Cuerpos frontera: Una oportunidad de lucha

junio 28, 2016 en Miradas invitadas

MontsMontseIzquierdoerrat A. Izquierdo Ramon (@mihopomo) nacida en Barcelona en 1989. Estudió Antropología Social y Cultural en la Universidad Autónoma de Barcelona y actualmente ha finalizado el Máster de Estudios de la mujer, género y ciudadanía de la Universidad de Barcelona. Su línea de investigación se ha centrado en torno al análisis sobre corporalidades y diversidad funcional siendo ella misma categorizada bajo el término.

 

Actualmente en España está surgiendo con una fuerza inusitada la reivindicación de otras corporalidades enmarcadas dentro de las luchas por los derechos de las personas con diversidad funcional. En este contexto, las categorías y sus debates toman fuerza y se hace necesario focalizar la mirada en los cuerpos y analizar como éstos se muestran y se leen.

En un contexto en el que la explotación de los ideales de belleza crece exponencialmente gracias a una sociedad capitalista neoliberal basada en el consumo, nuestros cuerpos se ven cada más sometidos a presiones estéticas. Estas presiones, si bien es cierto que están cada vez más extendidas entre ambos géneros, son las mujeres quienes recibimos con mayor fuerza sus consecuencias. Así, los cuerpos femeninos deben ser perfectos, perseguir simulacros creados tecnológicamente e imposibles. Cuerpos que se leen como meros objetos sexuales carentes de derechos ni voluntades.

MontseIzquierdo2Estas presiones, sufridas por todas las mujeres, se reflejan en nuestros cuerpos, que constantemente sufren las consecuencias de un sistema que objetiviza y reconstruye corporalidades prácticamente imposibles. En este panorama las mujeres que tenemos cuerpos no normativos, aquellas que estamos categorizadas bajo términos como “discapacitada” o “con diversidad funcional” recibimos  con aún más fuerza estas presiones. En el gran cajón de sastre de mujeres con diversidad funcional encontramos muy diversas formas de vivir estas presiones sobre nuestros cuerpos. Algunas de ellas son expulsadas directamente de la idea de mujer y belleza, siendo leídas desde una postura asexualizada, ignorando sus cuerpos, entendiéndolos desde la idea de “enfermedad”, “compasividad”, “dependencia”… Estas ideas, vinculadas a las categorías de “discapacidad” y “diversidad”, contribuyen a leer los cuerpos no normativos como cuerpos no deseables. Estas miradas pasan por entender a las mujeres con diversidad funcional como menos mujeres en tanto que la idea de mujer se construye a partir del simulacro de mujer: mujer objetivada, belleza, sensual etc. En este sentido, las mujeres con diversidad funcional viven la categoría de mujer de una forma muy distinta a las mujeres corporalmente normativas. Construyen su identidad de forma distinta.

Existen otros cuerpos, aquellos que normalmente no imaginamos cuando pensamos en diversidad funcional. Cuerpos ambivalentes, corporalidades divergentes que se encuentran entre categorías y que, mediante estrategias y ayudas tecnológicas, pueden leerse dentro de los parámetros de normatividad. Son en estos cuerpos en los que podemos analizar de mejor forma los poderes propios del discurso heteropatriarcal, que relega a las mujeres a puros objetos ideales, simulacros construidos externamente a las propias percepciones de las categorizadas. En estos cuerpos, donde se juega entre categorías que no se sienten propias,  podemos ejemplificar como éstas son meras construcciones — herramientas culturales que permiten reproducir o subvertir los discursos hegemónicos.

Estos cuerpos frontera, mi cuerpo frontera, pueden leerse como “anormal” o “normal” según por qué lado se vean. Y es este juego el que nos permite entender los funcionamientos de las categorías y luchas políticas. Ser mujer con diversidad funcional, si bien me ayuda en ciertas ocasiones para poder construir un discurso político crítico, no me funciona como construcción identitaria. Esta idea nos permite entender que todos y todas somos cuerpos frontera en tanto que vivimos transitando entre categorías identitarias como forma estratégica de supervivencia. Es a través de esta perspectiva de las categorías que podemos desarrollar una lucha política feminista, incluyéndo toda su variabilidad y entendiendo que estas uniones son dinámicas. Es sólo a través de universalismos dinámicos y en constante construcción que seremos capaces entre todas de destruir los poderes heteropatriarcales que nos matan, mutilan, construyen, violan…

Todos y todas somos cuerpos frontera en tanto que no cumplimos con los simulacros de masculino y femenino que nos han vendido impuestos durante siglos de heteropatriarcado. Somos cuerpos frontera porque nuestras propias identidades pasan por múltiples categorías como mecanismo de supervivencia. Y es lógico: en una sociedad altamente taxonómica y jerárquica es imposible no hacer uso de ellas para vivir. Y por eso, sólo nos queda entender las categorías como herramientas, y no como realidades inamovibles, para poder luchar contra el entramado de poderes que inconscientemente reproducimos y subvertimos constantemente.

