Un momento, yo no quiero “hombres buenos”

noviembre 26, 2019 en Doce Miradas

Cada año alrededor del 25 de noviembre, se suceden las campañas institucionales por el Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, con sus presentaciones oficiales, sus videos, sus carteles, rotulaciones de marquesinas y autobuses, merchandising etc ad nauseam… y como no podía ser de otra manera, cada año llega el momento de opinar sobre el acierto o desacierto de las mismas.

Al igual que las repetitivas campañas de la dirección general de tráfico que buscan reducir las muertes en la carretera utilizando diferentes estrategias comunicativas para llegar a nuestros corazones, nuestra conciencia o nuestro sentido de la responsabilidad, también en esto de la violencia de género, me imagino la tarea de las agencias de comunicación de intentar acordar un enfoque y dar con el eslogan o lema perfecto que logre “persuadir”. Siempre nos quedará en la memoria “Si bebes, no conduzcas”.

Podría darse una conversación como esta:

— ¿Dónde ponemos el foco, en las mujeres, “las víctimas”? ¿En los hombres, los “victimarios”?

— ¡Hay que hacer algo diferente! Este año vamos a poner el foco en ellos, porque ya está bien de señalarles siempre a ellas. Los hombres tienen que saber que la violencia no es un problema de las mujeres, sino un problema de ellos cuyas consecuencias sufren las mujeres. No son ellas las que lo tienen que solucionar, sino ellos.

(Hasta aquí no vamos necesariamente mal, véase esta campaña Argentina que se hizo viral el año pasado.)

— Vale… ¿Pero eso de “victimarios”…? Suena fatal. No va a funcionar porque a nadie le gusta que le llamen machista. Al contrario, tenemos que conseguir que los hombres “compren” el mensaje, que sea en positivo.

(Como escribe esta semana Javier Lopex, “la solución pasa por desarmar – de acciones y argumentos– a quienes agreden”. ¿Pero qué argumentos utilizamos para desarmarles de argumentos?)

— ¿Qué tal suena “Queremos hombres buenos”?

— Mejor todavía, ¿qué tal “Queremos tíos buenos”? (Campaña 25N Diputación Foral de Bizkaia)

Antes de entrar en lo que está ocurriendo aquí, déjame decir que pretender que un hombre resulte más atractivo por el mero hecho de no maltratar, hacer un juego de palabras entre “buen tío” y “tío bueno”, entre “estar bueno” y “ser bueno”, es absurdo, cuando no ofensivo. ¿Esto es un argumento? Solo falta que veamos camisetas en ZARA MAN del tipo “soy feo, pero no maltratador” o perfiles con la frase “No temas, soy un tío bueno” en Tinder. Qué tendrá que ver el tocino con la velocidad.

Pero al grano. Aquí lo que ha pasado es que hemos entrado en la clásica retórica de persuasión llamada “moral reframing”. Básicamente, consiste en reenmarcar un problema político en términos del bien y del mal, una suerte de “truco psicológico” para convencer sobre una posición sin necesidad de análisis. Este argumento apela al comportamiento moral individual para solucionar un problema político colectivo. El primer problema de este argumento es que la violencia de género no tiene que ver con la catadura moral de su protagonista sino con su posición sociocultural dominante.

A nivel puramente comunicativo, es una propuesta que cumple su propósito de no incomodar, lo cual es en sí mismo un problema (el segundo problema de este argumento), ya que nadie puede permanecer en la comodidad cuando comprende la verdadera dimensión de la violencia machista. Es un argumento comodón, precisamente porque nos ahorra tener que enfrentarnos a cuestiones tan pesadas como la profundísima influencia machista que todavía permea toda nuestra historia, cultura y sociedad. Esa cultura, llamada patriarcado,  por la que según la interpretación social de los genitales con los que nacemos tendremos unas u otras posibilidades y prerrogativas de poder, autonomía y libertad.

La violencia machista (contra las mujeres y el colectivo LGBTQi) no surge repentinamente por la maldad de un individuo. Al contrario. Se produce por la correcta interpretación que ese individuo hace del mandato tradicional masculino de reservar para sí la función y el poder de vigilancia sobre el orden social, y para ello tiene el derecho, cuando no la obligación, de recurrir al “castigo” si lo considera necesario, en aras de preservar ese orden.

Dejemos las disquisiciones sobre la subjetividad de la virtud y la moral absoluta para la filosofía y las religiones: ¿Robar es malo, aunque tengas hambre? ¿Mentir es pecado, aunque sea para ahorrarle a alguien un disgusto? ¿La violencia es intolerable o a veces necesaria?

La violencia de género no se debería abordar como un argumento filosófico, sino como un sistema social que ha funcionado durante siglos. Ante esta realidad, pedir “tíos buenos” es un tratamiento demasiado superficial.

 El diablo mismo es bueno cuando está contento. Thomas Fuller

El tercer problema de este argumento es que no es efectivo. “Sean ustedes buenos.” ¿Ustedes quienes?¿Quién se va a dar por aludido? Pocos o ningunos. Porque nadie se tiene por malo.

Dudo que cualquier hombre no sepa que controlar, abusar, humillar, agredir, insultar, matar es malo. Cuando aparecen estas “maldades” suelen motivarse por el comportamiento de la víctima. “No la estoy controlando, es que sé que me está poniendo los cuernos”; “No la insulto, es que está muy subidita”; “No es agresión, es que me estaba provocando.”

El cuarto problema con el argumento “buenista” es que no es innovador. Más bien todo lo contrario. Es lo de siempre. Es continuar pensando que cuando una mujer sufre maltrato, es porque ha tenido la mala suerte de toparse con un “hombre malo”, una especie de anomalía a la buena educación y la decencia. A esos “hombres malos” lo que les pasa es que se les ha ido la pinza, han bebido, o “sufren” de alguna otra circunstancia que acaba siendo, cuando no un atenuante, directamente una justificación. Nos permite concebir que el solo acto de no humillar, no agredir, no asaltar, no controlar, se llega a la categoría extraordinaria de virtud. Porque pudiendo ser malo, eres bueno. ¡Admirable!

Confieso que no he intercambiado opiniones con compañeros hombres, el “target” de esta campaña, pero intuyo que más de uno no se sentirá atraído por cierto tono paternalista, condescendiente y simplón. La vida es un poco más complicada.

Últimamente estoy viendo esto de los “hombres buenos” en varios contextos, sean libros, campañas, o conversaciones. Ojo, comprendo la dificultad de “convencer”, sea individual o colectivamente, a quienes están en posiciones de poder, y no, no tengo la receta mágica. Es más, afirmo que tal posibilidad no existe.

La raíz de la violencia de género no está en la capacidad de bondad humana. Está en la desigualdad del valor social ente lo masculino y lo femenino, en la desigualdad de poder, y por tanto debe tener una lectura, una interpretación y una solución política, no ideológica, ni mucho menos moralista.

Espero que la frase «queremos tíos bueno» no quede en nuestra memoria.

La leona herida

noviembre 12, 2019 en Doce Miradas

Hace unos años, de visita en el British Museum de Londres, una de las obras de arte que más me impresionó, y todavía me impresiona, fue “La leona herida”, un bajorrelieve tallado en alabastro hace más de 2600 años para decorar el palacio de Nínive del rey Asurbanipal.  La leona es parte de un bellísimo conjunto de escenas que representan al rey en una cacería.

Entre carros de combate, felinos lanceados y monarcas triunfadores, la leona, la hermosa leona, ligera, filiforme, digna y delicada en su fiereza y su vulnerabilidad, con sus patas traseras ya muertas y su imaginario aullido de dolor, conmueve y a la vez resulta tremendamente inspiradora.

Desde entonces, no puedo evitar pensar en la leona herida cada vez que veo a una mujer destacada, valiosa, poderosa o peligrosa, atravesada por flechas, abatida, derrumbada; y me viene especialmente a la cabeza en el caso de mujeres políticas que abandonan su quehacer de forma repentina, tras un mortífero revés, tras una lluvia de saetas que se les han clavado sobre todo en el alma.

