“¡Científica tenías que ser!”

junio 25, 2019 en Miradas invitadas

(A) Ángela Bernardo (León, 1988). Soy licenciada en Biotecnología y trabajo como redactora en Civio, una organización sin ánimo de lucro que lleva a cabo investigaciones periodísticas en diversos ámbitos, incluida la salud. Además, realizo la tesis doctoral a tiempo parcial en Bioderecho y Bioética. Estudio las implicaciones de la edición genómica y su relación con la libertad de investigación.

(G) Guillermo Lazcoz (Vitoria-Gasteiz, 1991). Licenciado en leyes. Mi interés por la bioética me hizo volver a la universidad. Ahora desarrollo una tesis sobre las decisiones algorítmicas aplicadas al campo de la salud, eso que los gurús de la autoexplotación llamaban BigData y ahora pronuncian InteligenciaArtificial. Trato de mantener una línea paralela de investigación sobre prácticas de maternidad subrogada.


 A continuación, nuestra conversación:

(G) Desde la creación en 1915 de la Residencia de Señoritas, dirigida por la ilustre vitoriana María de Maeztu, para fomentar el acceso de las mujeres a la enseñanza superior, la universidad ha cambiado radicalmente, a mejor. Es más, desde 1985 y hasta la fecha, las mujeres son mayoría entre el alumnado universitario. Y, sin embargo, hemos constatado que hoy tan solo representan el 14% del rectorado que dirige nuestras universidades o el 20,8% del profesorado catedrático, ¿quién expulsa a las mujeres del poder en la universidad?

(A) Los datos nos dicen que, a medida que pasan los años y a mayor escala profesional, la representación femenina se reduce gradualmente. Según los últimos estudios oficiales, hoy en día el porcentaje de mujeres menores de 30 años asciende al 60,5% en la universidad pública. Sin embargo, la tasa baja hasta el 26,4% si hablamos del personal docente e investigador mayor de 60 años. Pero ojo, la reducción no se produce solo en la universidad, sino que en los organismos públicos de investigación, como el CSIC o el Instituto de Salud Carlos III, la proporción de mujeres en los escalafones más altos es solo del 25%. Esta disminución ocurre de forma progresiva y da lugar al llamado “gráfico de tijera”, que muestra el injustificado drenaje de mujeres a lo largo de su carrera investigadora o universitaria, como se observa en las siguientes imágenes.

 

(G) Y, sin embargo, la academia guarda una perfecta apariencia de pureza. Es más, no son pocos los estudios que llegan a la conclusión de que la situación general es de neutralidad de género. En Derecho a esto lo llamamos la igualdad formal ante la Ley (artículo 14 de la Constitución), la Ley es igual para todos, luego el problema debe ser otro. Y bajo toda esa normalidad, los Nobel y la mayoría de premios científicos, siguen recayendo en vitrinas de hombres de forma abrumadora. ¿El efecto Matilda?

 

(A)  No existe un factor único que explique la desigualdad en investigación. Para progresar en la carrera científica, por ejemplo, es importante publicar y que otros colegas citen tus trabajos. Curiosamente, hay ciertas evidencias que apuntan a que los artículos publicados por mujeres se citan menos, como se ha mostrado en áreas como las Ciencias Políticas y la Astronomía. Una posible explicación es el fenómeno de la autocita, que parece ser más habitual en hombres. También suele haber menos mujeres en la organización de eventos académicos, pero cuando los organizan ellas, aumenta la cifra de científicas como ponentes; que, por cierto, son más proclives a rechazar ser conferenciantes en un congreso. ¿Puede haber cargas familiares detrás que lo expliquen? ¿O tal vez sea el famoso síndrome del impostor?

(G) Es interesante ver, desde un acercamiento nada científico, cómo el “gráfico de tijera” empieza a recortar de forma significativa la presencia de las mujeres en la carrera científica a partir de los 30 años. Intuitivamente todo esto me lleva a las investigaciones de la catedrática Sara de la Rica sobre la brecha salarial; señala que dicha brecha comienza precisamente a partir de los 30 años, cuando las mujeres deciden ser madres.

(A) Sí, no solo sucede en ciencia, claro, pero las peculiaridades de la profesión penalizan a las investigadoras. De hecho, hace unos meses lo denunciaron con la campaña #OCientíficaOMadre, ¿la recuerdas? Si bien es cierto que hubo algunos cambios legislativos, haber sido madre recientemente te impide acceder todavía hoy, por ejemplo, a uno de los contratos de investigación más prestigiosos en España, los Ramón y Cajal. Hablando de iniciativas, en 2018 se importó a España el manifiesto @No_Sin_Mujeres, por el que académicos de ciencias sociales se comprometen públicamente a no participar en ningún evento académico de más de dos ponentes donde no haya al menos una mujer en calidad de experta.

(G) Efectivamente, y lo firmé con cierto entusiasmo, pero sigo viendo demasiadas mesas que cojean de la misma pata, creo que necesitamos ir mucho más allá; no sería complicado demandar que publicásemos datos sobre el impacto de género que tienen nuestras carreras investigadoras, quiero decir, ¿cómo citamos? ¿a quién contratamos o promocionamos? ¿quiénes participan en los eventos académicos que organizamos? Todo es ponerse, ¿alguno se anima?

(A) Volviendo a la carrera de obstáculos… La carrera científica es particularmente precaria en España.

(G) Sí, nos llenamos de emoción con la llegada del Ministro astronauta, pero nos encontramos, una vez más, con agua de borrajas. Temporalidad y salarios por los suelos no parecen la mejor fórmula para retener el talento de quien asume (por imperativo cultural) de forma mayoritaria el trabajo reproductivo y de cuidados en nuestra sociedad.

(A) Es curioso, porque también existen barreras a la hora de pensar qué quieres llegar a ser. Pero no ocurre solo en la edad adulta, sino desde la infancia. Por ejemplo, la iniciativa “Dibuja un científico” nos enseñó cómo los estereotipos culturales, también aquellos relacionados con la investigación, se aprenden con la edad. Para evitarlo necesitamos educación, sí, pero también visibilidad. Mostrar que hay mujeres que han llegado a la investigación y han desarrollado carreras extraordinarias. En otras palabras, que el papel de las científicas no se reduzca solo a las brillantes Marie Curie y a Rosalind Franklin.

(G) Y enterrar la sinrazón patriarcal.

(A) Porque como decía Emily Dickinson, “ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos de pie”. Pero para ponernos de pie, tenemos que poner patas arriba la investigación en términos de género, literalmente.

(G) Amén.

Presupuesto con perspectiva de género: Instrumento estratégico para la transformación social

junio 11, 2019 en Miradas invitadas

 

 

IRATI TRANCHE OTXANDORENA. Estudié economía para comprender lo que nos está pasando, la complejidad de la sociedad, y adquirir herramientas para su cambio; y desde que me puse las gafas moradas, soy también feminista: economista feminista. Me especialicé en política económica, y ahora intento poner todo eso en práctica a través de las políticas públicas.

 

 

Las mujeres estamos dando   pasos continuamente para ocupar el espacio y la vida pública ( este blog es buena muestra de ello – ¡gracias “Doce miradas”!-), pero todavía tenemos mucho por conseguir. Una de las consecuencias de esta falta de visibilidad es que la mayoría de las políticas públicas ignoran nuestras necesidades y prioridades. Y esto no es baladí.

En el 2018, el gasto público del Estado español supuso el 41,30% del PIB (aunque sabemos que este índice deja de lado una parte importante del trabajo que no que hacen, sobre todo las mujeres, como los cuidados, refleja el peso que tiene en la economía). Es decir, casi la mitad del valor monetario de los bienes y servicios finales producidos en el país lo generó el sector público. Esto supone que las políticas públicas son cruciales en la configuración de la sociedad y en las vidas de las personas. Así mismo, en la construcción de una sociedad feminista, el sector público tiene un papel importante.

El presupuesto es la herramienta básica de las instituciones del sector público para materializar las políticas públicas; sin embargo, los organismos o departamentos de igualdad disponen menos de un 1% del presupuesto público para fomentar la igualdad, mientras que el resto de los ministerios, consejerías, áreas, disponen del 99% del presupuesto público para seguir haciendo las políticas de siempre. El aumento o disminución del servicio de transporte público, por ejemplo, tiene un mayor impacto en las mujeres que en los hombres ya que estos utilizan más el transporte privado. Muchas de las prestaciones están ligadas al trabajo remunerado, y por tanto, excluyen a todas aquellas personas, en su gran mayoría mujeres, que no han trabajado en el mercado laboral formal. Es decir, la mayoría de las políticas, no son neutras, y por tanto, traen consigo un aumento en la desigualdad de género.

