¿Conocéis la ley del unicornio? La primera vez que yo tuve conocimiento de este particular principio pensé que vendría asociada a que en determinados ámbitos somos como animales mitológicos: ni estamos ni se nos espera. Pero no… tira más bien para otro lado. Fue formulada a través de un tuit por la tecnóloga Emma Jane Hogbin y dice lo siguiente:
If you are a woman in Open Source, you will eventually give a talk about being a woman in Open Source.
Si eres una mujer en el mundo del software libre, es muy probable que impartas una charla sobre ser una mujer en el mundo del software libre.
Y ahí que mi cabecita se rompe en dos, con la usual dicotomía que se me presenta en estos terrenos. Porque, si das la charla, mejoras la visibilidad de las mujeres en ese ámbito. Pero… ¿realmente estás ocupando el lugar que quieres ocupar? Es decir, el de experta en tecnología no por tu sexo sino por tus conocimientos o por tus aptitudes. Por no hablar de los congresos que aprovechan esto para rellenar con mujeres su cartel, en vez de que estén allí para hablar de la temática central del mismo.
Esto mismo lo vi más claro recientemente con el nombramiento de la nueva directora de la BBC: Rona Fairhead. Sí, porque tiene un nombre: Rona Fairhead. Y es que en la mayoría de medios se obvió esa parte (además de su espectacular currículum), quedando oculta bajo el titular de «Una mujer dirigirá por primera vez la BBC«. Por no hablar de los que optaron por definirla basándose en su descendencia: «Mother of three poised to lead the BBC«. ¿Os imagináis estos mismos titulares con hombres como protagonistas?
Titular de The Telegraph
Buscando en el principal buscador de internet la frase «primera mujer», fijaos cuáles han sido los resultados sugeridos por el mismo (para echarse a llorar):
Entonces me he puesto a pensar en cómo la etiqueta mujer ha sido usada en nuestra contra a lo largo del tiempo. Antes como “mujer de…” para ocultarnos tras un hombre y ahora como “la primera mujer en… ” para ocultar nuestras capacidades. Porque de hecho, muchas personas aún usan esto como arma arrojadiza indicando que ese mérito o respeto es solo porque se trata de una mujer.
Por supuesto, para romper con la ley del unicornio, no hay que dejar de luchar por los derechos de las mujeres. Cuantos más espacios públicos ocupemos, mejor. Pero tendremos que estar alerta sobre los espacios que nos ganamos y que, sin embargo, parece que nos dan por ser mujer y no por nuestras capacidades. La próxima vez, intentaré no preguntar a una mujer qué se siente al ser mujer en su desempeño laboral en vez de interesarme directamente por lo que hace y cómo lo hace. Escribir o hablar sobre esas mujeres no es malo. Lo malo es que directamente digamos que lo hacemos porque son mujeres y obviemos sus capacidades.
Con la llegada de septiembre, me enfrento a mi reválida. Quedé en dibujar, y en recorrer, mi particular Ruta de la Igualdad, ¿recordáis? (Supongo que no: han pasado muchas cosas desde entonces. Aquí está mi compromiso: «Navajas de doble filo«).
El caso es que creo que he suspendido, o en el mejor de los casos, voy por un aprobado raspado.
Los objetivos que me fijé en este plan eran, a priori, sencillos de conseguir, porque me propuse a mí misma dejar de tirar balones fuera y analizar qué cosas puedo hacer y / o dejar de hacer para que, al menos en mi entorno, las desigualdades que tanto me molestan se reduzcan y crezcan, en paralelo, espacios de respeto e igualdad. Ya sabéis: se trataba de fijarme más en lo que puedo hacer que en lo que los demás no hacen, y de ponerme manos a la obra para cambiar el pequeño trocito de mundo en el que habito. Si sólo depende de mí, me dije, nada me impide cambiarlo.
Error.
No había contado con una de las fuerzas físicas más potentes que existen: la inercia. Si recuerdo un poco de lo que aprendí en física, los cuerpos tienden a mantener su posición (ya sea movimiento, ya sea reposo) de forma natural, y sólo una fuerza externa puede hacer que esta tendencia cambie. ¿Es la mera voluntad una fuerza suficiente para hacernos modificar nuestra posición? A veces sí, y a veces no. Vivimos en un tiempo en el que se ha magnificado la voluntad; se nos habla de que “querer es poder” cuando en muchas ocasiones, hace falta mucho más que la fuerza de nuestros riñones para mover las cosas. Ciertos cambios pesan mucho, y necesitan de la contribución de muchos riñones.
Éste es mi Informe de progreso.
Me está costando mucho deshacerme del sentido de “responsabilidad” mal entendido. Es un enanito saltarín que llevo encima de mi hombro derecho, y me engaña constantemente. Me dice que tengo que poder con todo («¡qué menos!»), que merece la pena llegar reventada a la cama si has sido capaz de cumplir con una sonrisa con las dobles jornadas. Me engaña y me torea, porque me hace sentir culpable si me regalo un par de horas de tiempo para mí, para cuidarme o para abandonarme a mi suerte, qué más da. Este dichoso enanito vive a gusto en la inercia y en mi hombro.
Convivo con dos pre-adolescentes chicas, y también ahí, qué queréis que os diga, me veo regular, a punto del suspenso. ¿Les acompaño a comprar ropa a esas tiendas diseñadas por psicópatas del photoshop? ¿Me siento frente a los escaparates con una pancarta para denunciar las tallas imposibles? (Esta campaña merece un vistazo: #stopthebeautymadness, me parece). ¿Les invito a que experimenten con su libertad de horarios y espacios en las fiestas del pueblo, a pesar de saber que los riesgos son reales, o me camuflo detrás de las farolas para vigilarlas? Juntas hemos aprendido a descifrar algunos códigos muy evidentes, como los estereotipos de las series de televisión y de la publicidad, pero cada vez que cazamos uno, lo debatimos, lo criticamos y cambiamos de canal, ¡zas!: nos encontramos otra barbaridad aún mayor. ¿Suprimimos la televisión, Youtube e Instagram de nuestras vidas?
Son sólo dos de mis asignaturas. Tengo más, pero no quiero aburrir a nadie.
«¡Es la inercia, estúpida!». No es suficiente querer que, a igual responsabilidad, mujeres y hombres tengamos igual salario; lo dice la Comisión Europea, ojo. No es suficiente querer que reconozcan nuestra valía profesional para evitar que nos pregunten de forma sistemática cómo vamos a resolver nuestros (sic) conflictos familiares y domésticos en las entrevistas de trabajo. (Para muestra, un botón). No basta con cumplir a rajatabla el horario laboral cuando las decisiones se toman, por inercia, con una copa tras una cena el viernes. No es suficiente querer estudiar cuando la religión que gobierna mi país dictamina que las chicas no podemos acceder a la escuela. (¿Sabe alguien qué ha pasado con las niñas secuestradas en Nigeria o, en su defecto, cuándo dejó de importarnos?) No basta con querer jugar a fútbol para que nos acepten en el equipo del colegio. No es suficiente pensar que toda esta basura publicitaria es vomitiva para que retiren estos anuncios. (Gracias, Arantxa, por ponerlo tan clarito: Mujer y Publicidad)
Cuando la posición es cómoda, cuando todo a nuestro alrededor nos lleva a dejar las cosas como están, la voluntad individual es condición necesaria, pero no suficiente. Yo al menos, me muevo bien con las listas de tareas que concretan la voluntad en hechos… Soy fan de las listas, e incondicional de los hechos.
