Este es otro post colaborativo, pero este es especial. Es para decir que le damos al botón del Pause. Que estaremos ausentes por una temporada. Que nos vendrá bien el silencio externo para poder escucharnos. Porque queremos, porque lo necesitamos. Decía Heráclito que, si hay algo permanente, es el cambio. Y si el mundo cambia, ...read more
Llega a casa agotada, sin ganas ni de tumbarse en la cama, porque sabe que, aunque el cansancio cerrará sus ojos, a media noche se despertará sobresaltada. Lleva meses así, en un sueño inquieto en el que aparece alguno de sus pacientes, cualquiera de esos ojos asustados que le miran desde el box de la ...read more
Soy Rosa Fernández Cerdán. Me dedico al diseño de servicios y estratégico. Y creo en el diseño como un potente catalizador de cambio para mejorar la vida de las personas y los entornos o sistemas con los que interactuamos. Adoptando diferentes roles y combinando una mirada creativa y analítica al mismo tiempo, he trabajado con ...read more
A pesar de que el bueno de Boccaccio dijo aquello de que “el arte es ajeno al espíritu de las mujeres”, o de generosas opiniones como la de Auguste Renoir, para quien la mujer artista era “sencillamente ridícula”, desde niñas se nos anima a escribir, a pintar, dibujar, actuar, cantar… y las convenciones sociales nos ...read more
Acompañadme en este recorrido intelectual y sentimental por el que he transitado en las últimas semanas: una novela me ha llevado a las it girls, de ahí he pasado a las flappers y ya veremos a dónde nos lleva esta reflexión mía sobre las mujeres en la historia y en la cultura popular.
Todo empezó con una novela
La novela es Betibú, de Claudia Piñeiro, una escritora argentina que cultiva, entre otros, el género negropolicial. Betibú es su décima novela. La publicó en 2011.
La protagonista de Betibú es Nurit Iscar, una escritora en horas bajas que tiene que aceptar un trabajo puramente alimenticio, contratada, además, por un examante que no se portó bien con ella y le puso el sobrenombre de Betibú porque, según él, se parecía a Betty Boop, el dibujo animado creado por Grim Natwick en 1930.
Betty Boop
(commons.wikimedia.org)
Piñeiro dedica un par de páginas a hablar de Betty Boop. Una de las amigas de la protagonista dice de ella que encarna el prototipo de mujer “sexy y mandada” y, como me ha hecho gracia la expresión, la he puesto en el título del artículo.
¿En quién se inspiró Betty Boop?
Hay quien dice que, para crear a Betty Boop, Natwick se inspiró en la actriz Helen Kane y así lo defiende Piñeiro en la novela;hay quien dice, en cambio, que se inspiró en otra actriz: Clara Bow.
En realidad, pudo haberse inspirado en las dos, pues, además de parecerse físicamente, Kane y Bow llevaron vidas bastante paralelas.
Las dos eran neoyorkinas (Bow nació en Brooklyn y Kane en el Bronx) y coetáneas (Kane nació un año y seis días antes que Bow y murió un año y un día después), fueron tremendamente conocidas y populares en su época (Bow llegó a recibir 45.000 cartas de admiradores en un mes; en cuanto a Kane, se comercializaron muñecas que llevaban su nombre y se organizabanconcursos de imitadoras de su aspecto) y las dos se comportaban pública y privadamente de manera “escandalosa”.
Bow, además, fue la primera it girl de la historia (la empezaron a llamar así después de protagonizar la película It) y tanto ella como Kane, por sus papeles de “marimacho” y desenvueltas, encarnaron el espíritu flapper de la época.
¿Qué fueron las flappers? ¿Qué fue de ellas?
Copio y adapto de Wikipedia una definición básica de flapper:
Flapper es un anglicismo que se utilizaba en los años 1920 para referirse a un nuevo estilo de vida de mujeres jóvenes que usaban faldas cortas, no llevaban corsé, lucían un corte de cabello especial (denominado bob cut), escuchaban música no convencional para esa época (jazz) ytambién la bailaban. Usaban mucho maquillaje, bebían licores fuertes, fumaban y conducían. En general, su conducta suponía un desafío a lo que entonces se consideraba socialmente correcto.
Las flappers, además de una disidencia estética, que ha sido la que más ha perdurado, también supusieron una disidencia ética, un profundo cambio en el estilo de vida de las mujeres, porque hablaban abiertamente de sexo y de contracepción y ponían el pie en lugares públicos, lúdicos y laborales, que hasta entonces habían sido solo de y para hombres.
Pero su apuesta ética, que fue poderosa y nada desdeñable, se ha diluido, hasta perderse, diría yo, pues de ellas en el imaginario colectivo ha quedado poco más que las faldas, los collares largos y los tacones; han quedado reducidas a lo accesorio. Quizás porque su “reinado” acabó abruptamente, en 1929, con el crash de Wall Street, la subsiguiente Gran Depresión de los años 1930, su reacción conservadora y el despertar del extremismo religioso, tan dañiño todo ello para las libertades, especialmente las de las mujeres.
¿A qué os suena esto?
Salta a los ojos el paralelismo con lo que vivimos hoy en día. Por eso me he acordado irremediablemente de un libro que en su época marcó mi formación emocional: se trata de Reacción, de Susan Faludi, y habla (o hablaba, porque se publicó en Estados Unidos en 1991, hace ya un tiempecito) de esto mismo, de cómo en los años 1980 “antes de que los logros feministas llegaran a consolidarse en un auténtico cambio institucional, se desató un vasto e insidioso contraataque, en muy diversos frentes”. Uno de esos frentes, muy virulento, fue la cultura popular.
Susan Faludi, que cumple años el mismo día que yo, maneja y defiende brillantemente la tesis de que varias veces en la historia, cuando las mujeres estamos a puntito de lograrlo, de consolidar nuestro poder, ¡zasca!, viene una ola reaccionaria que vuelve a ponernos «en nuestro sitio”.
He vuelto a hojear Reacción (Backlass) y he redescubierto con sorpresa que la cuarta parte se titula “Repercusión de la reacción sobre la mente, el trabajo y el cuerpo de las mujeres” , uno de sus apartados “Los salarios de la reacción: sus repercusiones para las mujeres empleadas” y otro “Los derechos reproductivos bajo la reacción: invasión del cuerpo de la mujer”.
En fin, todo este recorrido mío ha sido para concluir en algo que ya sabíamos: que los avances en la conquista de la igualdad no han sido continuos ni lineales, que hemos conocido épocas de progreso y épocas de retroceso. Y es evidente que ahora nos toca recorrer lo ya andado y, en parte, volver a empezar. ¿Desde la casilla de salida?
Isabel Iglesias (@enpalabras) es consultora especializada en el análisis estratégico y dinamización de la información. Investigadora de nuevas realidades, alérgica a los tópicos, bloguera… Y desde hace un tiempo productora, aportando un granito de arena a esas nuevas realidades por descubrir con la película Máscaras.
No “mujer empresaria”, ni “emprendedora”. Y, puesto que me toca firmar en la parte contratante como empleadora, tampoco me gusta la palabra “autónoma” ni lo de “por cuenta propia”. Soy empresaria y trabajadora de mi empresa. Pero mejor me explico y empiezo por el final.
Como trabajadora, quisiera horarios, vacaciones y derecho a una baja sin que apareciera la inspección de trabajo. Asumo que, si las cosas no funcionan, voy a perder la inversión realizada, pero, al menos, tras haber estado años contribuyendo a la caja común (¿?) de la Seguridad Social, la que mantiene al resto, porque para quienes cotizamos al régimen especial de trabajo autónomo tres meses de impago implican embargo directo, al menos me gustaría que el derecho a paro me garantizara un paréntesis mínimo para reenfocar mi vida. Pero las cosas nunca fueron así ni han mejorado con la última reforma gubernamental.
Lo de “trabajadora autónoma” simplemente no es correcto (tampoco en masculino), porque lo de ir por libre implica asumir todas las responsabilidades y eso se traduce en dependencias múltiples. Y ya no lo digo por los horarios interminables ni por el exceso de trabajo, sino por lo complicado que resulta averiguar, cuando las cosas no marchan, si has fallado en el diseño del servicio, en el de la oferta, en la venta o en la ejecución. O tal vez no estás eligiendo bien tus relaciones, o el segmento de mercado… Pero, ¿con quién lo hablas? Lo de “autonomía” se traduce más bien en “indefensión”. En mi caso, recuerdo haberme sentido reconfortada cuando me encontré con la declaración de consultoría artesana.
