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Sobre la mujer en los medios de comunicación y por qué la voz importa

05/11/2013 en Doce Miradas

Sacar la foto de un día en las noticias del mundo… y ver cómo salían las mujeres reflejadas en ella. Esto fue lo que propuso, hace casi ya dos décadas, un grupo de mujeres visionarias en el marco de la Conferencia Women Empowering Communication. Nació así el germen del Global Media Monitoring Project (GMMP). Una investigación quinquenal que el 18 de enero de 1995, analizaba por primera vez las noticias que ofrecían la prensa, radio y televisión de 71 países. ¿Y qué fue lo más llamativo de aquella primera foto simultánea? La notoria sub-representación de la mujer en los medios y la aplastante uniformidad de los datos recogidos. En todos los medios, en todo el mundo… Inevitable preguntarse ahora qué dicen los datos de hoy. ¿Habrá mejorado la cosa? ¿Qué hay del presente?

Las mujeres como protagonistas de las noticias. Según el informe GMMP de 2010, realizado esta vez en 108 países, la información en prensa, radio y televisión es esencialmente masculina, con sólo un 24% de noticias sobre mujeres (en el caso de Internet, 23%). Tienen las mujeres, sin embargo, el doble de posibilidades de que se mencione su edad y más del triple de que se cite su estado civil. ¿No tiene bemoles la cosa? Sólo una de cada cuatro protagonistas en los espacios informativos es, por tanto, mujer. Y si cerramos el foco, los matices son jugosos. Encontramos que el 90% de los científicos presentados son hombres, al igual que lo son el 83% de los profesionales del derecho o el 69% de los educadores y profesionales de la salud. Cabe preguntarse ahora, quizá, cuántas mujeres de ciencia conocemos, cuántas abogadas, doctoras, profesoras… Eso sí, señalar que las mujeres superan a los varones en dos de las veinticinco categorías registradas en la investigación. Atención damas y caballeros: amas de casa (72%) y estudiantes (54%). ¿Alguien ha oído hablar de los estereotipos?

Las mujeres como fuentes consultadas. ¿Qué sucede en lo que respecta a las consultas que realizan los medios? Pues bien, el 80% de los profesionales consultados son hombres. En España el dato se eleva al 91%. ¿Y cómo son esas mujeres a quienes los medios reclaman? Expertas que fundamentalmente hablan sobre cuestiones sociales y de salud; ambas secundarias en las prioridades informativas (frente a política, economía o deportes). Ellas son, por consiguiente, menos consultadas y lo son sobre asuntos relegados en la agenda informativa.

Y ahora un dato curioso, ¿qué sucede cuando los medios de comunicación buscan testigos oculares? Pues que, incidiendo en la pauta, de nuevo parecen fiarse más de los hombres: 7 de cada 10 testimonios. Conclusión: se fían más de los hombres o éstos siempre están donde surge la noticia. Que todo puede ser.

Mujeres reporteras

Jean Arthur interpreta a una reportera en «Mr. Deeds Goes to Town» (Columbia, 1936).

Las mujeres elaborando y presentando las noticias. Según datos del mismo estudio, el 37% de las noticias de radio y televisión fue elaborado por reporteras. Aunque si vamos al detalle, encontramos que de nuevo son los hombres quienes mayoritariamente informan sobre las cuestiones prioritarias: política (67%) o economía (60%).

Si nos fijamos en cambio en quiénes presentan las noticias, nos acercamos por primera vez a cifras paritarias: las mujeres presentaron el 52% de las noticias de televisión y el 45% de las de radio. Significativo que sea en la presentación de las noticias televisivas donde se las prefiere a ellas. Dan bien a cámara o, después de todo, son tan buenas transmisoras de información como sus compañeros. Y de ahí la importancia de denuncias como la realizada recientemente a la BBC británica, donde, de cada cinco presentadores mayores de 50 años, sólo una resulta ser mujer. Vaya por Dios.

Las mujeres en el gobierno de las empresas de comunicación. Según un informe del Instituto Europeo de Género (EIGE), “Mejorando la igualdad de género en la toma de decisiones de las organizaciones mediáticas”, realizado en la Europa de los 27 y Croacia, el 35% de los cargos ejecutivos en medios públicos es ostentado por mujeres; en los privados la cifra es del 29%, situándose la media en el 32%. El dato correspondiente a España está, sin embargo, por debajo: 25%. En cuanto al porcentaje de mujeres en los Consejos de Administración de las empresas de comunicación europeas, un cuarto exacto de la tarta es para ellas.

Concluyendo al respecto. ¿La conclusión más evidente de esta desproporción? Que el mundo nos transmite día tras día una visión esencialmente androcéntrica, y que esa visión no favorece ni el avance de las mujeres ni la forma en que éstas son proyectadas y percibidas. Son los hombres quienes mayoritariamente gobiernan y lideran, y son sus voces, ideas y opiniones, las que mayor resonancia y cabida tienen. ¿Cuánto tendrá que ver uno con lo otro? ¿Poder y voz? Pensar en Italia y Berlusconi… Porque las noticias que ofrecen los medios constituyen la principal fuente informativa de nuestra sociedad, pero, sobre todo, conforman la principal fuente de opinión y de ideas circulantes. Ahí es nada.

En plena crisis existencial, son muchas las preocupaciones e incertidumbres de los medios de comunicación de todo el mundo hoy día. Que todo va muy rápido en una profesión que siempre fue demasiado veloz. Se me ocurre que para superar el bache, deberá hacerse algo parecido a lo que requiere superar una crisis personal: bajar a los cimientos, hacer un reconocimiento con nuevos ojos, poner algunos refuerzos… Renacer conlleva regresar al punto en el que todo empezó. Y el periodismo necesita adaptarse con celeridad a las nuevas realidades, pero también rememorar su razón de ser. Jim Boumelha, Presidente de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), lo dijo mejor: “el acto periodístico como bien público no sobrevivirá en ninguna plataforma sin un compromiso con la ética”. Y Aidan White, Secretario General de la misma organización, apuntaló el pensamiento afirmando: “una presentación justa de los asuntos de género es una aspiración ética y profesional similar al respeto de la exactitud, la justicia y la honradez”.

Sea como sea, e independientemente de cómo resuelvan sus incógnitas, los medios deben necesariamente dar respuesta a su responsabilidad pública y social. No sólo condicionar el debate público sobre la discriminación de géneros para influir en las agendas políticas, sino también, desde dentro y en su día a día, contribuir a que esta sociedad sea más igualitaria. Cada voz experta, cada testigo ocular, cada mención al estado civil de una mujer protagonista, cuenta… Cada pieza informativa perpetúa o diluye estereotipos, y hay manuales específicos que pueden ayudar en su desempeño a los profesionales que quieran mejorar. Es sabido que el inmenso poder de los medios radica tanto en lo que cuentan como en lo que silencian, y en lo que respecta a las mujeres, las noticias deben dejar de callar y de acallar. Porque las mujeres son la mitad. No un tercio, ni un cuarto. Porque es su derecho que su visión del mundo sea proyectada. Que lo sean sus voces, ideas y opiniones. Porque es lo ético y porque es lo que tiene que ser. Es muß sein.

Y para terminar, si te interesan estos temas, creo que te gustará este reportaje.

Etiquetas: igualdad, Internet, Medios de comunicación, mujer, prensa, radio, televisión
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Distinción de género

14/07/2020 en Miradas invitadas

Soy Germán Gómez Santa Cruz, @GermanGomezSC. Nací en Bilbao en 1955. Estudié Sociología en la Universidad de Deusto. Después he trabajado básicamente en el análisis de mercados y las relaciones de las empresas con sus clientes. Diría que las relaciones personales son la base de mi tarea profesional. La música y el canto también ocupan una parte de mi tiempo. Y desde el año 2006 tengo un blog: http://paraquesirvenlosclientes.blogspot.com/

Quiero comenzar este artículo dando las gracias a Doce Miradas por la invitación a escribir este texto. Por el hecho en sí y por el ejercicio de reflexión que me ha supuesto su escritura.

