Aquí huele a Varón Dandy
14/04/2015
Carmen Muñoz, @CarmenMunozL, ha dedicado toda su vida profesional a la comunicación y la gestión empresarial, pero se ve a sí misma como una analista social. Feminista vital, está realizando su tesis doctoral en Sociología sobre los planes de igualdad en las empresas porque la igualdad de género es su verdadera inspiración. Convencida de que la revolución social solo es posible con la participación activa de las mujeres. Un día se puso las gafas violetas ¡y le cambiaron la vida!
No sé si os está pasando a vosotras, pero últimamente a mí todo me huele a colonia testosterónica, de esa que, si tienes la mala suerte de que te toque alguien al lado con ella puesta en un largo viaje, prefieres no respirar a morir oliendo tales efluvios. No exagero. Últimamente huele mal, muy mal, porque hay demasiadas malas noticias para las mujeres: un rebrote espectacular de la violencia machista se está convirtiendo en el pan nuestro de cada día y un sarpullido continuo de micromachismos cotidianos nos deja el corazón lleno de ronchas. No, no creáis que estoy exagerando. Estos últimos meses se han convertido en una pesadilla para las mujeres y niñas. Por un lado, porque las cifras que atañen a esta violencia de género crecen sin parar y, por otro, porque no dejamos de oír a nuestro alrededor a los machirulos (no sé quién ha creado este término pero me encanta) con poder, diciendo y haciendo machistadas, de las que en mayor o menor medida se hacen eco los medios de comunicación.
LOS MACHIRULOS
Algunos se ríen condescendientemente, otras nos ponemos de muy mala leche. Pero ocurre que, aunque un político o una institución haga apología del machismo, no pasa nada. ¡Señores, que su sueldo también lo pagamos nosotras! En verano nos desayunábamos con el alcalde de Valladolid, que no quería entrar en un ascensor con mujeres porque podían quitarse la ropa y acusarle de violación. Pues sorpréndanse: ¡se presenta a la reelección!
Y no crean que ha empezado mejor la primavera. Estos días hemos tenido de aperitivo a la Guardia Civil haciendo gala de su supina ignorancia en cuanto a violencia de género y con ello riéndose de todas las mujeres con un tuit que solo muestra la falta de interés de algunas instituciones por un tema que debiera ser su prioridad.
Yo, a todos estos, los trasladaba durante una temporadita a una casa de acogida de mujeres maltratadas y agredidas sexualmente para escuchar en primera persona lo que dicen. Vete tú a saber, igual ni con esas lo entendían. Es lo que tiene la testosterona cuando invade el cerebro: lo transforma en un pene y te deja tonto del culo.
INVISIBILIZADAS
Las buenas noticias, esas que debieran hablar de los logros de las mujeres, o simplemente de mujeres que trabajan y ponen en valor su talento, son muy escasas. Y cuando hablo de trabajo no solo me refiero al ámbito profesional, pues hay actividades que se desarrollan en la sociedad civil que tienen que ver con el asociacionismo, con el voluntariado, con la política de base y con tantas y tantas cosas en las que las mujeres desarrollan un trabajo invisibilizado y de las que apenas se habla. No digamos ya el trabajo doméstico y de los cuidados, en el que desafortunadamente ellas siguen siendo dueñas y señoras, porque mientras ellas limpian la casa y cuidan a toda aquella persona que entra por la puerta, la corresponsabilidad se esfuma por la ventana. Y no exagero: solo hay que hacer una pequeña búsqueda en las estadísticas del INE, en un apartado que se denomina Encuesta de Empleo del Tiempo y te saltan los datos a la yugular: “Las mujeres dedican cada día dos horas y cuarto más que los hombres a las tareas del hogar y sigue habiendo una diferencia de participación en el trabajo no remunerado de 17 puntos porcentuales a cargo de las mujeres (74,7% los hombres y 91,9% las mujeres)”. Sírvanse profundizar, ya que estamos en la cocina.
NI MUJERES PRIVADAS, NI MUJERES PÚBLICAS
Qué bien estaría (o mejor, qué justo sería) hacer un esfuerzo por introducir este tipo de noticias en el discurso mediático cotidiano, para recibir así la consideración que se merece la mitad de la población: nosotras, las mujeres. Romper esa división entre la vida privada y la vida pública es una asignatura pendiente que ya Kate Millett denunció hace más de 40 años: “Ni mujeres privadas, ni mujeres públicas: lo personal es político”. Con esta brillantísima idea desarrolló su tesis doctoral en el emblemático año 1968, publicándose dos años después y siendo un éxito de ventas. Hoy, la brillante Kate Millett vive casi desahuciada a sus 80 años, a pesar de lo que dijo la también escritora feminista Andrea Dworkin allá por 2003: “El mundo estaba dormido y Kate Millett lo despertó”. ¡Es el triste destino de algunas feministas a las que tanto debemos!
Pero no se crean, de aquellos polvos estos lodos y aunque sí hemos avanzado, no lo suficiente. Se necesitan mujeres en todos los frentes para convertirse en referentes, para que formemos esa masa crítica de la que hablaba Drude Dalherup, necesaria para influir en todo aquello que nos concierne a nosotras y con ello a este planeta finito en el que vivimos. Cuantas más mujeres haya, mayor será el ejemplo para las generaciones venideras. Es imprescindible. Y esto incluye, aunque a muchas no les guste (soy consciente de que aquí hay gran disparidad de opiniones), a todas aquellas que no son feministas ni de lejos, ni de izquierdas, ni ecologistas, ni internacionalistas. Pero a mí me sirven (aunque no tanto como quisiera), porque crean referentes, porque visibilizan que se puede llegar a donde se quiera, y porque el poder y los puestos de decisión e influencia no son cotos privados masculinos. No solo podemos: ¡debemos!
