20 años después, la lucha continúa

febrero 7, 2017 en Miradas invitadas

En el año 1996 un grupo de mujeres intentaron desfilar en el Alarde de Hondarribia. No les dejaron y aquellas que defendíamos la causa, pensamos que un primer paso podría ser crear una compañía donde las mujeres participáramos. La compañía Jaizkibel se formó en el año 1997 y todavía hoy, no ha conseguido su propósito.

Marian Emazabel, miembro de Jaizkibel Konpainia

 

En este tiempo, si bien es verdad que el ambiente ha mejorado, y con mejorado quiero decir: poder bajar al centro a comprar, a pasear, a potear, mezclarnos el día 8 de septiembre con el resto de integrantes de otras compañías fuera del desfile, poder relacionarnos con personas que opinan diferente a nosotras y nosotros en el día a día… el Alarde sigue siendo a día de hoy, un tema tabú en el pueblo.

Los 10 años iniciales de este conflicto, han sido muy duros; años de incomprensión, de sentimientos de soledad, de desplantes, de gritos cualquier día de la semana, de miedo por encontrarnos con alguien que de alguna manera pudiera agredirnos, de dolor por la pérdida de amistades o de familiares… Y sobre todo de confusión total y de dolor por todos nuestros seres queridos que, por apoyarnos y querernos, han sufrido consecuencias nefastas en sus relaciones. Hablo de nuestros padres y de nuestras madres, de nuestros hijos y de nuestras hijas, nuestras sobrinas y sobrinos, nuestros hermanos y hermanas, que aún sin haber participado, les han hecho responsables de nuestra decisión. Esto ha supuesto una doble carga para aquellas y aquellos que decidimos defender los derechos de las mujeres, ya que, no solo nosotras, sino también nuestros seres queridos, han sufrido día a día, insultos, vejaciones, malas caras, desprecios,…. Este es el caso de aquellos y aquellas menores que de forma silenciosa, han tenido que abandonar el colegio o el instituto e irse a estudiar a otro colegio y a otro pueblo para poder volver a empezar: hacer nuevos amigos, recuperarse de tanto daño, y seguir viviendo sus jóvenes vidas libres de dolor y amenazas.

A día de hoy, y 20 años después, estamos orgullosas y orgullosos de que las nuevas generaciones que han empezado a participar en la compañía Jaizkibel, no sientan el miedo que todavía las veteranas y veteranos sentimos. Estamos orgullas y orgullosos de que en estos 20 años hayamos pasado de ser 36 participantes a casi 500. De que cada vez más personas nos miran, nos saludan y nos felicitan.

Esta es la imagen de chicas jóvenes que se instalan en la Calle Mayor desde la víspera, para boicotear con plásticos e insultos el desfile de la compañía Jaizkibel. Mientras, los chicos disfrutan de la fiesta.

A pesar de que consideramos que hoy en día la vida díaria en el pueblo es más fácil para las personas que desfilamos en Jaizkibel y para los de nuestro entorno, todavía no podemos hablar de una situación de normalización. Y síntoma de ello son los plásticos negros que, año tras año, el 8 de septiembre se erigen a manos de las jóvenes que pasan la noche anterior ocupando la Calle Mayor.

 

 

 

 

 

 

 

Esto demuestra que aunque han cambiado las formas, no ha variado el fondo. Las mujeres seguimos reivindicando un derecho a participar en las fiestas en igualdad de condiciones que se nos sigue denegando. Detrás de nuevas caras sonrientes que nos saludan al pasar, el Alarde discriminatorio se sigue celebrando cada año bajo la protección de los responsables políticos y de todas aquellas personas que no reaccionan ante esta situación que sufrimos.

Tenemos clara la responsabilidad de los políticos en la resolución de este confllicto, porque en 20 años no han creado ni facilitado ninguna vía que garantice que se cumplan nuestros derechos. Derechos de las mujeres que son responsabilidad de todos y todas, más allá de las fronteras hondarribitarras. El Alarde camufla bajo su disfraz y su música una cuestión universal: la intolerancia y la falta de respeto hacia los derechos de la mujer.

 

 

Hacia una política feminista

enero 10, 2017 en Miradas invitadas

ftg-547Mireia Espiau (Algorta, 1974). Estudié CCPP y Sociología e hice estudios de postgrado en estudios de Género y Desarrollo. Comencé trabajando en el ámbito de la cooperación internacional aquí y allá, donde fui consciente de la necesidad de volver a mirar el mundo desde otros lugares. A partir de entonces, he tratado de leer, imaginar e incidir en mi realidad cercana y lejana para transitar hacia modelos y sistemas más inclusivos, sostenibles y saludables.

 

La mayor presencia de mujeres en la vida política institucional está conllevando numerosos debates sobre lo que simboliza esta nueva realidad. De las distintas miradas desde las que se puede enfocar este tema: los obstáculos de las mujeres en el acceso a la política, las críticas sexistas que reciben las mujeres políticas, la utilidad e idoneidad de las cuotas…, por motivos de espacio voy a tratar de centrarme en una cuestión que nos permita imaginar nuevos escenarios ¿qué oportunidades nos abre para una transformación feminista de la política y qué condiciones deben existir para que ésta se produzca?

En mi opinión, la mayor presencia de mujeres en el ejercicio de la política institucional abre enormes posibilidades, pero es necesario estar vigilantes de que se atienda a una serie de condicionantes que hagan posible una verdadera transformación feminista de la política. Estas condiciones, además, deben darse de forma simultánea porque unas sin otras no van a posibilitar lograr el propósito. Para facilitar su abordaje, voy a tratar de hacer referencia a 4 planos que se retroalimentan entre sí: estética, cultura, ética, y agenda.

En primer lugar, podríamos atender al plano estético. La mayor presencia de mujeres en el desempeño de la actividad política institucional significa, cuanto menos, una composición más equilibrada de la representación social y una garantía del derecho de las mujeres a estar representadas.  Además, facilita imaginarios para las nuevas generaciones donde su presencia deja de tener un carácter de excepcionalidad. Sin embargo, igual que en el resto de ámbitos, somos conscientes de que el hecho de que haya más mujeres en ningún caso garantiza cambios de agenda o prácticas desde perspectivas feministas.

Es por eso que es necesario combinar la existencia de una masa crítica que posibilite el cambio con el análisis de otros planos, como el de la cultura, entendiendo ésta como el conjunto de creencias, actitudes y valores que se entienden como compartidas en un marco concreto. Las mujeres acceden a la política en un marco preestablecido creado por y para otros y donde ellas (y algunos ellos), a menudo se sienten (y se perciben) como extrañas, incluso cuando lo hacen de la mano de algún padrino o mentor que les facilita el conocimiento de los códigos y espacios clave para desenvolverse en ese ámbito. Se trata de códigos androcéntricos no siempre formales y escritos, a aquello que no hace falta decir, a lo que se da por supuesto, y por lo tanto, es más difícil enfrentar. Esta sensación de que el espacio político ES y no tanto de que LO HACEMOS, lleva en muchos casos a vivir el desempeño de cargos con enorme frustración, confundiendo los marcos patriarcales con incapacidades personales. La perspectiva androcéntrica atraviesa la mayoría de los espacios de poder, y la política, no es una excepción. Es difícil, pero también imprescindible, que las mujeres puedan ejercer su capacidad de agencia para cuestionar y transformar estos marcos hacia otros inclusivos y transformadores.

Ante esta situación, a las recién llegadas se les presentan dos opciones: aprender las reglas, en cuyo caso se les critica por “masculinas”, o intentar funcionar conforme a códigos propios.  Si bien ambas opciones tienen un coste personal importante (y la segunda, también político), los imaginarios que ésta última alternativa nos aporta genera otros referentes que son necesarios. Podríamos pensar, por ejemplo, en modelos de liderazgo fuertes pero amables y democráticos donde se distinguen autoridad y poder al cual se accede con la única pretensión de generar cambios. Formas de hacer diferentes no por biología sino por experiencia de vida y por la propia socialización de género.

Con esto no quiero pecar de esencialista, dejando entender que a las mujeres les corresponde una forma concretar de hacer política. No se trataría de impulsar la política de las mujeres sino otra forma de hacer política que saque de la invisibilidad formas, contenidos, voces y lugares a los que no se les ha dado autoridad y que son mucho más conciliables con la vida.

