Somos más de 50

enero 14, 2020 en Miradas invitadas

María Jesús Pérez Ladrón (@perezladron). Soy diseñadora gráfica. Desde que estudiaba BBAA me di cuenta de que quería que lo que hiciera tuviera una finalidad, que sirviera para algo en concreto, por eso me especialicé en diseño. Con la fotografía siento lo mismo. Quiero que sea algo más que reflejar imágenes, que sirva para transmitir, en este caso una imagen positiva de las mujeres de 50 años y de todas la mujeres en general.

Con los 50 años ya cumplidos tuve ocasión de participar en un networking de mujeres con diferentes profesiones. Entre ellas había una mujer, que como en mi caso, era diseñadora y tenía un estudio de diseño y comunicación. Mi idea, seguramente inocente, era encontrar el momento para compartir y contrastar experiencias con ella. Su negocio era incipiente, yo llevaba muchos años en el gremio y pensé que por lo menos por mi parte podría aprender algo más de alguien más joven. Relaciones intergeneracionales creo que se llama.

Cuando llegó el momento en el que cada una debíamos presentar nuestra empresa, ella dijo: “…somos una empresa en la que solo trabajamos mujeres y además somos jóvenes, no llegamos a los 35 años…”. Tengo que reconocer que la respuesta me afectó. ¿De qué puedo hablar con alguien que debe pensar que tener 50 años es horrible y que una mujer de mi edad restaría valor a su empresa? Me sentí como Kathy Bates en la película “Tomates verdes fritos”, cuando dos chicas jóvenes más rápidas le arrebatan la plaza de aparcamiento. En mi turno no fui capaz de responder contundentemente como Kathy. Pude haber hablado de mi experiencia, de que entiendo a los clientes como nadie y que llevo con algunos de ellos más 20 años, que mi empresa pasó por una crisis mundial y que sigo aquí. Pero me limité a decir el nombre de mi empresa y mi profesión.

A los 45 años se nos considera fuera del mercado laboral y a los 50 es prácticamente imposible encontrar un trabajo por cuenta ajena. ¿No estamos capacitadas? Si tienes tu propia empresa o eres autónoma eres capaz de trabajar tanto o más, de estar formándote continuamente y de asumir responsabilidades. Para trabajos precarios, o para ayudar económicamente a tus hijos en paro o para cuidar de tus mayores, para eso estamos en la edad ideal.

La longevidad en teoría es un triunfo de nuestra sociedad, pero puede ser un peso más en nuestras vidas si no sabemos gestionarlo. Dicen que los 40 son los nuevos 30 y los 50 los nuevos 40 y así sucesivamente. ¿Tenemos que estar desde los 45 pensando que somos mayores y con la obligación de aparentar como mínimo 10 años menos? ¿Así hasta los 100 años? ¡Que pereza!

Si preguntamos a niñas/os, jóvenes, hombres e incluso mujeres sobre la «imagen» que tienen de una mujer de 50 años, probablemente en un primer momento se centrarán en el aspecto físico, se valorará positivamente si parece más joven, no en cambio si «se le nota» su verdadera edad. No se consideran dentro de este concepto la experiencia, las capacidades u otros muchos valores que conforman su imagen personal y profesional. La buena noticia es que cuando conocemos a otras mujeres de 50 años comprobamos que, en general, lo que nos interesa, lo que nos preocupa y lo que vivimos en este momento es muy diferente a la visión deformada y parcial que se nos impone como colectivo.

Pero es cierto que en mayor o menor medida nos afecta. Además de otras circunstancias, uno de los invisibles frenos a las expectativas de las mujeres es nuestra imagen en la sociedad, que determina en gran parte, la imagen que tenemos de nosotras mismas aunque no seamos conscientes de ello. En una sociedad donde se valora sobre todo la juventud y en la que los medios de comunicación, el cine, la televisión, muestran imágenes estereotipadas de las mujeres, es patente la ausencia de una imagen más diversa y más real.

Las que ahora vivimos los 50 fuimos las primeras en disfrutar de avances sociales que no tuvieron nuestras predecesoras. Ya estaba generalizado acceso a la formación universitaria de las mujeres, tuvimos acceso al control de la natalidad, en general tuvimos más fácil enfrentarnos a las convenciones. Quizás sea nuestra generación el grupo de edad con más diversidad de trayectorias vitales respecto a décadas anteriores. Siendo las mujeres el 50% de la población y teniendo en cuenta que tomamos el 70% de las decisiones de compra, el sector comercial debería dejar de centrarse solo en la juventud y la perfección, dejar de vendernos cremas milagrosas que a estas alturas ya sabemos que no funcionan y trabajar también con perfiles que tengan más que ver con nuestra realidad.

El proyecto “SOMOS MÁS DE 50”

Tuve la oportunidad de participar en el programa Andrekintzailea que se celebra cada año (dirigido a mujeres empresarias, coordinado por Bilbao Metropoli-30 y con la colaboración de la Asociación de Mujeres Empresarias y Directivas de Bizkaia, AED, y de la Asociación EmakumeEkin). En el transcurso del programa compartimos experiencias un grupo de mujeres emprendedoras y empresarias muy diferentes entre nosotras: con empresas de diferentes sectores, grandes o pequeñas, con formación o sin ella, con o sin hijos/as, y de distintas edades. Aprendimos muchas cosas pero para mí, y creo que también para mis compañeras, lo más importante ha sido compartir un espacio entre mujeres que no nos conocíamos, fuera de nuestros grupos de referencia: familia, amigas/os, trabajo, que nos ha permitido crecer, compartir, colaborar, y reinventarnos dejando fuera todo los que nos condiciona. Esta relación tan sana y fructífera la seguimos manteniendo. Nos acompañamos, compartimos experiencias y crecemos personal y profesionalmente.

En este ambiente propicio nació el proyecto “Somos más de 50” destinado a dar visibilidad a las mujeres de cincuenta años o más, utilizando para ello la fotografía artística. Queremos contribuir a reconstruir el concepto “mujeres de cincuenta años” a través del retrato, jugando a contemplarnos desde otro punto de vista diferente que nos sorprenda a nosotras mismas y que en las demás personas despierte una nueva visión de las mujeres de esta edad.

Estas fotografías tienen el fin de mostrar y compartir nuestra propia versión sobre nuestra imagen. Queremos contemplarnos en un espejo que no esté contaminado y que refleje valores positivos que contrarresten los negativos a los que estamos expuestas. Esto significa que no lo hacemos solo para nosotras, al contrario, queremos hacernos visibles, compartir con la sociedad, servir de referencia a mujeres y hombres, mayores y jóvenes.

Las fotografías, además de una breve descripción sobre cada mujer y su profesión, se publicarán en Internet, redes sociales y se difundirán por diferentes medios.

Queremos que a las mujeres participantes les sirvan para:

  • Mirarse desde otro punto de vista.
  • Ser protagonistas, orgullosas de quiénes son y de lo que son.
  • Contribuir a ofrecer una imagen positiva de las mujeres en general.
  • Potenciar su imagen y su profesión de una manera original.

El gran momento

Es cierto que los cincuenta puede ser un momento vital intenso para las mujeres en el que confluyen varias circunstancias incluso a nivel biológico, pero también supone una liberación.
Ya somos mayores y podemos hacer lo que queramos, vivir intensamente y aprovechar cada instante, pero esta vez, con experiencia, madurez y toda la seguridad en nosotras mismas que hemos podido acumular en estos años. Las personas en diferentes fases vitales, aunque no tengamos los mismos intereses y expectativas, buscamos sentirnos motivadas, queremos tener la sensación de que lo que hacemos merece la pena y que nuestras acciones tengan un impacto positivo en la sociedad. Éste puede llegar a ser uno de los mejores momentos de nuestra vida.

