12 miradas oblicuas

noviembre 24, 2015 en Miradas invitadas

asier gallastegi

Asier Gallastegi (@asiergallastegi) – Soy consultor sistémico, formador y coach, especializado en el trabajo desde de la perspectiva sistémica en el mundo de la gerencia, la acción social y comunitaria, los procesos de innovación y el uso de nuevas tecnologías. También soy Profesor en la Universidad de Deusto.

 

 

Marion Fayolle

Imagen: Marion Fayolle

Llegaba el momento de escribir este post. La responsabilidad de acertar, de proponer un texto a la altura de esta casa, estaba convirtiéndose en una especie de monstruo morado de 12 cabezas. Quisieron las musas, ellas, aparecer en forma de lectura nocturna. Georgs Perec en su “Pensar/Clasificar” tras explicar 1.000 maneras de ordenar una biblioteca comenzaba un segundo capitulo con el título que le robo para este post: ’12 miradas oblicuas’. Me regalaba otra manera de escribir, una manera más pequeña, sencilla, una docena de miradas en lugar de una mirada para las doce.

1. Poseer la verdad mata la verdad. Así lo escribe Nuccio Ordine en ‘La utilidad de lo inútil’. Y continúa: ‘Porque creer que se posee la única y sola verdad significa sentirse con el deber de imponerla, también por la fuerza, por el bien de la humanidad (…) quién está seguro de poseer la verdad no necesita ya buscarla, no siente la necesidad de dialogar, de escuchar al otro,..’. La exploración, el esbozo y el balbuceo son la manera de respetar la realidad en su complejidad y lanzarnos a explorarla, para entenderla, entendernos. Yo no sé sobre todo lo que os cuento y voy a seguir sin saber.

2. Penes de baño publico. Hace unos días, mientras una mujer dibujaba una gran fruta roja otros dos compañeros completaron su dibujo como si fuera una gran vulva. Era parte del juego y era divertido. A estos se sumaron dos espontáneos que macerados en alcohol y envalentonados por tantas cosas comenzaron a dibujar penes, de esos que adornan los baños públicos, a diestro y siniestro borrando sonrisas y provocando asco. Al día siguiente descubro a Marion Fayolle y sus dibujos de encuentro, placer, juego sexual creativo,… Una linea sobre un papel puede construir emociones y realidades tan diferentes.

3. Violencia. Hace unos días, entraron en una discoteca y mataron a más de 80 personas. Dos días más tarde, los responsables del país dónde ocurrió esta barbaridad lanzan bombardeos en otro lugar del mundo y lanzan a su policía en la periferia de su capital buscando que los responsables paguen con la misma moneda, su vida. Por cierto, los primeros gritaban, mientras disparaban, que respondían a la violencia de los segundos. No dejo de preguntarme, ¿qué podríamos hacer diferente? En este año, 2015, han muerto más de 50 mujeres asesinadas sólo en España. ¿Qué país invadimos?, ¿a quién bombardeamos? No dejo de preguntarme, ¿qué podríamos hacer diferente?

4. Competencias para emprender siendo mujer. Me ocurrió hace unos meses dinamizando una mesa de trabajo. Escuchaba sobre las dificultades vinculadas al emprendizaje desde las mujeres. El rosario de competencias que aparecían en la mesa no se me hacían nada atractivas. La sensación era la de estar pasando de un traje que ya no servía, pasado de moda, a alguien que llegaba más tarde. Una amiga que sabe mucho más que yo sobre estos temas, y varios otros, me dice ‘Dejarnos llegar y ya decidiremos que hacer’. Yo me aparto, también yo experimento a probarme otras vestimentas.

5. Cristalero de techos. No saber significa también dar un lugar a todo lo que de manera consciente e inconsciente estoy haciendo para que este contexto tan enloquecedor siga desarrollándose como moho en yogur. A veces me gustaría ser más consciente, sobre todo por el dolor que provoco. Hay gente que queriendo hacer las cosas bien las hace realmente mal. Otras me descubro queriendo esa imperfección. Como si ser correcto también pudiera ser una suerte de machismo. Ya sé que es extraño, ya se que suena difícil… Si pudiéramos convivir con nuestras sombras no correríamos a la luz que las alarga.

6. Hay un enemigo que se llama rendimiento. Millones de cabezas y corazones que van un poco más lento que sus pulgares. Dedos ‘gordos’ adelgazando que envían mezclados mensajes del mundo de lo que produce y de lo que reproduce sin distinción y sin mirar horas y días. Desbordados los ríos e inundados los terrenos con la fuerza de las tierras fértiles tras la lluvia y con la presión del rendimiento permanente. Leer a Byung-Chul Han es de una dureza dulce por lo lúcido. Escribe del exceso de positividad, del emprendizaje y la eficiencia como un enemigo interno. ‘De este modo, se sustraen de cualquier técnica inmunológica destinada a repeler la negatividad de lo extraño’. Cuidado.

7. En red Conectadas. Asistiendo sorprendidos a la fuerza de las personas conectadas. No es comunicación, son personas viviendo, trabajando, aprendiendo y compartiendo sus aprendizajes. Personas conectadas con sus pasiones, corazonadas colisionando, encuentros líquidos que erosionan cauces. Hay algo que coge forma, no como acumulación de fuerzas sino como inteligencia colectiva. Otras maneras de ser social y política diferentes a las que se construían a golpe de tiempo robado al cuidado. Esta ocurriendo.

8. Periferias. La nueva realidad, la que va a hacer y esta haciendo nuestras vidas más felices, esta ocurriendo ya. Como todas las ciudades tienen sus ruinas y todos los muros sus grietas, en esos lugares esta ocurriendo ya lo que a veces esperamos que ocurra de una manera más central. Lo que nos importa, desde la vivencia de los desajustes, rara vez ocurrirá en mitad de la plaza, será en la periferia. No hay una alternativa, es un mar de alternativas.

9. Coeducación. Debió de ser en el primer minuto. Cogí a mi hijo y lo elevé con más fuerza de lo que lo hice con mi hija hacía 4 años. Tenía que ver con el desparpajo de la experiencia parental y además, muy seguramente, porque era un hombre, o eso le atribuimos. A mí también me reconocieron así y quizás también me sacudieron más fuerte, o esperaron mucho, o proyectaron lejos, en la esfera de lo publico, que le llaman. Por mucho que me lo pregunto no entiendo su pasión por el fútbol. Estaremos presentes. A veces solo se trata de dejar estar y proponer piñatas con forma más humana.

10. La fantasía de la dualidad. Hay parte de la pelea que la vivo como una trampa. ¿Es esta una batalla entre hombres y mujeres? Y no hablo de encontrar enemigos comunes, que los encontraríamos con cierta facilidad y pudieran ser elementos interesantes a rescatar. Pienso en una mirada que diluye los sexos y los géneros en un continuo con todos los colores y sabores. Hoy utilizando aun nombres que siguen intentando atrapar a lo que todavía suena extraño; mañana sin necesidad de palabras para orientaciones sexuales y corporalidades, cualquiera que sea su concreción. Las fotografías diversas y con el zoom suficiente son las que nos permiten ver los juegos y no volver a repetirlos.

11. Innovación Social. Le estoy dando vueltas a estas dos palabras cuando van la una junta a la otra. Creo, cada vez con más fuerza, que se trata de un concepto en conflicto. Para mí, hablar de cambiar y conservar, de fuera y dentro, de cabeza y corazón… Me sigo peleando cuando alguien no ve el potencial de lo nuevo y lo abierto y también, en el ultimo tiempo, aprendo a escuchar con respeto y afecto sus argumentos. Y cuando exploro este encuentro/desencuentro rescato la necesidad del viaje, del proceso, de caminar conversando, visitando las habitaciones dónde se encuentran los polos para poco a poco hacer el trayecto más corto, más integrado.