La confusión no es sólo terminológica, sino también conceptual, porque no se trata de generar el propio puesto de trabajo, sino el contexto en el que realizar tu trabajo y a la vez conseguir ingresos para poder vivir de esa actividad. Y esto me lleva a lo de “por cuenta propia”. Sí, es cierto, las decisiones son mías, pero el precio es alto, así que, igual que asumo la responsabilidad sobre mis errores (las micropymes no cotizamos en bolsa, de manera que no hay fondos ciudadanos para cubrir las pérdidas), reclamo el derecho a no tener que soportar esta queja que no cesa contra al sistema, como si no formáramos parte de él. Y aquí entra lo de “emprendedora”, porque ¿es que hay alguna otra forma de concebir la propia vida?
La presión en este asunto del emprendimiento, que con la crisis se está haciendo insoportable, no es sino el ilusorio intento de encubrimiento y control sobre las escandalosas cifras del paro, al tiempo que se impulsa la nueva versión de la industria del ladrillo: el consumismo (que no el uso) de lo digital y la lucha por su control. El monopoly se juega en círculos cada vez más restringidos porque tras la burbuja de las start ups las cifras demuestran que la media de edad en las nuevas altas en el régimen de trabajo autónomo supera los cuarenta años, y cabe preguntarse qué eran antes esas personas a las que ahora se llama “emprendedoras”.
Cuando Noemí Pastor me invitó a escribir una colaboración para Doce Miradas, me sugirió que podía aprovechar para hablar de mi libro, pero como su origen ya se explica en la introducción, me pareció más justo escribir en primera persona el espíritu que intenta recoger, que no es otro que poner de manifiesto
la constante omisión, por pudor, cuando no malintencionado olvido, respecto a la inexistencia de datos que relacionen el trabajo y la ocupación de las mujeres con el dinero, y de legitimar sus intereses y aportaciones económicas, incluso cuando estas se referían claramente a “actividades extradomésticas remuneradas”.
Tras la expresión de “actividades extradomésticas remuneradas” se han ocultado de forma sistemática auténticas iniciativas empresariales que en muchos casos no solo constituían el único soporte de la economía familiar, sino que también crearon y dinamizaron auténticas redes comerciales. Y todo esto en una época en la que la tradición, pero sobre todo la ley, prohibía a las mujeres ejercer y liderar ningún tipo de actividad económica remunerada e incluso disponer de su propio dinero en casos de herencias. ¿Y ahora que las leyes han cambiado? Pues hemos pasado de la invisibilidad a ser objeto de deseo para las marcas. A lo de generadoras de riqueza y empleo, en cambio, aun le falta.
El libro se titula Empresarias Xubiladas, una categoría difícil de rastrear en fuentes documentales tradicionales, pero también en Internet, lo cual es lógico, ya que no deja de ser un reflejo de lo no virtual, como se pone de manifiesto en la red que se va tejiendo en torno a las Doce Miradas de esta casa. Por eso, más que un libro, diría que es la publicación de un enfoque de estudio sobre la radiografía de esa amplia realidad que se escurre entre las empresarias millonarias que saltan a los titulares y la mujer trabajadora por cuenta ajena. El objetivo eran empresarias “de a pie”, cuya “supuesta falta de excepcionalidad” no suele merecer la categoría de referenciable en los canales oficiales.
No quiero decir con esto que no sea importante abordar la presencia de las mujeres en los consejos de administración de grandes empresas o en las elites del poder, pero, y a la vista está, ¿presencia implica participación?, ¿de verdad interesa reivindicar un sistema que no reconoce la necesidad y el valor de la diferencia? ¿De qué sirve hablar de sexismo en las finanzas, sin tener en cuenta que el dinero solo sigue las rutas ya trazadas?
El problema es que los círculos de poder son egocéntricos, autocomplacientes. Se miran mucho y hacen poco. Casi siempre, para quienes los persiguen, el objetivo no es “hacer”, sino “entrar”, ser reconocido. Por eso creo que no se trata de asaltar el espacio, sino de buscar mecanismos para provocar cambios en esas reglas de juego que solo permiten los relevos imprescindibles y en las que, sencillamente, las mujeres no hemos estado.
Y le llega el turno a la palabra empresario, ria, que sólo en su cuarta acepción recoge (en masculino, eso sí) lo que supone más del 90 % del tejido productivo: “titular propietario o directivo de una industria, negocio o empresa”. Pero en realidad no sé si debo criticar este sesgo concreto de la RAE cuando, tras años de “militancia” en las organizaciones empresariales (sectoriales, geográficas, grandes y pequeñas), en ocasiones he tenido callar ante reproches que señalaban que luce más apuntarse a saraos que a cargos de representación. Sí, a algunas habría que pedirles que devuelvan sus derechos.
Sello conmemorativo de Nellie Cashman, empresaria irlando-estadounidense (1845-1925)
Cierto que la explicación es algo más compleja, pero, si queremos cambiar las reglas del juego, hay que salir a jugar. Ya hemos aprendido a asumir riesgos, a iniciar nuevos caminos, a convivir con la posibilidad del fracaso. Ya no queremos esa imagen de eternas principiantes. Las mujeres empresarias estamos asumiendo, junto con los hombres empresarios, la complicada tarea de responsabilizarnos en la toma de decisiones en los difíciles retos de esta dura etapa.
Parecía que no iba a llegar nunca, pero llega. Quedan solo tres semanas para celebrar el primer aniversario de Doce Miradas con un evento rompedor.
Será el miércoles 28 de mayo a las 17:30 en la Universidad de Deusto, concretamente en el auditorio de La Comercial del campus de Bilbao. La asistencia será libre y gratuita, pero necesitamos que os inscribáis. Traed, si queréis, a vuestras hijas e hijos.
¿Qué vamos a hacer? En primer lugar, repasar este año que ha transcurrido en vuestra compañía, en la de las miradas invitadas en especial, y daros las gracias por ello.
Luego vendrá el plato fuerte, con dos personas expertas: Maru Sarasola, consultora en igualdad, e Ibon Uribe, alcalde de Galdakao y miembro del Observatorio de la Violencia de Género de Bizkaia, en representación de la Asociación de Municipios Vascos (EUDEL). ¿De qué hablaremos? Pues de nuestro libro: los techos de cristal, la representación o infrarrepresentación de las mujeres en la vida pública y en los foros de decisión, los estereotipos dañinos…
A continuación celebraremos un coloquio lo más abierto y participativo posible y acabaremos tomando un vinito de Remírez de Ganuza.
¿Quién va a estar con nosotras? Además de Maru e Ibon, Pernan Goñi con su graphic recording, Iñigo Ibáñez haciendo fotos y Josi Sierra emitiendo en streaming.
Por supuesto que intentaremos reunirnos físicamente las Doce Miradas, cosa que hasta hoy nunca ha sucedido. ¿Cómo nos reconoceréis de entre los centenares de miles de personas que acudirán a nuestro evento? Muy fácil: luciremos los broches de la foto, diseño exclusivísimo para nosotras y solo para nosotras, a cargo de May Serrano.
Entonces, ¿qué?, ¿qué os parece el plan? ¿Nos juntamos ese día y rompemos varios techos? No necesitáis traer la herramienta. Os la proporcionamos nosotras.
Cuándo: miércoles 28 de mayo a las 17:30. Dónde: auditorio de La Comercial, Universidad de Deusto (campus de Bilbao). Inscripción: formulario.
Soledad Murillo de la Vega, @soledad_murillo, ha ocupado el primer cargo político en materia de igualdad en la legislatura 2004-2008 como Secretaria General de Políticas de Igualdad y ha participado activamente en la Ley contra la Violencia de Género y la Ley de Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres. Actualmente es miembro de CEDAW, el Comité Antidiscriminación de la Mujer de Naciones Unidas. Es también profesora de Sociología en la Universidad de Salamanca.
Formé parte de CEDAW durante cuatro años y desde el comienzo me llamó la atención cómo explican los gobiernos lo que ocurre en sus respectivos países con la violencia de género. Pero empezaré exponiendo que la misión de CEDAW es preguntar sobre las políticas públicas de igualdad y formular preguntas que abarcan todas las materias susceptibles de discriminación, desde la violencia hasta el empleo. A esta información es preciso sumar los informes sombra (shadow report), llamados así por proceder de los datos que recogen las organizaciones de la sociedad civil, cuya confidencialidad resulta básica respecto a los respectivos gobiernos, y que representan una valiosa oportunidad para conocer los problemas menos visibles.
Por supuesto, el informe oficial de cada estado nos muestra su mejor cara sobre su legislación o sobre su agenda política, de la que deberá dar cuenta en largas sesiones en Naciones Unidas, desde las 10 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Quiero compartir las respuestas que dan los estados a la violencia de género, o todo lo contrario, su falta de actuación eficaz. La mayoría de las veces, lejos de asumir sus responsabilidades, nos dan razones, presupuestaria o políticas, que los liberan de su acción de gobierno.
