La mirada ultravioleta (o cuando ya nos hemos pasado)
11/06/2013 en Doce Miradas
“Sólo se ve lo que se mira y sólo se mira lo que se tiene en la mente”.
Alphonse Bertillon, investigador francés de finales del s. XIX.“El radicalismo de ayer se convierte en el sentido común de hoy”.
Gary Wills (1934), autor, periodista e historiador norteamericano.
Hace un tiempo, al finalizar un seminario sobre análisis de género en la publicidad y la información, me coloqué esas gafas maravillosas que empoderan repentinamente a las mujeres que han aprendido a mirar: son las gafas violetas. Se mimetizan con tus ojos y no hay forma ya de desprenderse de ellas. El lenguaje sexista, las actitudes machistas se muestran en color fosforito en todos los aspectos de la vida. Hemos aprendido a detectar la desigualdad y ese logro condicionará ya para siempre nuestra visión del mundo.
Pero a mí me pasa que necesito graduarme la vista, porque no siempre veo con claridad. Soy consciente del desenfoque de mi mirada: de la mirada ultravioleta. Y sobre mi percepción de las cosas aparece esa sombra que me desconcierta y me hace sentir insegura. ¿Debo mostrar incomodidad cuando me muestran caballerosidad en el ámbito laboral? ¿Tengo que hacerle ver al camarero que la copa puede ser para mí y el refresco para mi compañero? ¿Debo ofenderme si en carretera me brindan ayuda para cambiar la rueda? ¿Afear la conducta a las profesoras de mis hijas cuando encabezan sus frases diciendo “Dile a mamá…”? ¿Puede Obama halagar a su amiga la fiscal de California, Kamala Harris, destacando su atractivo, después de haber ensalzado sobradamente sus méritos profesionales? Me voy a detener en analizar esta noticia, porque me sirve para poner sobre el tapete la dificultad que nos presenta en muchas ocasiones, la sana intención de detectar situaciones que desdibujan a las mujeres.
Éste fue el comentario de Obama: «Ella es brillante, dedicada y enérgica y es exactamente lo que uno quiere en alguien que administra la justicia, asegurando que todos reciban un trato justo. Además, resulta que es, de lejos, la fiscal general más atractiva«.
En su día (5/03/2013), las palabras del presidente de los EE.UU. provocaron la reacción inmediata de varios columnistas que calificaron el comentario de insultante:
«Obama necesita ser educado en las cuestiones de género”.
«El grado en que las mujeres son juzgadas por su apariencia, sigue siendo un obstáculo importante para la igualdad de género en el mercado laboral. Las mujeres tienen dificultades para ser juzgadas exclusivamente por sus méritos«.
Sin embargo, hubo también otros columnistas y editores que sacaron la cara al presidente y se cuestionaron si la polémica no habría sido exagerada: “¿Decir lo obvio convierte al presidente en sexista?”.
Esta noticia generó un cierto debate también entre nosotras, las Doce Miradas. A mi entender, es inapropiado destacar la belleza de una profesional, por mucho que se haya hecho referencia previa a su excelencia curricular. Me parece que actitudes como éstas descolocan a las mujeres que, repentinamente, se ven desarmadas de sus carteras y forzadas a sonreír y pudiera ser que a ruborizarse. Pero quizá en este caso la apreciación no sirva: a fin de cuentas ellos eran amigos y en su confianza mutua podría caber ese tipo de cumplidos. Lo cierto es que entre las Miradas hubo, precisamente, quien restó importancia al piropo de Obama, por entender que el presidente había reconocido suficientemente la valía de la fiscal antes de pretender halagarla por su atractivo físico.
Pero, hete aquí, que en los días en los que estaba preparando este texto, ojeando el Twitter me encontré con lo siguiente:
Y, además, guapo!“@ppvitoria: El alcalde @javiermaroto compartiendo un buen rato con @julia_otero en #JELO twitter.com/ppvitoria/stat…”
— Julia Otero (@julia_otero) 6 de junio de 2013
¿Y ahora qué? Hasta la fecha, a mis oídos no ha llegado ningún comentario cuestionando lo inapropiado de que mi admirada Julia Otero piropeara al alcalde de Vitoria-Gasteiz. Y tengo que decir que a mí tampoco me lo parece. ¡Lo que no sé es por qué no! ¡Si es lo mismo, pero al revés! Debe ser por aquello de la discriminación positiva: que mientras el panorama esté como está, tenemos que tener más cuidado desde un lado que desde el otro.
Yo no tengo el criterio claro. Dudo. En situaciones como éstas y en otras muchas, me pregunto cuál es la línea a partir de la cual nos pasamos de rosca, convirtiendo la cuestión de género en mirada ultravioleta.
La mirada ultravioleta atrinchera y demoniza actitudes que, en ocasiones, nacen de la normalidad con la que reproducimos comportamientos que, hasta el momento, no causaban la menor incomodidad. Nos movemos de puntillas por terreno pantanoso.
Confieso que me molesta mucho que el personal docente del colegio de mis niñas pida los datos completos de padres y madres al inicio de curso y, sin embargo, cuando llega el momento de dar un aviso, ocurra que el número de teléfono de los padres se desdibuje en las fichas hasta la ilegibilidad.