Las mujeres políticas, al menos en mi entorno cercano, no suelen tener carreras largas. Salvo contadas excepciones, no se sientan en todos los parlamentos, no tocan todos los palos, no recorren todas las ejecutivas; no hay entre ellas supervivientes ni aves fénix que resurgen de sus cenizas. Y seguro que al leer estas últimas líneas os han venido a la mente unos cuantos ejemplos masculinos.

No doy nombres propios porque me gustaría que mis lectoras y lectores me confeccionaran una lista; o varias. Sí os diré, en cambio, que pienso en leonas heridas cuando pienso en políticas que estuvieron en activo y dejaron de estarlo en muy diversas coyunturas, que van desde lo delictivo hasta lo bastante más irrelevante. Vivieron diferentes circunstancias, alcanzaron diferentes cotas de poder, sí, pero con algo en común: pocos años en activo, en comparación con sus compañeros varones, y salidas forzadas, tensas, sin homenajes ni cálidos adioses; sin regresos espectaculares, sin aplausos ni loor de multitudes.

Las leonas, cuando se retiran, dejan en el aire esa pizca de amargura de animal herido que tan bien expresa la de Nínive, a veces con un aura de divismo como inspirado por otras fieras excelsas, como Greta Garbo o Marlene Dietrich, que dejaron su profesión y vivieron décadas alejadas del foco mediático.

Por el contrario, esa coraza típicamente masculina, mezcla de cinismo e invulnerabilidad, de estar por encima del bien y del mal y de lo humano, parece que solo la tengan un puñadito de ellas. Parece.

Las demás, tras ser fulminadas, muchas veces por fuego amigo, se retiran en silencio a lamerse las heridas en privado, en ese espacio personal o familiar donde se supone que estamos protegidas y a salvo.

Porque todavía hace frío ahí afuera. Porque la política no es todavía un territorio amigo, no es  women friendly. Siglos de testosterona han construido un sistema donde difícilmente tenemos cabida. En muchas partes del mundo todavía hay leyes discriminatorias que impiden la participación política de las mujeres, las cuales sufren incluso una fuerte brecha en capacidad y educación, lo cual supone empleo precario, que, unido a las cargas familiares, desemboca en pobreza.

Este último fenómeno lo compartimos lamentablemente en este nuestro presunto primer mundo, donde tenemos que hablar, además, de unas estructuras de partidos políticos nada acogedoras y de horarios incompatibles con la vida personal y familiar. Además, los procesos internos de primarias en los partidos necesitan todavía un buen tratamiento con perspectiva de género.

Tampoco ayudan a esto los estereotipos sociales negativos, fomentados a veces por los medios de comunicación, que se encuentran muy asentados en la misoginia popular, al igual que el edadismo, que se ceba contra las mujeres maduras con bastante más virulencia que contra los hombres.

Por ende, la escasa representación política femenina se ve reforzada por la escasa representación femenina en puestos directivos en muy diversos ámbitos: artes, cultura, empresa, deportes, medios, educación, religión, justicia, sindicatos, banca…

Esta ausencia de mujeres en los ámbitos citados contrasta vivamente con la destacada presencia femenina en estructuras alternativas de voluntariado, organizaciones no gubernamentales y similares, en cuyas cúpulas no se suele recibir una remuneración económica. El tabú del dinero sigue vigente para nosotras, como bien nos recordaba Ana Erostarbe.

A esto debemos añadir el elevado coste que supone aspirar a un cargo público y mantenerse en él. ¿Qué precio se paga? ¿Están (estamos) las mujeres dispuestas a pagarlo? ¿No resulta esto contradictorio con el principio feminista que propone colocar la vida en el centro?

Concluyo, a modo de colofón, con unas palabras de “Mujeres y poder”, el libro de Mary Beard:  las mujeres no están completamente integradas en las estructuras de poder, pero para esa integración lo que tenemos que cambiar no son las mujeres, sino el poder.

En eso estamos, hermanas.

Las mujeres en el poder empresarial: justicia y utilidad

octubre 29, 2019 en Doce Miradas

garbiñe biurrun doce miradas

Este blog se subtitula “Nos nos van los techos de cristal, somos más de cielo abierto”. Así lo siento también yo, que entiendo que no existen límites objetivos a la capacidad de las mujeres y que los que se nos imponen no solo impiden nuestro desarrollo de manera injusta sino que, además, niegan avances innegables al resto de la sociedad.

Mucho se habla del modo en que las mujeres se comportan cuando acceden a espacios reservados a los hombres, hasta no hace mucho incluso prohibidos a las mujeres. Mucho se habla, por ejemplo, de si las mujeres juezas —profesión vedada legalmente en España hasta 1.966— juzgan de manera distinta, o si las mujeres directivas de empresas contribuyen a cambios relevantes en la gestión.

Ahora bien, actuemos como actuemos en nuestros espacios de trabajo, no puede negarse nuestro derecho a ocuparlos. Es cuestión de justicia y de igualdad. Ya se ocuparon de que no fuera así en tiempos pasados, pero muy recientes. En estos días en que el franquismo vuelve a estar presente y que solo 44 años después de muerto el dictador se hayan sacado sus restos de un mausoleo público, no está de más recordar que, tras los extraordinarios avances producidos en la II República, la primera de las Leyes Fundamentales adoptada por el nuevo Régimen fue el Fuero del Trabajo, aprobado el 9 de marzo de 1938, algo más de un año antes de terminar la guerra, que, entre otras perlas, decía que “El estado liberará a la mujer casada del taller y de la fábrica”, un compromiso que el Estado cumplió, vaya si lo hizo. Pues bien, hace tiempo que hemos rechazado liberaciones castrantes como ésta y que peleamos por lo que es nuestro, o sea, por la igualdad y la justicia.

Yo tengo cierta idea de cómo nos movemos las mujeres en nuestra vida laboral, en cualquier puesto, pero no puedo sostenerla con mínimo rigor, pues ni lo he estudiado ni me dedico a ello. Por eso, en este año en que celebramos el centenario de la Organización Internacional del Trabajo – OIT -, he creído oportuno repasar su Informe de mayo de 2019 titulado  “Las mujeres en la gestión empresarial: Argumentos para un cambio”. Informe realizado a nivel mundial con interesantes y esperanzadores resultados, al menos desde el punto de vista de la actividad económica, que se resumen en que las empresas en las que se fomenta la diversidad de género, en particular a nivel directivo, obtienen mejores resultados y aumentan notablemente su beneficio.

El Informe recoge los resultados de encuestas realizadas en casi 13.000 empresas de 70 países, respondiendo más del 57% de ellas que sus iniciativas a favor de la diversidad de género contribuyen a mejorar su rendimiento empresarial y constatándose que en casi el 75% de las entidades que promovieron la diversidad de género en cargos directivos aumentó su beneficio entre el 5% y el 20%.

El Informe constata que el 57% de las empresas participantes en la encuesta expresó que esta diversidad contribuyó también a atraer y retener a profesionales con talento y que mejoraron la creatividad, la innovación y la apertura, y un porcentaje similar de empresas manifestó que la inclusión de género mejoró su reputación. Además, a escala nacional, el aumento de la integración laboral de la mujer tuvo relación directa con el desarrollo del PIB, tras el análisis de datos de 186 países para el período 1991-2017.

Y ello, partiendo de que, según este Informe, la diversidad de género genera estos beneficios cuando las mujeres ostentan, al menos, un 30% de cargos directivos y de gestión, lo que no se cumple en más del 60% de las empresas, por lo que se ven privadas de todo el talento necesario a los efectos de gestión.

Sin embargo, el Informe recoge también elementos negativos aún presentes y factores clave que continúan dificultando el acceso de la mujer a puestos de toma de decisiones. De un lado, la cultura empresarial que exige disponibilidad constante afecta de manera desproporcionada a la mujer, por lo que se impone insistir en políticas de inclusión y conciliación del trabajo con la vida personal para hombres y mujeres. De otro lado, la llamada “tubería con fugas”, esto es, que la proporción de mujeres que desempeñan cargos directivos en la empresa desciende según se asciende en la jerarquía de gestión – “techo o muro de cristal» -, que engloba todos los obstáculos que ha de superar la mujer en puestos directivos – notablemente, por desempeñar funciones de recursos humanos, finanzas y administración, consideradas menos estratégicas y, por lo general, menos dadas a facilitar una promoción que permita ocupar un puesto de auténtica dirección ejecutiva o en un consejo de administración -. En este sentido se constata que menos de un tercio de las empresas participantes en la encuesta han alcanzado el umbral crítico de un 33% de mujeres en su consejo de administración y que una de cada ocho empresas tienen consejos de administración formados exclusivamente por hombres, así como que la dirección ejecutiva de más del 78% de las empresas participantes es hombre, y solo es mujer, por lo general, en el caso de pequeñas empresas.