Pero este salto no se puede hacer de forma individual. Son necesarios pactos entre mujeres para poder transformar las formas, y también los fondos. Y será necesario hacerlos con mujeres que estén dentro y fuera del ámbito institucional, ya que otra cuestión clave es la de la legitimación de los espacios donde se hace la política.mujeres-al-poder

Pero estas alianzas con otras mujeres deben partir de un tercer marco: el de la ética feminista. Es importante establecer pactos que incluyan un reconocimiento de la autoridad y del quehacer de las otras, asumiendo que cada una es una pieza importante y fundamental y que los pactos deben tejerse en espacios de confianza y seguridad donde se crean vínculos y unas a otras se sostienen en la tarea.

Lo que aquí se propone en todo caso, no son pactos de mujeres por el hecho de serlo, sino pactos basados en un propósito común que no es otro que transitar a una nueva política que ellas también creen y recreen.  Y es aquí donde es necesario mirar el cuarto marco, el plano de la agenda, que no puede ser otro que el de la agenda feminista: eliminar el sexismo de la política y poner el feminismo en el centro de la agenda.

Los contenidos de la agenda deben incluir, por un lado, las reivindicaciones históricas de los derechos de las mujeres: vidas sin violencia, derechos sexuales y reproductivos, igualdad salarial… y algunos otros que la socialización de género incorpora en el CV de muchas mujeres (sin reconocimiento y mucho menos redistribución) y que pone en agenda cuestiones de la gestión de la vida cotidiana. Temas como el sostenimiento de la vida y el cuidado de las personas, que son precisamente factores generadores de desigualdad para las mujeres, y que deben ser resignificadas y redistribuidas en el marco del bien común. Cuestiones que deben pasar de estar en los márgenes a situarse en el centro de la agenda.  “El país de las mujeres” de Gioconda Belli nos da la oportunidad de imaginar un proyecto político que incorpora algunos de estos elementos.

En definitiva, lo que he pretendido aportar a los debates actuales sobre la feminización de la política, es que la mayor representación de las mujeres en la política institucional no asegura, pero sí facilita, crear las condiciones para su transformación feminista, y que, para poder llevarse a cabo, debiera pasar porque pudieran tejerse pactos desde una ética feminista que garanticen el desarrollo de una agenda mínima común. Que, para ello, no podemos dejar de ser conscientes de las posiciones materiales y simbólicas diferentes que se dan entre las propias mujeres y de la dificultad y costes que pueden generar y que debieran abordarse desde una ética de reconocimiento, cuidado y apoyo mutuo.

Seguramente sea necesario iniciar este camino con pactos sencillos entre algunas pocas mujeres que posibiliten la generación de confianzas y pequeños logros que muestren que es posible y merece la pena. Porque algunas lo hicieron antes, no sin enormes costes personales, sociales y políticos, y gracias a ellas, otras están. Y éstas, tienen el imperativo moral de reconocerlas dejando el camino más avanzado para las que vendrán.

Y tú ¿de quién eres?

noviembre 22, 2016 en Miradas invitadas

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Toño Fraguas. Madrid, 1975 @antoniofraguas

Soy Licenciado y Máster en Filosofía, y Máster en Periodismo. Trabajé en El País y 20 minutos. Me gano la vida como ‘freelance’ en La Vanguardia, Harper’s Bazaar y La Marea y colaborando en Hoy por Hoy, de la Cadena SER. En RTVE presenté las series documentales ¿Existe la felicidad? y El futuro ya está aquí. Imparto clases de comunicación en el Máster de Gestión Cultural de la Universidad Carlos III y en el de Nuevos Medios Interactivos y Periodismo Multimedia de la Universidad de Granada. En 2015 publiqué el libro ¿Existe la felicidad?

“Margarita se llama mi amor, Margarita Rodríguez Garcés”, decía la canción. Esos apellidos, ¿qué nos indican? Ojo, no nos interesan especialmente los ancestros de Margarita, que nadie se alarme; sino sus apellidos en sí: ‘Rodríguez Garcés’. Lo habitual es que pensemos que el primer apellido de Margarita es ‘del padre’, el señor Rodríguez; y el segundo, ‘de la madre’: la señora Garcés. Si Margarita hubiese nacido hace pocos años, no podríamos estar seguros de esta asignación de apellidos, porque ahora la legislación, en un guiño aparentemente igualitario, permite alterar ese orden. Sin embargo, aunque la madre de Margarita hubiera decidido llamar a su hija ‘Margarita Garcés Rodríguez’ (para desgracia de la rima y del compositor de la canción), el nuevo primer apellido de Margarita (‘Garcés’) seguiría siendo el de un hombre… Chocante, ¿no?

Ya sé que ‘Garcés’ es el apellido de la madre, pero antes lo fue del padre de la madre, es decir, del abuelo de Margarita; el señor Garcés (que Dios lo guarde a su lado). No hay escapatoria. En nuestras sociedades las mujeres no tienen apellido propio. Siempre llevan el apellido de un hombre, y este fenómeno no es ni inocente ni anecdótico. Es un síntoma más de una inercia milenaria que conforma, entre otras cosas, ese caldo de cultivo del que se nutren el machismo y sus violencias.

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Mujeres iroquesas trabajando

El fenómeno por el que las mujeres llevan los apellidos de hombres se denomina sistema de filiación patrilineal y, según cifraba el antropólogo Marvin Harris en ‘Caníbales y reyes’ (1977), es empleado por el 85% de las sociedades humanas. Existen un 15% de sociedades matrilineales, en las que son las mujeres las que determinan el linaje, es su apellido el que se transmite a la descendencia. Siempre se pone de ejemplo a la sociedad iroquesa, en la que los hijos reciben el apellido del clan de la madre. Pero nosotros no somos iroqueses.

Es de sobra sabido que en sociedades muy cercanas a la nuestra (por ejemplo, las anglosajonas) la mujer adopta el apellido del marido; como si, al casarse, pasase a pertenecer al linaje del hombre. Hasta hace no mucho en España había mujeres que, al contraer matrimonio, empezaban a firmar con el apellido del marido antecedido por la partícula ‘de’, para mostrar pertenencia. Si Margarita se hubiese casado con Julio Salgado Alegre (autor de la célebre y casposa canción), quizá habría firmado como ‘Margarita de Salgado’ o ‘Margarita Rodríguez de Salgado’ o, simplemente, como ‘Señora de Salgado’.

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Cartel de la película «Margarita se llama mi amor»

Algo similar ocurre en otras sociedades cercanas a la española, como la griega actual. Allí las mujeres también adoptan el apellido del marido, pero lo hacen en genitivo: una declinación que sustituye a nuestra preposición ‘de’ y que muestra relación de posesión. Lo relevante es que hermanos y hermanas llevan un único apellido, el del padre, pero ellos en nominativo (son sujetos) y ellas en genitivo (son posesiones). Ellos son alguien; ellas son ‘de’ alguien.

Veamos un ejemplo. La política griega Zoe Konstantopoúlou es hija del también político Nikos Konstantópoulos. El apellido de Zoe acaba en ‘-ou’ lo que indica que pertenece a la familia del padre. Si Zoe hubiese tenido un hermano varón, el apellido de éste acabaría, como el del padre, con el sufijo ‘-os’, es decir, en nominativo. Todas las mujeres de esa familia son, al menos gramaticalmente, posesiones del padre y, por extensión, pertenecen a los varones de la familia. La gramática nunca es inocente.

“En la sociedad humana, ellas no ocupan ni el mismo lugar ni el mismo rango. Olvidar esto sería ignorar el hecho fundamental de que son los hombres los que se intercambian mujeres, y no lo contrario”, escribió Claude Lévi-Strauss en ‘Las estructuras elementales del parentesco’ (1949). Las causas del machismo y sus violencias hunden sus raíces en la noche de los tiempos y creo que merece la pena prestar atención a fenómenos como éste de la filiación patrilineal, fenómenos que no por cotidianos y consabidos dejan de ser esclarecedores.

El machismo sitúa a la mujer en un rango propio, no muy lejano al de los objetos, los animales y los niños. Como dijo Lévi-Strauss, la mujer ha sido durante milenios objeto de intercambio. Todavía lo es en muchas sociedades, y aún perdura esa forma de pensar en las mentes de la mayoría de los hombres. De hombres que viven entre nosotros. Tal y como denota nuestro sistema de filiación, las mujeres han sido tratadas a lo largo de la historia como mercancía, como una propiedad más de las que componen el patrimonio del hombre… En términos de ética kantiana, la mujer ha sido y es considerada un medio (en su función de madre, especialmente) y nunca como un fin en sí misma.