Pero lo que me llama más la atención es que en ocasiones, lejos de tomar decisiones, deciden no decidir y se justifican por ello. Resulta común tratar los derechos de las mujeres como si fueran fruto de una concesión y estuvieran expuestos a la comprensión de quien los administra. Demasiadas veces se apela a la sensibilidad de quienes diseñan las políticas públicas contra la violencia, cuando es urgente abordar la aplicación de leyes que ya existen en la mayoría de los países desarrollados, pero que no se aplican. Esta falta de aplicación viene a demostrar que el derecho a vivir sin violencia, como rasgo fundamental de los estados de derecho, no se cumple en ningún país del mundo.
Por citar solo alguna de las formas de violencia habituales, en muchos países islámicos las mujeres aún requieren el consentimiento de un varón para solicitar un pasaporte o trasmitir su herencia o nacionalidad a sus hijos e hijas, porque así lo marcan las leyes. No son tampoco una excepción los estados que consienten el abandono escolar de las niñas por matrimonios precoces, en países donde lo habitual es superar viajes diarios llenos de peligros para acudir al colegio. Y hay casos más graves: en Jordania una niña embarazada, es decir violada, no puede volver a estudiar. Curiosa paradoja: un país con una reina occidental y unas leyes medievales. Pero las niñas son consideradas esposas antes que escolares y dejan el colegio por una boda ilegal; digo ilegal puesto que puede suceder que la ley lo prohíba y al mismo tiempo las autoridades lo consientan. Los matrimonios forzosos se dan en cualquier continente, idioma, religión o clase social, de acuerdo con pactos familiares que se rigen por el mismo esquema: una niña de temprana edad con un esposo de mayor edad. Además, dar a luz sin ser físicamente madura trae consigo fístulas y sufrimientos psicológicos, como ocurre en Etiopía o India. En 2008, Nuyood Ali, una niña del Yemen de diez años, pidió ayuda a un tribunal urbano para divorciarse de un hombre de treinta y tantos. Su valentía dio origen a un libro cuyo título sobrecogió al mundo: «Soy Nuyood, tengo diez años y estoy divorciada».
El mapa de la violencia no entiende de fronteras. En 2004 Christine Ockrent recogió en un texto titulado «El Libro Negro de la Condición de la Mujer» los ilimitados ejemplos que existen en el mundo para ejercer la violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujeres. O, como expresa el artículo primero de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, aprobada por Naciones Unidas en 1993, por su pertenencia al sexo femenino. Esto viene a mostrar la especificidad de las formas de violencia, provista además de una crueldad que no guarda equivalencia con otros tipos de violencia. Por ejemplo, en la República Democrática del Congo la culpabilidad y el estigma que sufren las mujeres violadas llega al repudio de su familia; ni siquiera pueden ser víctimas. En Yemen, como en otros 52 países en el mundo, la ley permite la violación dentro del matrimonio.
Sin embargo, una nueva forma de violencia sobre la que aún no hemos reflexionado lo suficiente son los vientres de alquiler, un asunto sobre el que Naciones Unidas aún no ha tomado medidas, dado que es un fenómeno relativamente nuevo, pero muy preocupante. Si bien en Europa está prohibida esta mercantilización del cuerpo de la mujer, en India hay granjas, literalmente denominadas así, a las que acuden hombres casados entre ellos o matrimonios heterosexuales, con un objetivo común: mantener su genealogía, su trascendencia. Para ello deciden comprar la gestación de una mujer, quien la vende en términos de necesidad.
La discusión entre donación y subrogación, o compra de úteros, bien merece una reflexión con la debida profundidad, porque desde mi punto de vista se trata de otra forma de violencia que convierte a las mujeres en mercancía.
La imagen de Ghulam, una niña afgana de once años sentada junto a su marido de cuarenta, captada por fotógrafa estadounidense Stephanie Sinclair, fue elegida como mejor fotografía del año por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).
08/04/2014 en Doce Miradas por Mentxu Ramilo Araujo
No entiendo por qué ese afán por preguntar a las niñas y a los niños, cuando tienen que disfrutar de su infancia y adolescencia (que cada vez dicen que se acorta más), qué quieren ser de mayores, para decir la primera barbaridad que se les pase por la cabeza o decir lo que se espera que digan.
Tampoco entiendo por qué hay que ser algo definido, concreto, determinado. Ni por qué hay que planificar la vida desde la tierna infancia y frustrarse si no se es futbolista de élite, estrella de la canción o cualquier otra profesión en la que, trabajando poco y luciendo tipo, se gane mucho dinero, que se supone que es un ingrediente básico para la felicidad.
En fin, como no entiendo tantas cosas de la vida, aprovecharé este espacio para contribuir con mi mirada a lo que, sí o sí, me gustaría ser de mayor. Tras unos cuantos años de andadura por este mundo (aunque aún me falten unos cuantos años para llegar a los 50) y tras escuchar y conversar con personas, que para mí son referencias de vida, puedo decir sin dudar que de mayor quiero ser Catedrática del Sentido Común de la Universidad de la Vida.
Desde siempre me ha fascinado escuchar a las personas mayores en general, y a las mujeres mayores, en particular. Sus vivencias, sus narraciones, su manera de contextualizar y de conectar sus vivencias con las personas que han ido formando parte de sus vidas. Su manera de hilar acontecimientos y de tejer relaciones. ¡Me encanta! Una de estas mujeres de referencia para mí es mi abuela Manuela Carrillo Vicho (en Internet conocida como Manolitablet). No soy objetiva para describirla, pero sabiduría y humor son las dos palabras que mejor definen a mi abuela.
Afortunadamente hay muchísimas Catedráticas del Sentido Común de la Universidad de la Vidapero suelen ser invisibles. Por eso, creo que es fundamental visibilizar y proponer a las generaciones más jóvenes mujeres de referencia que han hecho y siguen haciendo contribuciones (a las Ciencias, a las Ingenierías, a las Artes, a los Feminismos, a la vida en común y en sociedad, etc…) para que merezca la pena vivir nuestras vidas.
Me gusta mucho la iniciativa de la fotógrafa Jaime Moore, quien regaló a su hija Emma en su 5º aniversario fotografías en las que la niña aparece caracterizada como cinco mujeres REALES (no más disfraces de princesas Disney) que, con sus vidas, han contribuido a mejorar las vidas de las demás personas.
En este proyecto, Internet y las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) contribuyen a visibilizar, reconocer y transmitir los conocimientos y saberes de las mujeres rurales de Álava para que las generaciones más jóvenes (que quizá dominan las herramientas tecnológicas, pero tienen poca experiencia vital), (re)conozcan y pongan en valor la sabiduría de sus antecesoras.
El momento social actual está marcado por la palabra crisis y todo lo que ello conlleva. Pero no es la primera, ni será la última crisis que vivamos y que vivan nuestras mayores. Estas mujeres recuerdan muchos momentos en los que ha sido necesario aprender a vivir en una economía de subsistencia, eso que hoy llamamos decrecimiento. Y las mujeres han sido las protagonistas escondidas de esos procesos, mucho más las mujeres rurales que han sido las auténticas gestoras de las economías familiares.
Desde este proyecto queremos recuperar y poner en valor los saberes de las mujeres, apostando por tejer redes solidarias donde los saberes y los conocimientos ocultos y desvalorizados, se visibilicen y reconozcan como valores vitales que abogan por la sostenibilidad, la reutilización, el bien común, el decrecimiento, la solidaridad, los cuidados, o la interdependencia, principios de una nueva economía que ponga en el centro de su desarrollo a las personas en igualdad efectiva de condiciones.
Durante varias sesiones de trabajo, grupos de mujeres de varias localidades alavesas conversan sobre distintos temas relacionados con los saberes transmitidos por sus antecesoras (abuelas y madres), saberes aprendidos y compartidos con mujeres de su edad; y saberes que les gustaría transmitir a las generaciones futuras (hijas, nietas). Las mujeres participantes en estas sesiones descubren vivencias que desconocían de las demás, pese a ser vecinas y conocerse de mucho tiempo. Les parece una manera amena y dinámica de escuchar y compartir vivencias (y tener tiempo para ellas).
Parte de las reflexiones se recogen en el blog del proyecto y se les anima a seguir alimentando este espacio en Internet, o crear su propio blog, para compartir sus experiencias, saberes y reflexiones. También se han filmado las sesiones para documentarlas con la exposición oral de las propias mujeres, con la intención de recoger sus voces, sus memorias y visibilizarlas en Internet, siempre con su consentimiento.
Como hilo conductor de las sesiones de trabajo leemos y comentamos varios fragmentos de un libro que propone retos a las mujeres mayores del siglo XXI: Tan Frescas. Su autora es Anna Freixas Farré, Catedrática Jubilada (y jubilosa) de Escuela Universitaria en la Universidad de Córdoba y también Catedrática de la Universidad de la Vida. Sus investigaciones y publicaciones son una contribución muy importante en el desarrollo de la gerontología feminista.
