Este es otro post colaborativo, pero este es especial. Es para decir que le damos al botón del Pause. Que estaremos ausentes por una temporada. Que nos vendrá bien el silencio externo para poder escucharnos. Porque queremos, porque lo necesitamos. Decía Heráclito que, si hay algo permanente, es el cambio. Y si el mundo cambia, ...read more
Llega a casa agotada, sin ganas ni de tumbarse en la cama, porque sabe que, aunque el cansancio cerrará sus ojos, a media noche se despertará sobresaltada. Lleva meses así, en un sueño inquieto en el que aparece alguno de sus pacientes, cualquiera de esos ojos asustados que le miran desde el box de la ...read more
Soy Rosa Fernández Cerdán. Me dedico al diseño de servicios y estratégico. Y creo en el diseño como un potente catalizador de cambio para mejorar la vida de las personas y los entornos o sistemas con los que interactuamos. Adoptando diferentes roles y combinando una mirada creativa y analítica al mismo tiempo, he trabajado con ...read more
A pesar de que el bueno de Boccaccio dijo aquello de que “el arte es ajeno al espíritu de las mujeres”, o de generosas opiniones como la de Auguste Renoir, para quien la mujer artista era “sencillamente ridícula”, desde niñas se nos anima a escribir, a pintar, dibujar, actuar, cantar… y las convenciones sociales nos ...read more
María Silvestre (@_mariasilca). Según dice mi perfil de twitter: socióloga, feminista y ciudadana. Son tres palabras que me definen en lo profesional, lo vital y en lo esencial. Soy profesora en la Universidad de Deusto, me gusta enseñar, investigar, aprender, escribir, leer y conversar.
Hace tiempo que les debía a mis admiradas Doce Miradas, una “mirada invitada”, y me pongo a escribir la mañana del 27 de septiembre, cuando por el rabillo del ojo ando pendiente de lo que ocurre en mi querida Catalunya. Bien podría comentar algo sobre soberanías agraviadas, discursos políticos vacuos y ciudadanías ilusionadas, desengañadas y maltrechas. Pero esta mañana, tal y como me comprometí, voy a centrar mi reflexión en comentar los resultados de un estudio del Centro Reina Sofía dados a conocer por “InfoLibre”.
Este tuit fue escrito el pasado 11 de septiembre… de nuevo Catalunya… Tengo la sensación de estar recibiendo “señales” para que escriba de otra cosa… pero voy a resistirme.
Los datos del citado estudio hablaban de un control recíproco en la pareja a través del móvil y de limitar las relaciones sociales del ser “amado/a”, hablaban de un discurso de igualdad teñido de estereotipos de género y de determinismo biológico. Vayamos por partes:
¿Por qué necesito controlar si amo?
Chicas (63%) y chicos (59%), según el estudio, controlan el móvil de su pareja. Al controlar el móvil pretenden controlar el “estado” del otro (con quién habla, de qué habla, dónde ha estado, cuál es la última foto que ha subido a Instagram…). El afán de control es un afán de posesión aprendido del mito del amor romántico que cosifica a los amantes y los transforma en poseídos/poseedores que deben defender la exclusividad de su propiedad a través de los celos, que no se entienden como una manifestación patológica de la relación ni como una falta de confianza en la pareja, sino como una manifestación de un amor exclusivo y excluyente.
Otra cuestión distinta, que no aclara el estudio, es qué uso dan chicos y chicas a ese control del móvil. Me temo que dado que la necesidad de control nace de la idea equivocada de que amar es poseer, la forma y uso de dicho control se manifestará de forma distinta en chicas y chicos, puesto que ese “amor romántico” si bien nos posee y nos hace poseedores, define muy bien los roles de género y convierte al chico en el poseído/poseedor activo (controla para imponer y castigar) y a la chica en la poseída/poseedora pasiva (controla para conocer y sufrir). Puesto que no está recogido en el informe, lo planteo como hipótesis.
Creo que es importante insistir en la pervivencia de la violencia que algunos hombres ejercen sobre las mujeres como una violencia específica, identificada, verificada y de carácter estructural, con raíces en el patriarcado y en la todavía vigente desigualdad entre mujeres y hombres. Desigualdad y violencia que persisten a pesar de que las chicas controlen el móvil de sus novios.
No me importa por qué soy diferente
Perviven los estereotipos sexistas y muchos de estos estereotipos se alimentan del determinismo biológico, camuflado a veces en los hallazgos de la neuropsicología, tratando de naturalizar las diferencias y, con ello, las desigualdades. Al margen de que discrepo de cualquier manifestación determinista (sea biológica, genética, neuropsicológica o histórica), no creo que sea un argumento legítimo para negar la reivindicación feminista de la igualdad. No me importa la razón por la que soy como soy, lo que me importa es que el hecho de ser mujer (diferencia) no se construya como desigualdad (discriminación, maltrato, violencia.) Que perviva el discurso del determinismo biológico como matiz condicionante del discurso de la igualdad, sí me preocupa. Es como si aceptáramos un gran “pero” en la vindicación de la igualdad. Y no hay peros que valgan… Por cierto… ¿cómo va lo de Catalunya?
Después de los acontecimientos que nos ha traído este verano, andaba yo pensando estos días en qué somos y en qué no somos. En lo que nos define por aquello que hacemos y en lo que nos cataloga por lo que dejamos de hacer. Y me he dado cuenta de que nos falta coherencia, mucha coherencia, entre lo que hacemos, lo que decimos y, fundamentalmente, lo que sentimos de verdad. Y nos falta esa coherencia no solo como sociedad sino también como individuos.
Así que para aclarar al menos mis dudas, no sé ya si las vuestras, me gustaría que hicierais el test que os propongo a continuación. Para ello, os voy a pedir algún favor y algún que otro permiso. En lo que a favores se refiere os demando tres: el primero, que leáis el post hasta el final. El segundo, que me permitáis responder en vuestro lugar estableciendo un diálogo ficticio. El tercero os lo solicitaré más adelante.
Este test intentará averiguar si sois o no sois personas racistas, entendiendo como tal a aquellas que consideran que los individuos tienen diferentes derechos y libertades en función de su raza. Con el fin de hacerlo más fácil, solo os preguntaré sobre vuestras actitudes hacia las personas blancas y hacia las personas negras. Así que, vamos a por ello.
El decálogo
¿Crees que las personas blancas y las negras tienen los mismos derechos, libertades y obligaciones? “Por supuesto”, me responderás. “Estamos en pleno siglo XXI”.
Si tú tuvieras que hacer una selección de personal en tu empresa ¿a quién contratarías antes? ¿A una persona blanca o a una negra? “Bueno”, me dirías, “esto también está claro. Yo la contrataría en función de su curriculum, de su experiencia y de su profesionalidad. Me daría igual que fuera blanca o negra”.
¿Y quién crees que faltaría más al trabajo? “A ver, a ver. Aquí la bolita de cristal no la tiene nadie”, me contestarías. “Pues dependerá de quién se ponga más veces enferma, de qué circunstancias le pasen en la vida ¿no?”
Y a la hora de hacer ascenderla, de darle un puesto relevante ¿a quién primarías? ¿A la blanca o a la negra? “Me estoy empezando a enfadar con tus preguntas. Ni que yo fuera racista. Pues evidentemente a quien más se lo mereciera”. Ya, pero insisto. Igual mirarías un poco sus circunstancias familiares ¿no? Por ejemplo. En el caso de que ambas tuvieran el mismo número de hijos ¿ascenderías a la blanca o a la negra? “Pero ¡qué tendrá que ver! Pues a quien más se lo merezca. ¿A mí qué me importa el número de hijos que tenga?” Sí pero ¿a quién le pagarías un sueldo mayor? ¿A la blanca o a la negra? “¿Por el mismo trabajo? Pues su retribución debería ser la misma. Vamos, es de cajón”.