El proyecto “Somos más de 50” va creciendo lento pero seguro, gracias a la participación de las mujeres de 50 años o más que ya se han retratado y las que lo van ha hacer en los próximos meses.
Quiero agradecer a todas su colaboración y a otras mujeres, más jóvenes y más mayores, que nos acompañan y nos animan.

www.somosmasde50.com

De la paridad numérica a la paridad sustantiva

diciembre 3, 2019 en Miradas invitadas

Martha Tagle, @MarthaTagle.

Soy feminista y politóloga comprometida con la defensa de los derechos humanos de las mujeres, la no violencia, la democracia, el combate a la corrupción y la impunidad. He participado como conferencista a nivel nacional e internacional como especialista en género.

Como fundadora de Movimiento Ciudadano, en México, he ocupado diferentes cargos al interior del partido y actualmente soy diputada federal en la LXIV Legislatura donde –como lo he hecho en otros espacios– impulso la agenda de la sociedad civil.

 

Por primera vez, ambas cámaras del Congreso de la Unión mexicano están conformadas prácticamente de manera paritaria. Es decir, casi el cincuenta por ciento de los escaños están ocupados por mujeres. Sin embargo, debe señalarse que este escenario es el resultado tangible de un movimiento que por más de 25 años ha trabajado incansablemente por incluir –en un primer momento– las llamadas cuotas de género (medidas de acción afirmativa) y posteriormente, el reconocimiento de la paridad a nivel constitucional y su implementación en todos los órdenes y niveles de gobierno en México (2019).

Nuestro país se ha colocado en el cuarto lugar a nivel internacional con mayor número de legisladoras. Solo por debajo de Rwanda (61.3%), Cuba (53.2%) y Bolivia (53.1%). Otro aspecto para destacar es que la Cámara de Diputados y el Senado de la República actualmente tienen a una mujer presidiendo sus mesas directivas, sentando un importante precedente para el ejercicio de los derechos político-electorales de las mexicanas y abriendo mayores posibilidades para impulsar una agenda incluyente e igualitaria.

Pese a que estos datos brindan gran aliento, la realidad es que las mujeres en el espacio político (como en muchos otros) todavía distan de ejercer plenamente el poder –en toda la extensión de la palabra–. Un ejemplo, en la Cámara de Diputados a pesar de que 48.2% de los escaños están ocupados por legisladoras, solo uno de los ocho grupos parlamentarios tiene una mujer a la cabeza. Al tiempo de que de las 46 comisiones ordinarias que enmarcan el trabajo legislativo, únicamente 19 están presididas por mujeres.

Por esta y otras razones, la paridad numérica no ha logrado traducirse en paridad sustantiva que permita avanzar en la calidad de vida de las y los mexicanos, ni tampoco en la transformación del quehacer político. El reto radica en cómo convertir –y aprovechar– la creciente participación política de las mujeres y su intervención en la toma de decisiones de los asuntos públicos del país.

Sobre este último punto: que haya más mujeres en espacios de decisión puede –por no decir debe– modificar de manera sustancial las reglas que históricamente han caracterizado el ámbito político. Estas lógicas masculinas –reglas escritas y no escritas– son las que han dado forma a ciertas estructuras androcéntricas, entre ellas los partidos políticos, y las responsables de perpetuar las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, entre los considerados “propietarios” de estos espacios y las consideradas “intrusas” o “ajenas” al proceder político y la toma de decisiones.

Por ello, el reconocimiento de la paridad de género como un principio de nuestra democracia no debe traducirse únicamente en un mayor número de legisladoras, alcaldesas, regidoras o síndicas; por decir algunos cargos. Este principio debe transformar radicalmente la forma en que se toman las decisiones. Por citar un ejemplo, resulta fundamental evitar –en la medida de lo posible– que los horarios en los que las y los legisladores deben sesionar se extiendan a altas horas de la noche.

¿Por qué? Porque esto permitiría –al igual que para cualquier persona trabajadora– contar con las condiciones necesarias para realizar una verdadera conciliación laboral-familiar, lo que se traduce en mayor rendimiento en el espacio de trabajo y una mejor distribución de las tareas en los hogares. Por ende, familias más felices y sin el pesar que produce tratar de compaginar estos dos ámbitos. Considerando además lo que ocurre con las y los legisladores que todas las semanas deben trasladarse desde sus estados hacia la Ciudad de México –y viceversa– para continuar con sus tareas y estar con sus familias.

Otros ejemplos. El reconocimiento de licencias de maternidad (y paternidad) para las legisladoras, el establecimiento de una sala de lactancia, el recorte de ciertos gastos que, además de poder destinarlos en otras labores, contribuyan al cuidado del medio ambiente. En fin, como estas, podríamos comenzar a generar los diálogos necesarios que ayuden a implementar diversas acciones que modifiquen este tipo de lógicas obsoletas que permean el ámbito de la política.

De hacerlo, la llamada “legislatura de la paridad de género” trascenderá no únicamente por haber tenido la mitad de los espacios ocupados por mujeres. Sino por su capacidad y compromiso por transformar la política y, con ello, la vida de todas y todos. Como bien ha reivindicado Marcela Lagarde, “por la vida y la libertad de las mujeres” trabajemos para que la paridad sustantiva sea una realidad.

 

 

La movilización feminista: oportunidad para la cohesión social

noviembre 19, 2019 en Miradas invitadas

Paul Ríos (@PaulRios) – Nací en 1974 en Algorta. Estudié derecho pero nunca he sido abogado. Durante casi toda mi vida adulta he estado dedicado plenamente a la tarea de aportar a la paz y a la convivencia en Euskadi. Tras terminar mi etapa de director de Lokarri he abierto el foco, estudié un máster universitario en Derechos Humanos y participo en distintos proyectos que tienen como objetivo el desarrollo humano sostenible. Así, hago parte de Agirre Lehendakaria Center, donde, entre otras cosas, he aprendido que la desigualdad está detrás de muchos de los grandes problemas que azotan al mundo.

Foto: Zuzeu

 

La desigualdad es uno de lo mayores retos a los que nos enfrentamos. Según Naciones Unidas, “el 10 por ciento más rico de la población se queda hasta con el 40 por ciento del ingreso mundial total, mientras que el 10 por ciento más pobre obtiene solo entre el 2 y el 7 por ciento del ingreso total”. Lejos de reducirse la brecha entre los más ricos y los más pobres, año tras año sigue aumentando. Los informes de Intermon Oxfam sostienen que en 2018 “26 personas poseían la misma riqueza que los 3800 millones de personas más pobres del mundo” y que desde el año 2010, la riqueza de esta élite económica ha crecido en un promedio del 13% al año; seis veces más rápido que los salarios de las personas trabajadoras que apenas han aumentado un promedio anual del 2%”.

Combatir la desigualdad se ha convertido en un gran reto de escala planetaria. De hecho, Naciones Unidas ha situado entre sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) el objetivo de reducir las desigualdades para el año 2030. Hay mucho en juego. La desigualdad y la pobreza, además de limitar la capacidad de desarrollo de las personas, siendo un gran obstáculo para que desarrollen un proyecto de vida pleno e ilusionante, son fuente de conflictos y de problemas sociales. Y si con este argumento no es suficiente, incluso el informe anual del World Economic Forum señala que la desigualdad sigue siendo vista como un importante riesgo para la economía mundial porque “erosiona el tejido social de un país de una manera económicamente perjudicial: a medida que disminuyen la cohesión y la confianza, es probable que se produzcan resultados económicos adversos”.

