Nos tendrán en común. Desbordes desde los feminismos

abril 17, 2018 en Miradas invitadas

axel morenoAxel Moreno. Educador social y terapeuta Gestalt. He desarrollado mi labor profesional como director de las áreas de Participación Ciudadana y Empoderamiento Social e Igualdad y LGTBI del Ayto. de Pamplona/Iruñea; técnico en Servicios Sociales del Ayto. de Madrid, Servicios de Juventud del Ayto. de Parla, Área de Igualdad del Ayto. de Burlada y distintas entidades sociales. Docente en FP, UNED y formación no reglada. Consultor e investigador en procesos de Participación, Educación y Cultura. Activista en diferentes colectivos e iniciativas sociales.

«Nos quieren en soledad, nos tendrán en común” fue uno de los lemas que surgió con fuerza durante el 15M para quedar tatuado en nuestra en consciencia colectiva. Una llamada a salir de la anonimia en el reto de politizar lo cotidiano. A hacer de la diferencia una riqueza y una fortaleza para compartir los problemas, para hacerlos comunes. A sentirnos y pensarnos juntas, para actuar en colectivo.

El 15M desbordó las estructuras y los imaginarios colectivos, canalizando el descontento general ante las consecuencias de una crisis política, social e institucional, fruto de una globalización económica con una progresiva mercantilización de la vida y un notable deterioro de los sistemas de protección social. Supuso un proceso afección sensible a problemas que percibimos comunes, sacudiendo la pasividad y la resignación individual, para despertar la empatía y la solidaridad colectiva, expandiendo la indignación de forma activa y entusiasta.

Tras el desmontaje de las acampadas, la energía de las plazas se desplegaría hacia distintos territorios de la vida, generando una difusa cartografía de iniciativas capilares, muchas de ellas casi imperceptibles: asambleas de barrio, mareas y acciones en defensa de lo público, el despliegue y articulación de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), centros sociales, huertos urbanos, grupos de consumo, redes de economía solidaria, cooperativas, grupos de crianza, etcétera.

Cuatro años más tarde, las movilizaciones sociales que acabaron llenando las plazas de las grandes ciudades españolas, dieron el salto a las instituciones con las candidaturas Municipalistas y el cambio en los gobiernos locales. Las campañas para las candidaturas y confluencias del cambio supusieron nuevos desbordes creativos descentralizados puestos al servicio del acceso a los Ayuntamientos. Tras las elecciones de mayo de 2015, ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, A Coruña, Pamplona o Cádiz, abrieron un nuevo periodo a la búsqueda y experimentación de políticas públicas que superasen la supuesta crisis coyuntural. Pero nuestros municipios y barrios sufren directamente el impacto de un conjunto de transformaciones de carácter estructural que van más allá de una situación temporal. Nos encontramos atravesando un cambio de época que nos obliga a repensar el marco conceptual y las estrategias de las políticas locales y urbanas para poder hacer frente a las nuevas formas de desigualdad, pobreza y exclusión.

La coyuntura facilita que se desarrollen políticas locales centradas en reforzar las estrategias neoliberales de las políticas de austeridad, recrudeciendo las dinámicas de desigualdad social y territorial. Sus consecuencias más visibles continúan siendo la elevada tasa de paro, el deterioro del empleo, el incremento de las desigualdades de renta, el aumento del coste de la vida y la vivienda, la acentuación de los niveles de pobreza y de infravivienda, acompañado del deterioro de las políticas sociales y los servicios públicos.

No hay soluciones simples a problemas complejos y actuar sobre la complejidad de nuestros territorios implica desarrollar una nueva institucionalidad, una nueva concepción de lo público que no quede limitado a la esfera institucional. Implica reconocer los múltiples actores que formamos parte de esta realidad, nuestra interdependencia y la necesidad de potenciar el desarrollo de nuevas formas de entender y asumir las relaciones entre nosotras. Estableciendo espacios y procesos de participación, cooperación y articulación para la transformación y mejora de las condiciones del territorio en todas sus dimensiones.

Es necesario repensar las políticas urbanas más allá de las instituciones, desde un marco de mayor transparencia y participación en la toma de decisiones y desarrollo de la ciudad. Integrando multiplicidad estrategias y mecanismos de democracia urbana basadas en territorializar la gobernanza, coproducir las políticas públicas, abrir la gestión a la ciudadanía, apoyar la innovación social e impulsar la acción comunitaria.

Proceso Participativo Plazara!

“Nos tendrán en común”

Si el desafío pasa por desplegar una política expandida que transcienda los espacios institucionales, los ciclos electorales y la concentración representativa de poder, la clave está en el desarrollo de los procesos de empoderamiento social, participación ciudadana y acción comunitaria. No existe una única definición aceptada del significado de “comunidad” o de “acción comunitaria”, y sí muchas visiones contrapuestas. Aunque gran parte de las aproximaciones conceptuales tienen en común la idea de la acción comunitaria como la suma de procesos o acciones colectivas de transformación social con objetivos comunes, con una triple intencionalidad y estrategia:

-La mejora de las condiciones de vida locales.

-Fortaleciendo la comunidad y las redes de trabajo colectivo, empoderando a las personas y agentes del territorio (tejido social, tejido institucional y tejido económico).

-Mediante un estilo de intervención que busca incorporar a todas las personas y grupos posibles, haciendo que sean protagonistas de los cambios sociales que se promueven, sustentándose en su practica en procesos de democracia participativa, fortaleciendo los procesos de inclusión y cohesión social.

En marzo de este año se celebraron las “Jornadas Internacionales de Acción Comunitaria. Respuestas colectivas a los retos sociales”, organizadas por el Servicio de Acción Comunitaria del Ayto. de Barcelona y la Escuela del IGOP. Cinco meses antes, el Área de Participación y Empoderamiento Social del Ayto. de Pamplona/Iruñea había organizado unas jornadas en la misma línea, “Crear Comunidades Colaborativas. La construcción de políticas públicas de acción comunitaria”. En ambas jornadas quedó patente el interés y la preocupación general ante las dificultades y retos de la acción comunitaria en un momento de cambio de paradigma donde necesitamos construir nuevos referentes.

Sin embargo, para ser capaces de pensar y construir ese cambio, necesitamos dotarnos de otro imaginario que reorganice nuestra mirada, que nos oriente hacia unas posibilidades y sentido diferente. Las referencias de cambio urbano en la acción comunitaria son las imágenes del movimiento vecinal y el movimiento obrero en su defensa de los derechos ciudadanos y laborales. Imágenes ligadas a la militancia metropolitana, la organización, el liderazgo vecinal o sindical, la asamblea, la manifestación, la huelga y la acción desde el conflicto en barrios y fábricas. Ese modelo y fuerza organizativa de finales de la dictadura, marcaría una época ligada al arranque de la democracia, la construcción de servicios y equipamientos públicos y el nuevo ordenamiento municipal.

Las imágenes y relato del movimiento vecinal y sindical, introyectadas por los movimientos sociales, dificultan el tránsito hacia nuevos imaginarios para el cambio urbano. Las viejas imágenes de la lucha y conquista vecinal entorpecen la experimentación de nuevas movilizaciones e iniciativas ciudadanas, que desde el filtro y parámetros del viejo imaginario, quedan desvalorizadas e inútiles. Las imágenes de la vanguardia de la lucha vecinal, reproducen un modelo masculino y restrictivo que invisibiliza la retaguardia de los cuidados y la solidaridad que hizo posible sostener esas luchas por las mujeres. Un imaginario no pensado, ni construido desde un nosotras como personas diversas, ni dirigido a las otras, a las que quedan más allá de los márgenes de la participación.

La participación y la articulación colectiva no es neutral, está atravesada por la fuerza y legitimidad dominante del patriarcado. Aunque no nos guste, la acción comunitaria reproduce sistema de dominación sexo-género, donde las mujeres no pueden acceder ni desarrollarse en los espacios de participación en las mismas condiciones que los hombres.

«Si nosotras paramos, el mundo se para».

La huelga del pasado 8 de marzo ha supuesto un nuevo desborde donde el movimiento feminista se convirtió en una marea imparable de la que surgió una huelga sin precedentes. En escasos meses consiguió agrupar a todo tipo de colectivos, desbordar a los sindicatos mayoritarios y organizaciones políticas, abrirse paso en la agenda mediática, hacerse presente en las conversaciones de nuestras calles, trabajos y casas, movilizar a una mayoría de mujeres desde una diversidad indudable (generacional, ideológica, cultural, de clase, etc.) y condicionar el discurso político.

La huelga feminista también consiguió desbordar el antiguo imaginario del movimiento vecinal y sindical. El 8 de marzo no vimos imágenes de neumáticos ardiendo en la entrada de fábricas y polígonos, ni calles vacías con comercios con las persianas bajadas como en otro tiempo. «Si nosotras paramos, el mundo se para», era el lema de la jornada de huelga. Pero el país no se paralizó, al contrario, se movilizó y agitó con una potencia excepcional. Cientos de miles de mujeres inundaron las calles de nuestras ciudades y pueblos durante todo el día para concentrarse nuevamente en las manifestaciones de cierre de la primera huelga general feminista realizada en España. Los sindicatos cifraron el número de participantes en los paros totales o parciales en casi 6 millones. El movimiento feminista conseguía una movilización unitaria, transversal, descentralizada y autónoma lograda en pocas ocasiones.

