Mujeres e ingeniería: ¿somos lo que jugamos?

10/09/2013 en Doce Miradas

Tal y como reza mi biografía de Doce Miradas, un día decidí que quería ser ingeniera informática, lo que me hizo pasar a formar parte de inmediato de un grupo poco poblado: el de las mujeres que trabajan con tecnología. Si en las aulas éramos ya minoría, cuando terminamos la carrera y tocó dilucidar nuestro futuro, esa minoría se decantó por la consultoría, dejando otros campos como la programación o la administración de sistemas, casi desiertos. Como siempre me han gustado los retos, yo me incliné por esto último. Para las personas que no sepáis en qué consiste, diré superficialmente que hay que lidiar con servidores, cables de red y conjuros en líneas de comandos sobre pantallas negras. Por supuesto, en mi primer trabajo, era la única (y primera) mujer en ese puesto. De hecho, así lo corroboré un día que había que revisar las tomas de un armario de red, tarea que ya había hecho en numerosas ocasiones. Pero en ésta, la ubicación del armario de red fue lo que me dejó perpleja: alguien lo había colocado dentro del cuarto de baño de caballeros de la empresa, pensando que jamás le iba a tocar la tarea a una mujer. Con un compañero de avanzadilla comprobando que estaba vacío, pude finalmente hacer mi labor. Ahora bien, no os explicaré la cara de mi familia al contar qué había hecho ese día. Creo que “He pasado la mañana con mi compañero en el baño de los chicos” no era la respuesta que esperaban.

Y esta extraña relación entre mujer y tecnología, ¿a qué se debe? Como siempre, podemos encontrar dos teorías: una genética y otra social. Y como yo no considero que mis genes sean nada del otro mundo, entenderéis rápido por cuál me decanto. Porque si os preguntara ahora qué imagen os habéis formado en la cabeza al describir mi trabajo de administradora de sistemas, apostaría a que no era la de una mujer. De eso va todo: de imaginarios. Imaginarios que mamamos desde una edad muy temprana. Revisando las estadísticas de colegios, a las chicas se nos dan bien las matemáticas. ¿Por qué entonces luego no damos el paso hacia la ingeniería, donde la base son precisamente las matemáticas?

Imagen de She++

Imagen de She++

Quizás debamos retroceder más y echar un vistazo a los juguetes con los que se entretienen nuestros pequeños para ir identificando qué condicionamientos culturales reciben. Y ojo, que el sesgo, consciente o inconsciente, lo tenemos tanto hombres como mujeres. Cuando llega la campaña navideña, a muchas personas se les ponen los pelos como escarpias por el bombardeo de anuncios de juguetes. A otras se nos ponen, de manera adicional, por el tratamiento sexista de los mismos, que consolidan roles tradicionales de género. Es raro encontrar uno en el que niños salgan con Barbies y niñas montando circuitos eléctricos. El Observatorio Andaluz de la Publicidad No Sexista elabora desde hace seis años un informe analizando la campaña. El de 2012 arrojaba los siguientes datos:

  • El 66,84% de la publicidad sobre juegos y juguetes estudiados contiene tratamiento sexista. Aumenta en 3 puntos porcentuales respecto a los dos años anteriores.
  • Respecto a los rasgos sexistas detectados en la publicidad estudiada, el 87,79% de los anuncios promueven modelos que consolidan pautas tradicionalmente fijadas para cada uno de los géneros. En cambio, aumentan hasta el 12,21% los anuncios que potencian estándares de belleza considerados como sinónimo de éxito. Un año más, el 100% de esta publicidad se dirige a las chicas.

Eso me recuerda una anécdota que nos contaba Pilar en una de nuestras reuniones de Doce Miradas. Sus hijas querían apuntarse al CampTecnológico, un proyecto educativo que persigue despertar el interés de los más jóvenes por la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Pero tras navegar por su página web y ver todo imágenes de niños, le dijeron que ya no querían, que eso «era cosa de chicos».

A Debbie Sterling, una ingeniera formada en Stanford, le pasó esto mismo durante su infancia. La ingeniería le intimidaba y pensaba que era para chicos. Luego descubrió que solo el 11% de los ingenieros del mundo son mujeres y que las niñas pierden el interés por la tecnología a los 8 años. Así que se puso manos a la obra para crear una línea de juguetes que despertara la pasión por la ingeniería en las niñas, lanzando el proyecto por Kickstarter para recaudar fondos y poner su negocio en marcha. Estos juguetes incorporan un personaje con un rol femenino para que las niñas se puedan identificar y tener un espejo en el que mirarse un tanto diferente del espejo que nos muestra la publicidad.

Pero no toda la culpa la tiene esa publicidad. Por supuesto, nosotros somos también muy responsables de perpetuar esos imaginarios. Porque salirse de lo socialmente establecido es complicado, y no nos gusta verles sufrir al ser “diferentes”. Y si intentamos hacerlo, nos encontramos con que durante esas edades, la influencia que ejercen sus pares es muy importante. La presión de un parque o un patio de colegio es difícil de neutralizar.

Las grandes empresas tecnológicas también están preocupadas con el bajo número de ingenieras que hay, así que van lanzando sus propias iniciativas. Es el caso de BlackBerry, que mediante BlackBerry Scholars Program, quiere inspirar a mujeres de todo el mundo para entrar en el campo de las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, mediante becas universitarias. O también Twitter, que se ha puesto a trabajar con el proyecto Girls who code, que busca acercar a las mujeres las competencias para hacer programas informáticos. En IBM tienen montados unos grupos de apoyo al desarrollo de las mujeres en el ámbito de la tecnología y son las propias trabajadoras de IBM las que dan charlas en institutos contando su experiencia. ¿Pero no es ya tarde manejando el dato que dábamos anteriormente de que las niñas pierden el interés por la tecnología a los 8 años?

Os dejo, por último, con un documental hecho por un grupo de trabajo de Stanford altamente recomendable, she++:

Pero antes de despedirme, seguro que os preguntáis a qué jugaba yo durante mi infancia. Mi juguete favorito fue un Meccano (por supuesto, no era mio sino de mis primos). De ahí salté a destripar todo artilugio que dejaban mis padres a mi alcance con el consiguiente desfase de piezas al final de la reconstrucción. Sin embargo, si algo eché en falta fue un espejo en el que mirarme. Ser la excepción que confirma la regla no siempre es cómodo. Así que os dejo con la pregunta ¿somos lo que jugamos? Y en caso afirmativo, ¿tienen nuestras niñas imaginarios que les inviten a caminar hacia el mundo de la ingeniería?

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La idea de poder trabajar con máquinas deterministas (que a iguales entradas devuelven invariablemente las mismas salidas) me hizo ingeniera. Acabada la carrera descubrí que tras toda máquina hay una persona impredecible… y que esa es la parte divertida de la vida. Enredada ahora con la comunicación digital.

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