Por eso, estoy diseñando un Plan de Acción. Por el momento está en fase borrador, pero ya contiene cuatro acciones concretas de obligado cumplimiento, por mucho que insistan mis enanitos. A saber.
Voy a ser egoísta dos veces al día. Voy a pensar en mí. En mis prioridades, en lo que quiero y en lo que me mueve por dentro. Dedicaré un rato cada día a perderme en mis interiores, y ya veremos si se cae el mundo. Igual resulta que esa responsabilidad es, simplemente, otra forma de engaño. Dos veces al día, «capitana de mi alma».
Voy a ser intransigente las 24 horas del día. Ni un sólo comentario machista o denigrante para mí, ni para las mujeres que pasan a mi lado. Intentaré extender esta intransigencia a todas las mujeres, a todos esos «cómo os ponéis por tonterías». A veces será sencillo, y bastará con decir “eso que comentas resulta hiriente para muchas mujeres, o al menos, lo es para mí”. Otras veces habrá que levantarse de una reunión, por ejemplo, cuando alguien te mire a ti para servir el café. Iré perfeccionando el “modo respuesta” para que resulte constructivo, pero me propongo escapar, para siempre, del silencio cómplice.
Voy a dotarme de un detector de violencias. Las de alta intensidad me escandalizan (como a cualquier persona, hombre o mujer, que merezca denominarse como tal), pero existen infinitas expresiones violentas que la inercia ha ido disfrazando a lo largo del tiempo, y me resultan casi invisibles. Violencia es «cosificar» a las mujeres, equiparar mujer con cuerpo, con ama de casa, con pareja de tal, con … Violencia será, a partir de este momento, todas esas situaciones en la que una deja de ser quien un ser entero para convertirse en la etiqueta obligada de nadie. (El informe de la UE me dará algunas pistas).
No voy a consumir productos que me ignoran, insultan, denigran o faltan al respeto. Y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que nadie más lo haga. Atención señoras y señores creativos: algunas «gracias» no tienen ni gota de gracia. Ni el modelo de coche en colores femeninos que incorpora un asa especial para el bolso (sic), ni los yogures probióticos que me consideran enferma una vez al mes.
La lista de acciones irá creciendo. Tendré que cambiar cosas, moverlas de sitio. Dicen que para generar un movimiento sólo hay que empezar a moverse. Que las cosas se cambian cambiándolas. Necesitaré aplicar una fuerza extra para vencer la inercia. Se me ocurre que muchas mujeres juntas podríamos hacer una lista aún más larga, aún más potente, y de paso, un mundo mejor.
Y se me ocurre que muchos hombres querrán echar una mano.
Si me ayudáis con esta lista y pedaleando, es posible que el próximo septiembre tenga alguna respuesta más para las muchas preguntas que me seguiré haciendo.
Las mujeres del Valle de Hushé, una región de alta montaña del norte de Pakistán, aceptan la tiranía de la sociedad en la que viven como un antojo imperturbable del destino. Se levantan a las cuatro de la mañana y sus días se extienden sin aliento durante dieciocho horas sin fin. Suyo es el cuidado de niños y ancianos, el del campo y el ganado. También la recogida y el transporte del agua.
Fotografía de Ibon Azpilikueta
Baltistan Fundazioa —ONG de cooperación internacional al desarrollo impulsada por montañeros vascos en recuerdo de Félix Iñurrategi— lleva muchos años impulsando el desarrollo integral de las personas de esta comunidad, con especial hincapié en sus mujeres. El objetivo es que éstas adquieran conciencia de sus derechos y comiencen a ejercerlos. Que ese destino imperturbable cambie. Y mi objetivo hoy es acercaros la labor que esta organización desarrolla allí.
El Valle de Hushé es una zona de viviendas frágiles que habitualmente sólo disponen de una habitación compartida por todos los miembros de la familia: abuelos, padres e hijos. Sus habitantes viven de una agricultura de supervivencia basada en el cultivo del trigo, la producción de verduras para el autoconsumo, albaricoques y algunas otras frutas. “Son las mujeres las que soportan el mayor peso de esta economía; agricultura y ganadería son atendidas por ellas, así como las personas ancianas, niñas y niños”, relata Sarai Martín, responsable de Género de Baltistan Fundazioa.
En una sociedad que casa a sus hijas a los doce años y que desalienta a las familias para que no las envíen al colegio, en Baltistan Fundazioa saben que la educación es precisamente la llave de su presente y su futuro. De ahí la importancia de los centros de mujeres que promueven en la zona con el objetivo de ofrecerles formación, facilitar reuniones y otras actividades colectivas sobre agricultura, higiene, nutrición, manualidades… Lugares en los que poner en común sus necesidades y también sus sueños. En los que aprender a progresar en su autonomía y crecimiento personal para poder liberarse de los valores tradicionales y conservadores que rigen sus vidas.
Centro de formación de mujeres en Machulo. Fotografía de Xabier Bañuelos
Nada mejor para profundizar en lo que estos centros están haciendo posible que conocer la historia de algunas de estas mujeres que han cambiado su destino gracias a ellos. Mujeres llenas de coraje y valentía, que no se han dejado vencer. Próximamente se editará un libro con sus historias, no con sus fotografías: no pueden ser fotografiadas ni su imagen pueden ser reconocida en los medios. Van ahora algunas pinceladas de la vida de cinco de ellas; suficiente para dibujar la crudeza de su realidad.
Haleema es la más joven. Su historia se desarrolla en el umbral de la pobreza. Con 13 años estudia tercero de Bachillerato y cuida del ganado: la base de la economía familiar. Inteligente y trabajadora, sus asignaturas favoritas son el urdu y el inglés, idioma que aprovecha para practicar si algún turista llega a la aldea. Ahora su sueño es convertirse en profesora y todo lo que necesita para conseguirlo es que alguien la siga guiando en ese camino que ha emprendido para cambiar su destino.
Zubaida tiene 23 años y, a diferencia del resto de las chicas del valle, está muy preparada. Su padre, propietario de una tienda, quiso que sus hijos alcanzaran la educación que él no había tenido. Un medio que los alejara de la pobreza. Lamentablemente, su muerte temprana hizo que su hija tuviera que asumir las responsabilidades domésticas, impidiendo que continuara con sus estudios superiores. Pronto, a pesar de la oposición de su propia madre, Zubaida abrió una tienda de mujeres: una habitación alquilada en la calle principal. Una calle donde hasta la fecha sólo los hombres habían abierto tiendas. Más tarde supo de las clases de costura y punto de Baltistan Fundazioa, y hoy día se gana la vida bordando y es una mujer de referencia en su pueblo.