12. Rendición. Me rindo. Rendirme es para mí decidir no hacer fuerza, no resistirme. Estaré por aquí y encantado de conversar con quienes queráis comentar este post. Lo que ya os avanzo es que no voy a pelear. Creo que bajar los brazos es el mejor ejercicio para contribuir a cambiar las rutinas y los círculos que hacen que todo siga igual. Lejos de pretender cambiar a nadie, escucharé las criticas como voces que me dicen algo que yo, desde el lugar en el que estoy, no puedo escuchar ahora. Las entenderé como la concreción aquí y ahora de vuestras historias personales, como lo son estas ideas de la mía. El objetivo es ambicioso, vamos lejos, caminamos despacio. No tengo bandera pero esta semana suena este himno.

Eskerrik asko doce miradas. Hoy oblicuas.

Educación en la mirada

noviembre 10, 2015 en Miradas invitadas

josi

Josi Sierra (@josi) – Soy maestro desde 1981 (Profesor de EGB del siglo pasado) y educador de toda la vidaActualmente soy asesor del programa TIC en el Berritzegune Nagusia del Dpto. de Educación, especializado en temas de comunicación. Me licencié en Comunicación Audiovisual por la UPV en el 2009, siendo especialista en TIC y Educación.

 

– “Que suerte tenemos los hombres de trabajar con mujeres como vosotras” le digo a una buena compañera de trabajo.

– “No, nooooo! Qué suerte tienen vuestras mujeres de que trabajéis con mujeres como nosotras” me replica ella, con enfado, sin darse cuenta de que le estoy tomando el pelo, dándole la vuelta a su afirmación.

La verdad es que creo que tengo mucha suerte de trabajar con mujeres, profesionales de gran altura, comprometidas con la enseñanza y la educación.

Y es que quiero empezar esta mirada a la Educación, afirmando que los hombres que trabajamos en el ámbito educativo, tenemos la suerte de que haya una gran presencia femenina en este área: maestras, profesoras y cantidad de trabajadoras sociales, que enriquecen los planteamientos educativos día a día con sus miradas y sus manos, con su esfuerzo por ser buenas profesionales y con la atención y los cuidados que dispensan a las personas de su entorno: educandos y compañeros de trabajo.

La presencia en datos


docentesxgeneroEn la web del
EUSTAT podemos encontrar los datos del total de los 42.000 docentes de la Comunidad Autónoma: 13.000 son hombres y 29.000 mujeres, más del doble, y:

  • En Primaria, de 11.4000 son 2.300 hombres y 9.100 mujeres
  • En Secundaria Obligatoria entre más de 10.000 docentes, son 3.500 hombres y 6.600 mujeres

No hay duda que la profesión de enseñante/educador en Euskadi mayoritariamente es femenina. Por ejemplo la consejera y la viceconsejera de Educación, así como la directora de innovación educativa son mujeres.

Pero no es suficiente

Esta afirmación se la oí a una mujer, que hizo una tarea enorme a favor de la educación igualitaria. Este precursora de la coeducación, solía decir que NO es suficiente que haya presencia femenina entre los trabajadores de una empresa, para que favorezca la  igualdad.

Mari Jose Urruzola y afirmaba que para que se tenga en cuenta a las mujeres, para que una organización fuese feminista, para que incluya la mirada y la forma de ver de las mujeres, hace falta también que haya ideología, que haya ideas, que se haga contraste de planteamientos filosóficos de fondo.

Visualizar su presencia

He tenido la suerte, también, de asistir a la primera acción divulgativa y reivindicativa, del Editaton de Vitoria, en la que una de las Doce Miradas, también aportaba su visión y su compromiso para hacer visibles a las mujeres y su aportación a la vida en común; y recalcó la importancia de que las mujeres sean parte activa de la red aportando su visión y actuación.

Y aunque no fuese vitoriana, Mari Jose Urruzola también creo que necesita su “entrada” en Wikipedia, para hacer honor a la verdad, y justicia con su tarea de feminizar la educación con propuestas y acciones, que llegaron a todos los rincones de Euskadi y del planeta podríamos decir incluso. Desde el sábado ya la podéis “ver” en Wikipedia.

Plan para la coeducación y prevenir la violencia

Plan_CoeducacionHoy en día son cientos las profesoras comprometidas con la igualdad en la educación y el propio marco educativo vasco, recoge la igualdad como un principio educativo básico; una escuela que no atienda debidamente este tema y no lo recoja en su Proyecto de Centro, está “fuera de la ley”. Dicho de otra manera, un centro que descuida la igualdad, incumple la normativa educativa.

Además existe un Plan Director para la Igualdad y la prevención de la violencia de género: desde las aulas hasta la sociedad.

Entre sus múltiples propuestas figura la de crear Consejos de Igualdad en todos los centros educativos, designando en cada Órgano Máximo de Representación o Consejo Escolar de escuelas e institutos una persona responsable de la coeducación en ese centro y representante en el OMR, creando estructuras de coordinación y participación en toda la comunidad educativa, que incluya todas las miradas de las y los agentes educativos.

Hemos avanzado mucho desde que Marijose empezó desde su filosofía feminista a plantear la coeducación en las aulas; pero nos queda todavía mucho camino por andar juntos, más ahora: como dice Ianire Estébanez actualmente en el mundo digital, todavía la igualdad no está conseguida: ni muchísimo menos.

Y termino como empecé, reconociendo la suerte que he tenido de conocer y trabajar con mujeres “de bandera”, de las que he aprendido a mirar con “gafas moradas”.

Y no quedarme en eso sólo: porque también me han dado ejemplo de cómo pasar a la acción comprometida, de cómo pasar de las palabras a la acción… ¡educativa!

PD: Es difícil escribir un artículo esta semana sin tener en cuenta la multitudinaria Manifestación de Madrid del #7N en contra de las violencias machistas.

Nuevas miradas

octubre 27, 2015 en Miradas invitadas

Gorka Espiau

Gorka Espiau (@GEspiau). Mis hijos dicen que no saben a qué me dedico y yo tampoco lo tengo muy claro. Trabajo para The Young Foundation en proyectos de innovación social y formo parte del equipo de Agirre Lehendakaria Center. Estudié periodismo, pero hice mi máster y doctorado vital en Elkarri. Vivo entre Gatika y Londres.

 

Por lo que me comentan mis colegas, los mundos relacionados con el feminismo y la innovación social caminan por separado. Suena raro y contradictorio, pero por lo visto es lo que sucede en casi todo el planeta. La innovación social, entendida como el conjunto de organizaciones que impulsan nuevos procedimientos, productos y servicios que tratan de responder de forma novedosa a las actuales necesidades sociales parece que no considera la desigualdad entre hombres y mujeres como una prioridad. Y seguramente, debido a esta falta de respeto, las organizaciones feministas y la infinidad de actores que promueven la igualdad de género tampoco prestan demasiada atención a lo que la innovación social les puede aportar, o no saben como acceder a estos métodos. En principio toda iniciativa novedosa encaminada a la lucha contra la desigualdad de género debería ser considerada como una innovación social, pero no hemos conseguido que estos dos mundos se comuniquen de la forma adecuada. Mis compañeras del programa Gender Futures pueden aportar las evidencias que soportan estas afirmaciones.