El milagro de conciliar

junio 21, 2016 en Doce Miradas

 

Doce Miradas_El milagro de conciliar

Hace unos meses, Jordi Évole trató en su programa ‘Salvados’ el tema de la conciliación y los cuidados en la familia. Y lo hizo de una manera comparada entre dos sistemas muy diferentes entre sí, el sueco y el español. Esta forma de mirar distintas realidades ayuda a realizar planteamientos que, en ocasiones, pueden parecer utópicos pero que si los vemos implementados en otras sociedades se convierten en una realidad no sólo necesaria sino posible.

La primera y principal conclusión a la que podemos llegar, a través del programa ‘El milagro de conciliar’, es que no es viable conseguir una igualdad plena entre hombres y mujeres si la conciliación y la corresponsabilidad siguen considerándose objetivos de segundo o tercer nivel -en el mejor de los casos- y mientras exista un modelo de economía que marca, en primera instancia, las normas de comportamiento de una sociedad.

En Suecia está prohibido por ley preguntar a las mujeres durante una entrevista de trabajo sobre sus planes de familia (embarazos). La maternidad se entiende como una elección de dos personas -en familias no monoparentales- y la corresponsabilidad en los cuidados parece ser una asignatura en la que nos llevan clara ventaja. En palabras de David, una de las personas entrevistadas en el programa de Évole: “Yo no soy una ayuda, soy un actor que tiene la mitad del rol”. De hecho, en Suecia un padre puede disfrutar de 480 días para el cuidado de sus hijas/os, distribuidos según las necesidades de cada cual, hasta que estos cumplan los seis años de edad. Si optan por disfrutarlos de forma continuada, son 16 meses de permiso iguales e intransferibles para la pareja. Los dos, padre y madre, se ausentan durante el mismo tiempo y pueden disfrutar y cuidar de sus bebés en igualdad de condiciones. ¿Hace falta que recordemos el periodo de baja maternal en el Estado español? También son 16, pero no meses sino semanas.

Parece que por aquí vemos las cosas de otra manera. Para muestra me remito a las famosas declaraciones de la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, cuando afirmaba que “si una mujer se queda embarazada y no se le puede echar durante los once años siguientes de tener un hijo, ¿a quién contratará el empresario?”. A estas declaraciones añadía que, si de ella dependiera, contrataría “a mujeres mayores de 45 y menores de 25”. No es de extrañar, por tanto, que las mujeres en edad reproductiva se consideren una amenaza y no una bendición para nuestro sistema, que los padres no vean a su hijas/os y que las madres se responsabilicen de todos los cuidados, perpetuando así la división tradicional del trabajo. Y, después de todo esto, nos echamos las manos a la cabeza porque la baja tasa de natalidad -entre otros factores- hace que, bajo los parámetros actuales,  se cuestione la sostenibilidad del estado de bienestar a medio plazo.

Y esto, es un problema estructural que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida. Los modelos de gestión  rígidos, que consideran que la maternidad y la conciliación son cuestiones que atañen exclusivamente a las mujeres, tienden a perjudicar a estas últimas porque son las que optan por reducciones de jornadas para conciliar. Recientemente, se hacía público el décimo informe “Diferencias salariales y cuota de presencia femenina” elaborado por la consultora ICSA Grupo con la colaboración de EADA Business School. Según este estudio, las mujeres apenas ocupan el 12% de los cargos directivos y cobran por ello un 17% menos que los hombres. Siendo esto así, no hay mucha esperanza de que se aprueben medidas que apuesten por la conciliación cuando quien tiene que diseñarlas no siente que sean una prioridad en su vida sino más bien una amenaza en ciernes.

Entonces, ¿cómo conciliar en un contexto en el que, aunque cada vez somos más conscientes de la importancia de estar cerca de nuestras/os hijas/os, se nos exige una mayor dedicación en el trabajo (en el mejor de los casos) o no queda otro remedio que compatibilizar diferentes trabajos -’mini jobs’- para llegar a fin de mes?