¿Y quién crees que ejercerá mejor las labores directivas? ¿La persona blanca o la persona negra? “Ahora sí que me estoy enfadando. El liderazgo, la capacidad de toma de decisiones no tiene que ver con la raza. Eso depende de cada persona”.
Vale, vale, no te enfades. Cambio de ámbito. Imagínate que haya un producto que solo consumieran las personas blancas (no sé, piensa en algún tipo de maquillaje, determinadas cremas solares… ). ¿Aprobarías anuncios publicitarios en los que salieran personas negras prácticamente desnudas para anunciar los productos que consumen las blancas? “¡Por favor! ¡Pues claro que no!… De todas formas, me estás haciendo unas preguntas demasiado evidentes ¿no? Cualquiera te respondería a todo esto exactamente igual que lo estoy haciendo yo, salvo que sea muy racista”.
¿Crees que los medios de comunicación deberían emitir o publicar esa publicidad? “Pues esto también es evidente. Sería poco decente ¿no? Admitir publicidad racista por el mero hecho de que proporciona dinero”.
¿Te quedarías de brazos cruzados si supieras que hay fiestas en algunas localidades en las que no se permite a las personas negras hacer lo mismo que a las blancas? “No. Claro que no.”
¿O si hubiera locales en los que solo está permitido que estén personas blancas? ¿O en los que solo pagan por entrar las personas blancas y donde las negras entran gratis porque sirven como reclamo? “¿Todavía hay de eso? ¡No me lo puedo creer!”
Supongo que, como casi todo el mundo, tendrás algún perfil en Facebook o en Twitter. ¿Compartirías o retuitearías vídeos, comentarios, chistes zafios que hagan comentarios que denigren a las personas negras? “No. Evidentemente no”.
Hasta aquí el test. Ahora, os voy a pedir el tercer favor del que hablaba al principio. Volved a hacer el test cambiando algunas palabras: persona blanca por hombre y persona negra por mujer; racismo y racista por machismo y por machista; y raza por género. Y si el resultado que te da el segundo test es diferente al primero, háztelo mirar.
Coherencia
¿Evidente verdad? Claro. El post se publica en Doce Miradas. Pues si es tan evidente, lo que no entiendo es por qué no es evidente.
Cuando reivindicas el feminismo, cuando dices que eres feminista, todavía hay mucha gente que te pregunta el por qué. La primera cosa que se te ocurre decirle es si sabe qué es el feminismo. Feminismo es creer en la igualdad de derechos y libertades de mujeres y hombres. No le busques más definiciones.
Las y los feministas somos personas que creemos en ello y que luchamos para erradicar los comportamientos machistas. Entonces, si es tan evidente ¿por qué tengo que defender en pleno siglo XXI que soy feminista? ¿Por qué tengo que explicarlo? ?¿Por qué a tantos hombres y a tantas mujeres, creyendo en la igualdad, les cuesta decir que son feministas? ¿Por qué le es tan fácil a la sociedad descubrir comportamientos racistas pero le cuesta tanto identificar los machistas? Si son tan evidentes las respuestas al test en lo relativo al racismo ¿por qué se toleran esos comportamientos sexistas? ¿Por qué tengo que denunciar día a día comportamientos machistas que a veces no se ven, otros se obvian y muchas veces se fomentan? ¿Por qué cuando los denuncio tengo que soportar caras de superioridad, de ironía, de cachondeo? ¿Por qué no levantamos la mano para decir que “eso es machismo”? ¿Por qué a veces da vergüenza, otras reparo?
Si es tan evidente, y me voy ahora a los resultados de las preguntas del test, ¿por qué hay tantas personas que consideran que hombres y mujeres no tenemos los mismos derechos? ¿Por qué se contrata antes a un hombre que a una mujer porque esta última igual un día tiene hijos, como si la sociedad se perpetuase de forma hermafrodita? ¿Por qué afecta tanto a la hora de trabajar pensar en las bajas maternales cuando la ley permite que éstas puedan ser disfrutadas tanto por las madres como por los padres? ¿Por qué se considera que las mujeres perdemos más horas de trabajo que los hombres si tenemos hijos? ¿No es la responsabilidad de los hijos compartida? ¿Por qué hay tan pocas mujeres en puestos directivos y se sigue creyendo por parte de muchos (y muchas) que las mujeres son malas jefas? ¿Por qué aceptamos aún ver en la televisión y en prensa escrita u oír en la radio anuncios con la más pura esencia sexista? ¿Por qué todavía tenemos que aceptar que en fiestas, como en las de Hondarribia, las mujeres tengan que desfilar escoltadas escuchando insultos porque de lo contrario son escupidas y zarandeadas? ¿Por qué entramos mujeres y hombres en locales de moda donde nosotras no pagamos porque somos el cebo y ellos entran abonando su entrada? ¿Por qué compartimos y retuiteamos esos chistes puramente machistas que se ven tantas y tantas veces en las redes sociales? Y sobre todo ¿por qué no nos damos cuenta de que reproducir comportamientos machistas conduce a una sociedad en los que los hombres tienen realmente muchos más derechos y libertades que las mujeres?
Responsabilidad
Durante el pasado mes de agosto, doce mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex-parejas, a golpes, atropelladas, rociadas con gasolina. En lo que va de año, el balance se eleva a 51 mujeres. Y a ello hay que sumar el número de mujeres y sus hijos e hijas que son maltratadas a diario en este país. Cuando se producen esos momentos trágicos es cuando nos echamos las manos a la cabeza y decimos que esto tiene que acabar. Y echamos la culpa a la sociedad. Pero nos olvidamos de que la sociedad la componemos los individuos y que, por lo tanto, todos y todas tenemos nuestra parte de responsabilidad, y de culpabilidad, cuando se produce una muerte causada por violencia de género. Desde las madres y los padres que no educan en igualdad hasta los colegios que reproducen pautas de comportamientos machistas. Desde los medios de comunicación que, ni saben tratar en la mayoría de las ocasiones las noticias sobre estos temas (siguen hablando de mujeres que “mueren”) y a los que no les molesta para nada la publicidad sexista y lo machismos que se dan, en muchísimas ocasiones, en sus tertulias y en sus programas estrella, hasta los espectadores que consumen estos programas. Desde el juez que no emite la orden de alejamiento que debería dictar hasta las personas que se creen que una simple orden de alejamiento evita que un maltratador llegue a convertirse en un asesino. Desde el político que no ofrece medidas eficaces contra la violencia de género porque no se la toma en serio hasta la persona que los vota. Desde el que crea un meme en Twitter hasta el simple que lo retuitea.
Coherencia y responsabilidad. Símplemente eso. Coherencia y responsabilidad. Permitidme una última pregunta: ¿es que lo evidente no lo es tanto?
Eva Silván Miracle (@evasilmi). Politóloga (antes de que se pusiese de moda). Especializada en Cooperación al Desarrollo. Activista de DERECHOS HUMANOS en mayúsculas. Los defiendo todos, pero me decanto por unos: los derechos de la infancia. Me gustan las palabras y su significado. Adicta a muchas cosas, a veces corro.
En la cocina hay un mantel a cuadros desteñido por el tiempo, un tiempo que pasa despacio desde que Maite se quedó sola al cuidado de sus dos hijos. Sobre el mantel, dos vasos de leche manchados ligeramente de Cola Cao. Cada mañana, mientras prepara el desayuno, Maite recuerda las risas de sus hijos cuando, tras acabar la leche, se encontraban con la capa de Cola Cao que quedaba en el fondo de la taza. Rememora el sonido de las pajitas mientras sorbían hasta la última gota y revive su cara de satisfacción. Era la mejor manera de empezar el día.