El feminismo se convierte en un referente cada vez más poderoso. Supone la construcción de un imaginario de cambio integral, una revolución social que cuestiona el statu quo general al denunciar las desigualdades que atraviesan todos los ámbitos de la vida: el afecto, las relaciones sociales, familiares y de pareja, el trabajo, los cuidados, la crianza, el lenguaje, la violencia, las instituciones, el urbanismo, la economía…

La construcción de una nueva política urbana desde el empoderamiento social y la acción comunitaria, implica necesariamente la incorporación de la mirada feminista para poder deconstruir los viejos modelos militantes y generar nuevas formas de organización y acción colectiva, identificando las diferentes formas de poder para superar los sistemas de dominación y redefinir radicalmente las relaciones entre mujeres y hombres.

El pasado 8 de marzo volvimos a soñar con “otro mundo que es posible”, un mundo que estamos construyendo millones de mujeres y hombres con cada pequeño desborde cotidiano que hacemos desde los feminismos.

 

Mujeres en eventos… y van…

marzo 20, 2018 en Miradas invitadas

Cristina Juesas. Consultora de comunicación y preparadora de oradores. Ayuda a sus clientes a comunicar mejor. Ha trabajado en proyectos de transformación digital en el Gobierno Vasco y la Universidad del País Vasco. Organiza TEDxVitoriaGasteiz, es Directora de la División España Oeste en la organización Toastmasters International, salsea todo lo que puede en internet y en la vida, así, en general.

Post basado en hechos reales. Te podría haber pasado a ti. Nos pasa a cualquiera a diario.

Un contacto al que tengo en alta estima comparte información de un evento sobre redes sociales que se celebrará en las próximas semanas en Barcelona y en el que hay ocho ponentes (más dos sponsors invitados, o sea, diez ponentes en total), de los que tan solo dos son mujeres. Hace años que tengo la costumbre de señalar de forma pública cuando un evento no es igualitario. Lo hago por mil motivos, pero la razón que subyace es que la organización sea consciente de que algo ha fallado.

La primera respuesta que me dieron fue “pero las dos mujeres que están valen mucho”. Hombre, pues gracias por la explicación (¿En ocasiones veo mansplainings?), pero no me refiero a las que ya están, sino a las que evidentemente brillan por su ausencia.

Cuando le digo que ya, que claro, me dice que tiene más socias que socios y que trabaja por la igualdad, pero que no se obsesiona, que esa etapa la dejó atrás y que quizá se equivoca. Le replico que efectivamente, que se equivoca, pero que no estoy diciendo que sea su culpa y que le deseo que le vaya fenomenal en el evento… otro más con aplastante representación masculina versus femenina en un entorno en el que abundan las mujeres. Y que eso no puede ser bueno. A lo que me responde que sabe que va equivocado por la vida y que no le importa. Por mí se habría zanjado ahí la conversación. Mi misión de señalar lo evidente para que sea visible para todos estaba cumplida.

Ya había hecho saber mi opinión. Ya está.
Sin embargo, ¡lo que pasó después te sorprenderá! (O no…).

Efectivamente, tenía que pasar otro varón (el del pantallazo) a explicarme, para que yo lo entienda, que soy corta, que lo verdaderamente importante no es el sexo, sino el conocimiento. Y que nos hacemos un flaco favor si se programa un evento pensando en el sexo. Me pasé toda una mañana pensando a ver qué hacía. Si escribía algo… Si me cortaba las venas…

Creo que huelga decir que cada cual su evento hace lo que le da la gana y punto. Mi amigo, aunque no me gustaron del todo sus respuestas, es coherente. Hace lo que quiere, es consciente de que puede que se equivocase y, como ya tiene una edad, se la trae al pairo. Bien… Pero es obligación de todos y todas, sobre todo de todos los que son conscientes de la increíble brecha de género en visibilidad profesional, hacer algo por solucionarlo.

Así que como creo que hay que hacer labor educativa, nada, volvamos a Barrio Sésamo. Soy Coco y os voy a explicar cómo garantizar igualdad y calidad en un evento porque, ¡sorpresa! ¡No están reñidas!

Yo organizo eventos. Llevo diez años organizando eventos de todo tipo, pequeños, grandes, medianos… En entornos variados: ámbito científico, tecnológico, abiertos a público general, cerrados… Si algo he aprendido en todos estos años es que la igualdad en un evento se busca. Si no, no existe. Como en la sociedad. Como en la política. Como en el 99% de ámbitos de nuestras vidas.

Cuando queremos que un evento sea igualitario y no queremos recurrir a paneles de “Women in Tech” o “Women in Science” o “Women in inserteaquísusector” tenemos una doble complicación.

Por un lado, está el sesgo cognitivo que nos hace pensar en que los varones son mejores profesionales. Este sesgo es cultural y se da desde nuestros primeros años de cole, cuando se exhorta a los chicos a dar sus respuestas y se nos pide a las chicas que levantemos la mano para hablar (y ser buenas señoritas, añado). Un estudio del año 2004 en Harvard demostró que este patrón se mantiene en los años de la universidad y que los varones duplican en intervenciones a sus compañeras. Bien, pues una vez que sabemos que esto pasa, es fácil ponerse en modo: solo voy a pensar en mujeres.

Os aseguro que los resultados están garantizados. No merma en absoluto la calidad profesional, al contrario. Cuanto más practicas esta técnica, mejor te sale y más mujeres te vendrán a la mente.

Le puedes preguntar a asociaciones profesionales de mujeres, a mujeres y a hombres, para que únicamente te referencien a mujeres. Es la única manera de equiparar la balanza. Comprobado que funciona. Y también comprobado que mejora la calidad de los eventos.

No más excusas. “Es que llamé a tres, pero ninguna aceptó”. Pues llama a siete, verás cómo consigues lo que buscas… el tema está en eso precisamente, en buscarlo.

“Jueza”, por favor

febrero 20, 2018 en Miradas invitadas

Miren Gutierrez @gutierrezmiren.
Soy directora del Programa de postgrado “Análisis, investigación y comunicación de datos” y profesora de Comunicación de la universidad de Deusto. Soy doctorada en Comunicación e investigo sobre cómo se usan los big data para la transformación social. He sido periodista durante dos décadas, antes de pasarme al activismo, la docencia y la investigación. Como directora editorial de la agencia de noticias Internacional Inter Press Service fundé el Gender Wire en 2005, dedicada a cubrir noticias de todo mundo con una perspectiva de género. Desde entonces, he tratado de insertar esta perspectiva allá donde he trabajado, incluidos en Greenpeace, Index on Censorship y Overseas Development Institute, explorando las zonas de intersección entre asuntos relacionados con derechos humanos, medioambiente, clima y género.

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¿Quién dijo que se trata de decir «problema»/»problemo»? Poner el asunto del femenino de los cargos profesionales en estos términos es reducir al ridículo un tema importante.

Conforme los casos de corrupción se multiplican y ramifican, cada vez oigo más “la juez”, “la magistrado” y “la abogado” para referirse a mujeres profesionales que ocupan dichos cargos. Hago una búsqueda de “la juez” en Google y encuentro 785.000 resultados en noticias, además de centenares de titulares con esas palabras en El País, ABC, Telecinco, El Mundo, RTVE, Europa Press, 20minutos, y decenas de medios regionales y locales.

Quizás parezca superficial fijarse en esas cosas cuando se está matando a mujeres por el hecho de serlo, pero es un asunto que tiene importancia. El lenguaje sexista es una manifestación de la discriminación, y la discriminación está en el trasfondo de la violencia contra las mujeres. Que se sepa de una vez: el masculino no es en castellano incluyente.

Me he acordado de un artículo que publiqué en 2009, en el que exploraba el machismo en el lenguaje, y comparaba las prácticas periodísticas en italiano (tan machista que una jefa solo puede ser “il capo”), castellano e inglés.

Me pareció entonces especialmente esclarecedor hablar con José Luis Aliaga Jiménez, profesor de Lingüística de la Universidad de Zaragoza, que decía que “la resistencia conservadora a la formación de nombres femeninos” refleja una forma de discriminación, porque el “supuesto carácter genérico del masculino en la referencia a grupos mixtos de mujeres y varones no es, en absoluto, una propiedad lingüística sino una interpretación pragmática aleatoria que suele redundar en la ocultación discursiva de las mujeres y de sus logros”.

La lengua, decía Aliaga Jiménez, es algo vivo, que cambia y que debería evolucionar con la sociedad. ¿Resulta que aceptamos sin problemas “posverdad”, “fair play”, “halal”, “chusmear” y “postureo” pero “jueza” o “portavoza” no?

Pues no hay nada más natural.

“(En castellano) en la mayoría de sustantivos referidos a personas –añadía Aliaga Jiménez— existe una correlación entre el género gramatical y el significado referencial sexo. Se trata de una correlación culturalmente significativa… Todo sustantivo referido a personas contará con variación de género, más tarde o más temprano. Es en este contexto donde hay que ubicar la aparición de palabras como ‘miembra’’o‘’testiga’ (todavía no aceptadas por el DRAE), en las que se ha interpretado la terminación ‘’a’’ como propia de un sustantivo femenino, de acuerdo con la regla más común en español”.