No es una realidad lejana. En nuestro entorno también crece la desigualdad. Es cierto que Euskadi se encuentra en una situación mejor que los países del sur de Europa, pero el coeficiente Gini de la CAV se ha incrementado en 2018. Y nos alejamos de los países más avanzados socialmente de Europa.

La desigualdad tiene, además, nombre de mujer. A nivel mundial, las mujeres ganan solo 77 centavos por cada dólar que ganan los hombres haciendo el mismo trabajo. En Euskadi, la renta personal media de las mujeres en 2014 se situó en 14.711 €, a casi 10.000€ de diferencia de la renta media personal de los hombres. Y En 2016, los hogares encabezados por mujeres llegan a concentrar un 49,7% de todos los casos de pobreza real.

Esta es la dura realidad de la desigualdad. Un panorama lleno de dificultades y que no mejora con el paso de los años, o lo hace de una manera demasiado lenta. Ahora bien, no todo son obstáculos. Durante muchos años he participado en organizaciones sociales y creo no equivocarme al identificar el movimiento ciudadano que mayor ilusión, esperanza y activismo genera en los últimos tiempos: el movimiento feminista y por la igualdad de género. Las manifestaciones y actividades en torno al 8 de marzo y en denuncia de los asesinatos machistas muestran la existencia de un importante movimiento que se caracteriza por su vitalidad, capacidad de convocatoria y transversalidad. Tiene además características propias, herederas de los principios feministas, como la horizontalidad, el poder distribuido y la capacidad de inclusión. E incluso, por qué no decirlo, formas de actuación muy diferentes a los tradicionales movimientos sociales (donde la presencia masculina en los centros de decisión era predominante).

Es un movimiento que viene, además, cargado de esperanza en el futuro. Y no parece ser un movimiento pasajero, sino con vocación de continuar con sus reivindicaciones mientras no se dé una genuina igualdad y los derechos de las mujeres sean efectivamente respetados.

Y todas esas mujeres, de todas las edades y condición, que participan en este movimiento representan también la mayor oportunidad para movilizar a la sociedad contra la desigualdad. Con los datos anteriormente ofrecidos se puede inferir que terminar con la desigualdad de las mujeres, que son precisamente aquellas que más la sufren, supondría un avance notable para avanzar en el objetivo de construir un mundo más igualitario y alejado de la pobreza. Como afirmó el presidente de FAO, “las evidencias muestran que cuando las mujeres cuentan con oportunidades, los rendimientos en sus explotaciones aumentan y también sus ingresos. Los recursos naturales se gestionan mejor. Mejora la nutrición. Y los medios de subsistencia están más protegidos”.

Así que, a modo de conclusión, considero que el movimiento feminista es la principal palanca de cambio con la que contamos para conseguir la igualdad. Por supuesto, bastante tiene con reclamar la igualdad de género, pero, con la mirada puesta más allá, no me cabe duda de que su impulso y capacidad de movilización puede redundar en un beneficio aún mayor para todos y todas, para el conjunto de la sociedad, en forma de más igualdad y más cohesión social. Por ello, la movilización feminista debe ser cuidada y respetada, escuchada y apoyada, pero, sobre todo, debe tener la ocasión de poder aplicar sus recomendaciones y recetas para conseguir un mundo mejor.

La Pared Vacía

noviembre 5, 2019 en Miradas invitadas

Marta Marne (@Atram_sinprisa). León (1979). Estudié Historia del Arte, Biblioteconomía y Documentación. En 2011 nació Leer sin prisa, un blog sobre literatura generalista que fue tiñéndose de negro. A lo largo de estos años he colaborado con la revista Fiat Lux y con Culturamas. He sido la jefa de prensa del festival de Las Casas Ahorcadas de Cuenca durante tres años y su CM durante uno. Actualmente trabajo para El Periódico de Cataluña como crítica literaria y en septiembre de 2019 he creado una nueva página web especializada en creadoras de ficción y no ficción negro-criminal llamada La Pared Vacía.

 

El 26 de marzo de 2016 la organización de la Semana Negra de Gijón anunció en una rueda de prensa los escritores nominados a sus premios. Cada año suelo publicar dicha lista en mi blog Leer sin prisa y aquel año, tras compartirla en redes sociales, tuvo que ser el escritor Toni Hill quien me hiciese ver que entre las dieciocho personas que optaban a alguno de los premios no había ni una sola mujer. En aquel momento estaba emocionada porque en la lista aparecían varias novelas que había apoyado con mis reseñas y que esperaba ver nominadas. Pero eso no es excusa: estaba tan acostumbrada a este tipo de conductas dentro del mundo de la literatura de género negro que no me di ni cuenta.

En ese mismo momento me volví hacia mis estanterías. ¿Cuántas obras escritas por mujeres había leído yo durante el año anterior? La lista era muy corta, tan corta como escasas eran dichas obras sobre mis baldas. Mi manera de escoger lecturas por aquel entonces venía determinada sobre todo por las novedades editoriales y los autores que iba descubriendo en las distintas semanas y festivales negros que inundan nuestro país, a los que asisten mayoritariamente hombres.

Ese día supuso un punto de inflexión para mí como lectora. Empecé a fijarme mucho más en las escritoras cuando veía una en mi librería de cabecera y no dejaba de buscarlas en los boletines que publicaban las editoriales. En las entrevistas en la radio, en podcasts, en reseñas de blogs, sí, había siempre dos o tres muy mediáticas, pero el resto apenas eran citadas.

A lo largo de estos tres años he invertido muchas horas en conocer a autoras contemporáneas y rastrear a autoras clásicas. Y clásicas las hay, incluso traducidas. Me he hecho con una pequeña biblioteca con nombres como Vera Caspary, Margaret Millar, Leslie Ford, Anne Hocking, Hellen Reilly, Frances Crane, Margaret Scherf, Charlotte Armstrong, Dail Ambler o Sara Paretsky, entre otras.

A lo largo de estos años he vivido momentos en los que he sufrido discriminación más o menos directa en este mundillo. Y eso que me considero una privilegiada porque sé que son varios los que respetan y valoran mi criterio. Pero el detonante ha venido al escuchar las anécdotas de situaciones que varias autoras de nuestro país han tenido que sufrir cuando han asistido a festivales negro-criminales. Todo este cúmulo de circunstancias me ha llevado a la conclusión de que a muchas de ellas no se las ve, no se las lee porque no consiguen la visibilidad que alcanzan sus compañeros. Así que decidí crear una especie de habitación propia para ellas, un pequeño espacio virtual que tan solo busca que no tengan que competir por un rinconcito. Y lo he llamado La Pared Vacía. La gran mayoría de las webs de género negro, los festivales y sobre todo los premios se olvidan de ellas una y otra vez. Y en muchas ocasiones es tan solo debido a que el número de novelas escritas por hombres y el de escritas por mujeres de quienes seleccionan y nominan no se acercan ni de lejos a un 50-50.

¿Se publica a más escritores que escritoras de género? Sí, yo diría que sí. ¿Se lee en función de ese porcentaje? No, estoy convencida de que no. Por supuesto, hay espacios en los que sí podemos encontrar un reparto más igualitario y varios autores ya se acuerdan de ellas cuando les piden recomendaciones de libros. Pero en veintidós años tan solo una mujer ha ganado el Dashiell Hammett, uno de los premios más valorados dentro del género en este país. Algunos festivales siguen invitando tan solo a un porcentaje mínimo de autoras a sus mesas, algo que repercute no solo en que las conozcan los asistentes, sino en su presencia en la prensa. Y si se las invita, es para colocarlas en mesas de forma aislada para hablar de cómo ellas abordan la novela negra. Como si lo que escriben ellas fuera un subgénero, “obras escritas por mujeres y para mujeres” o algo así. Y no son pocos los que siguen pensando que lo que escriben las mujeres no cabe dentro del género, tan solo porque no se adapta a unos cánones que se establecieron (al parecer de manera inamovible) por hombres hace cerca de cien años.