Ya no hay pajitas en casa de Maite y el Cola Cao solo llega para manchar la leche. Ella conforma una de las más de 1.450.400 familias monomarentales que hay en nuestro país. Ella sola se enfrenta a todos los gastos derivados del cuidado de sus hijos y a todas las decisiones que hay que tomar, que son muchas. Entre los gastos, las pajitas son una muestra de lo que ya no se puede permitir; entre las decisiones, debe elegir entre pagar las clases de refuerzo para su hijo mayor o las gafas que corregirán la miopía de su hijo pequeño.
El género importa cuando hablamos de familias monoparentales. No exageramos si decimos que la pobreza tiene rostro de mujer, de niño y niña (el riesgo de pobreza o exclusión social infantil afecta a más de uno de cada tres menores de edad en el estado español). Si se desglosan las situaciones de pobreza y exclusión en función de los tipos de hogar, el mayor aumento en el último año se ha registrado en los hogares monoparentales –1.754.700–, de los cuales solo 304.200 hogares están encabezados por un padre con hijos.
Tener hijos e hijas cuesta mucho. Tanto, que lleva a la pobreza a familias de nuestro país. Pero, ¿qué significa la pobreza y la exclusión social para una familia monomarental? Significa que una de cada dos mujeres tiene problemas relacionados con la vivienda: riesgo de desahucios, impagos, deudas hipotecarias…; significa que más de una de cada cuatro ha dejado de comprar medicinas, seguir tratamientos o dietas por problemas económicos; significa que más de una de cada dos mujeres no está trabajando y sus posibilidades de tener un trabajo a jornada completa se reducen a la mitad; significa que cuatro de cada diez carecen de dinero suficiente para los gastos de la casa y no pueden mantener el hogar a una temperatura adecuada; y significa que, al menos tres de cada cuatro, han tenido que reducir gastos fijos de teléfono, televisión o Internet.
Por curioso que parezca, Maite no sabía que era una familia monomarental. Y lo que es más importante: desconocía que su situación podría mejorar si los poderes públicos quisieran. Fue tras la publicación del Informe de Save the Children ‘Más solas que nunca, la pobreza infantil en familias monomarentales’, cuando supo que hay medidas que se pueden tomar; medidas que deben ponerse en marcha con la mayor celeridad posible para que las mujeres y sus hijos e hijas dejen de estar solos.
No parece muy descabellado exigir que, de una vez, se reconozca legalmente a las familias monoparentales, tal y como sucede con las familias numerosas, que al estar reconocidas legalmente se benefician de medidas de apoyo que facilitan su día a día. El reconocimiento legal permitiría a las familias monoparentales primero ser visibles, después acceder a beneficios fiscales, deducciones por maternidad, ayudas económicas para acceso a vivienda; acceso a becas en el ámbito escolar, descuentos en tarifas de transporte y/o prestaciones para cubrir los gatos de audífonos, gafas u ortopedias.
El informe de Save the Children ha sacado a la luz una realidad hasta ahora desconocida. ¿Por qué han permanecido ocultas durante tanto tiempo? ¿Por qué no hemos dicho abiertamente que la pobreza en nuestra sociedad existe y que tiene rostro de mujer, de niño y de niña? ¿Por qué las hemos dejado solas?
Bien, hagamos ahora visible su situación, convirtámonos en su red de apoyo. Os invito a poner vuestra mirada en estas mujeres; mujeres que hacen de su día a día un rompecabezas, consiguiendo lo imposible, que el rompecabezas encaje antes de que acabe la jornada sin importar a nadie el coste que tiene para ellas y para sus hijos e hijas.
Eglantaine Jebb, fundadora de Save the Children, decía que “cada generación de niños y niñas nos ofrece la oportunidad de reconstruir el mundo desde su ruina”. Yo lo tengo claro, tenemos la oportunidad de no dejarlas en la ruina, de no abandonarlas, de apoyarlas, de terminar con ellas el rompecabezas antes de que acabe la jornada.
«La Libertad guiando al pueblo», Eugène Delacroix, 1830.
Leía un día sobre los orígenes del feminismo, cuando fui a parar con una cita que me golpeó por su mezcla de juicio y candidez. Escrita por Olympe De Gouges en la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana” de 1791, decía así: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”.
Habían transcurrido dos años desde la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” (escrita en el corazón revolucionario de 1789) y para entonces, la autora de esta pregunta intuía ya que tampoco los padres del grito “Libertad, Igualdad, Fraternidad” —aquellos con quienes las mujeres se habían embarrado faldas e ilusión en el fragor de las barricadas— tenían ahora verdadera intención de hacer hueco mullido para ellas. “La mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también el de subir a la Tribuna”, resumió De Gouges de forma meridiana.
Cierto es que, casi 225 años más tarde, las mujeres —con el apoyo de tantos hombres— hemos logrado muchos de los derechos apenas imaginados en la época y, sin embargo, la interpelación de esta ciudadana francesa (demasiado revolucionaria incluso para aquella revolución) mantiene aún hoy su vigencia. Y esto me deja más preguntas que respuestas. En todo caso, más allá de los frenos y trampas que nosotras las mujeres nos ponemos en la conquista del terreno público (asunto de mi reflexión anterior), el menú del día es: ¿cuánto tiene que ver la acción/no acción masculina (voluntaria o inocente) en esos “otros” frenos que las mujeres encontramos en el camino?
“¿Hombre, eres capaz de ser justo? Es una mujer quien pregunta”.
Tal vez deberíamos empezar por el principio y dilucidar en qué consistiría tal justicia hoy y a partir de ahí, determinar qué esfuerzos serían exigibles a los actuales hombres de bien; aquellos que apoyan, creen apoyar o quisieran apoyar a las mujeres (parejas, hijas, amigas, madres, hermanas…) en esta cansina lucha por disfrutar sin salvedades de iguales oportunidades. ¿Qué sería sensato pedir y qué iluso o desmedido?
Bien, sobre todo esto me dio por pensar hace poco al saber de un nuevo seminario en el que los diez ponentes previstos son varones (7-11 septiembre, con Alfredo P. Rubalcaba, Gumersindo Lafuente, Emilio Ontiveros, José María Izquierdo, entre otros). La denuncia en Twitter llegaba esta vez desde @Masdel50, donde recordaban aquello de “hay expertas”. “Pues tienes razón”, fue la llana respuesta de un senador que entró en la conversación. Pero, quedé yo barruntando: ¿de qué sirve que te concedan la razón? ¿De qué sirve siquiera tenerla? ¿Qué más se podría entonces pedir a un hombre que concede la razón ante una interpelación tan directa? Porque lamentablemente, la razón no sirve de nada.
Es la acción la que cambia las cosas. Sin acción, no hay reacción.
La cuestión de fondo, por tanto, es: ¿cómo pasamos al siguiente nivel? Y se me ocurre que quizá sea necesario recordar, en primer lugar, que nuestra sociedad continua siendo machista. No nos gusta decirlo, pero es así. Y es así porque continua habiendo mujeres y, en mucha mayor medida, hombres, que no creen que el valor de ambos sea el mismo (salario, dedicación familiar, implicación en el hogar o silla en el Consejo de Administración de turno). Y esos hombres no son siempre el vecino de enfrente… Quizá sea necesario recordar también que la violencia contra las mujeres (de tan espantosa actualidad) no es casual sino causal. Que los asesinos no surgen como los champiñones, sino que los criamos entre todos. Y que esta violencia, sin duda el fruto más podrido y hediondo de todos, comparte raíz con otras muchas situaciones, que no por frecuentes y aparentemente intrascendentes, son reflejo de un árbol sano.
¿Por qué si no sería necesario llamar la atención sobre lo que significa una mesa con diez varones? ¿Cuánto tardaríamos en ver el sesgo de raza en una mesa con diez hombres blancos si nuestra sociedad estuviera formada por tantos blancos como negros? ¿Por qué entonces nos cuesta tanto ver el de género? ¿Y por qué es tan rara la vez que uno de esos varones osa romper el código y decir públicamente algo al respecto?