Argumentar que como “voz” ya es femenino decir “portavoza” es redundante es ignorar cómo evoluciona la lengua castellana, en donde abundan todo tipo de etimologías populares, transmutaciones verbales y saltos lingüísticos. El castellano ha dado palabras como por ejemplo el femenino “miniatura”, que no tiene nada que ver con el prefijo “mini” sino con la pintura de minio con que se ilustraban los libros miniados. “Postura” es femenino y “postureo” (aceptado por el DRAE) masculino ¿y qué? ¿Se hunde el mundo por decir “portavoza”?

Pero no es que no podamos decir “portavoza” sin que se despierte lo más rancio de nuestra sociedad; es que todavía ni siquiera se han extendido “jueza”, “abogada” y “magistrada”, cuando no había que crear estas palabras porque ya existían desde hace tiempo. En 1995, se dictó una Orden Ministerial en la que se fijaba la denominación de títulos a la condición femenina o masculina de quienes los obtengan.

Han pasado varios años desde que publiqué el artículo mencionado y muchos más desde 1995. ¿Por qué vamos para atrás? Ya es hora de terminar con esta forma de machismo sin detenernos en debates improductivos ¿no? Esto al menos es fácil de arreglar.

La postverdad publicitaria

febrero 6, 2018 en Miradas invitadas

Pablo Vidal. Doctor en CC de Educación y licenciado en CC de Información por la UPV/EHU, durante los últimos 25 años he ejercido como publicitario en empresas y agencias de Valencia, Barcelona y Bilbao, actividad que he conjugado con siete años de docencia en la UPV.

Mi preocupación por las desigualdades de género me orientó en 2001 hacia la investigación, en 2013 obtuve la Beca Emakunde de investigación en materia de igualdad que posteriormente desarrollé como Tesis Doctoral.
Soy vocal de la Comisión Begira para un uso no sexista de la publicidad (Emakunde), labor que compagino con la asesoría en comunicación y género a empresas e instituciones

 

A raíz de la investigación que he realizado y defendí el pasado septiembre como tesis doctoral, “La percepción del sexismo en la publicidad: un estudio con alumnado adolescente de la Comunidad Autónoma del País Vasco”, he podido constatar como el 65% de la muestra (528 estudiantes, 49,6% mujeres) no percibe el sexismo en la publicidad y se muestra en mayor o menor grado insensible respecto al trato discriminatorio y degradante que en publicidad se realiza sobre las mujeres. Nuestras jóvenes generaciones pertenecen a sociedades altamente tecnificadas en las que desde su infancia se socializan principalmente por los contenidos audiovisuales que consumen y comparten. Quienes producen los discursos que fundamentan estas narraciones (Publicidad, videojuegos, videoclips, etc.) reinterpretan nuestra realidad desde postulados ideológicos que se alejan de los valores deseables que en la familia y la escuela se les intenta enseñar.

Los grandes cambios impulsados por las mujeres han transformado en pocas décadas nuestra realidad social, sin embargo, se observa que el discurso publicitario no avanza al mismo paso de estos cambios sociales pues no refleja los avances que se han producido en las relaciones de igualdad de mujeres y hombres. Por una parte, determinados arquetipos, estereotipos, roles, estilos de vida sexistas, ya no son compartidos por gran parte de la sociedad, y, por otra, aparecen nuevos valores, actitudes y creencias que entran en contradicción con la publicidad de muchas empresas e instituciones.

 

 

En este contexto, resulta chocante la resistencia de algunos sectores, en especial, el juguetero, el de la automoción, la moda, o el de los productos de belleza, pues el cambio ideológico social producido y el activismo de algunos grupos ponen en evidencia aquellas campañas publicitarias que no tuvieron en cuenta la perspectiva de género en su estrategia. En unos casos, la falta de empatía hacia los valores y actitudes de la sociedad igualitaria y, en otros, el no reconocimiento de la nueva realidad social desvela, en bastantes empresas nacionales, la existencia de una resistencia activa, o si no, de una cierta inercia sexista en su publicidad que no se desea corregir.

Enfrentarse a la realidad estadística de los datos muestra cuán injusta es la posición de muchas grandes marcas que utilizan su poder económico para, por medio de mensajes sexistas, socializar a la juventud en contra de su propia realidad social. En el Estado español sólo un 16% de mujeres mayores de edad ejerce como ama de casa, el 67% tiene más de 54 años y el 3% menos de 35 años (Lobera y García, 2014) Pese a esta realidad, muchos anuncios presentan a jóvenes mujeres como amas de casa, ocultando sus verdaderos roles en la sociedad actual y enviando mensajes contrarios a la conciliación y a la corresponsabilidad en el hogar.

También, ocultando o no representando nuestra realidad de mercado laboral o de igualdad en el que las mujeres empleadas por el Estado ocupan el 46,4% de los puestos frente al 53,6% que ocupan los hombres (OIT, 2017), o en el que uno de cada 4 directivos de empresa es mujer, es decir que el 26% de estas (por encima de la media europea) desempeña un cargo de directiva en una empresa (Grant Thorton, 2016). Qué difícil es verlo en publicidad, por no decir imposible.

En otras ocasiones, estos anunciantes y sus agencias ocultan la vida misma, así pese a que las mujeres que conducen (permiso de conducción tipo B) son mayoría en nuestro país y representan el 53,6% frente al 46,4 % de hombres (DGT, 2015), en la publicidad se evita tozudamente una realidad imposible de ocultar, pues está en el día a día de las personas y a la vista de cualquiera. En los últimos cinco años apenas en tres o cuatro anuncios publicitarios aparece una mujer como conductora; es decir como una mujer autónoma e independiente que se transporta ella misma sin la necesidad de que un hombre la lleve.

Muchas realidades que no se muestran o que son extrañamente e incorrectamente representadas en la publicidad generan un discurso erróneo, tendencioso, que pese al paso de los años no intenciona modificarse. Una publicidad que muestra a las chicas alejadas de la tecnología, de Internet, del deporte, de la formación universitaria, de las categorías profesionales altas, etc. Y todo ello pese a que sean mayoría en segmentos como la judicatura, la abogacía, la medicina, la educación, o, aunque brillen en el deporte internacional.

Son muchas las empresas anunciantes que, en general, desatienden o ignoran los cambios sociales producidos y proyectan una imagen irreal de las mujeres que influencia notablemente en la infancia y adolescencia. Bajo el argumento de simplificar su comunicación para hacerla accesible a las audiencias, utilizan estereotipos y roles sexistas superados que transforman la realidad mostrando otra más “atractiva, seductora y persuasiva” en la que las mujeres son desconsideradas, minusvaloradas e incluso maltratadas.

Una realidad en las que las pocas mujeres que se representan trabajando realizan ocupaciones básicas o mediocres (dependienta, peluquera, secretaria…), aparecen bajo la tutela profesional y familiar masculina y muestran su dependencia económica respecto al hombre; al cual deben conquistar mediante el uso de su atractivo sexual y de su belleza, únicos instrumentos de ascenso social y profesional que la publicidad les reconoce y les permite. En general, nuestra publicidad las mantiene como amas da casa, bellas acompañantes, consumistas banales, siempre obsesionadas por su aspecto físico y por gustar.

La repetición constante y continua de estos mensajes publicitarios ocasiona una imagen muy distorsionada de lo que son las mujeres en muchas jóvenes adolescentes, pero también en muchos jóvenes que buscarán en ellas la idealización que la publicidad genera sobre las mujeres. Es decir, una chica hipersexualizada con un aspecto físico imposible de alcanzar, que vive pendiente de “su hombre”, que escoge colocarse por debajo de él, sometiéndose a su criterio, dejándole hablar, decidir, etc. y que además le hace la compra, le cocina, le limpia la casa y le alegra la vida con sus atenciones.

Vivimos en una época de normalización de géneros, no de diferenciación, y sin embargo, no sólo muchas empresas anunciantes sino también el propio sector publicitario mantienen determinadas inercias de creación y organización que dificultan la producción de mensajes e imágenes no sexistas e integradores.

Según los datos facilitados en el estudio que sobre el sector publicitario realizó Grant Thornton Report en 2015 referente al Estado español (Valdivia, 2016), el 52% de las licenciaturas universitarias las obtienen mujeres, sin embargo el 91% de los altos cargos del sector los ocupan hombres, al igual que el 75 % de las direcciones funcionales o el 81% de los departamentos creativos. Sorprende que el 31% de las empresas publicitarias nacionales no tenga ninguna mujer en puestos directivos.

Son datos que invitan a la reflexión y que apuntan a una hegemonía masculina en la publicidad y en la dirección de marketing-publicidad de las empresas que se anuncian. Indica que la construcción de los discursos no solo se realiza desde postulados patriarcales sino que estos discursos los producen mayoritariamente hombres.

Desde algunos sectores y sus agencias se desarrolla con su comunicación un verdadero bullying mediático sobre las adolescentes, una presión que se inicia en la infancia y que ya no cesará a lo largo de la vida de estas. En el Estudio sobre publicidad sexista en la campaña de juguetes 2013-2014 en el que participé y que realizamos en BEGIRA (2014) se ofrecen algunos datos que ayudan a comprender la envergadura de esta presión a la que deben enfrentarse desde su más tierna infancia las niñas. Por ejemplo, el 47% de los juguetes anunciados por niñas son de color rosa y el 63% son muñecas, el 55% de los anuncios para niñas se basan en el arquetipo de belleza personal y el 51% en el arquetipo de ama de casa, además el 52% de las profesiones representadas en juguetes para niñas son ama de casa, peluquera y modelo.