Pero reconozco que sí me gusta que me abran la puerta; no te digo ya, que me cambien la rueda. Y no siento que poner la copa en el sitio equivocado de la barra me reste igualdad de oportunidades en la vida. Creo que el sentido común es el menos común de los sentidos y es, precisamente, el que nos pone en bandeja la moderación.
La mirada ultravioleta provoca afecciones y desencuentros que nos desvían del sentido de llevar las gafas moradas: detectar la diferencia y acusar desconsideración; denunciar y ofrecer un sólido debate sobre el papel que desempeñamos, en aras de mover cimientos para levantar edificios sostenibles.
Pero no podremos hacerlo desde el conflicto permanente y las reivindicaciones ligeras. Estaremos perdiendo con ello una energía valiosísima que vamos a necesitar para participar, procurar el encuentro y, en definitiva, amueblar el escenario que acabaremos por compartir con los hombres.
Las gafas violetas no se hicieron para proteger nuestra mirada, sino para enfocarla. Serán un recuerdo bonito cuando podamos hacernos, bajo el sol de mediodía, una fotografía en la que no se advertirán sombras hacia ninguno de los lados.
“El violeta es el color del feminismo. Nadie sabe muy bien por qué. La leyenda cuenta que se adoptó en honor a las 129 mujeres que murieron en una fábrica textil de Estados Unidos en 1908 cuando el empresario, ante la huelga de las trabajadoras, prendió fuego a la empresa con todas las mujeres dentro. (…) En esa misma leyenda se relata que las telas sobre las que estaban trabajando las obreras eran de color violeta. Las más poéticas aseguran que era el humo que salía de la fábrica, y se podía ver a kilómetros de distancia, el que tenía ese color. (…) La idea es comparar el feminismo con unas gafas violetas, porque tomar conciencia de la discriminación de las mujeres supone una manera distinta de ver el mundo”.
¿Qué es feminismo? La metáfora de las gafas violeta. Coraly Leon.
Imagen de lulazzo (CC by-nc-nd)
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Muchas gracias por este artículo, la verdad es que lo necesitaba, me gusta ver que hay gente que tiene las mismas inquietudes.
En muchas ocasiones tengo la sensación de que las gafas ultravioletas me hacen enemistarme con el mundo, no me dejan disfrutar y en algunas ocasiones distorsionan la realidad. También hay ocasiones en las que me siento desnuda si nos las llevo y tengo la sensación de que estoy defraudando a mi género por no hacer una defensa continua de aquello que detecta mi mirada violeta.
Creo que es un trabajo complicado pero poco a poco y entre todos y todas conseguiremos ajustar la graduación de nuestras miradas.
Gracias
Marta: muchas gracias a ti. Por acercarte a nuestras miradas y por participar del debate. Creo que todas las mujeres, cuando nos colocamos las gafas de color violeta, pasamos por esa fase de engrandecimiento y abanderamiento personal de la causa, que nos hace sentir, primero, muy libres y, en ocasiones,incómodas por tener que manejarnos en un ámbito en el que el feminismo no es bien entendido o es injustamente etiquetado. Posicionarse acaba por ser incómodo antes o después. Da igual si hablamos de política, de religión… o de género. Acabaremos por encontrar a quien no opina igual. Reivindicar es un derecho de todas las personas; hacerlo sin razones de peso, también; y pasarse de la raya, pues también. Pero ¿quién tiene la fórmula secreta, para dirimir si el enfoque es el correcto? No podemos estar en guardia permanentemente. ¡Es agotador! Yo creo que dejarse empapar del análisis permanente es ya un gran esfuerzo y que comunicar esta visión es un cometido fundamental. Es, como dices, complicado. En eso estamos.
Yo también tengo mis dudas en estas cuestiones, especialmente cuando el comentario o la actitud ‘sospechosa de ser machista’ viene de alguien que te agrada, te cae bien o simplemente de alguien que no ha actuado con ánimo de ofender. Aún en esos casos, suelo decir algo, aunque sea en un tono distendido y educado. En el caso concreto del comentario de Obama, creo que se equivocó. Creo que seguramente él mismo se dio cuenta de que había metido la pata al poco de pronunciar sus palabras. Tampoco creo que haya que cebarse con él. Es muy difícil decir siempre lo correcto y no ofender nunca a nadie. Se disculpó y ya está. Me considero feminista y seguro que alguna que otra vez se me escapa alguno de esos tics.
El ejemplo de Julia Otero -a mí también me gusta mucho escuchar su programa y todo lo que hace- me parece distinto. No porque sea una mujer quien lo dice sino por el contexto en el que se hace el comentario y porque la trascendencia que tiene lo que dice el presidente de Estados Unidos y la formalidad que se le exige me parece diferente. Pero tal vez esté mirando con mis gafas violetas o ultravioletas. Enhorabuena por el post.
María: cuánta sensatez. Me parece que propones una vía amable para el enfoque de la mirada: un comentario sin excesiva acidez o una ironía fina, pueden ser suficientes para conseguir el efecto de replantearse lo dicho o hecho. El ánimo de ofender no se encuentra por ninguna parte en muchas ocasiones, es verdad. Pero es cierto que tenemos integrados en nuestra experiencia vital comportamientos recurrentes que no por habituales tienen que escapar de la mirada violeta. Y como dices, María, es muy difícil decir siempre lo correcto y pasar por la vida sin ofender a nadie. Pero quiero pensar que el mero debate que produjeron sus palabras, haría al presidente de los EE.UU. darle alguna vuelta que otra al tema de lo que procede y lo que no en su relación profesional con mujeres. Es saludable que sea así,¿no?
