Ana Luz Castillo Barrios. Máster en Danza y Educación de la Danza por Columbia University (Nueva York). Licenciada en Danza y Licenciada Química Bióloga por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Directora de la Escuela Nacional de Danza y Directora General de Culturas y Artes del Ministerio de Cultura y Deportes, Guatemala. Maestra de danza y movimiento por más de 35 años. En la actualidad imparte cursos y talleres de danza creativa y movimiento somático. Investigadora y consultora independiente. Integrante del Colectivo Artesana (Guatemala) y Asociación Equiláteras (España).
En mayo de 2015, las asociaciones feministas Equiláteras y Kódigo Malva, en conjunto con el gimnasio Mediafit, organizamos Nuestro dorsal, una jornada para la promoción del deporte, la salud y el autocuidado entre mujeres, en Chiclana de la Frontera, Cádiz . El eslogan «Si no puedo mover el body, tu revolución no me interesa», resaltaba en el cartel promocional de la jornada. Como especialista de danza y movimiento, e integrante de Equiláteras, me correspondió abrir la jornada con un taller de Movimiento Creativo para más de 80 personas participantes. Era la primera vez que, a viva voz, reivindicaba nuestro derecho como mujeres a disfrutar de nuestro cuerpo en movimiento. En mayo de 2016, Equiláteras nuevamente participó en
una jornada por la salud y el autocuidado de las mujeres, denominada Mujereando la salud. De igual forma, reivindicábamos el derecho de las mujeres a disfrutar su cuerpo en movimiento así como a bailar y a crear danzas.
Después de más de 40 años de dedicarme a la danza y 30 de declararme feminista, ¿cómo era posible que hasta entonces no reivindicara el derecho de las mujeres a bailar y disfrutar su cuerpo en movimiento? ¿Por qué había tardado tanto tiempo en tomar conciencia de la vulneración de este derecho? ¿Dónde quedaba la lucha por nuestros cuerpos? ¿Cuál era el aporte específico de la danza a la vida de las mujeres? La búsqueda de respuestas me condujo a revisar mi propia historia y aunque no creo que las respuestas alcanzadas descubran algo nuevo o algo que no se haya dicho con antelación, estoy convencida que compartir nuestras experiencias, nuestras búsquedas y descubrimientos nos enriquece continuamente.
Nací en Guatemala, un país que duele y, al mismo tiempo, seduce por sus profundas contradicciones y desigualdades. Una pequeña nación en el centro de América, de extraordinaria riqueza cultural y natural, contrasta con una pobreza que en lugar de disminuir, aumenta. Según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), en 2014, el 59,3% de la población guatemalteca (alrededor de 9,6 millones) era pobre o extremadamente pobre, afectando, principalmente, a los habitantes de las zonas rurales. Desde la perspectiva de género, las oportunidades de acceso a la salud, la educación, el trabajo remunerado y la participación política son especialmente reducidas para las mujeres, situación que en 2013, ubicó a Guatemala como el país con menos equidad de género en la región centroamericana según un reporte del Foro Económico Mundial. Foro Económico Mundial, (2013). Gender Gap Report 2013. Unida a esta realidad, la población guatemalteca aún procura superar las secuelas de una guerra interna que duró 36 años y continúa luchando por alcanzar la justicia y su derecho a una vida digna. Por otra parte, las élites poderosas que no se interesan por esta lucha ni por el bienestar general, sino solo en el propio, han arrastrado a diferentes sectores de la población a la descomposición social, imponiéndose la violencia, la corrupción, la inseguridad y la zozobra. Dentro de esta caótica situación, las organizaciones de mujeres luchan a diario, exigiendo sus derechos fundamentales. El avance es lento y requiere priorizar los frentes de lucha. Tal vez por ello, la batalla por nuestros cuerpos esté más enfocada a combatir la violencia de género (10 de cada 100.000 mujeres son asesinadas), los embarazos en niñas y adolescentes (5.100 embarazos en niñas de 10 a 14 años en 2014) y a conquistar nuestros derechos sexuales y reproductivos (se estiman 65.000 abortos clandestinos al año).
En esta realidad, las oportunidades para el ocio, el arte o el deporte son escasas o nulas para la mayoría de la población, con especial énfasis en las mujeres de mediana y tercera edad que son invisibilizadas por estar fuera de la edad reproductiva. Incluso en el caso de mujeres de este grupo etario de estrato socioeconómico medio o medio alto que podrían gozar de mayores oportunidades, contemplar la posibilidad de asistir a clases de danza, hacer deporte o dedicar tiempo al ocio puede considerarse inapropiado para su edad, una pérdida de tiempo ante la responsabilidad que tienen en el hogar, o incluso, tildarse de ridículo.