Aun mas sorprendente es que el 66% de los juguetes anunciados por niños son electrónicos mientras que el 69% de los anunciados por niñas son manuales o mecánicos.

Esta discriminación sexista abarca múltiples perspectivas multiplicando su efecto negativo al incidir en muchos ámbitos de la vida de las niñas; es despreciable por injusto y arcaico que en el s. XXI los anuncios de juguetes desde los que se dirige o se influencia la elección del juego en las niñas, como norma, presenten a los niños como los destinatarios de los juguetes que incorporan la tecnociencia. Su reiteración en años de anuncios y su aplicación a variedad de juguetes “masculinos” ha terminado por asociar la tecnociencia a los niños, hasta el punto que, en la actualidad, la electrónica aparezca en la mayoría de los casos, sólo en los juguetes dirigidos a ellos. Las consecuencias se pueden observar perfectamente en la etapa de educación primaria al comprobar cómo la seguridad y familiaridad que los niños muestran en edades muy tempranas hacia la informática y sus aplicaciones, es inversamente proporcional a la de las niñas. En una etapa educativa posterior, el interés hacia las materias tecnocientíficas es mayoritario entre los niños, algo que no se produce entre las niñas; lamentablemente, en ese momento ya se están gestando las vocaciones que dirigirán una posterior elección hacia carreras y profesiones de ciencia y tecnología.

Posponer, año tras año, iniciativas que obliguen al sector del juguete a no interferir con su discurso sexista en la educación de las niñas prolonga una situación denunciada desde muchos ámbitos que perjudica el aprendizaje en igualdad de niñas y niños. Según datos de matriculación en el curso 2016-17 de la Universidad del País Vasco (Dirección para la Igualdad de la UPV/EHU, 2017), menos del 30% de las alumnas de esta universidad estudian ingenierías, en informática no llegan al 14% del total de alumnado y en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte son solo el 22%.

También en la adolescencia, las patologías provocadas desde la publicidad afectan en una etapa fundamental del crecimiento generando a menudo, como consecuencias más leves, baja autoestima, frustración y depresión. La obsesión por el aspecto físico, inculcado por la publicidad y algunos medios como eje del éxito social, dificulta a las jóvenes desarrollar su propia identidad y personalidad. A muchas de ellas las aboca a iniciar dietas perjudiciales que en muchas ocasiones evolucionan en patologías más severas. Los datos de patologías derivadas de esta nefasta influencia, sobre todo, la anorexia-bulimia y la dismorfia corporal hablan por sí solos. Pese a ellos, son pocas e insuficientes las iniciativas que las instituciones están tomando para mitigar la influencia de esta publicidad proveniente del sector dietético/alimentario que focaliza sólo sobre las mujeres la presión de venta de sus productos. Pero, aún más preocupante es que en otros sectores como el farmacéutico también sean ellas quienes protagonicen más del 70% de los anuncios de medicamentos, como si los hombres no sufrieran las mismas o incluso más enfermedades que ellas. Sin embargo, la publicidad las muestra como más enfermizas que los hombres y, lo que es peor, las responsabiliza del cuidado de ellos al focalizar sobre ellas la compra, el uso y la prueba de efectividad del fármaco

Como se ha puesto de manifiesto a través de datos estadísticos, nuestro contexto ha cambiado tan rápidamente que en la actualidad la publicidad se ha quedado descontextualizada. Ni siquiera en sus anuncios se refleja la realidad de los modelos familiares actuales, todavía se piensa en el sector publicitario que las familias son como las que en su infancia conocieron. Nada más lejos de la realidad, en pocas décadas ha evolucionado tanto que ahora el modelo familiar tradicional es minoritario en el Estado español. Solo un 34,9% de hogares está formado por un modelo de familia tradicional (pareja heterosexual con dos o más hijas/os) frente al 43,7% que lo integran nuevos modelos familiares. Pero no sólo no refleja la diversidad del modelo familiar, sino que evita o ignora otros grandes cambios sociales como el hecho de que la población migrante represente el 10,3% de la población total del Estado, pues resulta muy difícil que la publicidad la represente de no ser que sea para estereotiparla sexualmente o porque el anuncio se dirija en exclusividad a esta comunidad.

En el Estado español, iniciar un proceso de sensibilización y formación en los departamentos de marketing y publicidad de las empresas anunciantes y en las agencias de publicidad, se perfila como una de las vías para impulsar un cambio rápido en el sector. Tras varias décadas de autorregulación sectorial, se ha visto que este mecanismo no presiona lo suficiente para promover los avances necesarios, la causa principal radica en que Autocontrol está integrado por las mismas empresas que realizan y gestionan la publicidad que aquí se analiza y cuestiona, y no por instituciones y organizaciones que impulsen la igualdad. Además, se hace muy necesaria la renovación del sector por medio de una inclusión real y efectiva de las mujeres en los niveles de dirección de los que, hasta la fecha, se las ha excluido (dirección estratégica, dirección creativa, dirección de arte, etc.).

Por último, es preciso incrementar el control institucional sobre los sectores más sexistas y menos colaborativos y sobre las empresas reincidentes que diseñan estrategias de comunicación y campañas publicitarias claramente sexistas. Una situación que por su propio inmovilismo y reiteración ya debe ser considerada constitutiva de delito de odio hacia las mujeres, y, por tanto, ajeno a la libertad de expresión del anunciante, pues si en vez de sexismo se hablara de racismo, las instituciones y, probablemente, la fiscalía, hubieran actuado rápidamente para imponer la ley y reponer los derechos agraviados.

 

Se buscan hombres de verdad

enero 23, 2018 en Miradas invitadas

Nuria Coronado (@NuriaCSopena). Soy periodista, editora, asesora en comunicación y autora de Hombres por la Igualdad (Ed. LoQueNoExiste). Cursé los Másteres de Producción Radiofónica (RNE), Biblioteconomía y Documentación (Universidad Complutense) así como Mujer y Liderazgo (Escuela Aliter). Fui becaria Erasmus y Leonardo en Roma. He desarrollado mi carrera desde hace 25 años a caballo entre el periodismo (colaboro con El Español, 20 minutos, Diario 16, Público y AgoraNews, entre otros medios), la comunicación (soy responsable de Comunicación y RR.PP. de Juan Merodio), y la organización y  presentación de eventos. Tengo dos hijos, creo a pies juntillas en el feminismo y en el activismo como única forma de defender nuestros derechos.

Cada día siento más la certeza absoluta de que el feminismo es una revolución imparable con todas la de ganar. Serán muchos los pasos que tengamos que seguir dando pero el fin del patriarcado descarnado y absolutista que hoy nos reina y pisotea está más cerca que nunca. Y lo está porque hemos decidido dar volumen al silencio y hemos roto el miedo a hablar y a denunciar.

Las mujeres hemos dicho ¡basta ya! y lo hemos hecho en manada, con toda la fuerza que nos da la naturaleza que nos pare y nos une. Las mujeres ya no bajamos la cabeza. Las mujeres denunciamos. Las mujeres sentimos más que nunca, tal y como decía Simone de Beauvoir, que nada puede sujetarnos o encarcelarnos porque “la libertad es nuestra única y propia sustancia”.

Ese alzar la voz no es ni fácil ni gratuito, tiene consecuencias muy dolorosas. Pero aun así merece la pena. “A las mujeres nos matan más porque ahora nos atrevemos a denunciar. Porque hemos decidido dejar de callar”, tal y como siempre recuerda una gran mujer que como Marina Marroquí un día dijo basta a quien la humillaba y maltrataba. Y así, acelerando cada vez más el paso, es como nos hemos convertido en ese movimiento de sororidad, que tan bien define la fiscal Inés Herreros, y que ella llama  Mujeres Tormenta “es esa alianza entre hermanas que dentro de este contexto patriarcal en el que vivimos, evidencia que no es cuestión de fuerza vencer la tormenta, sino que somos nosotras la misma tormenta. Una tormenta de paz”, recalca. 

A esa tormenta necesitamos sumar otra más. La que parte del otro sexo. Requerimos para ya mismo de la complicidad de los hombres sensibles que procesan como nosotras la igualdad. Hombres que, como bien describe Miguel Lorente en el prólogo de mi libro Hombres por la Igualdad, dejen de mirar para otro lado y también dejen de callar. “La sociedad está cambiando y la inexpugnable cultura del machismo ya muestra importantes fisuras y trozos de muralla caídos, pero ese cambio en verdad es una transformación asimétrica de la realidad, puesto que está siendo protagonizado y liderado por las mujeres. Los hombres, en su gran mayoría, están ausentes, muchos de ellos en una posición de aparente neutralidad, algo que forma parte de las trampas de la cultura, y otros, demasiados, incluso son seducidos por los nuevos planteamientos del machismo y su posmachismo, para de esa forma perpetuarse en los privilegios”, dice.