Si bien es lástima que el Informe no arroje resultados sobre el impacto que la participación de las mujeres en el poder empresarial tiene sobre la promoción de la igualdad dentro de las empresas, es de resaltar que se ha puesto de relieve su relevancia “si se tienen en cuenta los esfuerzos que despliegan las empresas en otras esferas para lograr únicamente un dos o tres por ciento de aumento de su beneficio”, por lo que “Las empresas deberían considerar el equilibrio de género una cuestión primordial, no solo un aspecto de recursos humanos«.

No soy persona dada a valorar los resultados económicos como elementos positivos de las acciones humanas, pero es claro que, si no se responde a otros estímulos de igualdad y justicia, al menos habrá que reconocer que la participación de las mujeres en la dirección empresarial tiene una justificación clara desde el punto de vista de la estrategia económica.

O sea, que el techo de cristal no solo nos cierra el paso a nosotras, lo que es manifiestamente injusto e insoportable, sino que es también negativo para las empresas y la sociedad en general. ¿No es razón bastante para romperlo ya?

Veo – veo, ¿qué ves?

octubre 15, 2019 en Doce Miradas

El día 11 de octubre se celebró el día Internacional de la niña. Quisiera traer a este espacio al colectivo infantil, considero que está silenciado y son el futuro.  Como no generan ingresos directos, sus voces no interesan. Creo que nos equivocamos, tendríamos que darles más peso en la toma de decisiones que nos y les afectan.

Muchas veces nos quejamos de que pasan mucho tiempo con el móvil pero ¿acaso provocamos su conversación? Hay una forma sencilla de atraer su atención y los resultados siempre son sorprendentes. Atención a este ejemplo:

Suele ser habitual que en las celebraciones familiares o de cuadrillas del colegio me acerque en la mesa al grupo de menores para participar de su siempre genuina conversación. Es un saludable ejercicio, una recomendable forma de mantenerse joven, la diversión está asegurada y el potencial de la sabiduría en su estado más puro aprovecha tanto o más que el propio alimento físico. En ocasiones, lanzo temas para que saquen sus ideas (edades entre 4 y 16 años) y enriquecer así las mías.

Recuerdo un interesante encuentro estando de viaje este verano en el que nos miramos en esa zona de la mesa al escuchar a un adulto en plena comida decir lo siguiente:

“Vaya tela, siglos de machismo y justo me toca a mí nacer en la era del cambio”

Se desprenden muchas cosas (también sensaciones y ganas) de esta apoteósica frase, incluso una buena: es evidente que estamos viviendo una época de transformación, el cambio está en proceso.

Fuente: Freeda

Cuatro preguntas bastaron, el resultado puede servir de estudio para cualquiera que lo mire en perspectiva. En un momento se pronunciaron acerca de: natalidad, capitalismo, Iglesia, conciliación, violencia de género, formación, consejos de gobierno, tecnologías, etc. Evitaré dar datos de quienes participaron para no incidir en los estereotipos de género. Un dato relevante, casi siempre hablaban en masculino, este detalle denota la urgente necesidad de incidir en la formación pro-equidad de género desde las edades más tempranas.

Me apresuré a escribir todo al llegar a casa para no perder detalle de sus respuestas:

Dice siglos de machismo, ¿qué es eso?

DJ.- Algo que pasaba en la era de los dinosaurios (se ve que las palabras le sonaban añejas o que le resulta ajeno)

JR.- Pues significa que en la época de los dinosaurios, desde que nacías formabas parte de una tribu donde los hombres se organizaban para asegurar la comida y protegían a la familia y mientras, las mujeres cocinaban lo que traían ellos de la caza y tenían a los hijos. Nadie les obligaba a hacer eso, y no hacía falta casarse, todos eran como una gran familia y lo hacían para asegurar la vida. Es que lo más importante era la vida. Las mujeres al poder dar la vida, eran tenidas en cuenta como el bien más valioso junto con los hijos, como un tesoro, por eso los hombres salían a pelear, y muchos morían peleando, es que hay que ser muy valiente, os imagináis a vuestro aita ahora enfrentándose a un Mamut? (risas acompañadas de gestos imitando la situación)

BG.- JR, ¿has dicho que los niños eran importantes?

DJ.- Ah! y entonces, como ellos salían a pelear, se hicieron más fuertes y así se volvieron superiores y ahí se convertían en machos? Entonces, machismo viene de macho!? (cara de descubrimiento)

PL.- Pues el machismo está todos los días en la tele, no es algo del pasado

Ahá, y dice que estamos de cambio, ¿qué pensáis?

JR.- Pues luego ya sí que hubo que casarse y los maridos traían el dinero para comprar la comida

PL.- Eso sería antes, mi madre también trae el dinero y compra la comida

BG.-Y la mía! Y mi padre! Por eso no vienen a recogerme cuando salgo del cole

JR.- Pues eso no es lo más grave, en otros países hay culturas en las que hay niñas obligadas a casarse con adultos, la hija de una amiga de mi madre ha estado de cooperante en un campamento y ha conocido a una refugiada. (Se refería a este campamento con Save the Children)

BG.- Es que los curas se inventaron el matrimonio

JR.- Porque se crearon las ciudades y las casas y las iglesias y ya no había tribus, entonces se casaban para tener muchos hijos. Como los tenían las mujeres, ellos seguían saliendo ahora a traer el dinero trabajando para comprar la comida. Y si le pasaba algo al hombre, el matrimonio le protegía para que pudiera cobrar un dinero por estar casada porque el dinero iba luego a su cuenta.

DJ.- Y ya no peleaban?

JR.- Ahora las peleas se llevan a casa

DJ.- Es verdad! mis padres se pasan el día discutiendo y peleando!

PL.- Pues en la tele salen noticias de malos tratos muchos días, y son hombres que pegan a sus mujeres y no de que ellas les pegan a ellos y a veces las matan 

DJ.- Mis aitas no me dejan ver las noticias

IG.- En mi casa mi madre le está todo el día chillando a mi padre y diciéndole todo lo que no hace o que hace las cosas mal, es un aburrimiento (caras tristes)

PL.- Mi padre chilla más que tu madre, pero no le oís por el patio? Y mi madre no hace nada malo para que le griten, él es así. Yo creo que se van a separar

JR.- En mi clase hay muchos compis de padres separados, cada vez más. Y hay casos que se vuelven a casar y hay familias que se hacen más grandes con los hijos de todos. Eso mola!

BG.- Si ya no nacen casi niños ni niñas

Y entonces, ¿lo más importante ya no es la vida?

JR.- El dinero, todos los mayores quieren más dinero

DJ.- Eso, eso! Dinerito! ¿Quién quiere un helado?

JR.- A ver, sí es importante pero es que si no, no podríamos tener todo lo que tenemos. Para comprar una casa hacen falta dos sueldos, y un coche, y comida… y para eso hay que trabajar, y si trabajas, ¿cuándo crías? Todo no se puede. Bueno, se puede pero mal. Hay que elegir.

DJ.- Es mejor el dinero, si total, ya estamos vivos!

A grupo.- Pero qué dices!? (más risas)

DJ.- Yo voy a estudiar mucho para ganar mucho dinero pronto y no tener que trabajar y tener muchos hijos y jugar con ellos todo el día.

BG.- El dinero sale de las empresas

Ah sí? ¿quién tendría que mandar en las empresas?

BG.- Mi madre!

DJ.- Mi tía! (a la vez)

BG.- Claro, tu tía es mi madre (ríen)

IG.- Pero si tu madre no ha trabajado nunca fuera de casa!

BG.- Y qué? Pero sabe organizarlo todo en casa. Un día vi un vídeo y decía que eso es un plus (este es el vídeo)

Fuente: Hirukide

FC.- Yo!