Entre los elementos de bienestar y salud mental de las mujeres, además del ejercicio físico, el cuidado de la alimentación, la creación de redes de amistad y de salud, Anna Freixas destaca en su “Tan Frescas” la risa. El siguiente párrafo del libro me gusta especialmente, quizá porque me recuerda a mi abuela.
«La risa es la clave que nos indica que hemos aprendido a situarnos en equilibrio entre el pasado y el futuro; que reconocemos el valor de nuestra vida pasada; y que miramos el futuro con perspectiva. Nos reímos reconociéndonos libres y vinculadas. En definitiva, empezamos a tomarnos en serio».
En esta entrevista, Anna Freixas desgrana muchos de los temas que aborda en sus trabajos sobre la evolución de las vidas de las mujeres en las últimas décadas y su manera de vivir su madurez y vejez «con frescura«.
El año pasado conocí a Anna Freixas presentando, antes de jubilarse, los resultados de una investigación sobre la sexualidad de las mujeres a partir de los 50 años. Le escuché reivindicar el hecho de ser “viejas”. Automáticamente me vinieron a la mente las típicas frases: “vieja es la ropa”, “no eres vieja si tienes espíritu joven”, “vieja es una manera despectiva de llamar a una persona mayor”. Pero tras escucharle y conversar con ella, ¡yo también quiero llegar a ser vieja! (además de catedrática), porque nos dijo una frase que se me grabó a fuego:
“Yo ya no tengo la regla; y ya no tengo reglas”.
Espero que no se me olvide esta frase cuando mi ciclo de vida me lleve a la menopausia (afortunadamente gracias al trabajo de Anna, y a otras muchas investigaciones, tenemos también versiones no oficiales narradas por mujeres REALES para comprender este proceso vital lleno de prejuicios). La menopausia invita a las mujeres a reinventarse, empoderarse, liberarse y tomar decisiones pensando, primero, en ellas y luego en los demás (¡qué difícil es esto para muchas mujeres!).
Blanca Urgell Lázaro es doctora en Filología Vasca y profesora titular de la UPV/EHU.
Ha sido Consejera de Cultura del Gobierno Vasco.
Es autora de diversos artículos y libros de su especialidad: la historia del euskera.
Ay. No sé qué puede más, si la tremenda ilusión que me hace que las amigas de Doce Miradas me hayan invitado a estrenarme en este medio, o el miedo-miedito-miedo de no dar la talla. «Tengo más dudas que certezas», o algo así, decía hace poco Iban Zaldua en una entrevista. Y yo soy de ésas. Unas veces porque paso del blanco al negro de un salto, según el humor o el peso de un nuevo argumento. Otras, las más, porque veo tantos matices de gris que me mareo. Ay, me digo. ¿Qué clase de post quieres escribir con ese perfil? ¿De qué sabes tú algo sobre lo que puedas hablar sin sonrojo? ¿A quién piensas convencer, deleitar o emocionar? Pero nada, me digo, parafraseando lo que oí ayer en CSI: más vale no encontrar público escribiendo lo que te convence, que tener público y perderte en lo que escribes. Puede que haga las dos cosas también, convencerme a mi misma y perderme. Según el humor o el peso de un nuevo argumento…
El caso es que muchas de nosotras, independientemente de la preparación y el curriculum que tengamos, damos un perfil amable. Tener un perfil amable siendo mujer preparada es un arma de doble filo. En principio, te abre puertas en un mundo, el de las personas preparadas, en el que los machos alfa abundan por demás, y en el que los mandobles surcan el aire con tanta o más saña que en otros entornos. Y nosotras somos la gorila que baja la mirada ante el macho alfa cuando bate su pecho y que, cuando percibe que la amenaza ha pasado, se aproxima a desparasitarle (Adoro Gorilas en la niebla. Léanse el libro también).
Los machos alfa del mundo intelectual son como todos, pero tienen una peculiaridad que merece la pena señalar (en realidad, probablemente es característica de todos los alfas, pero no suele aparecer en las listas habituales: mirad aquí, por ejemplo; aquí hay un bonito test para ellos): lo saben todo sobre todo, desde las reglas del ping-pong a la física cuántica, excepto en aquellos campos que ellos mismos han declarado abominables, sea el fútbol, sea la novela posterior al Quijote o sean los dos. Y adoran exhibir sus conocimientos. Así que, si tú tienes un perfil amable, a nada que te dejes, acabas sabiendo bastante de reglas de ping-pong y física cuántica, y dejando de leer novela contemporánea, o al menos dejando de hablar de ello. Para eso, además, no hace falta que seas La Pareja: es suficiente con que gravites en torno al grupo que lidera. Y si das un perfil amable y no sabes decir que no, siempre acabas metida en uno o varios de estos grupos.
Siento mucho afecto por varios de los alfa que rodean mi vida, incluidos aquellos que he conocido en los años de inmersión en el mundo de la Cultura, donde adoptan las plumas o las pieles más variopintas que una antropóloga pueda imaginar. Pero, ¿sabes? son tan protectores, lo tienen todo tan claro, razonan tan bien en corto, han previsto todo tan anticipadamente que, incluso actuando con la mejor intención del mundo, te humillan. Por ejemplo, tú das una conferencia y lo que puede pasar es que él acabe respondiendo a las preguntas del público, o incluso dando una charla bis sobre el tema. Otro ejemplo, que vivimos juntas muchas mujeres no hace tanto: vosotras os reunís para meditar sobre algo que os concierne, y lo que puede pasar es que él lo tenga todo ya tan pensado, que despliegue todo un programa de pensamiento y acción tan trabado, que sepa tan bien lo que tenéis que hacer, que casi ninguna de vosotras se atreva a abrir el pico.
En cualquier caso, si tienes un perfil amable, también te adoptan por un rato otros machos alfa con los que coincides circunstancialmente, en un congreso, por ejemplo. Para cuando te das cuenta, acabas metida en estos casos en un embrollo difícil de aclarar. Os voy a contar un ejemplo que describe muy bien la experiencia que he tenido de muchas maneras y muchas veces, y que aún me frustra mucho. En un curso de verano en San Sebastián, hace ya muchos años, coincidí en la comida con un profesor catalán que había dado una charla interesante sobre un tema que coincidía, al menos en parte, con mis intereses. No ocultaré que, sin ser Harrison Ford o Robert Redford (era más a lo Ricardo Darín; bueno no, tampoco: ponle gafas, por lo menos), estaba de bastante buen ver. Hablando, hablando, le invité a visitar la oficina del Diccionario General Vasco, y le enseñé el sistema de trabajo: nuestros listados, los textos, el programa informático, etc. Os imagináis la escena: yo habla que te habla, orgullosísima de nuestro trabajo, y él callado escuchando. Atentamente. ¡Qué majo! O eso creía yo. El caso es que, tras la visita, entramos en la primera cafetería que se puso a tiro y, en cuanto tuvimos los cafés y nos sentamos frente a frente, me dijo: “Yo soy un hombre casado”. Tela. Me quedé muerta. ¿Qué he hecho? ¿Qué he dicho? ¿Qué le ha hecho pensar que…? Con la perspectiva que dan los años, pienso que no supo interpretar mi invitación ni mi discurso vehemente (ni yo su silencio, claro). Le chocaron y lo descolocaron. Y entonces, aquel macho alfa catalán de buen ver, tan majo, sólo pudo pensar que yo había desarrollado un cortejo nupcial ante sus ojos. Acabáramos.
Llegada a la mitad de mi vida (risas), pienso si no será el momento de pasarme al otro gran grupo de hembras sobradamente preparadas: las lobas. No una loba solitaria, aquélla que a veces se anima a cazar de noche y llora tanto. No, no. En una loba de las que se han atrevido a formar manada, y campan por sus respetos en el territorio que han conquistado, si bien con frecuencia sufren alguna herida (¡cómo no!) en las escaramuzas que mantienen en sus fronteras. Creo que somos grupos per se antagónicos, las mosquitas muertas y las lobas, y que nos miramos con desconfianza a veces, incluso con odio. Pero cada vez me gustan más estas hembras. Así que, idos preparando, alfas de mi vida y de mi corazón.
25/03/2014 en Doce Miradas por Arantxa Sainz de Murieta
Vivimos en la era de la protección, la era de las políticas de privacidad, de la famosa Ley de Cookies, algo que valoramos y defendemos cuando interactuamos en el ecosistema digital. ¡Bien hecho! Sin embargo, es sorprendente la despreocupación con la que abrimos la puerta de par en par a los medios de comunicación (televisión, radio o prensa) y dejamos, de manera inconsciente, que impactos que van directos a las meninges se cuelen en el hogar, independientemente de la edad del receptor.
La publicidad es una forma muy poderosa de comunicación social, es el “arte de convencer a los consumidores”, el puente entre el producto y la clientela. A nadie se le escapa que, además del objetivo principal de venta, la publicidad tiene una gran influencia en la sociedad de consumo: marca tendencias, crea valores sociales y contribuye a la construcción de estereotipos de género, sexo o raza, entre otros.