Unas impunidades que entre unas y otros tenemos que derrocar con algo tan simple y efectivo como es el señalamiento público. Porque es urgente, tal y como arenga  Octavio Salazar no solo visibilizar las víctimas de las múltiples violencias machistas, sino también a los sujetos que las provocan y las alimentan. “Para señalarlos con el dedo, para deslegitimarlos, para en su caso aplicarles las consecuencias sancionadoras de las leyes, pero sobre todo para que socialmente sean catalogados como malos ciudadanos, como sujetos que deberían ser expulsados del pacto. Y ahí los hombres tenemos mucho que hacer y qué decir con respecto a los comportamientos y actitudes de nuestros iguales. Por eso deberíamos incluso superar el discurso a veces en exceso victimista que se adopta en estos temas, que puede dar la sensación incluso de un cierto paternalismo sobre las mujeres, y poner el énfasis en las responsabilidades masculinas”, subraya.

Necesitamos de esos hombres tormenta a los que ni les importe ni les de miedo someterse a la autocrítica de su masculinidad y la de sus iguales tan bien aprendida durante siglos. Hombres, que como nosotras, superen los silencios. Hombres que dejen de ser cómplices de una estructura brutal y despótica. Hombres aliados en lugar de encubridores. “Activos militantes que no se limiten a la tarea de mirarse en el espejo si no a la de deconstruirse”, que tan bien describe Salazar.

Con ellos a nuestro lado se escribirá la historia de verdad porque será la historia que nos represente a tod@s. Mientras que eso no llegue, las mujeres seguiremos batallando, lloviendo feminismo, para que el resto del mundo se empape de él. Y por más paraguas que algunos saquen, no les va a valer de nada. Palabrita de mujer.

Esplotazioaren B aldea

enero 9, 2018 en Miradas invitadas

Xabier LandabideaXabier Landabidea Urresti (@txerren). Ikus-entzunezko Komunikazioan eta Administrazio eta Politika Zientzietan lizentziatua, Aisia eta Giza Potentzialean doktorea eta Deustuko Unibertsitateko Euskal Gaien Institutuko ikertzailea da. Komunikazioaren teknologiaren eta komunikazioaren gizarte praktiken esparruan gertatzen ari diren aldaketak aztertzen dihardu Euskal Herrian eta nazioartean euskararekin eta hizkuntza gutxituekin harremanean.

Egia esan behar dizuet: zalantza handiak ditut hau idazten ari naizelarik. Ez dakit gaiari buruz esateko zerbait dudan, eta izatekotan ere ezer esan beharko ote nukeen hemen eta orain. Gainera gero eta sarriago pentsatzen dut isildu eta entzuteko garaia bizi dugula; gehiegi idazten ari garela irakurtzen dugunerako, gehiegi hitzegiten dugula entzutera ausartzen garenerako, eta abar. Zer esanik ez gizonezkook feminismoaz iritzia emateari buruz ari bagara.

Zalantzak hor jarraitzen du, baina gonbidatu egin nautenez (mila esker, Lorena) ausartu egingo naiz ditudan zalantza intimo batzuk ordenatu eta zuekin konpartitzera, gizarte patriarkal honen gizonezkoon bizipenak kapital feministaren parte direnaren hipotesia eta horrek sortzen dizkidan ezbai batzuk mahai gainera ekartzeko.

Pernandoren egia batekin hasi nahi nuke: arras esperientzia diferentea da goikoena eta behekoena, dominatzailearena eta dominatuarena, esplotatuarena eta esplotatzailearena, baina biek dute esplotazioaren esperientzia.

Gizarte honek emakumeak mila eratara esplotatzen ditu. Har dezagun lan mundua, adibidez: gutxiago kobratzen dute lan bera egiteagatik, lan asko inolako diru-saririk gabe egitera behartzen ditu, goi mailako erabaki esparruetatik kanpo kokatzen ditu… Baina, nire ustez garrantzitsuena ez da zenbat esplotazio ezberdin eragiten duen, baizik eta gizarte patriarkalak guzti hau naturala dela esaten digula. Despolitizatu, desproblematizatu egiten du, esan behar ez den “gauzak horrela dira” ilun, oker, bihurri baina boteretsu horrekin.

Nik horrela irudikatzen dut patriarkatua: “gauzak horrela dira” errepikatzen duen mantra oro-ahaltsu bat, forma ezberdinak hartu ditzakeena, moldatzen dakiena, ikasten duena, beti ere “gauzak horrela dira” hori ezartzeko. Ordena biolento, hiltzaile, zapaltzaile baina ikusezin horrek amorratzen nau gehien. Gela erdian dugun elefanteak.

Iturria: Elizabet Suaso

Gizonezkoon patriarkatuaren esperientzia feminismoen kapital politikoaren parte dela proposatzen dut ez emakumeon ikuspegia ordezkatzeko ahaleginik legitimatzeko, baizik eta gela erdian dugun elefantea ikusgarriago, bisibleago egin dezakeela uste dudalako. Gizonezkoon genero bereizkeriaren eguneroko esperientziak uste baino gehiago dira eta emakumeen esperientziaren B alde bat eskaini dezakete, gizarte ordenaren irakurketa osagarriak, patriarkatuaren helduleku gehiago eskainiz. Agian.

Esplotazio sistema honek, gizarte patriarkal honek gizonok emakumeen gainetik jartzen gaitu, eta pribilegio konkretuak eskaintzen dizkigu, baina horrek ez du esan nahi sistema horrek on egiten digunik. Mesede bai, baina onik ez. Alderantziz, estrukturalki bortxatzen, hiltzen eta lansaririk gabeko zaintza lanetara nahitaez kondenatzen ez gaituen arren, nire iritziz patriarkatuak mutilok ere mutilatzen gaitu binarismo sexual batean oinarritutako genero rolen banaketa bidegabe horrekin.

Nire genitalen konfigurazioan oinarrituta gizarte honek erakutsi dit, adibidez, harreman sexual asko izatea (eta lagunei kontatzea) ona dela, azkenetarikoa izango naizela bai amomari ipurdia garbitzen zein familiara jaio berria eskuetan hartzen, ezin dudala lasai negarrik egin (ezta, 36 urtetara iritsita, bakarrik egonda ere), ospea intimitatea baino inportanteagoa dela, edo nor-ago naizela bizitza publikoan bizitza pribatuan baino. Zenbat eta zenbat gauza, naturaltzat eman ditugunak, natural egin ditugunak, “gauzak horrela dira” amaigabe eta zentzugabe horretan.

Uste dut -uste dudalako susmoa dut- zuriak, gazteak, lanpostudunak eta heterosexualak izan arren, orduan ere, patriarkatua gure haragian sentitzen dugula gizonok, ahazten, pasatzen uzten ikasi dugun arren. Pribilegiodunak izanda ere sentitzen ditugula ordena patriarkalaren haginak gure okelan. Edo ez ditugula sentitzen, naturaltzat dauzkagulako. hor izan ditugulako hasieratik… gabezia horiek gure abiapuntuak bailiran hartzen ditugulako. Naturalki.

Eta noski, horrek ez du esan nahi emakumeak esplotatzeari uzten diogunik. Bizardun batek aspaldi utzi zuen idatzita langilerik zapalduenak ere emaztea zapal dezakeela. Esplotatzaileak gara. Zuek esplotatzen jarraitzen dugu, jarraituko dugu egunero eta orduro. Baina aldi berean esplotazio sistema horren biktima ere bagara, borrero izateak horixe bihurtzen baikaitu: borrero.

Finean esan nahi dudana zera da: gizartearen, ezagutzaren, boterearen konpartimentalizazio genitalak denok zauritzen gaituela. Gu ere zapaltzen gaitu bereizkeria sexualak. Zuek zapaltzen zaituztegunero (hau da, uneoro) zapaltzen gaitu. Eta zapalketa bikoitz (eragindako eta jasandako) horren mina ez dugu adierazten ikasi, prezisoki sistema honek perpetuatzen duen “gauzak horrela dira” horren katekesian heziak izan garelako, ordena sinboliko horretan hartu dugulako gizon forma.

Aurrekoan ere lankideekin bazkalordu batean komentatzen genuen zein garrantzitsua den gizonok gure genero pribilegioak identifikatu eta haiei uko egitea, adibidez gure ibilbide profesionalean: gure bizitza publikoan beti baietz esan beharrean noiz behinka “eskerrik asko, baina ez” esateko, uko egiteko, beste norbaiti lekua uzteko. Geroz eta argiago dugula uste dut bizitza publiko eta profesionaleko espazioetan gizonezkooi pausuak atzera eta alboetara egitea tokatzen zaigula une honetan, baina genero bereizkeriak sortutako beste asimetria etxekoago, pribatuago, intimoagoetan egin beharrekoez zalantza gehiago ditut.

Urrun gaude, noski, gizonezkoon pribilegioei uko egin eta atzera eta albora pausu bat emateko perspektiba hori gure gizartean unibertsala izatetik (eta hortik aurretik aipatutako zalantzak: heldu al da hitz egiteko unea ala isiltzea hobe litzateke?), baina are urrunago gaude oraindik gizartearen ordena sexista honek eragiten dituen beste asimetria kezkagarri eta kaltegarri batzuk zalantzan jartzetik.

