Este artículo es una transcripción aproximada y actualizada de la charla que ofrecí en Portugalete el 25 de noviembre de 2014 con motivo de sus XIV Jornadas de Igualdad.
Y, aunque intentaré no hacerlo, seguro que repetiré alguna de las ideas ya expresadas en el artículo «Lengua, sexismo y mi día a día en todo esto» publicado en este mismo blog el 4 de junio de 2013.
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Las recomendaciones para un lenguaje igualitario tienen ya cierta historia. Hace tiempo que empezaron a formularse. No me voy a remontar a lo primero que se publicó, sino a lo primero que yo leí sobre el asunto, que fue el Manual de estilo del lenguaje administrativo que en 1991 (¡1991!) publicó el antiguo Ministerio para las Administraciones Públicas de España.
El librito, muy recomendable y aplicable aún hoy en día, incluía a partir de su página 155 un capítulo titulado “Uso no sexista del lenguaje administrativo”, que, como os digo, fue la primera batería de recomendaciones de esta índole con la que me tropecé en mi vida.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Han sido unos cuantos años en los que, entre otras cosas, me he dedicado a recopilar estas recomendaciones, a estudiarlas, a aplicarlas y a hacerlas aplicar. Comprenderéis, pues, que durante este tiempo he observado muchas reacciones, no todas amigables, y las he englobado en ocho apartados, según los cuales el lenguaje igualitario…
1.- No es importante
Es esta una reacción muy común, quizás la más común y extendida. Se formula así:
‹‹¿Es que no hay otra cosa más importante en la que fijarse que en esa pijada de los vascos y las vascas?›› Pues seguro que sí, seguro que hay cosas más importantes en el mundo, pero yo soy lingüista, para mí el lenguaje es importante, me da de comer y ha sido mi pasión desde siempre. Y como siempre he tenido cierta conciencia feminista, sería yo una lingüista de pacotilla y una feminista de pacotilla si no juntara ambos terrenos y no incorporara la igualdad al lenguaje y el lenguaje a la igualdad.
Para mí la lengua no es despreciable, no es insignificante. Además, si quiero trabajar por la igualdad, tendré que hacerlo también en mi terreno, también en mi casa, y mi terreno y mi casa están aquí, son estos, los artículos, los morfemas y la estilística, aunque a alguien le pueda parecer fútil e irrelevante. Aquí tengo que emplearme. No solo aquí, pero sobre todo aquí.
2.- Mezcla consideraciones lingüísticas con extralingüísticas
Tiene razón. Es así, las recomendaciones para un lenguaje igualitario mezclan lo lingüístico con lo extralingüístico porque no puede ser de otra manera, porque el lenguaje no está fuera del mundo, no está nunca separado del mundo, ni de la realidad a la que se refiere, ni del orden social ni de nuestras ideas, imágenes ni construcciones mentales. Todos esos órdenes interactúan continuamente.
El lenguaje organiza el mundo, lo jerarquiza, lo clasifica, lo refleja y lo recrea. Por tanto, si nuestro pensamiento es igualitario, nuestro lenguaje también debe serlo, si es que queremos que lo refleje fielmente.
Así que desde ahora aviso: en este artículo me estaré saliendo continuamente de lo estrictamente lingüístico, exactamente igual que otras y otros insignes lingüistas que citaré, empezando por Ignacio Bosque, de la Real Academia Española, en su conocidísimo artículo Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer.
Citaré una y otra vez este artículo de Bosque porque me ha ahorrado mucho el trabajo, ya que es un buen compendio de todas las resistencias, o casi todas, que mencionaré.
3.- Es artificial
El lenguaje igualitario es supuestamente forzado, está alejado del lenguaje común, no tiene aplicación posible en la lengua cotidiana. Así lo expresa Ignacio Bosque en su artículo:
Si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar.
En efecto, el lenguaje igualitario no tiene mucho que ver con nuestra habla de todos los días, porque pertenece a un registro lingüístico especial.
¿Qué son los registros lingüísticos? Son variables contextuales y sociolingüísticas del lenguaje; así, existe un registro formal y otro informal, e incluso vulgar; existe el lenguaje administrativo-jurídico, existe el registro oratorio que utilizamos en discursos y conferencias…
Para entendernos, pensad sin más que no escribimos igual un mensaje de Whatsapp y un decreto, que no hablamos igual por teléfono con una amiga y frente a un auditorio. Para cada situación utilizamos diferentes registros lingüísticos. El lenguaje igualitario pertenece a los registros formales: al lenguaje administrativo-jurídico, porque la Administración es de todas y todos, y al oral propio de los discursos y conferencias, porque hay que tener en consideración a todo el auditorio.