IG.- Mi padre ya manda, su trabajo es ser el jefe

JR.- Ahora mandan más los hombres porque antes salían ellos a trabajar por eso que hemos dicho de que ellas se quedaban en la casa. Y han creado ellos las empresas y por eso gobiernan. Pero eso es lo que está cambiando. Eso y que cada vez hay más separaciones, las cosas se están convirtiendo para que las mujeres tengan cada vez más sitio, y cuando manden ellas, todo se ajustará y ya no habrá tanta injusticia

DJ.- Por qué?

JR.- Porque ellas diseñarán robots para limpiar la casa y ya no habrá peleas para ver quién hace las cosas de casa y entonces tendrán más tiempo para nosotros. Lo digo porque en Navidad me regalaron un libro sobre mujeres científicas que me inspiró (Se refería a “Un pequeño libro de grandes mujeres científicas”)

BG.- Sí! (más risas) Pero vamos a por los helados o qué!?

Parece que el elemento transveral de la historia es puro y que se vislumbra un futuro en el que las mujeres tienen mayor voz y protagonismo en todos los ámbitos de la vida, esa que estamos dejando de alimentar por alimentar nuestros bolsillos.

Sin duda, hay luz de esperanza en nuestras siguientes generaciones, démosles voz, por favor.

Flaneuses. Caminar sin ser vistas

octubre 1, 2019 en Doce Miradas

‘Se recomienda a las “mujeres respetables” visitar pastelerías, salas de té y grandes almacenes y evitar los cafés, cabarets y salones, lugares asociados a mujeres “de dudosa moral” o a las mujeres trabajadoras que pasan por ahí sus interminables jornadas laborales’.
Extracto de una guía de viajes publicada en las primeras décadas del siglo XX

La ciudad, ese lugar en el que poder mostrarse y disfrutar del anonimato al mismo tiempo; un espacio que se convierte, a la vez, en morada para la mujer y en un lugar de peligro; la ciudad de las oportunidades de día; el lugar donde, a partir de determinadas horas de la noche, pasas a estar “sexualmente disponible”, como cuenta Virginia Wolf en The Pargiters

Esta fotografía incomoda que hizo Virginia Wolf de las ciudades que habitamos ha marcado de alguna manera el papel de la mujer en su entorno más cercano, decidiendo por nosotras si este o aquel lugar es apropiado o es peligroso, si está abierto para nosotras o mejor que no nos acerquemos, que ya está lleno. Una sociedad que nos inculca a las mujeres la imposibilidad de caminar libres es una sociedad que está negando a la mitad de la población la posibilidad de ocupar, habitar y narrar un espacio que le pertenece, y el mundo necesita la mirada femenina para narrar la realidad desde otra perspectiva y descubrir otras maneras de hacer.

Soy una afortunada, lo sé. Crecí en una familia en la que nunca me transmitieron el miedo a ir sola a ninguna parte ni me dijeron que por mi condición de mujer no debería estar en tal o en cual lugar. Todos eran espacios abiertos para mí. De forma sutil, mi madre nos estaba transmitiendo una manera de pensar, habitar y construir el propio espacio sin miedo, pero con cabeza. Sin saberlo, nos llevaba de la mano a la triada indisociable de Heidegger: habitar es una manera de construir el propio espacio; pensar el espacio es, a su vez, una forma de habitarlo, una forma de construirlo como relato del que nosotras somos las principales narradoras.

Abriéndonos las puertas al mundo, mi madre nos legitimaba como sujetos que éramos a ser parte del espacio público. Años después fui consciente de que solo así es cuando las mujeres podemos narrar la experiencia de ser mujer de otra manera. Investiga, lee, camina, construye tu propia realidad, piensa por ti misma, ten criterio propio.

Recuerdo en tiempos de la Universidad cómo muchos se sorprendían al ver a dos chicas solas ir de local en local o de concierto en concierto. Muchas veces tuvimos que escuchar: “Así no os echaréis novio nunca. Vuestra actitud no anima a los chicos a acercarse a vosotras”. Vaya, como si eso a nosotras nos preocupase. Nuestro interés era ser, estar, observar y contarnos lo que veíamos. Nos considerábamos mujeres que nos representábamos en solitario sin la necesidad de una figura masculina al lado. Y esto descolocaba a muchos; a nosotras no, claro.

Esto despertó en mi una curiosidad que todavía hoy me acompaña (espero no perderla nunca): caminar, pasear, observar las ciudades sola, en definitiva, practicar el derecho a mirar sin ser vista, me parece que es un placer al que las mujeres no debemos renunciar. Pasear sin prejuicios me sigue pareciendo una de las mejores maneras de ocupar este planeta.  Porque caminar por las ciudades es replantearse el modo de vida que tenemos y por lo tanto es cuestionar los roles sociales y el relato hegemónico que se nos ha trasladado de las ciudades: aquí sí, mujeres; hasta aquí, mujeres; aquí ya no, mujeres.

Este verano me encontré con el libro de Anna María Iglesia La Revolución de las Flaneuses. En él, la escritora hace un recorrido crítico sobre las flaneuses, mujeres que pensaron la ciudad y el espacio que habitaban, mujeres que reclamaron su espacio, que lo construyeron a pesar de las limitaciones, mujeres que transgredieron los límites geográficos, morales, sociales y económicos para construir un nuevo escenario del que formar parte: algunas se disfrazaron de hombre para poder acudir al Parlamento Británico, enterarse de lo que allí pasaba y construir una opinión propia; otras se quitaron sombreros cuando las mujeres estaban obligadas a llevarlos, para pasear libremente por las calles, aún siendo conscientes de que pasarían a ser objeto de todas las miradas; otras, mujeres trabajadoras, construyeron su vida de forma autónoma sin necesidad de tutela alguna. Ellas, las flaneuses, ocuparon el espacio construyendo un nuevo relato, subiendo a la tribuna y tomando la palabra.

 

Fotografía de Katrien de Blauwer

La sororidad, palabra maravillosa que da nombre a la relación de hermandad y solidaridad entre mujeres para crear redes de apoyo y que cuestiona la supuesta rivalidad entre nosotras, ha hecho uso de esa palabra individual que tomaron mujeres pioneras, las ha sumado y ha amplificado su voz. Las flaneuses, al atreverse a pasear solas, pudieron ver con claridad cómo las calles son más estrechas de lo que nos dicen, con obstáculos levantados por aquellos que limitan el avance de las mujeres.

Vivimos tiempos de hiperliderazgos masculinos en los que muchos hombres afianzan sus posiciones, acotan los espacios y se resisten a renunciar a sus privilegios y compartir los espacios. Como decía Pilar Kaltzada, sentirse inmerso en una mudanza de grandes dimensiones como es la igualdad es asumir de manera consciente que se ha vivido con muchos privilegios. A los hombres les toca compartir espacios y aprender a vivir con menos; a las mujeres nos toca seguir siendo paseantes y narradoras incómodas que muestran las grietas de este espectáculo social que todavía, en demasiadas ocasiones, imagina a las mujeres sin contar con ellas.

Nota. Este post está dedicado a Myriam Menéndez y a “Espartaca”, una amiga invisible que aguantó estoicamente nuestras narraciones incómodas.

Disculpen las molestias, pero nos están matando

septiembre 17, 2019 en Doce Miradas

Perdonen, sí, les digo a ustedes. ¿Se han dado cuenta de que nos están matando? Sí, no miren para otro lado, nos están matando, nos asesinan sin ningún pudor. ¿Qué hemos hecho nosotras? NADA, ser mujer. ¡BASTA YA!

Comienzo este post desde el dolor de mis entrañas al leer el último crimen machista ocurrido en España. Un hombre asesina a tres mujeres, Sandra, Alba y María Elena (escuchen bien sus nombres) en Valga (Pontevedra), delante de los hijos de la primera de ellas de 4 y 7 años.

Espero que para cuando se publique no tenga que añadir otra muerte más. No puedo más. Estoy horrorizada, escandalizada, disgustada, enfadada. 

Había comenzado a escribir otro post, pero esta noticia me ha vuelto a dejar tocada, y siento la necesidad de escribir algunos juramentos y palabras malsonantes (seguro que las edito una vez me calme un poco).