Somos lo que miramos

octubre 22, 2019 en Miradas invitadas

Braulio Gómez Fortes: Soy Doctor en Ciencias Políticas y Sociología.

A veces me hago preguntas sobre problemas políticos y sociales y consigo financiación para encontrar respuestas. Lo que suelo encontrar son más preguntas. Aprendo encontrándome con diferentes. Orgulloso de formar parte del Rabba Rabba Girl.


Mirar bien ayuda a cambiar lo que está mal. Unas veces mirar bien está relacionado con posar la mirada en el sitio adecuado. Otras, con utilizar las gafas con la graduación precisa para que no se te escape la letra más pequeña de la realidad. Si miras porque te interesa cambiar lo que está mal, estarás contemplando ese traslado colectivo que están protagonizando las mujeres y que resumía tan bien Pilar Kaltzada en un lúcido ensayo en formato mini publicado en este espacio temático de las miradas. Es un movimiento masivo hacia espacios de la esfera pública y privada donde los recursos y la libertad de decidir eran hasta hace diez minutos cosa de hombres. Y las candidatas habituales a quedarse fuera de este incipiente y justo éxodo hacia una vida mejor vuelven a ser las que no tienen recursos económicos. Otra vez con la maldita clase social. Qué pesadez. Pero es que también la pobreza es más femenina que masculina.

La recién premiada con el nobel de economía, la francesa Esther Duflo, sabe mucho de pobreza y de mirar bien.  Ella ha roto las barreras académicas para poder avanzar en los mecanismos que se pueden activar para luchar contra la pobreza a través de un contacto directo y profundo con las afectadas. La última premio nobel de economía mira a la pobreza porque le duele y cree que se puede corregir. En su último libro, publicado recientemente en castellano, Esther Duflo analiza de forma hiperrealista el modo de organizar su propia vida que tienen personas sin recursos. Se acerca a la gente que cuenta con menos de un euro al día para sacar adelante su proyecto vital. Y destaca cómo la educación es uno de los factores que ayudan más a salir de la pobreza y, al mismo tiempo, la imposibilidad de gestionar adecuadamente la educación de tus hijos sin recursos.  Muchas familias se ven condenadas a concentrar sus recursos en uno solo de sus hijos y lo habitual es que no sea una mujer la elegida para salir de la pobreza.

Somos lo que miramos.  Por ejemplo, unos miran el fraude, residual, de la Renta de Garantía de Ingresos y otras se fijan en la feminización, real, de la pobreza en Euskadi. Siempre me ha llamado la atención la naturalidad con la que se asume que el complemento por monoparentalidad de la RGI este monopolizado casi en exclusiva por las mujeres. El 95% de las personas que lo piden son madres que no tienen los recursos suficientes para poder sacar adelante por sí solas a sus hijos. Tan solo el 5% son padres con hijos a su cargo que tienen que activar esta ayuda. Los hogares cuya persona de referencia es una mujer tiene significativamente más probabilidades de caer en la exclusión social que aquellos hogares con un único cabeza de familia masculino.

El reparto asimétrico de los recursos económicos permite mantener esta situación de desigualdad respecto a las mujeres. El dinero da seguridad y poder y ayuda a florecer esos hiperliderazgos masculinos de los que hablaba Eva Silván y que utilizan sus recursos conquistados en una carrera desigual de partida  para afianzar sus posiciones, controlar el acceso a sus cotos de poder y  proteger sus privilegios evitando en lo posible compartir sus espacios. Una de las, malas, explicaciones de por qué las mujeres no llegan con facilidad a la actividad política era que se pensaba que la política no iba con ellas. Durante muchos años se ha llamado la atención sobre la falta de interés por la política de las mujeres en relación a los hombres.

Eso decían los que miraban de forma equivocada y con herramientas científicas defectuosas. Tuvieron que venir politólogas de la talla de Mónica Ferrín,Marta Fraile o Gema Garcia-Albacete a mirar mejor, a mirar con otras gafas y con otras herramientas porque se estaba preguntando mal hasta que llegaron ellas. Se estaba llamando política a lo que interpretan los hombres como política. Con su estudio, llevando las gafas adecuadas y mirando dónde hay que mirar demuestran que las mujeres se preocupan tanto o más por la política que los hombres. Lo que sucede es que llaman política a otra cosa. Las políticas sociales, incluida la lucha contra la desigualdad y la pobreza, son las que marcan la agenda política de las mujeres. También la sanidad, la educación y el cuidado de mayores y niños. La política como algo concreto. Y por eso el desbordamiento que han producido sus últimas manifestaciones del 8 de marzo han chocado con la tradicional idea masculina de entender la política.  La lucha contra la pobreza es política como bien sabía Esther Duflo y la mayoría de las mujeres a las que se atribuía equivocadamente un desinterés por la política.

Creo que en el campo de la investigación ya no solo nos corresponde poner nuestra mirada en los problemas que sean más necesarios y urgentes solucionar por criterios de justicia o éticos. También hay que perder el miedo a cuestionarse herramientas e instrumentos de medición que han estado monopolizados por la mirada masculina, con todas sus limitaciones. Por ejemplo, si nos preocupa la pobreza y su feminización habrá que escuchar mucho más a las mujeres e  invertir en incorporar más miradas femeninas al espacio científico y político donde se construyen soluciones para erradicar la pobreza. Y ya sabemos que las mujeres quieren estar ahí.

 

El teatro: un espacio para la transgresión de lo real

octubre 8, 2019 en Miradas invitadas

María San Miguel (Valladolid, 1985) @MariTriniSanMig. Soy creadora y actriz. Licenciada en Periodismo y Máster en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid, donde comencé a estudiar teatro con mi maestro Domingo Ortega. Estoy formada en la escuela de María del Mar Navarro y he estudiado y trabajado con diversos profesionales nacionales e internacionales de las artes escénicas. En 2009 fundé Proyecto 43-2, compañía de teatro documental en la que produzco, escribo y actúo. El teatro me parece una de las armas más poderosas de transformación política. Me interesa mucho llevar a escena las violencias y los márgenes que conforman nuestra sociedad.

Foto: Luis Gaspar

 

 

Las mujeres estamos faltas de referentes.

El patriarcado nos ha señalado un camino en el que los ejemplos de acción, carácter, éxito y formas de estar en el mundo están encarnados por hombres.

Yo misma he admirado (y admiro) a muchos hombres a quienes he tenido (y tengo) como modelos a seguir.

De hecho, he idealizado a muchísimos de ellos, lo que ha resultado ser catastrófico para mis relaciones sentimentales, pero también para mi autoestima y el valor que me otorgo a mí misma en el ámbito personal y profesional.

El acercamiento a la teoría feminista que llevo realizando desde hace ya algunos años y la fuerza con la que ha llegado (espero que para quedarse) esta cuarta ola me está haciendo despertar y ser consciente de todos los mandatos que afectan tanto a nuestra vida privada como a nuestra proyección pública.

Aún así, no consigo desprenderme del síndrome de la impostora ni dejo de exigirme una perfección y una capacidad de trabajo infinitamente más rígidas que las que (estoy segura) desarrolla cualquier hombre sobre sí mismo.