Gender FuturesVoy a aprovechar estas líneas para tratar de explicar la potencialidad que tendría conectar estos dos mundos de forma mucho más positiva y estructurada. Y como no me considero un experto en ninguna de las dos materias, presentaré mis argumentos a través de una serie de acciones positivas concretas que permitan visualizar esta hipotética alianza.

La primera de estas idas nos lleva a Italia. En la actualidad existe allí una campaña bastante polémica para hacer frente a la desigualdad salarial entre hombres y mujeres. Llevamos décadas mostrando evidencias de que los hombres recibimos más salario por hacer el mismo trabajo y da la impresión de que no hay nada que hacer para cambiar esta situación. Para mayor escarnio, incluso nos permitimos tasarlo periódicamente. Se trata de entre un 15 y un 25% menos de salario, en función de los países y los sectores de actividad.

Pues bien, en Italia se ha puesto en marcha una campaña para que una serie de empresas puedan compensar esta barbaridad descontando un 15% a las mujeres que adquieran productos o servicios en sus establecimientos durante un periodo determinado. A primera vista resulta paternalista y no ofrece soluciones a las razones estructurales de esta desigualdad pero sus promotoras defienden su vocación principalmente educativa y de denuncia. En mi opinión, si esta iniciativa se limita proporcionar descuentos acabará convirtiéndose en una mera campaña de marketing que sería verdaderamente contraproducente pero también podría servir de plataforma para otras acciones que aborden las causas de la desigualdad. Como me sugiere Muriel Kahane, las mismas empresas que participan en la campaña podrían publicar su política de salarios o los criterios de composición de sus Consejos de administración y una serie de propuestas concretas para corregir las desigualdades que sin duda existirán.

Este tipo de planteamientos nos permite visualizar nuevas posibilidades para la acción colectiva si escalamos su lógica. ¿Qué pasaría si generalizásemos esta política a otros ámbitos de la vida? Imaginemos por ejemplo, que los servicios bancarios fueran entre un 15 y un 25% más baratos para las mujeres, el transporte, la educación o la vivienda. Llevando la argumentación al límite, ¿sería posible que decidiésemos pagar un 20% más de salario a todas las mujeres durante una década para compensar lo que han dejado de ingresar en el último siglo, o corregir la perdida de ingresos durante los periodos de maternidad? Pensémoslo por unos momentos, aunque para algunos sólo sea un ejercicio de provocación intelectual ¿es posible utilizar campañas que en principio se centran sólo en la denuncia para abordar las raíces estructurales de la desigualdad? ¿Es posible dar el paso de la innovación incremental a la disruptiva? Está claro que habría mujeres que cobrarían más en situaciones donde no habrían sufrido discriminación pero también garantizaríamos que muchas otras sí pudieran verse justamente remuneradas. El hecho es que la precaución por no discriminar a los hombres en la actualidad tiene como consecuencia que tengamos que aceptar la discriminación salarial de facto a la mayoría de mujeres.

Las opiniones contrarias a medidas de este tipo argumentarían que la ley no permite pagar más a una persona sólo por su condición sexual. Pero si hasta el momento hemos podido dotarnos de leyes especiales que permitan la acción positiva, también podríamos decidir colectivamente que la diferencia salarial es un problema de primera magnitud al que debemos responder de forma excepcional. Si aplaudimos la innovación disruptiva como un instrumento valido para abordar las causas estructurales de la desigualdad con soluciones que pueden disgustar a los actores tradicionales, también deberíamos buscar soluciones que se alejen de lo “políticamente correcto”. La innovación incremental no parece haber producido buenos resultados hasta el momento.

Otra idea disruptiva que puede ayudarnos a poner la innovación social al servicio de la igualdad de genero es conectar el rediseño de las estructuras organizativas con los bonos de impacto social (Social Impact Bonds). Estos bonos proporcionan financiación pública y privada a proyectos sociales en base al grado de cumplimiento que demuestran sobre los objetivos marcados. El más conocido es el proyecto que financiaba el trabajo de resocialización de presos en la cárcel de Peterborough en el Reino Unido. Cuantas menos personas reincidían en la comisión de delitos, más aumentaba el retorno sobre la inversión y se generaba más financiación para la implementación de estos programas.

La oportunidad de aplicar estos bonos a la igualdad entre mujeres y hombres estaría sustentada en la abrumadora evidencia de que las organizaciones sociales o empresariales que incorporan criterios reales y estructurales de igualdad en sus formas de funcionamiento obtienen mejores resultados sociales y económicos. En términos prácticos, fusionar estos mundos nos permitiría crear miles de proyectos de re-estructuración de organizaciones sociales y empresariales en base a criterios de igualdad de genero y financiarlos en base a la mejora de los resultados que sin duda se podrían tasar y cuantificar en la propia cuenta de explotación. Imaginemos por un momento qué podría pasar si Volkswagen, Iberdrola o el propio Gobierno Vasco decidieran contratar a las múltiples organizaciones y empresas especializadas en igualdad para rediseñar sus estructuras organizativas en base a nuevas estructuras y procedimientos que no se limitasen a medidas parciales o simplemente cosméticas. En base a la filosofía de los bonos de impacto social, estas organizaciones o consultorías especializadas en igualdad podrían desarrollar su trabajo sin costar nada a sus clientes y cobrar en base a los resultados obtenidos. Lo interesante no sería saber quien sería la primera organización en intentarlo sino quién se opondría a estos cambios si les garantizamos que no deberían hacer ninguna inversión económica. Si estamos convencidos de que estos cambios sistémicos proporcionarían esta mejora de resultados, deberíamos intentar demostrarlo a larga escala.

Por último, me gustaría mencionar otra idea que estamos intentando impulsar en el Reino Unido. En esta ocasión tiene que ver con la necesidad de responder de forma más efectiva a las personas que necesitan acceder a servicios de guardería. Los precios de estos servicios básicos en el Reino Unido son prohibitivos y como siempre, acaban afectando de forma negativa a más mujeres que a hombres.

La forma de aplicar proyectos de innovación social a esta problemática puede venir de la mano de las iniciativas de consumo ecológico. Lo que estamos haciendo es testar si grupos de personas que necesitan servicios de guardería se pueden conectar por zonas y barrios para realizar compras colectivas de productos ecológicos locales, destinando los beneficios de estas transacciones a cubrir parte del coste de las guarderías. Las cuentas pueden funcionar si hay un numero suficiente de personas que se comprometen a comprar la mayoría de sus alimentos semanales a través de productores locales. Estos productos pueden habitualmente resultar más caros y por lo tanto alejados del poder adquisitivo de muchas de las personas que necesitan guarderías pero la compra colectiva permitiría negociar precios en el mismo rango o por debajo de lo que ofrecen los supermercados tradicionales. En definitiva, se trata de transferir parte del beneficio de esas transacciones de los grandes centros comerciales a un objetivo social muy determinado. Estos grupos de consumo servirían también para explorar otros servicios asociados y compras colectivas que podrían perseguir el mismo objetivo: energía, seguros, servicios bancarios, etc. Y lo que es todavía más importante, estos grupos de consumo serían el espacio perfecto para abordar el debate y la acción sobre los roles que cada persona asume en la pareja, quien se encarga del cuidado de los hijos, el cuidado de la casa, etc.

