Cuatro res: resaca, reflexiones, regañina y recompensa

16/06/2015 en Doce Miradas

Resaca

Ando de resaca. Igual que Begoña Marañón tras el 8 de Marzo. Igual que una jovenzuela, tras un sábado de parranda, un domingo por la mañana; o un señor de mi edad todavía un martes.
Ando de resaca, de resaca emocional, porque acaban de pasar varias cosas reseñables en mi vida. Tranquilo todo el mundo: no pienso aburriros con un relato de mi previsible existencia. Voy a pasar un poco por alto otros acontecimientos y me voy a referir sobre todo al segundo aniversario de Doce Miradas, porque el poso que me ha dejado compendia bastante bien todas las demás consecuencias y efectos.

 

Reflexiones

La resaca, qué os voy a contar, afecta al cuerpo, al alma y, por consiguiente, al intelecto, que es de donde me han brotado estas cavilaciones que paso a exponeros.
No es que lo haya aprendido ahora, pero sí se me ha hecho más evidente: nos necesitamos. No nos queda otra. Las mujeres tenemos que apoyarnos, que arroparnos unas a otras. Tenemos que mantener tensa la red de seguridad, para poder arrojarnos confiadas en que nos recogerá, nos sujetará e impedirá que nos estrellemos contra el suelo. Por eso debemos cuidar bien las redes, alimentarlas con sororidad, con camaradería. No nos queda más remedio que mimar los lazos débiles y colaborar.
Y eso lo tenemos que hacer cada una en la medida de nuestras posibilidades, muchas o pocas, cada una en su terreno, donde se mueva a gusto, cada una con sus filias y sus fobias, sabiendo dónde tenemos los límites y asumiendo nuestras incoherencias y contradicciones. No se nos puede olvidar que, si queremos cambiar el mundo, quizás tengamos que comenzar por cambiar nosotras mismas; pero sin sufrimiento, sin violentarnos, poquito a poquito, sabiendo adónde queremos llegar y adónde no.

 

Regañina

El mismo día del aniversario Begoña Beristain nos hizo a Macarena Domaica y a servidora de ustedes una entrevista en su programa de Onda Vasca y nos preguntó, entre otras cosas, por qué incomoda tanto el feminismo, por qué levanta ampollas, por qué, como nos decía también María Silvestre, hace que el alumnado se remueva nervioso en sus pupitres cuando se trata en la universidad.

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Nuestras Miradas con María Silvestre en el acto del segundo aniversario. Todas las fotos son de Judith de Prado

Le contesté a Begoña Beristain que el feminismo escuece porque nos interpela, porque nos cuestiona, porque pone en entredicho nuestra identidad, nuestra actividad y nuestra vida entera; porque tiene que ver con todo.
Y, como siempre sucede, después de la charla en la radio, pensé: “Ay, qué boba soy. Tenía que haberle dicho que…”.
Pero gracias a los cielos este es un blog colaborativo y tengo un hermoso espacio para expresar lo que no dije entonces. Allá va.
El feminismo incomoda a los hombres, es evidente, porque presenta como privilegios lo que algunos creen que es normalidad, porque subvierte el orden social en el que reinan, en el que gratis et amore les corresponden servicios y prerrogativas por el simple hecho de ser varones.
Pero a las mujeres también nos incomoda. Sí, me incluyo por completo en ese “nos” y aquí viene la regañina que me hago a mí misma. El feminismo me molesta porque me dice que yo tampoco he asumido del todo la igualdad, que tengo mucho que aprender y mucho que mejorar, que no me porto bien con las demás mujeres. Me incomoda porque me tira de las orejas, y no precisamente para felicitarme, cuando se me escapa un comentario malévolo sobre el físico de otra mujer, cuando soy insolidaria, cuando no tengo piedad, cuando despellejo a una porque saca los pies del tiesto, porque ataca una norma que yo había acatado, cuando me escuece que otras se atrevan a ser más libres.
También me da rabia el feminismo cuando me doy cuenta de que tengo mucho más en cuenta las opiniones de los hombres que las de las mujeres, aprecio y valoro más sus obras, su trabajo, sus productos, su cultura.
Y vuelvo al “nos” para afirmar que, cuando nos descubrimos haciendo esas cosas que odiamos que nos hagan a nosotras, el feminismo, como un espejo cruel, nos devuelve una imagen que no nos gusta.

 

Recompensa

Como quiero acabar este artículo de manera cordial y apacible, os cuento cuál es el trofeo que me llevo a casa como quien arrebata un tesoro ajeno: es la complicidad.
La complicidad, tal y como yo la entiendo, prende en un momento mágico en el que una chica de cualquier edad te coge suavemente del brazo, se te acerca un poco y te dice en voz bajita y chispeante algo que es solo para ti y para ella, algo que, como en las bodas, o se dice entonces o se silencia para siempre jamás, algo luminoso, algo espléndido, algo que quiebra una cadena, una atadura, que estalla y derrama flores, que te hace reír y te deja paz.
Esa es mi recompensa. El 28 de mayo viví varios momentos de esos. Por uno solo de ellos merece la pena todo.

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De la Margen Izquierda de la ría de Bilbao. Soy lingüista, teleadicta y peliculera. Creo, por encima de todo, en la libertad individual. No renuncio a la utopía.

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