41 personas asesinadas en lo que va de año 2019 en España. 30 hijas e hijos menores huérfanos de madre. Más de 1000 mujeres asesinadas desde 2003, año en el que se comenzó a contabilizar el número de mujeres asesinadas por la violencia machista.

Este verano ha sido terrible. No había semana en la que no tuviéramos que lamentar otra víctima con resultado de muerte. Incluso hubo días consecutivos. Como en el último caso, muchas de las asesinadas por sus parejas o exparejas hombres no contaban con protección, ni órdenes de alejamiento, ni habían realizado denuncias previas. Las asesinaron por el simple hecho de ser mujeres.

Pero lamentablemente, el asesinato es solamente la punta del iceberg. Tenemos esas cifras que nos escandalizan, pero no sabemos realmente cuántas mujeres están sufriendo otros tipos de violencia de género, cuántos dramas personales y familiares están causados por hombres, y las heridas físicas y psicológicas que provoca diariamente el patriarcado y la cultura machista en la que vivimos (y en la que a veces morimos  nos matan ).

Matarnos es el último y más visible eslabón de la cadena. Hay todavía mucho trabajo que hacer. Gracias en gran parte al movimiento feminista, en el que cada vez somos más, podemos reconocer algunos avances en nuestra sociedad en los últimos años. Podemos afirmar que hay más conciencia, y que incluso han cambiado algunas cosas en favor de la igualdad entre mujeres y hombres, pero nadie con dos dedos de frente puede decir que se ha extinguido la lacra machista.

Cada vez somos más, y cuando se hacen movilizaciones a favor de los derechos de la mujer o en contra de las agresiones machistas, miles de personas se suman. Y eso es bonito, es reconfortante. Pero también creo que hay mucho postureo, mucha incoherencia entre las reivindicaciones o proclamas que gritamos y nuestros comportamientos cotidianos. 

La lucha por la igualdad de género y en contra de las agresiones machistas debe ser un posicionamiento desde lo más visible hasta lo más invisible. Aunque en algunas circunstancias sea difícil (por el qué pensarán otras personas, por las renuncias, por posibles represalias) no debemos caer en estas contradicciones. Tenemos que ser coherentes.

Esta última reflexión me viene tras lo sucedido este verano con el ya famoso “no concierto” de C. Tangana en las fiestas de Bilbao. Como ya sabréis, a última hora se canceló su contratación por algunas de las letras machistas de su repertorio. En mi opinión, el error estuvo en la planificación de ese concierto y en la incoherencia en la que incurrió el Ayuntamiento de Bilbao que por un lado hacía campaña contra las agresiones machistas y por otro iba a pagar con dinero público a semejante personaje. Afortunadamente, hubo cordura y se rectificó a tiempo. 

Pero la polémica surgida en torno a C. Tangana, que algunos calificaron de censura (personalmente creo que si fuera censura no hubiera podido actuar en Bilbao, pero este es otro tema), lejos de visibilizar el machismo de sus letras y generar un sentimiento de rechazo hacia lo que representa, parece que catapultó al cantante (que además presumió de ello), que llenó una sala privada de Bilbao en dos conciertos consecutivos durante el transcurso de las fiestas. Muchas de las asistentes a estos conciertos, por cierto, fueron mujeres. Incluso su música sonó en las txosnas a todo volumen y fue cantada y bailada por mucha gente, como se puede ver en el siguiente vídeo:

Y aquí está la incoherencia. Estoy segura que muchas de las personas que acudieron a sus conciertos o bailaron y cantaron sus canciones en las txosnas, se sumarán a las manifas, pondrán en Facebook avatares a favor de los derechos de las mujeres, publicarán sus selfies en Instagram con sus camisetas violetas y lanzarán sus mensajes reivindicativos.

Estaréis conmigo en que algo no cuadra. Ésto ocurre porque posicionarse en estas situaciones cuesta, es incómodo. La presión de grupo tiene mucha fuerza aquí, sobre todo entre los y las adolescentes. Si todas mis amigas quieren ir al concierto, ¿voy a ser la única que no va? Si en la txosna ponen su música y estamos en pleno “subidón”, ¿voy a ser la única persona que no baile?  Yo lo soy, así lo digo.

Tenemos que empezar a decir SÍ ante estas cuestiones. Ya está bien de participar de ésto, nos estamos jugando la vida. NOS ESTÁN MATANDO. Los pequeños gestos también son importantes. Los hombres que comienzan con violencias machistas de la parte baja de la pirámide es probable que vayan ascendiendo en la misma, por lo que es muy importante que se les pare los pies (o los puños) desde el comienzo: afeando conductas, rechazando comportamientos, no riendo ante comentarios o chistes machistas y señalando con el dedo este tipo de violencias.  En definitiva, siendo coherentes con nuestra forma de pensar. Y no estoy hablando solamente de lo que tenemos que hacer las mujeres, ¡eh!

Me preocupa especialmente ciertos comportamientos que observo en las personas jóvenes. No les voy a poner toda la carga de responsabilidad sobre sus espaldas, ya que gran parte de la culpa la tenemos las generaciones anteriores, que lejos de transmitirles que las mujeres tenemos derecho a ser libres y a vivir en igualdad, les hemos inculcado la cultura del patriarcado y propiciado que repliquen los comportamientos de otros tiempos. Por supuesto que no se puede generalizar, y hay que decir que hay muchos claros en el mar de nubes.

Quiero terminar destacando la importancia que tiene que se traslade el foco de las campañas contra la violencia machista a los hombres.

A las mujeres se les anima a denunciar, a que pidan ayuda, a que respondan ante las agresiones machistas, etc. Incluso que piensen en sus hijos/as y se carguen de valor por defenderlos. Se les ha puesto siempre esa responsabilidad, cuando el responsable de esa situación no son ellas, sino el p*** maltratador.

Por suerte, vamos avanzando también en esto. Como muestra, os dejo uno de los vídeos de una campaña argentina que se viralizó en redes sociales y que focalizó el problema de la violencia machista en ellos, los hombres:

Este cambio de enfoque es muy importante. Las mujeres queremos sentirnos libres, no valientes. No queremos que nos protejan por el hecho de ser mujeres, queremos que se actúe más eficazmente contra los agresores. Queremos que se les señale, que sientan en sus propias carnes que ellos son la lacra de esta sociedad, que es a ellos a los que se rechaza. Hay que ir a por ellos. NOS SOBRAN.

La vuelta al cole

septiembre 3, 2019 en Doce Miradas

Entran corriendo al patio, con la mochila cargada de ganas y nervios, con los brazos abiertos para dar abrazos por doquier, después de todo un verano sin verse. Risas, juegos y alguna que otra lágrima. Suena el timbre. Empieza un nuevo curso. 

La educación formal que transcurre en la institución de la escuela tiene un fin ético, de manera que necesariamente nos convierte en mejores personas. O debería.

Rousseau,  filósofo y padre de la pedagogía moderna (leído por generaciones de maestras) plantea unos principios totalmente diferenciados para la educación de los niños y de las niñas: para Emilio el proceso educativo se basa en el respeto a su personalidad y en la experiencia, con el fin de convertirlo en un sujeto con criterios propios, libre y autónomo; la educación de Sofía, en cambio, debe hacer de ella un sujeto dependiente y débil, porque el destino de la mujer es servir al hombre.

Estas son las bases de la institución escolar, pero ¿dónde estamos actualmente?, ¿es la igualdad la asignatura pendiente de la educación?

En primer lugar tenemos la posición de las mujeres como profesionales de la enseñanza. Se trata de uno de los sectores sociales más feminizados y, sin embargo, sus posiciones en la estructura educativa suelen ser inferiores a las de los hombres. La proporción de profesoras disminuye a medida que aumenta la edad del alumnado  y el prestigio social de cada ciclo escolar. 

En segundo lugar tenemos que referirnos también al androcentrismo en la ciencia y sus efecto sobre la educación. El análisis de las características del saber transmitido en la enseñanza pone en evidencia la casi total inexistencia de referencias a las aportaciones que han hecho las mujeres. Así, se transmite una herencia cultural que excluye el sexo femenino de la historia y del saber en general y no muestra ejemplos de mujeres que hayan contribuido a mejorar las condiciones de la vida colectiva.