Como os digo, nací en Bilbao en 1955. Con la perspectiva que da el tiempo, me defino como un chico de familia acomodada con pocos problemas y algunos anhelos de cambio. Recuerdo, por ejemplo, mi ilusión por las primeras elecciones democráticas de junio de 1977.

Estudié Sociología en la Universidad de Deusto. Allí aprendí que los seres humanos vivimos marcados por diferentes distinciones sociales: clase, estudios, entorno familiar, origen, lengua…; pero, sobre todo, por otras dos distinciones fundamentales: una es la edad por la que vamos transitando a lo largo de nuestra vida; y la otra es el sexo, que nos separa de modo radical.


En aquella Facultad de Sociología de la década de 1970 no se estudiaba sociología del género ni feminismo. El sexo era básicamente una variable de clasificación que nos servía para responder a la pregunta de en qué se diferencian hombres y mujeres en relación con cualquier aspecto que pretendiéramos analizar. No teníamos contenidos académicos sobre estas cuestiones, pero sí interés, que era mayor entre las mujeres. La igualdad era importante en nuestros anhelos de cambio. Como dice una amiga y compañera de aquella época, “nosotras practicábamos el feminismo, pero no lo teorizábamos”.


Después he trabajado básicamente en el análisis de mercados. Me he dedicado a estudiar las opiniones y comportamientos de personas compradoras, consumidoras y usuarias. Recuerdo varias colaboraciones con la empresa Fagor Electrodomésticos en las que el perfil objetivo eran las amas de casa; esto es, mujeres encargadas de gestionar todo lo relacionado con los productos fabricados por la malograda cooperativa de Mondragon. Teníamos que pensar, por un lado, en amas de casa “modernas”, más jóvenes y con trabajos fuera del hogar, y, por otro, en amas de casa “tradicionales”, sin actividad laboral externa. Los hombres contábamos poco en este caso concreto, aunque la mayoría de los que realizábamos el análisis lo éramos. Se podría decir que éramos hombres intentando pensar como mujeres.


Mi madre pertenecía al grupo de las amas de casa tradicionales, con cuatro hijos (dos chicas y dos chicos) y un marido, profesor de geología e hijo de cocinero, que no sabía freír un huevo. Ni sabía ni ganas tenía de aprender, entre otras cosas porque la cocina era el territorio de ama. Nuestro padre insistía en que los cuatro fuéramos a la universidad y ama, en que su varoncito mayor (yo) aprendiera a cocinar y se hiciera la cama por las mañanas. Los dos, cada uno a su manera y a partir de sus propias experiencias personales, nos animaban a protagonizar un cambio que, según intuían, mejoraría nuestras vidas.

  • Del viejo álbum familiar del autor. Hacia 1915.


Porque eso era lo que respirábamos: un ambiente de cambio de las costumbres que teníamos más a la vista y que tenían mucho de mundos separados. Por un lado estaba el mundo masculino del trabajo, los amigos y el fútbol y,por otro, el mundo femenino del cuidado de la casa y las hijas e hijos. Una separación contra la que nos rebelábamos con nuestras opiniones y también con nuestras melenas, barbas y desaliño, con chamarras raídas y otras prendas de vestir usadas indistintamente por mujeres y hombres. Ansiábamos otro tipo de relación, nos parecía importante compartir con la pareja las tareas domésticas y el cuidado de los hijos e hijas, no entendíamos que el género fuera una barrera para la colaboración, la amistad y la confidencia. Éramos la generación “progre”.
Nuestra propuesta tenía algo de experimento, porque no existían muchas referencias sobre el modo de llevarla a la práctica. El cambio era una oportunidad, pero también podía entenderse como una pérdida de privilegios. Quizás éramos más progres en nuestra imagen externa de lo que realmente lo éramos en nuestros comportamientos cotidianos. Había que ensayar unos modos de relación con una alta dosis de incertidumbre que cada cual gestionaba como podía, con la mochila de su biografía personal.


Ahora nos toca hacer balance. Algunas cosas han cambiado y otras, no tanto. En mi círculo de relaciones, el matrimonio es una opción, una mujer sola no es una solterona y una madre soltera no es socialmente rechazada. Hay hombres que ejercen la paternidad de modo responsable y mujeres que juegan al fútbol. Y juntos compartimos trabajo, cultura, ocio y diversión.


Pero estos cambios no son universales. Los medios de comunicación nos recuerdan a menudo que las desigualdades extremas siguen existiendo muy cerca de nuestra casa, que la realidad es muy diversa y que, en muchos pequeños detalles cotidianos, seguimos repitiendo pautas del pasado. Desde mi espíritu “progre”, me sigue sorprendiendo la insistencia actual en remarcar las diferencias sexuales en nuestra imagen externa a través, por ejemplo, de la cirugía estética, el ejercicio físico que busca modelar nuestro cuerpo, el maquillaje o la forma de vestir.


Tal vez fuimos ingenuos por creernos capaces de cambiar hábitos y pensamientos arraigados durante generaciones, de modificar las claves de unas relaciones que creemos basadas en nuestra propia biología. La tarea es más compleja de lo imaginado, y más aún ahora con mucho ruido mediático, muchos mensajes sin control en busca de audiencia. Es difícil resaltar las relaciones igualitarias, por sí mismas más tranquilas, carentes de espectáculo.


Pero tenemos una ventaja importante: las referencias reales de multitud de experiencias de vida en las que observar las dificultades y las ventajas de los diferentes modos de relación. Ya no tenemos que experimentar.

No está todo hecho, pero hay que poner en valor lo realizado e insistir en la tarea. El recorrido continúa.

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El win-win de la igualdad

07/07/2020 en Doce Miradas

De cuando en cuando, llegan propuestas a Doce Miradas para intervenir en algún medio de comunicación o en algún foro relacionado con el feminismo. Hace ya más de un año nos propusieron participar en unas jornadas de transformación empresarial bajo el epígrafe El valor de la igualdad en las organizaciones. Me llamó la atención porque esa brisa llevaba un tiempo agitándome, ya que se ha convertido en habitual buscar, investigar y destacar los múltiples beneficios de la igualdad para las empresas en noticias de los medios de comunicación y en los títulos de jornadas y conferencias. Como si hiciera falta.

Deia.

La atracción del talento femenino, clave para crear valor y riqueza
La igualdad como oportunidad de crecimiento en las empresas
Las empresas deben feminizarse para no quedarse atrás
Contratar a mujeres aumenta la rentabilidad de las empresas

Foto de Christina Morillo en Pexels

Hay infinidad de ejemplos. A priori parece que estemos de enhorabuena. Como mujer y como feminista debería celebrarlo y sin embargo creo que hay razones para una reflexión crítica:

  • ¿No debería ser la justicia social el principal motivo?

Las empresas deberían contratar mujeres y fomentar el liderazgo femenino y el acceso a puestos directivos por una cuestión de justicia social, de derechos humanos. Somos la mitad de la población y tenemos derecho a ello. Porque sí. Por existir. Por ser la mitad de la humanidad. Es así de sencillo, pero parece no bastar. No es suficiente y se siguen buscando otros argumentos que nos avalen. El principal, por lo visto, es el hallazgo de que somos rentables. Según la OIT, Organización Internacional del Trabajo, 3 de cada 4 empresas que promovieron la presencia de mujeres en cargos directivos registraron un aumento de sus beneficios del 5% al 20% (a partir de encuestas a 13.000 compañías de 70 países).

  • Nos atribuyen cualidades, competencias y habilidades por el hecho de ser mujeres

El feminismo siempre ha luchado por romper con los estereotipos y roles de género. Sin embargo, parece que aceptamos de buen grado que esta puerta al mundo empresarial se nos abra por cuestiones como ser más empáticas, flexibles, innovadoras, mejores comunicadoras, eficaces mediadoras, más preocupadas por integrar a todo el mundo y contribuir a un mejor clima en los equipos… ¿Estamos dispuestas a aceptar que somos así por haber nacido mujeres? ¿Nos interesa ensalzar esas posibles habilidades que se nos atribuyen, desarrolladas muy probablemente por haber sido socializadas según el género femenino, ese constructo sociocultural que rechazamos? 

