diez años descubrí que había una Historia que no me estaban contando. Desde entonces la busco, la recopilo y la escribo. Ahora la comparto a través del proyecto ‘¿Por qué nadie me contó la historia de las mujeres?’, un espacio online en el que reflexiono sobre la invisibilización de lo femenino en la Historia.

No se me ocurre forma mejor de introducir este artículo que con una lista de porqués: ¿por qué es más caro comprar una edición completa de las obras de María de Zayas que una de Cervantes?; ¿por qué me han convencido de que las mujeres no han hecho nada hasta bien entrado el siglo XX?; ¿por qué la sociedad ha constituido lo femenino en la subordinación y lo masculino en la acción?; ¿por qué no había ni una sola mujer en mis libros de texto del colegio?; ¿por qué me tuve que interesar específicamente por los movimientos femeninos para saber de Mary Wollstonecraft?; ¿por qué no sabía que Margaret Cavendish escribió uno de los primeros relatos de ciencia ficción de la historia en el siglo XVII?; ¿por qué cuando escribo en internet el apellido Schumann solo me aparecen resultados de Robert Schumann? ¿Y Clara Schumann? ¿Acaso no fue ella una gran pianista?

Hace unas semanas asistí en Bilbao a la presentación del libro Mujeres, dones, mulleres, emakumeak y me quedé con una frase que allí pronunció la historiadora Mary Nash. Hablando de lo difíciles que habían sido sus inicios como investigadora de la historia de las mujeres, comentó que “una cosa era hablar con el núcleo convencido y otra intentar cambiar las tendencias historiográficas”. Aquello me hizo reflexionar, pues, sin duda, quienes allí estábamos éramos, precisamente, el núcleo convencido, gente que se interesa específicamente por los estudios femeninos, que entiende que hay un agujero negro en el relato histórico que el modelo patriarcal ha impuesto. No parecía haber curiosos. Creo firmemente que se está consiguiendo en el ámbito académico esa revisión historiográfica, pero también creo que falta contar esa “otra” historia al público no especializado.

Falta divulgar la Historia de las mujeres.

Esa historia ha de divulgarse en primer lugar en las escuelas. Hace no mucho nos encontrábamos con la noticia de que la presencia de mujeres en los libros de texto escolares no llega al 10 %. Es incomprensible y tremendamente contraproducente. Se hacen esfuerzos, algunos reales y otros de propaganda, para que los niños y niñas crezcan en igualdad. Se les enseña que una mujer no es menos que un hombre; se les educa en la no violencia, en un lenguaje inclusivo, en la no distribución sexista del espacio de juego… Son iniciativas necesarias, vitales diría yo, pero se quedan cojas al no ofrecerles modelos de conducta y erudición femeninos.

Sobre esta falta conversaba el otro día con un profesor de historia de bachillerato. ¿De quién es la responsabilidad? Me dejaba claro que se ajustan a una pauta, que la materia “obligatoria” es extensa y que el margen para ponerse creativos es más bien justito. Él concretamente dedica unas horas a lo largo del curso a introducir la obra de las mujeres: habla a sus alumnos de Sofonisba Anguissola, de la reina Cristina de Suecia, de las formas de opresión a las que se han visto sometidas las mujeres. Pero lo hace porque él quiere; porque considera que es necesario, no porque sea parte del programa educativo obligatorio. Y la realidad es —me decía— que como los alumnos están más pendientes de estudiar para cumplir las expectativas que de ellos esperan pruebas como la Selectividad, muestran un interés que tiene que ver más con la anécdota puntual. Si los estudiantes van justos para preparar la obra de Platón, que es la que les han indicado que va a entrar en el examen de acceso a la universidad, ¿de verdad cree alguien que van a dedicar tiempo a leer la obra filosófica de Simone de Beauvoir por placer, por curiosidad? Yo no lo hice. No me daba tiempo a todo.

Digo por lo tanto: ¿tanto cuesta incluir mujeres en los programas educativos? No se trata solo de divulgar la existencia de ciertas mujeres en forma de breves biografías, que también, sino que es necesario que naturalicemos la inclusión de la obra de las mujeres en su contexto social, económico, académico o histórico, en la misma medida en que lo hacemos con la obra de los hombres. Es de vital importancia que, cuando en una clase de literatura se hable del Quijote, se hable también de las Novelas ejemplares de María de Zayas, mujer que conoció el éxito en vida y que mereció los elogios de sus colegas de profesión. Asimismo, todos los escolares deberían ser conscientes de que, además del famoso despotismo ilustrado que tanto nos han enseñado, se dieron interesantes debates filosóficos en los que algunas mujeres (privilegiadas, eso sí) participaron. Y que estas, como Josefa Amar y Borbón, publicaron su obra y consiguieron hacerse un hueco en la historia de España, aunque no se lo estemos reconociendo. Por cada ejemplo masculino que se ofrezca, hay que incluir uno femenino.

También convendría que se sacaran a relucir a todos aquellos hombres que han apoyado la causa de las mujeres antes del siglo XXI. ¿Alguien ha oído hablar en sus clases de filosofía de la obra de Poullain de La Barre en defensa de la igualdad de los sexos? Yo no. Nadie me contó que su obra es el perfecto resumen de la filosofía cartesiana, y que lleva la igualdad de las almas hasta su máximo exponente.