Ante estas circunstancias ¿qué papel juega la danza? La danza en mi vida es una pasión. Estar consciente del contexto que la nutre es fundamental. Por ello, desde finales de los años 80 opté por enfocar la danza como medio para empoderar al ser humano. Estoy convencida, y la experiencia así lo demuestra, que a través de la danzaes posible contribuir al desarrollo de las capacidades físicas, intelectuales, emocionales y sociales de las personas y de esta forma, fortalecer la seguridad en sí mismas y la confianza en sus propias aptitudes para transformar su entorno. La práctica de la danza en un ambiente de creatividad, confianza y libertad ayuda a aceptar y valorar el propio cuerpo en movimiento que a su vez, genera una sensación de gozo y plenitud que reafirma a la persona, permitiéndole tomar el control de su propia vida
Dada la realidad de mi país, enfoqué mis esfuerzos hacia el alumnado del sistema educativo de los diferentes niveles. Creo que la danza puede ser un catalizador de cambios en la sociedad, pero es la educación la que brinda las herramientas para transformarla. Probablemente, fue en ese momento que distraje la mirada de género. De ahí que, aunque estuve vinculada a diferentes asociaciones de mujeres y aún colaboro con algunas de ellas, mi lucha personal se ha centrado en que la danza sea vista como un derecho de todas las personas y no como el privilegio de unas pocas. Todos los seres humanos tenemos un cuerpo y por lo tanto, todos podemos danzar. En conjunto, somos capaces de trasformar la sociedad. Ésta es mi utopía.
Desde que llegué a Cádiz hace cinco años, he tenido la oportunidad de dar e impartir diversos cursos y talleres de danza, especialmente dirigidos a mujeres. La experiencia en estos talleres y en las jornadas y mi participación como integrante de Equiláteras, me han permitido comprobar que, afortunadamente, en España, la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres ha dado sus frutos. Sin embargo, aún persisten profundas desigualdades. Sus causas tienen el mismo origen que en Guatemala: el predominio del sistema patriarcal que apuntala la superioridad de lo masculino sobre lo femenino.
En la mayoría de sociedades occidentales aún se asume que el cuidado de la familia y el hogar son responsabilidad de las mujeres. Según la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-2010, el 91,9% de las mujeres en España destinan tiempo al cuidado del hogar y la familia en una media de 4 horas 29 minutos diarios. Sin embargo, sólo el 74,7% de los hombres dedica tiempo a estos trabajos. La media, en este caso, es de 2 horas 32 minutos. Debido a este rol social impuesto de “eternas cuidadoras”, las mujeres en España, al igual que en Guatemala, ven limitado su derecho a la salud, al ocio, al arte y el deporte y cuentan con escaso tiempo para su autocuidado. A esta situación se suma la presión que los estereotipos ejercen sobre ellas en cuanto a su cuerpo y cómo deben verse o moverse. Las repercusiones de esta situación pueden observarse, por ejemplo, en el rechazo que muchas mujeres experimentan hacia su propia imagen, al propio cuerpo y al placer, o en la creciente medicalización de los diferentes procesos femeninos vitales, como la menopausia. Es en este contexto donde la danza se yergue como una alternativa para la apropiación de nuestro cuerpo y nuestro propio empoderamiento.
La danza desarrolla una mayor conciencia y control del propio cuerpo y su práctica mejora la coordinación, la orientación espacio-temporal, el equilibrio, la fuerza y resistencia musculares, la resistencia cardio-respiratoria, la flexibilidad, la facilidad y eficiencia del movimiento. El deporte también desarrolla estas capacidades, pero la danza, además, desarrolla las capacidades expresivas y creativas de la persona y le permite socializar y estrechar lazos de confianza entre quienes comparten la
experiencia. En mi opinión, la Danza Creativa es una de las formas de danza más adecuada para trabajar con mujeres de mediana y tercera edad, debido a que se basa en el movimiento natural de cada persona y le permite moverse y expresarse dentro de su propio rango de movimiento. De esta forma, las mujeres se fortalezcan física, mental y emocionalmente como vía para asumir el control de sus propias vidas y de las decisiones que afectan su bienestar integral. La danza, entonces, se convierte en herramienta transformadora que empodera a las mujeres.
La vida y las propias decisiones han permitido que hoy, en este tiempo, me encuentre viviendo en Cádiz. Ahora tengo la oportunidad de enfocar mis esfuerzos hacia la reivindicación del derecho de todas las mujeres a disfrutar su cuerpo en movimiento, a apropiárselo, desarrollando sus propias capacidades físicas, creativas y expresivas. Estoy consciente de que desde algunos enfoques feministas la danza sea vista como una actividad que eleva la feminidad a su máximo exponente. Tal vez por ello, la danza dentro del feminismo haya sido abordada, principalmente, para estudiarla desde su relación con el cuerpo, un cuerpo moldeado profesionalmente y con características físicas muchas veces fuera de lo común. Esta discusión, sin embargo, queda pendiente para una próxima oportunidad. Por mi parte, continuaré trabajando por el derecho de las mujeres a vivir y disfrutar su cuerpo en movimiento, a crear y expresarse, repitiendo incansablemente, «Si no puedo mover el body, tu revolución no me interesa».