El viernes que viene, 25 de noviembre, es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. Para lograr erradicar la violencia son necesarias gran variedad de medidas a muy distintos niveles; pero no debemos descuidar estos usos sociales aparentemente inofensivos, como el de los apellidos. Tomar conciencia y analizar estas costumbres falsamente inocuas nos sirve para avanzar en la catalogación de la miríada de elementos que han determinado y todavía determinan el sufrimiento de millones de mujeres en todo el mundo.

Para lograr la igualdad, para romper esa inercia machista milenaria, no bastan leyes igualitarias; también son necesarias medidas de discriminación positiva consistentes y sostenidas en el tiempo y, además, es vital sumergirse en ese mar de fondo, en ese machismo intrahistórico que se esconde en realidades falsamente inocentes. De lo contrario, las urgentes mejoras legislativas servirán únicamente de muro de contención de las oleadas machistas; pero no sólo basta con cegar los pozos del machismo; hay que drenarlos, desecarlos desde abajo.

Hemos de conseguir que los usos y costumbres civiles, e incluso la gramática, dejen de legitimar, aunque sea de manera a veces inconsciente y meramente formal, el sentido de aquella copla que cada día resuena en la mente de miles de asesinos en todo el mundo: “La maté porque era mía. Y si volviera a nacer, de nuevo la mataría”.

Parece mentira que haya que recordarlo, pero nadie es de nadie. Cada ser humano es un fin en sí mismo y tiene derecho a ser tratado como tal.
Tú no eres de nadie. Lee el resto de esta entrada →

Las nuevas mujeres mayores

noviembre 8, 2016 en Miradas invitadas

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Itziar Gandía Quintanilla

Mujer en crecimiento que trabaja en Lura (www.espaciolura.com). Acompaño a otras mujeres en sus procesos de crisis y duelo y ejerzo mi profesión de psicóloga con una linterna que facilite a las mujeres reconocer lo que ya saben. La sabiduría que cada mujer alberga en su interior ha de ser conectada , cuando esto sucede , las mujeres se empoderan a sí mismas. Lo que yo sé hacer es crear algunas condiciones y circunstancias para que esto sea probable.

 

A lo largo de 15 años promoviendo grupos de mujeres he tenido la suerte de conocer a mujeres sabias empoderadas. No sé cuántas son, nunca las he contado, pero soy consciente de mi suerte porque son muchas. Tener muchos espejos donde mirarse es como tener muchas miradas donde encontrarse, así que no se me ocurre mejor sitio donde poder compartir todo esto que en Doce Miradas.

Quiero compartir algunas reflexiones acerca de las mujeres que he conocido que envejecen, no solo bien, sino bonito. Estas “nuevas mujeres mayores” son protagonistas de duros y bonitos procesos de empoderamiento y son un espejo donde otras podemos mirar si perdemos el rumbo.

Mirarse, eso es lo que han hecho las nuevas mujeres mayores. Mirarse un rato, primero a solas casi siempre -en el silencio de la almohada o en el caminar hacia algún lado o en los momentos en los que sus circunstancias más apretaban… da igual cómo. Y luego con otras mujeres– en un curso de informática o en un rato de parque o en el coro de su barrio o en la Escuela de Empoderamiento. Así es como surgen los procesos de empoderamiento. Las mujeres se miran, se preguntan y buscan respuestas. Toman contacto con su propio poder, con lo que pueden o no pueden, negociando entre lo que se espera de ellas y lo que ellas desean o necesitan.

A lo largo de mi vida personal y profesional , me he fijado en la tarea dura de la negociación interna de las mujeres. Un esfuerzo sobreañadido a su propia existencia. Si ya es difícil a veces, para el ser humano, encontrar un sentido valioso a su vida, para las mujeres este esfuerzo está marcado por encontrar un camino donde poder cumplir con los mandatos y las exigencias sociales y familiares sin perderse de vista por el camino. Porque si algo es claro, es que los mandatos (ser buena madre, buena hija, buena amiga, buena pareja…etc.) están regidos por el “deber” y a lo largo del caminar de las mujeres los deberes van aumentando asfixiando sus espacios personales. Y si algo han compartido es que funcionar solo desde el “deber” las deja secas, agotadas, decepcionadas, enfadadas y bastante tristes.

Las nuevas mujeres mayores, son mujeres que en algún momento pararon su “hacer” para preguntarse por sí mismas. Nunca quisieron dejar de lado sus muchas obligaciones o deberes, lo que hicieron fue preguntarse cómo hacerlo teniéndose en cuenta a sí mismas. Y ahí es donde las negociaciones más feroces se ponen en marcha. Porque no es fácil este asunto. Recuerdo una mujer que rescataba de su historia el día que aprendió a conducir cuando eran muy pocas las mujeres que lo hacían. Ese día sintió que su vida se facilitaba, que podía moverse con libertad. Se organizó con otras madres para llevar a la prole al colegio y eso le reportó grandes amigas. Esa experiencia le ayudo a entender, que su propio bienestar era la clave para tener una vida valiosa para ella y desde entonces trabajó para darse un lugar respetuoso consigo misma. La única forma de negociar es abrir el cajón de las propias necesidades, y escucharlas.

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Y cuando cosas como ésta ocurren, ciertas ideas se meten a la lavadora en un programa largo y salen nuevas: ser una mujer responsable no es aquello que nos enseñaron; ser responsable implica hacerse cargo de las propias necesidades y deseos, de las ilusiones y los proyectos personales. Y surge un nuevo estar en la vida de una, donde se abre la puerta no solo a los “deberes” sino a los “quereres”.

Las nuevas mujeres mayores se han dado ese nuevo lugar para estar en sus vidas. Un lugar un poco mas justo que el que socialmente se nos ha adjudicado. Cada una lo ha hecho a su manera y a su ritmo, escribiendo su propio manual. Pero todas ellas comparten un eje en común: se pararon a darse cuenta de que no se encontraban bien y desarrollaron la capacidad de mirarse para preguntarse en primera persona: ¿A mí que me viene bien? ¿A qué me tengo yo que decir que sí? ¿Yo qué es lo que necesito?

Abrir la puerta al deseo propio, trae buenas dosis de egoísmo y culpa, pero como todo en la vida, estas emociones se transitan (es decir, una las anda, no se queda a vivir en ellas) y las mujeres que así lo hacen se dicen un sí rotundo a sí mismas. Las negociaciones internas son la llave de las negociaciones externas. Muchas mujeres se saben inexpertas en el arte de decir que no, pero solucionan esto cuando se dicen a sí mismas que sí. Las propias mujeres que he conocido así me lo han mostrado:

Cecilia, una mujer de 60 años me lo explico muy bien: “Yo he hecho mil cursos de asertividad, de aprender a decir que no, de emociones… porque mi problema ha sido siempre que no he sabido decir que no a nadie, y he ido pasando muchas cosas que no me gustaban «por la paz un Ave María”. Pues bien, lo he conseguido ahora, a mis 60 años. He de reconocer que los cursos me sirvieron, pero hasta que yo no he tenido claro que mi tiempo y mis necesidades no son negociables no he sido capaz. Quiero decir que, cuando una se aferra a sí misma por dentro, con confianza en sus propios criterios, el “no puedo” sale solo. Ahora siempre reviso: me invitó una amiga a ir de vacaciones con su pareja. Yo todavía no me encuentro fuerte, estar viuda todavía me afloja. Me siento y me escucho: debería ir porque no es bueno encerrarse; debería ser agradecida con la invitación, debería hacer lo que mis hijos me recomiendan…. Y luego me escucho: lo que necesito es descansar, me apetece andar por la playa ahora que todavía no hace calor y leer mis libros; la soledad me gusta; no tengo ganas todavía de viajar. Así que llamo a mi amiga y le digo: ¡Marisa! No puedo ir contigo de vacaciones. Así con esa frase, porque antes le habría dado mil excusas y me habría justificado de mil formas, incluso mintiendo. A mí me sirve emplear esa palabra: poder; sí puedo, no puedo. Negocio y encuentro lo que puedo y no puedo y así lo planteo. En mis tiempos de antes yo no utilizaba esta palabra, ahora la uso mucho, y me sale sola porque me escucho y me respeto. Antes para decir un no pasaba un calvario porque me sentía fatal y además cuando lo planteaba yo misma lo ninguneaba porque no lo sentía con fuerza. Lo mismo lo aplico para decirle que no a mi amiga Marisa que a mi hija cuando me llama para que cuide de mi nieta. A veces le digo: hija, no puedo. ¿Y sabes lo que me ha pasado gracias a esto?: que un día tomando café con ella, me dio las gracias por esos no puedo y ha sido la única experiencia gratificante que yo he tenido en mi maternidad realmente. Reconoció que había pensado que me había vuelto una egoísta pero que ahora se había dado cuenta de que era un regalo. Me dijo: ama, ahora yo también puedo decirte a ti que no puedo, es como si también me hubieras dado el permiso a mí de decirte que no. Y así podemos ser mas claras, no veas qué cambio en la relación con mis hijos…

floresCuando las mujeres se han dicho que sí a sí mismas han encontrado la llave que permite abrir las puertas de otros cambios: las nuevas mujeres mayores han encontrado otros parámetros para cuidar de los suyos. Ya no sujetan, ya no sostienen sino que acompañan. Y eso es maravilloso en cuanto a la capacidad transformadora que tiene en sus relaciones.