Me dirán —me lo han dicho— que guardar la proporción es difícil porque la participación femenina en las artes y las ciencias ha sido mucho menor que la de los hombres. Verdad, pero no sirve: la falta de proporcionalidad no nos excusa para ignorar a toda una mitad de la humanidad. Lanzo aquí que, quizá por escasa, la participación de las mujeres debería hacerse notar con más fervor.

Además de todo esto, no vendría mal una revisión de los autores que se imparten en las distintas asignaturas. Y me explico. Cuando yo iba al colegio dentro del temario de literatura española del siglo XVI se incluía a Fray Luis de León. Perfecto. Pero cuando se habla de La perfecta casada, convendría profundizar más allá del “expone el ideal de mujer típico de la época”. Se debería informar al alumnado de que, entre otras perlas, escribe de la mujer que “si no tiene esto [honestidad] no es ya mujer, sino alevosa ramera y vilísimo cieno y basura, la más hedionda de todas y la más despreciada”. Esto podría dar pie a un interesantísimo debate sobre las posturas misóginas y hasta se podrían hacer comparaciones con la actualidad. Y no vale el “es hijo de su época”: Christine de Pizan ya había escrito La ciudad de las damas más de un siglo antes para combatir estos insultos. Y este es sólo uno de los múltiples casos de autores misóginos que pasan por nuestra vida educativa sin que prácticamente nos demos cuenta.

Si los poderes que tienen capacidad para cambiar los programas educativos hiciesen algún esfuerzo en este sentido, quizá saldríamos de los colegios y las universidades un poquito más predispuestos a la igualdad.

La vuelta al cole

03/09/2019 en Doce Miradas por Eunate Encinas

Entran corriendo al patio, con la mochila cargada de ganas y nervios, con los brazos abiertos para dar abrazos por doquier, después de todo un verano sin verse. Risas, juegos y alguna que otra lágrima. Suena el timbre. Empieza un nuevo curso. 

La educación formal que transcurre en la institución de la escuela tiene un fin ético, de manera que necesariamente nos convierte en mejores personas. O debería.

Rousseau,  filósofo y padre de la pedagogía moderna (leído por generaciones de maestras) plantea unos principios totalmente diferenciados para la educación de los niños y de las niñas: para Emilio el proceso educativo se basa en el respeto a su personalidad y en la experiencia, con el fin de convertirlo en un sujeto con criterios propios, libre y autónomo; la educación de Sofía, en cambio, debe hacer de ella un sujeto dependiente y débil, porque el destino de la mujer es servir al hombre.

Estas son las bases de la institución escolar, pero ¿dónde estamos actualmente?, ¿es la igualdad la asignatura pendiente de la educación?

En primer lugar tenemos la posición de las mujeres como profesionales de la enseñanza. Se trata de uno de los sectores sociales más feminizados y, sin embargo, sus posiciones en la estructura educativa suelen ser inferiores a las de los hombres. La proporción de profesoras disminuye a medida que aumenta la edad del alumnado  y el prestigio social de cada ciclo escolar. 

En segundo lugar tenemos que referirnos también al androcentrismo en la ciencia y sus efecto sobre la educación. El análisis de las características del saber transmitido en la enseñanza pone en evidencia la casi total inexistencia de referencias a las aportaciones que han hecho las mujeres. Así, se transmite una herencia cultural que excluye el sexo femenino de la historia y del saber en general y no muestra ejemplos de mujeres que hayan contribuido a mejorar las condiciones de la vida colectiva.

Con excepción de las santas y las reinas -y con matices- las niñas no encuentran referentes que les proporcionen un estímulo similar al de los niños.Así se transmite, además, una herencia cultural que excluye a las mujeres. 

Podríamos hablar también de la jerarquización androcéntrica de los saberes en el curriculum escolar o de la evaluación curricular y los prejuicios sobre las capacidades y aptitudes diferentes de niños y niñas, según las cuales a ellas se les da bien el lenguaje y a ellos las matemáticas; para ellas la danza, para ellos el fútbol. No existe nada más allá de ese prejuicio y, en cambio, sí es real el efecto que nuestras expectativas sobre los niños y niñas generan en los resultados que obtienen. Efecto Pigmalión en marcha. 

En tercer lugar tenemos que fijarnos en el androcentrismo en el lenguaje. No hay dudas: lo que no se nombra no existe. ¡Niños, podéis salir al recreo! 

En cuarto lugar están los libros de texto y las lecturas infantiles. Es cierto que ya no leemos aquello de «papá fuma pipa y mamá cocina», pero los estudios muestran que los libros de texto mantienen un grado muy alto de sexismo. Como ejemplo, en un análisis reciente de 36 libros de texto de enseñanza primaria, de 8.228 personajes que mostraban solo el 25,6 % eran mujeres. Y esto sin entrar a análisis más detallados como el protagonismo que ejercen, las tareas que desempeñan o el espacio en que se desenvuelven. 

Al hilo de esto, leí  hace poco esta afirmación de un miembro del sector editorial:: 

«Estamos hartos de que nos analicen los libros. ¿Nos van a poner a buscar cuántas mujeres aparecen en las fotos o cuántas científicas se mencionan? ¿Es culpa nuestra que haya más premios nobeles varones?»

Y finalmente es necesario referirse al currículo oculto. Más allá del curriculum oficial, la relación entre profesorado y alumnado transmite todo un conjunto de normas y pautas de comportamiento no explícitas que influyen sobre la auto valoración de niños y niñas. Eso es lo que se ha denominado el currículo oculto. Y en esta interacción ellas salen perdiendo.

