Se llamaba Manuel

30/01/2018 en Doce Miradas

Yo no era la Amanda que le esperaba a la salida de la fábrica, como imaginó Víctor Jara. Esta historia no tiene nada que ver con aquella.

Se llamaba Manuel, y tendría no más de 15 años, porque era repetidor y estaba en el curso inferior, y yo a punto de  aventurarme en el inescrutable mundo del bachillerato. Se llamaba Manuel, y de entre todos los alumnos y alumnas de aquella época, recuerdo su nombre, porque cada mañana se me acercaba, confiado, de frente, me miraba y acompañado del coro de risas de sus compañeros, me llamaba puta. Cada mañana. Manuel.

Buscando mis respuestas

Me llevó un tiempo responderme a las dos preguntas clave: ¿Por qué a mí? ¿Por qué “puta”?

Aunque ahora resulte obvio, aunque nuestra capacidad de entender nos devuelva inmediatamente la respuesta, no fue fácil. Durante tiempo quise comprender, y resolver, los motivos que desencadenaron la especial inquina contra mí, para salir de aquello, para no merecerlo. Sin ser capaz de entenderlo, la lección fue otra bien distinta: entendí claramente que me convenía evitar a Manuel en los pasillos, y aprendí a llegar a clase antes que él, o después; a esperar hasta que él salía al patio para ir hacia otro lugar, a mirar siempre antes de entrar o de salir.

Aprendí a tener miedo a alguien que simplemente quiso experimentar su capacidad de dominar. Contra mí.

Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que llegué a entender que aquello fue aleatorio, que me tocó a mí, pero que le podría haber sido (tal vez así ocurrió) a cualquier otra.

Si queremos entender la dominación, hay que buscar las claves en los verdugos, no en las víctimas.

Lo de “puta” me llevó todavía más tiempo. De hecho, acabo de entenderlo, como quien dice. Leyendo “La creación del Patriarcado”, de Gerda Lerner, empiezo a ver a qué responde esa obsesión por todo lo sexual. Y entiendo mejor a qué se refería Freud cuando dijo que “el destino de las mujeres es su biología”.

El uso y el control físico y simbólico de la sexualidad de las mujeres es uno de los renglones torcidos en los que se ha escrito la Historia de la Humanidad, que tantas veces se asimila, erróneamente, con la Historia de los Hombres. “La sexualidad de las mujeres, es decir, sus capacidades y servicios sexuales y reproductivos, se convirtió en una mercancía necesaria, un recurso para afianzar o debilitar el poder de las comunidades”, dice Lerner.

Ellos comerciaron con la sexualidad, la catalogaron como decente o indecente en función de sus intereses; nos colocaron a un lado o al otro de la línea, pero siempre sobre la misma base: si nuestro cuerpo es lo que nos da valor social, ese cuerpo y su uso nos definen, y ellos lo convierten en nuestra identidad.

“Puta” es un insulto en boca de los abusadores, y es también la reminiscencia del pensamiento que, durante siglos, ha establecido lo correcto y lo incorrecto, siempre sobre la base de los servicios sexuales que las mujeres estamos llamadas a prestar. Será decente (y gratis) dentro de la unidad de la familia y con el objetivo de procrear. Y será marginal (y bajo precio) en el resto de los casos.

Llevado al extremo, no parece tan absurda la distopía de Margaret Atwood, The Handmaid’s Tale, ¿verdad? Un sistema social, político y económico organizado sobre el mercadeo reproductivo: ellas criadas al servicio de la procreación, ellos al mando.

Ni el propio Manuel lo sabía, pero siglos de dominación brotaba de su boca cada mañana.

Las mujeres, decía Simone de Beauvoir, no tenemos Historia. Tal vez si la conociésemos más y mejor seríamos capaces de enfrentarnos a la inercia que hace que se repita una y otra vez.

Lección aprendida

Las mujeres aprendemos a tener miedo como aprendemos a caminar: al principio sin saber bien qué hacer con esa sensación de vértigo, y al poco tiempo, casi de forma automática, a paso ligero a través de nuestros terrores.

Aprendemos cuando súbitamente, un verano, nos colocan una pieza superior en el bikini porque “los chicos nos miran”; una no entiende nada, salvo que ese cuerpo que aún ni ha descubierto es un territorio aparentemente peligroso.

Perfeccionamos ese miedo cada vez que tenemos que decidir qué calle tomar para regresar a casa. Cada vez que pedimos a un amigo que se quede esperando hasta que entremos al portal, a salvo (aparentemente).

Cada vez que nos toca organizarnos para volver a casa, y lo hacemos como quien se prepara para el desembarco de Normandía, estudiando posibles vías de ataque y alternativas para la huida.

Ese miedo es imperceptible para muchos hombres. Muchos han tomado conciencia de él, y aun a riesgo de generalizar, y ser injusta, diría que lo han hecho gracias a las mujeres próximas, a sus amigas, hermanas, parejas, compañeras. Que no se han puesto las gafas: se las hemos ido colocando nosotras, con el discurso constante que tantas veces tanto les incomoda.

Hace unos días encontré esta reflexión en Twitter; creo que ilustra bastante bien a qué me refiero.

 

 

 

 

 

 

 

 

Me gustaría saber qué ha sido de Manuel. Imagino a veces lo previsible, pero quiero pensar que los caminos que se trazan en la vida avanzan hacia cruces, y que es posible cambiar la dirección.

Es posible que él también quiera saber de mí. Que le interese saber si continué siendo tan cobarde, o si depuré mis tácticas de escape; si, en definitiva, aquello me hizo aprender.

Si por casualidad lees esto, Manuel (vale, es harto improbable que un joven así acabe en un blog feminista, pero quién sabe) te gustará saber que, en efecto, aprendí a tener miedo.

Punto para ti.

Pero no te envalentones: no fue mérito exclusivo tuyo. Llevamos siglos sintiendo miedo, aprendiendo a volar con un ala menos, caminando por la mitad de la calle, durante la mitad de las horas, con la mitad de las fuerzas que se necesitan para soñar.
Los Manueles de nuestras vidas tienen nombre, pero hay otros muchos anónimos.
Los que recordamos son solo la punta del iceberg de un aprendizaje cuasi universal.

Bonnus Track.

Esta cuestión del abuso entre las y los jóvenes no es una preocupación nueva, y está escalando posiciones en todas las agendas educativas. Afortunadamente. Como todos los fenómenos sociales y culturales, es necesario enfocarlo también desde la perspectiva de género, porque solo mirándolo (también) con las gafas lilas podremos llegar a entender, y atacar, su dimensión real.
Por dejar una nota positiva, diría que, entre otros motivos a raíz de la popular serie “13 Reasons Why” de Netflix, y gracias sobre todo a su éxito entre las y los adolescentes, las implicaciones del Bullying escolar desde la perspectiva de género están incorporándose en los programas de sensibilización y formación para hacer frente al abuso en los centros escolares.
Punto para el resto, Manuel.

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Pilar Kaltzada

Periodista. Suelo escribir, leer, pensar y dudar, no siempre en ese orden. La mayoría de las veces no soy partidaria… Cuando descubrí que lo esencial es invisible a los ojos me quedé más tranquila, porque muchas de las cosas que veo no me gustan. Yo, por si acaso, sigo mirando.

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