¿Esto qué significa? Que aumentar partidas concretas, para llevar a cabo ciertas políticas compensatorias no es suficiente. Hace falta que se entienda la desigualdad como un problema estructural, y por tanto, que se ponga en el centro de los debates.

Esto supondría un cambio profundo, orientando todas las políticas públicas hacia la erradicación de la desigualdad. El instrumento estratégico para conseguirlo es el PRESUPUESTO CON PERSPECTIVA DE GÉNERO.

Presentación de Caterina de Tena y Rosana Pastor en el taller “Integrando la perspectiva feminista en el diseño y evaluación de políticas públicas”.IV Encuentro Municipalista contra la Deuda. Octubre 2018. Córdoba.

El presupuesto con perspectiva de género une dos aspectos que generalmente se plantean de forma bien separada: la igualdad de género y la eficiencia pública, ya que uno de los objetivos es el uso efectivo de los recursos.
El presupuesto con perspectiva de género implica un cambio de enfoque, en el que se tienen en cuenta los diversos perfiles además de género, edad, clase… contribuyendo así a proporcionar las mismas oportunidades para todas las personas. Se tiene en cuenta el impacto directo que tienen los presupuestos pero también la relación con las normas y funciones, así como los diferentes comportamientos que tienen en la sociedad los diferentes grupos. Es decir, integra las dimensiones sociales en el proceso de planificación y presupuestario de los gobiernos.

El PPG no solo implica reformas en la gestión pública, sino que refuerza y ayuda a mejorar la gestión económica y financiera, consiguiendo maximizar el impacto de los recursos utilizados en los servicios atendiendo a la diversidad de la sociedad, y además, fomenta la transparencia, ya que provee de información más detallada, y accesible a toda la ciudadanía.

Es un proceso que implica la transformación de los presupuestos, y por tanto ,de las políticas, mediante una reflexión sobre algunas cuestiones: cómo se recaudan los fondos y cómo se pierden los ingresos; si contribuye a cerrar la brecha de género; cómo afectan los ingresos y los gastos al trabajo no remunerado…

Para que esto sea posible, hace falta usar varias herramientas analíticas, que deberán recoger información desagregada por género. En cuanto al gasto, se deben analizar las políticas de los departamentos para, mediante indicadores, evaluar cómo aumentan o reducen las desigualdades. Además, es importante preguntar a las personas usuarias de los servicios si estos cubren las necesidades prioritarias. También es interesante saber a qué personas en concreto beneficia ese servicio dentro de los hogares, . En cuanto al ingreso, al impacto fiscal, hay que analizar cuánto tributan hombres y mujeres, y analizar la evasión fiscal así como la dependencia de impuestos indirectos. Por último, es también necesario analizar cómo invierten su tiempo los hombres y mujeres teniendo en cuenta el trabajo de cuidados no remunerado y cómo evoluciona este en función de las políticas, ya que las decisiones vitales están directamente relacionadas con el uso de este tiempo.

En las próximas semanas se conformarán los Gobiernos de las diversas instituciones y empezarán a trabajar para llevar a cabo sus proyectos y programas para los próximos cuatro años. Creo que tanto desde las instituciones como desde la sociedad civil debemos poner encima de la mesa la necesidad de tener unos presupuestos con perspectiva de género por varias razones: para conocer la sociedad en la que vivimos, mediante la información sobre el impacto que las políticas públicas tienen en nosotras y nuestras vecinas; y para seguir construyendo una sociedad  más igualitaria e inclusiva, es decir, una sociedad feminista.

Este artículo se ha nutrido sobre todo de los siguientes materiales:

Algunos links interesantes para profundizar sobre el tema:

Las personas y la vida en el centro

mayo 7, 2019 en Miradas invitadas

 Cristina Mendia Ibarrola (@cris230653).

Amante de la música y la amistad. He dedicado los últimos doce años a trabajar por la igualdad, diversidad y conciliación  en la empresa y en ese recorrido lento pero fructífero he tenido ocasión de participar en la sociedad a través de foros, equipos de trabajo, conferencias… compartiendo buenas prácticas y diseñando planes y estrategias que ayuden a avanzar tanto a las personas como a las organizaciones, para lograr un cambio cultural. Estamos en ello.

 

Acabamos de entregar nuestro voto para que nuestro país sea gestionado por las diferentes formaciones políticas que tienen ahora como misión diseñar el plan director que vaya dando respuesta a las distintas necesidades que como país tenemos.

Pero los países los formamos las personas, igual que las empresas consiguen sus objetivos gracias a las personas que trabajan en ellas y ahí es donde me quiero detener.

Cuando se pretende diseñar una estrategia para dar respuesta a las necesidades de una comunidad parece lógico que primero se averigüe lo que se necesita y en base a esa información idear una planificación, sin embargo en el mundo de la política, sucede al revés y se organizan los mítines o los debates, para “convencer al pueblo”, que compre algo que le venden para que se les vote y no necesariamente escuchando a las personas, sino tratando de movilizar su pensamiento durante los días que dura la campaña. Terminado el proceso las personas vuelven a ser invisibles.

Si se ha preguntado a la ciudadanía, si se ha venido trabajando con ella mano a mano, si se ha estudiado a pie de calle las necesidades existentes, lo lógico sería que se atendiera de manera ponderada a las distintas diversidades. Por eso no se entiende que a la hora de ponerse a la tarea de gobernar no sean más responsables. La diversidad hay que gestionarla. La integración de distintas miradas debería de servir para sacar partido de lo bueno de cada cual o atendiendo sobre todo a lo que afecte a una mayoría para finalmente conseguir un resultado global que responda a todas o a la mayor parte de las situaciones. Ese sería nuestro éxito como País.

Cuando en las Empresas se realizan los planes de formación y se abordan estrategias para aplicar el “ganar-ganar”, la participación, el liderazgo, la relación con las personas, la cercanía, el trabajo en equipo… porque se entiende que hace que éstas sean más eficientes, no se explica que no se plantee lo mismo para gobernar nuestro país. ¿Por qué nos bombardean con supuestos milagros económicos sin que éstos estén directamente relacionados con las personas?

A lo largo de la campaña he ido observado las promesas que se hacen para “favorecer la igualdad” para tener presentes a las mujeres, para facilitar la crianza…

Sentía cierto pudor al escuchar cómo, hombres portavoces de los partidos, relataban con cierta vehemencia lo que iban a hacer “por las mujeres” (ese es el único momento en el que se hacen visibles) y cómo incluso alguno se atrevía a publicitar los “vientres de alquiler”, cómo usaban el término conciliación asociado a las mujeres, cómo se proponía facilitar la crianza porque “España tiene un problema de natalidad” y proponiendo  soluciones para lograr que las mujeres tengan más hijos porque insistían una y otra vez “España tiene un problema de natalidad”, (también de eso nos acaban culpando). ¿Qué tal si intentaran al menos cumplir con la Ley?

Pero no se turban ante el incumplimiento sistemático de la ley de Igualdad, una ley aprobada en 2007 que fue necesario promulgar por lo injusto de la situación, y que no se cumple pero que tampoco su incumplimiento se penaliza y por eso se producen injusticias como “evitar contratar a mujeres” porque se pueden quedar embarazadas, o no se les renueva los contratos si en el anterior se ha quedado embarazada, o se les despide, o presionan en las organizaciones de manera que los hombres no se atrevan a solicitar reducciones de jornada o excedencia porque no es serio que un hombre lo solicite, eso es solo cosa de mujeres. Así ¿cómo no va a haber baja natalidad?

Se propone favorecer a las familias… y como toda solución proponen un cheque, una cantidad de dinero, como si fuera una golosina que les pudiera atraer, cuando en el día a día hombres y mujeres están sometidos a largas jornadas laborales, con horarios imposibles, que les impiden atender a sus hijos e hijas, sustituyendo el cariño y la convivencia por obtener un “poquito” de dinero.

Alarma escuchar sutiles perversiones que una vez más desvelan lo lejos que estamos todavía de conseguir un cambio de cultura que logre no tener que escuchar argumentos tan insensibles, que lejos de ofrecer apoyo a las mujeres, de permitir y favorecer que exista Igualdad de Oportunidades, continúan lanzando mensajes paternalistas que en el fondo revelan su pretensión de seguir siendo nuestros carceleros. Sólo les interesa nombrarlas para el “marchandising”

Volvemos a estar en tiempo de reflexión y de nuevo vendrán promesas que cuesta poco “vocear” pero que no siempre se traducen después en realidad.

