Las nuevas mujeres mayores

08/11/2016 en Miradas invitadas

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Itziar Gandía Quintanilla

Mujer en crecimiento que trabaja en Lura (www.espaciolura.com). Acompaño a otras mujeres en sus procesos de crisis y duelo y ejerzo mi profesión de psicóloga con una linterna que facilite a las mujeres reconocer lo que ya saben. La sabiduría que cada mujer alberga en su interior ha de ser conectada , cuando esto sucede , las mujeres se empoderan a sí mismas. Lo que yo sé hacer es crear algunas condiciones y circunstancias para que esto sea probable.

 

A lo largo de 15 años promoviendo grupos de mujeres he tenido la suerte de conocer a mujeres sabias empoderadas. No sé cuántas son, nunca las he contado, pero soy consciente de mi suerte porque son muchas. Tener muchos espejos donde mirarse es como tener muchas miradas donde encontrarse, así que no se me ocurre mejor sitio donde poder compartir todo esto que en Doce Miradas.

Quiero compartir algunas reflexiones acerca de las mujeres que he conocido que envejecen, no solo bien, sino bonito. Estas “nuevas mujeres mayores” son protagonistas de duros y bonitos procesos de empoderamiento y son un espejo donde otras podemos mirar si perdemos el rumbo.

Mirarse, eso es lo que han hecho las nuevas mujeres mayores. Mirarse un rato, primero a solas casi siempre -en el silencio de la almohada o en el caminar hacia algún lado o en los momentos en los que sus circunstancias más apretaban… da igual cómo. Y luego con otras mujeres– en un curso de informática o en un rato de parque o en el coro de su barrio o en la Escuela de Empoderamiento. Así es como surgen los procesos de empoderamiento. Las mujeres se miran, se preguntan y buscan respuestas. Toman contacto con su propio poder, con lo que pueden o no pueden, negociando entre lo que se espera de ellas y lo que ellas desean o necesitan.

A lo largo de mi vida personal y profesional , me he fijado en la tarea dura de la negociación interna de las mujeres. Un esfuerzo sobreañadido a su propia existencia. Si ya es difícil a veces, para el ser humano, encontrar un sentido valioso a su vida, para las mujeres este esfuerzo está marcado por encontrar un camino donde poder cumplir con los mandatos y las exigencias sociales y familiares sin perderse de vista por el camino. Porque si algo es claro, es que los mandatos (ser buena madre, buena hija, buena amiga, buena pareja…etc.) están regidos por el “deber” y a lo largo del caminar de las mujeres los deberes van aumentando asfixiando sus espacios personales. Y si algo han compartido es que funcionar solo desde el “deber” las deja secas, agotadas, decepcionadas, enfadadas y bastante tristes.

Las nuevas mujeres mayores, son mujeres que en algún momento pararon su “hacer” para preguntarse por sí mismas. Nunca quisieron dejar de lado sus muchas obligaciones o deberes, lo que hicieron fue preguntarse cómo hacerlo teniéndose en cuenta a sí mismas. Y ahí es donde las negociaciones más feroces se ponen en marcha. Porque no es fácil este asunto. Recuerdo una mujer que rescataba de su historia el día que aprendió a conducir cuando eran muy pocas las mujeres que lo hacían. Ese día sintió que su vida se facilitaba, que podía moverse con libertad. Se organizó con otras madres para llevar a la prole al colegio y eso le reportó grandes amigas. Esa experiencia le ayudo a entender, que su propio bienestar era la clave para tener una vida valiosa para ella y desde entonces trabajó para darse un lugar respetuoso consigo misma. La única forma de negociar es abrir el cajón de las propias necesidades, y escucharlas.

hamacas

Y cuando cosas como ésta ocurren, ciertas ideas se meten a la lavadora en un programa largo y salen nuevas: ser una mujer responsable no es aquello que nos enseñaron; ser responsable implica hacerse cargo de las propias necesidades y deseos, de las ilusiones y los proyectos personales. Y surge un nuevo estar en la vida de una, donde se abre la puerta no solo a los “deberes” sino a los “quereres”.

Las nuevas mujeres mayores se han dado ese nuevo lugar para estar en sus vidas. Un lugar un poco mas justo que el que socialmente se nos ha adjudicado. Cada una lo ha hecho a su manera y a su ritmo, escribiendo su propio manual. Pero todas ellas comparten un eje en común: se pararon a darse cuenta de que no se encontraban bien y desarrollaron la capacidad de mirarse para preguntarse en primera persona: ¿A mí que me viene bien? ¿A qué me tengo yo que decir que sí? ¿Yo qué es lo que necesito?