Respecto al tuit de Julia Otero, discrepo contigo, pero te confieso que con poca convicción 😉 Me gusta ser coherente y aunque en mi entrada reconozco que cuando lo leí no me pareció inapropiado el piropo al alcalde, voy a retroceder un paso para intentar enmendarme: no creo que el atractivo físico deba ser un plus en alguien que se dedica a la política: sea hombre o mujer; no creo que deba ser comentado «en alto». Es sólo mi opinión, claro. Gracias por la tuya, María.
¿Javier Maroto guapo?¡Por favor! Ni comparación con Obama.
No me siento discriminado, pero sí tengo mucha envidia de esos debates que habéis tenido las doce antes de empezar a escribir. A ver si salen más a la luz.
Una sola acción es difícil de juzgar como sexista o no. Si no cediese el paso o dejase abierta la puerta a hombres sí que se me podría calificar de machista, pienso. ¿Una sola frase de Obama -o de Otero- es suficiente? Tengo muchas dudas. Sobre la posible incomodidad de aquella fiscal, ¿creéis que Maroto se sintió de alguna forma por que le llamasen guapo? ¿Por qué se ha de sentir incómoda una mujer ante una frase positiva sobre su físico no rallana en el piropo de albañil, con perdón de los albañiles que no lancen piropos groseros? ¿Y un hombre?
(Y mi 1ª frase no va con enésimas intenciones ni la piensoescribo con ningún tono,pero puede que las ideologías de ambos influyan en mi juicio estético).
Estimado Makgregory,
Ya que en la corta vida de Miradas has demostrado ser un fiel seguidor, comparto mi parte en lo que a ese debate vía mail toca, que yo fui una de las disonantes y coincido en que las discrepancias enriquecen. Mis palabras fueron «pues yo creo que es sacar las cosas un poco del tiesto, la verdad. Empieza (Obama) por halagar lo que toca: su profesionalidad. ¿No se puede halagar si es en referencia al físico? El problema sería si se hubiera quedado ahí ¿no? No sé, yo me imagino haciendo comentario semejante si me tocara valorar el trabajo de George Clooney en público. De hecho, me imagino desmayándome a continuación…»
Dicho esto, al menos a mí, me hizo falta una nueva conversación sobre el tema para comprender mejor las otras perspectivas. La cosa es: hombres y mujeres no partimos del mismo punto. Nuestras historias no han corrido a la par y, por tanto, quizá nuestro conflicto provenga del hecho de tratar ahora de ser justos aplicando igualdad. Que ésa suele ser al menos mi postura más habitual, por entender que por norma es lo más justo. ¿Pero y si no es la buena? Porque en este caso, por ejemplo, entiendo que una profesional pueda sentirse desarmada con un comentario así. Como si de pronto tus méritos profesionales, esos que te han exigido en la misma medida (como mínimo) que a tus compañeros varones, perdieran valor y quedaran difuminados detrás de la sonrisa que te toca poner para agradecer el «cumplido». En vuestro caso es distinto. Nadie cuestiona de forma continuada vuestros logros en función de vuestra belleza. A nosotras esto nos sucede a menudo. Las propias mujeres ponemos con frecuencia en duda el trabajo y el éxito de otras. Será por esto, por aquello o por lo otro. Llevamos oyendo comentarios así desde siempre.
Y también creo que a Julia Otero debió de cautivarle la conversación…
Saludos y gracias por leernos 🙂
Ana
Ana: hago mía tu frase «Nuestras historias no han corrido a la par y, por tanto, quizá nuestro conflicto provenga del hecho de tratar ahora de ser justos aplicando igualdad». Cuando no somos justos aplicando igualdad podríamos haber caído víctimas de una mirada ultravioleta.
Nota para Noemí Pastor: el «justos» de Ana y el «justos» que reproduzco yo misma… ¿crees tú que incluye a las justas? 😉
Tampoco os obsesionéis, por diossss.
Una salida: «actuar con justicia».
¡Cuánta sapiencia! Y sed de conocimiento por mi parte. ¡Gracias!;-)
Makgregory: Javier Maroto es guapo. ¡Pero no me líes! Que acabo de ponerme muy entera diciéndole a María que creo que ni nos importa que lo sea ni lo tenemos que oír en los medios de difusión pública. Te diré también (y con esto paro, porque tendré que dimitir de la docena si no lo hago), que Obama, ciertamente, es un hombre muy atractivo. Pero, como ha dicho Ana, a quien se nombró en el debate de las Doce Miradas fue a George Clooney, al que sí se le puede llamar guapo hasta perder la voz o la huella digital y no pasa nada: su profesión va de eso.
