Mientras ellos gobiernan, nosotras amamos

18/02/2020 en Doce Miradas

La semana pasada el calendario marcaba una fecha señalada, el Día de San Valentín, también conocido como el Día de los Enamorados. Sin obviar la utilización machista del lenguaje, en este día confluyen muchos de los motivos por los que las mujeres queremos desprogramarnos y construirnos de un modo libre.

La idea de que el Día de San Valentín es una fecha comercial inventada por unos conocidos almacenes está bastante extendida; en plena cuesta de febrero llega un momento de consumismo desenfrenado porque, claro está, con las cosas del amor no se repara en gastos. Sin embargo, parece que San Valentín sí existió. Valentín fue un sacerdote cristiano, en la época del Imperio Romano, que casaba soldados a pesar de la prohibición del emperador que consideraba el matrimonio algo incompatible con la carrera de las armas. Al descubrirse que el sacerdote casaba parejas en secreto, fue decapitado. No es el tema en el que quiero entrar ahora, pero me sacude una doble idea: o el sacerdote no quería que las parejas vivieran en pecado; o el sacerdote era antimilitarista y el matrimonio su herramienta de lucha contra las guerras. Esta sí que es una idea romántica.

El Día de San Valentín, además de concentrar la venta del 8% total del negocio anual de la floristería, concentra también el 100% de la venta del amor romántico, una de esas falsas creencias tan bien acomodadas en nuestro imaginario colectivo que ni se nos ocurre cuestionar —no vaya a ser que agüemos la fiesta a alguien—. Y es que el amor, ¡ay, el amor!, es el centro de nuestra vida; todo gira en torno a un ideal, a nuestra media naranja, a eso que socialmente nos convierte en mujeres completas, cuando en realidad —aquí viene el jarro de agua fría— se trata de una construcción social que nos hace dependientes y vulnerables. 

El amor romántico es un dispositivo de control que nos mantiene ocupadas desde edades muy tempranas. Desde pequeñas escuchamos y jugamos con falsos signos del amor; a ver si os suena eso de “el príncipe azul que vendrá de no sé qué país a rescatarnos”, “contigo pan y cebolla” o “sin ti no soy nada”. Son frases que apuntalan la creencia de que las mujeres somos frágiles princesas, seres incompletos que deambulamos hasta encontrar el amor verdadero, el príncipe azul, eso que da sentido a nuestra vida y tranquiliza a las familias. 

Y, un día, el príncipe llega; y según entra por la puerta, la libertad de la mujer sale por la ventana. En el amor romántico la pareja es similar a una propiedad privada; el propio modelo crea una idea de pertenencia y esto hace que se justifiquen los celos o la violencia machista: “la maté porque era mía”. Apenas hemos estrenado año y ya van 11 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas.

Recuerdo el primer artículo que escribí en este blog, hace ya siete años, titulado Desprogramando el identikit en espacios de papel, en el que hacía hincapié en las lógicas de poder. La hombría se asimila a la valía social, la intelectualidad, la racionalidad, la autoridad y la libertad; al hombre se le educa como si fuera el centro del universo. En contraposición, lo femenino se asocia a la inestabilidad, la afectividad, la emocionalidad, la fragilidad y la falta de racionalidad o de autonomía.

Así, a las mujeres se nos educa para cuidar, servir, sostener, equilibrar, tapar, amar y proveer felicidad, dejando a un lado nuestra propia identidad. Seguro que os sonará eso de “detrás de cada hombre hay una gran mujer”. Eso es, detrás. Ya lo decía Kate Miller, una de las escritoras y activistas más relevantes del feminismo: “el amor es el opio de las mujeres, como la religión el de las masas”. Mientras nosotras amamos, los hombres gobiernan; el amor romántico construido desde una visión patriarcal lleva a la mujer a dar prioridad al hombre, a ocupar un segundo lugar irrelevante, a cuidar y equilibrar la familia y la vida para que él se centre y se encargue de las cosas que realmente importan. Ya sabéis que gobernar es cosa de hombres.

El amor romántico nos mantiene distraídas soñando con finales felices, alimentando así una realidad en la que nada cambia, en la que la desigualdad se sostiene bajo el espejismo del amor verdadero. Las mujeres queremos amar, por supuesto, pero también queremos gobernar. Caer rendidas en las lógicas del amor romántico es dar pasos en contra de nuestra libertad y esto durará hasta que las mujeres lo sigamos sosteniendo con nuestras fantasías.

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Me apasiona la comunicación y el marketing digital. Soy enredadora y apuesto por la fuerza de la persona conectada, también fuera del ciberespacio. Bailo con el sol, debo de tener alma caribeña.

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