El marketing trata de reflejar la realidad de forma idealizada y, es por esto que, se vende a partir de los deseos y se compra para que esos deseos se hagan realidad; en la acción de compra adquirimos un objeto con cuyos atributos queremos identificarnos y, de esta manera, los objetos adquieren identidad propia. Lo apuntaba Charles Revson, ejecutivo de Revlon: “En la fábrica hacemos cosméticos, en la tienda vendemos esperanza”.
Los anunciantes utilizan la figura femenina como una de las mejores fórmulas de persuasión para fomentar el consumo desde un doble rol:
– Como sujeto. Los mensajes publicitarios se dirigen fundamentalmente a la mujer como agente de mayor peso en las decisiones de compra de la unidad familiar. No en vano, alrededor del 80% del total de las compras se realiza por mujeres, tanto para el consumo personal como para el hogar, para hijas/os y, en demasiadas ocasiones, para el marido/pareja.
– Como objeto. Las marcas abusan de la figura femenina como instrumento de persuasión, como reclamo para la venta -incluso cuando no existe relación entre la imagen que muestra el anuncio con el producto anunciado- dejando de lado la capacidad intelectual que ésta posee.
La publicidad se ha ido transformando y adaptando a la evolución de la sociedad; los formas se han modificado, pero no el fondo. La representación de la mujer, sostiene Gérard Imbert (Catedrático de comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III), “ha pasado de ser invisible a ser hipervisible (…) una hipervisibilidad como cuerpo. La hipervisibilidad del cuerpo femenino no implica representación real de la mujer, por lo que ¡paradoja!: la hipervisibilidad de la mujer se convierte en otra forma de invisibilidad”.
Campaña publicitaria: Dolce & Gabbanna, Ryanair y BMW.
¿Cuáles son los estereotipos que se consideran más interesantes para la venta?
Del imaginario social femenino, que los anunciantes proyectan a través de los comerciales, surge la mujer ideal, feliz, espontánea, inteligente, respetable, socialmente aceptable, deseable e influyente. Es complaciente y servicial, físicamente delgada, con el cuerpo perfecto y facciones clásicas, bella.
La mujer objeto, sin calidad de persona -fragmentada en distintas partes: labios, pelo, piernas, etcétera- se utiliza para vender casi todo tipo de producto. Es un clásico en los comerciales de perfumes, desodorantes, cirugías, bebidas, ropa, cosmética y un largo etcétera, en los que resulta más interesante aparecer que ser. Un ejemplo claro son los spots de coches en los que figuran señoras estupendas junto a un estupendo vehículo para asociarlo, tanto con la belleza y la seducción que ella representa, como a la conquista por parte del caballero.
La mujer ama de casa. Utilizada en marcas de productos de limpieza y cuidados, es también madre, trabajadora, sabia y paciente. Se margina y se ubica a la mujer en el espacio exclusivo de la cocina o el cuarto de baño, atenta a cualquier fallo de la estructura doméstica o preocupada por el estado de la familia. Eso sí, la figura masculina entra en escena en el momento en el que hay que resolver cualquier reparación doméstica, por mínima que ésta sea.
La publicidad evoluciona a la par que lo hace la sociedad. ¿En serio? Los anuncios reflejan parcialmente la figura de la mujer trabajadora, ejecutiva, resolutiva y autónoma. Llama la atención que esta imagen se proyecta en comerciales relacionados con la belleza femenina, como si la belleza fuera la razón de su posición. Incluso la liberación de la mujer se ha convertido en un tópico utilizado como argumento para la venta. La mujer “liberada” es hostil, agresiva y despectiva con los hombres; un estereotipo representado mediante la firmeza y el simbólico “tortazo”, una mujer vana y consumidora, que compra por comprar, por la satisfacción ilimitada que le produce el acto de compra.
El descrédito se perpetúa a través de la selección de los aspectos más extravagantes o provocativos de los roles considerados típicamente femeninos, bien de forma explícita o bajo prácticas subliminales, utilizando técnicas de creación de estímulos para introducir mensajes de manera inconsciente. Aquí tenemos algunos ejemplos:
Campaña publicitaria: Heineken, Magnun y Axe.
Al igual que apuntaba Ana Erostarbe en su último post “Sobre la mujer en los medios de comunicación y por qué la voz importa”, la forma en la que las mujeres son proyectadas y percibidas, a través de los medios de comunicación y la publicidad, sustentan imaginarios discriminatorios aceptados como estándares de la sociedad respecto a lo que es o debe ser la mujer ideal. Cuesta comprender la razón por la que pasamos por alto, con total parsimonia, las representaciones que se hacen de los roles femeninos y dejamos a las “Cookies” instalarse cómodamente en el imaginario social.
Por último, si la lógica de mercado lleva a fundamentar las estrategias de marketing en la proyección de estereotipos, podemos concluir que una lógica contraria, por minoritaria, no resulta atractiva para las marcas. Un argumento más que nos sitúa en el “hemos avanzado, sí, pero no tanto”.
Itziar Elizondo (Donostia).
Licenciada en Periodismo por la UPV, ha sido jefa de prensa de Emakunde, asesora de Políticas de Igualdad en la Diputación de Córdoba y coordinadora de proyectos de género en Fundación Directa. Socia fundadora de e-mujeres.net, es coautora “Nosotras 2.0. Mujeres y Redes Sociales” (Ameco, 2011) y “El burka como excusa” (Ed. Saga, 2010).
El futuro iba a ser, por fin, nuestro. Nuestro porque habríamos conseguido reunir toda la inteligencia colectiva necesaria para vivir una vida plena. Una vida en la que el trabajo, el ocio, la cultura, se habrían confabulado para dignificarnos como seres humanos. Por fin habríamos dado en la diana, después de siglos y siglos de brutalidad y barbarie en todas sus formas.
El progreso científico, económico, cultural y social habría permitido un reparto equitativo del trabajo y la riqueza, lo que nos habría llevado a disfrutar del tiempo de una forma equilibrada y feliz: tiempo para cultivarnos, tiempo para amarnos, tiempo para estar solas y solos, tiempo para la amistad y la vida social. Es decir, tiempo para trabajarnos como trabajadores y como personas.
El futuro, nuestro futuro, iba a ser eso: un aliño de vida griega clásica con tecnología. A partir de ese cóctel multiépoca nos habríamos liberado de las pesadas cargas de la supervivencia para habitar formas de vida más imaginativas, afanadas en descubrir y crear; vidas en las que el bienestar de las y los otros constituiría la garantía del nuestro propio.
Y todo ese futuro estaba ahí, a pesar de la bulimia endémica del consumismo. Esa debilidad alimentada por los intereses corporativos nos había construido previamente como seres expuestos a prostituciones de toda índole. Y, sin embargo, lo habríamos conseguido: sociedades en que la racionalidad ilustrada se habría impuesto a la irracionalidad de las religiones, a las dictaduras macroeconómicas, a las esclavitudes consumistas, a las macroverdades del sistema patriarcal. Y nos habríamos salvado. En algún momento del futuro, nos habríamos salvado.
Pero una mañana de 2008, un palabro con connotaciones nauseabundas desencadenó una turbulencia a escala global que cambió nuestras vidas y, de paso, nuestro futuro.
Hipotecas basura, las bautizaron los teólogos económicos.
Y a partir de ahí, ese futuro que podría haber sido nuestro se resquebrajó.
Porque nuestro presente se ha convertido en la selva capitalista en toda su expresión: ayudas, ayudas y ayudas a los bancos (que, sin embargo, no las utilizan para dar crédito a empresas e individuos) y recortes, recortes y más recortes al sistema del bienestar, con la excusa de que es inviable económicamente. No cejan en una cruzada informativa que pretende poner la responsabilidad del descalabro en las conquistas de derechos sociales para tapar a los auténticos responsables: la jauría depredadora del capital que saquea y corrompe para imponer su ley.
Así, en este presente descalabrado, informe y atemorizado, ellos y sus ansias carniceras están construyendo el relato del futuro que les conviene.
Por ahora.
La crisis económica ha servido para evidenciar la auténtica crisis que nos (pre)ocupa: la crisis de la representación y de la gestión política. Las y los políticos europeos se muestran incapaces de defender los intereses generales de la ciudadanía frente al totalitarismo de mercados y corporaciones, cuyas decisiones hoy por hoy aniquilan derechos elementales impunemente.
Porque ahora tú, sí, tú, no eres más que un recurso nimileurista (no te quejes: si ganas mil euros, considérate un recurso humano bien pagad@), a quien más te vale no caer enferm@ ni tener demasiadas aspiraciones universitarias, si careces de recursos económicos. Ni se te ocurra ser mujer monoparental, ni tener un momento de debilidad vital que te impida ser un recurso eficaz, que es para lo que has nacido. Te echarán de la empresa sin más contemplaciones, porque con las llamadas reformas estructurales ya no eres una ciudadana, un ciudadano, una persona con fortalezas y debilidades.