Kulsum, 55 años, se casó a los 10 con su primo Haji Ali, que entonces tenía 12. Dio a luz a cinco hijas y dos hijos. Sólo tres de ellos sobrevivieron. Una de sus hijas murió siendo un bebé de meses, el mayor de los varones murió a los siete y el pequeño a los tres. En el primer aniversario de su muerte, su marido se casó con otra mujer porque ella ya no podía darle otro varón para llevar el apellido de la familia. Tras una vida dedicada al campo y a la crianza de sus hijos, hoy día Kulsum es una de las primeras mujeres con plaza en el Consejo del Valle; algo poco habitual en una sociedad regida por hombres, cuyas normas desalientan a las mujeres a participar en política, frenando así su desarrollo y avance.
La vida de Zakia Bi, 60 años, es una historia de sufrimiento y lucha que ella misma resume como de una esclava. A Zakia Bi la casaron con 12 y tuvo dos niños y una niña. A costa de saltarse una comida diaria, pudo proporcionales la educación que ella no había conocido. Gracias a la formación de sus hijos, la situación económico-familiar —siempre unida al procesamiento del albaricoque— fue mejorando sustancialmente, hasta que el primero de ellos murió de cáncer y la vida dio un giro. Cinco años más tarde lo hizo el segundo y poco después, su marido… Su vida iba a la deriva hasta que BF la ayudó a crear su propio vivero con más de 33 albaricoqueros. Zakia Bi pudo alcanzar un imposible.
Curso de secado del albaricoque
Abida Khatoon es un claro ejemplo de valentía y fuerza interior. A pesar de que, vivió su infancia confinada en una pequeña habitación debido a la poliomielitis que pasó a los 5 años, llegó a educarse y auto-empoderarse, contribuyendo de forma muy activa a la economía familiar. Fue su padre quien hizo que recibiera clases con el sastre del pueblo; también fue él quien —tras mucho sacrificio y esfuerzo— le compró una máquina de coser. Ella tenía 16 años y, desde entonces, su costura se convirtió en una valiosa fuente de ingresos para la familia. El apoyo de BF le permitió contratar y formar a otras mujeres en labores de corte y confección, empoderándolas para convertirse en miembros activos de su sociedad.
Mujeres cocinando en Machulo
Uno de los mayores éxitos conseguidos por Baltistan Fundazioa ha sido que las mujeres contribuyan a la economía familiar creando sus propios negocios. Sólo por esta aportación económica que realizan y no por el convencimiento de que es su derecho, la sociedad en general y los hombres en particular, van dejando espacio a las mujeres, permitiéndoles acceder a la educación y a los centros de mujeres. Un rayo de luz al final del túnel.
Desde este nuevo empoderamiento, las mujeres podrán a continuación implicarse en la política local y ser ellas mismas quienes desde este nuevo status promuevan la independencia político-social de las mujeres en sus comunidades.
Ya lo dijo Calderón de la Barca en el siglo XVII: “Venciste, mujer. Con no dejarte vencer”.
Mi agradecimiento a Sarai Martín y Jon Mancisidor.
En 1996 once miembros de los cuerpos diplomáticos de Alemania, Francia y España fueron interceptados por un equipo de asalto cuando viajaban por el país galo en misión diplomática. El conductor del vehículo resultó herido de gravedad y las autoridades francesas perdieron la pista de los once diplomáticos, de los que no se supo nada hasta pasados 455 días en que fueron rescatados por la policía española en una operación conjunta con la Europol. En sus declaraciones a los agentes, los once hombres relataron su año y medio de pesadilla, retenidos contra su voluntad, en un burdel de la carretera Madrid-Burgos, a escasos 45 kilómetros de la capital de España. Durante 455 días estos hombres fueron explotados sexualmente y sometidos a todo tipo de vejaciones. «Algunos días eran sodomizados por hasta 30 hombres», explicó el comisario encargado del caso, que rogó se respetara la intimidad de las víctimas que por aquel entonces se encontraban en tratamiento psicológico para superar el trauma causado por su terrible experiencia.
Imposible que algo así haya sucedido alguna vez, te estarás diciendo. De ser cierto, te acordarías perfectamente. Efectivamente, la característica hombre + alto estatus de los protagonistas hace que resulte muy difícil mantener la verosimilitud de esta historia más allá de unos segundos. Si las protagonistas fueran mujeres sin estatus relevante, la noticia no nos extrañaría lo más mínimo. Conocemos con frecuencia noticias de mujeres retenidas contra su voluntad, obligadas a prostituirse en clubes que, lejos de estar ocultos, se anuncian con luces de neón y carteles luminosos parpadeantes cuyo objetivo es precisamente ese: pregonar que están ahí. No son zulos ocultos, vaya. Esas noticias me provocan una mezcla de rabia, tristeza y sorpresa. Si, sorpresa. Porque ¿tan difícil puede ser liberar a esas mujeres cautivas en locales que están a la vista de todo el mundo? Es cierto que de vez en cuando hay detenciones y las consiguientes liberaciones pero, casi siempre, después de muchos meses o años de soportar torturas. No sé si falla la legislación, la falta de voluntad política, policial o social. Pero algo falla.
Espero que no se malentienda el ‘fake’ inicial. Quede claro que no deseo que ningún ser humano padezca agresiones ni abusos sexuales. Pero la inversión de roles siempre resulta efectiva para poner de relieve una injusticia. A veces una falsedad sirve para revelar una gran verdad. Y la verdad aquí es lo poco que importan estas mujeres a casi nadie.
Con ese convencimiento comencé a escribir este artículo hace ya muchos meses, pero entonces, en abril, secuestaron a 200 estudiantes adolescentes nigerianas. Y la comunidad internacional se indignó. Se dijeron grandes palabras. Los Obama, tanto el presidente Barack como la primera dama Michelle, encabezaron la indignación internacional y por un momento pensé que esta ignominia contra la mujer no iba a quedar impune. Sin embargo, la indignación no ha dado paso a la acción. Las mujeres continúan secuestradas. De hecho, después han secuestrado a más. Comprendo que no sea fácil negociar con un grupo criminal radical religioso que intenta a toda costa impedir que las niñas reciban educación en las escuelas y que las mujeres accedan a la universidad. Las tibias y blandengues advertencias de la ONU no hacen mella en los secuestradores. Pese a mi indignación puedo entender la enorme dificultad de manejar y solucionar esta vergüenza internacional. Pero cuando hablamos de mujeres secuestradas en garitos cercanos a nuestras casas, en carreteras por las que pasamos en coche con nuestras familias rumbo al trabajo o a cualquier destino vacacional, y resulta que esto no sucede en Nigeria, sino en un país considerado primer mundo, ¿qué excusa existe?