  • Si dejan de creer que somos rentables, ¿nos envían de vuelta a casa?

Hasta el Fondo Monetario Internacional ha hecho declaraciones sobre lo que subiría el PIB si aumentase la igualdad entre géneros. Con motivo del 8 de Marzo de 2019, Christine Lagarde afirmó que según estudios del FMI si el empleo de las mujeres se equiparara al de los hombres las economías serían más resilientes y el crecimiento económico sería mayor. Añadió además que, para los países situados en la mitad inferior de la muestra en cuanto a desigualdad, cerrar la brecha de género en el empleo podría incrementar el PIB un 35% de promedio. Dado que el principal motivo para buscar la igualdad por parte de los países y las empresas parece ser el económico, ¿qué pasaría si cambian las tornas y dejáramos de ser rentables o de ser percibidas como tales?

  • Seguimos estando a prueba, bajo escrutinio

En cuanto a nuestra condición de mujeres, seguimos sometidas a examen, tanto en lo que se refiere al desempeño laboral como al liderazgo femenino en cualquier ámbito. Lo hemos visto recientemente en el terreno político. La aplaudida gestión de la crisis por parte de las dirigentes de Nueva Zelanda, Taiwan, Islandia, Finlandia, Noruega, Alemania… se ha transformado en una búsqueda de las esencias de ser mujer para explicar sus éxitos: cuidadoras, prácticas, comunicadoras, etc. Encuentro peligroso que siga existiendo la tendencia a atribuir tanto los éxitos como los fracasos a nuestra condición de mujeres. Los hombres sin embargo triunfan y fracasan como individuos, no se les juzga como género porque su validez está fuera de toda discusión. No así la nuestra.

Es bueno que todas las partes ganen. Nada que objetar al tan de moda win-win pero sería más gratificante que el motor de este cambio fuera la justicia social en lugar de tener que presentar el aval de la rentabilidad para ‘animar’ a los líderes empresariales y agentes sociales a avanzar en la igualdad. Además, hay algo muy irritante en que con frecuencia seamos nosotras mismas, mujeres feministas, quienes lo pregonemos. No digo que haya que renunciar a jugar esa carta favorable para lograr nuestros objetivos, pero sí que primemos y no olvidemos que, por encima de todas, la carta principal es la de la justicia social.

Puestas a ser pragmáticas, insuperable Diane Lockhart con este consejo a Alicia Florrick en la serie The Good Wife a propósito de los motivos que le llevaron a ser socia de la firma de abogados y que ya traje a colación en uno de mis primeros posts:

“¿Sabes por qué me hicieron socia? Jonas Stern fue demandado por acoso sexual y necesitaba mostrar que tenía una socia en sus filas. Nada más. Cuando la puerta a la que has estado llamando por fin se abre, no preguntas por qué, entras. Así de simple.”

Cuestionable su pragmatismo, sin duda, pero tal vez necesario para ocupar una posición de poder desde la que defender después ideales y principios.

Etiquetas: empresa, igualdad, justicia social, liderazgo femenino, organizaciones
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Del yoga a la obscenidad

21/01/2020 en Doce Miradas

He vuelto al yoga. No voy a aburrirte con la letanía habitual de quienes descubren algo y quieren, por lo civil o por lo criminal, convencer de sus virtudes; eso lo reservo para mi primer círculo sufridor (al que agradezco su paciencia cuando me quejo por las agujetas). En una de las paredes del estudio donde practico varias veces por semana se puede leer:

“Antes de practicar, la teoría no sirve para nada; después de practicar, la teoría es obvia”.

Y en eso ando, intentado entender y practicando.

Lola Vendetta: “El feminismo no se sufre, se disfruta”.
Esa es la actitud.

El yoga se basa en la consciencia de movimientos y respiración. Exige, además, comprender qué es lo que no funciona, para poder alinearlo. Si te duelen las lumbares puedes tomarte un ibuprofeno o modificar la postura; lo primero te alivia a costa de dejarte el estómago y el hígado tocados, mientras lo segundo puede conseguir que yergas el torso, mires al horizonte y te des cuenta de todo lo que te estabas perdiendo.

Tras algunos fracasos estrepitosos, he aprendido que corregir lo que no está equilibrado requiere practicar las contraposturas: ejercer cierta presión en el sentido contrario a lo que me molesta, para actuar sobre lo que quiero cambiar, bien sean los lumbares o las desigualdades. Por decir algo.

Conciencia, comprensión y contramedidas. Si funciona con mi propio cuerpo (escápulas abiertas, columna alineada, cervicales en posición relajada, inspira en cinco, expira en cinco), ¿qué ocurrirá si lo aplico a la sociedad?

Poner luz sobre lo obsceno

Todo lo que nos rodea tiene una lectura de género. Por mucho que pueda parecerlo, la realidad no es gender-free: la cultura, la economía, la educación, la actividad política, los medios de comunicación, el uso de los espacios públicos, la publicidad, el lenguaje, lo que digo y lo que callo… ¿seguimos? Por lo tanto, las alternativas son solo dos: o aplicamos el filtro feminista, o consolidamos, por activa o por pasiva, el enfoque de género normativo, creado a la imagen y semejanza de solo una de las mitades de la humanidad.

Pero, ¿por dónde empezar, cuando debemos intervenir en absolutamente todo? Mi admirada Marta Sanz (no os perdáis “Monstruas y Centauras”, haced el favor) propone una forma de identificarlo: debemos ser obscenas, que a pesar de lo que te has imaginado al leer esta palabra, se refiere a trabajar sobre lo que está fuera de la escena. Y hete aquí, qué sorpresa, que lo que no se ve, en la mayoría de los casos, tiene que ver con nosotras. Será casualidad, casi seguro.

Es ahí donde toca entrenarse con el yoga feminista. Lo que consideramos normal o normativo no es más que una construcción sutil que se consolida,  pasito a pasito, desde lo más sublime a lo más nimio. Ser conscientes de lo que no funciona, entender los porqués y aplicar la contra-postura.

Una contrapostura de calentamiento muy recomendable es hablar de lo oculto, con oportunidad o sin ella. Aquí una lista de tácticas para incorporar el debate feminista en la conversación pública; seguro que se te ocurren otras muchas. Y cuando te reprochen, que lo harán, “estar siempre con lo mismo”, puedes practicar la respiración profunda (y contar hasta diez) o jugar mentalmente al bingo feminista de nuestra Lorena Fernández.

Una vez que dominemos la conciencia en el discurso, practiquemos la extensión. Soy muy partidaria de todas las posturas que nos lleven a estirarnos para ocupar los espacios y hacer visibles los desequilibrios. Aquí hemos hablado y escrito mucho sobre los #AllMalePanels, por ejemplo. En nuestro haber queda practicar la contrapostura y asegurar la presencia de las mujeres en la plaza pública, es cierto, pero sin olvidar que son los caballeros que acaparan estos espacios quienes deben entrenar los músculos de la retirada. Señores, les toca.

Más allá de lo evidente

Campaña contra la violencia de Alexandro Palombo, «Solo porque soy mujer»

Por mucho que la violencia contra las mujeres ocupe horas y hora en la conversación, sigue siendo un tema obsceno, porque las causas y las medidas estructurales para hacerle frente siguen estando fuera de la escena. Hablamos mucho, hacemos demasiado poco. Vemos la punta del iceberg, pero aguas abajo todo son penumbras. Cuando escucho a representantes públicos clamar tras una pancarta “no vamos a tolerar más violencia contra las mujeres”, no puedo evitar preguntarme qué significa eso. ¿Más recursos para la formación? ¿Mayor inversión en la detección, prevención y acompañamiento? ¿Reformas legales para evitar sentencias que aplican de forma aberrantes el concepto del consentimiento? Ojalá. La cuestión es que, en cuanto callan los micrófonos, esas mismas personas negocian la censura educativa (ahora conocida como pines parentales), retiran programas de coeducación o mercadean con los derechos de las mujeres en el zoco de sus parlamentos.