Se han generalizado valores considerados exclusivamente masculinos. Aunque no se explicite, la competitividad, la agresividad, el deseo de destacar y la indiferencia ante los problemas de compañeras y compañeros son comportamientos valorados por el sistema educativo porque responden al tipo de persona que más valora el sistema productivo

Las niñas tienden a adoptar comportamientos de mayor adhesión a las normas establecidas porque su ruptura no les supone ventajas. Por consiguiente, tienden a ser más estudiosas y a conseguir mayores éxitos académicos. Pero, al mismo tiempo, la forma de socialización que han recibido tanto en la familia como en el sistema educativo actúa sobre ellas y las convence de su lugar secundario en la sociedad, de la normalidad de su papel subordinado y de la menor atención de que son objeto. 

La educación no puede hacer desaparecer las desigualdades, pero es una pieza clave para reducirlas; por eso tiene sentido cambiar las formas educativas para hacerlas más igualitarias. Hay que dejar atrás un modelo pedagógico dominante de carácter androcéntrico. Hay que facilitar el acceso de las niñas y jóvenes a profesiones que siguen siendo reductos masculinos y hay que reforzar su papel en el ámbito público. Es necesario, al mismo tiempo, introducir en el curriculum escolar y en las relaciones en el aula un conjunto de saberes que han estado ausentes y, a la vez, valorar actitudes y capacidades que han estado devaluadas hasta ahora.

Y ahora la gran lección: si el machismo se aprende, la igualdad también.  

 

Ya lo dice la canción de Mavis Staples…

23/07/2019 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Nerea Kortabitarte (@nerekorta)
Periodista de profesión y madre a jornada completa de dos feministas en potencia. Me apasionan la comunicación y la cultura. Y tengo la enorme suerte de dedicarme a ello profesionalmente desde hace veinte años. He trabajado tanto en el sector privado (Fnac, Telecinco, Cadena SER, Irusoin) como en el público (Donostia Kultura, Plan Estratégico) para diferentes proyectos culturales. En otoño publicaré mi primer cuento infantil sobre estereotipos de género e igualdad, “Juliette, chica valiente”.


«Las mujeres lideran el Primavera Sound» éste es el titular de la noticia destacada en la sección de cultura de un periódico de tirada nacional. La organización del Festival en Barcelona ha presentado este año un programa regido por la paridad. El resultado no sólo no ha mermado un ápice la calidad de las propuestas si no que además arroja titulares como éste por su mero valor artístico. Ya era hora, dicen muchos. Nunca es tarde, pienso yo. Más cerca, el Heineken Jazzaldia presenta una edición donde resalta el talento femenino. Grandes voces femeninas como la mítica Joan Báez, Diana Krall, Silvia Pérez Cruz, Martirio, María Schneider o Zahara entre numerosos nombres masculinos. La buena noticia es que aunque sigan siendo minoría las mujeres, los programadores son ya muy conscientes de que la sociedad reclama una mayor igualdad en todas las esferas de la vida pública. Ya no hay marcha atrás… en el mundo de la cultura, como en la sociedad, se reclama esa visibilidad.

Cuenta Cande Sánchez, profesora de Semiótica e Industrias Creativas en la Universidad de Alicante, que Madonna es la única mujer comparable en cifras, según la revista inglesa Official Charts, a Michael Jackson, Elvis Presley, The Beatles, The Rolling Stones, David Bowie, Bruce Springsteen y U2. Prepara una parte del curso de verano Rock and Roll Business. El Negocio de la Música Contemporánea en la Rafael Altamira. Ella, la única ponente femenina, aprovechará para disertar sobre la evolución de la mujer en la música popular, de grupies a sujetos activos que conquistan los escenarios y otros trabajos de la industria. Para reflejar la desigualdad existente por cuestión de género explicará cómo cada artista ha tenido que luchar por una o varias de estas cuestiones, con ejemplos que a todos nos resultarán familiares: sentimiento de culpa y Chrissie Hynde, síndrome de la impostora y Lady Gaga, acoso laboral y Bjork, violencia de género y Tina Turner, renegar del feminismo y Patti Smith… Una buena sesión de feminismo en la industria de la música, que falta hace.

En una entrevista reciente Anna Villarroya, profesora de Economía de la Cultura y Políticas Culturales y colaboradora del Observatorio Social de “La Caixa”, decía que las aulas están llenas de estudiantes mujeres en materias relacionadas con la cultura y, sin embargo, al llegar al mercado laboral una buena parte de ellas desaparece. Los motivos son varios, problemas de conciliación que se agravan si trabajas de noche o los fines de semana dando conciertos, estereotipos sociales y sesgos de género inconscientes que hacen que las mujeres reciban menos reconocimientos. Y ésta es una realidad que vemos a diario los que nos dedicamos a la programación y comunicación cultural, muchísimos grupos de música con todos sus miembros formados por hombres, algunos de ellos con mujeres sólo al mando de las voces y pocos en su totalidad formados por ellas y concursos de DJ,s, por poner un ejemplo, donde la presencia femenina es residual.