Abrir la puerta al deseo propio, trae buenas dosis de egoísmo y culpa, pero como todo en la vida, estas emociones se transitan (es decir, una las anda, no se queda a vivir en ellas) y las mujeres que así lo hacen se dicen un sí rotundo a sí mismas. Las negociaciones internas son la llave de las negociaciones externas. Muchas mujeres se saben inexpertas en el arte de decir que no, pero solucionan esto cuando se dicen a sí mismas que sí. Las propias mujeres que he conocido así me lo han mostrado:

Cecilia, una mujer de 60 años me lo explico muy bien: “Yo he hecho mil cursos de asertividad, de aprender a decir que no, de emociones… porque mi problema ha sido siempre que no he sabido decir que no a nadie, y he ido pasando muchas cosas que no me gustaban «por la paz un Ave María”. Pues bien, lo he conseguido ahora, a mis 60 años. He de reconocer que los cursos me sirvieron, pero hasta que yo no he tenido claro que mi tiempo y mis necesidades no son negociables no he sido capaz. Quiero decir que, cuando una se aferra a sí misma por dentro, con confianza en sus propios criterios, el “no puedo” sale solo. Ahora siempre reviso: me invitó una amiga a ir de vacaciones con su pareja. Yo todavía no me encuentro fuerte, estar viuda todavía me afloja. Me siento y me escucho: debería ir porque no es bueno encerrarse; debería ser agradecida con la invitación, debería hacer lo que mis hijos me recomiendan…. Y luego me escucho: lo que necesito es descansar, me apetece andar por la playa ahora que todavía no hace calor y leer mis libros; la soledad me gusta; no tengo ganas todavía de viajar. Así que llamo a mi amiga y le digo: ¡Marisa! No puedo ir contigo de vacaciones. Así con esa frase, porque antes le habría dado mil excusas y me habría justificado de mil formas, incluso mintiendo. A mí me sirve emplear esa palabra: poder; sí puedo, no puedo. Negocio y encuentro lo que puedo y no puedo y así lo planteo. En mis tiempos de antes yo no utilizaba esta palabra, ahora la uso mucho, y me sale sola porque me escucho y me respeto. Antes para decir un no pasaba un calvario porque me sentía fatal y además cuando lo planteaba yo misma lo ninguneaba porque no lo sentía con fuerza. Lo mismo lo aplico para decirle que no a mi amiga Marisa que a mi hija cuando me llama para que cuide de mi nieta. A veces le digo: hija, no puedo. ¿Y sabes lo que me ha pasado gracias a esto?: que un día tomando café con ella, me dio las gracias por esos no puedo y ha sido la única experiencia gratificante que yo he tenido en mi maternidad realmente. Reconoció que había pensado que me había vuelto una egoísta pero que ahora se había dado cuenta de que era un regalo. Me dijo: ama, ahora yo también puedo decirte a ti que no puedo, es como si también me hubieras dado el permiso a mí de decirte que no. Y así podemos ser mas claras, no veas qué cambio en la relación con mis hijos…

floresCuando las mujeres se han dicho que sí a sí mismas han encontrado la llave que permite abrir las puertas de otros cambios: las nuevas mujeres mayores han encontrado otros parámetros para cuidar de los suyos. Ya no sujetan, ya no sostienen sino que acompañan. Y eso es maravilloso en cuanto a la capacidad transformadora que tiene en sus relaciones.

De nuevo las mujeres que envejecen bonito revisan ideas viejas que tienen un gran peso y que ya no sirven, y rompen por fin la relación que vincula cuidar con sostener; o cuidar desde la renuncia y el dolor. Cuando sostenemos a alguien querido también nos apropiamos de su responsabilidad y corremos el riesgo de ser confundidas con un sofá.

El ejercicio de la maternidad de las mujeres mayores se revisa desde este nuevo lugar y las mujeres comprueban que acompañar es saberse útiles pero no imprescindibles y reconocen a los hijos e hijas como seres humanos independientes que gestionan su vida como pueden. En sus propias carnes han vivido que cambiar es difícil, y que la llave del cambio está en cada una y cómo lo han vivido, pueden tolerar que a veces los demás eligen no cambiar, así que devuelven a los hijos e hijas las llaves de sus procesos para que sean ellos quienes hagan cambios cuando puedan.

Esto suena muy bien, suena a una maternidad consciente y es liberador a la vez de duro (a veces toca dejar de sujetar el alcoholismo de un hermano o una pareja, la enfermedad de una hija… etc). Las mujeres inician un camino de acompañamiento en sus relaciones que trae otro regalo añadido: les permite saberse acompañadas también. Y esto se debe a que las relaciones tienen espacio para un cuidado bidireccional. Una ha de pedir ayuda, cariño, reclamar cuidado cuando lo necesite y rodearse de relaciones donde esto sea posible: un cuidado desde el acompañamiento en dos direcciones, cuidar y ser cuidada.

Uno de los miedos de las mujeres que envejecen bonito es a volverse dependiente. Dejar de cuidar y pasar a ser cuidada. Cuando las mujeres dan el paso de dejar de cuidar bajo los mandatos femeninos y empiezan a acompañar surge una reformulación del miedo y un nuevo deseo: “yo no quiero que mis hijos e hijas me cuiden como yo cuidé a mis padres, lo que yo quiero es que me acompañen si pueden”. Y esto es otra llave que permite a las mujeres que envejecen planificar cómo quieren hacerlo.

Para las mujeres que apostamos por aprender.
Para las que nos hemos embarcado en la aventura de crecer juntas.
Convencidas de que todavía hay tiempo para llevar las riendas y tomar decisiones a nuestra medida y en nuestra vida.
Porque el tiempo que tenemos por delante no es para marchitarse, sino para despertar.
Porque todavía hay mucho que sentir, pensar y hacer.
Todavía nos queda mucho por decir.

Porque es tiempo de Envejecer Bonito
Es tiempo de estar dispuestas para afrontar los cambios.

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