Abandonadas, desilusionadas e indefensas. Así se sienten muchas mujeres que tenemos a nuestro alrededor. Son mujeres que viven en nuestros barrios, que cruzamos por la calle, mujeres que asisten a nuestras charlas, que leen nuestro blog, mujeres que nos necesitan. Mujeres que no se atreven a hablar en público, que no se atreven a preguntar, que no tienen puerta a la que llamar. Yo he conocido a una de ellas y desde aquí quiero prestarle mi voz.
Todo empezó en las XVI Jornadas de Igualdad del Ayuntamiento de Portugalete que se celebraron el pasado mes de noviembre. Bajo el título “Diversas y poderosas”, me atreví a contar lo que yo llamo mis Lecciones Aprendidas: un largo camino hacia la dirección. Como siempre en estas ocasiones, hay que combatir una buena colección de dudas: ¿les interesará lo que les cuento? ¿Acertaré con la charla? ¿Con el tono? En fin, todas esas preguntas que las mujeres nos hacemos demasiado a menudo. Yo había diseñado un recorrido por las etapas profesionales de mi vida y de cada una de ellas extraía unas lecciones que me han servido para seguir avanzando y que me gusta compartir.
Pasados unos días, recibí un extenso email de una de las asistentes en el que me relataba las impresiones que le había causado mi charla, las preguntas y reflexiones que no se atrevió a hacer en voz alta. Y así conocí a Ariadna, una mujer que lucha a diario por recuperar la ilusión.
Ariadna me escribió para darme las gracias “por haber compartido mi experiencia y mi recorrido con todas las asistentes”. Además, me transmitió “todo su respeto y admiración” por lo que ella denominaba “mi éxito profesional y personal”, dicho lo cual, me comunicó que iba a ir “al grano”.
Ir al grano significaba que me iba a decir lo que realmente pensaba y necesitaba decirme.
El poder de la vulnerabilidad
Y fue entonces cuando me confesó que, “aunque mis palabras, mi relato, podría ser fuente de inspiración y motivación” –me voy a ahorrar todos los halagos porque no vienen a cuento– también mis palabras podían ser “un arma de doble filo”. “Sobre todo, afirmaba, si llegaban a mujeres que, como en su caso, no tienen éxito profesional y, lo que es peor, se ven con escasas o nulas oportunidades, desilusionadas y temerosas de no alcanzar un objetivo en la vida”.
Hubiese sido más inspirador para Ariadna, según me contaba, conocer los obstáculos personales con los que me encontré a lo largo de mi carrera, mis miedos reales, mis fracasos, (ella los llama mis no éxitos), saber quiénes no me apoyaron, cómo organizaba mi vida familiar, quién cuidaba a mis hijas mientras yo trabajaba, si tenía o no problemas económicos; en definitiva, me decía, todos esos asuntos imperantes para la mayoría de mujeres que luchan cada día. Parecía que necesitaba más cómo aprender a vencer los obstáculos que escuchar los avances, conocer los problemas reales de cada día, más que tomar nota de mis lecciones aprendidas.
También me confesó que se había quedado, tras escucharme, “apabullada, boquiabierta, deslumbrada con mi periplo vital, a la vez que triste, apagada, pequeñita, al comprobar que la mayoría estamos, afirmaba, a otro nivel”. Esto realmente me preocupó.
Y me recordó la teoría del poder de la vulnerabilidad que me había contado mi hija Verónica, según una investigación llevada a cabo por Brené Brown, y el alcance del término conexión. Significa que, cuando tú te abres, cuando te abres con todo el corazón, cuando te muestras como eres y no como tienes que ser, te conectas. La habilidad de sentirnos conectados es lo que da felicidad a nuestras vidas. Por eso es muy importante sentir que somos dignos de esa conexión. Y quizá, lo que realmente había ocurrido, es que Ariadna no conectó conmigo o no conectó con esa parte de mi relato que le hizo sentirse así. Porque, según explica Brown, “para que exista esa conexión, debemos dejarnos ver, que nos vean de verdad”.
Por eso, cuando después nos hemos conocido personalmente y hemos tenido la oportunidad de conversar, cuando le he hablado de mis miedos, de mis dificultades, cuando me ha visto más de cerca y me he dejado ver, creo que se ha producido esa conexión. En el fondo, y no tan en el fondo, ¡somos tan parecidas!
La jaula
Ariadna también me habló de lo que ella denomina “una realidad invisible de muchas mujeres, de todas las edades y lugares del mundo, pero sobre todo, no de las que tienen un techo de cristal (afortunadas mujeres, debe de pensar), sino de las tienen una jaula por sus cuatro costados”.
Me cuenta Ariadna que siente que “en esa jaula les niegan el acceso al conocimiento y al desarrollo personal”. Es una jaula “a la que únicamente les tiran deshechos de desinformación y manipulación, con los que ellas deben construir, con mucha dificultad, una realidad que les permita sobrevivir”.
Por eso ella, y muchas mujeres como ella, se sienten indefensas, desilusionadas y abandonadas.
Indefensas, porque carecen de herramientas para enfrentarse a los obstáculos, a los retos, para gestionar las emociones, las decisiones, los conflictos, la adversidad, los complejos físicos y psicológicos, las relaciones.
Desilusionadas, porque no hallan, a corto ni medio plazo, metas ni objetivos por los que luchar. Siente que la ilusión no nace por sí sola, que necesita del conocimiento, del saber de la esperanza, de la solidaridad recíproca.
Abandonadas, porque ni la sociedad, formada por personas individuales, algo que quiere remarcar, ni las instituciones, ni el prójimo, conocen ni actúan sobre esta realidad. Es posible que se hable de ello, pero no es suficiente: hay que hacer, hay que actuar.
La palabra ‘esperanza’ me hizo recordar unas palabras del médico psiquiatra Enrique Pichon-Rivière, quien propone operar sobre la incertidumbre y la desesperanza mediante la gestión de proyectos colectivos.
“En tiempos de incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos desde los cuales planificar la esperanza junto a otros”. Enrique Pichon-Rivière
Porque es cierto que lo colectivo sostiene, crea red, acompaña en lo bueno y abre sus brazos especialmente para lo malo. El grupo recoge y acoge, da aliento, empuja y ayuda a doblar los barrotes de la jaula.
Y volviendo a Brené Brown, conviene recordar que uno de los motivos que nos mantiene desconectados es nuestro miedo a no ser dignos de conexión. Y ese miedo lo tenemos todas, Ariadna. Lo que incrementa ese sentimiento de vulnerabilidad insoportable es lo que tantas veces pensamos: “No soy suficientemente buena”.
A esto Brown dice que debemos tener el coraje de saber que somos imperfectas; aceptar por completo nuestra vulnerabilidad para dejarnos ver y saber que en ese núcleo de vergüenza y miedo a partes iguales es donde nace la dicha, la creatividad, la pertenencia, el amor.
Pero también se avanza con la acción, Ariadna, como bien has comprobado. Se avanza haciendo, saliendo al exterior, buscando los espacios para crecer y volar. Despliega tus alas, Ariadna para imaginar sin límites. Y recuerda que ya has encontrado una puerta a la que llamar.