Un robot sin fisuras. Eso es lo que eres, a ver qué te habías pensado.
Un robot obligado a mostrar constantemente su valor añadido: no supones un gasto para el Estado y en tu trabajo no eres –todavía- sustituible, porque produces según los cánones. Y si estás en paro, es tu culpa, porque te lo has montado muy mal, no eres más que el resultado de tu falta de inteligencia estratégica como recurso.
Con este presente, si quieres habitar su futuro tendrás que supeditarte sin matices a sus reglas y a su modelo. A esas reglas que ellos mismos se cargan, como aquella neoliberal de que no hay que proporcionar ningún tipo de ayudas, a no ser de que se trate de los bancos, claro. O el de la libre competencia, cuando se trata de favorecer a amigos o familiares. Y todo con dinero público, claro está.
En lo que respecta al modelo, no sabemos exactamente lo que están tramando. Porque parte del ideario capitalista se basaba en la utopía del progreso, en que la siguiente generación viviese mejor que la anterior y tuviera mayor capacidad de consumo para que la maquinaria funcionase.
Todo apunta a que esto es un laboratorio de pruebas para alcanzar la perfección en un estadio superior de capitalismo. Un capitalismo perfeccionado en el que las reglas de funcionamiento, cuando existen, benefician al capital. El valor trabajo está depauperado. Siempre hay mano de obra más barata en alguna parte. Y cuando los chinos comiencen con esa antigualla de las reivindicaciones laborales, recurriremos a los africanos. Por ahora, ya se ha alcanzado un objetivo importante: aniquilar el modelo social-capitalista europeo con el consentimiento de políticos y alguna protesta ciudadana (movimiento 15M).
El futuro de cualquier sociedad está en la educación, en la investigación y en la cultura. A tenor de las medidas impulsadas por el gobierno conservador español, el futuro de ese territorio llamado España está en ser la pandereta del pasado. Un país repleto de camareros baratos para el turismo y para el consumo interior bruto de bares. Las y los jóvenes más preparados, más emprendedores, y con más capacidad de riesgo están abandonando la España cañí para emigrar a otros países con oportunidades laborales de acuerdo a su formación. Si el modelo alcanza su esplendor, dentro de nada ni eso. Sólo tendrán acceso a un nivel superior de estudios quienes se lo puedan permitir económicamente, y el resto a matarse por una beca.
No nos queda otra que reivindicar la política en mayúsculas. Ello implica el compromiso y la participación de la ciudadanía en todos los frentes, off y online. Vivir, en ese futuro que nos han robado, es una forma de acción política. Cada cual, en su día a día y lugar: en la escuela, en la visita al médico, a la hora de contratar un servicio, opinando en las redes electrónicas. Y, por supuesto, con el voto.
Es eso, o que desaparezca nuestro futuro. Nuestro futuro como ciudadanas y ciudadanos.
La empresaria islandesa Halla Tomasdottir es una firme partidaria de incorporar women values para superar la crisis. En 2007, Halla y su socia, Kristin Petursdottir, fundaron Audur Capital con el objetivo de incorporar mayor diversidad, responsabilidad social y valores femeninos a los servicios financieros. Estos valores incluyen independencia, conciencia de riesgo, comunicación directa, capital emocional y beneficios a partir de unos principios sólidos.
Sin embargo, un pequeño país, de apenas 300.000 habitantes, se ha convertido en el territorio utópico de la decencia democrática: Islandia. La isla de las mujeres, pues son ellas, las responsables políticas y económicas del país, quienes negaron la mayor a la teología neoliberal cuando saltaron las alarmas en plena crisis de deuda, en 2008 al dejar caer a los bancos en vez de rescatarlos y afianzar el estado del bienestar para proteger a las y los ciudadanos. Porque, como apuntan las economistas feministas, el patriarcado está en el origen de las desigualdades y de la desnaturalización de la actividad económica.
La fórmula islandesa para salir de la crisis ha tenido una importante componente feminista, con su primera ministra Jóhanna Sigurðardóttir, feminista y abiertamente lesbiana, a la cabeza que estuvo en el cargo entre 2009 y 2013. En unas declaraciones realizadas a El País, apuntaba: “En los años que precedieron al crash, el sector financiero había sobrepasado todos los límites, corriendo inmensos riesgos, acumulando deuda… podríamos calificarlo de juego. Era una cultura de jóvenes varones de la que las mujeres estaban totalmente ausentes. Y muchos otros actores contribuyeron a exacerbar esa cultura, atribuyendo a los personajes destacados del sector financiero cualidades estrechamente relacionadas con las nociones estereotipadas de masculinidad. Por otro lado, los estudios demuestran que una representación más equilibrada de mujeres y hombres en puestos de dirección económica se traduce en decisiones más imparciales y sensatas. Así que podemos hablar claramente de un crash de los valores masculinos”. Ya entonces todo un símbolo del patriarcado como el Financial Times, señaló que las mujeres islandesas habían alcanzado el poder para arreglar el estropicio que habían provocado los excesos de testosterona financiera. Seis años después el paro es de un 4%, y con el centro-derecha en el poder, reconstruir el Estado del Bienestar sigue siendo el principal objetivo de la acción de gobierno.
Islandia nos ha enseñado, en definitiva, que otra salida a la crisis es posible. Tal y como se señalaba en las conclusiones del IV Congreso de Economía Feminista que se celebró el pasado mes de octubre, hay que repensar el modelo económico desde una mayor aproximación a la ecología y a la sostenibilidad de la vida en el marco de un Estado del Bienestar fuerte.
Sin embargo, las instituciones europeas no parecen verlo así. La semana pasada el pleno del Parlamento Europeo rechazaba un informe presentado por la eurodiputada Inés Zuber en la que denunciaba que los principios de igualdad que defiende la UE se están yendo al traste ante las medidas de austeridad que se están implementando en la mayoría de los países del continente. Lo terrible no fue que las y los parlamentarios conservadores rechazaron en bloque dicho informe, sino que incluso algunos parlamentarios socialdemócratas, liberales y verdes también lo hicieran. Y algo peor: la poca repercusión que una noticia así ha tenido en los medios de comunicación.
Este post es el resultado del debate interno abierto en Doce Miradas. Recoge las opiniones de las mujeres que nos liamos la manta a la cabeza para sacar adelante este blog.
No todo son rocas. No todo son pilares inamovibles, inflexibles. No todo es blanco o negro, ni tan siquiera gris. Hay rojos; y marrones; y amarillos… Y azul marino. Aunque se compartan los rumbos, mirando siempre de frente y en la misma dirección, hay muchas formas, con diferentes miradas, para llegar a un mismo destino. A veces con grandes zancadas, otras con pequeños pasos. Pero siempre avanzando, aunque sea con rodeos. Y siempre con la intención de no ir hacia atrás.
La ley que pasará a la historia, si nadie lo remedia, con el nombre de Ley Gallardón significará desandar el camino. O al menos así lo creemos las que formamos parte de esta aventura que se llama Doce Miradas. Volver atrás, pasar a la clandestinidad. Formar parte de nuevo de lo prohibido, del delito.
De debates viejos y otras historias
De eso, de derechos, de su respeto y de la regresión que supone esta ley hablan las Doce Miradas. “Cualquier ley que nos coloque en situaciones anteriores a 1985 es retrógrada en sí misma. Si el Tribunal Constitucional ya se pronunció entonces respecto al aborto, haríamos bien en no discutirlo de nuevo ahora”, asegura Ana Erostarbe, una de las componentes de Doce Miradas. En la misma línea se manifiesta María Puente, a quien preocupa la merma de derechos de la mujer que la nueva ley comporta: “Estamos ante un retroceso descomunal e intolerable”.
Por su parte, Mentxu Ramilo considera que el diseño de esta ley “ha seguido un proceso oscurantista y nada transparente; no se han tenido en cuenta las diversas y plurales voces y miradas que vivimos en la sociedad. Y sus consecuencias serán un retroceso en libertades y garantías para las mujeres”. Arantxa Sainz de Murieta no solo habla de retroceso, sino que califica la ley Gallardón de “disparate mayúsculo, por no decir tomadura de pelo. Mientras se recortan derechos y ayudas sociales, educativas o sanitarias, nos venden un modelo de protección a la mujer y su derecho a ser madre con una postura unilateral, mal argumentada e impuesta. Recorte de derechos, rendibú a la derecha más conservadora, privatización de la sanidad y oportunidad política mal entendida son algunas de las ideas que rodean este asunto”, opina Sainz de Murieta, y toca el tema que levanta ampollas: aborto sí o aborto no.