Con excepción de las santas y las reinas -y con matices- las niñas no encuentran referentes que les proporcionen un estímulo similar al de los niños.Así se transmite, además, una herencia cultural que excluye a las mujeres. 

Podríamos hablar también de la jerarquización androcéntrica de los saberes en el curriculum escolar o de la evaluación curricular y los prejuicios sobre las capacidades y aptitudes diferentes de niños y niñas, según las cuales a ellas se les da bien el lenguaje y a ellos las matemáticas; para ellas la danza, para ellos el fútbol. No existe nada más allá de ese prejuicio y, en cambio, sí es real el efecto que nuestras expectativas sobre los niños y niñas generan en los resultados que obtienen. Efecto Pigmalión en marcha. 

En tercer lugar tenemos que fijarnos en el androcentrismo en el lenguaje. No hay dudas: lo que no se nombra no existe. ¡Niños, podéis salir al recreo! 

En cuarto lugar están los libros de texto y las lecturas infantiles. Es cierto que ya no leemos aquello de «papá fuma pipa y mamá cocina», pero los estudios muestran que los libros de texto mantienen un grado muy alto de sexismo. Como ejemplo, en un análisis reciente de 36 libros de texto de enseñanza primaria, de 8.228 personajes que mostraban solo el 25,6 % eran mujeres. Y esto sin entrar a análisis más detallados como el protagonismo que ejercen, las tareas que desempeñan o el espacio en que se desenvuelven. 

Al hilo de esto, leí  hace poco esta afirmación de un miembro del sector editorial:: 

«Estamos hartos de que nos analicen los libros. ¿Nos van a poner a buscar cuántas mujeres aparecen en las fotos o cuántas científicas se mencionan? ¿Es culpa nuestra que haya más premios nobeles varones?»

Y finalmente es necesario referirse al currículo oculto. Más allá del curriculum oficial, la relación entre profesorado y alumnado transmite todo un conjunto de normas y pautas de comportamiento no explícitas que influyen sobre la auto valoración de niños y niñas. Eso es lo que se ha denominado el currículo oculto. Y en esta interacción ellas salen perdiendo.

Se han generalizado valores considerados exclusivamente masculinos. Aunque no se explicite, la competitividad, la agresividad, el deseo de destacar y la indiferencia ante los problemas de compañeras y compañeros son comportamientos valorados por el sistema educativo porque responden al tipo de persona que más valora el sistema productivo

Las niñas tienden a adoptar comportamientos de mayor adhesión a las normas establecidas porque su ruptura no les supone ventajas. Por consiguiente, tienden a ser más estudiosas y a conseguir mayores éxitos académicos. Pero, al mismo tiempo, la forma de socialización que han recibido tanto en la familia como en el sistema educativo actúa sobre ellas y las convence de su lugar secundario en la sociedad, de la normalidad de su papel subordinado y de la menor atención de que son objeto. 

La educación no puede hacer desaparecer las desigualdades, pero es una pieza clave para reducirlas; por eso tiene sentido cambiar las formas educativas para hacerlas más igualitarias. Hay que dejar atrás un modelo pedagógico dominante de carácter androcéntrico. Hay que facilitar el acceso de las niñas y jóvenes a profesiones que siguen siendo reductos masculinos y hay que reforzar su papel en el ámbito público. Es necesario, al mismo tiempo, introducir en el curriculum escolar y en las relaciones en el aula un conjunto de saberes que han estado ausentes y, a la vez, valorar actitudes y capacidades que han estado devaluadas hasta ahora.

Y ahora la gran lección: si el machismo se aprende, la igualdad también.  

 

Ponte en mi lugar

julio 16, 2019 en Doce Miradas

Hace unos días conocí una campaña de concienciación contra el acoso callejero que me llamó especialmente la atención. Una pieza de vídeo de dos minutos y medio trata de poner a los hombres en el lugar de las mujeres en situaciones de acoso. “Al revés tú también te asustarías” —es el titular de la iniciativa y una forma de decir ‘ponte en mi lugar’— expone a algunos hombres a situaciones que pueden hacerles sentir miedo o, por lo menos, bastante incómodos. Vamos a verlo:

 

No es la primera vez que me encuentro con un ejercicio de simetría como éste llevado a formato vídeo. No me llama la atención que todavía algunos hombres piensen que interpelar a una mujer por la calle va de buen rollo y que debiéramos sentirnos halagadas con un “¡Oye niña! ¡Vaya vestido bonito que llevas! Ven acá para el portal y me lo enseñas…”. Lo que me ha llamado la atención es el estado de shock en el que se quedan los protagonistas tras pasar por un acoso callejero. Es decir, hasta entonces, empatía cero.

Así, con el estómago encogido, me he puesto a pensar en situaciones que habitualmente intimidan, que producen miedo y ansiedad y que nos hacen vivir en alerta. Sí, en alerta, una sirena silenciosa que señala que hay que extremar precauciones o incrementar la vigilancia. No es paranoia, es experiencia, la mía y la de mis compañeras. Es por eso que:

  1. Cuando llego a casa, saco las llaves y miro hacia atrás por si alguien me sigue.
  2. Cuando entro al portal me aseguro de que la puerta esté bien cerrada.
  3. Cuando entro en el garaje miro hacia los lados por si hubiera alguien agazapado.
  4. Evito los aparcamientos subterráneos en la ciudad si voy sola.
  5. Me pongo tensa si tengo que entrar en un ascensor a solas con un señor desconocido en un lugar desconocido.
  6. Si tengo una cena prefiero no tomar ni un triste vino para volver a casa en coche y no tener que transitar sola por la calle y organizarme «como quien se prepara para el desembarco de Normandía, estudiando posibles vías de ataque y alternativas para la huida», como decía Pilar Kaltzada en “Se llamaba Manuel”.
  7. Me asusto cuando escucho pasos muy cerca y miro hacia atrás para comprobar si la persona que tengo a mi espalda es un hombre o una mujer. Disimulo con el móvil, doblo la esquina y acelero el paso si se trata de un hombre.
  8. Tanteo, por intuición, las intenciones de un tipo con quien te cruzas y te mira con baboso descaro o se atreve a ‘berborrear’, es decir, a verbalizar improperios de esos que creen que nos agradan.
  9. Me alegro cuando escucho que durante el verano algunos municipios ofrecen servicio de acompañamiento a jóvenes para tomar el metro. ¡Dios! ¡Qué locura! ¡Esto no!
  10. Me horroriza pensar que muchas niñas que acuden a festejos, con todas las ganas de pasarlo bien, estén expuestas a abusos, violaciones o violaciones en grupo.
  11. Me crispa tener la certeza de que mañana, o pasado mañana, otra mujer volverá a ser asesinada por su pareja.

fearPodría seguir y seguir sumando a esta lista casos de violencias que sufrimos las mujeres. Vivimos en un mundo dominado por hombres y la violencia es una de las múltiples formas en que mantenemos la desigualdad. Nos hemos acostumbrado a convivir con el conflicto y, de alguna manera, a normalizarlo.

Cada vez que presencio conversaciones entre mujeres sobre acoso, todas ellas, absolutamente todas, cuentan en su haber con pasajes de violencia machista. ¿Habéis hecho la prueba? Eso sin contar a las muchas que callan por vergüenza, porque todavía, hoy en día, sufrir este tipo de violencia desacredita a la víctima o la debilita. Vivimos en silencio, “te lo cuento a ti pero, por favor, que no salga de aquí”. ¿Cuántas mujeres? ¿Cuántas veces? ¿Cuántas violaciones y asesinatos más necesitamos para poner fin a este genocidio?

Más de 1.000 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en los últimos años. Es una ignominia. Sin paliativos. No hay excusas. Son muertes anunciadas, asesinatos con premeditación, con meses o años de violencia psicológica o física previa. Como decía «The Economist» hace unos años, «cada periodo de dos a cuatro años, el mundo aparta la vista de un recuento de víctimas equiparable al Holocausto de Hitler».