Hace diez años fundé mi compañía, pero no ha sido hasta prácticamente antes de ayer cuando me he dado cuenta de que, efectivamente, yo soy la mujer que lidera el proyecto. Que tengo derecho a equivocarme, a fracasar, pero que también los logros que hemos conseguido hasta ahora se deben a mi esfuerzo, a mi capacidad creativa y de gestión y a la relación generada para con el resto del equipo.

Durante estos años he tenido que luchar contra la falta de credibilidad (una mujer joven liderando un proyecto), contra las trabas que me he encontrado en reuniones y encuentros e incluso con los obstáculos que me han puesto algunos de los colaboradores que han trabajado en la compañía.

Pero, sobre todo, he tenido que combatir contra el juicio constante al que me he sometido (y sigo sometiéndome) cada día.

Me atrevo a decir que he sido más dura conmigo misma que lo que lo han sido otros conmigo. Y eso que, en ocasiones, el trato que he recibido y las descalificaciones han sido terribles y me han afectado gravemente a mi crecimiento como actriz y como ser humano.

¿Por qué nos ocurre esto? ¿Por qué además de enfrentarnos a la desigualdad tenemos que luchar contra nosotras mismas?

Porque no tenemos referentes.

El patriarcado nos ha mostrado que nuestro lugar es otro. Es secundario. El poder, los privilegios y las capacidades son uso exclusivo de los hombres. Las mujeres somos frágiles, inseguras e incapaces para liderar con otras herramientas diferentes a las que habitualmente se utilizan.

Entonces pienso, ¿qué puedo hacer yo como creadora, además de reivindicar el lugar que me pertenece?

Puedo llevar a escena a mujeres que rompan los patrones de comportamiento con los que hemos sido educadas.

Mostrar otras realidades.

Visibilizar a mujeres que transgreden, que son sujetos activos con todas sus contradicciones, miedos y creencias.

Las creadoras tenemos la responsabilidad política de generar otras narrativas.

De llevar a escena a mujeres que rompan con lo establecido. Sin miedo a equivocarnos.

Es curioso, pero hace relativamente poco tiempo me di cuenta de que las mujeres que protagonizan Rescoldos de paz y violencia, la trilogía de teatro documental sobre la violencia en el País Vasco en la que he trabajado desde 2009, son los motores de los espectáculos.

Las mujeres realizan la transgresión utilizando los rasgos de carácter que tradicionalmente se han atribuido a nosotras (escucha, cuidados, empatía) para generar espacios de entendimiento, de resolución de conflictos. Ofrecen al Otro la posibilidad de hacer las cosas de otra manera.

Cuando empecé a escribir no era tan consciente como lo soy ahora de la importancia que supone crear personajes con perspectiva de género.

Supongo que la educación feminista y libre que me han dado mi madre y mi padre está estrechamente relacionada con esta forma de imaginar y representar en la escritura y en la escena.

Pero, sin duda, el carácter documental del proyecto, la fuerza de las mujeres a las que he entrevistado y que me han acompañado en todos estos años, ha sido definitivo para que sean ellas quienes verdaderamente protagonizan la trilogía. Son fuertes y sensibles. Son sujetos activos que muestran sin temor las contradicciones, silencios y dolores que las construyen.

Las palabras y la acción que representan estas mujeres son importantes, pero es esencial el cuerpo y la estética con la que se trabaja desde la escena.

Forma parte de la representación de las nuevas narrativas. Dar visibilidad a otros cuerpos. No solo tratando de romper con el canon fascista de la belleza (como dirían las protagonistas de Lectura Fácil de Cristina Morales) que nos ha impuesto el patriarcado, sino con la forma de ser, estar, moverse y de participar en la acción que tienen los personajes femeninos.

La imagen, al igual que la palabra, conforma nuevas realidades. Por eso también es importante romper el canon de representación tradicional de las mujeres desde la presencia escénica.

Foto: Gema Graciano

El próximo 14 de noviembre estrenamos en Barcelona El contrato de Carmen Resino, un texto inédito escrito en 1973 por la autora que decidió conservarlo en un cajón por los problemas que podía causarle sacarlo a la luz en ese momento.

La puesta en escena que dirijo es un encargo de Teatro de la Riada, una compañía creada por Alba Muñoz y Sonia Pérez, que quiere dar visibilidad a dramaturgas iberoamericanas que han sido (oh, sorpresa) invisibles a pesar de la calidad de sus propuestas.

Durante todo el proceso de creación y ensayos he(mos) tenido muy presente la responsabilidad de poner en escena otros cuerpos, otras posibilidades de representación.

Es un texto duro que muestra las violencias invisibles con las que las mujeres nos hemos acostumbrado a vivir y que, además, hemos adquirido como patrón cotidiano de comportamiento.

Nora y Jasica son dos mujeres que mantienen una relación indefinida y que buscan otra manera de estar en el mundo, sin embargo, caen todo el rato en la repetición e imitación de comportamientos aprendidos.

Aún así, intentan transgredir, con todo el cansancio y el miedo que produce a veces lo desconocido.

Nos parecía importante mostrar también esta parte de lo real y, al mismo tiempo, utilizar a Nora y Jasica para imaginar otra realidad posible.

Esta es la misión que tenemos por delante. Y es obligatoria.

Plasmarnos a nosotras y a las otras.

Elaborar nuevos referentes que nos faciliten el camino hacia la igualdad real. Con todas nuestras contradicciones.

Traer lo que hasta ahora ha sido el margen a la escena, para hacerlo presente, real y central.

 

Mujeres iguales, derechos diferentes

septiembre 24, 2019 en Miradas invitadas

Ana Sande @AnaSande7. Mi nombre es Ana, y soy una joven española-noruega licenciada en Relaciones Internacionales que estudió en el Colegio Noruego de Málaga. En casa siempre he vivido el choque de culturas, el responder ante una misma situación de dos maneras diferentes. Lo que en un momento sentí como falta de identidad por no pertenecer a un lugar u otro, hoy se ha convertido  en mi mayor punto fuerte.

Siempre me he interesado por conocer el mundo globalizado actual que nos caracteriza y en qué nos beneficia. Pertenecer a dos culturas diferentes a mí me ha beneficiado en muchas cosas, y me ha regalado los idiomas que hoy hablo. Orgullosamente puedo decir que hablo Noruego e Ingles, como el español; lo cual me ha permitido conocer de primera mano a muchas personas e historias diferentes, y así, crear la mía propia.

A pesar de mi situación a simple vista favorable, ¿Por qué la condición de ser mujer joven ha dado forma en mis miras de futuro? Soñaba con pertenecer al cuerpo diplomático español, pero, ¿Cuantas mujeres Cónsul han representado a un país en el extranjero? ¿O cuántas vemos en altos cargos políticos? ¿Hasta dónde hay que luchar para llegar tan alto como los hombres? La igualdad de género ha sido una lucha continua,  habiendo  logrando grandes avances. ¿Y qué nos ha enseñado? Se ha demostrado que una mayor inclusión de la mujer en cargos de toma de decisión en los ámbitos políticos y económicos han llevado a   un mayor desarrollo en la economía, así mismo como un avance en la humanidad en general. Yo esto lo veo en la historia de Noruega.