Batzuek pausu bat aurrera eman dezaten beste batzuek pausu bat atzera eman behar al dute hemen ere bai? Eskema berak balio al digu? “Kaleko” espazioak sariak ote dira eta “etxeko” espazioak zigor? Jendarteko lanak ez al dira zaintza lanak, eta zaintza lanak jendarte lanak? Genero rolen birbanaketa hutsean dago klabea ala birkontzeptualizazio integral eta ausartagoak behar ditugu lana/aisia, zaintza/boterea ardatzetan?

Zalantza handiak ditut, eta horiek lerro hauetara ekartzen saiatu naiz, zinez eskertuko nukeelako zuen iritzia.

Si estirem tots, ella caurà
i molt de temps no pot durar

No soy una mesilla de noche

diciembre 12, 2017 en Miradas invitadas

Marta Gómez (Bilbao, 1981). Desde 2007, soy directora de la sede en España y Latinoamérica de la Asociación Internacional de Cine DreamAgo, cuyo equipo, desde su presidenta hasta mis homólogas en diferentes países, lo componen íntegramente mujeres. Desde hace diez años, formo parte del comité de selección y análisis de proyectos para la residencia anual de guión Plume & Pellicule, en Suiza. He escrito para cine y televisión y colaborado como guionista en proyectos en España, Australia, Centroamérica y Francia. Mi profundo interés por la diversidad cultural y social me ha llevado a compaginar actualmente el género de ficción con el documental.

 

Me gusta el humor absurdo.

Recuerdo el monólogo de un conocido humorista y actor en el que éste chanceaba sobre las mesillas de noche: “¿Por qué se llama mesilla de noche?… Durante el día qué haces, ¿la obvias?”

Obviar una mesilla de noche. Sé que es una absurdez, pero estuve días riéndome.

Hasta que un día dejó de hacerme ni pizca –podéis sustituirlo por algo más fuerte– de gracia. Extrapolándolo del monólogo, me sirvió para establecer un triste paralelismo entre el simpático mueble, y la percepción en el mundo laboral de la mujer por parte de sus colegas masculinos.

Llevo más de una década trabajando en la industria cinematográfica y formo parte de ese género que representa solo un 15% de los autores que estrenan películas en el país, porcentaje que desciende considerablemente si hablamos de películas no solo escritas, sino dirigidas por mujeres. Ésta es una de tantas estadísticas sobre la ínfima presencia femenina en determinados sectores, pero aún hay más. El vaso se colma con la gota de no solo ser pocas, sino ser ninguneadas. Lo que he venido a bautizar como: el fenómeno mesilla de noche.

Voy a compartir una anécdota. En una ocasión, estando de jurado en un festival de cine, coincidí con un compañero de profesión que no me dirigió ni la mirada, ni la palabra, en ninguna de nuestras reuniones de deliberación. No es que me tuviese particularmente enfilada, ya que en general parecía bastante propenso a ignorar la opinión de cualquier mujer. La única vez que se mostró consciente de mi presencia fue para rebatir, con bastante desgana, un comentario mío que le pareció una tontería. Hasta que finalizó el festival. Durante la cena de clausura, como si de una epifanía me tratara, se mostró efusiva y tremendamente interesado en mi vida y en que mi copa estuviese siempre llena.

Estaba indignada y dolida. En el terreno profesional había sido una colega prescindible a la que obviar, hasta que llegó la noche y pasé a ser solo una mujer, volviéndome por tanto interesante. Me sentí como una mesilla de noche y me hizo hervir la sangre. Debido a la gravedad y candente actualidad del tema, he de dejar claro que en ningún momento me sentí acosada. El problema no va por ahí. Se comportó de manera agradable y de haber sido ése nuestro primer encuentro, en cualquier otro contexto, la anécdota no habría trascendido. Lo que me cortocircuitó el cerebro fue reflexionar sobre, ¿en qué universo paralelo, este hombre pensó que podríamos ser felices y comer perdices esa noche, después de haber ignorado todas mis opiniones, mis ideas, mis propuestas e incluso sensibilidades durante una semana entera?

Parece que una mujer que prospera laboralmente se lo debe todo a algo o a alguien: a fulanito que le presentó a menganito o menganita (el primer elemento de la ecuación es siempre masculino, por supuesto), a la suerte de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, a las leyes de paridad o, más triste aún, a ser guapa. Claro que nos echamos cables los unos a los otros, como en todos los aspectos de la vida. La cuestión es, ¿por qué narices les resulta tan difícil a algunos añadir razones a esa lista que tengan que ver con nuestras habilidades y aptitudes?

A no ser que contemos con una fortaleza hercúlea, la falta de reconocimiento nos vuelve injustamente inseguras ante la idea de desempeñar puestos tradicionalmente ocupados por hombres, minando además la percepción que tenemos de nosotras mismas.

Estos síntomas son una realidad hasta tal punto que cuentan con nombre y apellido: Síndrome de la impostora. O dicho de otra manera, el colmo. Por si no fuesen suficientes las barreras externas, nos autoimponemos obstáculos y desmerecemos nuestra valía.

Pero el problema no termina ahí, ya que aunque consigamos sobreponernos a esta primera disuasión, aún deberemos enfrentarnos al siguiente veto: las etiquetas. Como si alguien nos dijese “vale, podéis hacer cine. Pero no cualquier cine”. Hace poco leía a Ana Lucas tratar el concepto de cine de mujeres. No sé si la etiqueta la ideó un hombre que, o bien trataba de bienintencionadamente dar visibilidad a las mujeres cineastas creando un título solo para nosotras, o si por el contrario trataba de desacreditar el cine hecho por mujeres calificándolo subliminalmente de “hermético”. Pero lo cierto es que coincido con Ana en que en el fondo es una expresión reaccionaria, que intenta agrupar una enorme diversidad de películas y de miradas femeninas usando un mínimo común denominador que además, me permito añadir, se utiliza arbitrariamente según convenga. ¿A qué hace realmente referencia el cine de mujeres?: ¿Al cine hecho por mujeres? ¿Al cine que cuenta historias de mujeres? ¿O han de darse las dos cosas a la vez? Me parece interesante reflexionar sobre lo que ocultan esas etiquetas que a veces aceptamos tan fácilmente, y sobre si realmente reivindican o zancadillean.

Pongamos un ejemplo:

– ¿”Thelma & Louis”, es cine de mujeres?

'Thelma & Louis'.

‘Thelma & Louise’

 

Narra claramente una historia no solo sobre mujeres, sino feminista. Pero en contra de lo que cabría pensar está dirigida por un hombre, y no cualquier hombre. Se trataba de Ridley Scott, que venía de dirigir nada menos que Blade Runner.

Pecando de malpensada, creo que ésa pudo ser la explicación que le dieron a su guionista -la también directora Callie Khouri, quien ganó además el Oscar por esta película– para no “dejarle” dirigir la cinta.

Si improvisáramos a bote pronto la programación de un festival que mostrara y reivindicara el cine escrito y/o realizado por mujeres, la proyección de “Thelma & Louis” y la presencia de su guionista parecería encajar en los parámetros, ¿verdad? ¿Y si la hubiese escrito un hombre?

Vamos con el ejemplo contrario:

'Le llamaban Bodhi'.

‘Le llamaban Bodhi’.

– ¿Os imagináis leer un artículo titulado: “El cine de mujeres de Kathryn Bigelow”?
Recordemos que es la oscarizada directora de “Le llamaban Bodhi” o “En tierra hostil”.

Soy la primera que releería extrañada el enunciado, pero por lo desafortunado del mismo, no porque rechace el cine de Bigelow. ¿Habría dudas sobre si invitarla a nuestro festival? Es una mujer y hace cine, ¿no?

Los hombres cuentan con el beneplácito para escribir sobre cualquier tema y enmarcarlo en cualquier género. Si narran historias protagonizadas por mujeres, la crítica alabará su gran capacidad para comprender y plasmar la sensibilidad femenina. A las mujeres por el contrario, se nos somete a un escudriño tal que si escribimos historias de hombres se nos considera unas traidoras, y si hacemos lo que se espera de nosotras -escribir sobre personajes femeninos- se nos mete automáticamente en una categoría cuya definición es de por sí discriminatoria.

'En tierra hostil'.

‘En tierra hostil’.

Es posible que lo mejor que le pudo pasar a “Thelma & Louis” fuera precisamente que la dirigiera un hombre, para que la crítica machista no la rebajara a “una historia sobre dos mujeres que se hacen amigas y se vengan de los hombres”.

Una de las protagonistas, Geena Davis, fundó en 2004 el Instituto sobre Género en los Medios, que lleva su nombre. Es la única organización basada en datos de investigación que trabaja para mejorar significativamente la representación de mujeres y niñas en el mundo audiovisual. Uno de sus estudios recientes reflexionaba a modo de causa-efecto, sobre el hecho de que solo uno de cada cuatro profesionales detrás de las cámaras (directores, guionistas, productores) fuesen mujeres, y el hecho de que los personajes que desempeñan altos cargos en las historias (fiscales, jueces, médicos o profesores de universidad) estuviesen en su mayoría encarnados por hombres.