Olympe de Gouges
Por eso quizá, desde el respeto, yo me pregunto para cuántos de ellos ese siguiente nivel es un objetivo realmente deseado. Si su silencio no ocultará un miedo antiguo y colectivo a una certeza: que, cuando el espacio es limitado, para que alguien pueda dar un paso adelante, alguien ha de dar un paso atrás. Porque para que haya ganancia debe haber pérdida y porque cualquier avance social exige esfuerzo. En todo caso, es innegable que para que el cambio del que hablamos se produzca, esta sociedad necesita que sus hombres sean co-impulsores del salto. Porque sin ellos no podemos. Y sin ellos, a veces parece una batalla o un lamento lo que debiera ser camino compartido.
Significarse es complicado. Exige cojnvicción y pesado sentido de la responsabilidad. Y para qué negarlo, mucho arrojo. Pero necesitamos ponentes que digan “esto no es posible”, políticos que digan “esto no se subvenciona», asistentes que digan “esto no me gusta” o “yo no atenderé” y organizaciones que digan “tenéis razón”, pero, sobre todo, que digan, “el error es imperdonable y lo vamos a corregir… porque hay expertas”.
Y termino excusándome por tantas preguntas y con la esperanza de que generen algunas respuestas. Porque casi 230 años después de que la nuca de Olympe De Gouges sintiera el hielo de la guillotina, podríamos (y, por tanto, debieramos) haber avanzado más. Porque avance y paso del tiempo no son la misma cosa y sin algo de valentía no hay acción ni reacción.
Alex Fernández Morán (@pozikdesign). Me apasionan las ideas originales y bien realizadas en marketing, comunicación, publicidad, tecnología, innovación, Internet, que recojo en mi blog personal sobre campañas e ideas creativas: www.pozik.net. Soy miembro de la Asociación de ex-alumnos del Máster de Márketing de la UPV-EHU y uno de los impulsores y jurado de los Premios Máster de Marketing UPV-EHU que reconocen los mejores trabajos en esta disciplina en las empresas de Euskadi.
Son numerosas las desigualdades que sufre la mujer, pero existe una que hasta el momento había pasado prácticamente desapercibida para todos. Hablamos de la tasa rosa, un sobrecoste económico que pagan las mujeres por ciertos productos de gran consumo en versión femenina.
La voz de alarma la ha dado el colectivo feminista francés Georgette Sand, quien tras analizar el precio y características de numerosos artículos comprobaron que muchos de ellos son ligeramente más caros cuando se dirigen a las mujeres, aun siendo idénticos en características, formatos o componentes, que aquellos destinados a hombres.
La denuncia recoge numerosos ejemplos, entre los que destacan los desodorantes, cepillos de dientes, etcétera, que ven aumentado su precio injustificadamente sólo por ser para mujeres. Pero hay uno que ha irritado especialmente a las consumidoras galas. Se trata de un pack de 5 cuchillas de afeitar de color rosa que comercializa la cadena Monoprix y que cuesta 8 céntimos más que su equivalente en tono azul. Tal ha sido la indignación que ha despertado esta situación, que el grupo feminista ha adoptado la cuchilla rosa como símbolo de sus reivindicaciones.
Todo parece apuntar a que detrás de estas prácticas se encuentran las políticas de precios de las grandes marcas. Sus departamentos de marketing son conocedores de que las mujeres son un segmento de población que suele preocuparse más por su imagen que los hombres, y han detectado que, en general, también están más predispuestas a pagar precios superiores por productos de belleza y estética, un hecho que aprovechan para encarecer sensiblemente su importe y así aumentar sus beneficios.
La polémica está servida y el ministerio de economía francés estudia si se trata de un caso generalizado de discriminación de género. Mientras tanto, la plataforma Change.org continua recogiendo firmas de apoyo para poner freno a esta injusticia y son numerosos los medios de comunicación y blogs personales que se han hecho eco de la «tasa rosa» o «pink tax». Todos ellos denuncian que las mujeres, pese a tener generalmente ingresos menores por su trabajo, deben asumir este «impuesto» extra. Puedes ver un ejemplo de la denuncia de este abuso en el siguiente vídeo.
28/07/2015 en Doce Miradas por Naiara Pérez de Villarreal
Hace ya varios meses tuve el honor de ser invitada a formar parte de Doce Miradas. Para mí fue todo un motivo de “orgullo y satisfacción”, como diría .. .vaya, ahora no recuerdo quién decía eso..
Desde que nació el proyecto, allá por mayo de 2013, este grupo de mujeres era una referencia para mí, seguía con mucho interés este blog. Cuando recibí la invitación para ser una de las 12, dudé..pero lo justo.
Yo no me había mostrado nunca públicamente como una defensora de la igualdad entre mujeres y hombres, aunque sí que había hecho mis pinitos en el ámbito del deporte. Mi entorno más cercano sabe de mis quejas constantes por la discriminación que sufrimos las mujeres en todas las disciplinas. No sería la primera vez que pataleaba por esto mismo también en el ámbito laboral, y más concretamente ante alguna situación desagradable en el terreno profesional. Por suerte, estas situaciones en mi vida laboral han sido pocas y no quiero mencionarlas, pero sacaron de mis adentros una crispación algo inusitada.
Así pues, ya sea por mi carácter de “echada pa’lante” o porque quería explorar esta temática que un poco de runrún ya me hacía, no dudé en aceptar esa propuesta que un gran día me hizo llegar mi compañera Lorena Fernández.
Lo reconozco. No tenía gafas moradas. En ocasiones veía discriminación por género en situaciones cotidianas de mi entorno, pero callaba y asumía o adoptaba una postura de resignación, naturalidad o conformismo. O me daba pereza señalar con el dedo, como acertadamente proponía en su post Arantxa Sainz de Murieta.
Desde que este grupo y el aura que se genera a su alrededor me invitaron a ponerme estas gafas… ¡creo que me han salido hasta antenas moradas!. Ahora estoy en una fase de regulación, porque tengo la sospecha de que veo hasta lo que no es. Veo, leo, escucho… y a todo le veo su lado machista. Me paso la mitad del día crispada por ello. Muchas gracias, chicas 😉
No. Ahora en serio: las gafas moradas me han abierto miras. Estoy descubriendo un mundo en el que me siento muy cómoda, señalando y denunciando la desigualdad, sintiendo que estamos haciendo algo grande.
Por eso hoy quiero poner mi mirada en un asunto que me ocupa y me preocupa especialmente y que detecto especialmente en la gente joven. No sé si llamarlo falta de personalidad, de consciencia o lavado de cerebro.
Tengo una hija de veinte meses. Es una edad preciosa, en la que disfrutamos mucho de algo tan sencillo y cotidiano como que repita las palabras que le decimos. Seguramente lo hace porque está experimentando y porque se da cuenta de que a las personas adultas nos hace mucha gracia, pero no es consciente de lo que dice, no comprende su significado.
Esto mismo que nos resulta tan gracioso ya no lo es tanto si es, por ejemplo, una niña de dieciséis años la que repite frases como “Si es verdad que tú eres guapa, yo te voy a poner gozar. Tú tienes la boca grande. Dale, ponte a jugar”.
Esta letra corresponde a la archiconocida canción de Pitbull “I know you want me (Calle 8)”, cuyo estribillo es cantado por millones de adolescentes (sí, chicas también). El videoclip es aún peor y más denigrante todavía para las mujeres; a pesar de ello, es de los más vistos en la Red.