¡Y qué decir del mundo de la literatura! Según datos del Ministerio de Cultura, de los 55.501 libros registrados en 2018, solo el 32% fueron de autoría femenina. Por primera vez se ofrece información acerca del sexo de los autores de las obras registradas en el ISBN y se ha constatado un panorama de desigualdad sobre la mesa en prácticamente todos los apartados culturales. Hace dos meses se celebró en México una nueva edición de la Bienal Vargas Llosa con una proporción de tres mujeres ponentes frente a trece hombres y una mujer miembro del jurado frente a cuatro hombres. La respuesta a un manifiesto de decenas de autoras y autores, editores y agentes de ambas orillas contra el “machismo literario” en el Festival ha sido que se ha seguido el criterio de la “calidad literaria”. Invisibles y peor aún, ninguneadas. La escasez de mujeres no es cuestión, claro está, de calidad sino de mirada. Porque la literatura de calidad está llena de mujeres. Y quien quiere mirar, encuentra.

Con este escenario de cambio lento pero cambio al fin y al cabo, lanzo dos propuestas. La primera y más importante, un llamamiento a las mujeres con talento creativo del mundo en general y de la escena local en particular. Ya está bien de renunciar y de permanecer en un segundo plano. Pasemos a la acción. Saquemos las melodías y los escritos guardados en un cajón, los proyectos de cine de la juventud y seamos valientes. A publicar discos y libros, a crear, a dirigir proyectos culturales, a estrenar películas y a dar el paso firme de formar parte de la escena cultural. Ya lo dijo Ana María Matute “El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad”.

Y en segundo lugar, ahora que vamos a poder dedicar un poco más de tiempo a lecturas olvidadas, conciertos a la luz de la luna y cine en la calle, consumamos cultura creada por mujeres. Y por hombres también. No es algo excluyente, sino un sano ejercicio de coherencia. Que buena parte de los libros que leamos sean escritos por mujeres, que vayamos a conciertos de grandes músicas y que sigamos de cerca los últimos films de directoras, productoras y actrices. Es la única manera de visibilizar y la mejor forma de darles su justo espacio y merecido reconocimiento.

Yo ya tengo mi selección en la maleta de viaje: “Poemas” de Emily Dickinson, “Entre escamas” de Leire Bilbao, “Los aires difíciles” de Almudena Grandes “Eason” de Izaro, “We get by” de Mavis Staples y estrenan película este verano de Marina Seresesky y Valeria Bruni Tedeschi.

Ya lo saben… seamos, si es necesario, incómodas. Feliz verano.

“We shall not be moved” Mavis Staples

Ponte en mi lugar

16/07/2019 en Doce Miradas por Arantxa Sainz de Murieta

Hace unos días conocí una campaña de concienciación contra el acoso callejero que me llamó especialmente la atención. Una pieza de vídeo de dos minutos y medio trata de poner a los hombres en el lugar de las mujeres en situaciones de acoso. “Al revés tú también te asustarías” —es el titular de la iniciativa y una forma de decir ‘ponte en mi lugar’— expone a algunos hombres a situaciones que pueden hacerles sentir miedo o, por lo menos, bastante incómodos. Vamos a verlo:

 

No es la primera vez que me encuentro con un ejercicio de simetría como éste llevado a formato vídeo. No me llama la atención que todavía algunos hombres piensen que interpelar a una mujer por la calle va de buen rollo y que debiéramos sentirnos halagadas con un “¡Oye niña! ¡Vaya vestido bonito que llevas! Ven acá para el portal y me lo enseñas…”. Lo que me ha llamado la atención es el estado de shock en el que se quedan los protagonistas tras pasar por un acoso callejero. Es decir, hasta entonces, empatía cero.

Así, con el estómago encogido, me he puesto a pensar en situaciones que habitualmente intimidan, que producen miedo y ansiedad y que nos hacen vivir en alerta. Sí, en alerta, una sirena silenciosa que señala que hay que extremar precauciones o incrementar la vigilancia. No es paranoia, es experiencia, la mía y la de mis compañeras. Es por eso que:

  1. Cuando llego a casa, saco las llaves y miro hacia atrás por si alguien me sigue.
  2. Cuando entro al portal me aseguro de que la puerta esté bien cerrada.
  3. Cuando entro en el garaje miro hacia los lados por si hubiera alguien agazapado.
  4. Evito los aparcamientos subterráneos en la ciudad si voy sola.
  5. Me pongo tensa si tengo que entrar en un ascensor a solas con un señor desconocido en un lugar desconocido.
  6. Si tengo una cena prefiero no tomar ni un triste vino para volver a casa en coche y no tener que transitar sola por la calle y organizarme «como quien se prepara para el desembarco de Normandía, estudiando posibles vías de ataque y alternativas para la huida», como decía Pilar Kaltzada en “Se llamaba Manuel”.
  7. Me asusto cuando escucho pasos muy cerca y miro hacia atrás para comprobar si la persona que tengo a mi espalda es un hombre o una mujer. Disimulo con el móvil, doblo la esquina y acelero el paso si se trata de un hombre.
  8. Tanteo, por intuición, las intenciones de un tipo con quien te cruzas y te mira con baboso descaro o se atreve a ‘berborrear’, es decir, a verbalizar improperios de esos que creen que nos agradan.
  9. Me alegro cuando escucho que durante el verano algunos municipios ofrecen servicio de acompañamiento a jóvenes para tomar el metro. ¡Dios! ¡Qué locura! ¡Esto no!
  10. Me horroriza pensar que muchas niñas que acuden a festejos, con todas las ganas de pasarlo bien, estén expuestas a abusos, violaciones o violaciones en grupo.
  11. Me crispa tener la certeza de que mañana, o pasado mañana, otra mujer volverá a ser asesinada por su pareja.

fearPodría seguir y seguir sumando a esta lista casos de violencias que sufrimos las mujeres. Vivimos en un mundo dominado por hombres y la violencia es una de las múltiples formas en que mantenemos la desigualdad. Nos hemos acostumbrado a convivir con el conflicto y, de alguna manera, a normalizarlo.