Se distingue la trata (contra la voluntad de las afectadas) de la prostitución (dicen que ejercida libremente). La primera se rechaza mayoritariamente, pero la segunda se suele defender en aras de la libertad, ¿la de quién? La prostitución, la ejercida por mujeres y consumida por hombres, es decir, la mayoritaria, tiene su origen en la dominación del hombre sobre la mujer, es incompatible con una sociedad que abogue por la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres y, por ello, debería ser erradicada por los gobiernos que lleven colgada la medalla de la igualdad.
Me gustaría compartir algunas consideraciones y reflexiones propias acerca de la prostitución:
-‘Desprettywomanizar’ la prostitución. Hay quienes no ven la prostitución en toda su crudeza. Películas como Pretty Woman o Irma la dulce, buenas o malas, nos hayan gustado o no, edulcoran la realidad y hacen de esta forma de esclavitud contemporánea un asunto menor. Este vídeo protagonizado por la actriz Emma Thompson puede ser un buen antídoto.
–No es el oficio más viejo del mundo. Utilizar la palabra ‘oficio’ dota a la prostitución de una dignidad de la que carece. Como tantas veces repetimos en este blog, no nos dejemos llevar por la inercia tan fácilmente. Cuestionémonos también las frases que llevamos oyendo desde siempre.
–No es inevitable. Con expresiones como la anterior se nos quiere convencer de lo irremediable de su existencia. Como si formara parte de la naturaleza, como los océanos, las montañas y las catástrofes naturales. Es una estrategia evidente para desactivar y desmovilizar a sus detractores. Pero insisto, debemos cuestionarnos todo aquello que se nos vende como verdades inmutables.
–Legalizar la prostitución no es una postura progresista. En algún tiempo también creí que era la mejor opción, pero ahora estoy convencida de que regularla y legalizarla supone la institucionalización de esa forma de esclavitud que es la prostitución. Quienes defienden su regulación están convencidos de que ya que es un mal inevitable, al menos que se ejerza ordenadamente y con ciertas garantías sanitarias para las prostitutas y sus ‘clientes’. Con la pederastia a nadie se le ocurre decir, ‘ya que algo tan horrible va a suceder de todos modos, al menos pongamos orden en el asunto, facilitemos unas instalaciones e higiene adecuadas, unos buenos psicólogos para los niños, unas revisiones médicas periódicas…” Me escandalizo sólo con escribirlo. Pero recordemos que muchas de las mujeres atrapadas en los prostíbulos son menores de edad.
–Aceptarla cuando es voluntaria. Cuestiono mucho la libertad de elección que hayan podido tener las mujeres que ejercen la prostitución. Que no fueran obligadas con una pistola en la sien no quiere decir que fuesen libres. Más bien creo que responde a situaciones de supervivencia, contexto en el que la libertad escasea. En todo caso, se baraja que el 90% de las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen obligadas.
–El papel de los medios de comunicación. El pasado 4 de julio, Televisión Española emitió en un Telediario un reportaje que era toda una apología de las geishas. Con las geishas se eleva a cultura lo que no es más que prostitución. Quitemos el decorado, el delicado y sublime kimono, la parsimonia al preparar y servir el te y la tradición milenaria que sostiene todo el montaje y el resultado es prostitución sin ambages.
–Afirmar que es un trabajo como otro cualquiera, es pura pose. Jamás he sabido de persona alguna que comente con naturalidad o cierto orgullo que su madre, su mujer, su hija o su hermana son prostitutas. Y mucho menos que las recomienden para aumentar su clientela, como es práctica habitual cuando de verdad hablamos de un trabajo como otro cualquiera. Seguramente, porque en realidad nadie cree que sea un trabajo como otro cualquiera.
En España el proxenetismo, aún con ciertas ambigüedades, está permitido y despenalizado. En este artículo se explica con detalle. En julio, los inspectores de Hacienda solicitaron la cotización de dicha ‘actividad’. Las mujeres sometidas a explotación sexual importan muy poco, las ingentes cantidades de dinero derivadas de su esclavitud que circulan sin control importan mucho. De momento, el debate se ha apagado tan repentinamente como empezó, pero en mi opinión la cosa pinta mal si tenemos en cuenta la tentación que supone para el gobierno incrementar el PIB a costa de lo que sea y la excusa de que es una normativa comunitaria de obligado cumplimiento.
Según un informe de la ONU de 2010, Europa tiene a 140.000 mujeres esclavizadas en la prostitución, aunque hay asociaciones que hablan de 500.000 mujeres obligadas a prostituirse en España. Inaceptable, en cualquier caso. Señala el informe que la mayoría fueron engañadas, amenazadas, chantajeadas o coaccionadas y provienen sobre todo de los Balcanes, de la antigua Unión Soviética, de Suramérica, Europa Central, Àfrica y Asia Oriental para terminar prostituidas en Alemania, Holanda o España. En cuanto a los ‘consumidores’, que bien podríamos llamar violadores, en España, según el mismo informe de 2010, un 39% de hombres reconocía haber pagado por sexo alguna vez en su vida. Una cifra atípica en Europa, por lo elevada, según la ONU. Paradójicamente, la ONU se ha mostrado últimamente partidaria de la legalización. Un grupo de mujeres supervivientes de la trata y asociaciones y ONGs discrepan y así se lo hicieron saber en septiembre de 2013.
¿Once diplomáticos europeos secuestrados y explotados sexualmente durante 455 días? Imposible. Esa tortura está reservada para las mujeres, que están ahí mismo, en cualquier carretera o polígono industrial de nuestra geografía. De verdad, ¿tan difícil es liberarlas?
Suena mal el título ¿verdad? Es un tanto ordinario, ¿a que sí? Hasta tal punto de que algunas de mis compañeras de Doce Miradas me observaron con cara de “no tendrás el valor…” cuando les dije cómo pensaba empezar este post. Pues sí, me he tirado a la piscina. Y eso que, como digo, suena mal, es una ordinariez y una grosería. Pues esa ordinariez, esa grosería, y otras por el estilo, las tenemos que soportar prácticamente todas las mujeres a lo largo de nuestra vida. Y da igual que seas guapa o fea, alta o baja, delgada o gorda, joven o vieja… Da lo mismo. Siempre hay un “machito” dispuesto a sugerir alguna inconveniencia de este tipo. Y si además van en manada, mejor que mejor. La incongruencia sube de tono y hasta pueden corearla si tienen tiempo para “dedicarte”.
Foto: seduccióncientifica.com
Es un tema que me preocupa profundamente. Por varias razones que voy a tratar de exponer y si se me da bien, hasta de explicar.