De nuevo las mujeres que envejecen bonito revisan ideas viejas que tienen un gran peso y que ya no sirven, y rompen por fin la relación que vincula cuidar con sostener; o cuidar desde la renuncia y el dolor. Cuando sostenemos a alguien querido también nos apropiamos de su responsabilidad y corremos el riesgo de ser confundidas con un sofá.

El ejercicio de la maternidad de las mujeres mayores se revisa desde este nuevo lugar y las mujeres comprueban que acompañar es saberse útiles pero no imprescindibles y reconocen a los hijos e hijas como seres humanos independientes que gestionan su vida como pueden. En sus propias carnes han vivido que cambiar es difícil, y que la llave del cambio está en cada una y cómo lo han vivido, pueden tolerar que a veces los demás eligen no cambiar, así que devuelven a los hijos e hijas las llaves de sus procesos para que sean ellos quienes hagan cambios cuando puedan.

Esto suena muy bien, suena a una maternidad consciente y es liberador a la vez de duro (a veces toca dejar de sujetar el alcoholismo de un hermano o una pareja, la enfermedad de una hija… etc). Las mujeres inician un camino de acompañamiento en sus relaciones que trae otro regalo añadido: les permite saberse acompañadas también. Y esto se debe a que las relaciones tienen espacio para un cuidado bidireccional. Una ha de pedir ayuda, cariño, reclamar cuidado cuando lo necesite y rodearse de relaciones donde esto sea posible: un cuidado desde el acompañamiento en dos direcciones, cuidar y ser cuidada.

Uno de los miedos de las mujeres que envejecen bonito es a volverse dependiente. Dejar de cuidar y pasar a ser cuidada. Cuando las mujeres dan el paso de dejar de cuidar bajo los mandatos femeninos y empiezan a acompañar surge una reformulación del miedo y un nuevo deseo: “yo no quiero que mis hijos e hijas me cuiden como yo cuidé a mis padres, lo que yo quiero es que me acompañen si pueden”. Y esto es otra llave que permite a las mujeres que envejecen planificar cómo quieren hacerlo.

Para las mujeres que apostamos por aprender.
Para las que nos hemos embarcado en la aventura de crecer juntas.
Convencidas de que todavía hay tiempo para llevar las riendas y tomar decisiones a nuestra medida y en nuestra vida.
Porque el tiempo que tenemos por delante no es para marchitarse, sino para despertar.
Porque todavía hay mucho que sentir, pensar y hacer.
Todavía nos queda mucho por decir.

Porque es tiempo de Envejecer Bonito
Es tiempo de estar dispuestas para afrontar los cambios.

La mirada del padre, una revolución en potencia

octubre 25, 2016 en Miradas invitadas

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Marta Aburto Fierro. Getxo 1962
@martaaburtofier
Desde hace 26 años, empresaria dentro de la Industria Aseguradora.
Trabajo activamente por la igualdad desde Community of insurance @CommuInsurance en Mujer Igualdad Emprendimiento #ForoMIE «Conjura en Bilbao por la igualdad de la mujer» ow.ly/m9kk301Epce

 

Cuando en los años 80 las mujeres de mi generación nos incorporamos al mundo laboral, comenzaba una época de creciente igualdad, creíamos que el camino estaba abierto y que la igualdad era imparable. Treinta años después, seguimos conviviendo en una sociedad que mantiene viejos modelos de participación femenina que permiten y aceptan condiciones de existencia y convivencia intolerables para la mujer.

Las mujeres de mi generación no hemos sabido atacar la desigualdad desde su raíz y, por eso, nuestra cultura social sigue asignando el trabajo del cuidado a las mujeres, y a los hombres, el trabajo productivo.

La división sexual del trabajo no es un orden natural contra el que nada puede hacerse, sino una construcción mental, una visión del mundo que transmitimos a nuestros hijos desde su nacimiento, sin consciencia ni discurso, por medio de hábitos, juegos, de cuerpo a cuerpo, escapando a la presión del intelecto y por lo tanto de las posibles correcciones.

Esta cultura social consigue que la disposición femenina para el cuidado parezca «instintiva», tiende a considerar como secundaria la labor del padre en el ámbito doméstico y en la educación de los hij@s. De esta manera consigue que la mujer priorice el cuidado de sus hij@s frente a su ascenso profesional, y que proporcione al hombre el colchón suficiente que le ahorre el cuidar de su familia. Bajo estas reglas de juego… el poder de los hombres es generado por el trabajo de las mujeres.

En un país que envejece a marchas forzadas, en medio de trabajos encorsetados, sin flexibilidad horaria, se hace imprescindible la aplicación de nuevas leyes y códigos de buen gobierno, como es la propuesta aprobada el martes 18 de octubre que insta al Gobierno a legislar para que la baja paternal se iguale a la maternal: 16 semanas intransferibles con una prestación del 100% de la base reguladora, y que se proteja la situación laboral del trabajador durante el disfrute de la misma.

Esta nueva ley consigue un gran avance hacia la igualdad, ya que:

-El cuidado y la educación de los hij@s corresponderá por igual a ambos progenitores, la experiencia inicial de tener un hij@ y el apego endorfínico serán muy parecidos.
-La contratación de mujeres no supondrá para las empresas y para la sociedad cargas distintas a la de la contratación de hombres.
-Al involucrar al padre en el cuidado se deja  de tomar a la madre como punto de referencia del núcleo familiar; también se deja de alimentar la idea social de que las mujeres requieren atenciones especiales.
-Y lo más importante:  por fin se reconoce el derecho de la infancia a ser educada en la igualdad y en la justicia de género;  además, al recibir una paternidad activa, se  refuerza el derecho de igualdad del niñ@.

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«La mirada del padre sobre el niñ@ constituye una revolución en potencia. Los padres pueden hacer saber a sus hijas que ellas tienen una existencia propia, fuera del mercado de la seducción, que poseen fuerza física, espíritu emprendedor e independiente, y pueden valorarlas por esta fuerza sin miedo a un castigo inminente. Pueden hacer saber a sus hijos que la tradición machista es una trampa, una restricción severa de las emociones… porque la virilidad tradicional es una máquina tan mutiladora como la asignación de la feminidad.» Virginia Dependes.

Una sociedad que se atreve a cambiar sus estrategias de incentivos, consigue un profundo efecto en los empleados, empresarios, mujeres, hombres  y, en especial, en el futuro de una sociedad que se refleja en la infancia.

Pongamos los ojos en el ejemplo Sueco, una sociedad en la que hasta hace poco se daban los mismos problemas de igualdad que en este país. En poco tiempo todo el mundo se acostumbró a la idea de que los padres debían disfrutar de su baja por el bien de una educación igualitaria, la cultura… El ambiente laboral cambió, el horario comenzó a ser muy flexible y la diferencia salarial entre hombres y mujeres tendía a desaparecer;  además comenzó a bajar el porcentaje de divorcios.
Esta mirada a Suecia demuestra que el cambio es posible, y que las soluciones a estos problemas, aparentemente sin solución, no son tan complicadas.

Pero debemos estar atentos y no bajar la guardia, porque para que esta propuesta se convierta en ley tendrá que pasar por trámites legislativos (algo improbable por la situación actual de ausencia de gobierno).