Éstas son algunas ideas y ejemplos para fomentar el debate, pero estoy convencido de que surgirían otras más interesantes si nos pusiéramos a pensar colectivamente como las metodologías de innovación social pueden ser mejor integradas en la lucha contra la desigualdad de género. En ambos campos, cada vez se habla más de diseñar políticas públicas tomando como referencia el coste de no hacer nada. La desigualdad entre mujeres y hombres genera unos costes sociales y económicos tremendos que tenemos que asumir colectivamente. Nuevas aproximaciones más disruptivas podrían, además de atajar las raíces de estos problemas, ahorrar mucho dinero al conjunto de la sociedad.

Si la innovación social no incorpora la políticas de igualdad como una lente con la que diseñar y evaluar todas sus actuaciones, nunca podremos atajar las desigualdades que pretendemos abordar. Como dice mi hermana y muchas otras personas que se dedican a pensar en estas cosas con más rigor, se trata de proponer nuevos modelos y nuevas formas de hacer para facilitar el acceso de las mujeres a espacios cuyas normas y modelos han sido establecidos por los hombres. No se trata solo de que las mujeres puedan acceder a los espacios que en la actualidad ocupan los hombres, sino replantear las formas tradicionales de hacer en esos espacios con la incorporación de nuevas miradas.

Alisha y Soraya

octubre 13, 2015 en Miradas invitadas

pedro gorospe Pedro Gorospe (@pedrogorospe). Nací en Pamplona en 1962. Empecé a escribir en un periódico –La Gaceta del Norte- en 1984 y desde entonces no he parado –Egin, Deia, Gaur Expres, El País-. Busqué perfiles como productor para el programa mosaico de Antxon Urrusolo, en la ETB, Rifi-Rafe. Estudié música y piano, me gusta la fotografía y el vuelo con motor, y acabo de presentar mi primer libro, El inconformismo de Koldo Saratxaga, en la Bussiness School de Deusto.

 

 

Alisha es capaz de sacarle chispas a un dólar al día. A cada céntimo le otorga un valor excepcional porque le permite visualizar un futuro en medio del caos. Vive en un barrio periférico de Anantapur, al sur de la India y allí, si eres mujer vales menos que una moneda de latón. La ayuda de otras mujeres que poco a poco van siendo conscientes de sus fortalezas, de sus derechos y de sus capacidades, anuladas durante siglos, está haciendo despertar su conciencia de género, y reivindicar en medio de miles de kilómetros de tierras yermas, su condición de ser diferente entre los seres humanos, pero con iguales derechos. El euro que gana su madre, es un clavo ardiendo al que se agarra con los dientes, la oportunidad para despegar hacia un futuro en el que todo está por cambiar y la posibilidad de lograr una formación que le catapulte a una vida en la que erguirse y mirar de tú a tú  a los hombres que diseñan su futuro para reclamar que ella, que ellas, tienen voz, proyectos de futuro y un modelo de sociedad menos discriminatorio.

Allí en Anantapur, Alisha contaba que cada vez que se miraba en el reflejo de un charco, en la puerta de su casa, —-registrada a nombre de su madre para evitar que su pareja le eche al quedarse embarazada—-, le costaba ver más allá de la carretera que partía su barriada en dos. Era el límite de su mundo. Varios céntimos después, de esos que se desprecian en el suelo de las grandes ciudades, puede escribir, y está orgullosa de atisbar mucho más allá de la carretera, hasta el destino imaginado de muchos de los vehículos que pasan si cesar día y noche por allí. Ahora entiende por qué su país, el mundo, las circunstancias, se vuelven mucho más difíciles si eres una mujer. Sabe que sus destrezas, su sensibilidad, su capacidad para entender y hacer justicia, e interpretar la realidad son superiores en muchos casos a los de los hombres, y que pueden competir en igualdad de condiciones cuando las cosas se tuercen y afloran la maldad o la sed de venganza.

A sus trece años sabe que las violaciones están a la orden del día en su entorno, pero ya no se conforma y mira con un odio adolescente cuando, con el resto de las mujeres de su distrito, se confabula para resistir y transformar esa realidad haciendo frente a un machismo milenario que usa la violencia de género para anular a un ejército superior en número y en creatividad, pero desunido y cuarteado por una historia, tradición, religiones y costumbres, todas ellas, escritas por los hombres.

A los 47, Soraya  no puede agacharse para coger el céntimo que los millones de Alishas del mundo necesitan. No puede. Pero tampoco se agacha cuando ve a su alrededor una injusticia. Al contrario, se levanta contra los abusos aun a costa de, como ha sucedido, quedarse sin una nómina con lo difícil y necesario que es el dinero en su vida. Lleva luchando desde que nació para conseguir ser autónoma, y cada vez amplía más su ámbito de formación, su ámbito de libertad, pero también  su ámbito de reivindicación. Y a medida que crece su independencia reduce el margen de tolerancia frente a esa falsa compasión que ve en algunas personas cuando sus miradas se cruzan frente  a frente. O cuando no lo hacen y lo desearía como la mujer que es y no el ser invisible que a veces parece.

Ella no ha sufrido agresión ni maltrato físico, pero sí la mentira cuando los empleadores se enfrentan a su realidad desconocida para ellos, y cuando, en el momento decisivo, tienen  que firmar su contrato o descartarla con excusas. Ella cree que pesa más la diversidad funcional, el apartarse del modelo estándar, que el hecho de ser mujer, pero a una discriminación se une la otra, como también lo es la sobreprotección cuando el mundo está desprotegido, o la gente se aprovecha de la baja autoestima de muchas personas con diversidad funcional que se sienten obligados a tener que demostrar más para mantener el empleo. Soraya se levanta cada mañana agradeciendo a los suyos la ayuda que le han prestado, el esfuerzo diario de su madre, y devuelve esa deuda con su compromiso social para romper las barreras de otras personas. Pone su actitud positiva y luchadora ante la vida al servicio de los demás. Nada de lagrimeo ni de falso pesar. Adelante. Desde su silla de ruedas se ríe de un mundo injusto y bromea cuando explica que la última oferta de trabajo que le hicieron fue de chapista de coches. Se pelea incluso con los grupos de  mujeres con los que colabora, porque a veces son poco sensibles a la eliminación de barreras. La joven que fue y la mujer que es, las dos, conocen perfectamente lo que son los techos y las paredes de cristal. Ella especialmente. Tiene una actitud de hierro, y una voluntad de acero, pero sus huesos también son de cristal.

Alisha y Soraya viven a miles de kilómetros de distancia, en un mundo radical y despiadado, pero para ambas maravilloso y atractivo. Si Alisha y Soraya se conocieran, probablemente, intimarían. Se contarían sus vidas, sus luchas y los resquicios por los que entra a fuego, solo de vez en cuando, la desesperanza, y se acaba la paciencia. Describirían los frentes en los que pelean cada minuto para avanzar centímetro a centímetro en todas y cada una de las tareas de sus vidas. Seguramente coincidirían en sus anhelos y en parte de sus sueños, en sus visiones del mundo, mediatizadas por una lucha permanente y constante, sin tregua, por lograr mínimos pero fundamentales avances en sus condiciones de vida, injustamente mucho más difíciles que las que tienen la mayoría de los seres humanos. Pero, seguro, que ambas concluirían que cualquier cosa menos tirar la toalla porque, pese a todo, tienen un motivo por el que luchar: su supervivencia y la reivindicación de igualdad de derechos como seres diferentes en un mundo que, como a miles de millones en todo el planeta, les penaliza por ser mujeres.