Recuerdo que era verano. Creo que sería el de las vacaciones de octavo de E.G.B. o como mucho de primero de B.U.P. Se me acercó un señor mayor. Muy mayor. Y me dijo algo muy bajito. Incauta de mí que aún no sabía de qué iba aquello, le sonreí y le dije que no le había entendido. Y entonces sí que le entendí. Me espetó una burrada que no voy a repetir ahora. Y de esa forma tan brusca me introdujo en el mundo en el que las mujeres somos la diana de sus ordinarieces. Y lo que es peor, experimenté por primera vez la reacción que luego, y con mucha rabia por mi parte, he repetido a lo largo de mi vida una y otra vez: sonrojarme, decir un imbécil muy bajito, y marcharme lo más rápido que he podido de allí. Sin mirar para atrás, no vaya a ser que encima sonría con satisfacción. Y no sé qué me enfada más: si que el “salido” de turno me diga una cosa de este estilo o mi reacción de no plantarle cara. Porque yo siempre he alucinado con mi forma de actuar ante estas situaciones, similar, muy similar, a la de muchas otras mujeres. Quienes me conocen, saben que lo políticamente correcto no es precisamente mi fuerte, que soy muy clara hablando y que no me gustan las medias tintas. Pues algo pasa en mi mente, que cuando un “señor” me dice algo, hago lo mismo que la primera vez: sonrojarme, susurrar bajito y salir “por patas” de allí. Y sólo le encuentro a esto una explicación: que la programación a la que nos han sometido a las mujeres y a los hombres, es que ese ser “superior” que es el hombre, puede decirte lo que quiera, cuando quiera y donde quiera y que tú, mujer débil, ser inferior de la especie humana, tienes que aguantar este tipo de cosas por la calle y hasta incluso, si me apuras, estar agradecida por ser objeto de deseo. Ante el hombre, su superioridad y su deseo sexual, una tiene que agachar la cabeza y aceptar. Aunque no quiera. Porque esto es así y está institucionalizado desde el hombre de las cavernas (expresión, también socializada y admitida de la que se deduce que en las cavernas sólo había hombres y nunca mujeres, pero eso ya es tema de otro post).
Por otro lado, me preocupa también la actitud de los hombres, que no van de machistas e incluso ondean la bandera feminista o cuando menos la de la defensa de los derechos de la mujer, cuando les cuentas historias de este estilo de las que, estoy más que segura, ellos han sido testigos y, algunas veces, hasta partícipes, aunque quiero pensar que no, que mis amigos no. La risa, y por lo tanto la incomprensión, están aseguradas. Te llegan a decir que ojalá y les pasara a ellos, que alguien les dijera eso por la calle porque se sentirían hasta afortunados, con lo que casi casi te están diciendo que de qué te quejas y que tendrías que sentirte halagada. Y ves que no se dan cuenta de la agresión que significa para nosotras hasta que les preguntas que qué sentirían ellos si un día por la calle, no ya una señora de buen ver (que es lo que les viene a la cabeza) si no un hombre con cara y voz de deseo, se les hubiera acercado cuando tenían catorce años y les hubiera espetado una grosería de este estilo. Y entonces, la cara les cambia. Porque ya no se trata de que el ser “inferior” y sometido de la especie les diga algo que les provoque, sino que otro ser “superior” a ellos les proponga algo que les repele. Y les haces hincapié en lo de los catorce años. Y las caras se les vuelven a cambiar.
Entonces es cuando ya les puedes explicar que lo que te dicen es como si te hubieran dado una bofetada en pleno rostro. Que es mucho más que una grosería y por supuesto, algo muy alejado de la gracia. Que es un ataque y que, como todo ataque, es violencia. Violencia verbal pero violencia al fin y al cabo. Violencia. Violencia machista. De la que sigue estando socializada y de la que, sin lugar a dudas, emanan otro tipo de violencias, entre ellas, la física. Que cuando hablamos de cambiar las cosas, no sólo nos referimos a las grandes, a las que parecen más importantes, a las políticas sociales. Hablamos también de eliminar esos comportamientos admitidos en la sociedad pero que, no por soportados, dejan de ser insoportables, y que muchas veces son el origen de otras conductas mucho más graves. Y que, además, las mujeres también interiorizamos esas actuaciones como algo normal. Que nos enseñaron que si vas por la calle y alguien te dice “tía buena”, o disecciona cada una de las partes de tu cuerpo como si fueras una rana y hace un comentario sobre alguna o algunas de ellas, tienes que sonreír y sentirte halagada. Y sonríes y te sientes halagada. Porque así te lo dijeron. Aunque no te haga ni gracia. Aunque sabes que, por respeto a otro ser humano, tú no lo harías nunca. Pero cuando ya pasa a mayores, te sientes ofendida pero también culpable y te miras a ver si te has puesto la falda más corta de lo habitual, los tacones más altos o el escote adecuado.
Foto: entretenimiento.terra.com
Violencia. Culpa. Actitud interiorizada, socializada y admitida, disculpada muchas veces como un “micro-machismo” como si las proposiciones sexuales estuvieran al mismo nivel que cuando te sirven a ti el café y a él la cerveza.
Me preocupa también esa normalización de esta actitud por parte de las mujeres y creo que ése puede ser el origen de los resultados de la encuesta europea sobre la percepción de las mujeres hacia la violencia machista, en los que se desvela que las mujeres del norte creen que hay más machismo en su país que el que perciben las féminas de los estados del sur pero que las del sur denunciamos más que las del norte. Porque en el norte, un piropo, una mirada mal echada, una grosería, es considerada como una actitud machista mientras que en el sur, un piropo es agradecido, una mirada mal echada es soportada y una grosería es gruñida por lo bajinis. Y denunciamos más aquí porque las cosas llegan más veces, más lejos que allí motivado, quizás, porque la ciudadanía entiende como normales situaciones que no lo son.
Y que nadie piense que me voy a los extremos. A mí no me molesta que mis conocidos y conocidas me digan qué guapa estás esta mañana. Me lo tomo con tanta normalidad como cuando me dicen que qué mala cara tengo y que si he dormido bien. Pero sí me indigna que alguien a quien no conozco de nada se atreva, en voz alta, a opinar sobre mí, sobre mi aspecto físico, mi anatomía, mi forma de andar o las curvas o no curvas de mi cuerpo. Tanto para bien como para mal. Porque siempre, cuando me he alejado unos pasos del hombre en cuestión siempre se me ocurren dos preguntas que nunca me he atrevido a plantárselas en la cara: ¿quién te has creído que eres tú? Pero sobre todo ¿q-u-i-é-n t-e h-a-s c-r-e-í-d-o q-u-e s-o-y y-o?
Organizaciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europa, o entidades privadas como McKinsey y Goldman Sachs, llevan tiempo exhortando sobre la necesidad de incluir a las mujeres en la economía global.
“¡Oiga! Pero si las mujeres ya están en la economía global”, habrá quien diga. Y sí, sí… cierto es que estamos. De hecho, trabajamos mucho y duro. Pero no estamos en todas partes y es aquí donde se esconde el quid. Porque faltamos ahí (dedo apuntado al cielo). Faltamos ahí arriba. Donde empieza todo… Donde habitan el poder y el dinero; esa unión interesada, sempiterna y… tan masculina.
Cuánto más alto el vuelo, más abajo las mujeres (teoría nº 1)
Allí donde se toman las decisiones que gobiernan el mundo, la presencia femenina es menor que en las minas del rey Salomón… Allí están ellos. Según la gente de Forbes, que hace listas para todo, de las 72 personas más poderosas del mundo en 2013, 9 eran mujeres. Una presencia en el poder del 12%, por tanto, frente a otra del 50% en la sociedad. ¿Y qué sucede con la lista de multimillonarios? Pues en ésta, entre las 100 personas más ricas del año 2013, el 11% eran mujeres.