Entonces, sí, de acuerdo, el lenguaje igualitario es artificial; el lenguaje en sí, todo lenguaje, como toda creación humana, es artificial.
4.- Es agramatical
Esta objeción, quizás la más socorrida, también está, por supuesto, en el artículo de Ignacio Bosque:
En los últimos años se han publicado en España numerosas guías de lenguaje no sexista. (…) contienen recomendaciones que contravienen no solo normas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias, sino también de varias gramáticas normativas.(…) En ciertos casos, las propuestas de las guías de lenguaje no sexista conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico.
Bien. Vamos a jugar un poco a las preguntas y las respuestas. Pregunta: ¿esta frase es gramaticalmente correcta?
A tu hermano le vi el otro día muy elegante.
Respuesta: es correcta, pero no siempre lo ha sido, porque hubo un tiempo en el que el leísmo era una incorrección gramatical. Pero ¿qué pasó? Que la supuesta incorrección se extendió tanto que la Academia acabó por admitir el leísmo cuando el objeto directo se refiere a una persona y es singular.
Con esto simplemente quiero decir que las incorrecciones no son inamovibles y que si un determinado uso del lenguaje, por mucho que contravenga normas o conculque la gramática, se extiende masivamente, la Academia se rendirá ante la evidencia y acabará por admitirlo.
5.- Suena mal
Estas objeciones las he oído yo con mis propias orejas: “Médica suena mal”. “No me gusta abogada: tiene demasiadas aes”. “Yo no soy arquitecta; soy arquitecto”.
Y no solo las he oído; también las he leído, nada más y nada menos que a don Valentín García Yebra, insigne traductor y traductólogo de quien he aprendido muchísimo. Por eso me duele tanto leerle clamar contra la voz “jueza”, de la siguiente manera:
No hay ningún motivo para añadir a juez la a feminizante. (…) Tal adición innecesaria rebaja y vulgariza una palabra tan noble.
Entonces, ¿una a reduce la categoría de una palabra? ¿No está aquí haciendo el señor García Yebra lo que el señor Bosque reprocha a los tratados de lenguaje igualitario; es decir, obtener una conclusión extralingüística de un hecho lingüístico? Sí. Eso es lo que está haciendo. Porque lo que rebaja no es el fonema, el sonido, la vocal a. Lo que rebaja es el femenino. Y por eso algunas abogadas, algunas médicas, prefieren ser médicos y abogados, porque ser médico es mejor que ser médica y ser abogado es mejor que ser abogada.
6.- Es confuso e impreciso
Se supone que tenemos que decir de una mujer que es “la técnico de Urbanismo”, y no “la técnica”, porque corremos el riesgo de confundir a la “persona que posee los conocimientos especiales de una ciencia o arte” con el “conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o un arte”.
Podríamos utilizar el mismo argumento para recomendar no decir de un hombre que es basurero, porque corremos el riesgo de confundir a la “persona que tiene por oficio recoger basura” con el sitio en donde se arroja y amontona. Pero nadie ha formulado nunca esta última recomendación, porque nunca nadie ha confundido a un señor que recoge basura con el sitio a donde la transporta: el contexto es suficiente para marcar la diferencia. Exactamente lo mismo sucede con ‘técnica’.
Ignacio Bosque argumenta también en su artículo que “la niñez” no equivale a “los niños y las niñas” y que recomendar su uso en sustitución del masculino plurar supone “prescindir de los matices” y “anular (…) diferencias sintácticas o léxicas”.
De acuerdo otra vez con el señor Bosque, pero añado: utilizar “los niños” en lugar de “los niños y las niñas” también es confuso e impreciso, porque, como “los niños” puede referirse tanto a solo varones como a varones y mujeres, es ambiguo.
Al masculino genérico seguiremos dándole vueltas en los siguientes apartados.
7.- Es pesado
Estar todo el rato doblando, -os, -as, o repitiendo (los, las) es un engorro, una pesadez. Estoy de acuerdo: el lenguaje igualitario sería muy pesado si se limitara a eso. Pero no es así.