Nuestros hijos merecen cambios que faciliten la convivencia y los guíen hacia un nuevo humanismo integrador e igualitario. Nuevas leyes, como la propuesta recién aprobada, nuevos códigos de buen gobierno y las cuotas necesarias que puedan acelerar y eliminar los sesgos que aún prevalecen. Acciones políticas que tomen en consideración todos los efectos de dominación que se ejercen, a través de la complicidad objetiva entre la escuela, la iglesia y el Estado, ya que es justo allí donde se gesta, en último término, la dominación masculina.

Ahora y más que nunca, a nuestra sociedad le toca imputar socialmente los costes del cuidado de la vida humana y no existen argumentos válidos para pensar que esta idea sea una utopía.
«No hace tanto era impensable aspirar a una jornada laboral de 8 horas, o concebir como derecho de los trabajadores una remuneración durante las bajas por enfermedad, o que fuera respetado el puesto de trabajo hasta que se produjera el restablecimiento de la salud, obtener vacaciones… Si los trabajadores hubieran retrocedido cada vez que se han calificado sus exigencias de delirantes, en este momento no tendríamos ni derechos de los trabajadores, ni seguridad social.
¿Por qué no puede ser un derecho del trabajador disponer de baja remunerada y que se ofrezcan servicios sociales que sustituyan o complementen el trabajo doméstico originado por personas dependientes? ¿Y que las bajas remuneradas no las tomen alternativamente las mujeres y los hombres? ¿Por qué no se imponen, al igual que en otros países, las bajas paternales obligatorias e intransferibles?» (María Jesús Izquierdo).

Nos toca avanzar; avanzar hacia esa incógnita que es la revolución de los géneros, y somos nosotras, las mujeres, las que debemos levantar la voz y mover ficha.

 

«SI NO PUEDO MOVER EL BODY, TU REVOLUCIÓN NO ME INTERESA»

octubre 11, 2016 en Miradas invitadas

Ana Luz Castillo Barrios. Máster en Danza y Educación de la Danza por  Columbia University (Nueva York). Licenciada en Danza y Licenciada Química Bióloga por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Directora de la Escuela Nacional de Danza y Directora General de Culturas y Artes del Ministerio de Cultura y Deportes, Guatemala. Maestra de danza y movimiento por más de 35 años. En la actualidad imparte cursos y talleres de danza creativa y movimiento somático. Investigadora y consultora independiente. Integrante del Colectivo Artesana (Guatemala) y Asociación Equiláteras (España).
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En mayo de 2015, las asociaciones feministas Equiláteras y Kódigo Malva, en conjunto con el gimnasio Mediafit, organizamos Nuestro dorsal, una jornada para la promoción del deporte, la salud y el autocuidado entre mujeres, en Chiclana de la Frontera, Cádiz . El eslogan «Si no puedo mover el body, tu revolución no me interesa», resaltaba en el cartel promocional de la jornada. Como especialista de danza y movimiento, e integrante de Equiláteras, me correspondió abrir la jornada con un taller de Movimiento Creativo para más de 80 personas participantes. Era la primera vez que, a viva voz, reivindicaba nuestro derecho como mujeres a disfrutar de nuestro cuerpo en movimiento. En mayo de 2016, Equiláteras nuevamente participó en
una jornada por la salud y el autocuidado de las mujeres, denominada Mujereando la salud. De igual forma, reivindicábamos el derecho de las mujeres a disfrutar su cuerpo en movimiento así como a bailar y a crear danzas. bailarina-de-ballet

Después de más de 40 años de dedicarme a la danza y 30 de declararme feminista, ¿cómo era posible que hasta entonces no reivindicara el derecho de las mujeres a bailar y disfrutar su cuerpo en movimiento? ¿Por qué había tardado tanto tiempo en tomar conciencia de la vulneración de este derecho? ¿Dónde quedaba la lucha por nuestros cuerpos? ¿Cuál era el aporte específico de la danza a la vida de las mujeres? La búsqueda de respuestas me condujo a revisar mi propia historia y aunque no creo que las respuestas alcanzadas descubran algo nuevo o algo que no se haya dicho con antelación, estoy convencida que compartir nuestras experiencias, nuestras búsquedas y descubrimientos nos enriquece continuamente.

Nací en Guatemala, un país que duele y, al mismo tiempo, seduce por sus profundas contradicciones y desigualdades. Una pequeña nación en el centro de América, de extraordinaria riqueza cultural y natural, contrasta con una pobreza que en lugar de disminuir, aumenta. Según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi),  en 2014, el 59,3% de la población guatemalteca (alrededor de 9,6 millones) era pobre o extremadamente pobre, afectando, principalmente, a los habitantes de las zonas rurales. Desde la perspectiva de género, las oportunidades de acceso a la salud, la educación, el trabajo remunerado y la participación política son especialmente reducidas para las mujeres, situación que en 2013, ubicó a Guatemala como el país con menos equidad de género en la región centroamericana según un reporte del Foro Económico Mundial. Foro Económico Mundial, (2013). Gender Gap Report 2013. Unida a esta realidad, la población guatemalteca aún procura superar las secuelas de una guerra interna que duró 36 años y continúa luchando por alcanzar la justicia y su derecho a una vida digna. Por otra parte, las élites poderosas que no se interesan por esta lucha ni por el bienestar general, sino solo en el propio, han arrastrado a diferentes sectores de la población a la descomposición social, imponiéndose la violencia, la corrupción, la inseguridad y la zozobra. Dentro de esta caótica situación, las organizaciones de mujeres luchan a diario, exigiendo sus derechos fundamentales. El avance es lento y requiere priorizar los frentes de lucha. Tal vez por ello, la batalla por nuestros cuerpos esté más enfocada a combatir la violencia de género (10 de cada 100.000 mujeres son asesinadas), los embarazos en niñas y adolescentes (5.100 embarazos en niñas de 10 a 14 años en 2014) y a conquistar nuestros derechos sexuales y reproductivos (se estiman 65.000 abortos clandestinos al año).

En esta realidad, las oportunidades para el ocio, el arte o el deporte son escasas o nulas para la mayoría de la población, con especial énfasis en las mujeres de mediana y tercera edad que son invisibilizadas por estar fuera de la edad reproductiva. Incluso en el caso de mujeres de este grupo etario de estrato socioeconómico medio o medio alto que podrían gozar de mayores oportunidades, contemplar la posibilidad de asistir a clases de danza, hacer deporte o dedicar tiempo al ocio puede considerarse inapropiado para su edad, una pérdida de tiempo ante la responsabilidad que tienen en el hogar, o incluso, tildarse de ridículo.

Ante estas circunstancdanza-terapiaias ¿qué papel juega la danza? La danza en mi vida es una pasión. Estar consciente del contexto que la nutre es fundamental. Por ello, desde finales de los años 80 opté por enfocar la danza como medio para empoderar al ser humano. Estoy convencida, y la experiencia así lo demuestra, que a través de la danzaes posible contribuir al desarrollo de las capacidades físicas, intelectuales, emocionales y sociales de las personas y de esta forma, fortalecer la seguridad en sí mismas y la confianza en sus propias aptitudes para transformar su entorno. La práctica de la danza en un ambiente de creatividad, confianza y libertad ayuda a aceptar y valorar el propio cuerpo en movimiento que a su vez, genera una sensación de gozo y plenitud que reafirma a la persona, permitiéndole tomar el control de su propia vida

Dada la realidad de mi país, enfoqué mis esfuerzos hacia el alumnado del sistema educativo de los diferentes niveles. Creo que la danza puede ser un catalizador de cambios en la sociedad, pero es la educación la que brinda las herramientas para transformarla. Probablemente, fue en ese momento que distraje la mirada de género. De ahí que, aunque estuve vinculada a diferentes asociaciones de mujeres y aún colaboro con algunas de ellas, mi lucha personal se ha centrado en que la danza sea vista como un derecho de todas las personas y no como el privilegio de unas pocas. Todos los seres humanos tenemos un cuerpo y por lo tanto, todos podemos danzar. En conjunto, somos capaces de trasformar la sociedad. Ésta es mi utopía.

Desde que llegué a Cádiz hace cinco años, he tenido la oportunidad de dar e impartir diversos cursos y talleres de danza, especialmente dirigidos a mujeres. La experiencia en estos talleres y en las jornadas y mi participación como integrante de Equiláteras, me han permitido comprobar que, afortunadamente, en España, la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres ha dado sus frutos. Sin embargo, aún persisten profundas desigualdades. Sus causas tienen el mismo origen que en Guatemala: el predominio del sistema patriarcal que apuntala la superioridad de lo masculino sobre lo femenino.