Reunión de Rajoy con los empresarios en mayo de 2014
Tal y como apunta la directora del Instituto Europeo para la Igualdad de Género, Virginija Langbakk, el salto de género más grande está precisamente “en el área del poder”. Señala, asimismo, que en la UE no estamos siquiera a mitad de camino en la conquista de la igualdad en lo relativo a la toma de decisiones de alto nivel. En este vídeo, explica cristalino la trascendencia que tiene que las mujeres estén allí donde se decide el destino del conjunto. La trascendencia de llegar al poder.
Y ¿qué hay de las mujeres en los puestos de mando? Sólo un 10% de las mujeres ocupa cargos en la alta dirección. Los Consejos de Administración de las empresas del IBEX —obligados por ley nacional y europea a contar con una presencia femenina no inferior al 40%— no llegaban al 14% en 2013. De 490 consejeros, sólo 68 eran mujeres y todavía hay 4 empresas sin una sola mujer con algo que aconsejar: Endesa, Gas Natural, Sacyr y Técnicas Reunidas. Nótese.
No obstante, a mi modo de ver al menos, el clamor llega cuando dirigimos la mirada en otra dirección y nos encontramos con cifras como ésta: el 60% de las licenciaturas corresponde a mujeres. ¿Conclusión objetiva y demoledora? Ellas están mejor formadas, pero son ellos quienes llegan a lo alto. Haces toc-toc y suena a cristal del duro.
Bajando a tierra
En lo relativo a las diferencias en el ámbito económico-laboral, los datos parecen indicar que con arreglo al ritmo de avance actual, en Europa necesitaremos cerca de 30 años para alcanzar el objetivo de tasa de empleo femenino, y unos 70 para hacer realidad la igualdad salarial. Ésa que quedó promulgada en el Tratado de Roma del 57 y que candorosamente decía aquello de “a igual trabajo, igual paga”.
¿Y cómo está aquella brecha salarial casi 6 décadas después? Pues tal que así: por cada 84 euros que gana ella, 16 más que se lleva él. En resumen, las mujeres europeas regalamos 59 días al año, y en países como Alemania o Austria, algo más incluso. Que la desigualdad allí supera la media del 16% para alcanzar el 20. (Dato ser malo… y mujeres estar cansadas de ser pacientes y generosas).
Relacionado con este capítulo nos encontramos además con algunas derivadas que exigen mención. Por ejemplo, el arraigo de la idea a la hora de despedir, de que el desempleo masculino es más serio que el femenino. (Ya se sabe que el cabeza de familia es quien procura la caza y todo eso…). Y nos encontramos también con que, consecuencia de este combinado, las pensiones de la mujer europea son inferiores en un 38% a las de los varones y que, por ende, su riesgo de caer en la pobreza es superior.
A por el siglo XXI
Dicen que Gabriel García Márquez afirmó que “lo único realmente nuevo que podría intentarse para salvar a la humanidad en el siglo XXI es que las mujeres asuman el manejo del mundo”. Aventurado darle la razón, aunque no cuesta comprender su descrédito por el chiringuito en el que vivimos (un vistazo a cualquier portada de periódico y coincidimos en masa). En todo caso, son cada vez más frecuentes las experiencias de éxito que apuntan que la presencia efectiva de mujeres en los órganos de decisión de gobiernos y empresas es suficiente para marcar la diferencia. Es lo que tiene la diversidad. La incorporación de nuevos valores, capacidades, ideas, energías… Enriquece.
Ya lo señaló Covadonga Aldamiz-echevarría en su entrevista con Begoña Marañón, aquí en Doce Miradas: existen informes como el de Catalyst que indican que entre las 500 empresas más grandes de todo Estados Unidos, “aquellas con más mujeres en sus juntas directivas generan un 42% más de beneficios sobre ventas y un 66% sobre capital invertido”. Ahí es nada. Si esto no es un motivo de peso para las empresas avispadas, ¿qué puede serlo?
Pues aquí va otro: las mujeres toman el 80% de las decisiones de compra.
El día que las mujeres comprendan que pueden, volarán (teoría nº2) La presencia de las mujeres en las altas esferas ronda el 10-15%. Verdad verdadera cuya evolución depende de múltiples factores: la implementación de políticas públicas serias y, sobre todo, coherentes; un cambio en la cultura empresarial (por los motivos que sea); la concienciación de la sociedad sobre la necesidad de cambio; el apoyo de los medios de comunicación; el impulso desde el ámbito educativo y… (parece ser), la evolución depende también del paso del tiempo. Más paciencia, por tanto, para ese hueco mullido en las nubes.
De cada 10 decisiones de compra, 8 corresponden a mujeres. Segunda verdad verdadera y poderoso motor de cambio para volar a altura que cada cual desee. Porque éste lo arrancamos nosotras. Y es que el día en que las mujeres adquiramos conciencia (individual y colectiva) de que no estamos donde debemos, ese día dejaremos de hablar de evolución para empezar a hablar de revolución y transformación… Un cambio radical del que podemos ser protagonistas, propiciado por el fin de la paciencia y la vuelta a la acción. Y además, habrá más hombres que en el pasado empujando. Sólo queda decir, lean por aquí y por allí para amueblar sus argumentos… y, por supuesto, más madera!
Desde mi más tierna infancia siento pulular a mi alrededor una convicción que yo nunca he visto demasiado clara; por no decir que discrepo ampliamente con ella. Me refiero a aquello de que ser mujer es la pera y que ellos se lo pierden. En el entorno en el que me muevo no he encontrado ni un solo hombre que diga que si fuera posible se cambiaría por una mujer. Si preguntas a la gente de clase media si preferiría ser rica, la respuesta sospecho que sería demoledoramente unánime. Luego, no va a estar tan claro que ser mujer sea lo más. Y va a ser por algo. Sé que este planteamiento no tiene nada de científico ni puedo avalarlo con datos respetables ni porcentajes. Que nadie se me eche encima, que he empezado por decir que “siento pulular una convicción”. Cero rigor. Pero me sirve como pie para explicarme mejor.
A la mayoría de las mujeres que yo conozco y he preguntado por esto, les gusta ser mujeres. Tengo una amiga que se echa las manos a la cabeza cuando le digo que llegar con buen pie a este mundo es nacer hombre. Entonces ella, con toda su santa paciencia, me improvisa un listado de capacidades biológicas y emocionales que justificarían que la nuestra fuera una aventura fascinante. No lo veo. Me siento mujer y ejerzo y hago lo que puedo con el lote que me ha tocado, pero se me hace muy cuesta arriba. Y es que básicamente, a mí ser mujer me da rabia.