Vamos muy tarde, y la Historia nos dará una bofetada, a mano abierta, cuando dentro de una décadas analice la frivolidad con la que dejamos pasar el tiempo haciendo poco más que ejercicios de hiperventilación y sin cambiar nada. Veintitrés años después de su asesinato, el New York Times recogía la semana pasada el obituario de Ana Orantes y lo hacía en Overlooked No More, una sección en la que repasan referencias históricas que, en su día, no obtuvieron la atención necesaria.

La Historia está llena de mujeres que han ido enderezando el mundo. Marcha por los derechos políticos, UK hace tiempo

Pretender acceder a los centros de poder sigue siendo obsceno, pero no queda otra. Estados Unidos se prepara para unas nuevas elecciones (quieran las Diosas que alguien tenga que hacer las maletas) y no faltan las alusiones a los méritos de unas y otros, incluso con elementos tan poco meritorios como la edad. Fue brillante, al respecto, la respuesta de Elisabeth Warren cuando le recordaron que, de ser elegida, sería la persona más mayor jamás en el cargo. “También la mujer más joven”, dijo. Ya no somos una rareza, ya “estamos” en el ámbito público del poder, pero cuidado, ya que como nos recordaba Noemí Pastor con su Leona Herida, las barreras contra el acceso y la permanencia de las mujeres siguen siendo muy potentes. Necesitamos más mujeres en el ámbito público y para ello, es imprescindible entender que lo que nos mantiene en esa oscuridad no son las carencias individuales, sino las presiones colectivas. Necesitamos contraposturas, recursos para acelerar la presencia de más mujeres en el oficio de lo público. Echa un ojo al trabajo de Basqueskola, por ejemplo.

La precariedad es obscena, y es intolerable. Reclamar dignidad en el empleo sigue siendo necesario, aquí y en todo el mundo. Los espejismos de igualdad bajo cuyo embrujo vivimos esconden una cara B en todos los niveles sociales. Más de cien presentadoras denuncian las desigualdades estructurales en la todopoderosa BBC y mientras tanto, Oxfam nos recuerda que la pobreza en España sigue siendo mujer y joven. Seguro que la conoces: gana menos que sus colegas hombres, y está sobrerrepresentada en tareas precarias,  minusvaloradas, que rozan la explotación y se pagan miserablemente.

 

Pocos movimientos sociales pueden decir que cuentan, de serie, con un completo kit de contraposturas para enderezar la sociedad, para liberarla de hábitos posturales que a corto, medio y largo plazo son letales (y no es una forma de hablar). Bien: el  feminismo puede. Porque ya ha cambiado el mundo, y lo sigue cambiando, para bien. Lo resume muy bien en Rebelión Cecilia Castaño, Catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid.

No debemos minusvalorar los avanaces, pero tampoco magnificarlos: nos duele todo el cuerpo, y es un dolor crónico y limitante. Avanzamos, pero el proceso está siendo lento y, no lo olvidemos, nos está costando la vida. Literalmente.

Seamos obscenas y conscientes. Respira y trabaja la resistencia, que esto nos va a llevar un tiempo todavía. Nos queda un largo camino hacia la movilidad plena de nuestras articulaciones, queridas hermanas.

Namasté.

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Somos más de 50

14/01/2020 en Miradas invitadas

María Jesús Pérez Ladrón (@perezladron). Soy diseñadora gráfica. Desde que estudiaba BBAA me di cuenta de que quería que lo que hiciera tuviera una finalidad, que sirviera para algo en concreto, por eso me especialicé en diseño. Con la fotografía siento lo mismo. Quiero que sea algo más que reflejar imágenes, que sirva para transmitir, en este caso una imagen positiva de las mujeres de 50 años y de todas la mujeres en general.

Con los 50 años ya cumplidos tuve ocasión de participar en un networking de mujeres con diferentes profesiones. Entre ellas había una mujer, que como en mi caso, era diseñadora y tenía un estudio de diseño y comunicación. Mi idea, seguramente inocente, era encontrar el momento para compartir y contrastar experiencias con ella. Su negocio era incipiente, yo llevaba muchos años en el gremio y pensé que por lo menos por mi parte podría aprender algo más de alguien más joven. Relaciones intergeneracionales creo que se llama.

Cuando llegó el momento en el que cada una debíamos presentar nuestra empresa, ella dijo: “…somos una empresa en la que solo trabajamos mujeres y además somos jóvenes, no llegamos a los 35 años…”. Tengo que reconocer que la respuesta me afectó. ¿De qué puedo hablar con alguien que debe pensar que tener 50 años es horrible y que una mujer de mi edad restaría valor a su empresa? Me sentí como Kathy Bates en la película “Tomates verdes fritos”, cuando dos chicas jóvenes más rápidas le arrebatan la plaza de aparcamiento. En mi turno no fui capaz de responder contundentemente como Kathy. Pude haber hablado de mi experiencia, de que entiendo a los clientes como nadie y que llevo con algunos de ellos más 20 años, que mi empresa pasó por una crisis mundial y que sigo aquí. Pero me limité a decir el nombre de mi empresa y mi profesión.

A los 45 años se nos considera fuera del mercado laboral y a los 50 es prácticamente imposible encontrar un trabajo por cuenta ajena. ¿No estamos capacitadas? Si tienes tu propia empresa o eres autónoma eres capaz de trabajar tanto o más, de estar formándote continuamente y de asumir responsabilidades. Para trabajos precarios, o para ayudar económicamente a tus hijos en paro o para cuidar de tus mayores, para eso estamos en la edad ideal.

La longevidad en teoría es un triunfo de nuestra sociedad, pero puede ser un peso más en nuestras vidas si no sabemos gestionarlo. Dicen que los 40 son los nuevos 30 y los 50 los nuevos 40 y así sucesivamente. ¿Tenemos que estar desde los 45 pensando que somos mayores y con la obligación de aparentar como mínimo 10 años menos? ¿Así hasta los 100 años? ¡Que pereza!

Si preguntamos a niñas/os, jóvenes, hombres e incluso mujeres sobre la «imagen» que tienen de una mujer de 50 años, probablemente en un primer momento se centrarán en el aspecto físico, se valorará positivamente si parece más joven, no en cambio si «se le nota» su verdadera edad. No se consideran dentro de este concepto la experiencia, las capacidades u otros muchos valores que conforman su imagen personal y profesional. La buena noticia es que cuando conocemos a otras mujeres de 50 años comprobamos que, en general, lo que nos interesa, lo que nos preocupa y lo que vivimos en este momento es muy diferente a la visión deformada y parcial que se nos impone como colectivo.

Pero es cierto que en mayor o menor medida nos afecta. Además de otras circunstancias, uno de los invisibles frenos a las expectativas de las mujeres es nuestra imagen en la sociedad, que determina en gran parte, la imagen que tenemos de nosotras mismas aunque no seamos conscientes de ello. En una sociedad donde se valora sobre todo la juventud y en la que los medios de comunicación, el cine, la televisión, muestran imágenes estereotipadas de las mujeres, es patente la ausencia de una imagen más diversa y más real.

Las que ahora vivimos los 50 fuimos las primeras en disfrutar de avances sociales que no tuvieron nuestras predecesoras. Ya estaba generalizado acceso a la formación universitaria de las mujeres, tuvimos acceso al control de la natalidad, en general tuvimos más fácil enfrentarnos a las convenciones. Quizás sea nuestra generación el grupo de edad con más diversidad de trayectorias vitales respecto a décadas anteriores. Siendo las mujeres el 50% de la población y teniendo en cuenta que tomamos el 70% de las decisiones de compra, el sector comercial debería dejar de centrarse solo en la juventud y la perfección, dejar de vendernos cremas milagrosas que a estas alturas ya sabemos que no funcionan y trabajar también con perfiles que tengan más que ver con nuestra realidad.