Pedro Gorospe_DoceMiradas

Sobre la desnaturalización de los estereotipos de género y otras cuestiones

septiembre 29, 2015 en Miradas invitadas

Los cambios realizados se perderán si abres otra página.¿Seguro que quieres abandonar esta página?María Silvestre (@_mariasilca). Según dice mi perfil de twitter: socióloga, feminista y ciudadana. Son tres palabras que me definen en lo profesional, lo vital y en lo esencial. Soy profesora en la Universidad de Deusto, me gusta enseñar, investigar, aprender, escribir, leer y conversar.

 

 

Hace tiempo que les debía a mis admiradas Doce Miradas, una “mirada invitada”, y me pongo a escribir la mañana del 27 de septiembre, cuando por el rabillo del ojo ando pendiente de lo que ocurre en mi querida Catalunya. Bien podría comentar algo sobre soberanías agraviadas, discursos políticos vacuos y ciudadanías ilusionadas, desengañadas y maltrechas. Pero esta mañana, tal y como me comprometí, voy a centrar mi reflexión en comentar los resultados de un estudio del Centro Reina Sofía dados a conocer por “InfoLibre”.

 

Este tuit fue escrito el pasado 11 de septiembre… de nuevo Catalunya… Tengo la sensación de estar recibiendo “señales” para que escriba de otra cosa… pero voy a resistirme.

Los datos del citado estudio hablaban de un control recíproco en la pareja a través del móvil y de limitar las relaciones sociales del ser “amado/a”, hablaban de un discurso de igualdad teñido de estereotipos de género y de determinismo biológico. Vayamos por partes:

¿Por qué necesito controlar si amo?

Chicas (63%) y chicos (59%), según el estudio, controlan el móvil de su pareja. Al controlar el móvil pretenden controlar el “estado” del otro (con quién habla, de qué habla, dónde ha estado, cuál es la última foto que ha subido a Instagram…). El afán de control es un afán de posesión aprendido del mito del amor romántico que cosifica a los amantes y los transforma en poseídos/poseedores que deben defender la exclusividad de su propiedad a través de los celos, que no se entienden como una manifestación patológica de la relación ni como una falta de confianza en la pareja, sino como una manifestación de un amor exclusivo y excluyente.

Otra cuestión distinta, que no aclara el estudio, es qué uso dan chicos y chicas a ese control del móvil. Me temo que dado que la necesidad de control nace de la idea equivocada de que amar es poseer, la forma y uso de dicho control se manifestará de forma distinta en chicas y chicos, puesto que ese “amor romántico” si bien nos posee y nos hace poseedores, define muy bien los roles de género y convierte al chico en el poseído/poseedor activo (controla para imponer y castigar) y a la chica en la poseída/poseedora pasiva (controla para conocer y sufrir). Puesto que no está recogido en el informe, lo planteo como hipótesis.

Creo que es importante insistir en la pervivencia de la violencia que algunos hombres ejercen sobre las mujeres como una violencia específica, identificada, verificada y de carácter estructural, con raíces en el patriarcado y en la todavía vigente desigualdad entre mujeres y hombres. Desigualdad y violencia que persisten a pesar de que las chicas controlen el móvil de sus novios.

maria silvestre postNo me importa por qué soy diferente

Perviven los estereotipos sexistas y muchos de estos estereotipos se alimentan del determinismo biológico, camuflado a veces en los hallazgos de la neuropsicología, tratando de naturalizar las diferencias y, con ello, las desigualdades. Al margen de que discrepo de cualquier manifestación determinista (sea biológica, genética, neuropsicológica o histórica), no creo que sea un argumento legítimo para negar la reivindicación feminista de la igualdad. No me importa la razón por la que soy como soy, lo que me importa es que el hecho de ser mujer (diferencia) no se construya como desigualdad (discriminación, maltrato, violencia.) Que perviva el discurso del determinismo biológico como matiz condicionante del discurso de la igualdad, sí me preocupa. Es como si aceptáramos un gran “pero” en la vindicación de la igualdad. Y no hay peros que valgan… Por cierto… ¿cómo va lo de Catalunya?

 

Las familias monomarentales, una realidad invisible

septiembre 15, 2015 en Miradas invitadas

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Eva Silván Miracle (@evasilmi). Politóloga (antes de que se pusiese de moda). Especializada en Cooperación al Desarrollo. Activista de DERECHOS HUMANOS en mayúsculas. Los defiendo todos, pero me decanto por unos: los derechos de la infancia. Me gustan las palabras y su significado. Adicta a muchas cosas, a veces corro.

En la cocina hay un mantel a cuadros desteñido por el tiempo, un tiempo que pasa despacio desde que Maite se quedó sola al cuidado de sus dos hijos. Sobre el mantel, dos vasos de leche manchados ligeramente de Cola Cao. Cada mañana, mientras prepara el desayuno, Maite recuerda las risas de sus hijos cuando, tras acabar la leche, se encontraban con la capa de Cola Cao que quedaba en el fondo de la taza. Rememora el sonido de las pajitas mientras sorbían hasta la última gota y revive su cara de satisfacción. Era la mejor manera de empezar el día.

Ya no hay pajitas en casa de Maite y el Cola Cao solo llega para manchar la leche. Ella conforma una de las más de 1.450.400 familias monomarentales que hay en nuestro país. Ella sola se enfrenta a todos los gastos derivados del cuidado de sus hijos y a todas las decisiones que hay que tomar, que son muchas. Entre los gastos, las pajitas son una muestra de lo que ya no se puede permitir; entre las decisiones, debe elegir entre pagar las clases de refuerzo para su hijo mayor o las gafas que corregirán la miopía de su hijo pequeño.

El género importa cuando hablamos de familias monoparentales. No exageramos si decimos que la pobreza tiene rostro de mujer, de niño y niña (el riesgo de pobreza o exclusión social infantil afecta a más de uno de cada tres menores de edad en el estado español). Si se desglosan las situaciones de pobreza y exclusión en función de los tipos de hogar, el mayor aumento en el último año se ha registrado en los hogares monoparentales –1.754.700–, de los cuales solo 304.200 hogares están encabezados por un padre con hijos.

Tener hijos e hijas cuesta mucho. Tanto, que lleva a la pobreza a familias de nuestro país. Pero, ¿qué significa la pobreza y la exclusión social para una familia monomarental? Significa que una de cada dos mujeres tiene problemas relacionados con la vivienda: riesgo de desahucios, impagos, deudas hipotecarias…; significa que más de una de cada cuatro ha dejado de comprar medicinas, seguir tratamientos o dietas por problemas económicos; significa que más de una de cada dos mujeres no está trabajando y sus posibilidades de tener un trabajo a jornada completa se reducen a la mitad; significa que cuatro de cada diez carecen de dinero suficiente para los gastos de la casa y no pueden mantener el hogar a una temperatura adecuada; y significa que, al menos tres de cada cuatro, han tenido que reducir gastos fijos de teléfono, televisión o Internet.

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Por curioso que parezca, Maite no sabía que era una familia monomarental. Y lo que es más importante: desconocía que su situación podría mejorar si los poderes públicos quisieran. Fue tras la publicación del Informe de Save the Children Más solas que nunca, la pobreza infantil en familias monomarentales’, cuando supo que hay medidas que se pueden tomar; medidas que deben ponerse en marcha con la mayor celeridad posible para que las mujeres y sus hijos e hijas dejen de estar solos.

No parece muy descabellado exigir que, de una vez, se reconozca legalmente a las familias monoparentales, tal y como sucede con las familias numerosas, que al estar reconocidas legalmente se benefician de medidas de apoyo que facilitan su día a día. El reconocimiento legal permitiría a las familias monoparentales primero ser visibles, después acceder a beneficios fiscales, deducciones por maternidad, ayudas económicas para acceso a vivienda; acceso a becas en el ámbito escolar, descuentos en tarifas de transporte y/o prestaciones para cubrir los gatos de audífonos, gafas u ortopedias.