Busco “rabia” en la Wikipedia y me deriva al vocablo “ira”, que suena más fuerte, pero me vale: “La ira o rabia es una emoción que se expresa con el resentimiento, furia o irritabilidad… Algunos ven la ira como parte de la respuesta cerebral de atacar o huir de una amenaza o daño percibidos.[] La ira se vuelve el sentimiento predominante en el comportamiento, cognitivamente, y fisiológicamente cuando una persona hace la decisión consciente de tomar acción para detener inmediatamente el comportamiento amenazante de otra fuerza externa”.
Permítanme un destacado de la definición: resentimiento que provoca irritabilidad. Respuesta de atacar o huir de una amenaza o daño percibidos. Sentimiento predominante, cuando se decide actuar para detener el comportamiento amenazante. Así es como yo me siento infinidad de veces. Sospecho que muchas mujeres también. La rabia no es una emoción liberadora; al contrario, oprime y no construye, al menos en su fase explosiva. Pero yo pienso que es sumamente necesaria como motor de cambio. Si no sientes la rabia, no te mueves. A veces sintiéndola, tampoco, por aquello de “¿Qué puedo hacer yo sola?”.
La esperanza está en que rara vez se está solo. El desencanto social que han provocado la clase política, la banca… ha llevado a muchas personas a manifestar su rabia y a agruparse para hacerse oír y forzar el cambio. El nacimiento del movimiento del 15M es un ejemplo significativo de la canalización de la rabia hacia la movilización. A mí me emocionó el 15M y no puedo dejar de citarlo cuando pienso en la rabia como fuerza generadora de una revolución.
Volviendo a lo que nos atañe en Doce Miradas, en esta ginkana por la igualdad yo no me siento sola, pero sí poco acompañada. Somos muchas las mujeres que hemos dado el paso de hacernos oír, de compartir cómo nos sentimos en nuestro entorno más próximo. Las respuestas a nuestra militancia son dispares y todavía muchas establecen una gran distancia con nuestros planteamientos. Pero seguimos intentando explicar cómo lo vemos y qué queremos. Cada vez somos más las personas convencidas de que nuestra sociedad soporta aún una pesada carga de tradición machista, que no permite a las mujeres moverse ni crecer como lo están haciendo los hombres. Y entre ese nutrido grupo de personas que simpatizan con la causa de la igualdad, echo en falta la iniciativa que cabría esperar de muchos hombres que ya están de nuestro lado.
Esto que digo no pretende ser un ataque a los compañeros de viaje. Creo sinceramente que el peso de la educación recibida, de los marcos de comportamiento aún vigentes, de los estereotipos… hacen muy difícil a los hombres detectar situaciones o actitudes que, a pesar de ser indignas para las mujeres, están aceptadas socialmente. Ya hemos hablado de esto en Doce Miradas, pero yo quiero hacer hincapié, por ejemplo, en lo común que resulta entre los varones referirse al cuerpo de las mujeres como si el sentido de ser visible a sus ojos fuera meramente valorar su capacidad de provocarles la libido. Me refiero también a la habilidad de los padres para situarse, con asombrosa celeridad, en un segundo plano, en el momento en el que aparece la madre de la criatura. Y destaco la normalidad con la que los profesionales de cualquier sector aceptan la ausencia de mujeres en las mesas de decisión. Apunto a los organizadores de eventos a los que no compensa el esfuerzo de conseguir que en sus programas puedan leerse nombres de mujeres capacitadas, cuanto menos, al mismo nivel que los hombres que se dirigirán finalmente al auditorio. Quiero poner sobre la mesa, en definitiva, esa actitud tan común entre los varones de pretender estar tranquilos (sin entorpecer, pero sin excesiva implicación), mientras las mujeres nos desgastamos en reivindicar la igualdad.
Me refiero también a la tolerancia que todavía hoy -aunque de forma minoritaria-, encuentran quienes ejercen violencia machista en justificaciones como: “Era buena persona, pero ella le dejó y se volvió loco; no es un hombre violento, pero el alcohol le hace perder la cabeza; vestirse así es buscarse un problema; de dónde vendría a esas horas; los problemas económicos le hicieron perder el control…”. Recientemente hemos leído que uno de cada tres hombres se muestra tolerante con algún tipo de violencia de género. Es justo decir también que hay hombres que toman muy en serio su papel en la denuncia y sensibilización y están comprometidos y activos contra la violencia de género y la lucha por la igualdad junto a las mujeres.
Creo que en nuestra sociedad, hombres y mujeres andamos un poco escasos de sentido de la justicia. Hay situaciones que nos deberían estar provocando ya esa rabia que nos ponga en movimiento, que nos ponga a trabajar en el cambio. Si no sentimos la rabia, no podemos transformarla. Si dejamos de sentir rabia cada vez que una mujer ha sido asesinada, golpeada, humillada, vejada… convertimos a esas víctimas en meros números que sumar al cómputo anual. Si no nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos cuentan que un 10% de jóvenes estadounidenses admite haber perpetrado violencia sexual o que un 22% de las europeas ha sufrido violencia machista, la gravedad de estas informaciones morirá con el reciclaje del papel del periódico que la recogió. La rabia no es constructiva si se queda en arrebato, en malestar. Pero es potente si la compartimos, si la transformamos y le damos un objetivo claro y un compromiso reforzado y compartido en el grupo social.
Termino con este tema de Bebe que se me antoja un empoderamiento con melodía en toda regla. “Pafuera telarañas” visibiliza la rabia convertida en energía, en el hallazgo de las riendas que nos pueden permitir cabalgar. “… Hoy vas a mirar palante, que patrás ya te dolió bastante…”.
Este miércoles 28 de mayo, todas las personas que formamos Doce Miradas, podremos por fin celebrar nuestro primer añito de vida: las que nos leéis, las que comentáis, las que tuiteáis, las que trabajáis por romper techos de cristal, las que nos regaláis vuestra mirada invitada…
Y hablando de regalos, hoy os dejamos el que nos ha hecho Pernan Goñi poniendo imagen a nuestro manifiesto, lo único que teníamos claro cuando arrancamos esta aventura.
QUEREMOS
Construir un espacio común para hombres y mujeres que sea más justo y equilibrado.
Impulsar la participación y reconocimiento de la mujer en la esfera pública.
Desprogramar los roles de género, socialmente construidos.
Ofrecer a la infancia imaginarios alternativos que conformarán las actitudes del futuro.
Evidenciar que el reconocimiento de derechos legales no implica su puesta en práctica en la sociedad.
Incidir en la importancia de las personas como agentes de cambio, no sólo en sus relaciones sino también en sus entornos.
Y nos comprometemos, en definitiva, a trabajar para hacernos visibles y construir un nuevo discurso que acelere este cambio.
Acompañadme en este recorrido intelectual y sentimental por el que he transitado en las últimas semanas: una novela me ha llevado a las it girls, de ahí he pasado a las flappers y ya veremos a dónde nos lleva esta reflexión mía sobre las mujeres en la historia y en la cultura popular.
Todo empezó con una novela
La novela es Betibú, de Claudia Piñeiro, una escritora argentina que cultiva, entre otros, el género negropolicial. Betibú es su décima novela. La publicó en 2011.