El proyecto “SOMOS MÁS DE 50”

Tuve la oportunidad de participar en el programa Andrekintzailea que se celebra cada año (dirigido a mujeres empresarias, coordinado por Bilbao Metropoli-30 y con la colaboración de la Asociación de Mujeres Empresarias y Directivas de Bizkaia, AED, y de la Asociación EmakumeEkin). En el transcurso del programa compartimos experiencias un grupo de mujeres emprendedoras y empresarias muy diferentes entre nosotras: con empresas de diferentes sectores, grandes o pequeñas, con formación o sin ella, con o sin hijos/as, y de distintas edades. Aprendimos muchas cosas pero para mí, y creo que también para mis compañeras, lo más importante ha sido compartir un espacio entre mujeres que no nos conocíamos, fuera de nuestros grupos de referencia: familia, amigas/os, trabajo, que nos ha permitido crecer, compartir, colaborar, y reinventarnos dejando fuera todo los que nos condiciona. Esta relación tan sana y fructífera la seguimos manteniendo. Nos acompañamos, compartimos experiencias y crecemos personal y profesionalmente.

En este ambiente propicio nació el proyecto “Somos más de 50” destinado a dar visibilidad a las mujeres de cincuenta años o más, utilizando para ello la fotografía artística. Queremos contribuir a reconstruir el concepto “mujeres de cincuenta años” a través del retrato, jugando a contemplarnos desde otro punto de vista diferente que nos sorprenda a nosotras mismas y que en las demás personas despierte una nueva visión de las mujeres de esta edad.

Estas fotografías tienen el fin de mostrar y compartir nuestra propia versión sobre nuestra imagen. Queremos contemplarnos en un espejo que no esté contaminado y que refleje valores positivos que contrarresten los negativos a los que estamos expuestas. Esto significa que no lo hacemos solo para nosotras, al contrario, queremos hacernos visibles, compartir con la sociedad, servir de referencia a mujeres y hombres, mayores y jóvenes.

Las fotografías, además de una breve descripción sobre cada mujer y su profesión, se publicarán en Internet, redes sociales y se difundirán por diferentes medios.

Queremos que a las mujeres participantes les sirvan para:

  • Mirarse desde otro punto de vista.
  • Ser protagonistas, orgullosas de quiénes son y de lo que son.
  • Contribuir a ofrecer una imagen positiva de las mujeres en general.
  • Potenciar su imagen y su profesión de una manera original.

El gran momento

Es cierto que los cincuenta puede ser un momento vital intenso para las mujeres en el que confluyen varias circunstancias incluso a nivel biológico, pero también supone una liberación.
Ya somos mayores y podemos hacer lo que queramos, vivir intensamente y aprovechar cada instante, pero esta vez, con experiencia, madurez y toda la seguridad en nosotras mismas que hemos podido acumular en estos años. Las personas en diferentes fases vitales, aunque no tengamos los mismos intereses y expectativas, buscamos sentirnos motivadas, queremos tener la sensación de que lo que hacemos merece la pena y que nuestras acciones tengan un impacto positivo en la sociedad. Éste puede llegar a ser uno de los mejores momentos de nuestra vida.

El proyecto “Somos más de 50” va creciendo lento pero seguro, gracias a la participación de las mujeres de 50 años o más que ya se han retratado y las que lo van ha hacer en los próximos meses.
Quiero agradecer a todas su colaboración y a otras mujeres, más jóvenes y más mayores, que nos acompañan y nos animan.

www.somosmasde50.com

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La leona herida

12/11/2019 en Doce Miradas

Hace unos años, de visita en el British Museum de Londres, una de las obras de arte que más me impresionó, y todavía me impresiona, fue “La leona herida”, un bajorrelieve tallado en alabastro hace más de 2600 años para decorar el palacio de Nínive del rey Asurbanipal.  La leona es parte de un bellísimo conjunto de escenas que representan al rey en una cacería.

Entre carros de combate, felinos lanceados y monarcas triunfadores, la leona, la hermosa leona, ligera, filiforme, digna y delicada en su fiereza y su vulnerabilidad, con sus patas traseras ya muertas y su imaginario aullido de dolor, conmueve y a la vez resulta tremendamente inspiradora.

Desde entonces, no puedo evitar pensar en la leona herida cada vez que veo a una mujer destacada, valiosa, poderosa o peligrosa, atravesada por flechas, abatida, derrumbada; y me viene especialmente a la cabeza en el caso de mujeres políticas que abandonan su quehacer de forma repentina, tras un mortífero revés, tras una lluvia de saetas que se les han clavado sobre todo en el alma.

Las mujeres políticas, al menos en mi entorno cercano, no suelen tener carreras largas. Salvo contadas excepciones, no se sientan en todos los parlamentos, no tocan todos los palos, no recorren todas las ejecutivas; no hay entre ellas supervivientes ni aves fénix que resurgen de sus cenizas. Y seguro que al leer estas últimas líneas os han venido a la mente unos cuantos ejemplos masculinos.

No doy nombres propios porque me gustaría que mis lectoras y lectores me confeccionaran una lista; o varias. Sí os diré, en cambio, que pienso en leonas heridas cuando pienso en políticas que estuvieron en activo y dejaron de estarlo en muy diversas coyunturas, que van desde lo delictivo hasta lo bastante más irrelevante. Vivieron diferentes circunstancias, alcanzaron diferentes cotas de poder, sí, pero con algo en común: pocos años en activo, en comparación con sus compañeros varones, y salidas forzadas, tensas, sin homenajes ni cálidos adioses; sin regresos espectaculares, sin aplausos ni loor de multitudes.

Las leonas, cuando se retiran, dejan en el aire esa pizca de amargura de animal herido que tan bien expresa la de Nínive, a veces con un aura de divismo como inspirado por otras fieras excelsas, como Greta Garbo o Marlene Dietrich, que dejaron su profesión y vivieron décadas alejadas del foco mediático.

Por el contrario, esa coraza típicamente masculina, mezcla de cinismo e invulnerabilidad, de estar por encima del bien y del mal y de lo humano, parece que solo la tengan un puñadito de ellas. Parece.

Las demás, tras ser fulminadas, muchas veces por fuego amigo, se retiran en silencio a lamerse las heridas en privado, en ese espacio personal o familiar donde se supone que estamos protegidas y a salvo.

Porque todavía hace frío ahí afuera. Porque la política no es todavía un territorio amigo, no es  women friendly. Siglos de testosterona han construido un sistema donde difícilmente tenemos cabida. En muchas partes del mundo todavía hay leyes discriminatorias que impiden la participación política de las mujeres, las cuales sufren incluso una fuerte brecha en capacidad y educación, lo cual supone empleo precario, que, unido a las cargas familiares, desemboca en pobreza.

Este último fenómeno lo compartimos lamentablemente en este nuestro presunto primer mundo, donde tenemos que hablar, además, de unas estructuras de partidos políticos nada acogedoras y de horarios incompatibles con la vida personal y familiar. Además, los procesos internos de primarias en los partidos necesitan todavía un buen tratamiento con perspectiva de género.

Tampoco ayudan a esto los estereotipos sociales negativos, fomentados a veces por los medios de comunicación, que se encuentran muy asentados en la misoginia popular, al igual que el edadismo, que se ceba contra las mujeres maduras con bastante más virulencia que contra los hombres.

Por ende, la escasa representación política femenina se ve reforzada por la escasa representación femenina en puestos directivos en muy diversos ámbitos: artes, cultura, empresa, deportes, medios, educación, religión, justicia, sindicatos, banca…

Esta ausencia de mujeres en los ámbitos citados contrasta vivamente con la destacada presencia femenina en estructuras alternativas de voluntariado, organizaciones no gubernamentales y similares, en cuyas cúpulas no se suele recibir una remuneración económica. El tabú del dinero sigue vigente para nosotras, como bien nos recordaba Ana Erostarbe.

A esto debemos añadir el elevado coste que supone aspirar a un cargo público y mantenerse en él. ¿Qué precio se paga? ¿Están (estamos) las mujeres dispuestas a pagarlo? ¿No resulta esto contradictorio con el principio feminista que propone colocar la vida en el centro?