Quien pone estas objeciones no se ha molestado en leer entera una publicación de recomendaciones, porque si se la hubiera leído entera, habría llegado a la parte en la que se expresa que la lengua tiene recursos suficientes, inagotables diría yo, para evitar la pesadez. Habría descubierto que el lenguaje inclusivo no se limita al los/las.
En jerga lingüística, cuando algo resulta pesado, engorroso o costoso, se dice que es antieconómico. El término economía lingüística, acuñado por André Martinet, designa a uno de los principales mecanismos de la evolución de las lenguas. En el lenguaje, como en cualquier actividad humana, existe una tendencia natural a tratar de minimizar el esfuerzo, lo que se manifiesta en maneras de abreviar, acortar o simplificar la forma de transmitir una información.
Pero, como también añadía Martinet, a menudo se presentan disyuntivas a la economía; es decir, a veces hay que elegir entre la economía y otra cosa; por ejemplo, entre la economía y la comunicabilidad. Así, por ejemplo, si yo quiero dar importancia a la economía lingüística, diré bodymilk; pero si quiero que me entiendan, es decir, si quiero comunicar, quizás deba decir crema hidratante corporal.
Pondré otro ejemplo. Si lo que me importa es la economía, diré chicos, pero si me interesa más la precisión, quizás utilice chicas y chicos.
Cuando se quiere dejar algo muy claro, nos tomamos un tiempo para ello. Así, merece la pena nombrar a las mujeres, merece la pena decir que nos dirigimos a ellas, que pensamos en ellas cuando hablamos. Si es importante, se impone a la economía.
8.- Es innecesario
Esta es la objeción principal de la RAE: no necesitamos expresar el femenino porque el masculino ya nos incluye y, de hecho, muchas mujeres nos sentimos incluidas.
Una vez más la RAE tiene razón: nos sentimos incluidas. Yo misma me siento incluida cuando leo “los lingüistas” o “los traductores”. Pero no siempre lo estoy, porque los masculinos no siempre nos incluyen; en muchas ocasiones ni siquiera sabemos si nos incluyen o no; y lo que es peor: a veces creemos que estamos incluidas y no lo estamos.
Por ejemplo, a mí me enseñaron en la escuela que el lema de la Revolución Francesa era “Libertad, igualdad, fraternidad” y que fue entonces cuando se instauró el sufragio universal. Yo siempre me sentí incluida en esa “fraternidad” y en esa ”universalidad”, pero más tarde supe que el universo revolucionario no incluía a las mujeres, pues no pudieron ejercer su derecho al sufragio en Francia ¡hasta 1944!
También supe que la palabra “fraternidad” viene del latín “frater”, que significa ‘hermano’, pero ‘hermano varón’; es decir, «frater» no incluye a las hermanas. ‘Hermana’ en latín es ‘soror’. De ahí viene nuestra ‘sororidad’.
De este hecho lingüístico extraigo una consecuencia extralingüística: la sobrerrepresentación masculina y la infrarrepresentación femenina.
Los hombres, gracias al masculino plural, están sobrerrepresentados; siempre están nombrados, figuran en todas partes, en todos los ámbitos, lo hacen todo. Son capaces de hacerlo todo. Se ven y se sienten capaces de hacerlo todo.
A nosotras, en cambio, el masculino plural presuntamente genérico no nos representa del todo; nos infrarrepresenta; no figuramos, no aparecemos, no estamos y, en consecuencia, no nos vemos, no nos imaginamos a nosostras mismas en muchos ámbitos. Deducimos, pues, que esos ámbitos no nos corresponden, no son nuestro sitio, no debemos estar ahí.
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Expuestas ya mis ocho resistencias, para terminar, solo me queda expresar un agradecimiento especial a todas las personas que, con mejor o peor intención, durante todos estos años me han repetido frases como estas:
Menuda memez, no habrá cosas más importantes de las que ocuparse, la mayor chorrada, así no se puede hablar, una tontada, una ridiculez, no es asunto de lingüistas serios, comete excesos, semejante payasada, contiene errores de bulto, atenta contra el sistema mismo de la lengua, yo así no hablaré en mi vida, busca la confrontación, es fruto de una neurosis obsesiva…
Sin su inestimable ayuda, este artículo no habría sido posible. Gracias, pues, de corazón.