Cada vez que presencio conversaciones entre mujeres sobre acoso, todas ellas, absolutamente todas, cuentan en su haber con pasajes de violencia machista. ¿Habéis hecho la prueba? Eso sin contar a las muchas que callan por vergüenza, porque todavía, hoy en día, sufrir este tipo de violencia desacredita a la víctima o la debilita. Vivimos en silencio, “te lo cuento a ti pero, por favor, que no salga de aquí”. ¿Cuántas mujeres? ¿Cuántas veces? ¿Cuántas violaciones y asesinatos más necesitamos para poner fin a este genocidio?

Más de 1.000 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en los últimos años. Es una ignominia. Sin paliativos. No hay excusas. Son muertes anunciadas, asesinatos con premeditación, con meses o años de violencia psicológica o física previa. Como decía «The Economist» hace unos años, «cada periodo de dos a cuatro años, el mundo aparta la vista de un recuento de víctimas equiparable al Holocausto de Hitler».

Y no hace falta llegar hasta el desenlace fatal: que te golpeen, es violencia; que te violen, es violencia —cada 5 horas una mujer denuncia una violación—; que te insulten y menosprecien, es violencia; que te obliguen a casarte, es violencia; que te intimiden, es violencia; que te ‘berborreen’ por la calle, también es violencia. Ya lo apuntaba Noemí Pastor en su artículo “Bonitos pantalones”: “El piropo pone de manifiesto una situación de privilegio del hombre sobre la mujer: un hombre puede decir lo que quiera sobre ella, con total impunidad y anonimato, en un momento, además —y esto se cumple siempre— en el que ella carece de compañía masculina, con posibilidades mínimas de ser interpelado. Porque para muchas mujeres contestar a una imprecación así es una audacia peligrosa”.

Señores, pónganse en nuestro lugar. Los ejercicios de simetría funcionan bien para explicar aquello que no resulta fácil hacer entender. Un poquito de empatía, por favor. No podemos, ni queremos, ni tenemos por qué vivir la hostilidad con naturalidad; tampoco la intelectual. Háganselo mirar.

Liderando con valores

09/07/2019 en Miradas invitadas por Doce Miradas

Patricia Rodríguez Barrios. Nací en San Sebastián, en el año del Mundial de naranjito. Soy la única directora general de un club de fútbol de La Liga. El deporte ahora es mi modo de vida, pero en todo momento ha sido mi chaleco salvavidas para mantenerme a flote mentalmente y como herramienta de constancia y superación. Y esto ha contribuido a ser mentalmente fuerte y a tratar de lograr lo que me propongo. Por eso, estoy firmemente convencida de que nuestra sociedad va a lograr evolucionar hacia la igualdad de oportunidades sin discriminación de género y por mi parte seguiré trabajando desde mi posición para dar la máxima visibilidad al feminismo y un día lograr no ser la única.

“Vamos guapa pásame la tarea”. Ese fue el mensaje que me envió un compañero que jerárquicamente dependía de mí. En ese momento no supe qué contestar, sentí mucha rabia, pero no quería mostrarla. Si una mujer reacciona con vehemencia a ese comentario, generalmente luego tiene que soportar que le afeen la conducta con el famoso: “¡Cómo te pones, era una broma!”. Siempre tememos que nuestro enfado se achaque a una “típica rabieta de mujer”. Conocemos bien los estereotipos que sobre nosotras manejan, pero no sabemos, muchas veces cómo contestar. Nos pilla de sopetón. En ese momento me callé. La última imagen que yo deseaba proyectar era esa. Mi objetivo, entonces, ser uno más.

¿Conseguimos eso? Yo creo que en muchas ocasiones lo he conseguido. He tenido que demostrar mis conocimientos y preparación un 200% más que cualquiera de ellos. Entonces sí he sido uno más. Las mujeres nos sentimos intrusas porque nos consideran intrusas. En cada acto en el que participamos mujeres como expertas, fijaos, siempre hacemos referencia a la sorpresa que nos produce haber sido invitadas, y no es falsa modestia. Tenemos marcado a fuego que la mujer tiene que valer y merecer estar en puestos de poder, un poder ejercido de manera y modo masculino que constantemente nos recuerda que somos la excepción. Y como en otros problemas estructurales, la excepción confirma su regla: si yo estoy dentro es porque lo merezco, porque otras no se esfuerzan lo suficiente, porque las mujeres no quieren, porque la que quiere llega que ya hay igualdad.

Según datos facilitados por la organización Women in Business, en la Unión Europea solo el 26% de los puestos directivos están ocupados por mujeres y el 36% de las empresas no tienen mujeres en la alta dirección. En este mismo estudio se concluye que, mientras que la mayoría de las mujeres se consideran igual de capaces que sus compañeros, la mayoría de los hombres se consideran más capaces que sus compañeras. En general a los niños se les enseña a ser valientes y a las niñas a ser prudentes.