Concluyo, a modo de colofón, con unas palabras de “Mujeres y poder”, el libro de Mary Beard:  las mujeres no están completamente integradas en las estructuras de poder, pero para esa integración lo que tenemos que cambiar no son las mujeres, sino el poder.

En eso estamos, hermanas.

Etiquetas: poder, política
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Perdonen el desorden

18/06/2019 en Doce Miradas

La mudanza es una experiencia transformadora. En el momento, tiene la capacidad de sacar de mí lo peor que llevo dentro: me impaciento, me desespero, me angustio, me pongo triste, me arrepiento, me quejo… Es una situación que te deja la vida desordenada durante una temporada: nunca he vivido un traslado sin tensión, y llevo unos cuantos sobre la espalda.

Y es que, con el paso del tiempo, las cosas de una (sus pertenencias, sus dudas y sus certezas) se van acomodando al lugar en el que residen y, gracias a ello todo resulta más eficiente. Lo mismo encuentras a la primera la ropa que te quieres poner por la mañana, que siempre tiene a mano ideas preconcebidas sobre la mayoría de las cosas, que te simplifican mucho el ejercicio de descarte tan necesario para sobrevivir. Puedes prepararte un café con los ojos cerrados, como puedes abandonar rápidamente lecturas, músicas o personas que, por experiencia acumulada, sabes que no deben tener acceso a tu vida. Las rutinas tienen mala fama, pero me resultaría muy difícil salir al mundo cada día empezando de cero.

Todo este orden (que responde a cada persona y es, por lo tanto, de naturaleza variable) salta por los aires cuando te mudas. La vida me ha ensañado que, aunque hay excepciones, se cambia por necesidad y no por gusto. La comodidad, la pereza y la complacencia tienden a ser conservadoras, a empujarte (suavemente) a que dejes las cosas como están. Intuyo que es por eso que somos las mujeres quienes estamos a la cabeza de esta mudanza masiva a la que hoy quiero referirme: porque somos mayoritariamente nosotras quienes ya no estamos cómodas en una casa que no se adapta a nuestras necesidades. (¡Ah!, y porque queremos).

Hablo de un traslado colectivo y de grandes dimensiones. Se ve en la calle, en las conversaciones, en las agendas políticas. Es como si, de repente en algunos casos y de forma gradual en otros, estuviese produciéndose una mudanza masiva desde certezas asentadas hacia un nuevo territorio todavía por descubrir. Es ahí donde todas las cajas que nos ha dejado el camión a las puertas tendrán que encontrar su lugar.

Cambio de posiciones. Si pica, sana

Algunos hombres intuyen que en este traslado les va a tocar una habitación más pequeña. Se revuelven, porque cuando miden los nuevos metros cuadrados comprueban con disgusto que no les caben todas las cosas que traían consigo, “sus cosas”. Está gráficamente expresado en este vídeo. (El humor es un arma cargada de futuro, como recordaba María Puente hace unas semanas).
Los privilegios se construyen centímetro a centímetro y a partir de las certezas. A quienes han sido educados formal e informalmente para tenerlo todo a su disposición, el cambio no les sale a cuenta. Me hago cargo.

Hay dos noticias sobre esto: una mala y otra buena.
Para ellos, la mala es que el cambio es inevitable: por mucho que lo llamen imposición, revanchismo o mala leche, es un movimiento de corrección de desigualdades seculares. De paso, es más que posible que el feminismo ayude a enderezar otras muchas ineficacias que venimos arrastrando, porque está trayendo al debate cuestiones (la economía de los cuidados, la sostenibilidad de la vida, el buen trato…) con las que podemos hacer frente a los problemas acuciantes que nos sacuden cada día. Dice Nancy Fraser que estamos ayudando a superar la crisis del capitalismo; una bola extra que no se esperaba nadie, ¿verdad?.

Y la buena noticia, que la hay, es que, queridos nuestros, terminarán ustedes por acostumbrarse. Créannos: se lo decimos por experiencia. Las mujeres llevamos siglos acostumbradas a ocupar mucho menos espacio del que nos corresponde. Históricamente se nos ha pagado menos, se nos ha visto menos, y se nos ha escuchado menos, como contaba hace poco Ana Erostarbe aquí. No aspiramos a que ustedes cobren menos, no se les vea o no se les oiga; simplemente, la sociedad está corrigiendo las desigualdades para que podamos compartirlo todo, derechos, obligaciones, espacios y tiempos. Piensen que más pronto que tarde las estrecheces que ahora temen serán tan normales como las limitaciones que hasta ahora la otra mitad de la Humanidad ha padecido.

Renunciar es siempre doloroso, cierto. Los cambios son como las cicatrices: si pican, es que algo está sanando.

Muchas mujeres también estamos descolocadas. Sabemos que esta transformación es profunda e imparable, que está aquí para remover los cimientos y, por lo tanto, ninguna podrá quedarse en el exacto lugar en el que ahora está.

Muchas mujeres antes que nosotras se enfrentaron a este desorden. Aprendieron a aprender sobre ellas mismas y sobre la sociedad en la que vivían, a identificar los cambios esenciales y a trabajar juntas por hacer que fuesen posibles. Esta casa de la que ahora nos mudamos, con todos sus defectos, la han construido también grandes mujeres, a las que debemos agradecérselo.

Si nos diesen un euro cada vez que a cualquiera de nosotras nos preguntan qué quieren en realidad las mujeres, seríamos inmensamente ricas. No tenemos las respuestas, yo al menos no las tengo, porque voy descubriendo nuevas preguntas a cada paso que doy, y me doy cuenta de que la construcción es lenta, a veces demasiado lenta y dolorosa.

El día en que Suecia pasó de conducir por la izquierda a la circulación por la derecha. Cambiar no es fácil.

Una parte de mi desconcierto en este traslado me llega por esa supuesta omnisciencia que nos avala a las mujeres por el mero hecho de serlo, que implícitamente nos señala como sabias y empoderadas, feministas y listas, conscientes, estudiosas de la materia; y asertivas, además. Es como si además de ser pájaros tuviésemos que ser ornitólogas.
Ante la pregunta, muy recurrente, de “¿qué tenemos que hacer los hombres?” yo no tengo respuesta en la mayoría de las ocasiones. “No sé”, respondo, “improvisemos”. Las miradas de desaprobación o los comentarios del tipo, “ajá, no lo sabes, vaya feminista de pacotilla” indican que, una vez más, se nos supone abnegadamente dispuestas a solucionar la papeleta, a velar por la paz, a  poner orden en el caos de casa común de la convivencia en igualdad.

Por eso, voy avisando: perdonen el desorden, señoras y señores, pero una mudanza es caótica, y hay muchas cosas que ir solucionado y decidiendo. Cambiar no es fácil para nadie, y en efecto, toca improvisar. Y es que, además, los últimos inquilinos dejaron la cosa y la casa bastante revueltas.

Es un trabajo común, y más vale que vayamos haciendo, todas y todos, nuestra parte.

Qué hacer durante la mudanza. Algunas pistas…

  • A los hombres que se sienten descolocados porque ahora no saben si cuando salen a ligar son ofensivos, por favor, háganselo mirar, y hasta que no lo resuelvan, absténganse, porque son ustedes un peligro.
  • A las mujeres que no saben si depilarse las ingles es claudicar ante el patriarcado, relájense, y hagan lo que consideren oportuno, que esto también va de crearse el mundo a su medida, en la que caben los deseos propios, las contradicciones y los “no sabe / no contesta”.
  • A los medios de comunicación que se quejan porque “no hay mujeres que quieran hablar sobre aeronáutica”, hagan su trabajo correctamente. Las hay y con una voz alta y autorizada y si todavía no están en la palestra pública no es por falta de méritos. Su tarea, recuérdenlo, es contar lo que pasa y las mujeres forman parte de eso que ocurre, aunque no quieran verlas. Búsquenlas.
  • A las jóvenes que no saben si deben escuchar reguetón porque las letras son abominables, busquen artistas que escriban y se expresen de otra forma, y no renuncien a bailar lo que quieran, como quieran, con quien quieran, donde quieran y cuando quieran. De hecho, no renuncien a nada.
  • A los jóvenes a los que les preocupa que sus chicas (sic) anden por ahí por la noche, preocúpense más de los chicos que andan por ahí. No controlen a la víctimas: den un paso al frente contra los agresores.
  • Para la clase política que embadurna de podredumbre nuestro espacio público, cuestionando nuestros derechos, atacando nuestras libertades y buscándonos la boca para ganar unos pocos votos, solo desprecio. (Y en la minúscula parte que a mí me corresponde, ni un voto).
  • Y a las y los políticos que pueden y quieren urbanizar de otra forma los alrededores de la nueva casa, pasen y remánguense, que aquí hay tarea de sobra. Las políticas públicas son fundamentales para ordenar el tráfico y las estancias, y las necesitamos, más que nunca, en todos los ámbitos.