La explosiva contestación del 8 de marzo del pasado año que marcó un antes y un después, fue una bocanada de aire que nos ayudó a seguir plantándonos y que el 8 de marzo de este año la movilización continuara siendo tan potente, a pesar de las discrepancias, sigue mostrando esa fuerza arrolladora.

Pero si después observamos en qué se ha concretado esa movilización vemos que no ha sido proporcional a la clamorosa demanda y con ello corremos el riesgo de consolidar una fecha, una fiesta reivindicativa a la que la sociedad puede ir acostumbrándose sin que se reclame a posteriori la implantación de medidas tendentes a acabar con la desigualdad y el ninguneo a las mujeres.

Recientemente se ha celebrado el 1 de Mayo, Día del Trabajo, fecha con larga tradición en la que afloran los discursos reclamando justicia e igualdad. En este momento se habla tanto desde el gobierno como desde los sindicatos de ese proyecto de renovación del “Estatuto de los Trabajadores” y me pregunto si a alguien se le ocurrirá titularlo de otra forma utilizando lenguaje inclusivo o si volveremos a caer en los mismos errores de invisibilizar a las mujeres como cuando se publicó la normativa relativa al “Regimen Especial para Empleados de Hogar”.

Claro que habrá quien diga, “esto del lenguaje es una tontería con todo lo que hay por resolver”. Pero no, no es una tontería. Lo que no se menciona no existe, por eso rechazan que queramos promover otra manera de construir nuestro relato.

Seguimos analizando los datos de la Brecha Salarial y la realidad es tozuda, sólo nombrándola no va a desaparecer. No hablamos en cambio de la Brecha de Cuidados en el caso de los hombres y se comenta como excusa, que la maternidad penaliza la promoción en el caso de las mujeres sin que nos preguntemos por qué no sucede lo mismo con la paternidad obviando la falta de corresponsabilidad en la crianza y eso permite que sigamos asumiendo ciertas desigualdades sin que nos propongamos trabajar para erradicarlas.

Sin embargo, quiero mostrar mi confianza por las pequeñas conquistas arrancadas a lo largo de los años y me reconforta saber cómo podemos actuar para provocar un rápido resultado en nuestra reivindicación.

En el ámbito laboral y social, tuve ocasión de pertenecer y dinamizar algunas sesiones en la Red DenBBora Sarea promovida por el Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación de Bizkaia que aglutina a empresas comprometidas con la Igualdad, que han comenzado a transformar los tiempos y espacios de trabajo para implantar otra forma de gestionar teniendo en cuenta a las personas, lo que les permite innovar en los usos del tiempo.

El hecho de que sean las instituciones quienes dinamizan la Red, hace que las Empresas se sientan parte de la Sociedad ya que comparten información y en los encuentros se aportan ideas para que las instituciones introduzcan en sus diseños de ciudad, lugares y tiempos de ocio e impulsen nuevos modelos sociales que promuevan la conciliación, la corresponsabilidad y la equidad, con el fin de facilitar una mejor gestión del tiempo y la conciliación de la vida.

El resultado es positivo y cada vez más empresas de Bizkaia van adhiriéndose a la Red que sirve como vía para potenciar el feminismo que propone cambios en las estructuras de poder para poner la vida en el centro.

Hay camino por recorrer y sabemos cómo hacerlo, pero tenemos que estar alerta. No nos dejamos llevar por cantos de sirena porque tenemos que continuar esparciendo nuestra fuerza, esa fuerza que cuando estamos juntas aflora y es imparable. Tenemos tarea y vamos a ir polinizando nuestra sociedad para que nunca más tengamos que estar necesitando reclamar lo que es nuestro por derecho. Aurrera beti.

Piensa en una mujer artista (y no vale Frida Kahlo)

abril 9, 2019 en Miradas invitadas

María Cimadevilla (@M_CiMaDeViLLa). Buscadora infinita de historias y maneras de contar. Estudié Psicología y he trabajado los últimos 15 años en el ámbito de la comunicación y el marketing tanto en agencia como en el sector de las ONG. Me apasiona la literatura infantil y escribir microrrelatos. Formo parte de la Comisión Artística Colombine desde donde tratamos de dar visibilidad al trabajo de las mujeres artistas y reivindicar a través de sus obras la equidad de género. Me gusta tanto contar como que me cuenten. Lo que no se cuenta, no existe.

(Foto: Martín Suarez)

 

“Kandinsky está muerto, como los dinosaurios”, me dijo Greta en cuanto pusimos un pie en el Museo Reina Sofía. Así empezamos el recorrido por las plantas del edificio en busca de los cuadros que estaban ya en su imaginario. En su colegio se trabaja por proyectos y en esas semanas Greta estaba aprendiendo a través de la figura y la obra de Kandinsky. Localizamos la pared con las obras del pintor en cuestión y allí nos instalamos con ella su madre y yo. Greta sacó su cuaderno y sus pinturas, se sentó y empezó a dibujar su propia versión del cuadro de Kandinsky. Una copia de alta calidad realizada por esta artista de tan solo 4 años.

(Foto: María Cimadevilla)

Hace algunos meses recorrí también con una visita guiada para familias las salas del Rijksmuseum en Amsterdam acompañada de mis sobrinas de 4 y 6 años. Allí también hubo cuaderno y lápiz en mano. Olivia, la mayor, siguió atentamente las explicaciones de nuestro guía, replicó en su cuaderno algunas de las esculturas y cuadros en los que fuimos recalando y se tomó su tiempo para entender con la ayuda de una linterna la técnica del claroscuro que se puede admirar en “La ronda de noche” de Rembrandt. Cuando la visita terminó oficialmente Olivia se dedicó durante un buen rato a pulular entre el resto de obras de la sala en la que estábamos. Caminaba, miraba, se paraba, dibujaba.

(Foto: María Cimadevilla)

Cuando visito un museo con ellas tengo muy presente la desigualdad de referentes que están viviendo y con el que están creciendo aún en estos espacios. Instituciones como el Rijksmuseum reconocen que de sus obras, solo un 3,4% de su colección pertenecen a mujeres artistas aunque, muy probablemente, muchas de las obras anónimas que alberga el museo y algunas de las atribuidas a famosos pintores, tienen en realidad autoría femenina. El Museo del Prado informaba también el año pasado de que de las 1.627 obras que tenía expuestas, únicamente 6 eran de mujeres artistas. El Museo, que este año cumple 200 años, organizó por primera vez en 2016 una exposición monográfica dedicada a una mujer. Fueron quince las obras de Clara Peeters que mostró El Prado entonces, de las cuales cuatro eran propiedad del Museo y dos de ellas permanecían hasta entonces sin ser exhibidas. Hace unos meses se anunció que, con motivo de su bicentenario, El Prado dedicará en octubre una exposición que reunirá sesenta obras de las pintoras Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Las cifras hablan tanto como los cuadros: 3 exposiciones de mujeres artistas en 200 años y 6 obras expuestas de un total de 1.627 piezas.

Aunque a veces se intenta justificar esta ausencia de obras con el contexto histórico de la época a la que pertenecen, lo cierto es que hay más obras de las que cuelgan en las paredes de estos museos. La pregunta es por qué no se les da el espacio para poder ser mostradas y permanecen ocultas en los sótanos de los Museos. Estoy deseando que alguno se lance a innovar con visitas guiadas por estos subsuelos y descubra la acogida que tendría entre el público mostrar estos tesoros ocultos.

Han pasado más de tres décadas desde que las Guerrilla Girls aparecieron en escena para denunciar la discriminación de las mujeres en el arte y exigir su espacio como artistas y no como objetos. En muchos espacios expositivos las mujeres siguen siendo las retratadas y no quienes retratan. En nuestro país la Asociación de Mujeres en las Artes Visuales (MAV) analiza anualmente la presencia de mujeres en las principales ferias de arte. A la espera de conocer los datos de la última edición, MAV señalaba que en 2018 la presencia de mujeres artistas españolas en ARCO era del 6%, solo un 34% de las galerías representadas en la feria estaban lideradas por mujeres y un 80% de los miembros del Comité Organizador de ARCO eran hombres.