Procuro visitar a mis abuelos paternos anualmente, que con 89 y 90 años siguen viviendo juntos en la casa que ellos mismos fueron construyendo con los años. Hoy, es una preciosa casa con vistas al mar a las afueras de la ciudad de Stavanger, en Noruega. Cuando estoy allí, ellos siempre me repiten las historias que vivieron durante la ocupación por la Alemania nazi como si fuera ayer. Noruega pasó de ser un país pobre, hasta empezar un gran desarrollo en los años 70 debido al descubrimiento del petróleo. Este acontecimiento es de gran importancia para el país, porque les permitió llevar a cabo una serie de políticas distributivas favoreciendo a todas las personas. A diferencia de otros países con este mismo recurso, como ha ocurrido en muchos países de América Latina o Medio Oriente, que no beneficiaron más que a una pequeña élite. Es más, a día de hoy Noruega se ha mantenido a la cabeza del indice de desarrollo humano (IDH) de las Naciones Unidas durante muchos años, casi ininterrumpidamente. Y es que hay que decir que la base de su alto bienestar social se ve favorecida por una población de tan solo unos 5 millones de habitantes, con grandes reservas de petróleo y políticas implementadas de inclusión social.

ÍNDICE DE DESARROLLO HUMANO


Fuente: Human Development Report Office 2018.
United Nations, 2018. (http://hdr.undp.org/en/2018-update).

 En la política Noruega destacan dos mujeres como Jefas de Estado, Gro Harlem Brundtland y Erna Solberg. Y estaréis pensando, ¡pues esto no es un número representativo como para hablar de igualdad en altos cargos! ¿Pero, acaso esto no es más que en muchos otros países? Para mí, esto es una representación de un avance hacia la igualdad del país. Durante muchos años, el partido trabajador “Arbeiderpartiet”, junto al lema ‘’alle skal med’’ (con todos), ha implementado medidas de igualdad de derechos y oportunidades laborales para mujeres y hombres. Y esto es algo que me sigue sorprendiendo cuando visito a mis familiares en Noruega. Mientras que las mujeres de mi familia en España temen el perder su trabajo al quedarse embarazadas, mis familiares noruegos tienen una baja de maternidad con grandes comodidades y sin el temor de perder ningún derecho laboral. Pues el hecho de tener buenas condiciones en cuanto a la maternidad es de gran importancia, esto significa que la mujer puede combinar el hecho de tener hijos con una carrera profesional. Es más, hace 2 semanas en mi última visita a Noruega, el marido de mi prima, quienes a los 29 años ya eran papas de 2 hijos, y acababan de tener su tercer hijo, me comentaba que podía elegir entre tener 47 semanas y recibir el 100% de prestaciones, o 57 semanas con el 80% de beneficios. También existe algo conocido como “la cuota del padre”, esta ley les da derecho a tener 10 semanas reservadas al ser padre, que no son transferibles a la madre en caso de que el padre no las quiera utilizar. Esto es otro ejemplo de la igualdad de género en Noruega.

Mientras que en España se estudia la aprobación de una ley que garantice la igualdad de género en los consejos de administración, la cuál se provee que entraría en vigor a partir de 2023; en Noruega, en 2005 se implementó una nueva ley que garantiza tener al menos un 40% de las mujeres en consejos de administración. Y con esto no vengo a contar qué tan maravillosa es la situación para las mujeres noruegas, sino procurar dar a conocer cómo la igualdad de género en un país puede producir un gran avance en los ámbitos socio-políticos, y en todos los demás en  general. Las comparaciones pueden llegar a ser odiosas, pues cada país está caracterizado por un contexto muy diferente que es el que va a favorecer a la política. Noruega es un país pequeño étnicamente homogéneo, por lo que es mas fácil llegar a un consenso, a diferencia de otros lugares donde hay más fragmentación social. Así mismo, el país ha conocido una evolución histórica muy rápida. Y como históricamente hemos podido comprobar, la igualdad de género no es algo que se pueda conseguir con una sola política, es un largo proceso que necesita una concienciación social. Pero si algo tengo claro, es que para llegar a una mayor igualdad social, se debe empezar con cambios en el ámbito laboral, pues el desarrollo no vendrá de un día para otro, pero será un paso seguro hacia un mayor desarrollo.

Sobre la necesidad de divulgar la historia de las mujeres

septiembre 10, 2019 en Miradas invitadas

Irati Santos Uriarte @IratiSantosU. Hace diez años descubrí que había una Historia que no me estaban contando. Desde entonces la busco, la recopilo y la escribo. Ahora la comparto a través del proyecto ‘¿Por qué nadie me contó la historia de las mujeres?’, un espacio online en el que reflexiono sobre la invisibilización de lo femenino en la Historia.

No se me ocurre forma mejor de introducir este artículo que con una lista de porqués: ¿por qué es más caro comprar una edición completa de las obras de María de Zayas que una de Cervantes?; ¿por qué me han convencido de que las mujeres no han hecho nada hasta bien entrado el siglo XX?; ¿por qué la sociedad ha constituido lo femenino en la subordinación y lo masculino en la acción?; ¿por qué no había ni una sola mujer en mis libros de texto del colegio?; ¿por qué me tuve que interesar específicamente por los movimientos femeninos para saber de Mary Wollstonecraft?; ¿por qué no sabía que Margaret Cavendish escribió uno de los primeros relatos de ciencia ficción de la historia en el siglo XVII?; ¿por qué cuando escribo en internet el apellido Schumann solo me aparecen resultados de Robert Schumann? ¿Y Clara Schumann? ¿Acaso no fue ella una gran pianista?

Hace unas semanas asistí en Bilbao a la presentación del libro Mujeres, dones, mulleres, emakumeak y me quedé con una frase que allí pronunció la historiadora Mary Nash. Hablando de lo difíciles que habían sido sus inicios como investigadora de la historia de las mujeres, comentó que “una cosa era hablar con el núcleo convencido y otra intentar cambiar las tendencias historiográficas”. Aquello me hizo reflexionar, pues, sin duda, quienes allí estábamos éramos, precisamente, el núcleo convencido, gente que se interesa específicamente por los estudios femeninos, que entiende que hay un agujero negro en el relato histórico que el modelo patriarcal ha impuesto. No parecía haber curiosos. Creo firmemente que se está consiguiendo en el ámbito académico esa revisión historiográfica, pero también creo que falta contar esa “otra” historia al público no especializado.

Falta divulgar la Historia de las mujeres.

Esa historia ha de divulgarse en primer lugar en las escuelas. Hace no mucho nos encontrábamos con la noticia de que la presencia de mujeres en los libros de texto escolares no llega al 10 %. Es incomprensible y tremendamente contraproducente. Se hacen esfuerzos, algunos reales y otros de propaganda, para que los niños y niñas crezcan en igualdad. Se les enseña que una mujer no es menos que un hombre; se les educa en la no violencia, en un lenguaje inclusivo, en la no distribución sexista del espacio de juego… Son iniciativas necesarias, vitales diría yo, pero se quedan cojas al no ofrecerles modelos de conducta y erudición femeninos.

Sobre esta falta conversaba el otro día con un profesor de historia de bachillerato. ¿De quién es la responsabilidad? Me dejaba claro que se ajustan a una pauta, que la materia “obligatoria” es extensa y que el margen para ponerse creativos es más bien justito. Él concretamente dedica unas horas a lo largo del curso a introducir la obra de las mujeres: habla a sus alumnos de Sofonisba Anguissola, de la reina Cristina de Suecia, de las formas de opresión a las que se han visto sometidas las mujeres. Pero lo hace porque él quiere; porque considera que es necesario, no porque sea parte del programa educativo obligatorio. Y la realidad es —me decía— que como los alumnos están más pendientes de estudiar para cumplir las expectativas que de ellos esperan pruebas como la Selectividad, muestran un interés que tiene que ver más con la anécdota puntual. Si los estudiantes van justos para preparar la obra de Platón, que es la que les han indicado que va a entrar en el examen de acceso a la universidad, ¿de verdad cree alguien que van a dedicar tiempo a leer la obra filosófica de Simone de Beauvoir por placer, por curiosidad? Yo no lo hice. No me daba tiempo a todo.