No fue este mi caso. Mi padre siempre ha creído que me habían dado una educación machista, sin embargo él ha sido la persona que más se ha esforzado por inculcarme los valores del feminismo y de dejarme clarísimo que tenía que ser independiente, ser ambiciosa y luchar por conseguir mis sueños y por alcanzar las metas que me había fijado con trabajo, mucho trabajo, sin pensar nunca en estereotipos ni en el papel estándar que una sociedad machista como la nuestra, tuviese preparado para mí. Sociedad machista hasta ahora porque es el momento de cambiar y de educar en igualdad de oportunidades.

Dudo mucho que mis padres hubiesen educado diferente a un hijo de lo que han educado a su hija. Libertad para decidir siendo fiel a mí misma, sin influir ni inculcar estándares o prototipos de vida, respetando decisiones, y siempre en la retaguardia esperando para celebrar o consolar.

Pero al igual que nuestra sociedad ha cambiado en estos dos últimos años, yo también lo he hecho. la primera respuesta a esta sensación de intrusa, por lo general, y como yo hice, fue el individualismo: trabajar más, esforzarse el doble que tus compañeros, estar demostrando a diario que vales, generalmente, más que ellos. A muchas mujeres les incomoda organizarse y llamarse a sí misma feminista. A mi no. Empecé a preguntarme por qué siempre esta sociedad nos empuja a hacer algo a las mujeres: denuncia, di no es no, protégete, no te rindas, pelea, se mejor, trabaja más, ten paciencia… Sin embargo, al hombre no se le dice que no tiene ninguna superioridad social, ni moral, ni intelectual, ni ningún derecho biológico, político o cultural sobre las mujeres, que no es más listo, ni más inteligente, ni debe aprovecharse de lo injusto de esta situación. Y desde ese convencimiento feminista empecé a cambiar. Y estoy contenta de haber evolucionado. De empezar a demostrar mi parte más humana que guardaba para la más estricta intimidad, por aquello de no parecer sensible como una mujer. Y me está dando muchas alegrías porque recibo lo que muestro.

He aprendido a pedir ayuda, a reconocer que no puedo sola con todo y que, aunque pueda, no debo hacerlo porque, además de dejarme agotada, me aleja de los que quiero. Porque nos gusta ayudar y sentirnos útiles, necesitamos el sentimiento de pertenencia a otras vidas. Ser influencers de los que nos quieren y queremos. Y, estoy convencida, además, de que las superwoman están pasadas de moda.

Decidí empezar a liderar, a trabajar en equipo, a tomar mis decisiones como lo que soy. Ejerzo un feminismo militante, en mis decisiones más graves y más livianas. El feminismo es igualdad y libertad. Dirijo como quiero, siempre con las personas y los principios en el centro, no con estereotipos, sin prejuicios de género, sin sentirme intrusa porque no tengo que preocuparme de demostrar que ese es mi sitio. Lo es, el mío y el de tantas otras. Ahí precisamente radica en cómo ejerzo el feminismo, en la libertad de decisión ante la igualdad de oportunidades Y como el hábito no hace al monje, no soy menos feminista por llevar tacones ni más femenina por llevarlos. Llevo lo que quiero y cuando quiero porque es mi forma de ser creativa. Unos dibujan, otros fotografían y yo me visto.

La brecha de confianza

02/07/2019 en Doce Miradas por Lorena Fernández

En la vida siempre tienes faros que te guían y te aportan experiencia, sobre todo cuando eres joven y las emociones te mueven más que la razón. Mi abuelo fue uno de esos faros. Una persona sin estudios reglados pero con una sabiduría inmensa. Me dio muchos consejos, pero hay uno que jamás olvido: siempre me repetía que no hay tarea más difícil en esta vida que llevarse bien con una misma. Esa frase se me quedó grabada a fuego y no dejaba de recordarme que uno de los enemigos al que nos enfrentamos diariamente somos nosotras mismas. Le podemos poner otro nombre: confianza. Ella nos aupará en muchas ocasiones y su falta también nos frenará a la hora de intentar abrir puertas o ver sombras alargadas donde no las hay. Porque como dice el proverbio chino, cuando el miedo llamó a la puerta y la confianza abrió… afuera no había nadie.

Así que no es de extrañar que a las mujeres nos haya sido robado y erosionado ese bien tan preciado a lo largo del tiempo. Y si ponemos el foco en la ciencia y la tecnología, se evidencia aún más. Siempre que hablamos de la falta de presencia femenina en ese ámbito, lo ilustramos con una tubería con muchos agujeros por donde vamos goteando, hasta que llegada la etapa profesional, nos hemos evaporado del todo. Y uno de esos agujeros que está presente en todas las etapas vitales es precisamente la confianza.

Empecemos por la infancia: en una investigación publicada en 2017 en la revista Science, se preguntaba a niños y niñas si, cuando se les hablaba de una persona especialmente inteligente, creían que era de su género o del contrario. Cuando tenían cinco años, no se observaban diferencias: los niños escogían hombres y las niñas escogían mujeres en un 75% de las veces. Sin embargo, a partir de los seis, mientras que los niños seguían escogiendo hombres como «muy, muy listos» en un 65% de las veces, las niñas solo seleccionaron su propio género en un 48% de las ocasiones. De hecho, Christia Spears Brown, profesora de psicología y autora del libro Crianza más allá del rosa o el azul, declaró para BBC que estos resultados encajan con investigaciones anteriores que encontraron que familias y profesorado tienden a atribuir las buenas notas en el colegio al esfuerzo de las niñas pero a la habilidad natural en el caso de los niños. Así que primer gancho de derecha directo a la confianza.