No es solo que el arte realizado por grandes pintoras en el siglo XVI siga guardado en los sótanos de muchos museos, sino que el arte que hoy en día desarrollan mujeres artistas también tiene menos visibilidad y oportunidades de ser difundido. Una de las consecuencias que tiene esto es que hay temas que no están, que no se hablan, que no llegan. Mientras el arte realizado por las mujeres siga teniendo trabas para ser mostrado seguirá habiendo una parte de la historia que no conoceremos y que no se entenderá. Porque lo que no se cuenta, no existe.

Pienso en la denuncia de la violencia que sufren las mujeres que hay en la obra artística de Regina José Galindo o Ana Mendieta. Me pregunto si algún espacio dedicado al arte escogería como temática para una exposición colectiva los abusos sexuales sufridos por las trabajadoras de la fresa en Huelva como hemos hecho este mes de marzo desde la Comisión Artística Colombine. “Fresas de sangre” ha reunido la obra de 45 mujeres y colectivos de artistas donde denunciamos esta realidad y la situación de las mujeres que trabajan en el sector doméstico y de cuidados.

Siento la importancia de campañas como “¿Quién coño es?” que puso en marcha María Bastarós inundando el espacio público primero de Zaragoza y luego de otras ciudades, con carteles que se preguntaban literalmente eso: quién coño eran mujeres como Remedios Varo, Gunta Stölzl o Faith Ringgold.

Devoro la información de talleres como los que imparten OtrasNosotras en los que muestran los legados históricos y artísticos de tantas mujeres y colectivos que no hemos conocido antes porque no han tenido espacio para ser mostradas.

El arte cuenta, expresa, denuncia, reivindica y transforma. Si faltan piezas, si se silencian voces, si se obvian temas, seguirá habiendo un vacío. Si las mujeres artistas no tienen las mismas oportunidades para mostrar sus obras hay una parte de la historia que seguirá oculta.

La próxima vez que vaya con Greta al Museo Reina Sofía iremos directamente a la sala donde están las obras de Maruja Mallo. La próxima vez que Olivia venga a casa y quiera poner otro más de sus dibujos en mis paredes le explicaré lo importante que es para muchas mujeres artistas tener un sitio donde mostrar sus obras.

Y tú ¿qué harás la próxima vez que visites un museo o acudas a una exposición?

 

 

La batalla por el tiempo

marzo 26, 2019 en Miradas invitadas

Julen Iturbe-Ormaetxe, @juleniturbe, licenciado en Psicología y doctor en Empresariales, en la actualidad es consultor independiente, creador del proyecto Consultoría Artesana en Red. También es docente e investigador en Enpresagintza, Facultad de Empresariales de Mondragón Unibertsitatea, y en MIK.

A menudo oímos decir que la gente no tiene tiempo. Aunque la esperanza de vida crece y las conquistas sociales nos han proporcionado ocio, la queja se repite: no tengo tiempo para nada. Así, el tiempo para nuestra propia vida, un tiempo de calidad, se convierte en objeto de deseo. Alguien parece habernos robado ese tiempo que el progreso, se supone, nos iba a proporcionar para ser felices y disfrutar de la vida.

Judy Wajcman es una australiana cercana a los 70 años, catedrática de Sociología en la London School of Economics. Con una buena colección de libros publicados, su investigación se ha centrado en las relaciones entre el género y la tecnología. En 2015 salió a la luz Pressed for time: the acceleration of life in digital capitalism, un libro traducido al español en 2017 como Esclavos del tiempo y publicado por Paidós. Y, claro, cuenta cosas muy interesantes. Cosas sobre el tiempo, sobre nuestro tiempo.

La perspectiva de género está presente en toda la obra. A veces, de manera explícita; otras, en cambio, Wajcman deja la puerta abierta para que quienes leemos pensemos por nuestra cuenta. Porque al leer con sosiego no hay duda de hasta qué punto el género condiciona la disponibilidad de tiempo en esta sociedad contemporánea repleta de hiperactividades.

Cuando pensamos en “falta de tiempo” es fácil que acuda a nuestra mente un encorbatado señor con elevadas responsabilidades en su trabajo, volcado en su progreso laboral e implicado hasta la médula en el desarrollo de su carrera profesional. Semejante estilo de vida no le deja, por supuesto, tiempo para nada. Sus horas están dedicadas a servir de sustento principal a una familia en la que su abnegada pareja, trabaje o no fuera del hogar, dedica parte de su tiempo a los cuidados.

Ya, que este es un arquetipo que no se corresponde con la realidad, que los dos miembros de la pareja trabajan fuera y comparten responsabilidades en los cuidados de puertas para dentro. Sí, un arquetipo. Pero a lo mejor conviene ir a los datos empíricos. Y aquí es donde importa prestar atención a investigaciones como la de Wajcman, porque nos aportan datos. En los países económicamente avanzados trabajan ambos progenitores en aproximadamente el 60 % de las familias biparentales con hijas o hijos menores de 18 años.

Para entender nuestra experiencia de vivir en una sociedad de la aceleración debemos considerar, pues, cómo las familias organizan su vida laboral y no laboral, y atender a las diferencias de género en la falta de tiempo.

Cuando pensamos en el bienestar personal, es clave la relación con la posibilidad (o imposibilidad) de gestionar nuestro tiempo. Wajcman recoge una cita muy esclarecedora tomada de Discretionary Time: A New Measure of Freedom:

Cuando decimos que una persona “tiene más tiempo” que otra, no pretendemos decir que su día tenga literalmente una vigesimoquinta hora. (…) más bien que esa persona tiene menos restricciones y más opciones a la hora de decidir a qué dedica su tiempo. Tiene un mayor “control autónomo” sobre su tiempo. La “autonomía temporal” consiste en tener un control “discrecional sobre nuestro tiempo”.

Pues bien, de otra investigación recogida en Changing Rhythms of American Family Life, resulta que el 57 % de los padres que trabajan dicen que disponen de “demasiado poco tiempo” para sí mismos. Y esa cifra asciende al 75 % cuando se trata de las madres que trabajan.

No vamos aquí a resumir el libro de Wajcman. Podéis leerlo. Ah, perdón, que no tenéis tiempo para leer lo que quisierais. Disculpas, no me acordaba. El caso es que me parece muy pertinente colocar sobre la mesa la cuestión de género para analizar hasta qué punto disponemos o no de soberanía sobre nuestro tiempo. Si buena parte del bienestar pasa por pilotar nuestro tiempo, debemos profundizar en la diferencia entre géneros.

El asunto se complica cuando introducimos la variable eficiencia en la gestión del tiempo. En un mundo competitivo se nos obliga a pensar en cómo hacer las cosas en menos tiempo. Pero ¿tiene sentido dedicar menos tiempo al cuidado de una persona mayor porque hemos conseguido una atención más eficiente? Existe un cierto tiempo, tradicionalmente feminizado, que no se rige por la eficiencia clásica: no tiene sentido dedicar menos tiempo a ciertas actividades que se mueven en el plano emocional. En este sentido, el tiempo de los cuidados es mucho más complejo de medir. El mantra de que lo que no se puede medir no se puede mejorar no aplica o, si lo hace, es unos términos diferentes a los habituales.

En esta sociedad acelerada parece que todo el mundo quiere más y más tiempo. Si eres mujer, es muy probable que parte de ese tiempo se dedique a actividades tradicionalmente no productivas. Este es un tiempo oculto en gran parte, poco investigado desde el punto de vista de la racionalidad. Los sentimientos desbordan el análisis y chocamos contra la idea de dedicar menos tiempo a nuestras hijas e hijos. Seríamos malos progenitores; nuestra conciencia nos lo recriminaría.

El bienestar pasa por la soberanía sobre nuestro tiempo. Es una conquista todavía por acometer. Parece que progresábamos adecuadamente, pero en algún lugar perdimos la línea de progreso real. Wajcman introduce la tecnología como un elemento complejo, construido socialmente, que puede ayudar a recuperar esa soberanía. Con muchos claroscuros y con una necesaria visión crítica. Las gafas de género son aquí también muy útiles para avanzar en esa recuperación de la soberanía sobre el tiempo.

Y, para terminar, una bola extra: puede que convenga explorar lo que se deriva de la hiperpaternidad, ¿no? Pero vamos a dejarlo para otro artículo.