Digo por lo tanto: ¿tanto cuesta incluir mujeres en los programas educativos? No se trata solo de divulgar la existencia de ciertas mujeres en forma de breves biografías, que también, sino que es necesario que naturalicemos la inclusión de la obra de las mujeres en su contexto social, económico, académico o histórico, en la misma medida en que lo hacemos con la obra de los hombres. Es de vital importancia que, cuando en una clase de literatura se hable del Quijote, se hable también de las Novelas ejemplares de María de Zayas, mujer que conoció el éxito en vida y que mereció los elogios de sus colegas de profesión. Asimismo, todos los escolares deberían ser conscientes de que, además del famoso despotismo ilustrado que tanto nos han enseñado, se dieron interesantes debates filosóficos en los que algunas mujeres (privilegiadas, eso sí) participaron. Y que estas, como Josefa Amar y Borbón, publicaron su obra y consiguieron hacerse un hueco en la historia de España, aunque no se lo estemos reconociendo. Por cada ejemplo masculino que se ofrezca, hay que incluir uno femenino.

También convendría que se sacaran a relucir a todos aquellos hombres que han apoyado la causa de las mujeres antes del siglo XXI. ¿Alguien ha oído hablar en sus clases de filosofía de la obra de Poullain de La Barre en defensa de la igualdad de los sexos? Yo no. Nadie me contó que su obra es el perfecto resumen de la filosofía cartesiana, y que lleva la igualdad de las almas hasta su máximo exponente.

Me dirán —me lo han dicho— que guardar la proporción es difícil porque la participación femenina en las artes y las ciencias ha sido mucho menor que la de los hombres. Verdad, pero no sirve: la falta de proporcionalidad no nos excusa para ignorar a toda una mitad de la humanidad. Lanzo aquí que, quizá por escasa, la participación de las mujeres debería hacerse notar con más fervor.

Además de todo esto, no vendría mal una revisión de los autores que se imparten en las distintas asignaturas. Y me explico. Cuando yo iba al colegio dentro del temario de literatura española del siglo XVI se incluía a Fray Luis de León. Perfecto. Pero cuando se habla de La perfecta casada, convendría profundizar más allá del “expone el ideal de mujer típico de la época”. Se debería informar al alumnado de que, entre otras perlas, escribe de la mujer que “si no tiene esto [honestidad] no es ya mujer, sino alevosa ramera y vilísimo cieno y basura, la más hedionda de todas y la más despreciada”. Esto podría dar pie a un interesantísimo debate sobre las posturas misóginas y hasta se podrían hacer comparaciones con la actualidad. Y no vale el “es hijo de su época”: Christine de Pizan ya había escrito La ciudad de las damas más de un siglo antes para combatir estos insultos. Y este es sólo uno de los múltiples casos de autores misóginos que pasan por nuestra vida educativa sin que prácticamente nos demos cuenta.

Si los poderes que tienen capacidad para cambiar los programas educativos hiciesen algún esfuerzo en este sentido, quizá saldríamos de los colegios y las universidades un poquito más predispuestos a la igualdad.

Ya lo dice la canción de Mavis Staples…

julio 23, 2019 en Miradas invitadas

Nerea Kortabitarte (@nerekorta)
Periodista de profesión y madre a jornada completa de dos feministas en potencia. Me apasionan la comunicación y la cultura. Y tengo la enorme suerte de dedicarme a ello profesionalmente desde hace veinte años. He trabajado tanto en el sector privado (Fnac, Telecinco, Cadena SER, Irusoin) como en el público (Donostia Kultura, Plan Estratégico) para diferentes proyectos culturales. En otoño publicaré mi primer cuento infantil sobre estereotipos de género e igualdad, “Juliette, chica valiente”.


«Las mujeres lideran el Primavera Sound» éste es el titular de la noticia destacada en la sección de cultura de un periódico de tirada nacional. La organización del Festival en Barcelona ha presentado este año un programa regido por la paridad. El resultado no sólo no ha mermado un ápice la calidad de las propuestas si no que además arroja titulares como éste por su mero valor artístico. Ya era hora, dicen muchos. Nunca es tarde, pienso yo. Más cerca, el Heineken Jazzaldia presenta una edición donde resalta el talento femenino. Grandes voces femeninas como la mítica Joan Báez, Diana Krall, Silvia Pérez Cruz, Martirio, María Schneider o Zahara entre numerosos nombres masculinos. La buena noticia es que aunque sigan siendo minoría las mujeres, los programadores son ya muy conscientes de que la sociedad reclama una mayor igualdad en todas las esferas de la vida pública. Ya no hay marcha atrás… en el mundo de la cultura, como en la sociedad, se reclama esa visibilidad.

Cuenta Cande Sánchez, profesora de Semiótica e Industrias Creativas en la Universidad de Alicante, que Madonna es la única mujer comparable en cifras, según la revista inglesa Official Charts, a Michael Jackson, Elvis Presley, The Beatles, The Rolling Stones, David Bowie, Bruce Springsteen y U2. Prepara una parte del curso de verano Rock and Roll Business. El Negocio de la Música Contemporánea en la Rafael Altamira. Ella, la única ponente femenina, aprovechará para disertar sobre la evolución de la mujer en la música popular, de grupies a sujetos activos que conquistan los escenarios y otros trabajos de la industria. Para reflejar la desigualdad existente por cuestión de género explicará cómo cada artista ha tenido que luchar por una o varias de estas cuestiones, con ejemplos que a todos nos resultarán familiares: sentimiento de culpa y Chrissie Hynde, síndrome de la impostora y Lady Gaga, acoso laboral y Bjork, violencia de género y Tina Turner, renegar del feminismo y Patti Smith… Una buena sesión de feminismo en la industria de la música, que falta hace.

En una entrevista reciente Anna Villarroya, profesora de Economía de la Cultura y Políticas Culturales y colaboradora del Observatorio Social de “La Caixa”, decía que las aulas están llenas de estudiantes mujeres en materias relacionadas con la cultura y, sin embargo, al llegar al mercado laboral una buena parte de ellas desaparece. Los motivos son varios, problemas de conciliación que se agravan si trabajas de noche o los fines de semana dando conciertos, estereotipos sociales y sesgos de género inconscientes que hacen que las mujeres reciban menos reconocimientos. Y ésta es una realidad que vemos a diario los que nos dedicamos a la programación y comunicación cultural, muchísimos grupos de música con todos sus miembros formados por hombres, algunos de ellos con mujeres sólo al mando de las voces y pocos en su totalidad formados por ellas y concursos de DJ,s, por poner un ejemplo, donde la presencia femenina es residual.

¡Y qué decir del mundo de la literatura! Según datos del Ministerio de Cultura, de los 55.501 libros registrados en 2018, solo el 32% fueron de autoría femenina. Por primera vez se ofrece información acerca del sexo de los autores de las obras registradas en el ISBN y se ha constatado un panorama de desigualdad sobre la mesa en prácticamente todos los apartados culturales. Hace dos meses se celebró en México una nueva edición de la Bienal Vargas Llosa con una proporción de tres mujeres ponentes frente a trece hombres y una mujer miembro del jurado frente a cuatro hombres. La respuesta a un manifiesto de decenas de autoras y autores, editores y agentes de ambas orillas contra el “machismo literario” en el Festival ha sido que se ha seguido el criterio de la “calidad literaria”. Invisibles y peor aún, ninguneadas. La escasez de mujeres no es cuestión, claro está, de calidad sino de mirada. Porque la literatura de calidad está llena de mujeres. Y quien quiere mirar, encuentra.