Seguimos avanzando y llegamos a los 15 años, momento en el que hacen la prueba PISA. Según los datos del informe de 2015, las niñas se creen menos capaces que los niños a la hora de alcanzar objetivos que requieran habilidades científicas. Es lo que se denomina como autoeficacia en ciencias: confianza en la propia capacidad para lograr los resultados pretendidos. Según la OCDE, las alumnas tienden a sufrir un mayor sentimiento de ansiedad con las matemáticas, incluso las que tienen mejor rendimiento académico. Tanto es así, que un estudio demostró que si pones un examen de matemáticas idéntico a estudiantes de unos 12 años, uno bajo el encabezado “Geometría” y otro bajo el nombre “Dibujo”, ellas obtenían mejores calificaciones en el de “Dibujo” (repito que el examen era exactamente igual, solo cambiaba el título).

A esto se le suma el efecto Pigmalión o la profecía autocumplida. Este efecto se refiere a que las expectativas que tenemos sobre el rendimiento de una persona incitan a actuar a esa persona conforme a dichas expectativas. Es decir, las esperanzas que tengan docentes, familiares y la sociedad en general inciden en el desempeño de nuestras niñas. Por ejemplo, si tengo un docente que piensa que voy a obtener muy buenas calificaciones, esto elevará mi autoestima y me incitará a trabajar para conseguir los resultados que se esperan de mí. Pero lo mismo sucede en sentido inverso: efecto Pigmalión negativo, también conocido como el efecto Golem, que hace que la autoestima disminuya. Si en la sociedad decimos que a las niñas no se les van a dar bien las matemáticas, se produce un bloqueo en ellas.

En la universidad la cosa no cambia. En 2003, se hizo un estudio para ver el impacto de la percepción de las mujeres sobre su propia capacidad. Dieron a estudiantes masculinos y femeninos un cuestionario sobre el razonamiento científico. Antes de la prueba, los estudiantes calificaron sus propias habilidades científicas. Las mujeres se calificaron a sí mismas más negativamente que los hombres en cuanto a su capacidad científica: en una escala de 1 a 10, las mujeres se pusieron un promedio de 6.5, y los hombres un 7.6. Cuando se trató de evaluar cómo habían respondido las preguntas, las mujeres pensaban que habían acertado 5.8 de cada 10 preguntas; los hombres, 7.1. ¿Y cuál fue el resultado real? Su promedio fue casi el mismo: las mujeres obtuvieron 7,5 de cada 10 y los hombres 7,9. Es decir, ellas subestiman su rendimiento porque piensan que su capacidad de razonamiento científico es menor.

Y cuando llegamos a etapa profesional, el agujero persiste (no solo por el síndrome de la impostora, del que ya hablé en este blog anteriormente). Un análisis que hizo la empresa tecnológica Hewlett-Packard mostró que las mujeres solicitaban una promoción interna solo cuando creían que cumplían con el 100% de las condiciones enumeradas para el puesto. Los hombres se postulaban con un 60%. En cuestión de salarios, nos pasa lo mismo. Según un estudio realizado por Linda Babcock, profesora de Carnegie Mellon University, los hombres negocian cuatro veces más que las mujeres y cuando ellas lo hacen, piden un 30% menos.

Obviamente, la confianza (o su ausencia) no es el único obstáculo al que nos enfrentamos (o siguiendo el símil de la tubería, el único agujero porque el que nos perdemos), pero mi abuelo también me enseñó a ser posibilista y cambiar lo que está en mi mano (sin dejar por ello de luchar contra lo que no está en mi mano). Así que toca trabajar para restaurar ese puente en nuestras niñas, jóvenes y nosotras mismas. Como diría Helen Keller: “No soy la única, pero aún así soy alguien. No puedo hacer todo, pero aún así puedo hacer algo; y justo porque no lo puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo”.

“¡Científica tenías que ser!”

25/06/2019 en Miradas invitadas por Doce Miradas

(A) Ángela Bernardo (León, 1988). Soy licenciada en Biotecnología y trabajo como redactora en Civio, una organización sin ánimo de lucro que lleva a cabo investigaciones periodísticas en diversos ámbitos, incluida la salud. Además, realizo la tesis doctoral a tiempo parcial en Bioderecho y Bioética. Estudio las implicaciones de la edición genómica y su relación con la libertad de investigación.

(G) Guillermo Lazcoz (Vitoria-Gasteiz, 1991). Licenciado en leyes. Mi interés por la bioética me hizo volver a la universidad. Ahora desarrollo una tesis sobre las decisiones algorítmicas aplicadas al campo de la salud, eso que los gurús de la autoexplotación llamaban BigData y ahora pronuncian InteligenciaArtificial. Trato de mantener una línea paralela de investigación sobre prácticas de maternidad subrogada.