La democracia comienza por la igualdad de género

febrero 12, 2019 en Miradas invitadas

Soy Ander Errasti, doctor en Humanidades: Ética y Filosofía Política. Reflexiono sobre cómo adaptar la democracia a entornos cada vez más cosmopolitizados como el europeo, cómo pensar la política superando el prisma del estado-nación sin renunciar a las personas y realidades nacionales. Me he dedicado a ello como doctorando en la Universitat Pompeu Fabra, con estancia en la Universidad de Oxford, y como investigador en la Universidad de Edimburgo. En la actualidad, soy Policy Leader Fellow en la School of Transnational Governance del European University Institute en Florencia, profesor colaborador en la Universitat Oberta de Catalunya e investigador de Globernance. Coordinación del proyecto europeo CCentre (EIT Health), en el grupo GISME de la Universitat de Barcelona. @ander_errasti

Que la democracia liberal está en crisis es un diagnóstico cada vez más extendido. Incluso aunque aceptáramos la afirmación – cuestionable y problemática – de que la humanidad nunca había alcanzado un nivel de progreso como el actual, la política en nuestro entorno muestra graves síntomas de declive: polarización, desafección, degradación institucional, pérdida de civilidad o crisis de representación han pasado a ser rasgos habituales de la vida política. No existe, sin embargo, un consenso sobre el origen de este fenómeno: la precarización política y económica, los escándalos de corrupción, las derivadas injustas de la globalización, un cortoplacismo electoralista creciente, los excesos tecnocráticos y populistas o el incremento de emociones que dificultan la vida en común son algunos de los múltiples argumentos candidatos. Sin embargo, ninguno de ellos genera el consenso necesario, ni posiblemente sea suficiente, para explicar esta crisis multidimensional de la democracia que estamos viviendo.

La pregunta, en este escenario, es cómo podemos contribuir a superar esta crisis en un contexto de creciente complejidad. En épocas pasadas podíamos aferrarnos a la ilusión de control que ofrecían los estados-nación: ‘sea lo que sea que esté fallando, está en nuestras manos corregirlo’, pensábamos. En la actualidad, sin embargo, a pesar del indudable peso y relevancia de los hechos políticos nacionales, su operatividad ante crisis como ésta es más bien limitada. No en vano, pese a que persiste como método la mirada nacional, en un contexto de crecientes interdependencias, las circunstancias que rodean las múltiples expresiones de esta crisis de la democracia rara vez se limitan al ámbito estatal. Menos, si cabe, en un contexto de soberanías compartidas (por imperfeto que aún sea el equilibrio) como es el europeo.

Siendo así, parece imprescindible encontrar elementos que, desde su expresión local, puedan generar dinámicas transformadoras a escala transnacional. Es decir, procesos políticos que, arraigados en la experiencia cotidiana local o nacional, posibiliten los cambios necesarios para revertir esta crisis global de la política. Es ahí donde la lucha por la igualdad de género liderada desde los feminismos adquiere una especial relevancia. No en vano, apela a una consideración que es eminentemente transnacional: la lucha de las mujeres por revertir las situaciones de discriminación injustificada que padecen en todo el planeta. Es cierto que hay otras dinámicas que son también transnacionales y podrían acompañar este proceso, como es el caso de la lucha contra el cambio climático o la reducción de las desigualdades económicas. Sin embargo, más allá de que puedan ser compatibles e incluso transversales, no afectan de forma tan directa a un número tan elevado de la población mundial. Básicamente, a más de la mitad. 

Dado este carácter transnacional de la reivindicación, hay al menos dos elementos clave que hacen de la lucha por la igualdad de género la causa con más capacidad para superar la crisis global de la democracia: la feminización de la política y el carácter inclusivo de los reclamos feministas.

El primero se asocia a lo que se conoce como “ética del cuidado” y su conexión con los cambios globales ha sido perfectamente planteada, desde diversas ópticas, por autoras como Elena Pulcini, Fiona Robinson o Sarah Clark Miller, entre otras muchas. En este artículo me centraré en la segunda dimensión: la fuerza inclusiva de la igualdad de género.

 

Transformar la democracia desde y para la igualdad

¿A qué nos referimos con el carácter inclusivo de la reivindicación feminista o por la igualdad de género? Si bien podríamos hablar de ello en términos empíricos (mostrando cómo sociedades más igualitarias en lo relativo al género tienden a ser más igualitarias en otros ámbitos), me centraré en plantear, a partir del trabajo de Sophia Näsström, un argumento teórico: el que vincula la lucha por la igualdad de género con la fuerza normativa de la igualdad política.

En una frase, podríamos definir la igualdad política como la igualdad de valor de los individuos de un colectivo implicado en la toma de decisión. Esto implica, a su vez, que existan mecanismos (formales o informales) que les garanticen un poder de decisión equitativo. No se refiere (aunque de él pueda derivarse) a la igualdad entre seres humanos que pudiera sostenerse en teoría moral, sino a la igualdad que se sigue del hecho de la ciudadanía democrática.

La relevante de este principio, sostiene Näsström, es su potencial transformador a escala transnacional. Es decir, el alcance de lo que Isaiah Berlin denominó “fuerza normativa de la igualdad política”: una vez se instaura la democracia, lo que requiere de justificación no es la igualdad política de la ciudadanía, sino sus desviaciones. Trasladado a la cuestión que nos concierne, si por ejemplo las medidas de acción afirmativa para garantizar el acceso de mujeres a puestos de poder suponen una desviación del principio de igualdad política, estas medidas deberán justificarse para poder ser aprobadas. La clave, de acuerdo con Näsström, es que la democracia no se ejerce en un contexto de igualdad, sino de profundas desigualdades estructurales.

Unas desigualdades que, además, están en constante proceso de transformación. Siendo así, esa necesidad de construir argumentos sólidos en favor de mecanismos que corrijan las desigualdades estructurales es, precisamente, lo que hace de la aspiración por la igualdad política el principal motor de progreso de los sistemas democráticos. La fuerza normativa de la democracia no es, en definitiva, un punto de llegada (hay democracia, luego todos y todas somos políticamente iguales) sino un punto de salida (hay democracia, luego trabajemos constantemente por garantizar la igualdad política).

Ahí reside uno de los aspectos fundamentales de la lucha por la igualdad de género como motor de cambio transnacional para corregir la crisis de la democracia a escala global: en su permanente ejercicio de evaluación crítica de la situación y búsqueda de fórmulas efectivas para implementar posibles soluciones. Una lucha que se materializa de forma local, pero nos concierne globalmente. Una lucha en la que, por cierto, los hombres (en tanto que parte privilegiada de esa desigualdad injusta) tenemos la obligación política no ya de evitar contribuir a la desigualdad, sino de acompañar a las mujeres en ese proceso de transformación. Si lo conseguimos, todas saldremos ganando. Porque la democracia comienza por la igualdad de género.

By Mobilus In Mobili – Women’s March on Washington, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=55796823

 

[1] Gracias a Cristina Astier por el título.

 

 

 

Abordar el acoso sexual de segundo orden para superar la violencia de género

enero 29, 2019 en Miradas invitadas

Ana Vidu (@anavidu). Recibí el premio extraordinario de Sociología de la Universidad de Barcelona, pero el reconocimiento como la mejor alumna cambió cuando denuncié a un catedrático. Fui co-fundadora de la Red solidaria de víctimas de violencia de género en las universidades. A pesar de estancias de investigación en Harvard, Berkeley, Stanford; artículos de impacto, mi tesis doctoral, comparando el tratamiento de la violencia de género en la Universidad de Berkeley y en la UB, fue aprobada en su tercer intento. La prensa se hizo eco, destacando el documental «Voces contra el silencio”. Actualmente soy investigadora postdoctoral en la Universidad de Deusto.

La violencia de género sigue siendo un problema que afecta a más de un tercio de las mujeres en la sociedad actual, como afirma la Organización Mundial de la Salud; según la cual, también resulta preocupante que la edad de las víctimas está en constante disminución, ya que el 30% de las mujeres entre 15 y 19 años sufren o han sufrido violencia de género en sus relaciones afectivo-sexuales. Los datos son también estremecedores en el ámbito de instituciones como la universidad. Diferentes movimientos estudiantiles y de víctimas resuenan recientemente con fuerza, encabezando una lucha que algunas mujeres y hombres llevan desde hace décadas, sin mirar para otro lado, poniéndose siempre del lado de las víctimas, incluso sufriendo duras consecuencias por hacerlo.

Comprender ampliamente el acoso sexual implica abordar el Acoso Sexual de Segundo Orden (SOSH por sus siglas en inglés) y sus implicaciones. Afrontar el SOSH crea conciencia sobre la protección no solo de las víctimas directas sino también de quienes se atreven a apoyarlas. La realidad del acoso de segundo orden se empieza a plantear en los años 90 en el ámbito académico norteamericano, cuando autores como Billie Dziech y Linda Weiner resaltan la falta de apoyo como una limitación para las víctimas a la hora de denunciar y, definen por vez primera la realidad del acoso sexual de segundo orden, en un momento histórico clave respecto a la necesidad de implementar mecanismos para superar la violencia de género. Se llega así a visibilizar que no solo hay víctimas directas sino también víctimas por solidaridad con otras víctimas, es decir, víctimas de segundo orden.