El problema es que muchas veces nos confundimos. Practicamos poco la sororidad, término creado por nuestra querida Marcela Lagarde, y criticamos a las mujeres por lo que son, en vez de por lo que hacen. ¿Lo han pensado alguna vez? Pues lamentablemente con las mujeres es así, entre nosotras también, y mucho, que aquí no hay quien se salve y un poco de autocrítica no viene nada mal. Sé que cuesta, sobre todo con algunas (me acuerdo ahora mismo de la inadjetivable Fátima Báñez), pero debemos ejercitar la sororidad a cascoporro. Debemos tomar conciencia (que no digo condescendencia) para fijarnos en que, si un hombre se equivoca o fracasa, “el problema es de fulanito”. Si lo hace una mujer, “el problema es de todas las mujeres”. Conciencia sí… y precaución. Si no, luego no nos extrañen los altos porcentajes de deserción que hay en la política y en los altos puestos de empresas y organizaciones copadas por hombres, desafortunadamente casi todas, porque esto de la “maldita paridad”, como algunos energúmenos lo llaman, no termina de ser una realidad. El poder del heteropatriarcado es tan atroz que nos engulle día a día. El otro día un amigo me decía que hasta las listas cremallera en las elecciones son un producto heteropatriarcal. Y no le falta razón.
LA IZQUIERDA Y LA GUILLOTINA
Si no fuera por el feminismo, por la lucha de las mujeres que nos antecedieron, es casi seguro que yo no estaría aquí, no ya escribiendo de feminismo y de mujeres. Es que no estaría escribiendo en un medio de comunicación. Es posible que no supiese ni escribir. Y vosotras, queridas lectoras, no podríais, ni sabríais leer. Algo habremos hecho bien. Yo diría que muy bien, después de más de 200 años de lucha desde que Olympe de Gouges en 1791 escribía la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. En dicho escrito afirmaba que “la igualdad se había quedado en una consigna, ya que los revolucionarios no querían mujeres ni libres ni iguales”. Acabó en la guillotina. Y es que si analizamos la relación de los movimientos de izquierda con respecto a este tema, tampoco salen muy bien parados a lo largo de la historia: siempre, incluso ahora, ha habido cosas más importantes que la de la igualdad de género. ¡Así nos va!
Y digo que habremos hecho bien, porque si por algo se caracteriza el feminismo es por su lucha pacífica: ni una víctima. Al menos en el “otro bando” porque en nuestras filas muchas mujeres han pagado cara su militancia. Hagan un repaso a la Historia, pero a la que habla de mujeres. Perdonen, no me había dado cuenta de que la Historia, si por algo se caracteriza, es porque de ellas se habla poco: la invisibilización es tremenda y parece que no ha habido mujeres en muchos ámbitos de la política, de la cultura, del arte, de la educación, del deporte y un largo etcétera. El pacifismo es femenino, no tengo ninguna duda. Será que las mujeres, aunque nos tachan a menudo de lo contrario cuando defendemos el derecho al aborto, sabemos del valor de la vida.
FEMINISMO RADICAL
Una no recuerda exactamente cuándo se hizo feminista. Es mi caso, pero tengo plena consciencia de que ha sido un proceso a lo largo de mi vida. Pequeñas cosas que suceden a tu alrededor y que no estás dispuesta a admitir y poco a poco vas tomando conciencia, y cuanta más conciencia tomas, más libre te haces. Es la grandeza del feminismo: te da herramientas para dirigir tu vida, para empoderarte y dejar atrás los miedos que nos inculcan todos los días, las “medias naranjas” y tonterías románticas de ese tipo, y las inseguridades que cercenan nuestras aspiraciones. Es poderoso porque nos enseña a decir NO y nos da la libertad de mirarnos con nuestros ojos, no con los de los demás (sí, pongo el masculino a conciencia).
Durante mucho tiempo me ha fastidiado que me llamaran feminista radical solo por ser feminista, como si serlo implicara la radicalidad. Gasté demasiada energía en explicar que el feminismo radical fue un movimiento dentro de la corriente general en los años 70 que se caracterizaba por su lucha antipatriarcal rechazando hacerlo desde el entramado institucional, teoría que, por supuesto, cuando la contaba, a nadie le importaba. Ahora, en estos tiempos malditos, reconozco que no se puede ser feminista sin ser radical, aunque ello no signifique exactamente la radicalidad teórica de los setenta. En un país donde no hay paz para las mujeres, no se me ocurre otra forma. Les puedo asegurar que si tuviera veinte años estaría en Femen: ¡qué valientes!
A lo largo de la historia si alguna vez ha tomado relevancia el feminismo y han resurgido con más fuerza sus reivindicaciones, ha sido en los momentos de transición hacia formas sociales más justas y liberadoras. Este es uno de esos momentos históricos (por eso parece estar “de moda”) que no podemos dejar pasar. De lo contrario, me temo que el olor a Patrick, a Varón Dandy y a Brummel se quedará impregnado para siempre en nuestras vidas. Así que abramos las ventanas, respiremos, salgamos a la calle, tomemos los puestos de decisión y seamos protagonistas de la revolución social. Sin nosotras, me temo, ¡no es posible!