El informe de Save the Children ha sacado a la luz una realidad hasta ahora desconocida. ¿Por qué han permanecido ocultas durante tanto tiempo? ¿Por qué no hemos dicho abiertamente que la pobreza en nuestra sociedad existe y que tiene rostro de mujer, de niño y de niña? ¿Por qué las hemos dejado solas?

Bien, hagamos ahora visible su situación, convirtámonos en su red de apoyo. Os invito a poner vuestra mirada en estas mujeres; mujeres que hacen de su día a día un rompecabezas, consiguiendo lo imposible, que el rompecabezas encaje antes de que acabe la jornada sin importar a nadie el coste que tiene para ellas y para sus hijos e hijas.

Eglantaine Jebb, fundadora de Save the Children, decía que “cada generación de niños y niñas nos ofrece la oportunidad de reconstruir el mundo desde su ruina”. Yo lo tengo claro, tenemos la oportunidad de no dejarlas en la ruina, de no abandonarlas, de apoyarlas, de terminar con ellas el rompecabezas antes de que acabe la jornada.

La tasa rosa, el precio que hay que pagar por ser mujer

septiembre 1, 2015 en Miradas invitadas

alex fernandez_docemiradasAlex Fernández Morán (@pozikdesign). Me apasionan las ideas originales y bien realizadas en marketing, comunicación, publicidad, tecnología, innovación, Internet, que recojo en mi blog personal sobre campañas e ideas creativas: www.pozik.net. Soy miembro de la Asociación de ex-alumnos del Máster de Márketing de la UPV-EHU y uno de los impulsores y jurado de los Premios Máster de Marketing UPV-EHU que reconocen los mejores trabajos en esta disciplina en las empresas de Euskadi.

 

Son numerosas las desigualdades que sufre la mujer, pero existe una que hasta el momento había pasado prácticamente desapercibida para todos. Hablamos de la tasa rosa, un sobrecoste económico que pagan las mujeres por ciertos productos de gran consumo en versión femenina.

La voz de alarma la ha dado el colectivo feminista francés Georgette Sand, quien tras analizar el precio y características de numerosos artículos comprobaron que muchos de ellos son ligeramente más caros cuando se dirigen a las mujeres, aun siendo idénticos en características, formatos o componentes, que aquellos destinados a hombres.

la tasa rosa_docemiradasLa denuncia recoge numerosos ejemplos, entre los que destacan los desodorantes, cepillos de dientes, etcétera, que ven aumentado su precio injustificadamente sólo por ser para mujeres. Pero hay uno que ha irritado especialmente a las consumidoras galas. Se trata de un pack de 5 cuchillas de afeitar de color rosa que comercializa la cadena Monoprix y que cuesta 8 céntimos más que su equivalente en tono azul. Tal ha sido la indignación que ha despertado esta situación, que el grupo feminista ha adoptado la cuchilla rosa como símbolo de sus reivindicaciones.

Todo parece apuntar a que detrás de estas prácticas se encuentran las políticas de precios de las grandes marcas. Sus departamentos de marketing son conocedores de que las mujeres son un segmento de población que suele preocuparse más por su imagen que los hombres, y han detectado que, en general, también están más predispuestas a pagar precios superiores por productos de belleza y estética, un hecho que aprovechan para encarecer sensiblemente su importe y así aumentar sus beneficios.

La polémica está servida y el ministerio de economía francés estudia si se trata de un caso generalizado de discriminación de género. Mientras tanto, la plataforma Change.org continua recogiendo firmas de apoyo para poner freno a esta injusticia y son numerosos los medios de comunicación y blogs personales que se han hecho eco de la «tasa rosa» o «pink tax». Todos ellos denuncian que las mujeres, pese a tener generalmente ingresos menores por su trabajo, deben asumir este «impuesto» extra. Puedes ver un ejemplo de la denuncia de este abuso en el siguiente vídeo.

Del “tiquismiquismo» al cambio organizacional

julio 21, 2015 en Miradas invitadas

MaiderGorostidi_DoceMiradasMaider Gorostidi (@Maidergoros). Profesión, variada. Vocación, autodescubridora. Mis 42 veranos me regalan un proyecto propio, Funts Project, donde comparto pasiones en buena compañía. El campo a trabajar, acompañar a personas y empresas en el cambio; el método, mirar con las gafas del desarrollo organizacional. Cómo abordarlo y cómo contarlo es el reto.

 

Es una noche de verano, una de estas deliciosas noches de verano. Alrededor de una mesa tres hombres y dos mujeres nos preparamos para disfrutar de una magnífica velada. Uno de los hombres preside; a un lado su mujer, al otro yo. Apostados a nuestros lados, los otros dos hombres.

Las presentaciones oficiales están hechas y ahora la conversación fluye tranquila mientras esperamos los platos. En poco tiempo la temática laboral cobra protagonismo en la mesa. En menos tiempo aún, el triángulo masculino liderado por el hombre que preside, se hace cargo de la misma dejando en el más algodonado de los olvidos a las dos mujeres, también trabajadoras.

Un esfuerzo consecutivo, liderado por cada uno de los otros dos hombres, intenta integrarnos en la conversación pero acaba cayendo en saco roto. Es más, quien preside, cuando se nos invita a entrar en debate, echa su cuerpo inconscientemente hacia atrás en la silla para reincorporarse pocos segundos después  y retomar enérgico el relato a tres.

Este análisis, a posteriori, de la situación no empaña la dulce cena veraniega ni tampoco el buen humor de quienes la disfrutamos. Es más, si nos hubiesen mirado desde fuera, dirían que las cinco personas estábamos encantadas del momento y la compañía mutua.

En el desayuno del día siguiente, y ya en “petit comité”, mis dos amigos y yo recordábamos lo simpática que era la pareja y lo mucho que disfrutamos las cinco personas.

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Aprovecho la pausa tras un sorbo de café para subrayar el detalle que me llamó la atención la noche anterior: la nula integración de las mujeres en la conversación. “Es más”, añado, “parecíamos invisibles”. “Eso sí”, matizo, “seguro que él no lo hizo a propósito”.

Sylvain me escucha y se ríe; afirma con la cabeza y comenta: “si cualquiera de mis conocidos suecos hombres y mujeres hubiesen estado sentados ayer a la mesa, no hubiesen tardado ni diez minutos en levantarse y denunciar públicamente una falta de respeto ante la omisión de voces femeninas en la conversación”. Añade: “y de la misma, se hubiesen marchado”.

Hoy, un año después, al recrear la historia pienso que ante mi explícita protesta de no haber facilitado la entrada en el debate a las mujeres podríamos escuchar comentarios como “qué “tiquismiquis, por favor” o “qué exageración” o “si tampoco es para tanto” o incluso “bueno, se ofende quien desee ofenderse pero desde luego que esta tontería no es ninguna ofensa”. Seguro que esta reacción nos resulta más conocida y aceptada que la narrada sobre la sociedad nórdica.

Ahondando en la experiencia yo sigo convencida de que ni el hombre que presidía la mesa, ni probablemente su mujer, eran conscientes de lo que estaba pasando.

Así, esta es una historia más, una de tantas otras, una que aprovecho para contar ya que la he vivido en primera persona. Y de esta historia saco que nuestro comportamiento inconsciente tiene un magnífico poder a la hora de enterrar la equidad de género.