Si bien las acciones de prevención y respuesta a la violencia sexual han sido ampliamente abordadas durante las últimas décadas, el papel del SOSH para la superación de la violencia de género aún no se ha explorado lo suficiente. En 2017 el concepto se publicó en España dando la explicación científica al tratamiento de una de las primeras denuncias contra el catedrático más conocido y reincidente por acoso sexual del Estado. Después de décadas de silencio institucional, 14 víctimas pasaron el largo y desolador proceso de la denuncia interna, desde denunciarlo en su Facultad gracias a la ayuda de otro catedrático. La Comisión de Igualdad de ese momento no solo se encargó de “proteger” la institución, por tanto, ponerse del lado del profesor acosador, sino que ejercieron distintos tipos de represalias para hacer callar a las víctimas, deslegitimizarlas ejerciendo revictimización. Ataques y críticas difamatorias recibieron también las personas que apoyaban a las víctimas. Su apoyo fue clave en momentos como las declaraciones ante instructores de servicios jurídicos que en ocasiones también trataban de culpar a las víctimas. Agotado el proceso interno, las denuncias llegaron a la Fiscalía cuando ya los hechos habían prescrito, precisamente debido a este “proceso” detrás del cual existía el interés de que Fiscalía archivara el caso. Así pasó, aunque el informe de Fiscalía fue muy favorable para las víctimas y para la lucha ya que reconocía el acoso sexual que se produjo por parte del catedrático acosador, incluyendo también una cita de la decana de aquel momento, admitiendo que tenía conocimiento de los hechos desde que ella misma era estudiante. La prensa se hizo eco del caso y varios periódicos dieron voz a las víctimas. La serie Omertá del Diario Feminista es un ejemplo.

Las Comisiones de Igualdad, igual que los protocolos contra el acoso sexual, son útiles si las personas nombradas para aplicarlos tienen un firme compromiso contra el acoso. De lo contrario, su fidelidad es con la estructura jerárquica de la universidad que las nombra, su protección a los acosadores llega a permitir su impunidad. Esta falta de posicionamiento institucional ha provocado una ola de movimientos estudiantiles, también histórica, en apoyo a las personas supervivientes, que identifican la universidad como un espacio donde es peor denunciar el acoso que sufrirlo. Las 14 víctimas del caso nombrado anteriormente, constituyeron la primera red entre iguales del Estado: la Red Solidaria de Víctimas de violencia de género en las universidades, reconocida por el Banco de Buenas Prácticas de la Fundación Mujeres y cuenta hoy con más de 2.000 seguidores en su página de Facebook.

Las mejores investigaciones ya han demostrado que el bystander intervention, la intervención de las personas que son testigo de alguna situación de acoso, constituye la medida más eficaz para superar el acoso sexual, lo que convierte en esencial el apoyar a estos testigos para tal fin. Los bystanders también pueden sufrir represalias por tomar postura a favor de las víctimas, una realidad reconocida como acoso del bystander. Mientras que, durante años, la clave de las medidas contra el acoso sexual ha estado enfocada en las víctimas, bajo conceptos como “survivors first”, ahora que ya sabemos que el apoyo es una de las formas más eficaces para las víctimas, la protección del apoyo se convierte en una prioridad, precisamente porque la víctima, o superviviente, sigue siendo “lo primero”. El acoso sexual no se podrá superar sin superar el SOSH. Es importante también enfocar el acoso sexual de segundo orden desde una perspectiva legal. Los esfuerzos para combatir el acoso sexual deben incluir contemplar el SOSH en la legislación actual, consiguiendo así empoderar y apoyar a todas las víctimas.

No hay mejor momento que el actual para afrontar esta realidad. Los movimientos sociales, estudiantiles y la sociedad en su conjunto ha dejado de dar la espalda a tal sufrimiento humano. En el contexto universitario, la red de víctimas, los movimientos estudiantiles y algunas profesoras y profesores ya han demostrado ser ese apoyo que las víctimas necesitan para tirar adelante. A la vez, ejercen la presión necesaria que hace que las instituciones no tengan más remedio que implementar medidas contra los acosos en sus campus. La prensa también ha empezado a dar voz a las víctimas, como en el documental “Voces contra el silencio” de Documentos TV de La2 de RTVE, galardonado con el Globo de Oro en el World Media Festival de Hamburgo 2018. En la era del #MeToo, #Cuéntalo o #TimesUP las redes sociales, y la sociedad en general, quieren ir más allá del diagnóstico, de las causas y de las consecuencias de la violencia de género. Este compromiso no es solo de personas individuales sino también, y cada vez más, de sociedades enteras, de diferentes ámbitos, luchando conjuntamente por una sociedad mejor.

Gaza, cuánto mar para tan poca libertad

enero 15, 2019 en Doce Miradas, Miradas invitadas

Natalia Quiroga (@natiquiro). Me gusta contar. Estudié periodismo pero en realidad quería ser terapeuta o psicóloga o arregladora; no me interesaba la actualidad, lo que me gustaba era intentar arreglar las historias de la gente. Como si colocando un adjetivo aquí y una exclamación allá, pudiese hacer desaparecer sus problemas (y ya de paso, también los míos). Tengo más de 12 años de experiencia en periodismo y comunicación digital dentro del sector de las ONG. Publico en distintos medios con la única motivación de compartir historias que me mueven. Con una de esas historias gané el Premio de Periodismo Joven contra la Violencia de Género. Sigo aprendiendo, quiero contarlo.

Era la tercera vez que intentaba entrar en Gaza. La primera fue en 2012, en un viaje con algunas de mis mejores amigas que, de alguna manera y por razones distintas, nos dio a todas un vuelco a la vida. Entonces no obtuvimos el permiso para entrar y empezamos a imaginarnos la franja como la cárcel que es.

 

A principios de 2017, con todos los papeles en regla, me quedé a las puertas del gigantesco control israelí (son ellos los que deciden quien entra y quien sale de Gaza) porque los objetivos de mi cámara precisaban un permiso especial que yo no había solicitado. Me lo explicó un soldado con un palillo en la boca y pocas ganas de escuchar mis explicaciones.

 

Volví a Palestina en mayo de 2018. Y por fin, a la tercera, logré entrar en Gaza. Qué ironía, yo feliz por poder entrar mientras que, ese mismo año, el gobierno israelí había denegado el permiso para salir a más de la mitad de las personas enfermas que lo habían solicitado. Muchas murieron y, entre ellas, Yara, una niña de cuatro años que necesitaba un marcapasos y a la que nunca le llegó el permiso israelí para salir de Gaza e ir al hospital de Jerusalén donde se lo iban a poner. Cada vez son más

 

Así es la realidad en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.

En Gaza, tuve la suerte de pasar la mayor parte del tiempo con las mujeres de la Unión Palestina de Comités de Mujeres (UPWC, en sus siglas en inglés). Taghreed Jomaa es la coordinadora de la organización que, junto a su equipo, trabaja con líderes comunitarias locales para detectar los problemas diarios a los que se enfrentan las mujeres gazatíes y poder, así, ofrecer un apoyo en sus necesidades. Sobra decir que las necesidades son enormes, cada vez más, y los medios para cubrirlos son mínimos, cada vez menos.

 

Más de once años de bloqueo absoluto (por tierra, mar y aire) han dejado sin aire a una población de cerca de dos millones de personas hacinadas en un espacio de 40 km de largo por 14 km de ancho. A un lado el mar y al otro una puerta cerrada. No pueden beber agua del grifo porque está contaminada y muchas veces, no pueden contar con más de cuatro horas de electricidad al día. Quien puede, se abastece con generador; para el resto, está el frío y la oscuridad en invierno y la comida sin nevera en verano. Las mujeres nos contaban que, este año (refiriéndose al 2018), estaba siendo el más duro.

 

Las mujeres, como en prácticamente todas los contextos de vulneración de derechos, sufren la peor parte. Al mismo tiempo que aumentan los casos de cáncer de mama, disminuyen los permisos de salida que Israel otorga a la población de Gaza. Sin acceso a muchos tratamientos dentro de la franja, la única solución que les queda es esperar una respuesta que muchas veces no llega.