Ejemplos como el de Pitbull hay muchos que nos dejan lindezas como las letras de Alejando Fernández “Asfíxialas con besos y dulzura, mátalas con una sobredosis de ternura” en su canción “Mátalas”, o las de Romeo Santos, toda una figura musical que actuó incluso ante Obama en la Casa Blanca, con su conocida canción “Eres mía”, cuyo estribillo vomita lo siguiente:
No te asombres
Si una noche
Entro a tu cuarto y nuevamente te hago mía
Bien conoces
Mis errores
El egoísmo de ser dueño de tu vida
Eres mía (mía mía)
No te hagas la loca eso muy bien ya lo sabias
Si tú te casas
El día de tu boda
Le digo a tu esposo con risas
Que solo es prestada
La mujer que ama
Porque sigues siendo mía (mía)
Pero lo que hoy quiero señalar con el dedo expresamente es la actitud de gran parte de la sociedad, sobre todo en edad adolescente, que baila, canta y repite sin cesar estos estribillos y no se para ni un segundo a pensar en lo que verdaderamente está diciendo. Porque si fuera consciente del contenido de estas letras, quizás se lo pensaría dos veces antes de hacerlo. Valga como ejemplo este vídeo que muestra las reacciones de algunas y algunos jóvenes al prestar atención a las letras de su reguetón sin música:
https://www.youtube.com/watch?v=PlxFb-aCKJs
Entiendo (o no) el contexto de fiesta o celebración en el que suenan estas canciones, el momento de abstracción y pasotismo de las y los jóvenes cuando se encuentran en su burbuja. Y es que les estamos pidiendo que en sus momentos “Kit-kat” procesen estos mensajes que les llegan y reproducen como autómatas. Y yo me pregunto: ¿vamos a pinchar esta burbuja?
En este encuentro, en un ambiente agradable y distendido, formé parte de la mesa de juventud, cuyo sugerente título (Juventud: ¿cantera de Igualdad?) dio pie a tratar de los valores que adquieren y disponen las nuevas generaciones.
En este contexto, la propia María Silvestre respondía rotundamente con un «No» sonoro a la pregunta del título: en su opinión, la juventud actual, a pesar de contar con abundantes recursos y oportunidades, no puede considerarse cantera de igualdad. Estoy de acuerdo con ella que para esta generación, la vida es un espejismo de igualdad, se cree parte de una sociedad paritaria y palabras como el feminismo provocan temor, pues lo asocian a reivindicaciones del pasado. Los chicos, además, siguen pensado que es un “problema de mujeres”.
No quería centrarme exclusivamente en la juventud, ya que comportamientos como el que estoy denunciando hoy aquí abarcan un amplio espectro de edades. Pero sí es verdad que este consumismo y repetición inconsciente de mensajes que no se procesan aparentemente se da más en adolescentes. Parece que son los y las adolescentes quienes “compran” mayoritariamente estos mensajes.
He hablado de la música, pero estaréis de acuerdo conmigo en que semejantes contenidos se transmiten también por otros medios como la televisión, el cine o los videojuegos. En nuestro blog de Doce Miradas hay excelentes artículos sobre estos temas. Los estereotipos de siempre (mujer objeto, hombre dominador, mujer arpía, hombre ingenioso, mujer sumisa, hombre controlador, etc.) se repiten en versiones modernas y, si me lo permitís, de una forma más sutil e implícita. A veces necesitamos de las gafas moradas para verlos, pero “haberlos, haylos”. Voy a pasar de puntillas por la última gran apuesta del cine mundial, “50 Sombras de Grey”. Si me paro ahí, igual no terminamos nunca.
Me gustaría percibir pronto un cambio en esta situación. No quiero que mi hija crezca en una sociedad que recibe estos mensajes; mucho menos quiero que no se los cuestione y los repita como una autómata, sin pensar qué está diciendo, sin procesarlo. Parece evidente que toda la sociedad debe implicarse, desde la clase política hasta el o la publicista de turno, pasando por la educación en los colegios y, por supuesto, por las personas que generan estos contenidos sexistas o no igualitarios.
¿Qué podemos hacer? Quiero pensar que hay soluciones más allá de la demagogia tan frecuente. Soy de las que piensa que los pequeños gestos cotidianos permitirán el cambio. Doy por bueno el conocido eslogan “Think Global, Act Local” (Piensa en global, actúa en local). Una frase, un no, un gesto de desaprobación en el momento adecuado, o levantar el dedo acusador al que se sumen más personas como en este inspirador vídeo que os pongo a continuación:
Queridas lectoras y lectores que habéis llegado al final de este post: ¿se os ocurre algo que alimente mi esperanza? ¿quizás esté cayendo yo también en la misma demagogia que me espanta?
Bueno, sí, se me ocurre que nosotras, las mujeres de mi edad (y no digamos las más mayores) también hemos mamado todo esto. También hemos cantado y bailado con letrillas infames, llorado con películas que hacían un canto a la sumisión y reído con tebeos denigrantes y violentos. Pero un día nos pusimos las gafas moradas y lo vimos todo de otro color. Igual les puede suceder a nuestras chicas y chicos; puede que a ellas y a ellos también les crezcan unas bonitas antenas moradas.
Maider Gorostidi (@Maidergoros). Profesión, variada. Vocación, autodescubridora. Mis 42 veranos me regalan un proyecto propio, Funts Project, donde comparto pasiones en buena compañía. El campo a trabajar, acompañar a personas y empresas en el cambio; el método, mirar con las gafas del desarrollo organizacional. Cómo abordarlo y cómo contarlo es el reto.
Es una noche de verano, una de estas deliciosas noches de verano. Alrededor de una mesa tres hombres y dos mujeres nos preparamos para disfrutar de una magnífica velada. Uno de los hombres preside; a un lado su mujer, al otro yo. Apostados a nuestros lados, los otros dos hombres.
Las presentaciones oficiales están hechas y ahora la conversación fluye tranquila mientras esperamos los platos. En poco tiempo la temática laboral cobra protagonismo en la mesa. En menos tiempo aún, el triángulo masculino liderado por el hombre que preside, se hace cargo de la misma dejando en el más algodonado de los olvidos a las dos mujeres, también trabajadoras.
Un esfuerzo consecutivo, liderado por cada uno de los otros dos hombres, intenta integrarnos en la conversación pero acaba cayendo en saco roto. Es más, quien preside, cuando se nos invita a entrar en debate, echa su cuerpo inconscientemente hacia atrás en la silla para reincorporarse pocos segundos después y retomar enérgico el relato a tres.
Este análisis, a posteriori, de la situación no empaña la dulce cena veraniega ni tampoco el buen humor de quienes la disfrutamos. Es más, si nos hubiesen mirado desde fuera, dirían que las cinco personas estábamos encantadas del momento y la compañía mutua.
En el desayuno del día siguiente, y ya en “petit comité”, mis dos amigos y yo recordábamos lo simpática que era la pareja y lo mucho que disfrutamos las cinco personas.
Aprovecho la pausa tras un sorbo de café para subrayar el detalle que me llamó la atención la noche anterior: la nula integración de las mujeres en la conversación. “Es más”, añado, “parecíamos invisibles”. “Eso sí”, matizo, “seguro que él no lo hizo a propósito”.
Sylvain me escucha y se ríe; afirma con la cabeza y comenta: “si cualquiera de mis conocidos suecos hombres y mujeres hubiesen estado sentados ayer a la mesa, no hubiesen tardado ni diez minutos en levantarse y denunciar públicamente una falta de respeto ante la omisión de voces femeninas en la conversación”. Añade: “y de la misma, se hubiesen marchado”.
Hoy, un año después, al recrear la historia pienso que ante mi explícita protesta de no haber facilitado la entrada en el debate a las mujeres podríamos escuchar comentarios como “qué “tiquismiquis, por favor” o “qué exageración” o “si tampoco es para tanto” o incluso “bueno, se ofende quien desee ofenderse pero desde luego que esta tontería no es ninguna ofensa”. Seguro que esta reacción nos resulta más conocida y aceptada que la narrada sobre la sociedad nórdica.
Ahondando en la experiencia yo sigo convencida de que ni el hombre que presidía la mesa, ni probablemente su mujer, eran conscientes de lo que estaba pasando.