 A continuación, nuestra conversación:

(G) Desde la creación en 1915 de la Residencia de Señoritas, dirigida por la ilustre vitoriana María de Maeztu, para fomentar el acceso de las mujeres a la enseñanza superior, la universidad ha cambiado radicalmente, a mejor. Es más, desde 1985 y hasta la fecha, las mujeres son mayoría entre el alumnado universitario. Y, sin embargo, hemos constatado que hoy tan solo representan el 14% del rectorado que dirige nuestras universidades o el 20,8% del profesorado catedrático, ¿quién expulsa a las mujeres del poder en la universidad?

(A) Los datos nos dicen que, a medida que pasan los años y a mayor escala profesional, la representación femenina se reduce gradualmente. Según los últimos estudios oficiales, hoy en día el porcentaje de mujeres menores de 30 años asciende al 60,5% en la universidad pública. Sin embargo, la tasa baja hasta el 26,4% si hablamos del personal docente e investigador mayor de 60 años. Pero ojo, la reducción no se produce solo en la universidad, sino que en los organismos públicos de investigación, como el CSIC o el Instituto de Salud Carlos III, la proporción de mujeres en los escalafones más altos es solo del 25%. Esta disminución ocurre de forma progresiva y da lugar al llamado “gráfico de tijera”, que muestra el injustificado drenaje de mujeres a lo largo de su carrera investigadora o universitaria, como se observa en las siguientes imágenes.

 

(G) Y, sin embargo, la academia guarda una perfecta apariencia de pureza. Es más, no son pocos los estudios que llegan a la conclusión de que la situación general es de neutralidad de género. En Derecho a esto lo llamamos la igualdad formal ante la Ley (artículo 14 de la Constitución), la Ley es igual para todos, luego el problema debe ser otro. Y bajo toda esa normalidad, los Nobel y la mayoría de premios científicos, siguen recayendo en vitrinas de hombres de forma abrumadora. ¿El efecto Matilda?

 

(A)  No existe un factor único que explique la desigualdad en investigación. Para progresar en la carrera científica, por ejemplo, es importante publicar y que otros colegas citen tus trabajos. Curiosamente, hay ciertas evidencias que apuntan a que los artículos publicados por mujeres se citan menos, como se ha mostrado en áreas como las Ciencias Políticas y la Astronomía. Una posible explicación es el fenómeno de la autocita, que parece ser más habitual en hombres. También suele haber menos mujeres en la organización de eventos académicos, pero cuando los organizan ellas, aumenta la cifra de científicas como ponentes; que, por cierto, son más proclives a rechazar ser conferenciantes en un congreso. ¿Puede haber cargas familiares detrás que lo expliquen? ¿O tal vez sea el famoso síndrome del impostor?

(G) Es interesante ver, desde un acercamiento nada científico, cómo el “gráfico de tijera” empieza a recortar de forma significativa la presencia de las mujeres en la carrera científica a partir de los 30 años. Intuitivamente todo esto me lleva a las investigaciones de la catedrática Sara de la Rica sobre la brecha salarial; señala que dicha brecha comienza precisamente a partir de los 30 años, cuando las mujeres deciden ser madres.

(A) Sí, no solo sucede en ciencia, claro, pero las peculiaridades de la profesión penalizan a las investigadoras. De hecho, hace unos meses lo denunciaron con la campaña #OCientíficaOMadre, ¿la recuerdas? Si bien es cierto que hubo algunos cambios legislativos, haber sido madre recientemente te impide acceder todavía hoy, por ejemplo, a uno de los contratos de investigación más prestigiosos en España, los Ramón y Cajal. Hablando de iniciativas, en 2018 se importó a España el manifiesto @No_Sin_Mujeres, por el que académicos de ciencias sociales se comprometen públicamente a no participar en ningún evento académico de más de dos ponentes donde no haya al menos una mujer en calidad de experta.

(G) Efectivamente, y lo firmé con cierto entusiasmo, pero sigo viendo demasiadas mesas que cojean de la misma pata, creo que necesitamos ir mucho más allá; no sería complicado demandar que publicásemos datos sobre el impacto de género que tienen nuestras carreras investigadoras, quiero decir, ¿cómo citamos? ¿a quién contratamos o promocionamos? ¿quiénes participan en los eventos académicos que organizamos? Todo es ponerse, ¿alguno se anima?

(A) Volviendo a la carrera de obstáculos… La carrera científica es particularmente precaria en España.

(G) Sí, nos llenamos de emoción con la llegada del Ministro astronauta, pero nos encontramos, una vez más, con agua de borrajas. Temporalidad y salarios por los suelos no parecen la mejor fórmula para retener el talento de quien asume (por imperativo cultural) de forma mayoritaria el trabajo reproductivo y de cuidados en nuestra sociedad.

(A) Es curioso, porque también existen barreras a la hora de pensar qué quieres llegar a ser. Pero no ocurre solo en la edad adulta, sino desde la infancia. Por ejemplo, la iniciativa “Dibuja un científico” nos enseñó cómo los estereotipos culturales, también aquellos relacionados con la investigación, se aprenden con la edad. Para evitarlo necesitamos educación, sí, pero también visibilidad. Mostrar que hay mujeres que han llegado a la investigación y han desarrollado carreras extraordinarias. En otras palabras, que el papel de las científicas no se reduzca solo a las brillantes Marie Curie y a Rosalind Franklin.

(G) Y enterrar la sinrazón patriarcal.

(A) Porque como decía Emily Dickinson, “ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos de pie”. Pero para ponernos de pie, tenemos que poner patas arriba la investigación en términos de género, literalmente.

(G) Amén.