Y, por último, aunque no por ello en último lugar, un mensaje para las mujeres que no tienen nada, para las olvidadas siempre, para las que la vida no cambia en absoluto porque otras lleguen al Ibex 35; para las que creen que en esta nueva casa no habrá espacio para ellas: si no cabemos todas, no habrá servido de nada.

Mientras estamos en casa ajena, ninguna tiene nada, todas somos las “nadie”. Y por eso, precisamente por eso, estamos de mudanza.

PS: 

Nina Simone siempre lo dijo todo mucho más claro que cualquiera. Mudanza tras mudanza, este himno siempre está ahí.

Ain’t got no…

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Seis años

28/05/2019 en Doce Miradas

El sexto aniversario de Doce Miradas nos llevó el pasado 23 de mayo a una nueva ciudad, Donostia, que nos trajo nuevas caras y nueva gente con la que compartir ideas y reflexiones (y también algunas de las caras que nos acompañan desde siempre). Hasta ahora Bilbao había sido nuestro punto de encuentro anual, y este año había ganas de salir de nuestra zona de confort, y de ampliar miradas y horizontes.

La cita tuvo lugar en la sala Tokiski de la Universidad de Deusto, donde nos recibieron con los brazos abiertos. La hicimos nuestra nada más poner el pie dentro. Claro, que somos doce, y nosotras solas ya llenamos mucho… Nos costó dar comienzo al acto porque no queríamos dejar de charlar con la gente que vino a celebrar con nosotras, pero la puntualidad es una de las mejores formas de cortesía y había que arrancar.

Presentar brevemente nuestro recorrido de esta media docena de años —a cargo de Noemí Pastor— nos hizo revivir cada uno de los logros, aprendizajes, buenos momentos y resultados de este tiempo. El recorrido por los aniversarios anteriores despertó también alguna sonrisa: hemos hecho cosas raras, cierto… A esto hemos venido, precisamente: a mirar y a hacer las cosas de una forma diferente, y a cambiar el paso para avanzar más rápido y en compañía.

Llegó a continuación el plato fuerte del día: conversación y propuestas «a doce» —con seis voces invitadas y seis integrantes de Doce Miradas— sobre tres ámbitos clave: Educación, Visibilidad y Voz y Medios de Comunicación. Bloques de contenido en los que nos proponíamos llegar más allá de la conversación, llevando nuestras «propuestas de mínimos».

Entre los muchos ámbitos posibles, estos tres estaban entre los elegidos porque son críticos para avanzar en materia de igualdad: la educación, en la base, los medios de comunicación como correa de transmisión (y a la vez parte de la solución o del problema), y la visibilidad y la voz de las mujeres, como logro que permite generar referencias porque “lo que no se nombra, no existe”. Y también porque en Doce Miradas, pensamos, contamos con la “autoritas” necesaria para ser propositivas en estas áreas. Nuestra experiencia y los reconocimientos (Premio de Periodismo Digital 2018) nos avalan. Seis años son una mayoría de edad que nos hacen sentirnos capaces ya de proponer agenda (seis años en un blog son 18 en una persona, que bromeaba alguien por ahí).

El coloquio, que moderó Pilar Kaltzada, se organizó así:

  • Mesa redonda Educación “La asignatura pendiente de la igualdad”
    • Pilar Mayo, jefa de Igualdad de Educación de Navarra.
    • Koldo Zabala, técnico de Igualdad del Ayuntamiento de Irun.
    • Eunate Encinas, integrante de Doce Miradas.
    • Eva Silván, integrante de Doce Miradas.
  • Mesa redonda Visibilidad y Voz  “Cuando Telémaco silenció a Penélope”
    • Felix Arrieta, politólogo y profesor de la Universidad de Deusto. Director de DeustoForum Gipuzkoa.
    • Marta Macho, matemática, divulgadora científica y profesora de la UPV-EHU. Premio Emakunde 2016.
    • Ana Erostarbe, integrante de Doce Miradas.
    • Noemí Pastor, integrante de Doce Miradas.
  • Mesa redonda Medios de Comunicación “¿Cómo se está difundiendo la voz, la mirada y el pensamiento de las mujeres?”
    • Begoña Marañón, directora Cadena SER Euskadi.
    • Lourdes Pérez, subdirectora del Diario Vasco.
    • Arantxa Sainz de Murieta, integrante de Doce Miradas.
    • María Puente, integrante de Doce Miradas.

Y las propuestas fueron estas:

En el transcurso de la conversación se apuntaron nuevas ideas y se matizaron las posiciones de salida. Hubo quien mostró sus dudas, por ejemplo, sobre la eficacia de contar con comités específicos para asegurar el cumplimiento de las políticas de igualdad en los medios de comunicación, si bien otras personas subrayaron la importancia de contar con grupos enfocados en estas tareas, porque cuando la responsabilidad es de todos y todas, como proponían las directivas de los medios de comunicación, al final suele pasar que se diluye y no es de nadie. El resultado del debate es, a veces, el debate en sí mismo.

Ocurrió algo similar con la cuestión del lenguaje igualitario, que despierta pasiones. ¿Importa discutir sobre la pertinencia del término “portavoza” o importa más conseguir que haya más mujeres en las portavocías? El debate se alargó hasta las cervezas, claro está. Nosotras seguimos teniéndolo claro: lo uno, y lo otro; faltaría más.

Para terminar la parte formal del acto, Lorena Fernández compartió los cambios del último año en nuestro proyecto, con la incorporación de Garbiñe Biurrun y la marcha de Miryam Artola (gracias siempre, querida Miry, sabemos que no te vas lejos) y explicó los siguientes pasos tras el debate y la reflexión. Y ¿cuáles son estos siguientes pasos? Pues bien, abrimos ahora juego público a la recepción de propuestas añadidas a las expuestas por Doce Miradas, con la ambición de cerrar un documento que compartiremos llegado el momento, para avanzar en una agenda feminista que aporte soluciones y medidas concretas.  Podéis hacer vuestras aportaciones en los comentarios a este post.

Virginia Gómez, Naiara Pérez de Villareal y Christina Werckmeister, por su parte, quedaron a los mandos de Twitter y de la logística del evento, que terminamos despidiendo con unas cervezas en la mejor compañía (gracias, Heineken). Porque los aniversarios son para eso. Para disfrutar. Gracias también a ti que lees por estar ahí, al otro lado de la pantalla. Seguimos…

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Voces para la igualdad. ¿Celebras con nosotras el sexto aniversario de Doce Miradas?

15/05/2019 en Doce Miradas

Maiatzak 23 mayo. 18:00h.

Universidad Deusto, campus Donostia (Sala Tokiski). Camino de Mundaiz 50, Donostia.

Inscríbete.

Como os contamos hace poco, cumplimos seis años con este proyecto que se llama Doce Miradas, tiene formato de blog y el compromiso de trabajar por la igualdad con el feminismo como herramienta y reivindicación. Este año ha sido muy especial para nosotras porque en noviembre recibimos el Premio Periodismo Vasco 2018 en la modalidad de Periodismo Digital y estamos felices con el reconocimiento. Pero no queremos parar ahí.