Así, esta es una historia más, una de tantas otras, una que aprovecho para contar ya que la he vivido en primera persona. Y de esta historia saco que nuestro comportamiento inconsciente tiene un magnífico poder a la hora de enterrar la equidad de género.
Porque ¿cómo vamos a cambiar algo en este mundo si ni siquiera somos conscientes de nuestro comportamiento?
Y ahora traslado este ejemplo a la organización, que es el campo que me gusta, y me sigo preguntando:
¿Cómo va a cambiar una organización sus desigualdades de género si éstas no afloran al plano consciente; si están inmersas en su cultura de empresa y se ocultan bien en las entretelas estructurales de la organización; si no se hace una apuesta REAL por detectar situaciones de desigualdad, por intentar entenderlas, por contar con todas las miradas para revisarlas, comprender y aprender de ellas?
Hace unos meses tuve el placer de escuchar a Reina Ruiz Bobes hablar de “Procesos de Cambio Organizacional Pro Equidad”. Me cautivó la idea de oír, por fin, una postura firme y decidida que lucha contra el lifting organizacional que suponen los planes de igualdad hechos a destajo y por prescripción legal; que combate contra la búsqueda desesperada de indicadores de género que prueben lo improbable (una política imaginaria de igualdad) en la redacción de solicitudes o justificaciones de proyectos públicamente financiados; que trabaja contra la afirmación de que “en nuestra organización no tenemos problemas con la perspectiva de género porque el 80% de las trabajadoras somos mujeres”; o que lucha contra el argumento de que “primero es lo urgente y luego lo importante” para dejar así de lado un tema complejo de abordar.
Ya vale.
Es evidente, y me incluyo entre las personas receptoras del tirón de orejas, que operamos en modelos mentales arraigados en nuestro subconsciente. Es evidente que debemos hacer un esfuerzo enorme (todavía hoy) por aflorarlas al consciente (creo que esta es la parte más compleja de la historia). Es evidente que si esto nos pasa a las personas, las organizaciones (que no dejan de ser personas organizadas) actúan bajo el mismo patrón. Y es evidente, para mí, claro, que si realmente queremos hacer algo porque este hecho no sea así debemos tomárnoslo en serio y debe haber una APUESTA organizacional clara.
En este sentido, el enfoque metodológico del Cambio Organizacional por Equidad del que nos habló Reina y que lleva años trabajando Natalia Navarro me parece magnífico. Pero, claro está, este enfoque supone entrar de lleno en la “aventura del cambio” organizacional; y, como recoge la propia Natalia, “en el hecho de confiar que la organización, y el status de poder reinante en ellas, va a apostar por una transformación que necesariamente implicará la consideración de nuevas prioridades organizacionales y, vinculada a ellas, nuevas pautas de distribución de poder y recursos tanto a lo interno de la organización como en lo referente a sus actuaciones”.
Además supone una oportunidad para que las personas que participan de la organización identifiquen sus propias experiencias y las trabajen desde la plena consciencia para avanzar también ellas en el cambio. Si queremos que las personas hagan suyos los productos en las organizaciones, tenemos que dejarles que desarrollen el proceso; si no es así, no servirá de nada, todo les será ajeno e impuesto. Y, en consecuencia, no habrá cambio.
Así que, si este verano repito velada magnífica en situación similar yo también seré protagonista e impulsora de mi propio cambio.
“Si eres mujer y te atreves a mirar dentro de ti, eres bruja”
Después de dos años en Doce Miradas ya digo sin complejos, alto y claro, que soy feminista. Segura de que con ello hago justicia a todas las mujeres que han luchado desde hace tanto tiempo por nuestro reconocimiento como iguales, con derechos y oportunidades que conquistar.
Y cuando digo tanto tiempo, digo mucho, mucho tiempo. Aunque los señores que han escrito y divulgado nuestra historia nos hayan querido despistar cuando han contado a su manera y en su propio interés.
¿Qué sabemos de las brujas? A mí siempre me han fascinado. Incluso cuando no sabía que era feminista ☺ Ellas, precisamente, fueron las pioneras; las hermanas que dieron sentido al concepto sororidad, que tanto utilizamos hoy. La historia oculta de la liberación de las mujeres dio comienzo con las brujas, primeras en rebelarse contra la opresión y la sumisión pretendida por los hombres y el control sobre sus cuerpos y su sexualidad.
Pagaron cara la osadía, porque la respuesta a su empoderamiento se tradujo en persecución de millones de mujeres inocentes acusadas de brujería; un estigma que las señalaba peligrosamente por cometer acciones –herejías- que iban desde volar por los aires o provocar tormentas quitándose las medias, hasta amamantar sapos, fabricar ungüentos con entrañas de recién nacido, pasar por el ojo de una cerradura o copular con el demonio.
Por estos hechos, las sumergieron en aceite hirviendo, les arrancaron los pechos o las quemaron vivas. La gran mayoría eran sanadoras al margen de la fe religiosa, curanderas, acusadas de ejercer su sexualidad sin fines reproductivos, de estar organizadas y de poseer conocimientos médicos y ginecológicos.
El poder combatió con furia las diferentes herejías de estas rebeldes e inició así una contrarrevolución, que se tradujo en la expulsión de las mujeres de los espacios públicos y la consideración de que representaban un peligro para el nuevo orden social. Las consecuencias de esta misoginia manifiesta supusieron la degradación de las mujeres, su “domesticación”, la redefinición de conceptos como masculinidad y feminidad y un ataque brutal a la autoestima de las mujeres.
La quema de brujas fue el feminicidio institucionalizado más grande de la historia. Este lamentable y largo episodio tuvo una gran importancia a la hora de entender el papel de la mujer en la sociedad actual. Las brujas fueron mujeres que dieron un paso al frente por su liberación, alejándose del modelo establecido y desafiando la estructura de poder patriarcal.
Aquellas valientes aportaron, además de su coraje, un valor incalculable al feminismo: la hermandad; la convicción de que para ser fuertes es necesario tejer redes con otras mujeres. Ése es el secreto para resistir y avanzar. Las brujas eran poderosas, transgresoras, dueñas de su vida y creencias; buscaban la sabiduría dentro de sí mismas y la compartían con sus hermanas.
Aunque la definición de bruja lleva, aún hoy, incorporado el estigma de “mala mujer”, somos muchas las mujeres que reivindicamos la trascendencia de las brujas y su determinación en la lucha por el cambio social.
Recuperar a las brujas
Contra la extendida creencia de que la caza de brujas tuvo lugar en la Edad Media, lo cierto es que ésta se produjo fundamentalmente durante los siglos XVI y XVII, mientras se asienta el capitalismo y da comienzo la Edad Moderna. En la represión orquestada por el nuevo sistema económico capitalista y patriarcal participaron activamente la Iglesia y los poderes civiles. Silvia Federici, escritora y activista feminista, afirma en su libro “Calibán y la bruja”, que la caza de brujas fue un elemento fundacional del capitalismo que supuso el nacimiento de la mujer sumisa. El cambio de modelo social y económico impuso la división sexual del trabajo y, con ello, una concepción devaluada de la posición social de las mujeres, ahora en subordinación al hombre.
En la pretensión cómplice de Iglesia y Estado de contener la fuerza de las mujeres unidas, la persecución, tortura y ejecución de millones de mujeres fue minimizada en el relato de la historia y recogida como algo folclórico, producto de la ignorancia y de supersticiones rurales.
No se prestó mayor atención a la masacre de la caza de brujas hasta los años 70, cuando el Movimiento de Liberación de la Mujer rescató del ninguneo este importante capítulo de nuestra historia. El movimiento feminista abanderó la causa de las brujas y la identificación con aquellas mujeres que se alzaron contra el poder patriarcal.