Totalmente de acuerdo: por una sola acción es difícil tildar a alguien de sexista. Yo creo que lo que aquí ponemos sobre la mesa son toques en pos de la ejemplaridad. Me ha quedado muy redicho, pero lo que intento decir es que tanto a Obama como a Julia Otero (para quien lo vea del mismo modo que yo) les pedimos pulcritud en las cuestiones de género, para dar ejemplo, vaya. Vuelvo a dudar: no sé si tenemos derecho a exigir tanto, por el mero hecho de que sean personajes con proyección pública indiscutible. No sé si la fiscal Harris se sintió incómoda con Obama tras su comentario. A Javier Maroto se lo podemos preguntar, que lo tenemos más a mano. Pero se incomodaran o no, la una y el otro, lo cierto es que el debate se produjo allí y lo provoco yo (un poco forzado, lo sé) aquí. Para ver cómo lo vemos nosotras y vosotros. La mirada ultravioleta es provocadora a más no poder. Es cuando somos conscientes de este desenfoque cuando se atisba una predisposición al reencuentro.
Lo siento. Vuelvo para defender a George ¡Su profesión no va de ser guapo! Su trabajo es contar historias. Detrás o delante de la cámara. Cosa que para mí gusto, al margen de su físico (si es que se puede obviar), hace estupendamente bien. Y lo dejo ya…
Estoy con Ana: hombres y mujeres no partimos de la misma base. Además a las mujeres se nos EXIGE ser guapas, estar a la última, delgadas y siempre conjuntadas, es muy cansado…
Como llevar las gafas ultravioletas, que a veces también cansa porque pones la puyita en una conversación que podía haber sido la mar de tranquila…¡ya! imagínate que hubieran pensado esto las primeras feministas.
En mi opinión es hora de mirarlo todo con lupa ultravioleta y no callarse ni una!
May:
A mí los activismos me devuelven la fe en la humanidad y en su capacidad para promover cambios estructurales. El compromiso con determinadas causas es lo único que hace que se remuevan, se revisen, se renueven. Mirar con lupa está muy bien, pero luego hay que saber interpretar lo que nos muestra la lente. Ahí es donde yo planteo mis dudas. Por otra parte, entiendo que «no callarse ni una tiene sus riesgos»: la rabia permanente y con ella, el desgaste. El camino es largo y cada cual debe recorrerlo con la mochila que ha decidido cargar. Me imagino que entre las primeras feministas habría -como ahora- estilos distintos de enfrentar la desigualdad. Creo que pueden ser compatibles si se comparte el objetivo.
Gracias por tu comentario, May.
Hola Mkgregory,
como querías saber lo de las discrepancias en el debate de Doce Miradas, te cuento la parte que me toca.
Yo discrepé de la historia de Obama porque soy de las que piensa que no se puede sentir una ofendida por todo. Si Obama hubiera hablado solamente de la belleza física de la fiscal, yo hubiera sido la primera en mandarle a galeras. Pero no fue así. Primero habló de sus características como fiscal y después vino el halago físico.
A mí me halaga cuando alguien me dice aquello de «qué guapa estás hoy». No tengo problemas; es más me gusta. ¿Por qué no? ¿Por qué tengo que admitir que me digan qué mala cara tienes hoy y no el qué guapa estás? . No admito, eso sí, el piropo por la calle. Me indigna, me subleba y me altera.
Creo que no hay que sacar los pies del tiesto. Obama la alabó como trabajadora y después dijo que era la fiscal más guapa. Lo que es verdad. E incluso quiero entrever un punto feminista porque probablemente lo señaló al constatar que la mayoría de los fiscales son hombres y ella, era la más guapa.
Creo que lo cortés no quita lo valiente. Creo.
Ahora, también te digo, que en algunas ocasiones, no lo tengo claro del todo. Ni mucho menos
Macarena, hago mías muchas de las frases que leo en este post y en sus comentarios. Gracias por ofrecernos una nueva mirada y generar el debate, que como veo, ¡está que arde!
No comparto, ni me parece adecuado el comentario sobre la belleza de la fiscal de California, menos aún, si el emisor es el mismísimo Dios del mundo, Obama.
Me pongo las gafas superultravioletas y me asaltan las siguientes preguntas: ¿Lo que dice Obama es que debemos ser altas, delgadas, con largas piernas, larga melena, elegantes y sugerentes al mismo tiempo, además de ser estupendísimas profesionales para tener éxito y conseguir reconocimiento y bendición? ¿Quién dice que el super estilo Barbie sea el estilo fetén? Y para finalizar, ¿cuánto daño hace este enfoque a mujeres y hombres y, lo que es peor, a las niñas y niños?
Sin darnos cuenta apoyamos comportamientos que incitan a las personas, especialmente a las mujeres, a iniciar una carrera vertiginosa para conseguir que nuestro pie entre en el zapato que el príncipe tiene en su mano porque, de lo contrario, no seremos las elegidas. En general, el zapato es de cristal.
Necesitamos nuevas gafas para poder ver más allá de aquello que se pretende que veamos: el pensamiento único, la belleza única…
Arantxa: estoy de acuerdo con lo que apuntas de principio a fin. No quisiera repetirme, porque tú lo has expresado fenomenal. Sólo añadir que es agotador este tinglado que nos tenemos montado. Es cierto que la exigencia de la supermujer se respira en el aire, pero aunque no sé si nos compensa, está claro que nos gratifica la autoestima, la imagen pública… O eso nos parece.