Afortunadamente estos datos están cambiando pero -y me vais a perdonar que me ponga suspicaz de nuevo- ¿importan las razones por las que las protagonistas femeninas van en aumento? ¿O mientras se consigan los objetivos podemos hacer la vista gorda a lo que los motiva? Lanzo esta pregunta porque hace no mucho escuché a los directivos de una importante distribuidora afirmar que el cine de las grandes ciudades vive gracias al público femenino: «Así que para mantener salas urbanas con títulos de calidad se deben comprar películas con algo de gancho para el espectador femenino. Con directora o protagonista mujer, sabes que añades un valor positivo al filme». No voy a enzarzarme en un nuevo debate pero, seguro que no soy la única que como mínimo, ha fruncido un poco el ceño al leer “algo de gancho para el espectador femenino”. Entiendo el mensaje y comparto el propósito, pero hubiese preferido que se planteara de otro modo. Sin una interpretación bastante simplista de lo que el público femenino buscamos y valoramos en una película.

Desearía que empezásemos a dar la enhorabuena a aquellas mujeres que hacen películas de géneros tradicionalmente reservados a los hombres. A todas las que no tiran la toalla, ni sucumben al síndrome de la impostora, haciendo que cada día aumente ese 15% de realizadoras. Y por qué no, también querría dar la enhorabuena a los hombres que no apartan la mirada y son lo suficientemente honestos y sensibles como para admitir que este problema existe, ejemplificando con su actitud para que dejemos de ser mesillas de noche. Ya que a pesar de ser un símil absurdo, no tiene ninguna gracia.

Cuando tú eres la cuota

noviembre 7, 2017 en Miradas invitadas

Esti León (@EstiLeon) trabaja como responsable de proyectos en Innobasque, la Agencia Vasca de la Innovación. Algunos de los proyectos educativos que ha puesto en marcha son FIRST LEGO® League Euskadi, Cleantech now! o TrainINNLab. Forma parte del comité científico y organizativo del Premio Ada Byron a la mujer tecnóloga que promueve la Universidad de Deusto y ha colaborado en el lanzamiento de Inspira STEAM, un proyecto pionero para el fomento de las vocaciones tecnológicas entre las niñas.

 

—No hay mujeres en esta jornada —me dicen—, así que hemos pensado que participes tú.
—Ya. Vamos, que soy la cuota.
—Mujer, no lo mires así.
—¿Y cómo quieres que lo mire?
—Invitamos a varias mujeres, no te creas, pero ninguna aceptó. Bueno, ¿qué dices?
—No sé… Deja que lo piense y te digo algo.

Pido un par de días para tomar la decisión, pero la verdad es que solo intento ganar tiempo. Necesito que se me pase el enfado monumental que me ha provocado esa oferta tan poco sexy. ¿Quién quiere ser la cuota? ¿A quién le gusta ser invitada a participar en un evento por un motivo que nada tiene que ver con sus méritos?

Quiero dar una respuesta desde la reflexión, pero sigo irritada. Me retroalimento: si participo, me digo, voy a salvarles el culo. ¡La única manera de que aprendan es que sean linchados en Twitter! ¡Que les den! ¡Paso!

De momento gana el no.

Lo comento con tres personas de confianza: un hombre y dos mujeres. Las tres desmontan mis conclusiones con idénticos argumentos: “¡Qué bien, vas a tener la oportunidad de hablar de tu trabajo ante mucha gente!”, “¡Qué más da la cuota, piensa qué consigues si aceptas y qué pierdes si lo rechazas!”, “Siempre dices que las mujeres deberían aprovechar los foros profesionales para ganar visibilidad”. Y los tres acaban con la misma pregunta, retórica y lapidaria: “¿crees que un hombre diría que no a esta propuesta?”

Solo puedo darles la razón. Yo misma he repetido esos argumentos en muchas ocasiones. Creo en las cuotas como medida para romper los techos de cristal, las defiendo en privado y también públicamente, incluso formo parte de varios proyectos en favor de la igualdad.

Debería ganar el sí. Pero ahí estoy, en una tesitura que pone a prueba mis creencias. Porque todo es diferente cuando eres tú quien se ve reducida a una mera cuota. Me siento un instrumento para maquillar la desigualdad provocada por otras personas.

Al final, acepto.

Sin embargo, sigo teniendo sensaciones encontradas. Por un lado, me decepciona que la desigualdad persista en ciertos eventos, como conferencias o mesas redondas, porque es muy sencillo revertir esta situación. Basta con introducir el criterio de paridad en la búsqueda de ponentes. Al mismo tiempo, me alegra haber tomado esta decisión. Confío también en que sirva como incentivo para que otras mujeres acepten participar en eventos donde el resto de los ponentes son hombres. Las cuotas siguen siendo necesarias. También lo es que las mujeres ocupemos espacios de visibilidad.

Ni tengo ni quiero daros diez años más

octubre 24, 2017 en Miradas invitadas

Soy Adriana Azurmendi, hernaniarra que vive en Donostia. Estudié Ciencias Económicas y Empresariales en la ESTE (Deusto). Mi trayectoria profesional se ha centrado en ejercer, principalmente, como consultora estratégica, en distintas empresas consultoras, inicialmente en todo el estado y después más centrada en Gipuzkoa, apoyando a empresas muy diferentes en tamaño, sector de actividad o tipo de organización. Hoy día, gestiono y coordino el Programa Emekin (programa de apoyo al emprendizaje femenino de Diputación Foral de Gipuzkoa), en ASPEGI, la Asociación de Profesionales, Directivas y Empresarias de Gipuzkoa.

 

Leo el artículo “Hartas de Aplaudir” de María Pazos en Tribuna Feminista y vuelve la sensación de engaño. Hace un paralelismo entre dos situaciones, en ambas está patente la hipocresía con la que los gobiernos y demás organismos abanderan la igualdad de género.

Representantes de Arabia Saudí vanagloriándose en la ONU de permitir conducir a las mujeres en 2018; mujeres que siguen sin poder trabajar en entornos donde hay hombres, salir solas a la calle, tener cuentas corrientes o conducir sin burka, entre otras muchas prohibiciones. Una ONU que dice trabajar en pro de una igualdad de género, pero que no condena a países como el citado y hasta les permite pronunciarse en estos temas.

En una esfera más cercana, María Pazos comenta la decepción generada por el Pacto de Estado Contra la Violencia de Género que el Congreso acaba de aprobar, sin unanimidad, tras casi un año de espera,repasando algunas de las medidas contempladas en el mismo. Promover, impulsar, solicitar… son palabras que preceden la redacción de dichas medidas, algunas de las cuales, ya recogidas en otros planes que llevan en vigor más de 13 años,siguen incumpliéndose.

¿Promover? ¿Impulsar? ¿Solicitar?

Este año se cumplía el décimo aniversario de la Ley de Igualdad  (Ley Orgánica 3/2007 para la igualdad efectiva de mujeres y hombres). No ha habido mucho que celebrar, más bien lo contrario, dado que hay coincidencia casi total entre las y los analistas no sólo en su no cumplimiento, sino en la existencia de mayores desigualdades en algunos ámbitos. La sociedad no se ha transformado, 10 años después…

Promover, impulsar, solicitar… Cuando se utilizan estas palabras para enunciar medidas que pretenden corregir situaciones de desigualdad, discriminación e injusticia que afectan al 50% de la población es no querer cambiar las cosas, es querer seguir igual, es ser más que cómplice, es ser garante de que esas desigualdades, discriminaciones e injusticias se mantengan, se perpetúen y se lean en términos de mujeres muertas (45 llevamos en 2017), mujeres acosadas y violadas (una violada cada 8 horas), pobreza con rostro de mujer (1,4 millones de mujeres en edad laboral, el 32,2%, que están en situación de pobreza o exclusión social, y afecta principalmente a las jóvenes de entre 16 y 29 años) precariedad laboral y contratación parcial (73% contratos parciales mujeres), altísima brecha salarial (hasta 2187 no se reducirá la brecha salarial), carreras truncadas, pérdida de talento, y un largo etc.

Porque existen prohibir, sancionar, exigir, verbos que expresan una actitud más comprometida con el objetivo que se quiere lograr y que han obtenido grandes resultados en los últimos diez años en otras luchas que han transformado realmente la sociedad y sus espacios, desde el uso del alcohol o tabaco hasta el cuidado del medio ambiente, el reciclaje o la integración de personas con discapacidad.

Nos preguntamos ¿por qué no cuando el objetivo es la igualdad de género?y la respuesta es dura, muy dura:porque supone una pérdida y una ganancia de poder, y quienes hoy día disfrutan de mayores privilegios por tener más poder (fáctico y efectivo) son los hombres, y ellos, que son mayoría en gobiernos, cuadros directivos, propiedad del capital, idearios religiosos, o expresiones culturales y deportivas, no quieren ceder dicho poder.

Las mujeres llevamos años dando pasos de gigante, formándonos (superior nivel formativo en las mujeres por rango de edad salvo en la franja 55-64) y accediendo masivamente al mercado laboral, donde incluimos esos otros ámbitos de actividad profesional como deporte o la cultura. Luego, digamos que estamos preparadas para asumir el poder, diría de hecho que, de sobra, pues organizar, gestionar, crear, construir, ganar, y todo ello de forma multidimensional (trabajo, familia, comunidad), es algo que hacemos de forma natural.

En este contexto además, el 95% de los hombres declaran, según las encuestas, que están a favor de la igualdad de oportunidades. Diríamos entonces que sensibilizados están.