No todo es blanco. “Sin ninguna duda, estoy a favor del derecho al aborto con todas las garantías exigibles de las instituciones públicas. Con esta ley, Gallardón y el gobierno Popular continúan ampliando la brecha por la que las mujeres ricas mantienen todas las garantías mientras que las pobres se enfrentan a riesgos innecesarios por falta de recursos”. Noemí Pastor también es rotunda: “Estoy por el derecho de toda mujer a decidir sobre su cuerpo y su maternidad, sin intromisiones, sin tutelas paternalistas, como adultas que somos, dueñas de nuestras vidas. Sin controles ajenos, sin imposición”.
Por su parte, Pilar Kaltzada se muestra partidaria “de un aborto libre y soportado en una sanidad pública y de calidad. Y también de regular supuestos razonables que garanticen el derecho a decidir de las mujeres y respeten la diversidad de circunstancias que puede conllevar una decisión de este calado. De igual manera que respeto la vida digna de las y los niños que éstas puedan alumbrar. Me temo”, continúa, “que cualquier posible ajuste que se consiga introducir sobre este proyecto, en mi opinión regresivo y cargado de pasado, implicará una rebaja en las condiciones y garantías que hasta hace muy poco estaban mayoritariamente aceptadas por la sociedad”.
No todo es negro. “Como el propio anteproyecto reconoce en su inicio, ante un embarazo no deseado se produce un conflicto de derechos: los de la madre y los de la vida que se inicia. Desde la adolescencia he creído que, si me encontrara en una situación semejante, mi educación y mi sentido de la responsabilidad me llevarían a no abortar”, reconoce Ana Erostarbe. “Pero también he creído siempre que debería tener derecho a decidirlo. Y que, debidamente legislado, este tendría que ser el derecho de todas las mujeres en tal situación, sin importar sus circunstancias o motivos. Responsabilidad individual, no tutela”. Y de ello, y de adolescencia, también habla Miren Martín: “Yo creo que hay vida desde el mismo momento de la concepción. Y todo este debate me ha removido profundamente, porque aún teniendo muy claro esto, también sé qué le aconsejaría a una adolescente en una situación así. O a una persona con un feto con una malformación. ¿Soy una incongruente? Probablemente. Pero no puedo decir a nadie que no haga lo que su conciencia le pide. A nadie. No soy quién”.
No todo es gris. María Puente afirma que “la ley Gallardón ha despertado al dragón. Reabre un debate delicado y doloroso que casi nadie deseaba. Como la mayoría de las mujeres, no quisiera jamás tener que plantearme abortar. Como la mayoría de las mujeres, llegado el caso, no sé qué decisión tomaría. Como la mayoría de las mujeres, me resultaría terriblemente insoportable que una decisión tan íntima me viniese dada por un señor tan ajeno a mi vida como el ministro Gallardón”. Pero, al mismo tiempo, “eludo entrar en la disquisición a favor o en contra del aborto, porque el debate correcto debería centrarse en estar o no a favor de la libertad de las mujeres a decidir sobre su maternidad. La decisión última la debe tomar la mujer, con el asesoramiento de su médico y con las personas de confianza que ella estime. Es algo tan íntimo y personal que considero contra natura que una mujer deba acatar una decisión exógena. No se puede ser madre por obligación, por ley ni por decreto. Gestar, parir, criar, educar y querer a un hijo requieren que la mujer esté a favor de todo ese proceso con todo su ser. Considero una crueldad hacer vivir todas esas fases, o parte de ellas, a quien no puede o no quiere”.
Tampoco Lorena Fernández quiere caer en esa trampa de un tema superado hace ya tiempo: “El debate está mal enfocado a propósito. Se ha tratado de hacer una reducción simplista de aborto sí o aborto no. Pero no se trata de eso, porque no creo que nadie salga dando brincos de alegría tras abortar. Si se aprueba, además del dolor físico y mental, también nos criminalizarán por ello. Prohibir no hace que el número de abortos se reduzca. Educar sí. Pero claro, prohibir siempre es más fácil que luchar contra las razones que empujan a las mujeres a abortar”.
Todas las Miradas coinciden en la desigualdad a la que lleva esta ley. Lo dice Noemí Pastor: “que toda mujer que decida abortar pueda hacerlo en condiciones dignas, sea cual sea su nivel económico o social”.
Educación y políticas sociales
De prohibiciones también habla María Ptqk: “la manera de reducir el número de abortos no es ilegalizar el aborto. Así no se reducen los abortos. Así se aumentan los abortos clandestinos que ponen en riesgo la salud de las mujeres (y la vida muchas veces)”. Y es que, como asegura, “para reducir el número de abortos hay que hacer políticas sociales y luchar contra el sexismo. Empoderar a las mujeres, que tengan autonomía económica, que se repartan las tareas de crianza, que el Estado asuma servicios sanitarios, que haya un sistema de educación pública que funcione. Que puedas tener descendencia y seguir trabajando. Que puedas tener acceso a una vivienda para criar a tus hijos. Centrar todo el debate en el feto invisibiliza todos esos factores, que son los que empujan a una mujer a abortar. Es una medida contra la independencia de las mujeres. Todas las cosas por las que luchamos no sirven de nada si vivimos en una sociedad en la que ser madre es una condena a la pobreza. Y ahora en España lo es para una gran mayoría de las mujeres en edad fértil. Ese es el debate”.
Mentxu Ramilo afirma que “la ley Gallardón dice que pretende proteger la vida del concebido y los derechos de la mujer embarazada, pero las políticas sociales están mermadas. Habría que reforzar los programas de anticoncepción y educación afectivo-sexual, mejorar la red de escuelas infantiles, ampliar los permisos de paternidad y maternidad, mejorar la atención a la dependencia y poner en valor los cuidados a las personas para garantizar lo que supuestamente pretende esta ley”.
Ana Erostarbe es rotunda al afirmar que “intencionadamente y con ahínco se ha tratado de confundir el foco: no hablamos de aplaudir a las mujeres que eligen abortar, sino de no condenarlas con penas legales y no generar desigualdad de oportunidades entre unas y otras, en función de sus recursos individuales”.
Derechos
En tiempos de crisis nadie sabe por qué se recortan también las libertades, lo único que no cuesta dinero. Aunque a veces el precio haya sido pagado en lágrimas. “Los derechos a veces duelen. Y a mí me duele perderlos por un juego de equilibrios e intereses políticos. También me duelen las simplificaciones de estos tiempos, de todos contra todos, el uso maniqueo de situaciones que merecen el máximo de los respetos”, afirma Pilar Kaltzada. Dice que no sabe si Gallardón lo piensa, pero sí dijo que “la maternidad libre hace a las mujeres auténticamente mujeres”. Por eso considera que Gallardón “ha llevado a los derechos de las mujeres a un callejón sin salida. Solo dos supuestos se libran de la quema inquisitorial de esta ley: el riesgo vital para la madre y los embarazos tras una violación. Solo en esos casos el Estado nos permitirá serseres “legalmente incompletos”, solo en esos dos casos, pertinentemente documentados, tendremos la fugaz sensación de ser libres de crear vida. Libres para crear, incluso, una vida cruel de malformaciones y privaciones, porque esos otros supuestos han desaparecido”.
Miren Martín introduce otro elemento: “No creo que en esta lucha contra la ley tengamos que estar solas. Que no se nos olvide que también se recortan los derechos de los hombres que quieren o no ser padres. A ellos también se les obliga. Aunque, claro, en esta historia siempre hemos tenido las de perder. Pensaba que los gobiernos estaban para eso. Para que precisamente no tuviéramos siempre que perder las mismas”.
Si la ley es retrógrada, si ataca a los derechos de las mujeres, si ha creado una gran movilización pública, ¿de dónde viene?, ¿quién la ha promovido?, ¿quién quiere esta ley, cuyo debate en el Parlamento coincidió con la fecha de nacimiento de Clara Campoamor?
Ana Erostarbe cree que “las razones son exclusivamente políticas y que ese es un mal inicio para cualquier debate en nombre de la sociedad. A la política le sobran preocupaciones de índole social a las que dar salida, si lo que de verdad busca es liderar el avance hacia el bien común”.
Miren Martín al principio pensó que “esto era como esas cosas de Wert, que sacaba lo de las notas de las becas y los Erasmus para que no se hablara de economía y de crisis. Y lo creía porque era una ley que nadie, absolutamente nadie, había pedido. Pero ahora creo que esto es muy serio. Se están recortando derechos conseguidos por mujeres después de muchos, muchísimos años de lucha”.
Mentxu Ramilo habla de “cortina de humo”, considerando que “puede servir como excusa, en primer lugar, para desviar la atención de temas importantes sobre los que el gobierno está tomando decisiones que nos afectarán a diario en nuestras vidas (modelo energético, educativo, sanitario, económico, de relaciones laborales, etc.); y en segundo lugar, y más importante, «para que muchas mujeres nos paremos a reflexionar (individual y colectivamente) qué papel queremos desempeñar en nuestras vidas (lideresas activas, gestoras, administradoras, apagafuegos, sumisas pasivas, NS/NC), informándonos, reflexionando, compartiendo nuestros puntos de vista, enriqueciéndonos con otras miradas y actuando de la manera en la que nos encontremos cómodas para defender los derechos, libertades (y también deberes) que como mujeres y ciudadanas reivindicamos en el espacio público, participando en manifestaciones, perfomances, firmando manifiestos o recogidas de firmas (Avaaz, Change) y, también, en nuestro ámbito privado”.
