Peggy Orenstein y las princesas rosas

08/10/2013 en Doce Miradas

Peggy Orenstein tiene cincuenta y dos años, nació en Minneapolis, vive en San Francisco y ha investigado y publicado muchísimo sobre mujeres y niñas. Su libro más conocido y vendido se titula Cinderella ate my daughter (Cenicienta devoró a mi hija) y expone los resultados de su estudio sobre la fijación cultural por las princesas, el color rosa y todo lo que se asocia con el hecho de ser niña.

Después de leer algunas de las abundantes publicaciones de Orenstein, os he querido resumir sus conclusiones en este articulito.

 

Omnipresentes y ¿protectoras?

La hija de Orenstein, nada más empezar en preescolar, se obsesionó con las princesas rosas, hasta el punto de que su madre decidió investigar tal fijación entre las niñas de muy corta edad; se entrevistó con profesionales de la psicología, la historiografía y el marketing, y también con otras madres y padres, para concluir que la moda de las princesas no es inocente ni inocua y que puede determinar negativa y permanentemente la forma en la que las niñas perciben su propio cuerpo, su sexualidad y su lugar en el mundo.

En una interesante entrevista en Feministing, cuenta cómo al principio no vio nada malo en la nueva afición de su hijita, pero el color rosa y las lindas princesitas llegaron a hacerse omnipresentes, algo que no sucedía cuando ella misma era niña, cuando la infancia, en general, no gozaba (o sufría) del actual nivel de protección, y eso le hizo preguntarse si la moda de las princesas rosas era otra forma de proteger a las niñas de una sexualización temprana o, por el contrario, las preparaba exactamente para eso.

Lo cierto es que nuestras niñas están aprendiendo a poner en escena su feminidad, su sexualidad y su identidad antes que nunca. Con doce o trece años es de esperar que comiencen a transitar por universos convencionalmente femeninos, pero ¿antes?

Cuando Orenstein y yo éramos niñas había cocinitas y carritos de bebé; ahora hay princesas y maquillaje. Está clarísimo el mensaje que enviamos a las niñas sobre su feminidad y lo que esperamos de ellas cuando sean adultas.

 

La moda «real»

Disney, hacia el año 2000, englobó y cubrió con un manto regio a nueve de sus personajes femeninos. Otros personajes fueron detrás y otras empresas también. En 2001 Mattel creó la línea de princesas Barbie: muñecas, DVD, ropa, juguetes, muebles… Poco antes se había creado el Club Libby Lu, que ahora es una cadena de grandes superficies y de 2004 a 2005 aumentó en un 53% sus ventas. Hasta Dora la Exploradora se sentó en el trono. Los supermercados norteamericanos Walmart, de pésima fama en cuanto al trato que dispensan a sus empleadas, anunciaron despues su línea de maquillaje para niñas de 8 a 13 años.

Disney contraatacó intentando rebajar la edad de su clientela. A comienzos de esta década se presentó en unas 600 clínicas de maternidad norteamericanas para ofrecer a las recientes madres ropitas de bebé y apuntarlas a una lista de correo, a modo de «avanzadilla» de una nueva línea de producto. En Disney se dieron cuenta de que existía un grupo infantil que todavía no tenía enganchado, pero ahora ya podremos nacer con el «body» de princesa y seguir así vestidas hasta nuestro traje de novia Disney. ¿Qué será lo siguiente?, se pregunta Orenstein. ¿El ataúd de Blancanieves, para morir Disney también?

 

De cuando las chicas Disney eran azules: un poco de historia de los colores

De acuerdo con el estereotipo, se diría que las niñas nacen obsesionadas con el color rosa. Jo Paoletti, de la Universidad de Maryland, no opina igual y así nos lo cuenta en su obra Pink and Blue: Telling the Boys from the Girls in America (2012) y en su web www.pinkisforboys.org.

Según sus investigaciones, a comienzos de la década de 1920, el rosa era el color de los niños pequeños, ya que se consideraba una variante “pastel” del masculinísimo rojo. El azul, en cambio, ha sido tradicionalmente el color de los mantos de la Virgen María, asociado a la pureza, y el de las heroínas Disney más tempranas: Cenicienta, la Bella Durmiente, Wendy, Alicia…

Parece ser que el cambio se produjo hacia finales de la década siguiente. El rosa se asignó úniversalmente a las niñas, el azul a los niños (yo puedo atestiguar que mi parvulario ya había asumido esa distinción) y para mediados de los 80, cuando las diferencias de género se convirtieron en una estrategia clave del marketing infantil, el rosa ya era “innato” en las niñas y una parte importante de lo que las definía como féminas.

Paoletti hace notar que esta universalización de la asignación cromática coincide con la época en la que la primera generación de niñas y niños educados en el feminismo se convirtieron, a su vez, en padres y madres.

 

A modo de final

El problema no es jugar a las princesas, afirma Lyn Mikel Brown, que investiga sobre género y mercados. El problema, dice, son los 25.000 productos de princesas, pues, cuando algo es tan dominante, puede acabar por convertirse en la única opción.

Las tiendas de juguetes infantiles pueden ser al respecto desoladoras: flores, corazones, mariposas, cocinitas, carritos de compra y hula hoops para niñas; deporte, trenes, aviones y automóviles para niños. Como si nadie hubiera cuestionado los roles de género jamás.

Quiero terminar, sin embargo, con un poquito de esperanza. A principios de 2012 la red Pinkstinks lanzó una campaña para pedir a las jugueterías que dejaran de vender artículos rosas a las niñas y logró que Hamleys se comprometiera a dejar de identificar con rosa y azul las secciones de chicas y chicos.

Si echáis un vistazo a la actual web de Hamleys, veréis que todavía hay mucho que pulir, pero, en fin, algo es algo.

Y como mis blogsisters han instaurado la moda de acabar con un vídeo, os dejo con uno de Pinkstinks. Disfrutadlo. Ha sido un placer.

 

 

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De la Margen Izquierda de la ría de Bilbao. Soy lingüista, teleadicta y peliculera. Creo, por encima de todo, en la libertad individual. No renuncio a la utopía.

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