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abril 21, 2020 en Doce Miradas
Los posts corales nos gustan y nos cuestan, a partes iguales. Nos ayudan a pensar juntas, a compartir inquietudes, a dar nuestra opinión y a dolernos en voz alta.
Llevamos más de un mes confinadas y este post debería servirnos para todo esto a la vez: pensar y sentir, reconocer nuestros miedos, nuestra rabia, nuestra apatía y nuestros desconciertos, compartir que somos vulnerables y que muchas cosas que estamos viendo nos duelen; mucho.
Hoy volvemos tras el parón de las vacaciones más raras que recordamos. Seguimos confinadas. Pero no en silencio. Dijimos que volveríamos y aquí estamos, con las gafas bien puestas y las antenas desplegadas.
PENSAMIENTOS (batiburrillo de ideas que nos asaltan)
Hombres en casa
Hay hombres que no sienten la casa como su hábitat natural. Sospechamos que de ahí vienen muchos llamamientos a aligerar el confinamiento y permitir el deporte, el paseo con las criaturas… e incluso a volver al trabajo.
Espacios de poder y privilegios
También hay quien ha constatado el hecho de que se ven más hombres que nunca en los supermercados. Las colas a las puertas son el reflejo de la sociedad y, a pesar de lo extraordinario de las circunstancias actuales, todo parece encajar: cuando algo se convierte en privilegio, los hombres se personan, se lo apropian y se hacen fuertes. Hacen la compra y bajan la basura, lideran las quejas por la dificultad de hacer compatible trabajo y ámbito doméstico y se erigen como portavoces de enfermeras y enfermeros, cuando ellas son aplastante mayoría en este colectivo. Cuando los hombres están en casa, lo doméstico pasa al centro de la escena, interesa y se cuestiona. Bueno; ya era hora. No hay mal que por bien no venga.
Héroes y villanas
La palabra “héroes” se escucha a diario desde el comienzo de la pandemia y, aunque el concepto no parece el adecuado, sería más justo usar la palabra “heroínas”, ya que en su mayoría son mujeres quienes conforman el personal sanitario, de alimentación, cuidados y limpieza. Son mujeres las que desempeñan esas labores que, de pronto y en la hora de la verdad, se han revelado como esenciales. Lo poco acertado de la palabra “héroes” se debe a lo que ya muchas y muchos están expresando en redes: que no quieren ser héroes, sino profesionales que realizan su trabajo con garantías de no perder la vida en el empeño. La falta de previsión con las medidas de protección las ha convertido en heroínas forzosas, casi mártires. Así que mejor no romantizar la precariedad con la que se ven en obligadas a trabajar.
Pero para villanas sí que nos han tenido en cuenta a las mujeres, en concreto a las feministas. Hay un sector de la política que no deja de señalar el 8M como principal factor propagador del virus. Da igual que se les haya enumerado la cantidad de actividades que tuvieron lugar esos días y que implicaron la concentración de millones de personas: eventos deportivos, conciertos, el tránsito en aeropuertos y metros, en espacios laborales, en algún que otro mitin político… No sirve de nada, hacen oídos sordos y, erre que erre, sitúan a las feministas entre el murciélago y el pangolín, como una de las causas de todo mal. En fin, para eso sí que no hay vacuna.
MIEDOS (de bruces contra la realidad) Y RABIA
Las paganas de la crisis
Si algo nos enseña la Historia es que todas las crisis terminan pasando; no es que se superen, sino que se arrinconan o se camuflan en una nueva “normalidad”. Por eso ahora, en el ojo del huracán de la crisis sanitaria, aparecen sin pudor las vergüenzas de un sistema construido sobre remiendos.
También nos ha enseñado la Historia que, cuando se gestiona una crisis, la prioridad no suele ser resolver las injusticias, sino recuperar el sentimiento de control y el ejercicio del poder. Esto es un mal augurio: la precariedad laboral ya era femenina antes de la crisis y no vemos que las medidas de salida aporten una mirada específica para resolverlo. Ocurre lo mismo con la pobreza cronificada y con otras tantas vulneraciones de derechos sociales que se nombran en femenino.
Lo urgente y lo importante
Eso de que “no se puede caminar y comer chicle a la vez”, para entendernos. Mucho nos tememos que la bofetada de realidad que nos vamos a llevar al salir de casa sea la excusa perfecta para seguir postergando transformaciones clave para resolver desigualdades de fondo. “No es el momento”, oiremos. Nunca lo ha sido, en realidad. ¡Con todo lo que queda por hacer! La lucha por la supervivencia de las empresas retrasará las medidas de conciliación y corresponsabilidad; la falta de recaudación mermará los presupuestos públicos y obligará a priorizar entre lo productivo y lo social… Ojalá los poderes públicos y privados acierten en el equilibrio, pero por ahora, no vemos muchas señales en este sentido. De hecho, algunos organismos públicos ya anuncian recortes en determinados apartados del presupuesto: ¿adivináis en cuáles?