Son los años en los que surgieron en Estados Unidos guerrillas feministas que defendían una completa revisión de la historia de las mujeres. Fueron pioneras las W.I.T.C.H. (Conspiración Terrorista Internacional de las Mujeres del Infierno. Nueva York, 1968): mujeres que asumieron la estética de las brujas urbanas y el arte feminista y fueron las primeras en atacar a los partidos de izquierda, por pretender un nuevo modelo de sociedad sin tener en cuenta el feminismo y conformarse con pequeñas concesiones a las mujeres.
El radicalismo de las W.I.T.C.H. se propagó a través de una intensa actividad: boicots de eventos, hechizos, aquelarres y lectura de comunicados. La editorial Felguera ha reeditado recientemente todos sus textos, comunicados y hechizos en castellano, dándonos así la oportunidad de recuperar su legado ideológico y descubrir algunas de sus consignas: “Cuando te enfrentas a una de nosotras, ¡te enfrentas a todas! Pasa la palabra, hermana».
Muy pronto prendió la mecha de las guerrillas feministas en otras ciudades americanas convirtiéndose en uno de los ejemplos más fascinantes del activismo de los años 70, por la radicalidad de sus acciones provocadoras, combativas y sobrecogedoras.
“Radical” proviene del latín y significa “perteneciente o relativo a la raíz”. El objetivo del movimiento radical feminista es ir a la raíz misma de la opresión y contribuir a visibilizar muchos problemas de las mujeres que, a finales de los años 60, se consideraban privados, personales o naturales: el derecho al aborto, al placer y la diversidad sexual, la información sobre anticoncepción o la violencia machista.
La feminista Robin Morgan creó, también en el 68, Bruja. Un grupo que utilizaba público de teatro de calle para llamar la atención sobre el sexismo. Fue Morgan quien acuño el término herstory para reinterpretar el significado de la palabra historia y dar nombre a una nueva historia escrita desde una perspectiva feminista.
Las brujas en nuestros días
Las W.I.T.C.H. son precursoras de las Guerrilla Girls, las Femen o las Pussy Riot. Estas células posteriores asumieron su estrategia de subversión sirviéndose también de conjuros y hechizos mágicos, el arte feminista y la acción directa.
Las Guerrilla Girls (Nueva York, 1985) expandieron su activismo a lo largo de los años a la industria del cine, la cultura popular y la corrupción en el mundo del arte. Denunciaron con posters en las calles de Nueva York el desequilibrio de género y racial de los artistas representados en galerías y museos. Las integrantes del grupo originario siempre llevaban máscara de gorila. Se distinguieron por su ejercicio del feminismo en clave de humor descarado y divertido.
Las Femen (Kiev (Ucrania), 2008) son un grupo de protesta cuyas activistas realizan acciones con el torso descubierto y garabateado con denuncias o consignas. Atacan a las dictaduras, a la Iglesia, la prostitución y la trata, y enarbolan la bandera de la desobediencia civil para encararse frente a las leyes que consideran injustas.
La mayoría de sus acciones terminan con detenciones policiales. No siempre son comprendidas y a menudo reciben reprobación social por su osadía e irreverencia. Pero, desde mi punto de vista, es justo reconocer a las Femen su valentía por la forma en la que se exponen para dar visibilidad a reivindicaciones feministas; independientemente de que se pueda estar más o menos de acuerdo con las formas, los lugares o las denuncias que visibilizan utilizando sus cuerpos como pancartas.
El programa En la Caja, de Cuatro, dedicó uno de sus capítulos, el pasado mes de septiembre, a poner al publicista Risto Mejide -crítico y polémico donde los haya- frente al ejército de jóvenes mujeres de Femen en España. Sin duda, una oportunidad para forjarse una opinión, buena o mala, pero fundamentada, tras el acercamiento a sus protagonistas y al propio movimiento Femen.
En el mismo año 2008, un colectivo feminista madrileño organizó un aquelarre en la noche de San Juan, inspirándose en las acciones de las hermanas W.I.T.C.H. Se hicieron llamar El Grito de las Brujas y llevaron a cabo un ritual en torno a la hoguera para que “arda el heteropatriarcado”:
“Por el poder que nos hemos auto conferido, invocamos a todas nuestras hermanas brujas, las primeras guerrilleras y luchadoras de la resistencia, a través de todos los tiempos y reivindicamos: la sabiduría femenina, la maldad femenina, la fealdad, la rareza, la extravagancia, el bizarrismo, la hipertrofia y la multiformidad (…) Reivindicamos nuestro derecho a quemarlo todo, a crearlo todo, a ser las mujeres que nos dé la gana, a inventarnos y reinventarnos una y otra vez. Reivindicamos nuestro derecho a no sentir miedo, a provocar miedo, a subvertir, transgredir, desordenar, desbaratar. Reivindicamos nuestro derecho a desobedecer. Reivindicamos nuestro derecho a equivocarnos, a garabatear nuestro deseo cómo y las veces que nos dé la gana (…) Reivindicamos ser antipáticas, el ser amorosas, ser duras como las piedras o blandas como los mocos, firmes como una verga erecta, suaves y resbaladizas como la sangre menstrual. Porque la brujería es rebelión, porque la brujería es poder, porque la brujería es nuestra historia. ¡Porque brujas somos todas!”.
Las activistas del grupo punk ruso Pussy Riot pasaron en prisión casi dos años, por escenificar en febrero de 2012 una plegaria punk en la catedral de Cristo Salvador de Moscú, en la que rezaban a la Virgen María para que echara a Putin del Kremlin.
Comparten con las W.I.T.C.H. el uso del disfraz, las performances y la importancia ritual de la palabra. Como las brujas, las Pussy Riot reivindican una feminidad fuerte, porque una cosa es ser femenina y otra ser feminista, sin que sea incompatible una cosa con la otra.
Hace un par de años, en 2013, surgió en Brooklyn, Moon Church; colectivo que bebe también de las W.I.T.C.H. en la concepción de la hermandad como marco imprescindible para el encuentro con otras mujeres, la vulnerabilidad, la sanación colectiva y el empoderamiento femenino. El grupo creció con rapidez y hoy en día se encuentra también en Los Ángeles.
“Si eres mujer y te atreves a mirar dentro de ti, eres bruja”
Esta frase puede encontrarse en un manifiesto de las W.I.T.C.H. que invita a todo tipo de mujeres a unirse al movimiento. Comparto este enunciado y animo a esa mirada hacia el interior de nosotras mismas que nos permita descubrir nuestra esencia bruja: rebelde, libre, poderosa.
Me siento en deuda con todas aquellas pioneras del movimiento feminista; mi compromiso por la igualdad vuela en escoba y se crece en el encuentro con otras.
Hay una bruja en mí y la reivindico. Estoy agradecida a mis hermanas, a todas. También a aquellas con las que no comparto formas ni lenguaje y, a veces, ni siquiera mensaje. Las admiro por su determinación y valentía; porque se alzaron –y se alzan- contra quienes no quisieron mirarlas en toda su potencialidad y -por qué no- en toda su magia; porque supieron ver la fuerza en la suma de mujeres que comparten historia, objetivos y destino.
Unai Robredo (@urgrafica). Nací en Bilbao hace 43 años. No me gusta decir que soy diseñador gráfico, porque sí soy padre o corredor, y el diseño no tiene ese rango, no me define. Tampoco me gusta decir que trabajo como diseñador gráfico, porque a veces es un trabajo, y me da de comer, y otras no, y me alimenta el alma. Me gusta pensar que el diseño es como un sombrero elegante; creo que me da un aire distinguido, pero realmente sólo me protege de la lluvia.
Cuando desde Doce Miradas contactaron conmigo para que les hiciera una propuesta de logotipo, acepté con entusiasmo. Tomar parte en aquel proyecto de doce mujeres dispuestas a compartir sus miradas para cambiar la forma de mirar de los demás, me llenó de orgullo y responsabilidad. El tema en sí mismo era interesante, sin duda, pero lo que me atrajo fue la posibilidad de que mi propia mirada quedara plasmada y, de alguna manera, también contada a través de mi trabajo. Pero fue esto mismo lo que me supuso el mayor quebradero de cabeza en el desarrollo de la propuesta; mi propia mirada, precisamente.