Por eso creo que es tan importante el reto que planteas: romper con el modelo único, la belleza única. De lo contrario, seguiremos dentro de la trampa. Es muy, muy difícil (no imposible) sentirse bien fuera del modelo. Porque además quien se queda al margen no parece hacerlo por voluntad propia (aunque así sea) sino por aceptación de sus limitaciones. La presión por entrar en el zapatito de cristal es grande. Quién le pone el cascabel al gato?
Hola, me he leido los comentarios, confieso que por encima, por la simple razón de que como madre trabajadora (tanto dentro como fuera de casa) no dispongo de tiempo suficiente, pero aquí va mi mirada particular sobre los hechos; El tema trata sobre si el Sr. Obama en un acto público ha hecho referencia al físico de una señorita de forma positiva. Hombre a mi no me parece que la cosa sea grave, no obstante se dan situaciones en la vida en las que este tipo de comentarios tiene como consecuencia que se termine hablando más de esa señorita por su tractivo que por sus cualidades y aptitudes profesionales. Por este motivo creo que hasta que trasncurran algunas generaciones, los Señores listos como Obama deberían eliminiar este tipo de comentarios.
Gracias, Ainhoa. Por tu opinión y por tu participación en Doce Miradas. Como estarás viendo, en este foro todas las apreciaciones nos sirven. Síguenos de cerca!
Yo las gafas esas las llevo de toda la vida y no me las puedo quitar de ninguna de las maneras, y hay veces que he llegado a desearlo, agotada de oír tonterías y de ser la única (aparentemente) a la que le preocupan según qué cosas.
Lo de «dile a tu mamá» me parece fatal, así que como esas revistas tipo «Ser Padres» donde no existen los padres (a todos se les ha trabado la tierra) y solo existen las madres. Que alguien te ceda el paso lo veo una señal de educación, seas hombre, mujer, vegetal o mineral.
Lo de Obama, pues dependerá del tono, pero no lo veo mal. Lo de Julia Otero lo veo … mentira, porque todo el mundo sabe que no existe un alcalde guapo 🙂
Loquemeahorro: así da gusto. Un poco de esa seguridad me vendría bien a mí. Lo de agotada de oír tonterías, me temo que es algo que compartimos la mayoría. Pero dices bien que serás «aparentemente» la única a la que le preocupan según que cosas. Si estás paseándote por aquí, ya ves que somos la muestra de un puñadito bueno.
Lo de dile a mamá es una pelea muy cansina. Porque además, obviamente, cuando se produce el mandado la mamá no está y te queda la opción B de «aleccionar» (pobrecitas mías) sobre la posibilidad de responder «vale ya se lo digo a mamá o a papá». Una de mis hijas lo hizo una vez. Sería porque se llama Violeta? Pero, reconozco, que tampoco es plan.
Yo admiro a todas las que estáis diciendo que no os quitáis las gafas nunca, porque yo sí lo hago. Para parpadear sin filtro, descansar la mirada… ¡Un ratito!
Las revistas tipo Ser Padres, dirigidas a las madres, me provocan picores. No voy a entrar, porque me enciendo. Sin más decir: cuánta presión, cuánta, sobre las mujeres; pero ¿sobre las madres? Ahí lo dejo. Para otro postito, como dice Noemí.
Gracias, Loquemeahorro (si te animas a decirnos cómo, en estos tiempos de apreturas de cinturón,por aquí andamos).
Hola!
Yo también dudo. Y dudo mucho. Puede que la clave no esté en las gafas si no en la mirada. Y todos los gestos a los que se hacen referencia cobran un sentido o el contrario en función de si la mirada es clara y honesta o turbia e hipócrita. Bien está ponernos las gafas violetas, nosotros también, luego tendremos que saber si las cristales están limpios o necesitan que les pasemos el paño.
Me temo que es difícil discernir la honestidad de una mirada, sobre todo cuando se da en situaciones puntuales y entre gente (casi) desconocida pero las trayectorias más que lo gestos pueden darnos algunas pistas. Aunque son los gestos los que construyen una trayectoria
Uf! Iñaki Etxe: no tenía yo bastante lío y me planteas esta diatriba: «las trayectorias más que los gestos pueden darnos algunas pistas. Aunque son los gestos los que construyen una trayectoria». Te diré que sí a todo. Porque si me razonas un poco la primera parte, la hago mía; si haces lo mismo con la segunda, también. Me pasa esto muchas veces: las gafas me las quito, me las pongo, como el sombrero de la canción. Gracias, por compartir en Doce Miradas tu forma de ver todo esto. Empiezo a sentirme más que acompañada.
Hola, Macarena. Apunto varias reflexiones sueltas que se me han ocurrido al leer tu estupendo artículo y a tus ilustres comentaristas.
Para saber si una actitud es o no sexita, a veces funciona la regla de la inversión: dale la vuelta; donde había un hombre pon a una mujer y al revés, y mira si chirría, encaja o qué pasa.
La inversión (y el humor, como decís) sirve para contestar a estos micromachismos con los que nos topamos. Ante un hecho así, dale la vuelta y haz ver a quien lo provoca cómo se sentiría en esa situación. O hazle ver qué significa lo que dice o hace. O hazte la tonta y pregunta qué ha querido decir.
Con todo, no debemos tener miedo a ofender. Hay gente que se merece una ofensa, más que nada porque nos ha ofendido antes.