Y no hace falta llegar hasta el desenlace fatal: que te golpeen, es violencia; que te violen, es violencia —cada 5 horas una mujer denuncia una violación—; que te insulten y menosprecien, es violencia; que te obliguen a casarte, es violencia; que te intimiden, es violencia; que te ‘berborreen’ por la calle, también es violencia. Ya lo apuntaba Noemí Pastor en su artículo “Bonitos pantalones”: “El piropo pone de manifiesto una situación de privilegio del hombre sobre la mujer: un hombre puede decir lo que quiera sobre ella, con total impunidad y anonimato, en un momento, además —y esto se cumple siempre— en el que ella carece de compañía masculina, con posibilidades mínimas de ser interpelado. Porque para muchas mujeres contestar a una imprecación así es una audacia peligrosa”.

Señores, pónganse en nuestro lugar. Los ejercicios de simetría funcionan bien para explicar aquello que no resulta fácil hacer entender. Un poquito de empatía, por favor. No podemos, ni queremos, ni tenemos por qué vivir la hostilidad con naturalidad; tampoco la intelectual. Háganselo mirar.

La brecha de confianza

julio 2, 2019 en Doce Miradas

En la vida siempre tienes faros que te guían y te aportan experiencia, sobre todo cuando eres joven y las emociones te mueven más que la razón. Mi abuelo fue uno de esos faros. Una persona sin estudios reglados pero con una sabiduría inmensa. Me dio muchos consejos, pero hay uno que jamás olvido: siempre me repetía que no hay tarea más difícil en esta vida que llevarse bien con una misma. Esa frase se me quedó grabada a fuego y no dejaba de recordarme que uno de los enemigos al que nos enfrentamos diariamente somos nosotras mismas. Le podemos poner otro nombre: confianza. Ella nos aupará en muchas ocasiones y su falta también nos frenará a la hora de intentar abrir puertas o ver sombras alargadas donde no las hay. Porque como dice el proverbio chino, cuando el miedo llamó a la puerta y la confianza abrió… afuera no había nadie.

Así que no es de extrañar que a las mujeres nos haya sido robado y erosionado ese bien tan preciado a lo largo del tiempo. Y si ponemos el foco en la ciencia y la tecnología, se evidencia aún más. Siempre que hablamos de la falta de presencia femenina en ese ámbito, lo ilustramos con una tubería con muchos agujeros por donde vamos goteando, hasta que llegada la etapa profesional, nos hemos evaporado del todo. Y uno de esos agujeros que está presente en todas las etapas vitales es precisamente la confianza.

Empecemos por la infancia: en una investigación publicada en 2017 en la revista Science, se preguntaba a niños y niñas si, cuando se les hablaba de una persona especialmente inteligente, creían que era de su género o del contrario. Cuando tenían cinco años, no se observaban diferencias: los niños escogían hombres y las niñas escogían mujeres en un 75% de las veces. Sin embargo, a partir de los seis, mientras que los niños seguían escogiendo hombres como «muy, muy listos» en un 65% de las veces, las niñas solo seleccionaron su propio género en un 48% de las ocasiones. De hecho, Christia Spears Brown, profesora de psicología y autora del libro Crianza más allá del rosa o el azul, declaró para BBC que estos resultados encajan con investigaciones anteriores que encontraron que familias y profesorado tienden a atribuir las buenas notas en el colegio al esfuerzo de las niñas pero a la habilidad natural en el caso de los niños. Así que primer gancho de derecha directo a la confianza.

Seguimos avanzando y llegamos a los 15 años, momento en el que hacen la prueba PISA. Según los datos del informe de 2015, las niñas se creen menos capaces que los niños a la hora de alcanzar objetivos que requieran habilidades científicas. Es lo que se denomina como autoeficacia en ciencias: confianza en la propia capacidad para lograr los resultados pretendidos. Según la OCDE, las alumnas tienden a sufrir un mayor sentimiento de ansiedad con las matemáticas, incluso las que tienen mejor rendimiento académico. Tanto es así, que un estudio demostró que si pones un examen de matemáticas idéntico a estudiantes de unos 12 años, uno bajo el encabezado “Geometría” y otro bajo el nombre “Dibujo”, ellas obtenían mejores calificaciones en el de “Dibujo” (repito que el examen era exactamente igual, solo cambiaba el título).

A esto se le suma el efecto Pigmalión o la profecía autocumplida. Este efecto se refiere a que las expectativas que tenemos sobre el rendimiento de una persona incitan a actuar a esa persona conforme a dichas expectativas. Es decir, las esperanzas que tengan docentes, familiares y la sociedad en general inciden en el desempeño de nuestras niñas. Por ejemplo, si tengo un docente que piensa que voy a obtener muy buenas calificaciones, esto elevará mi autoestima y me incitará a trabajar para conseguir los resultados que se esperan de mí. Pero lo mismo sucede en sentido inverso: efecto Pigmalión negativo, también conocido como el efecto Golem, que hace que la autoestima disminuya. Si en la sociedad decimos que a las niñas no se les van a dar bien las matemáticas, se produce un bloqueo en ellas.

En la universidad la cosa no cambia. En 2003, se hizo un estudio para ver el impacto de la percepción de las mujeres sobre su propia capacidad. Dieron a estudiantes masculinos y femeninos un cuestionario sobre el razonamiento científico. Antes de la prueba, los estudiantes calificaron sus propias habilidades científicas. Las mujeres se calificaron a sí mismas más negativamente que los hombres en cuanto a su capacidad científica: en una escala de 1 a 10, las mujeres se pusieron un promedio de 6.5, y los hombres un 7.6. Cuando se trató de evaluar cómo habían respondido las preguntas, las mujeres pensaban que habían acertado 5.8 de cada 10 preguntas; los hombres, 7.1. ¿Y cuál fue el resultado real? Su promedio fue casi el mismo: las mujeres obtuvieron 7,5 de cada 10 y los hombres 7,9. Es decir, ellas subestiman su rendimiento porque piensan que su capacidad de razonamiento científico es menor.

Y cuando llegamos a etapa profesional, el agujero persiste (no solo por el síndrome de la impostora, del que ya hablé en este blog anteriormente). Un análisis que hizo la empresa tecnológica Hewlett-Packard mostró que las mujeres solicitaban una promoción interna solo cuando creían que cumplían con el 100% de las condiciones enumeradas para el puesto. Los hombres se postulaban con un 60%. En cuestión de salarios, nos pasa lo mismo. Según un estudio realizado por Linda Babcock, profesora de Carnegie Mellon University, los hombres negocian cuatro veces más que las mujeres y cuando ellas lo hacen, piden un 30% menos.

Obviamente, la confianza (o su ausencia) no es el único obstáculo al que nos enfrentamos (o siguiendo el símil de la tubería, el único agujero porque el que nos perdemos), pero mi abuelo también me enseñó a ser posibilista y cambiar lo que está en mi mano (sin dejar por ello de luchar contra lo que no está en mi mano). Así que toca trabajar para restaurar ese puente en nuestras niñas, jóvenes y nosotras mismas. Como diría Helen Keller: “No soy la única, pero aún así soy alguien. No puedo hacer todo, pero aún así puedo hacer algo; y justo porque no lo puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo”.

Perdonen el desorden

junio 18, 2019 en Doce Miradas

La mudanza es una experiencia transformadora. En el momento, tiene la capacidad de sacar de mí lo peor que llevo dentro: me impaciento, me desespero, me angustio, me pongo triste, me arrepiento, me quejo… Es una situación que te deja la vida desordenada durante una temporada: nunca he vivido un traslado sin tensión, y llevo unos cuantos sobre la espalda.

Y es que, con el paso del tiempo, las cosas de una (sus pertenencias, sus dudas y sus certezas) se van acomodando al lugar en el que residen y, gracias a ello todo resulta más eficiente. Lo mismo encuentras a la primera la ropa que te quieres poner por la mañana, que siempre tiene a mano ideas preconcebidas sobre la mayoría de las cosas, que te simplifican mucho el ejercicio de descarte tan necesario para sobrevivir. Puedes prepararte un café con los ojos cerrados, como puedes abandonar rápidamente lecturas, músicas o personas que, por experiencia acumulada, sabes que no deben tener acceso a tu vida. Las rutinas tienen mala fama, pero me resultaría muy difícil salir al mundo cada día empezando de cero.