Todo empezó de la manera más sencilla. En esa fase primigenia del proceso de desarrollo de una marca, en la que me esfuerzo por “ser”, de una manera lejana e impostada, aquel al que voy a representar. Durante mi carrera como diseñador he sido fabricante de válvulas, actor, peluquero, constructor o bailarín… incluso he sido alcalde. Y en esta ecléctica trayectoria como sosia impreciso, el género había sido un aspecto irrelevante o cuando menos, secundario. Así, nunca había tenido que ser mujer. Es cierto que, como diseñador con cierta experiencia, manejo códigos de comunicación gráfica, herramientas formales con una base teórica fundamentada en la experiencia previa de miles de diseñadores y analistas, recursos gráficos y estilísticos, a través de los que podría representar a cualquier emisor y alcanzar a cualquier receptor. En teoría.
Nada más empezar a trabajar en la marca de Doce Miradas me hice una pregunta que, si bien acabó por hacer el proyecto más rico e interesante de lo que ya era, me llenó de dudas e inseguridad: ¿no debería ser una mujer la que hiciera este trabajo? Lo que me llevó a cuestionarme la propia mirada: ¿en qué medida sería la de mujer una mirada más ajustada a la naturaleza del encargo? ¿Existe realmente una sensibilidad diferente, distinguible a través del análisis del observador, entre el diseño producido por mujeres y el producido por hombres?
Desde el principio sabía que el logotipo debía estar formado por una estructura modular que permitiera reconocer doce piezas que lo compusieran, en la que todas fueran imprescindibles; extraer una de las piezas haría incomprensible el conjunto.
También sabía que el concepto «mirada», mirar, debía estar claramente representado. El elemento más sintético para remitirme a ello era un ojo. Y además, contenía en sí mismo el carácter personal; el ojo es del que mira. Así que tendría que ser un ojo compuesto por doce partes, o doce partes que construyeran un ojo.
Y mujer. Miradas de mujeres. El logotipo tendría que trasmitir este mensaje con claridad. Hablaría de un conjunto formado por partes, hablaría de miradas y hablaría de mujeres. Y tendría que ser desde la mirada de un hombre.
El diseñador neoyorquino Milton Glaser, en su “Diseñador/Ciudadano”, cita al poeta romano Horacio en un pasaje del ensayo en el que trata de iluminar los oscuros límites que separan el diseño del arte. “La función del arte es instruir y deleitar”, dice Horacio. Glaser contrapone el concepto de persuasión al de instrucción para diferenciar diseño de arte. «Cuando alguien se instruye, se fortalece», asegura, para matizar después que la persuasión no garantiza los mismos resultados. Persuadir y deleitar podría ser la función del diseño. Persuadir deleitando, quizá. El deleite, es la parte no cuantificable, la que se correspondería con la belleza, no valorable desde un punto de vista lógico, pero donde reside la auténtica potencia del mensaje. Y es en la forma en que se trasmite y se percibe la belleza, donde está -en mi opinión- la diferencia entre un diseñador y otro, entre diseñadoras y diseñadores.
Herencia cultural, genética, educación… Es inútil que intente mirar con los ojos de otro, de otra. Podré comprender sus miradas, la forma en que perciben las cosas, pero jamás podré mirar con sus ojos. En ningún momento fui realmente fabricante de válvulas o alcalde. Fui yo mismo intentando comprender su forma de mirar.
Decidí que representaría el concepto de mujer a través de una metáfora en apariencia tópica, la clásica visión masculina sobre la mujer, pero que contuviera un fondo, un alma, mucho más auténtica y primaria, sólo revelada a quien supiera mirar. Elegí una flor. Para quien mira sin profundidad no es más que algo bonito, pero en el fondo es la representación esencial de la propia vida, con toda su fuerza, su condición efímera y su capacidad para generar nueva vida.
El logotipo de Doce Miradas está construido a partir precisamente de eso, de la mirada. Es fruto del esfuerzo por mirar de otra manera, y apela a la capacidad que tenemos todos de comprender la forma de mirar de los otros, de las otras. Tal y como hacen las mujeres de Doce Miradas.
Hace poco he compartido tiempo y espacio con doce maravillosas personas en un taller sobre la vergüenza y la vulnerabilidad. Además de las dos personas facilitadoras, un hombre y una mujer, las participantes éramos todas mujeres. Siento que no es casualidad. De lugares, profesiones y con personalidades muy distintas, todas nos habíamos tropezado con algunas piedras y compartíamos algunas heridas que se encontraban en lo profundo de nuestra identidad femenina. Y que en muchas ocasiones nacen en lo cotidiano de nuestras relaciones y de nuestros trabajos. Nacen incluso de la risa.
El humor es un arma de doble filo. Cuando compartimos la risa, creamos comunidad. La carcajada hace equipo (además de desestresar el tono, tonificar el alma y a ratos engranar los pedacitos rotos de un desencuentro). Pero la risa es también un arma sutil y muy eficaz para generar desigualdad, aislamiento, vergüenza y dolor.
En cada reunión de trabajo que se hace un mal chiste sobre alguna de las (escasas) mujeres presentes (no hace falta que ponga ningún ejemplo porque estoy segura que quien está leyendo esto ha estado ahí –felt that, been there-); en cada uno de esos pequeños trozos de basura visual que nos llega a través del whatsapp; ese humor barato, gratuíto y sin empatía ninguna impacta directamente en la dignidad de lo que somos y amplía la brecha en el reconocimiento en igualdad del hombre y la mujer.
Hemos estado ahí. Estamos ahí, demasiadas veces.
A veces por pereza, o por no ser tildada de “quisquillosa”, “corta-rollos” o de “carente de sentido del humor”. Otras veces por ser conscientes del enorme riesgo emocional que implica enfrentarse a ese grupo de “carcajeadores” (y también “carcajeadoras”). El hecho es que muchas veces damos por hecho que poco se puede hacer al respecto y nos sentimos profundamente solas ante esa “jauría de bisontes de risa gutural”. Y nos quedamos calladas. Y optamos por la retirada prudente. Y ahí se crean esas burbujas silenciosas donde todas hemos estado alguna vez. Cientos de burbujas. Quizás miles. O millones.
Pinchar las burbujas
Es por eso que hago un humilde llamamiento a que nos convirtamos en miles de alfileres para pinchar juntas todas esas burbujas en las que andamos (so)metidas. Que tomen su alfiler también todos los hombres que no se encuentran cómodos con este tipo de actitudes machistas jocosas. Todas las personas que pensamos que hay otras maneras de divertirse y crecer juntas!!
Y demos espacio al oxígeno de la igualdad. A sentirnos en igualdad. A reírnos juntas y juntos por aquellas cosas que sí tienen realmente gracia. Optemos por la alegría, por el regocijo y la carcajada nutritiva. Por la risa compartida a favor de la igualdad.
Cuando identifiquemos una de esas burbujas, seamos testigo de ellas y agarremos el alfiler. Pongamos palabras (pintx!). Reaccionemoss con dignidad (puntx!). Describamos el comportamiento (prof!) y lancemos las preguntas que desarmen la mofa y el chiste hiriente (pof!).
Por los cielos abiertos y las risas compartidas.
PD: Os propongo que cuando recibáis algún chiste que no os haga ni pizca de gracia, agarréis vuestro alfiler y pinchéis esa burbuja.
Cuando recibas algún chiste que no te haga ni pizca de gracia, agarra tu alfiler y ¡pincha la burbuja!
Mezu iraingarriak jasotzen edo entzuten dituzun bakoitzean, burubuila ziztatu!!!
When you hear or receive any hurtfull message (it´s not funny), Poke the bubble!