 

Pero además de la violencia que supone el bloqueo y que se ha visto exacerbada por las tres grandes ofensivas del ejército israelí en los últimos once años (cientos de mujeres se quedaron viudas teniendo que afrontar el cuidado de sus familias en soledad), se suma el incremento de la violencia doméstica y de tendencias que prácticamente habían desaparecido en la cultura palestina. El matrimonio infantil, por ejemplo, del que la pobreza, la desesperación y la falta de libertad, sin ser las únicas razones, actúan como el mejor caldo de cultivo. O la imposición del velo: en el resto de Cisjordania o en Jerusalén Este, es habitual ver a mujeres palestinas con velo y sin velo más o menos a partes iguales; no seré yo la que señale este dato como un criterio de sumisión vs libertad, pero llama la atención que en Gaza sea tan difícil ver a mujeres sin velo. Taghreed me lo confirma: ni ella ni sus hijas lo llevan pero, como me explica, son ahora una minoría mientras que no era así antes del bloqueo.

 

Si la mujer en el mundo global sufre las consecuencias de una sociedad y una manera de dirigir el mundo esencialmente patriarcales, existen contextos, como Gaza y Cisjordania, donde el muro del patriarcado es doble. Como decía hace poco la periodista Isabel Pérez, corresponsal española en Gaza: «Las mujeres palestinas no pueden salir del patriarcado porque existe un bloqueo y una ocupación que lo alimentan brutalmente».

 

Uno de los últimos días que estuvimos en Gaza (siempre acompañada de mi amiga Bárbara), Taghreed nos invitó a comer en su casa. Sentada en el sofá, sus tres hijas, de 13, 17 y 19 años, revoloteaban por el hogar enfrascada en los asuntos de su edad. Taghreed, que se ha pasado su vida entera luchando por los derechos como mujer y por los derechos como palestina, compartió una reflexión que se me quedó grabada: “Siempre creí que educar a mis hijas con una mentalidad abierta y con mucho sentido crítico era lo mejor, pero hoy me doy cuenta de que quizás nos equivocamos si de todos modos van a tener que vivir en un lugar del que no pueden salir”.

 

Frente al sofá en el que estábamos hablando, observo un cuadro con el retrato de la poeta, escritora y activista estadounidense, Maya Angelou, que parecía estar colocado allí para sostener el enorme peso de la reflexión que Taghreed nos acababa de compartir. Sobre el retrato, una frase de Maya me envolvió por unos segundos en un manto de sororidad, de empatía, de rabia o de resignación: “and still we rise”.

 

Gaza, cuánto mar para tan poca libertad.

 

El deporte no era para nosotras

diciembre 18, 2018 en Miradas invitadas

Nekane Arzallus Iturriza (@ergobi).
Nací en Ergobia, el mejor lugar posible, imprime carácter. No comprendo ni imagino mi vida sin el deporte, reconozco que es mi pasión, aunque como tantas otras mujeres no puedo ejercerlo de manera profesional. Soy la única mujer presidenta de un club de la ACB y segunda en la historia tras Pepita Merçe. Intento abrir camino y derribar muros. Me apasiona trabajar con personas y creo que la voluntad férrea nunca está reñida con una sonrisa.

El deporte no fue pensado para las mujeres, ni para que lo practicáramos, ni siquiera para que lo viéramos. En el mundo del deporte ni se nos esperaba ni se nos deseaba. Fue creado por el hombre y para el hombre, para el más rápido, el más fuerte, el más alto y después convertir al vencedor, aún creo que lo seguimos haciendo, en un semidiós. Quizás por eso hablamos de una de las actividades que presenta más resistencias a la igualdad, uno de los ámbitos donde esa desigualdad se admite de una manera más natural.

Esta especie de comprensión ante la desigualdad explica que parezca admisible una infrarrepresentación de las mujeres en los órganos de poder del deporte, que se siga hablando más del aspecto físico de nuestras deportistas que de sus logros, que tengamos una ley de hace 30 años que claramente discrimina a las mujeres por el hecho de serlo ya que sólo considera profesionales a algunas ligas masculinas. No podemos imaginar que un convenio colectivo sólo pudiera ser aplicado para los hombres de cualquier empresa sin una protesta política, ciudadana o legal inmediata.

Las mujeres estamos aquí, hemos recorrido un largo camino de reivindicaciones políticas, sociales y también en el ámbito deportivo, recuperando terrenos que nos son propios. Ningún logro nos ha sido regalado, lo hemos peleado y conseguido. Lo cierto es que pese a quien pese hacemos deporte, hablamos de deporte, entendemos de deporte, vemos deporte, ocupamos puestos de gestión y de poder en el mundo del deporte. Pero de manera claramente insuficiente.

En los años 70 las mujeres no éramos animadas a la práctica deportiva. Ésta estaba supeditada, en la gran mayoría de los casos a tu familia, a tu colegio y a la modalidad deportiva que se hiciera en tu pueblo y nunca, o casi nunca con perspectivas de que pudiera ser nuestra profesión. Y a pesar de ello siempre me recuerdo practicando ciclismo, fútbol, tenis, baloncesto, golf. No entiendo la vida sin deporte, aunque las estructuras sociales, políticas, deportivas, los estereotipos y prejuicios de cada época quisieran entender el deporte sin mujeres, sin mí.

Siempre he respirado deporte, me hubiera gustado llegar a ser profesional, pero la verdad es que se quedó en un sueño, en un sueño que no pudo convertirse en realidad. Y no pudo convertirse en realidad entre otras cosas porque no tuve ni el respaldo, ni la ayuda para intentarlo, y no lo tuve por una sencilla razón, porque era mujer.

Eran tiempos en los que si una quería comprarse una bicicleta de carreras, en la tienda te decían que no, que una mujer no podía llevar una bicicleta así (tuve suerte de tener un padre comprensivo y conseguí salir de la tienda con la bicicleta de carreras). Si hacías el intento de entrar en el equipo de futbol de la ikastola te decían que lo sentían mucho, pero que las “niñas” no jugaban al futbol (me corté el pelo para engañar al entrenador, pero esta vez no lo conseguí). Todo esto me frustró, pero lejos de desanimarme y de apartarme del deporte, hizo que mi vida siguiera ligada al deporte de otra manera.

Durante años he estado vinculada a diversas modalidades deportivas de diferente manera: voluntaria, delegada de equipos, arbitra, directiva, vamos, de lo que hiciera falta, y he disfrutado y aprendido de todas ellas.

Hoy soy presidenta del Gipuzkoa Basket Club, el GBC de baloncesto masculino. Única mujer presidenta de un club de los 18 que componen la ACB, la segunda liga profesional más importante del mundo tras la NBA. En esta competición, en 2018, participamos 3 mujeres: una árbitra, una entrenadora y una presidenta. Esta es la pírrica realidad.

“No puedes ser lo que no puedes ver”. Esta frase de Marian Wright Edelman se ha convertido en una de las frases de referencia en mi presencia pública. El día que acepté el cargo de presidenta del GBC mi teléfono se colapsó. Era una mujer. Esa fue la única razón del alboroto. Todavía estábamos así. Por eso hoy, uno de mis principales objetivos es visibilizar mi trabajo, intentando desmontar dentro y fuera de las canchas estereotipos y prejuicios. Repito allí donde tengo posibilidad de hacerlo que las mujeres podemos, debemos estar en cualquier cargo de liderazgo y responsabilidad y que no tenemos nada que demostrar. Podemos hacerlo porque estamos preparadas, porque somos la mitad de la población y porque queremos ocupar la cuota de responsabilidad que nos corresponde, también en el terreno deportivo.

Espero que la visibilización de mi trabajo anime a otras mujeres a pensar que es posible y deseable trabajar en este ámbito y poner nuestro esfuerzo y nuestro talento al servicio de muchas de las caras del deporte: ser arbitras, monitoras, entrenadoras, directivas, médicas, periodistas. Me preocupa que en este momento seamos islas en un entorno androcéntrico y que sirvamos de excusa para que muestren la excepcionalidad como norma.

El mundo del deporte fue creado para exaltar una serie de estereotipos de género arraigados de un modo especial en un concepto específico de masculinidad. Las mujeres que vamos rompiendo estos espacios tenemos que formarnos en feminismo. Primero para saber ver estos estereotipos y tener herramientas para desactivarlos y no reproducirlos. Y segundo porque necesitamos tener un discurso y un compromiso con las personas que nos escuchan y siguen. Somos conscientes de que en cualquier entrevista se nos harán preguntas que no se le harían jamás a un hombre en un cargo similar, que pondrán perpetuamente en duda nuestro trabajo cuestionando nuestra capacidad, hombres y algunas mujeres.