En la mayoría de sociedades occidentales aún se asume que el cuidado de la familia y el hogar son responsabilidad de las mujeres. Según la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-2010,  el 91,9% de las mujeres en España destinan tiempo al cuidado del hogar y la familia en una media de 4 horas 29 minutos diarios. Sin embargo, sólo el  74,7% de los hombres dedica tiempo a estos trabajos. La media, en este caso, es de 2 horas 32 minutos. Debido a este rol social impuesto de “eternas cuidadoras”, las mujeres en España, al igual que en Guatemala, ven limitado su derecho a la salud, al ocio, al arte y el deporte y cuentan con escaso tiempo para su autocuidado. A esta situación se suma la presión que los estereotipos ejercen sobre ellas en cuanto a su cuerpo y cómo deben verse o moverse. Las repercusiones de esta situación pueden observarse, por ejemplo, en el rechazo que muchas mujeres experimentan hacia su propia imagen, al propio cuerpo y al placer, o en la creciente medicalización de los diferentes procesos femeninos vitales, como la menopausia. Es en este contexto donde la danza se yergue como una alternativa para la apropiación de nuestro cuerpo y nuestro propio empoderamiento.

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La danza desarrolla una mayor conciencia y control del propio cuerpo y su práctica mejora la coordinación, la orientación espacio-temporal, el equilibrio, la fuerza y resistencia musculares, la resistencia cardio-respiratoria, la flexibilidad, la facilidad y eficiencia del movimiento. El deporte también desarrolla estas capacidades, pero la danza, además, desarrolla las capacidades expresivas y creativas de la persona y le permite socializar y estrechar lazos de confianza entre quienes comparten la
experiencia. En mi opinión, la Danza Creativa es una de las formas de danza más adecuada para trabajar con mujeres de mediana y tercera edad, debido a que se basa en el movimiento natural de cada persona y le permite moverse y expresarse dentro de su propio rango de movimiento. De esta forma, las mujeres se fortalezcan física, mental y emocionalmente como vía para asumir el control de sus propias vidas y de las decisiones que afectan su bienestar integral. La danza, entonces, se convierte en herramienta transformadora que empodera a las mujeres.

La vida y las propias decisiones han permitido que hoy, en este tiempo, me encuentre viviendo en Cádiz. Ahora tengo la oportunidad de enfocar mis esfuerzos hacia la reivindicación del derecho de todas las mujeres a disfrutar su cuerpo en movimiento, a apropiárselo, desarrollando sus propias capacidades físicas, creativas y expresivas. Estoy consciente de que desde algunos enfoques feministas la danza sea vista como una actividad que eleva la feminidad a su máximo exponente. Tal vez por ello, la danza dentro del feminismo haya sido abordada, principalmente, para estudiarla desde su relación con el cuerpo, un cuerpo moldeado profesionalmente y con características físicas muchas veces fuera de lo común. Esta discusión, sin embargo, queda pendiente para una próxima oportunidad. Por mi parte, continuaré trabajando por el derecho de las mujeres a vivir y disfrutar su cuerpo en movimiento, a crear y expresarse, repitiendo incansablemente, «Si no puedo mover el body, tu revolución no me interesa».

Ellas pisan fuerte y flotan en la política líquida del siglo XXI

septiembre 27, 2016 en Miradas invitadas

aitorAitor Guenaga (@Topocorleone), Licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco en 1988, ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en Diario El País. Desde 2010, fue asesor de la portavoz del Gobierno vasco, Idoia Mendia, y responsable de la política de comunicación del Departamento de Justicia y Administración Pública del Ejecutivo vasco hasta diciembre de 2012. En 2013, se incorporó al equipo de eldiarionorte.es y es director desde el 7 de junio de 2015. Además, es analista político en Radio Euskadi (Ganbara) y colaborador habitual en programas de ETB.

 

No tengo presbicia. Y a mi edad, y con esta mala costumbre que he cogido en los últimos años de estar más pegado a la pantalla que a la realidad, es casi una noticia. Pero hace años que me puse unas gafas imbatibles. Para ver bien de cerca, pero sobre todo de lejos, con perspectiva, la que nos da el siglo XXI.
Algunas me dicen –y yo las creo a pies juntillas, pese a mi ateísmo irreconciliable (thanks, León Davidovitch)- que a los chicos nos favorecen. Siempre. Son las gafas de la igualdad edo Berdintasunaren betaurrekoak.

Cuando escuché por primera vez la frase “ponerse las gafas de la igualdad” recuerdo con claridad que fue en boca de una mujer. Y confieso que fue de la mano de una política de relumbrón y… de izquierdas. Fue en los estertores del siglo XX. Enseguida compré el concepto. Me pareció una idea de futuro.
En plena campaña electoral de estas autonómicas varias periodistas tuvimos la suerte de reunirnos -gracias a la Asociación Vasca de Periodista, que dirige Txuskan Coterón, y Emakunde, con Izaskun Landaida a la cabeza- con mujeres metidas a políticas profesionales de todos los partidos. Algunas de ellas habían roto el techo de cristal que aún pesa sobre las cabezas de las que representan más del 50% de la población mundial.

La idea era debatir sobre cómo se cubren las campañas electorales desde un punto de vista de género. En la jornada, compartieron espacio políticas en activo y periodistas. Y la iniciativa tuvo, además, un interesante corolario: la presentación de un interesantísimo estudio coordinado por Ainara Canto, licenciada en Sociología por la Universidad de Deusto, y elaborado junto a Zuriñe Romeo, licenciada en Ciencias Políticas y Sociología por la UPV/EHU sobre cómo se cubrió la campaña a las europeas de 2014 en los medios que se editan en Euskadi. Sí aquella en la que el exministro Miguel Arias Cañete le ‘insultó’ a la candidata del PSOE, Elena Valenciano, con unos comentarios machistas. De vergüenza.

Lo increíble es que graciaunnameds (o por desgracia) a ese comentario, el estudio revelaba que la discusión sobre la igualdad entre hombres y mujeres había alcanzado un 13% de repercusión en los textos informativos de cobertura de la campaña europea. Hasta entonces era prácticamente residual.
Hoy, mal que les pese a mis ojos, veo en la pantalla de mi ordenador que las mujeres han vuelto a hacer historia. También en Euskadi: el próximo Parlamento vasco tendrá mayoría de mujeres: 40 de las 75 personas electas, diez veces más que tras las primeras elecciones hace 36 años.

En esta política líquida que se ha hecho más que un sitio en el siglo XXI, las mujeres van ganando terreno. Y sería bueno que los hombres nos fuéramos echando a un lado –cuanto antes mejor- para que las féminas conquisten cuanto antes esas parcelas públicas que ya no pueden estar reservadas por más tiempo mayoritariamente a los hombres.

Algunas dicen –y no les falta razón- que la cosa va demasiado lenta. Yo recuerdo que EE UU, un país con una tradición democrática que hunde sus raíces en la historia, tardó varios centenares de años en colocar a un negro en la Casa Blanca.

Y su ciudadanía puede estar acariciando otra vuelta de tuerca en materia de igualdad: sentar a la candidata demócrata Hillary Clinton en el despacho oval. Algo que ya han hecho en Brasil, por ejemplo, o en Alemania o, mucho antes, en Gran Bretaña. En Myamnar (antes llamada Birmania) la letra pequeña de la Constitución ha cerrado el paso a la Premio Nobel de la Paz en 1991, Aung San suu Kyi, a la presidencia del país, pese a ganarles la partida electoral a los machos alfa del estamento militar del país asiático.

Todo es cuestión de que los hombres, sobre todo los hombres, nos pongamos las gafas de la igualdad esas. Sientan bien, oiga. Pero no es una cuestión estética o de andar por casa; es una necesidad me atrevería a decir inaplazable en el ámbito de lo público. Cuando uno se sube a la ola a tiempo es mucho más fácil y agradable surfear con los demás.
Al tiempo.

Micromachismos y feminismo

septiembre 13, 2016 en Miradas invitadas

nerea gálvez perfilNerea Gálvez, @ilegorri. Mujer. 45 años. Femenina y feminista. Bilbaína de nacimiento y ciudadana del mundo. Casada y madre de una adolescente. Prehistoriadora de corazón y política por convicción. Creo en el “más allá” que está en mi interior. Emociono corazones y me apasiono con las personas.