La inversión me lleva a cuestionar la caballerosidad. Le doy la vuelta y me pregunto: ¿existe la «damosidad»? ¿Necesitamos esas supuestas deferencias? Yo, no. Quiero que me traten con corrección, no como si estuviéramos en Versalles.
Ahora bien, la inversión no siempre funciona. ¿Es lo mismo que en un centro de trabajo de hombres tengan en las paredes fotos de chicas semidesnudas y en uno de chicas, fotos de chicos semidesnudos? Pues no, porque hay una cosa horrible que se llama violencia contra las mujeres, que tiene que ver con la forma de mirar los cuerpos. Es lo que decís: que no partimos de la misma línea de salida y por eso, aunque hagamos lo mismo, la repercusión no es igual; ni para lo bueno ni para lo malo.
¿Una sola acción se puede calificar de sexista? Pues claro que sí. Yo soy feminista desde que en mi tierna y lejana adolescencia leí el mítico «En favor de las niñas» y a veces me sorprendo a mí misma juzgando a otras mujeres por su aspecto y diciendo cosas horribles, a la altura de «Sálvame». Me esfuerzo por actuar de acuerdo con mi pensamiento, pero a veces mis acciones son sexistas y como tales hay que calificarlas.
¿Por qué sentirme mal cuando me dicen que estoy guapa? Pues quizás porque me lo dice un tipo que hasta ese momento me ha estado ninguneando en una conversación y solo se dirige a mí para hablar de mi aspecto. Se nota que me ha pasado, ¿verdad? ¿Qué se merece un tipo así? ¿Una sonrisita y un agradecimiento? Se merece mandarlo a … Bueno, me callo.
Sí hay alcaldes guapos. Y alcaldesas. Y además creo que la sociedad del espectáculo hace que cada vez más votemos a los guapos. Esta idea la dejo para un post enterito o la suelto para compartirla, porque me interesa y me preocupa.
Y, para acabar, ¿qué hacen Otero, Maroto y Obama que no comentan nada aquí? ¿En qué andan perdiendo el tiempo? Hale, chicas, chicos. ¡Por alusiones!
Un placer.
Noemí: quiero clases particulares con vos. Vete haciendo hueco. Aportas luz a la maraña de interpretaciones, idas y venidas, miradas ultravioletas y miradas cansadas. La inversión es, precisamente, la que ha centrado una parte del debate en Doce Miradas. Hemos metido a Otero y a Maroto en este jaleo, porque nos ha provocado la comparativa con el comentario de Obama a Harris. Y el recurso de la inversión me falla aquí, Noemí: siento que tiene que parecerme igual de mal, pero lo cierto es que no me lo parece (estas incoherencias mías hacen que me castigue en modo bucle). Quizá cuando deje reposar todas las ilustres (estoy de acuerdo) intervenciones de las y los comentaristas de Doce Miradas, se haga la luz en mi discernimiento.
De acuerdo contigo, sin fisuras, en tu ejemplo de las fotos de chicas o chicos semidesnudos. Tenemos que hilar muy fino aquí. Nos jugamos mucho.
Ay, el tema de la sonrisita y el agradecimiento… ¡A mí me pasó una vez! Y me sentí fatal, porque hice eso mismo: sonreír y agradecer, como una pava. Fue con el que fuera ministro de Trabajo, Manuel Pimentel. Doy su nombre, porque me trató con mucha condescendencia, después de haberme ignorado y faltado a un compromiso conmigo de concederme una entrevista. Andaba justo de tiempo porque perdía un avión, pero accedió a atenderme finalmente. A los 3 minutos se levantó: «Niña,tengo que marcharme; que tengas mucha suerte en tu profesión». Yo era bastante joven y no debí transmitirle credibilidad. No sé. Esto es de mi cosecha. ¿Sabéis por qué no hubo tiempo para mi entrevista el Sr. Pimentel? Porque un reportero de prensa se «coló» en mi hueco. Era un hombre, me sacaba unos años y tenía pinta de currado en crónicas. Ahí os dejo este testimonio en primera persona, por si ilustra.
Para terminar: el alcalde Maroto ha sido citado en Twitter, como puede comprobar quien quiera a la derecha de esta página, y ha hablado: «A mí me lo dijo bromeando y así lo interpretó todo el mundo. Un saludo». Le hemos invitado a participar y estamos a la espera. Julia Otero y Obama están al caer también.
Ni caballerosidad ni damosidad: amabilidad. Con niños, con hombres,con ancianas, con cargados, con cualquiera. ¿Por qué creer que si te abro la puerta o ayudo en lo que sea lo hago porque eres mujer?
Eso. Por qué? 😉
Hola, Mak. Eso reclamo para mí: amabilidad, corrección, respeto y consideración. No atenciones especiales.
¿Por qué creemos que lo hacen porque somos mujeres? Porque algunos SÍ lo hacen por eso.
Un abrazo.
¡Cuántos hilos interesantes para tejer una mirada compartida!
Yo a ratos me quito las gafas ultravioletas, por descansar un rato, ya sabéis. Dejar de lado temporalmente la mirada incisiva, y simplemente, pasear los ojos por la realidad. Ocurre entonces que tengo que pasar, casi irremediablemente, a ponerme unas grandes gafas de sol, porque en demasiadas ocasiones, sin filtro, las microrrealidades son insoportables.