Las estructuras deportivas que viven entre leyes igualitarias mantienen de formas diversas la desigualdad. Las fotografías ponen de manifiesto la realidad y rompen con el denominado “espejismo de la igualdad”. La última foto de la reunión de dirigentes de las Federaciones Deportivas Españolas era devastadora: sólo 3 de las 66 federaciones tienen como presidenta a una mujer. La foto de la presentación del mundial de baloncesto femenino que ha tenido lugar este año en España ha sido también tremenda y muy comentada, sólo una mujer en la foto.

Los datos son reveladores en las estructuras deportivas españolas. 1180 hombres frente a 426 mujeres juezas, 585 entrenadores frente a 137 entrenadoras, 21 hombres al frente de entidades internacionales del deporte frente a 2 mujeres. Todo lo contrario de las becas que se ganan deportistas por su méritos: 114 hombres y 142 mujeres. El problema, por tanto no está en las deportistas, sino en las estructuras que impiden el acceso a las mujeres.

El último informe de la auditora Sport Intelligence de 2017 nos dice que por cada mujer futbolista profesional en el mundo, hay 106 futbolistas hombres que se ganan la vida con el juego a tiempo completo. No solo eso, sino que las mujeres de la élite ganan una centésima parte de las sumas de sus homólogos masculinos. Nada justifica este hecho.

Y sin embargo y aunque parezca contradictorio el deporte se convierte también en uno de los medios más eficaces para la lucha por la igualdad. Mujeres iraníes se disfrazan de hombres para poder entrar a los estadios de fútbol a animar a sus equipos y utilizan la difusión de estos actos para luchar contra la terrible situación de las mujeres en Irán.

Hay un largo camino que debemos recorrer. Y debemos dar un paso adelante. El deporte es poliédrico, podemos, debemos trabajar en muchos campos para su promoción y para conseguirla en igualdad. El deporte de élite es la más alta expresión de una cadena y su máximo punto de visibilidad y referente para una inmensa cantidad de deportistas. Representamos a nuestras disciplinas deportivas, a nuestros territorios, tenemos una visibilidad incomparable con casi cualquier otra actividad humana. Por eso debemos tener una especial responsabilidad con los valores y actitudes que queremos transmitir.

Mi compromiso personal es seguir trabajando, allí donde se me requiera para conseguir la visibilidad del trabajo que realizo. Quiero pensar que en alguna medida estoy colaborando a la ruptura de techos de cristal para que otras mujeres que vengan puedan hacer del deporte su profesión. La pasión la tenemos.

Algoritmos, ¡¿en serio?!

diciembre 4, 2018 en Miradas invitadas

Alejandra Díaz-Ortiz, @alediazortiz, es una escritora mexicana radicada en Madrid desde hace tantos años que ya perdió la cuenta. Cuentos chinos, con prólogo de Luis Eduardo Aute, fue su primer libro de microrrelatos, al que siguieron Pizca de sal No hay tres sin dos, todos publicados por Trama Editorial. También publicó Julia (Colección Hypatia), su primera novela corta, en la que aborda la relación virtual de dos mujeres: una maltratada por la vida y la otra maltratada por su pareja, un tema con el que se siente muy comprometida.
Colaboradora en varios medios, actualmente se hace cargo de una pequeña librería en el centro de Madrid, La Tres Catorce, mientras prepara su quinto libro.

Llevo un tiempo reflexionando acerca de qué, o quiénes, fracasan, a la hora de prevenir y evitar más asesinatos por violencia de género. Es evidente que algo está fallando y que el mensaje que están percibiendo las víctimas no es para nada alentador. Estoy convencida de que el enfoque con el que se están implementando las políticas y, por ende, las soluciones con las que se pretende erradicar esta lacra, están dejando al margen el factor humano. El más puro y duro, elemento emocional.

Hace poco se informó a los medios que las autoridades se plantean revisar las aplicaciones informáticas con las que se determina si una mujer está siendo maltratada y en qué grado de riesgo. Un programa en el ordenador de cualquier comisaria, que se encarga de medir cómo cuánto de víctima se tiene. Algo así como, si se es víctima de violencia de género completa, solo mitad, o apenas cuarto y mitad. Creo recordar que mencionaron un cuestionario de cincuenta preguntas que se le hace a la mujer que se decide a denunciar a su maltratador. Así, en frío, da igual, el algoritmo ya se encarga del resto. Más tarde leí que una mujer denunció el trato dado a una víctima de violencia de género que acudió a la comisaría de Vallecas, y que consistió en hacerle una serie de preguntas que, a juicio de la involuntaria testigo, la transmutaron de víctima a culpable de su propio maltrato. Al final, la mujer abandonó el lugar sin denunciar, según la testigo.

Por fortuna, alguien ha comenzado a sospechar que el algoritmo no está resultando todo lo eficaz que se prometía. Y es que cuarenta asesinatos de mujeres y cuatro niños en los que va de año, muchos de ellos con orden de alejamiento, obligan a reconsiderar las preguntas y su interpretación. ¡¿En serio?!

A ver, expertos y expertas, les cuento: una víctima de violencia de género NO es un dato, megadato o como se llame el asunto. Es una persona con muchos problemas, todos vitales. Vital es lo contrario de virtual (valga la puntualización por si no queda claro). Una víctima es un manojo de sentimientos, casi todos ellos, contradictorios. Tan contradictorios, e inexplicables, como sentirse enamorada de su verdugo. Por un lado sabe que su vida corre peligro, pero a la vez, estará dispuesta a proteger a esa pareja que la tortura. Si se decide a denunciarlo por primera vez, rara vez lo hará con la absoluta convicción de que está haciendo lo correcto.

Si, encima, hay hijos de por medio o algún tipo de dependencia (económica, física y/o emocional), las dudas serán abismales. Cualquier respuesta que pueda dar la víctima en medio de esa hecatombe personal, debería ser valorada más allá de fórmulas matemáticas. Hay que considerar los titubeos, el llanto, el miedo, pero, sobre todo, la inmensa vergüenza que una mujer maltratada tiene por el simple hecho de serlo. Vergüenza que la hará minimizar, o magnificar, las circunstancias y los hechos. Esa mujer maltratada que llega hasta la mesa de las denuncias, necesita saberse en puerto seguro. Casi me atrevo a afirmar que más que preguntas, lo que le hace falta en ese momento, es silencio. Un silencio casi medicinal. Hay que valorar que viene de una situación en la que se le ha cuestionado todo, absolutamente todo, incluso su existencia. Cualquier pregunta que le resulte incómoda, por más precisa o científica que ésta sea, la hará sentirse vulnerable, con ganas de salir corriendo y, muy probablemente, relativizar lo que le está sucediendo. Antes que ser cuestionada por un extraño, preferirá volver a lo malo conocido.

Y no se me malinterprete. Por supuesto que hay que hacer preguntas, todas las que hagan falta, pero estas deben ir acompañadas de sentido común, de cierta empatía con cada caso en particular. Los miedos de una mujer con hijos requieren una óptica diferente a los temores de una adolescente. Ambas necesitan ayuda y protección, con los mismos medios, pero con un trato especifico para cada caso, a fin de garantizar su seguridad y la de su entorno.

Porque, señores y señoras expertos, las víctimas no somos estadísticas. No somos números y mucho menos, clones. Cada una de las mujeres que están siendo maltratadas en este preciso instante, mientras yo escribo esto, tiene una historia única, y muy personal, que contar. Por eso, precisamente, creo que los algoritmos, al menos de momento, no resultan efectivos para determinar qué mujer precisa de una orden de alejamiento inmediata, por ejemplo.

Por desgracia, ahí están las víctimas mortales como claro ejemplo de su ineficacia. Y las que se sumarán a la cruel lista con la que cerraremos este año y los siguientes, mientras no se cambie el enfoque con el que se están implementando las políticas y acciones contra la violencia de género.

Insisto, no hablamos de gustos para que un algoritmo nos sugiera dónde comprar o adónde viajar. Estamos hablando de desgarros, de violencia, de muertes. Estamos hablando de niños, de mujeres. Hablamos de vida. Y no valen las disculpas ni el ajuste de algoritmos.

(Doy por hecho que todo esto lo saben mejor los psicólogos y expertos en el tema. Yo tan solo fui una víctima hace muchos años que, muy a mi pesar, terminé en una comisaria tras tener una pistola apuntando a mi cabeza. Pero esa es otra historia.)