Porque ¿cómo vamos a cambiar algo en este mundo si ni siquiera somos conscientes de nuestro comportamiento?

Y ahora traslado este ejemplo a la organización, que es el campo que me gusta, y me sigo preguntando:

¿Cómo va a cambiar una organización sus desigualdades de género si éstas no afloran al plano consciente; si están inmersas en su cultura de empresa y se ocultan bien en las entretelas estructurales de la organización; si no se hace una apuesta REAL por detectar situaciones de desigualdad, por intentar entenderlas, por contar con todas las miradas para revisarlas, comprender y aprender de ellas?

Hace unos meses tuve el placer de escuchar a Reina Ruiz Bobes hablar de “Procesos de Cambio Organizacional Pro Equidad”. Me cautivó la idea de oír, por fin, una postura firme y decidida que lucha contra el lifting organizacional que suponen los planes de igualdad hechos a destajo y por prescripción legal; que combate contra la búsqueda desesperada de indicadores de género que prueben lo improbable (una política imaginaria de igualdad) en la redacción de solicitudes o justificaciones de proyectos públicamente financiados; que trabaja contra la afirmación de que “en nuestra organización no tenemos problemas con la perspectiva de género porque el 80% de las trabajadoras somos mujeres”; o que lucha contra el argumento de que “primero es lo urgente y luego lo importante” para dejar así de lado un tema complejo de abordar.

Ya vale.

Es evidente, y me incluyo entre las personas receptoras del tirón de orejas, que operamos en modelos mentales arraigados en nuestro subconsciente. Es evidente que debemos hacer un esfuerzo enorme (todavía hoy) por aflorarlas al consciente (creo que esta es la parte más compleja de la historia). Es evidente que si esto nos pasa a las personas, las organizaciones (que no dejan de ser personas organizadas) actúan bajo el mismo patrón. Y es evidente, para mí, claro, que si realmente queremos hacer algo porque este hecho no sea así debemos tomárnoslo en serio y debe haber una APUESTA organizacional clara.

En este sentido, el enfoque metodológico del Cambio Organizacional por Equidad del que nos habló Reina y que lleva años trabajando Natalia Navarro me parece magnífico. Pero, claro está, este enfoque supone entrar de lleno en la “aventura del cambio” organizacional; y, como recoge la propia Natalia, “en el hecho de confiar que la organización, y el status de poder reinante en ellas, va a apostar por una transformación que necesariamente implicará la consideración de nuevas prioridades organizacionales y, vinculada a ellas, nuevas pautas de distribución de poder y recursos tanto a lo interno de la organización como en lo referente a sus actuaciones”.

Además supone una oportunidad para que las personas que participan de la organización identifiquen sus propias experiencias y las trabajen desde la plena consciencia para avanzar también ellas en el cambio. Si queremos que las personas hagan suyos los productos en las organizaciones, tenemos que dejarles que desarrollen el proceso; si no es así, no servirá de nada, todo les será ajeno e impuesto. Y, en consecuencia, no habrá cambio.

Así que, si este verano repito velada magnífica en situación similar yo también seré protagonista e impulsora de mi propio cambio.

El diseño de las miradas 

julio 7, 2015 en Miradas invitadas

Foto_UR_bnUnai Robredo (@urgrafica). Nací en Bilbao hace 43 años. No me gusta decir que soy diseñador gráfico, porque sí soy padre o corredor, y el diseño no tiene ese rango, no me define. Tampoco me gusta decir que trabajo como diseñador gráfico, porque a veces es un trabajo, y me da de comer, y otras no, y me alimenta el alma. Me gusta pensar que el diseño es como un sombrero elegante; creo que me da un aire distinguido, pero realmente sólo me protege de la lluvia. 

 

Cuando desde Doce Miradas contactaron conmigo para que les hiciera una propuesta de logotipo, acepté con entusiasmo. Tomar parte en aquel proyecto de doce mujeres dispuestas a compartir sus miradas para cambiar la forma de mirar de los demás, me llenó de orgullo y responsabilidad. El tema en sí mismo era interesante, sin duda, pero lo que me atrajo fue la posibilidad de que mi propia mirada quedara plasmada y, de alguna manera, también contada a través de mi trabajo. Pero fue esto mismo lo que me supuso el mayor quebradero de cabeza en el desarrollo de la propuesta; mi propia mirada, precisamente.

Todo empezó de la manera más sencilla. En esa fase primigenia del proceso de desarrollo de una marca, en la que me esfuerzo por “ser”, de una manera lejana e impostada, aquel al que voy a representar. Durante mi carrera como diseñador he sido fabricante de válvulas, actor, peluquero, constructor o bailarín… incluso he sido alcalde. Y en esta ecléctica trayectoria como sosia impreciso, el género había sido un aspecto irrelevante o cuando menos, secundario. Así, nunca había tenido que ser mujer. Es cierto que, como diseñador con cierta experiencia, manejo códigos de comunicación gráfica, herramientas formales con una base teórica fundamentada en la experiencia previa de miles de diseñadores y analistas, recursos gráficos y estilísticos, a través de los que podría representar a cualquier emisor y alcanzar a cualquier receptor. En teoría.

Nada más empezar a trabajar en la marca de Doce Miradas me hice una pregunta que, si bien acabó por hacer el proyecto más rico e interesante de lo que ya era, me llenó de dudas e inseguridad: ¿no debería ser una mujer la que hiciera este trabajo? Lo que me llevó a cuestionarme la propia mirada: ¿en qué medida sería la de mujer una mirada más ajustada a la naturaleza del encargo? ¿Existe realmente una sensibilidad diferente, distinguible a través del análisis del observador, entre el diseño producido por mujeres y el producido por hombres?

Desde el principio sabía que el logotipo debía estar formado por una estructura modular que permitiera reconocer doce piezas que lo compusieran, en la que todas fueran imprescindibles; extraer una de las piezas haría incomprensible el conjunto.

También sabía que el concepto «mirada», mirar, debía estar claramente representado. El elemento más sintético para remitirme a ello era un ojo. Y además, contenía en sí mismo el carácter personal; el ojo es del que mira. Así que tendría que ser un ojo compuesto por doce partes, o doce partes que construyeran un ojo.

Y mujer. Miradas de mujeres. El logotipo tendría que trasmitir este mensaje con claridad. Hablaría de un conjunto formado por partes, hablaría de miradas y hablaría de mujeres. Y tendría que ser desde la mirada de un hombre.

El diseñador neoyorquino Milton Glaser, en su “Diseñador/Ciudadano”, cita al poeta romano Horacio en un pasaje del ensayo en el que trata de iluminar los oscuros límites que separan el diseño del arte. “La función del arte es instruir y deleitar”, dice Horacio. Glaser contrapone el concepto de persuasión al de instrucción para diferenciar diseño de arte. «Cuando alguien se instruye, se fortalece», asegura, para matizar después que la persuasión no garantiza los mismos resultados. Persuadir y deleitar podría ser la función del diseño. Persuadir deleitando, quizá. El deleite, es la parte no cuantificable, la que se correspondería con la belleza, no valorable desde un punto de vista lógico, pero donde reside la auténtica potencia del mensaje. Y es en la forma en que se trasmite y se percibe la belleza, donde está -en mi opinión- la diferencia entre un diseñador y otro, entre diseñadoras y diseñadores.