 

Micromachismos y feminismo son dos términos que levantan pasiones.

Hace unos días pasé consulta por un pequeño problema en un pie. La traumatóloga que me revisó era una mujer de treinta y pocos que comenzó preguntándome a qué me dedicaba. Pregunta lógica si pretendía indagar sobre la actividad de mis pies.

¡Ufff!, pensé, cómo le cuento a esta buena mujer que estoy en paro, decidiendo cómo reenfocar mi vida profesional. En fin, dije en voz alta: “Últimamente estoy en casa”. Ella, sin levantar la vista de la pantalla del ordenador, resumió: “Ama de casa, entonces.”

Mis ojos se abrieron de par en par, un velo oscuro cubrió mi visión y escuché mi propia voz: “¡Ah! ¡Ni de coña! ¡Ni se te ocurra poner eso! Si acaso, pon ‘desempleada’. ¡Lo que me faltaba!”

Entonces sí levantó la vista de la pantalla para pedirme perdón.

¿Qué me había pasado? Sentí que al hombre con el que acababa de pasar consulta antes que conmigo, si hubiese contestado lo mismo, jamás se le habría ocurrido contestar “Ajá, sus labores”. No, como que no sale ese resumen. Y sentí la sutileza de los tópicos culturales que pasan inadvertidos, esas obviedades que han calado sin darnos cuenta en el ideario colectivo, según el cual asumimos cuáles son las labores propias de mujer.

Una buena amiga me confiaba recientemente en una conversación que ella era muy femenina y que estaba hasta el moño de las feministas, que lo único que hacen es atacar a los hombres, hacia quienes, sin duda, sienten un rechazo irracional. ¡Puro postureo! ¡Ya me gustaría verlas en su casa cómo les hacen la cena a sus mariditos sin rechistar!

¡Caramba! ¿Cómo hacerle entender que el feminismo no es el rechazo irracional hacia lo masculino, sino la creencia de que puede haber un mundo mejor para las personas, hombres y mujeres, porque, lo reconozco, los hombres tampoco viven en el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo compartir con ella que, igual que existe la fraternidad, existe la sororidad , y que no tienen por qué ser términos opuestos ni excluyentes?

Cuando se propuso que el Congreso dejase de llamarse Congreso de los Diputados, porque obvia a las diputadas, la respuesta fue que no era necesario, que nos sintamos incluidas y que hay otras prioridades. Sin duda hay cosas más urgentes. Aunque, ¿qué pasa si tachamos esto de la lista ahora?

Cuando comencé a escribir este artículo, no sabía muy bien cómo enfocarlo, solo que quería compartir las sensaciones que estas acciones cotidianas me provocan. Aunque ahora también veo que estos gestos cotidianos forman parte de un espacio más amplio que reúne cuestiones más generales. Así que me voy a permitir subir un peldaño e interrogarme: ¿cuánto camino falta para abandonar la distinción hombre-mujer y llegar a tratarnos como personas? Porque ¿cuántos hombres y cuántas mujeres están cómodas con el traje de género que les toca ponerse?

Recuerdo a mi abuela. Una mujer depresiva, insatisfecha y profundamente infeliz. Vivió un rol femenino que detestaba. Se casó con un hombre con el que no compartía sueños y fue madre de diez criaturas. Estoy convencida de que de niña imaginó otra vida: viajes, grandes urbes, sin cargas infantiles… Estoy convencida de que mi abuela en su configuración personal contaba con gran cantidad de lo que Jung denominó “animus” -arquetipo de características consideradas masculinas en el ideario colectivo-. Sin embargo, los tópicos, las obviedades y la obediencia a las sagradas normas sociales la llevaron a vivir de una manera que ella no diseñó y a aceptar reglas y valores que nada tenían que ver con ella.

Y lo contrario le ocurrió a mi abuelo, que vivió un rol masculino que le ahogaba. En este caso, su fórmula vital incluía gran cantidad de lo que Carl Gustav Jung, en «Los arquetipos y lo inconsciente colectivo», denominaba “anima” -arquetipo de características consideradas femeninas en el ideario colectivo-.

Esto me lleva a preguntarme cuánto de masculino y de femenino hay en cada persona. La fórmula que configura la esencia de cada cual es la suma singular y exclusiva de distintas características, características que trascienden la categoría hombre y la categoría mujer y que tienen que ver con esa poción mágica que compone a cada individuo.

Recogiendo las palabras un buen amigo, ¿cómo cambiaría nuestra sociedad si desde la infancia se nos educara en esta idea de que mujeres y hombres tenemos una parte masculina y una femenina? Pensando en esta pregunta, trato de encontrar gestos en los que nos tratemos como personas, trascendiendo el hecho de que seamos hombres y mujeres. Así que, por una sabia recomendación, me he puesto a buscar espacios de neutralidad genérica. Reconozco que me ha costado encontrar ejemplos cotidianos en los que no sienta la dualidad genérica. Aún así, ahí va un ejemplo. Cuando compartimos gustos artísticos y nos preguntamos qué nos gusta leer, cuál es nuestro cuadro preferido o qué música escuchamos, siento que ahí nos tratamos como personas. Es decir, cuando nos permitimos ser de manera espontánea. Cuando entramos en el mundo de las emociones menos racionales y llegamos a nuestro corazón. En ese momento pasamos a reconocernos como personas.

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Fotografía de Asun Martínez Ezketa, @esaotra

Así que, ¿cómo sería de expansivo, cómo sería de liberador permitirnos actuar de manera más espontánea, trascendiendo la realidad hombre-mujer? ¿Cuántas vidas serían vividas de otra forma? ¿Cómo impactaría esto en nuestra sociedad? ¿Qué consecuencias tendría?

Conclusión: a mi me lleva a imaginar un mundo más feliz. Sin embargo, aquí en conclusiones podéis poner las respuestas que os vayan surgiendo a estas últimas preguntas. ¡Feliz día, mundo!

En favor de las cuotas

julio 12, 2016 en Miradas invitadas

mirengutierrez2Soy directora del Programa Experto “Análisis, investigación y comunicación de datos” de la universidad de Deusto. He sido periodista dos décadas y tenido la suerte de dirigir equipos. Como directora editorial de la agencia de noticias Internacional inter Press Service fundé el Gender Wire, un intento de cubrir el mundo con una perspectiva de género. Desde entonces, he tratado de insertar esta perspectiva allá donde he trabajado, incluidos Greenpeace, Index on Censorship y Overseas Development Institute, explorando las zonas de intersección entre asuntos relacionados con derechos humanos, medioambiente y género. Miren Gutiérrez, @gutierrezmiren.

 

Si alguien me hubiera dicho, cuando era joven, que había encontrado trabajo como parte de una cuota, habría renunciado inmediatamente. Entonces pensaba que la mayoría de las mujeres competían por los puestos de trabajo en igualdad de condiciones que los hombres. Con el tiempo, me di cuenta de que esto no es así y he llegado a la conclusión de que una de las formas para corregirlo es recurrir a las cuotas.

Escribo este post motivada por el sorprendente descubrimiento de que algunas jóvenes que acuden a mis clases en la universidad siguen pensando como pensaba yo, a pesar de la abrumadora realidad. Es decir, las más de dos décadas que me separan de ellas no han bastado para cambiar las opiniones.

Cuando les he preguntado por qué, la respuesta suele ser la misma: los puestos, en política o en la empresa, deberían ser ocupados por los mejores (y aquí uso el masculino para ser fiel a la respuesta). Cuando pregunto si en un país de 48 millones de habitantes con acceso (por ahora) a la educación pública no está garantizado que se puedan encontrar personas cualificadas de cualquier sexo para casi cualquier posición, entonces no obtengo respuestas claras.

En ese tipo de respuestas no se tiene en cuenta que, en un grupo de personas con las mismas aptitudes, se minimizarán sistemáticamente las de las candidatas frente a las de los candidatos. Porque el problema es que las mujeres no tienen igual acceso al poder en todo el mundo con mayor o menor grado. ¿Cómo se explica, si no, que seamos mayoría en las universidades en muchos países y minoría en comités de dirección y gobiernos?