A Begoña Marañón la preocupa que Gallardón justifique su reforma con el cumplimiento del programa electoral”. Y es muy clara: “Qué despropósito. Qué desfachatez. Qué manera tan burda de pasar el programa electoral por encima del derecho de las mujeres. Vayamos entonces al programa electoral del partido en el gobierno para ver qué decía: “La maternidad debe estar protegida y apoyada. Promoveremos una ley de protección de la maternidad con medidas de apoyo a las mujeres embarazadas, especialmente a las que se encuentran en situaciones de dificultad. Impulsaremos redes de apoyo a la maternidad. Cambiaremos el modelo de la actual regulación sobre el aborto para reforzar la protección del derecho a la vida, así como de las menores”. Poco que añadir, ¿verdad? ¿Se corresponde el programa electoral con la Ley Gallardón? Quizá se pensaba en cálculos electorales para no expresar las verdaderas intenciones. Pero ahora resulta que, como el gobierno tiene una gran preocupación por la falta de consenso en su propio partido, como es una ley contestada por la gran mayoría (colectivos de mujeres, la Organización Médica Colegial y un largo etcétera), ahora de nuevo, pensando en el posible daño electoral, parece que el Presidente del Gobierno abre la puerta a recuperar algún supuesto como el de la malformación del feto. ¿De nuevo el cálculo electoral? Como decía Iñaki Gabilondo, “esta ley es un monumento a la hipocresía: desampara mujeres y ampara hipocresías”.
Acabemos con las palabras de Arantxa Sainz de Murieta: “Señor Galladón, señoras y señores del Gobierno, somos personas maduras. Merecemos que se nos trate con respeto”.
Maxi Gutiérrez @MAXIGJ. Médico de familia en activo. Sensibilizado y atento a las realidades sociales. Trabajando (y trabajándose) por la igualdad de género. Miembro de un grupo de hombres en el centro Ez-Berdin de Vitoria-Gasteiz. Formador de profesionales sanitarios en atención a víctimas de violencia de género.
La variable género explica muchas de las cosas que les ocurren a hombres y mujeres en su manera de actuar, pero también en la manera de enfermar.
Mujeres y hombres, pero sobre todo mujeres, pasan por la consulta manifestando malestares, ansiedades, dolores, a veces miedos y sólo algunas pocas veces enfermedades con daño orgánico. Y no se manifiestan igual cuando se sientan en la silla de la consulta y expresan sus síntomas, no actúan igual cuando han de combatirla y no se sienten igual ni ante la recaída ni ante la recuperación.
Sólo la observación de estos comportamientos con las gafas de género me permite reflexionar y poco a poco va marcando mi forma de hacer medicina, mi manera de intervenir y las propuestas que planteo a mis pacientes, mujeres y hombres.
Existen diferencias biológicas que lógicamente afectan a la salud, pero esta cultura y esta sociedad asignan a las mujeres unos roles tan específicos que condicionan su estado de salud y su enfermedad.
Pondré dos ejemplos. Durante mucho tiempo el hábito tabáquico ha sido una práctica fundamentalmente masculina que ha condicionado que las cifras de cáncer de pulmón y otras enfermedades crónicas pulmonares hayan sido mucho menores en mujeres. En eso se han visto beneficiadas, hasta que una actitud de imitación del modelo masculino, referente en nuestra sociedad patriarcal, ha extendido el hábito entre ellas haciendo que estas cifras cambien sustancialmente. Actualmente las cifras más altas de mortalidad por cáncer de pulmón en mujeres se concentran en zonas de nivel socioeconómico más alto.
Por otra parte, el rol de cuidadoras atribuido mayoritariamente a las mujeres de nuestra sociedad hace que muchas vivan sobrecargadas por la asistencia dispensada a sus mayores, a sus hijos e hijas y, en muchos casos, también a sus parejas. La mujer tiene interiorizado el mandato del cuidado hasta tal punto que lo normaliza y muchas veces se lo autoimpone como una cuestión de deber moral en solitario. Mochilas que se cargan a la espalda llenas de ocupaciones y pre-ocupaciones que pueden transformarse en dolor, insomnio, depresión o angustia. No sé si es enfermedad, pero, desde luego, es sufrimiento del que muchas mujeres no son capaces de salir.
Sin embargo, los hombres consultamos menos o más tarde porque hemos sido educados en la necesidad de aguantar, de exponernos o de sobreponernos y muchas veces lo hacemos empujados por nuestras parejas. Es frecuente escuchar cómo se disculpan («vengo porque la pesada de mi mujer…»; «yo creo que no es importante, pero se ha empeñado…»), dejando bien claro que quería (¿o debía?) soportar la situación como sólo un hombre sabe hacerlo.
Así aguantamos malestares o diagnósticos en estadios más avanzados de enfermedad, que dificultan su tratamiento. Participamos menos de los programas preventivos de cribado de enfermedades. Y desarrollamos conductas de riesgo que generan enfermedad: el abuso de sustancias tóxicas como el tabaco, alcohol u otras drogas, los accidentes de tráfico, los traumatismos y agresiones se producen típicamente en hombres.
El rol familiar del cuidado ante la enfermedad está bien determinado. Si es el varón el que enferma, casi todo está asegurado cuando hay una mujer que dispensa y organiza las cuestiones necesarias. Si lo es la mujer, entonces toca hacer muchas cábalas para facilitar un funcionamiento familiar razonable y aportar los cuidados necesarios que aseguren la recuperación de la salud.
Si los hijos contraen la enfermedad, será la mujer la que centre las atenciones y cuidados. Es curioso observar a muchas madres cómo se acercan a la consulta con sus hijos adolescentes, aportando todo tipo de información y detalles sobre el proceso, sin dejar apenas que el enfermo pueda contar lo que le ocurre y cómo se siente, sin oportunidad de permitirle intervenir, bajo la percepción de que no lo va a hacer adecuadamente. Sin embargo, cuando es el padre el que acude a la consulta, éste permanece casi en la puerta, ejerciendo de mero acompañante al que alguien le dijo que llegara hasta la consulta sin saber muy bien qué hacer después.
Poca responsabilidad en las actitudes mantenidas en unos y en otros. Todos son mandatos de género establecidos por los roles repartidos. Las cosas puedan salirse de lo habitual, pero nunca por el azar.
Mientras tanto, nuestro sistema sanitario, muy efectivo en su conjunto, diferencia poco la atención a hombres y mujeres más allá de lo puramente biológico (ginecología, obstetricia y alrededores). Tenemos profesionales excelentemente formados en lo anatómico-funcional y mucho menos en lo sociosanitario. Necesitamos una mirada bio-psico-social. Es necesario que los profesionales de la salud, en su totalidad, tengamos más en cuenta los condicionantes sociales en general, y los condicionantes de género en particular, en nuestra forma de abordar los problemas de salud. Así realizaremos una atención más ajustada a las circunstancias de cada persona y también contribuiremos a una cultura en la que ésta no sufra como consecuencia de unas desigualdades asignadas por el hecho de pertenecer a uno u otro género.
Es sabido que el sector sanitario es un colectivo mayoritariamente formado por mujeres, sobre todo en la enfermería y cada vez más en la medicina, pero eso no asegura una mirada ponderada de género. Entre nosotros sigue reproduciéndose el tópico que cuidar es de mujeres (enfermeras) y curar de hombres (médicos). Y eso produce perversas consecuencias para la atención y para el sistema.
La cuestión no creo que sea actuar sobre el organigrama sanitario, sino generar procesos de reflexión y formación de los profesionales en los que se introduzca la variable de género como algo valioso para interpretar los procesos de enfermar de las personas.
Por otra parte, nada nos hará mejores profesionales que nuestro trabajo para constituirnos como mejores personas. La cuestión se juega en las cosas de la vida cotidiana, en las actitudes del día a día y en todas aquellas cuestiones que tenemos “grabadas” y de las que apenas somos conscientes. Las actitudes sólo pueden cambiarse con procesos de reflexión, con espacios de diálogo, corriendo riesgos en el cambio y disfrutando de los logros.
Veo avances en mis compañeros y compañeras sanitarias que cada día se esfuerzan en hacer mejor su trabajo. Experimento en mí mismo que es posible cambiar y generar dinámicas nuevas. ¡Cómo no ser optimista!
Todo esto no es fácil, pero, cuando se experimenta, ya no hay marcha atrás, es imposible mirar con otros ojos y, a mí por lo menos, el camino me resulta apasionante.