¿Qué nos para? Esa coletilla tan utilizada “es cultural, y eso cuesta cambiar…”. Digo yo que tan “cultural” como fumar en hospitales, conducir bajo los efectos del alcohol, tirar la basura a la calle o excluir socialmente a alguien por tener una discapacidad. Y si conseguimos revertir esos comportamientos con leyes y sensibilización, quizás con la desigualdad de género también lo consigamos. Quizás peco de ingenua (quien defiende ese “cultural” diría que es “propio” de mujeres), pero si…

  • Elevamos impuestos a toda empresa (en todos los sectores, industria, educación, sanidad, etc.) que no cumpla con cuadros directivos con un mínimo del 40% de mujeres.
  • Exigimos la publicación de salarios por género y, multamos a quien discrimine.
  • Retiramos todo libro de texto que no tenga perspectiva de género ni contenidos relativos a la desigualdad, y multamos a quien lo haya editado.
  • Obligamosa universidades, empresas y demás entidades públicas a promocionar y nombrar mujeres en cargos directivos.
  • Denegamos apoyo institucional, monetario o en especie a toda entidad que no se rija por la igualdad de oportunidades.
  • Sancionamos toda expresión pública (prensa, televisión, publicidad, etc.) o privada (difusión en Instagram, Facebook, WhatsApp) que suponga una apología de la violencia de género o la cultura del machismo.
  • Reconocemos mismos permisos parentales por nacimiento, con permisos obligatorios e intransferibles, y mismas ventajas, sin género, por cuidado de menores o dependientes.
  • Denegamos la patria potestad a quien haya incurrido en violencia de género, cualquiera que sea su representación.
  • Obligamos a realizar cursos de reeducación y socialización, además de la pena, a quien tenga conductas de acoso.
  • Apoyamos en igualdad, mismo dinero, difusión, presencia al deporte femenino y masculino, desde el deporte escolar al profesional.

Y muchas medidas más enunciadas con prohibir, sancionar y exigir, que, aplicadas con compromiso, medios y control, estoy segura de que lograrán milagros como:

  • La desaparición del humo en los hospitales.
  • Llenar las arcas con los impuestos al tabaco.
  • La convivencia natural con personas con discapacidad.
  • Ríos con peces, sin contaminación ni vertidos.
  • Los carnets con 15 puntos y menos víctimas mortales en las carreteras.

Y otras muchas, donde asegurar el cumplimiento de la ley, condujo a un cambio de costumbres, de actitudes preconcebidas y, en definitiva, generaron una transformación en la sociedad.

No os doy 10 años más para promover, impulsar, solicitar la igualdad de oportunidades, la quiero ya, más bien, os la exijo ya. Consiste en dejar de ser garante de la desigualdad y cómplice de cada injusticia y pasar a ser garante de una sociedad más igualitaria y justa.

Al parecer en el estado sólo hay una mujer por cada 5 deportistas profesionales, pero ganan la mayoría de las medallas. Digamos que queremos ser, al menos, la mitad y podríamos compartir medallas, pero en todo. Después, si queréis, hablamos de la meritocracia y talento, primero recordad: prohibir, sancionar y exigir.

 

Cuéntame, Belén…

octubre 10, 2017 en Miradas invitadas

Miren Elgarresta Larrabide (Zumarraga, 1965, @MirenElgarrresta). Estudié Veterinaria en Zaragoza y desempeñé esta maravillosa profesión en diferentes áreas durante casi 25 años. Ahora dirijo el Órgano para la Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Un giro radical en mi rumbo que llegó hace dos años y una de las decisiones más importantes en mi vida profesional. Desde entonces, hay algo que ya no es igual. Ahora miro el mundo con los mismos ojos, pero con otra mirada. Más igualitaria y con mayor afán de justicia social. Desde la política, también pueden cambiarse las cosas.

Hace unos meses recibí la invitación a participar en este blog. Desde entonces, me ha pesado la responsabilidad de entregar mi mirada-relato. Casi he agotado el tiempo de entrega. Varias veces se ha encendido el piloto de alarma en mi memoria, recordándome este reto. Durante todo este tiempo, varias ideas han intentado tomar forma y cuerpo, pero ninguna ha insistido tanto como el recuerdo de Belén.

Conocí a Belén en los primeros años de tránsito entre la dictadura y la democracia. Su vida era en apariencia una vida corriente, como la de cualquier familia de entonces, como la de la familia Alcántara de “Cuéntame cómo pasó”, donde se reproducía, no sin cierta nostalgia, el estereotipo de la familia en aquella época.

Bien, pues en este período conocí yo a Belén. Había dejado su Andalucía natal para llegar a Euskadi poco antes del inicio de los 80. Llegó casi con lo puesto, su marido y una prole de cinco hijos e hijas de corta edad; el sexto nació poco después. Como muchas otras familias inmigrantes, llegó a un barrio obrero con predominio de gente procedente de Zamora y Extremadura. Ella decía con orgullo, “yo soy Belén, de Palma del Río, provincia de Córdoba”.  La recuerdo con una permanente sonrisa que, sin embargo, poco tenía que ver con la lógica de la felicidad.

Belén ya no “es”. Murió pocos años después. Aparentemente, fue debido a una enfermedad a sus 44 años. Sin embargo, quienes conocimos su vida de cerca sabíamos bien que su historia se tejió -poco a poco, día a día- con los hilos de ese maltrato de la violencia de género. En aquel breve, pero intenso periodo, fuimos parte de la vida de Belén. Aunque, hace tiempo que comprendo ya que, en realidad, solo fuimos espectadores de cartón-piedra de su vida. Porque no supimos ver ni identificar signos tan evidentes, ni mucho menos denunciar la violencia que Belén sufría en el sagrado seno familiar. Y como ella, muchas otras mujeres de la época.

Nadie empleaba el término violencia de género entonces, pero todos -y, en especial, todas- sentíamos que algo se nos removía por dentro, que Belén no vivía. Que Belén sobrevivía cada día a un maltrato que, incluso sin nombre, producía un impacto brutal sobre el cimiento más fuerte. Un impacto que hacía temblar su dignidad como mujer. Sus derechos como persona.

Han cambiado mucho las cosas desde entonces; es evidente. Las mujeres somos hoy más autónomas, más libres… Tenemos más oportunidades para elegir y construir nuestro proyecto de vida, y tenemos competencias que son llave para nuestro empoderamiento. Pero seguimos sin resolver esta realidad social que hoy, todos y todas conocemos mejor. Hoy nos referimos a ella como violencia contra las mujeres y sabemos que su principal sustento son las desigualdades sociales y económicas entre mujeres y hombres. Ya no hay excusas.

Entendemos la igualdad como un derecho inherente al ser humano. Hoy por hoy, más del 95% de las personas de nuestra sociedad, mujeres y hombres, dice no entender una sociedad que discrimine por razón de sexo. Pero la realidad es tozuda. Se impone y nos interpela a diario con las evidentes diferencias entre mujeres, y con la violencia que día tras día nos sacude en el noticiario.

Hoy asumo un puesto de responsabilidad política e institucional. Me toca dirigir el Órgano para la Igualdad entre Mujeres y Hombres en Gipuzkoa. Supone un gran reto. Somos un territorio punta de lanza en políticas de igualdad, y por ello, no se nos escapa que las desigualdades de género que existen en nuestro territorio, requieren atención y acción urgentes. Somos una sociedad avanzada en lo económico, pero hay mucho que hacer todavía en lo que a justicia social se refiere.

La violencia contra las mujeres hoy se afronta en Gipuzkoa con un plan foral ad hoc. El objetivo de lo que denominamos plan AURRE! (“adelante”, en su traducción del euskera) es, de hecho, ambicioso en su generalidad: avanzar, mover a nuestra sociedad hacia adelante, porque queremos hacer de Gipuzkoa un territorio libre de violencia contra las mujeres. Y entre las muchas acciones que contempla, hay una que a menudo me trae a la cabeza a Belén.

Se trata de una campaña de sensibilización (Somos Tú / Denok Zu) que, precisamente, trata de trasladar a las mujeres maltratadas que estamos con ellas, que la sociedad de hoy día no es ni quiere ser espectadora de cartón-piedra. Que sabemos que podría sucederle a cualquiera. Que no están solas ni la responsabilidad es solo suya. También es nuestra. Porque cada vez que callamos ante una agresión, cada vez que miramos a otro lado bajo la excusa de que no nos concierne, somos responsables de lo que sucede. Y lo que sucede es absolutamente doloroso y terrible.

Esta campaña se articuló alrededor de una imagen, la de una mujer. Su rostro fue llevado, entre otras aplicaciones, a una careta que todos y todas pudiéramos colocarnos en señal de apoyo simbólico. Le dimos el nombre de Ane. Pero, bien podría haber sido Noelia, Rosa María, Matilde, Esther, o bien Ana Belén, la última mujer asesinada hasta la fecha en que termino este post. También tenía 44 años, como Belén, y era de Vitoria.

No queda duda de que es muchísimo lo que queda por hacer para enfrentar la violencia contra las mujeres. Desde muchos frentes, pero creo que hoy sí podríamos decirle a Belén, que se ha acercado desde algún lugar para decirme “cuéntame”, que estaría menos sola. Al menos, menos sola…

Me ha gustado contar tu historia, Belén, de Palma del Río, provincia de Córdoba.