Para muchas personas, hombres y mujeres, son mimbre que no hacen un cesto, pero admitan ustedes al menos que a muchas nos resulte cansado.
Agota de repetir que ser mujer no es un mérito profesional, que no elegimos nacer así, ni del sexo contrario, que es algo que toca, sin más (y encantada, por cierto). Cansa pedir que no nos traten como la representación de las minorías, algo que, además, no somos. Y desespera un poquito tener que explicar que la conciliación es una responsabilidad de doble vía. Y así, hasta el infinito y más allá.
Sin gafas ultravioletas, la realidad es bastante cutre, admitámoslo. No me consuela demasiado que me recuerden que hace años las cosas estaban todavía peor. Yo no viví en esos años, lo lamento. A mí no me han tenido que autorizar para abrir una cuenta en un banco, o para viajar sola al extranjero. Agradezco el contexto histórico, y valoro el trabajo y la constancia de quienes han hecho posible que esas barbaridades no ocurran hoy, pero qué le vamos a hacer, yo soy más de hacer que de recordar: lo que veo cuando miro es la realidad de 2013. Y ésa es la que me ocupa. Y mientras tanto, la preocupación la centro en las microrrealidades que vendrán, en los fogonazos que van a tener que aguantar mis hijas, si no empezamos a pensar y a mirar de otra manera.
Me acaba de llamar Obama para decirme que no tiene tiempo para intervenir, que anda el pobre muy liado con algún jaleo de escuchas no muy presentables. De Julia Otero todavía no tengo noticias. ☺
Pilar: es un gustazo que alguien recopile tan bien y en tan poco espacio tantas ideas que compartimos. Suscribo tu comentario y te lo agradezco mucho. A estas horas, a una le cuesta combinar sujeto, verbo y predicado de forma coherente. Cedo el testigo a Obama desde este momento. Por allí deben ser cerca de las seis de la tarde, ¿no? Seguro que está más fresquito que la firmante y nos puede hacer un parpadeo rapidito, en exclusiva, para el personal tertuliano de este saloncito de las Doce Miradas.
¡Buenas noches!
Ummm……..un pasito palante, un pasito patrás.
Sí que hay que cuestionarselo todo todo el rato y si finalmente estábamos equivocadas, ya pediremos perdón.
A mi NO me gusta que me abran la puerta si no voy cargada. NO me gusta que me cedan el paso en las puertas, ni que me indiquen los señores cuando estoy aparcando ni que me ayuden cuando NO he pedido ayuda y NO la necesito.
Son actitudes paternalistas y hay que señalarlas.
Julia Otero llama guapo al tío ese y no pasa nada.
No pasa nada porque los hombres no han sido tratados como objetos sexuales durante la mayor parte de su historia y no se desmontan al escucharlo, por que no tienen ese bagagge. No es lo mismo.
No lo es.
Muchas gracias a todas, hasta el siguiente post no «cotillearé» más 😉
Si me permitís, una pregunta: no entiendo lo de que os sintáis obligadas «al canon de belleza y prestancia». ¿De veras os sentís obligadas individualmente a seguir determinadas reglas de estilo, más allá de que os gustéis? Porque ostentáis mucha más variedad que nosotros en el vestir, pienso. Igual es porque soy un desharrapado. Por otra parte,si un hombre se arregla para trabajar, ¿quién le «obliga», más allá de él mismo y/o posibles reglas de estilo de la empresa? (Esto más que nada porque odio cómo me quedan los trajes en comparación… Prohibiría los trajes, por más que haya muchas mujeres y muchos hombres a los que el hombre trajeado les encante).
Makgregory: la opinión que tienen los demás de una, también pesa. Sería divino poder decir que las mujeres nos acicalamos y/o cuidamos nuestro aspecto por nosotras mismas. Que también. Pero sentimos (al menos, yo) la necesidad de gustar a los demás, para reforzar nuestra autoestima. Podemos llevarlo al límite o, simplemente, llevarlo, claro. Pero no deja de ser una dependencia que oprime. ¿Cómo podemos liberarnos de esta esclavitud? El ser humano se rinde ante la belleza.¡A quién no le gustan las cosas bellas! Pero recupero el comentario de Arantxa: el problema está en que sostenemos un modelo único de belleza en el que encajas o no encajas. Sabemos que hay otros modelos; el arte en sí mismo propone un abanico inacabable de posibilidades de manifestación de la belleza. Tendríamos que extrapolar esta convicción al concepto de mujer y hombre bello. ¿Quién decide lo que es o no hermoso? ¿Y por qué le hacemos tanto caso? ¿Las personas con poder y dinero? No lo sé.
Para mí ambas apreciaciones, la de Obama y la de Julia, son inoportunas en un contexto público y profesional porque no venían a cuento: no añaden contenido y encima refuerzan el mensaje de lo bello vale más. Y en ambos casos suena a prepotencia por parte de quien lo dice ya que no deja de ser una apreciación personal sobre algo subjetivo como es la belleza.
Supongo que todas tenemos anécdotas como las que han ido saliendo en los comentarios pero, como dices en el post “las gafas violetas no se hicieron para proteger nuestra mirada, sino para enfocarla”. Coincido plenamente en que el lenguaje del enfrentamiento como norma no añade. Hay casos sangrantes en los que es imprescindible ser contundentes pero la mayor parte de estas batallas se ganan en el día a día simplemente explicando y con cierto toque de humor. Y dan resultado, no es la primera vez que se me escapa un tópico y es un amigo el que cariñosamente me corrige.