Herencia cultural, genética, educación… Es inútil que intente mirar con los ojos de otro, de otra. Podré comprender sus miradas, la forma en que perciben las cosas, pero jamás podré mirar con sus ojos. En ningún momento fui realmente fabricante de válvulas o alcalde. Fui yo mismo intentando comprender su forma de mirar.

Decidí que representaría el concepto de mujer a través de una metáfora en apariencia tópica, la clásica visión masculina sobre la mujer, pero que contuviera un fondo, un alma, mucho más auténtica y primaria, sólo revelada a quien supiera mirar. Elegí una flor. Para quien mira sin profundidad no es más que algo bonito, pero en el fondo es la representación esencial de la propia vida, con toda su fuerza, su condición efímera y su capacidad para generar nueva vida.

El logotipo de Doce Miradas está construido a partir precisamente de eso, de la mirada. Es fruto del esfuerzo por mirar de otra manera, y apela a la capacidad que tenemos todos de comprender la forma de mirar de los otros, de las otras. Tal y como hacen las mujeres de Doce Miradas.

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¿Qué nos pasa a las mujeres?

junio 23, 2015 en Miradas invitadas

Leire Galeire garay_doce miradasray (@leiregaray). Soy Licenciada en Ciencias Empresariales y Máster en Marketing, aunque mi especialidad es no ser especialista en nada y resolverlo casi todo. Obediente, responsable y cumplidora desde que yo recuerdo, me gustaría no serlo tanto. Cuando se trata de alcanzar objetivos, si depende de trabajo y empeño, no suelo fallar. No vale rendirse antes de empezar: hay que intentarlo siempre. Soy fiel a la idea de que, lo poco que puedas hacer, debes hacerlo. Todo suma.

 

La publicidad es un reflejo de la sociedad. La única publicidad que pretende cambiar algo es la institucional. Esto es así. Es de primero de marketing. La publicidad no busca cambiar el mundo. La publicidad quiere vender por lo general logrando que te identifiques con el mensaje.

Hace mucho tiempo que me vengo fijando en la publicidad con cierta distancia. Quiero creer que influye poco en mis decisiones de compra. Al menos, lo intento, aunque es difícil sustraerse.

La publicidad, en general, está llena de mujeres jóvenes, guapas y, en muchos casos, exhibiendo cuerpo en actitud sensual. En todos los soportes posibles. Había una canción de Pedro Guerra (cantautor canario, no confundir con el dominicano Juan Luis Guerra) que decía “estás enfermo si piensas todo el día en el sexo (…) pero hay una mujer desnuda en cada tarro de yogur,  en las hojillas de afeitar, en la pasta de los dientes y a la hora de cenar”. La compuso en año 1997.

Es cierto que, desde entonces, sí tengo la sensación (es una impresión personal) de que la cosa ha cambiado levemente. Hay una ligera tendencia a colocar a la mujer en otros papeles de corte más cosmopolita y profesional. Por ejemplo, ahora salen mujeres conduciendo, aunque sigue habiendo muchas dando la merienda, a ser posible en la cocina.

Algunas marcas han tratado de intercambiar papeles: ellos en el papel de hombres objeto y ellas disfrutando de la vista, en un rol típicamente masculino. Es una combinación que me desagrada; no creo que sea un avance. No me gusta la mujer objeto y no creo que la solución sea ponerlos a ellos en la misma situación. Exhibir personas como bellos ejemplares no me agrada; más me parece que ellos empeoran en lugar de mejorar nosotras, aparte de darnos un rol claramente masculino con el que no me siento nada identificada.

La mujer en la publicidad para mujeres

Pero lo que más me sorprende es la publicidad dirigida expresamente a mujeres. También está plagada por mujeres jóvenes, bellas y, en muchos casos, exhibiendo cuerpo en actitud sensual. O sea, igual que la dirigida a los hombres.

Tiene lógica la exhibición de cuerpos perfectos cuando se trata de cosmética. En estos casos el mensaje consiste en hacernos creer que lograremos ese cuerpo esbelto y provocar que compremos. Tiene su lógica. Aquí podríamos abrir un debate sobre el bombardeo constante e inmisericorde para ser bella y perfecta y joven y tersa y turgente y absolutamente ideal… pero no es éste mi objetivo ahora mismo.

Pero, ¿qué pasa cuando se trata de la publicidad para vender otros productos para mujeres, distintos al de la cosmética corporal? Un bolso, un perfume, ropa.

Pongo algunos ejemplos recientes. Un anuncio del invierno pasado: una actriz joven, de talento reconocido, se contonea entre sábanas blancas y miradas sensuales a la cámara para anunciar corsetería. En principio parece una puesta en escena lógica, es ropa interior para que te sientas sexy. Pero resulta que el anuncio promete un sujetador más cómodo. Me chocan las neuronas: ¿si es para ir más cómoda, que hace ahí retozando? No entiendo nada. La prenda ni se ve. La chica, muy mona.

Otro comercial que me llamó la atención hace ya unos años fue de una marca de esas  carisísimas. En él una joven desnuda, con zapatos de tacón y labios rojo refulgente sostenía un bolso en la mano. Aparecía tumbada sobre un sofá tipo Luis XV con la espalda arqueada y la boca entreabierta. Sabías que era un anuncio de bolsos si conocías la marca. Si no, podría haber sido un anuncio de sofás antiguos, o de zapatos, o de lo que se te ocurra que puedes hacer en semejante situación.

Hay un tercero, de hará cosa de un año. Una marca de cosmética femenina se solidarizaba con la lucha contra el cáncer de mama. La foto llevaba su correspondiente lazo rosa y en ella aparecían tres mujeres, jovencísimas, delgadísimas, de piel de marfil y mirada casi transparente, desnudas de cintura para arriba. Una miraba directamente al lector y las otras dos, hacia no sé dónde. Estaban las tres tan juntas que sus torsos casi se tocaban.

Ninguno de los tres anuncios ha provocado nunca ningún tipo de reacción. Los dos primeros los encuentro absurdos. El de las tres muchachas de pechos desnudos me pareció un insulto, directamente. ¿Alguna puede imaginar una campaña de concienciación de cáncer de próstata con una foto a todo color de Cristiano Ronaldo luciendo calzoncillos?

¿Qué nos pasa a las mujeres? Ya no se trata de cómo nos ven los hombres, se trata de cómo nos vemos nosotras. Para un hombre, el cuerpo de una mujer es un reclamo sexual. No me parece lo mejor, ni siquiera medio bien, pero tiene su punto de lógica. Pero ¿qué es para una mujer? Tenemos tan interiorizado ese rol de objeto sexual, de reclamo publicitario que vale para todo, que ya ni nos lo cuestionamos. Asusta ver lo ajenas que vivimos a esta forma de visión machista de la mujer que se ha introducido en nuestras vidas, que consentimos y validamos cada vez que pagamos un producto anunciado de esta manera.

La publicidad cambiará cuando cambie la sociedad. Porque la publicidad no es para cambiar la sociedad, sino para que nos identifiquemos con el mensaje y compremos. Y por ahora, hasta donde yo sé, a ninguna de las marcas de los tres anuncios le va mal. O sea que, en general, nos identificamos. Y mientras no dejemos de aceptarlo, no va a cambiar.

Apéndice

Una vez terminada la redacción de este post, esta foto me ha “agredido” en Twitter. Agredir, ésa es la palabra. Es el podio de una carrera ciclista femenina de profesionales. Me ha dolido la imagen. Estoy segura de que las ciclistas no han podido reaccionar a tiempo; quiero creerlo fervientemente. Respecto a las otras cuatro, no hago más que preguntarme ¿qué nos pasa a las mujeres?