Con este escenario de cambio lento pero cambio al fin y al cabo, lanzo dos propuestas. La primera y más importante, un llamamiento a las mujeres con talento creativo del mundo en general y de la escena local en particular. Ya está bien de renunciar y de permanecer en un segundo plano. Pasemos a la acción. Saquemos las melodías y los escritos guardados en un cajón, los proyectos de cine de la juventud y seamos valientes. A publicar discos y libros, a crear, a dirigir proyectos culturales, a estrenar películas y a dar el paso firme de formar parte de la escena cultural. Ya lo dijo Ana María Matute “El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad”.

Y en segundo lugar, ahora que vamos a poder dedicar un poco más de tiempo a lecturas olvidadas, conciertos a la luz de la luna y cine en la calle, consumamos cultura creada por mujeres. Y por hombres también. No es algo excluyente, sino un sano ejercicio de coherencia. Que buena parte de los libros que leamos sean escritos por mujeres, que vayamos a conciertos de grandes músicas y que sigamos de cerca los últimos films de directoras, productoras y actrices. Es la única manera de visibilizar y la mejor forma de darles su justo espacio y merecido reconocimiento.

Yo ya tengo mi selección en la maleta de viaje: “Poemas” de Emily Dickinson, “Entre escamas” de Leire Bilbao, “Los aires difíciles” de Almudena Grandes “Eason” de Izaro, “We get by” de Mavis Staples y estrenan película este verano de Marina Seresesky y Valeria Bruni Tedeschi.

Ya lo saben… seamos, si es necesario, incómodas. Feliz verano.

“We shall not be moved” Mavis Staples

Liderando con valores

julio 9, 2019 en Miradas invitadas

Patricia Rodríguez Barrios. Nací en San Sebastián, en el año del Mundial de naranjito. Soy la única directora general de un club de fútbol de La Liga. El deporte ahora es mi modo de vida, pero en todo momento ha sido mi chaleco salvavidas para mantenerme a flote mentalmente y como herramienta de constancia y superación. Y esto ha contribuido a ser mentalmente fuerte y a tratar de lograr lo que me propongo. Por eso, estoy firmemente convencida de que nuestra sociedad va a lograr evolucionar hacia la igualdad de oportunidades sin discriminación de género y por mi parte seguiré trabajando desde mi posición para dar la máxima visibilidad al feminismo y un día lograr no ser la única.

“Vamos guapa pásame la tarea”. Ese fue el mensaje que me envió un compañero que jerárquicamente dependía de mí. En ese momento no supe qué contestar, sentí mucha rabia, pero no quería mostrarla. Si una mujer reacciona con vehemencia a ese comentario, generalmente luego tiene que soportar que le afeen la conducta con el famoso: “¡Cómo te pones, era una broma!”. Siempre tememos que nuestro enfado se achaque a una “típica rabieta de mujer”. Conocemos bien los estereotipos que sobre nosotras manejan, pero no sabemos, muchas veces cómo contestar. Nos pilla de sopetón. En ese momento me callé. La última imagen que yo deseaba proyectar era esa. Mi objetivo, entonces, ser uno más.

¿Conseguimos eso? Yo creo que en muchas ocasiones lo he conseguido. He tenido que demostrar mis conocimientos y preparación un 200% más que cualquiera de ellos. Entonces sí he sido uno más. Las mujeres nos sentimos intrusas porque nos consideran intrusas. En cada acto en el que participamos mujeres como expertas, fijaos, siempre hacemos referencia a la sorpresa que nos produce haber sido invitadas, y no es falsa modestia. Tenemos marcado a fuego que la mujer tiene que valer y merecer estar en puestos de poder, un poder ejercido de manera y modo masculino que constantemente nos recuerda que somos la excepción. Y como en otros problemas estructurales, la excepción confirma su regla: si yo estoy dentro es porque lo merezco, porque otras no se esfuerzan lo suficiente, porque las mujeres no quieren, porque la que quiere llega que ya hay igualdad.

Según datos facilitados por la organización Women in Business, en la Unión Europea solo el 26% de los puestos directivos están ocupados por mujeres y el 36% de las empresas no tienen mujeres en la alta dirección. En este mismo estudio se concluye que, mientras que la mayoría de las mujeres se consideran igual de capaces que sus compañeros, la mayoría de los hombres se consideran más capaces que sus compañeras. En general a los niños se les enseña a ser valientes y a las niñas a ser prudentes.

No fue este mi caso. Mi padre siempre ha creído que me habían dado una educación machista, sin embargo él ha sido la persona que más se ha esforzado por inculcarme los valores del feminismo y de dejarme clarísimo que tenía que ser independiente, ser ambiciosa y luchar por conseguir mis sueños y por alcanzar las metas que me había fijado con trabajo, mucho trabajo, sin pensar nunca en estereotipos ni en el papel estándar que una sociedad machista como la nuestra, tuviese preparado para mí. Sociedad machista hasta ahora porque es el momento de cambiar y de educar en igualdad de oportunidades.

Dudo mucho que mis padres hubiesen educado diferente a un hijo de lo que han educado a su hija. Libertad para decidir siendo fiel a mí misma, sin influir ni inculcar estándares o prototipos de vida, respetando decisiones, y siempre en la retaguardia esperando para celebrar o consolar.

Pero al igual que nuestra sociedad ha cambiado en estos dos últimos años, yo también lo he hecho. la primera respuesta a esta sensación de intrusa, por lo general, y como yo hice, fue el individualismo: trabajar más, esforzarse el doble que tus compañeros, estar demostrando a diario que vales, generalmente, más que ellos. A muchas mujeres les incomoda organizarse y llamarse a sí misma feminista. A mi no. Empecé a preguntarme por qué siempre esta sociedad nos empuja a hacer algo a las mujeres: denuncia, di no es no, protégete, no te rindas, pelea, se mejor, trabaja más, ten paciencia… Sin embargo, al hombre no se le dice que no tiene ninguna superioridad social, ni moral, ni intelectual, ni ningún derecho biológico, político o cultural sobre las mujeres, que no es más listo, ni más inteligente, ni debe aprovecharse de lo injusto de esta situación. Y desde ese convencimiento feminista empecé a cambiar. Y estoy contenta de haber evolucionado. De empezar a demostrar mi parte más humana que guardaba para la más estricta intimidad, por aquello de no parecer sensible como una mujer. Y me está dando muchas alegrías porque recibo lo que muestro.

He aprendido a pedir ayuda, a reconocer que no puedo sola con todo y que, aunque pueda, no debo hacerlo porque, además de dejarme agotada, me aleja de los que quiero. Porque nos gusta ayudar y sentirnos útiles, necesitamos el sentimiento de pertenencia a otras vidas. Ser influencers de los que nos quieren y queremos. Y, estoy convencida, además, de que las superwoman están pasadas de moda.

Decidí empezar a liderar, a trabajar en equipo, a tomar mis decisiones como lo que soy. Ejerzo un feminismo militante, en mis decisiones más graves y más livianas. El feminismo es igualdad y libertad. Dirijo como quiero, siempre con las personas y los principios en el centro, no con estereotipos, sin prejuicios de género, sin sentirme intrusa porque no tengo que preocuparme de demostrar que ese es mi sitio. Lo es, el mío y el de tantas otras. Ahí precisamente radica en cómo ejerzo el feminismo, en la libertad de decisión ante la igualdad de oportunidades Y como el hábito no hace al monje, no soy menos feminista por llevar tacones ni más femenina por llevarlos. Llevo lo que quiero y cuando quiero porque es mi forma de ser creativa. Unos dibujan, otros fotografían y yo me visto.