Estupenda conversación. Estas doce miradas van a dar que hablar 🙂
Gracias, Isabel. Coincido plenamente contigo. En los comentarios han salido muchos puntos de vista. En algunos reconozco mi propio discurso y en otros, no. Pero como escribía más arriba en la respuesta a May, quiero pensar que todas las estrategias (de buena fe) son válidas si compartimos el objetivo. A mí me ganan las personas comprometidas con esta causa o con cualquiera de las otras mil que tenemos por ahí pendientes de meterles mano. Creo que la lucha por la justicia social engrandece. Y que lo hagamos mejor o peor, con aciertos y con errores, no va a impedir que la conquista avance. Aunque sea poquito a poco. Si nos paramos no tendremos ni siquiera eso.
Muy bueno el artículo. Para mi es todo un gusto poder coincidir con esa mirada. Lo decía en un post que publique en mi Facebook hace justo unos pocos días, «¿Nos estamos pasando de frenada?»
https://www.facebook.com/photo.php?fbid=520483857998678&set=a.112029172177484.5334.100001112047998&type=1&theater
Salud y Bien Común!
Javier
Salud y Bien Común! Claro que sí. Gracias por tu comentario y por compartir esa publicación de tu Facebook. Sin duda, otra ocasión para ejercitar el enfoque.
¡Cuanto agradezco haber llegado a esta entrada, y a este debate!
Me encanta discrepar, creo que gracias a ello se crece y evoluciona (discrepando).
Si me ciño a estos casos de Obama y al de Julia Otero, mi mirada no percibe más que el «hábito» o «costumbre» de decir cosas buenas del otro que muchos tenemos, incluso el coqueteo limpio y sano que la gente despierta y divertida suele tener en sus diálogos. Sin ir más allá, ni rizar rizos, ni ponerme gafas de un color u otro. Me pregunto, los que lo hacen, ¿para que enjuician la intención o falta de ella, en un comentario amable?, y ¿para que le darían una trascendencia que realmente no tiene?.
La «fricción» adecuada (he quitado lo de «justa» jeje) en los otros casos que mencionas, supongo se encuentra con naturalidad y amabilidad, respeto por las costumbres más o menos superadas o arraigadas. Radicalizarse, en según que casos, nos resta razón y sentido común y pone a los demás en posición de enfrentamiento más que de encontrarse. Y lo que queremos, es encontrarnos, ¿no?.
Muchísimas gracias por crear Doce Miradas. Os estaré siguiendo 😉
Gracias a ti, Raquel! Por tu comentario y por seguirnos. Por aquí te esperamos para que discrepes, apuntes o apruebes cuanto quieras y cuando quieras.
En primer lugar, chicas de las doce miradas, enhorabuena por vuestro blog. Os auguro y deseo muchos éxitos. Y es que, en el campo machismo-sexismo-igualdad todavía queda mucho camino por recorrer, y a todos nosotros y a unas cuantas de vosotras, mucho todavía por aprender y avanzar.
Macarena:con respecto a Obamas y Marotos (jamás pensé que juntaría a estas dos personas en la misma frase), yo adopto como código al que recurrir en estos casos como tu bien dices, el sentido común y la intención.
Y que sepas que cuando te haga falta, te cambio la rueda del coche, te dejo pasar delante al abrirte una puerta, y me tomo la copa que tu me digas que me tome, se equivoque o no el camarero. Sin complejos.
La primera y la segunda miradas, interesantísimas. Ansío leer a la tercera.
Gracias por tu comentario, Javier. Y por tu apoyo a Doce Miradas. Sé que harías todo eso que dices: cambiarme la rueda, dejarme pasar primero y beberte lo que sea. Pero sabes qué es lo mejor? Que yo también lo haría por ti 😉
Enhorabuena por el blog y por este estupendo artículo. Así es como se hace entender lo que significa la palabra feminismo. En mi teneis una nueva seguidora. Bravo!
Gracias, en nombre de todas las miradas. Estamos encantadas de tenerte como nueva seguidora. No tanto por que te guste lo que contamos (que también), sino por lo que supone para nosotras sumar una persona más que lee, participa y da sentido a Doce Miradas. ¡Gracias, María!
[…] la mirada anestesiada. Ahora en cambio, de repente, no sé si porque yo también he probado esas gafas que empoderan repentinamente a las mujeres o porque formar parte de este proyecto me hace ser más […]
Yo lo tengo muy claro, si estamos en un ámbito profesional. Las valoraciones deben ir en esa dirección. No me encajan piropos ni valoraciones a la moda siquiera. Trabajo es trabajo y va más allá de criterios estéticos. Situaciones así me activan el sensor de mis gafas moradas.
Gracias por tu opinión, Idoya. Pienso que sí: que el criterio que propones es acertado. Mejor asepsia en el ámbito laboral. Cada cual cómodo y seguro con el papel que viene a cumplir. Gracias por participar en Doce Miradas!
[…] similar me ocurre con el feminismo. Cuando te pones las gafas violetas es ya difícil quitártelas. Eso hace que ningún detalle se escape a tu radar, pero también tiene […]