Todo este orden (que responde a cada persona y es, por lo tanto, de naturaleza variable) salta por los aires cuando te mudas. La vida me ha ensañado que, aunque hay excepciones, se cambia por necesidad y no por gusto. La comodidad, la pereza y la complacencia tienden a ser conservadoras, a empujarte (suavemente) a que dejes las cosas como están. Intuyo que es por eso que somos las mujeres quienes estamos a la cabeza de esta mudanza masiva a la que hoy quiero referirme: porque somos mayoritariamente nosotras quienes ya no estamos cómodas en una casa que no se adapta a nuestras necesidades. (¡Ah!, y porque queremos).

Hablo de un traslado colectivo y de grandes dimensiones. Se ve en la calle, en las conversaciones, en las agendas políticas. Es como si, de repente en algunos casos y de forma gradual en otros, estuviese produciéndose una mudanza masiva desde certezas asentadas hacia un nuevo territorio todavía por descubrir. Es ahí donde todas las cajas que nos ha dejado el camión a las puertas tendrán que encontrar su lugar.

Cambio de posiciones. Si pica, sana

Algunos hombres intuyen que en este traslado les va a tocar una habitación más pequeña. Se revuelven, porque cuando miden los nuevos metros cuadrados comprueban con disgusto que no les caben todas las cosas que traían consigo, “sus cosas”. Está gráficamente expresado en este vídeo. (El humor es un arma cargada de futuro, como recordaba María Puente hace unas semanas).
Los privilegios se construyen centímetro a centímetro y a partir de las certezas. A quienes han sido educados formal e informalmente para tenerlo todo a su disposición, el cambio no les sale a cuenta. Me hago cargo.

Hay dos noticias sobre esto: una mala y otra buena.
Para ellos, la mala es que el cambio es inevitable: por mucho que lo llamen imposición, revanchismo o mala leche, es un movimiento de corrección de desigualdades seculares. De paso, es más que posible que el feminismo ayude a enderezar otras muchas ineficacias que venimos arrastrando, porque está trayendo al debate cuestiones (la economía de los cuidados, la sostenibilidad de la vida, el buen trato…) con las que podemos hacer frente a los problemas acuciantes que nos sacuden cada día. Dice Nancy Fraser que estamos ayudando a superar la crisis del capitalismo; una bola extra que no se esperaba nadie, ¿verdad?.

Y la buena noticia, que la hay, es que, queridos nuestros, terminarán ustedes por acostumbrarse. Créannos: se lo decimos por experiencia. Las mujeres llevamos siglos acostumbradas a ocupar mucho menos espacio del que nos corresponde. Históricamente se nos ha pagado menos, se nos ha visto menos, y se nos ha escuchado menos, como contaba hace poco Ana Erostarbe aquí. No aspiramos a que ustedes cobren menos, no se les vea o no se les oiga; simplemente, la sociedad está corrigiendo las desigualdades para que podamos compartirlo todo, derechos, obligaciones, espacios y tiempos. Piensen que más pronto que tarde las estrecheces que ahora temen serán tan normales como las limitaciones que hasta ahora la otra mitad de la Humanidad ha padecido.

Renunciar es siempre doloroso, cierto. Los cambios son como las cicatrices: si pican, es que algo está sanando.

Muchas mujeres también estamos descolocadas. Sabemos que esta transformación es profunda e imparable, que está aquí para remover los cimientos y, por lo tanto, ninguna podrá quedarse en el exacto lugar en el que ahora está.

Muchas mujeres antes que nosotras se enfrentaron a este desorden. Aprendieron a aprender sobre ellas mismas y sobre la sociedad en la que vivían, a identificar los cambios esenciales y a trabajar juntas por hacer que fuesen posibles. Esta casa de la que ahora nos mudamos, con todos sus defectos, la han construido también grandes mujeres, a las que debemos agradecérselo.

Si nos diesen un euro cada vez que a cualquiera de nosotras nos preguntan qué quieren en realidad las mujeres, seríamos inmensamente ricas. No tenemos las respuestas, yo al menos no las tengo, porque voy descubriendo nuevas preguntas a cada paso que doy, y me doy cuenta de que la construcción es lenta, a veces demasiado lenta y dolorosa.

El día en que Suecia pasó de conducir por la izquierda a la circulación por la derecha. Cambiar no es fácil.

Una parte de mi desconcierto en este traslado me llega por esa supuesta omnisciencia que nos avala a las mujeres por el mero hecho de serlo, que implícitamente nos señala como sabias y empoderadas, feministas y listas, conscientes, estudiosas de la materia; y asertivas, además. Es como si además de ser pájaros tuviésemos que ser ornitólogas.
Ante la pregunta, muy recurrente, de “¿qué tenemos que hacer los hombres?” yo no tengo respuesta en la mayoría de las ocasiones. “No sé”, respondo, “improvisemos”. Las miradas de desaprobación o los comentarios del tipo, “ajá, no lo sabes, vaya feminista de pacotilla” indican que, una vez más, se nos supone abnegadamente dispuestas a solucionar la papeleta, a velar por la paz, a  poner orden en el caos de casa común de la convivencia en igualdad.

Por eso, voy avisando: perdonen el desorden, señoras y señores, pero una mudanza es caótica, y hay muchas cosas que ir solucionado y decidiendo. Cambiar no es fácil para nadie, y en efecto, toca improvisar. Y es que, además, los últimos inquilinos dejaron la cosa y la casa bastante revueltas.

Es un trabajo común, y más vale que vayamos haciendo, todas y todos, nuestra parte.

Qué hacer durante la mudanza. Algunas pistas…

  • A los hombres que se sienten descolocados porque ahora no saben si cuando salen a ligar son ofensivos, por favor, háganselo mirar, y hasta que no lo resuelvan, absténganse, porque son ustedes un peligro.
  • A las mujeres que no saben si depilarse las ingles es claudicar ante el patriarcado, relájense, y hagan lo que consideren oportuno, que esto también va de crearse el mundo a su medida, en la que caben los deseos propios, las contradicciones y los “no sabe / no contesta”.
  • A los medios de comunicación que se quejan porque “no hay mujeres que quieran hablar sobre aeronáutica”, hagan su trabajo correctamente. Las hay y con una voz alta y autorizada y si todavía no están en la palestra pública no es por falta de méritos. Su tarea, recuérdenlo, es contar lo que pasa y las mujeres forman parte de eso que ocurre, aunque no quieran verlas. Búsquenlas.
  • A las jóvenes que no saben si deben escuchar reguetón porque las letras son abominables, busquen artistas que escriban y se expresen de otra forma, y no renuncien a bailar lo que quieran, como quieran, con quien quieran, donde quieran y cuando quieran. De hecho, no renuncien a nada.
  • A los jóvenes a los que les preocupa que sus chicas (sic) anden por ahí por la noche, preocúpense más de los chicos que andan por ahí. No controlen a la víctimas: den un paso al frente contra los agresores.
  • Para la clase política que embadurna de podredumbre nuestro espacio público, cuestionando nuestros derechos, atacando nuestras libertades y buscándonos la boca para ganar unos pocos votos, solo desprecio. (Y en la minúscula parte que a mí me corresponde, ni un voto).
  • Y a las y los políticos que pueden y quieren urbanizar de otra forma los alrededores de la nueva casa, pasen y remánguense, que aquí hay tarea de sobra. Las políticas públicas son fundamentales para ordenar el tráfico y las estancias, y las necesitamos, más que nunca, en todos los ámbitos.

Y, por último, aunque no por ello en último lugar, un mensaje para las mujeres que no tienen nada, para las olvidadas siempre, para las que la vida no cambia en absoluto porque otras lleguen al Ibex 35; para las que creen que en esta nueva casa no habrá espacio para ellas: si no cabemos todas, no habrá servido de nada.

Mientras estamos en casa ajena, ninguna tiene nada, todas somos las “nadie”. Y por eso, precisamente por eso, estamos de mudanza.

PS: 

Nina Simone siempre lo dijo todo mucho más claro que cualquiera. Mudanza tras mudanza, este himno siempre está ahí.

Ain’t got no