La protagonista de Betibú es Nurit Iscar, una escritora en horas bajas que tiene que aceptar un trabajo puramente alimenticio, contratada, además, por un examante que no se portó bien con ella y le puso el sobrenombre de Betibú porque, según él, se parecía a Betty Boop, el dibujo animado creado por Grim Natwick en 1930.
Betty Boop
(commons.wikimedia.org)
Piñeiro dedica un par de páginas a hablar de Betty Boop. Una de las amigas de la protagonista dice de ella que encarna el prototipo de mujer “sexy y mandada” y, como me ha hecho gracia la expresión, la he puesto en el título del artículo.
¿En quién se inspiró Betty Boop?
Hay quien dice que, para crear a Betty Boop, Natwick se inspiró en la actriz Helen Kane y así lo defiende Piñeiro en la novela;hay quien dice, en cambio, que se inspiró en otra actriz: Clara Bow.
En realidad, pudo haberse inspirado en las dos, pues, además de parecerse físicamente, Kane y Bow llevaron vidas bastante paralelas.
Las dos eran neoyorkinas (Bow nació en Brooklyn y Kane en el Bronx) y coetáneas (Kane nació un año y seis días antes que Bow y murió un año y un día después), fueron tremendamente conocidas y populares en su época (Bow llegó a recibir 45.000 cartas de admiradores en un mes; en cuanto a Kane, se comercializaron muñecas que llevaban su nombre y se organizabanconcursos de imitadoras de su aspecto) y las dos se comportaban pública y privadamente de manera “escandalosa”.
Bow, además, fue la primera it girl de la historia (la empezaron a llamar así después de protagonizar la película It) y tanto ella como Kane, por sus papeles de “marimacho” y desenvueltas, encarnaron el espíritu flapper de la época.
¿Qué fueron las flappers? ¿Qué fue de ellas?
Copio y adapto de Wikipedia una definición básica de flapper:
Flapper es un anglicismo que se utilizaba en los años 1920 para referirse a un nuevo estilo de vida de mujeres jóvenes que usaban faldas cortas, no llevaban corsé, lucían un corte de cabello especial (denominado bob cut), escuchaban música no convencional para esa época (jazz) ytambién la bailaban. Usaban mucho maquillaje, bebían licores fuertes, fumaban y conducían. En general, su conducta suponía un desafío a lo que entonces se consideraba socialmente correcto.
Las flappers, además de una disidencia estética, que ha sido la que más ha perdurado, también supusieron una disidencia ética, un profundo cambio en el estilo de vida de las mujeres, porque hablaban abiertamente de sexo y de contracepción y ponían el pie en lugares públicos, lúdicos y laborales, que hasta entonces habían sido solo de y para hombres.
Pero su apuesta ética, que fue poderosa y nada desdeñable, se ha diluido, hasta perderse, diría yo, pues de ellas en el imaginario colectivo ha quedado poco más que las faldas, los collares largos y los tacones; han quedado reducidas a lo accesorio. Quizás porque su “reinado” acabó abruptamente, en 1929, con el crash de Wall Street, la subsiguiente Gran Depresión de los años 1930, su reacción conservadora y el despertar del extremismo religioso, tan dañiño todo ello para las libertades, especialmente las de las mujeres.
¿A qué os suena esto?
Salta a los ojos el paralelismo con lo que vivimos hoy en día. Por eso me he acordado irremediablemente de un libro que en su época marcó mi formación emocional: se trata de Reacción, de Susan Faludi, y habla (o hablaba, porque se publicó en Estados Unidos en 1991, hace ya un tiempecito) de esto mismo, de cómo en los años 1980 “antes de que los logros feministas llegaran a consolidarse en un auténtico cambio institucional, se desató un vasto e insidioso contraataque, en muy diversos frentes”. Uno de esos frentes, muy virulento, fue la cultura popular.
Susan Faludi, que cumple años el mismo día que yo, maneja y defiende brillantemente la tesis de que varias veces en la historia, cuando las mujeres estamos a puntito de lograrlo, de consolidar nuestro poder, ¡zasca!, viene una ola reaccionaria que vuelve a ponernos «en nuestro sitio”.
He vuelto a hojear Reacción (Backlass) y he redescubierto con sorpresa que la cuarta parte se titula “Repercusión de la reacción sobre la mente, el trabajo y el cuerpo de las mujeres” , uno de sus apartados “Los salarios de la reacción: sus repercusiones para las mujeres empleadas” y otro “Los derechos reproductivos bajo la reacción: invasión del cuerpo de la mujer”.
En fin, todo este recorrido mío ha sido para concluir en algo que ya sabíamos: que los avances en la conquista de la igualdad no han sido continuos ni lineales, que hemos conocido épocas de progreso y épocas de retroceso. Y es evidente que ahora nos toca recorrer lo ya andado y, en parte, volver a empezar. ¿Desde la casilla de salida?
Parecía que no iba a llegar nunca, pero llega. Quedan solo tres semanas para celebrar el primer aniversario de Doce Miradas con un evento rompedor.
Será el miércoles 28 de mayo a las 17:30 en la Universidad de Deusto, concretamente en el auditorio de La Comercial del campus de Bilbao. La asistencia será libre y gratuita, pero necesitamos que os inscribáis. Traed, si queréis, a vuestras hijas e hijos.
¿Qué vamos a hacer? En primer lugar, repasar este año que ha transcurrido en vuestra compañía, en la de las miradas invitadas en especial, y daros las gracias por ello.
Luego vendrá el plato fuerte, con dos personas expertas: Maru Sarasola, consultora en igualdad, e Ibon Uribe, alcalde de Galdakao y miembro del Observatorio de la Violencia de Género de Bizkaia, en representación de la Asociación de Municipios Vascos (EUDEL). ¿De qué hablaremos? Pues de nuestro libro: los techos de cristal, la representación o infrarrepresentación de las mujeres en la vida pública y en los foros de decisión, los estereotipos dañinos…
A continuación celebraremos un coloquio lo más abierto y participativo posible y acabaremos tomando un vinito de Remírez de Ganuza.
¿Quién va a estar con nosotras? Además de Maru e Ibon, Pernan Goñi con su graphic recording, Iñigo Ibáñez haciendo fotos y Josi Sierra emitiendo en streaming.
Por supuesto que intentaremos reunirnos físicamente las Doce Miradas, cosa que hasta hoy nunca ha sucedido. ¿Cómo nos reconoceréis de entre los centenares de miles de personas que acudirán a nuestro evento? Muy fácil: luciremos los broches de la foto, diseño exclusivísimo para nosotras y solo para nosotras, a cargo de May Serrano.
Entonces, ¿qué?, ¿qué os parece el plan? ¿Nos juntamos ese día y rompemos varios techos? No necesitáis traer la herramienta. Os la proporcionamos nosotras.
Cuándo: miércoles 28 de mayo a las 17:30. Dónde: auditorio de La Comercial, Universidad de Deusto (campus de Bilbao). Inscripción: formulario.