¿Algunas vidas valen menos?
El gobierno ha aprobado medidas de flexibilización de la contratación para cubrir las necesidades del sector agrícola. Ya sabemos que son las personas migradas las que se emplean mayoritariamente en este sector. Se necesita urgentemente mano de obra barata y que, además, por su precariedad estructural, construida y sostenida por leyes y prácticas discriminatorias, no tenga reparo en exponerse al contagio. Y, por si fuera poco, no entra en la agenda la regularización de todas las personas migradas en situación irregular. Pueden servir como mano de obra, pero no son consideradas trabajadoras con derechos laborales. Una vez más, impera la lógica utilitarista de la población inmigrante.
Hablando de las manos que sostienen la vida, a pesar de que se ha aprobado un subsidio extraordinario para las trabajadoras de hogar y cuidados, casi la mitad de ellas no podrá beneficiarse de este subsidio ni recibir prestación, por encontrarse en situación irregular y no estar dadas de alta en la Seguridad Social. Se trata de mujeres migradas desterradas a la economía sumergida que hoy se encuentran sin ninguna fuente de recursos. Podéis imaginar su situación de indefensión.
Grandeza y miseria
Durante este mes de confinamiento estamos demostrando nuestra capacidad de resistencia y resiliencia con muchas acciones solidarias: salimos a aplaudir al personal sanitario todos los días a las ocho de la tarde; se han organizado variadas acciones de apoyo a las personas más vulnerables, tanto a nivel social como institucional; las creadoras culturales nos regalan piezas que nos acompañan y hacen más llevadero el encierro; madres, padres y tutores, además de cuidar y teletrabajar, han tenido que hacer cursillos acelerados para convertirse en docentes y ponerse las pilas sobre plataformas educativas online; y tantas otras acciones desarrolladas a marchas forzadas por toda la sociedad.
Sin embargo, hay que lamentar ciertas muestras de miseria humana, que no son nuevas, la tensión entre comunidad que vincula y comunidad que acosa es vieja y universal, y en estos momentos se visibiliza en situaciones que duelen mucho: la invitación a abandonar el edificio para no contagiar. ¡Salimos a aplaudirles y les queremos echar de su propia casa! Ante la incredulidad e indignación general, se refieren casos relativos al personal sanitario y trabajadoras de supermercados.
Es de mencionar la abrumadora respuesta de apoyo que han recibido al hacerse público los casos. ¡Menos mal!
CERTEZAS (pocas, pero alguna hay)
Estamos juntas en esto
El bien común es el único cinturón de seguridad para nuestras comunidades. Necesitamos invertir en bienes comunes: educación, sanidad, solidaridad, estructura de cuidados… Resulta enternecedor ver ahora a quienes han privatizado la vida defender la inversión en lo público. Difícilmente se mantendrá mucho tiempo este fuego colectivo, pero confiamos en que deje algún rescoldo con el que seguir construyendo el bien común.
La mosca del vinagre y la mujer gestora
Antes, durante y después de la pandemia las mujeres estamos a prueba. Se nos observa con microscopio y curiosidad entomóloga. Para bien y para mal. Estos días parece que para bien, ya que los medios escriben sobre la buena gestión de la crisis en países gobernados por mujeres: Alemania, Taiwán, Nueva Zelanda, Islandia, Noruega, Dinamarca, Finlandia. Observan el fenómeno del liderazgo femenino con sorpresa, interés, intriga. Somos esos seres misteriosos, impredecibles, cuyas capacidades aún se someten a examen continuo y escrutinio sistemático, no vaya a ser que la liemos. El fracaso de una se nos atribuye en bloque al género femenino. Si falla una, fallamos todas. Si gana una, ¿ganaremos todas? ¿Os imagináis artículos de esa índole dedicados al liderazgo masculino? “Parece que los hombres lo están haciendo bien. Bravo, muchachos”. No, porque ellos, aún con la ineptitud probada de muchos, nunca son cuestionados como género. Solo como individuos. Y estamos viendo cada individuo…
Las vidas en el centro
Las mujeres sostenemos las vidas. La crisis del cuidado no es nueva, no es uno de los efectos de este virus, pero ha quedado al desnudo en estas circunstancias. No hay vida sostenible sin reconsiderar cómo cuidamos y cómo nos cuidamos, de quiénes dependemos y cómo nos organizamos. Sí, queridas: estábamos en lo cierto. Y no lo olvidéis: de ahora en adelante el feminismo nos va a ser más necesario que nunca.
Estos son, amiga, amigo, nuestros pensamientos, miedos, rabias y certezas. Seguro que tú también tienes tus reflexiones, vivencias, experiencias, temores y conclusiones. Si quieres compartirlo con Doce Miradas y su comunidad, aquí estamos. Te escuchamos.