En este aniversario pretendemos desvirtualizar el blog y convertir los temas de los posts publicados en conversación cara a cara, fuera de la red en la que se aloja el blog. En esta VI edición, ‘Voces para la igualdad’ tiene como objetivo plantear propuestas de valor en cada uno de los temas a tratar. El acto, que comenzará a las 18.00 horas, se desarrollará de la siguiente manera y con las siguientes cómplices de batalla:

  • Mesa redonda educación “La asignatura pendiente de la igualdad”.
    • Pilar Mayo, jefa de Igualdad de Educación de Navarra.
    • Koldo Zabala, técnico de Igualdad del Ayuntamiento de Irun.
    • Eunate Encinas, integrante de Doce Miradas.
    • Eva Silván, integrante de Doce Miradas.
  • Mesa redonda visibilidad y voz  “Cuando Telémaco silenció a Penélope”.
    • Felix Arrieta, politólogo y profesor de la Universidad de Deusto. Director de DeustoForum Gipuzkoa.
    • Marta Macho, matemática, divulgadora científica y profesora de la UPV-EHU. Premio Emakunde 2016.
    • Ana Erostarbe, integrante de Doce Miradas.
    • Noemí Pastor, integrante de Doce Miradas.
  • Mesa redonda medios de comunicación “¿Cómo se está difundiendo la voz, la mirada y el pensamiento de las mujeres?”
    • Begoña Marañón, directora Cadena SER Euskadi.
    • Lourdes Pérez, subdirectora del Diario Vasco.
    • Arantxa Sainz de Murieta, integrante de Doce Miradas.
    • María Puente, integrante de Doce Miradas.

Y para finalizar, tenemos unas cervezas que muy amablemente Heineken nos ha facilitado y con las que esperamos seguir compartiendo conversación.

El evento aniversario se celebra por primera vez en Donostia – San Sebastián, en atención a todas aquellas personas de Gipuzkoa que seguís las publicaciones semanales del blog, leéis y comentáis los artículos y ‘conversáis’ con el colectivo a través de Twitter.

¿Te has apuntado ya? Si no has reservado tu plaza aún, hazlo ahora porque el aforo es limitado. Estamos deseando verte. ¡Apúntate aquí!

Etiquetas: aniversario
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Silencio

02/04/2019 en Doce Miradas

Una conversación con mi hijo de 14 años me daba hace unas semanas la idea de este post. Cuestionaba él mi crítica a una fotografía de los Premios ABC Salud, en la que aparecían los premiados con sus respectivos galardones: todos ellos hombres. Le explicaba yo que la cosa tiene delito porque el de la Salud es un sector feminizado, con un 84% de enfermeras colegiadas y un 50,4 de médicas. Sin negar que el resultado de la imagen fuera sorprendente, planteaba él la posibilidad de que, en este caso, fuesen “ellos” quienes más merecieran haber llegado a lo alto de las instituciones premiadas.

Más de causas que de azares, yo traté de explicarle a su vez que las casualidades no existen, y que la misma falta de reconocimiento que evidenciaba la foto en particular, se reproduce a lo largo y ancho del mundo en todos los ámbitos. A las mujeres, le decía, nos cuesta infinitamente más que se reconozca nuestra opinión y nuestro trabajo. Verdad verdadera.

Cierto que siguen siendo ellos quienes presiden de manera mayoritaria consejos, comités y jurados, y que esta circunstancia explica el hábito de sustituir a hombres por hombres (tendiendo así a perpetuarse las proporciones en los órganos de poder y el sesgo de sus decisiones). Pero cierto es también que, más allá, subyace un segundo argumento que no por evidente, deja de sorprender: a las mujeres no se nos trata como iguales porque no se nos considera iguales. Al menos no igual de interesantes, originales, creíbles o replicables.

Miremos a la industria del cine, por ejemplo, que a través de historias nos cuenta nuestro tiempo presente y pasado, e imagina también el futuro (a menudo, por cierto, con enorme falta de imaginación en lo que a proyección de la mujer se refiere). Pues bien, en los 90 años que llevan otorgándose los Oscar, menos de la mitad de las “mejores películas” superaron el test de Bechdel, esta prueba que trata de evidenciar la brecha de género en el cine a través de tres reglas (ridículas de puro simple): que haya al menos dos personajes femeninos en la película (1), que mantengan alguna conversación entre sí (2) y que esta no sea sobre un hombre (3).

En este sentido, aclarar que la presencia de la mujer en el cine es hoy día menor que en la década de los 30, de modo que el argumento del tiempo (ese que hay quienes dicen que cambia las cosas por su cuenta), no aplica.

¿Y qué sucede cuando medimos cuánto hablan ellos y ellas en pantalla? Con un vistazo a la gráfica en la imagen, basta.

Con los medios de comunicación –poderosas fuerzas que determinan la manera en que vemos nuestras sociedades– sucede algo parecido. El Global Media Monitoring Project (investigación quinquenal en 114 países que desde 1995 analiza la presencia de las mujeres en los medios a lo largo de todo un día), aporta datos enormemente reveladores sobre cómo se nos ve. Dice, por ejemplo, que, de cada 10 voces expertas en los medios, solo 2 son de mujeres, que cuando se ofrece el testimonio de testigos, 6 de cada 10 son de hombres, y que solo 1 de cada 4 noticias tienen como sujeto protagonista a las mujeres. Se deduce, por tanto, los hombres son más creíbles e, igual que en el cine, en la vida real también les pasan más cosas y más interesantes.

Hay también estudios por países como este que recientemente ha analizado 700.000 horas de los medios audiovisuales en Francia, para concluir que las intervenciones de las mujeres son dos veces menores que las de los hombres.

O este otro, realizado en Estados Unidos por el Women’s Media Centre que –al hilo de esto de la credibilidad– apunta que los periodistas masculinos tienen más del doble de influencia en las redes sociales que sus colegas femeninas. Poca sorpresa hasta aquí. Especialmente llamativo es, sin embargo, confirmar que ellos retuitean hasta 3 veces más a sus colegas masculinos, y que el 92% de sus respuestas son también entre sí. Esto es, las mujeres (periodistas o no, me atrevería a decir) somos menos susceptibles de ser retuiteadas por ellos. Parece menor, pero sin duda no lo es. Porque la visibilidad y la credibilidad que se nos restan de tan inocente manera, sin duda, tampoco lo son.

Se entiende mejor así que en 109 años de historia, solo el 6% de los premios Nobel hayan sido otorgados a mujeres. Repárese en los puntitos morados de la gráfica, y repárese también en las categorías. De Economía, Física y Química, vamos más justitas, se conoce. Nada comparado con la Literatura, la Medicina y la Paz. No se entiende por qué no gobernamos el mundo, la verdad.

Y lo mismo sucede, me tocará explicarle a mi hijo, si miramos al mundo del deporte, al de la ciencia, al de la empresa e incluso, al de lo público (ese que, en esencia y por justicia, debería de representarnos con fidelidad). De 194 países en el mundo, solo 25 cuentan hoy día con una jefa de estado electa.

Sirvan, en todo caso, estos hilvanes para apuntalar una idea. El trabajo de las mujeres no obtiene el mismo reconocimiento en nuestras sociedades, porque nuestras vivencias y nuestras ideas no reciben el mismo eco. A pesar de los avances (de acción, y, sobre todo, de mucha palabra), la mirada general es androcéntrica y, salvo que actuemos, seguirá siéndolo por inercia, cuando no por resistencia.

Siempre habrá quienes no quieran o no sepan ver que, si las mujeres no llegan a estos premios, a esos puestos o a la mismísima Luna, no es casual, sino resultado de muchos palos en el camino, un tupido parche en los ojos y un silencio histórico de nuestra palabra.

Vivan, por tanto, las historias, las películas, los libros, las noticias con mujeres y de mujeres. Los premios, las voces expertas, los micrófonos y la interacción en las redes sociales. Somos la mitad, pues bien, que se nos vea y, sobre todo, que se nos oiga.

Etiquetas: invisibilidad, Medios de comunicación, Nobel, Oscar, premios, reconocimiento, visibilidad
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