Uno de los sectores que he estudiado con más atención son los medios de comunicación. Un vistazo a cómo cubren las noticias explica muchas cosas, porque todo está conectado. La imperante “ideología patriarcal”, como la llama Laura Freixas, y la “lógica de género”, en palabras de Monika Djerf-Pierre, hacen que hombres en posición de poder (editores) confíen sobre todo en otros hombres (redactores) que hablan con otros hombres (fuentes de información) sobre los temas importantes (economía, política y deportes). Los datos confirman este círculo vicioso año tras año. El informe el Instituto Europeo para la Igualdad de Género 2013 concluye que en el sector público de los medios, las mujeres solo ocupan el 22% de las posiciones de decisión en la Europa de los 27, y que en el público esto se reduce al 12%. Por otro lado, globalmente, el nivel de participación de las mujeres en los parlamentos es solo del 23%, de acuerdo con Quota Project. No voy a agobiar con más estadísticas porque estas proporciones se repiten con deprimente testarudez en cualquier área de poder.

Pero no es aceptable que el liderazgo político, económico y mediático sea predominantemente masculino, y menos que queden muchas décadas todavía para que esto cambie. Según Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora ejecutiva de UN Women, llevará unos cincuenta años llegar a la igualdad de género solo en la esfera política. Esperar mano sobre mano a que esto cambie no es una opción. Por eso las cuotas son tan importantes.

Las cuotas empleadas en parlamentos, por ejemplo, garantizan que represente realmente a la población, y no solo a la mitad, y proporcionan una legitimidad de la que muchos parlamentos carecen. La experiencia de Bélgica, cuenta la senadora Güter Turan en una columna de opinión, es interesante: legislación pertinente ha hecho que se pase de un 16% a un 41%  de representación femenina en 2014. Esta legislación requiere, por ejemplo, no sólo que las listas electorales sean equilibradas, sino que los dos primeros nombres pertenezcan a personas de distinto sexo para evitar la habitual concentración de candidatas al final de las listas, haciéndolas  inelegibles.

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La siguiente asignatura pendiente, dice la senadora, son las cuotas en el terreno económico “para garantizar que a las mujeres no se les sigue negando el acceso a las posiciones de gestión a causa de su género”. Europa tiene normativa que determina que las empresas grandes que cotizan deben alcanzar el 40% de participación femenina en sus consejos. La media actual es de un 25%, de acuerdo con un estudio de 2016 de la organización European Women on Boards. En comparación, Italia, Holanda, Reino Unido, Alemania, España –la segunda por la cola— y Suiza tienen niveles inferiores a la media.

¿Por qué son importantes las cuotas? Aunque no son el único factor (Suecia y Finlandia, con altas cotas de participación, no las tienen), las cuotas implican rápidos logros. Por ejemplo, su introducción en los consejos de dirección de Italia, Bélgica, Francia y Alemania llevaron a bruscas mejoras.

En países donde el acceso a la educación es, además, un problema para las mujeres, la cosa se complica. Pero en lo que se refiere a la política para mí está claro: las elecciones giran en torno a la representación, no en torno al expediente académico. Y si no se abren las puertas a la experiencia en la toma de decisiones, en muchos lugares las mujeres nunca tendrán la oportunidad de participar plenamente y ser ciudadanas con derechos plenos.

¿Deben las cuotas perpetuarse en el tiempo? Por supuesto que no. Cuando las barreras a la igualdad desaparezcan, es decir, cuando los indicadores revelen un acceso equitativo a educación, salud, tiempo libre, salarios y poder económico y político, y una distribución equitativa de las responsabilidades domésticas y no domésticas, entonces sabremos que no las necesitamos más.

Cuerpos frontera: Una oportunidad de lucha

junio 28, 2016 en Miradas invitadas

MontsMontseIzquierdoerrat A. Izquierdo Ramon (@mihopomo) nacida en Barcelona en 1989. Estudió Antropología Social y Cultural en la Universidad Autónoma de Barcelona y actualmente ha finalizado el Máster de Estudios de la mujer, género y ciudadanía de la Universidad de Barcelona. Su línea de investigación se ha centrado en torno al análisis sobre corporalidades y diversidad funcional siendo ella misma categorizada bajo el término.

 

Actualmente en España está surgiendo con una fuerza inusitada la reivindicación de otras corporalidades enmarcadas dentro de las luchas por los derechos de las personas con diversidad funcional. En este contexto, las categorías y sus debates toman fuerza y se hace necesario focalizar la mirada en los cuerpos y analizar como éstos se muestran y se leen.

En un contexto en el que la explotación de los ideales de belleza crece exponencialmente gracias a una sociedad capitalista neoliberal basada en el consumo, nuestros cuerpos se ven cada más sometidos a presiones estéticas. Estas presiones, si bien es cierto que están cada vez más extendidas entre ambos géneros, son las mujeres quienes recibimos con mayor fuerza sus consecuencias. Así, los cuerpos femeninos deben ser perfectos, perseguir simulacros creados tecnológicamente e imposibles. Cuerpos que se leen como meros objetos sexuales carentes de derechos ni voluntades.

MontseIzquierdo2Estas presiones, sufridas por todas las mujeres, se reflejan en nuestros cuerpos, que constantemente sufren las consecuencias de un sistema que objetiviza y reconstruye corporalidades prácticamente imposibles. En este panorama las mujeres que tenemos cuerpos no normativos, aquellas que estamos categorizadas bajo términos como “discapacitada” o “con diversidad funcional” recibimos  con aún más fuerza estas presiones. En el gran cajón de sastre de mujeres con diversidad funcional encontramos muy diversas formas de vivir estas presiones sobre nuestros cuerpos. Algunas de ellas son expulsadas directamente de la idea de mujer y belleza, siendo leídas desde una postura asexualizada, ignorando sus cuerpos, entendiéndolos desde la idea de “enfermedad”, “compasividad”, “dependencia”… Estas ideas, vinculadas a las categorías de “discapacidad” y “diversidad”, contribuyen a leer los cuerpos no normativos como cuerpos no deseables. Estas miradas pasan por entender a las mujeres con diversidad funcional como menos mujeres en tanto que la idea de mujer se construye a partir del simulacro de mujer: mujer objetivada, belleza, sensual etc. En este sentido, las mujeres con diversidad funcional viven la categoría de mujer de una forma muy distinta a las mujeres corporalmente normativas. Construyen su identidad de forma distinta.

Existen otros cuerpos, aquellos que normalmente no imaginamos cuando pensamos en diversidad funcional. Cuerpos ambivalentes, corporalidades divergentes que se encuentran entre categorías y que, mediante estrategias y ayudas tecnológicas, pueden leerse dentro de los parámetros de normatividad. Son en estos cuerpos en los que podemos analizar de mejor forma los poderes propios del discurso heteropatriarcal, que relega a las mujeres a puros objetos ideales, simulacros construidos externamente a las propias percepciones de las categorizadas. En estos cuerpos, donde se juega entre categorías que no se sienten propias,  podemos ejemplificar como éstas son meras construcciones — herramientas culturales que permiten reproducir o subvertir los discursos hegemónicos.

Estos cuerpos frontera, mi cuerpo frontera, pueden leerse como “anormal” o “normal” según por qué lado se vean. Y es este juego el que nos permite entender los funcionamientos de las categorías y luchas políticas. Ser mujer con diversidad funcional, si bien me ayuda en ciertas ocasiones para poder construir un discurso político crítico, no me funciona como construcción identitaria. Esta idea nos permite entender que todos y todas somos cuerpos frontera en tanto que vivimos transitando entre categorías identitarias como forma estratégica de supervivencia. Es a través de esta perspectiva de las categorías que podemos desarrollar una lucha política feminista, incluyéndo toda su variabilidad y entendiendo que estas uniones son dinámicas. Es sólo a través de universalismos dinámicos y en constante construcción que seremos capaces entre todas de destruir los poderes heteropatriarcales que nos matan, mutilan, construyen, violan…

Todos y todas somos cuerpos frontera en tanto que no cumplimos con los simulacros de masculino y femenino que nos han vendido impuestos durante siglos de heteropatriarcado. Somos cuerpos frontera porque nuestras propias identidades pasan por múltiples categorías como mecanismo de supervivencia. Y es lógico: en una sociedad altamente taxonómica y jerárquica es imposible no hacer uso de ellas para vivir. Y por eso, sólo nos queda entender las categorías como herramientas, y no como realidades inamovibles, para poder luchar contra el entramado de poderes que inconscientemente reproducimos y subvertimos constantemente.