No hago ningún descubrimiento si comparto la idea de que el entorno y los primeros años de crianza en las niñas y niños son claves en su desarrollo futuro. La necesidad de estar cerca de padres y madres, de compartir espacios para la motivación y abrir ventanas a unos ojos deseosos de aprender, son necesidades de primer orden en el desarrollo de una persona. Sin embargo, yo me pregunto cómo una madre y un padre, preocupados por la propia sostenibilidad familiar, pueden hacerse cargo de la educación de sus hijos e hijas. Según el estudio Bienestar y motivación de los empleados en Europa 2015realizado por Edenrede Ipsos, un grupo especializado en servicios corporativosla segunda preocupación laboral en España, detrás del miedo a perder el empleo, es el tiempo dedicado al trabajo (el 65% de las personas trabajadoras se sienten requeridas fuera de su horario laboral).

El impacto de la situación económica en las familias y en el de las futuras generaciones va más allá de la pura sostenibilidad, que no es poco. Un país avanzado, como puede ser Suecia, es un país que toma en serio la educación de las futuras generaciones, no sólo desde los centros educativos -algo a lo que hay que darle una vuelta de 360º- sino también posibilitando a las familias la oportunidad de participar y dedicar tiempo a la educación de sus hijas/os. Como dice un sabio proverbio africano, ‘Para educar a un niño/a hace falta toda una tribu’ (lo de niña se lo he añadido yo, el proverbio no lo contempla).

En Suecia, las escuelas infantiles son gratuitas o su precio se ajusta a la renta de la familia. Cada barrio cuenta, como mínimo con un centro escolar, y el ratio de profesionales en el aula es de uno por cada cinco niñas/os. ¿Cómo va esto por aquí? Las dificultades económicas de las familias, la limitación de plazas, con el consiguiente alejamiento del lugar de residencia, tiene varias derivadas: en muchas ocasiones, son las mujeres las que optan por dejar el puesto de trabajo porque no sale a cuenta trabajar y pagar el servicio; en otras ocasiones, ante la dificultad de pagar el servicio y, al mismo tiempo, ante la imposibilidad de abandonar el trabajo, entran en acción las abuelas y abuelos que se dejan la piel a una edad en la que no les corresponde.

Perdonen ustedes que insista en la idea de que el modelo de sociedad en el que vivimos perpetúa la división del trabajo y hace que la conciliación se convierta en un milagro. Apostar por la igualdad y la conciliación no es una utopía. Hace falta abrir un debate serio en el que entendamos que apostar por la igualdad y la conciliación es apostar por un modelo económico y social más justo y avanzado, como es el caso de Suecia.

 

El lenguaje no verbal que más nos favorece

junio 14, 2016 en Miradas invitadas

 

Teresa Baró_Doce MiradasTeresa Baró (@tbarocatafau ) es experta en habilidades de comunicación personal. Conferenciante internacional y colaboradora de TVE en el programa «A Punto con la 2», ha publicado cinco libros sobre comunicación. Es licenciada en Filología Catalana, Técnico Superior en Publicidad y Máster en Protocolo, Ceremonial y RRPP.

 

Nadie puede negar la existencia de un techo de cristal. Los números cantan. La prestigiosa consultoría McKinsey&Company, en su informe de 2015 sobre la situación laboral de la mujer en los EUA nos muestra entre otros datos que las mujeres tienen menos presencia que los hombres en todos los estadios de la carrera profesional. En la fase inicial las mujeres son un 45%, proporción que va descendiendo a medida que avanzamos en edad y en cargos de responsabilidad. La progresión es de 37 %, 32%, 27 % 23% hasta llegar al 17 % de los más altos cargos de las organizaciones (los C-suites). Conseguida casi la igualdad en lo que a incorporación al mercado laboral se refiere, ahora el reto consiste en ocupar altos cargos, en formar parte de consejos de administración y alcanzar los primeros puestos de la política, en definitiva acceder por igual a las posiciones con más poder de decisión y mejor remuneradas.

¿Qué podemos hacer las mujeres?

Si buscamos en el comportamiento de las mujeres algunas de las razones por las que no pueden llegar a la cúspide de las organizaciones, podríamos llegar a responsabilizarlas de la situación en la que se encuentran. Esto sería, por supuesto, injusto y equivaldría a culpar a la víctima de ser la causante de lo que sufre. Pero darnos cuenta de que hay cosas que podemos cambiar en nuestra forma de actuar sí puede ayudarnos en la superación de muchas barreras en el ámbito profesional.

Se trata de ver qué es lo que hacemos las mujeres que nos impide llegar, aunque queramos llegar a estas metas, a pesar de tener  toda la energía,  el conocimiento adecuado y el ferviente deseo de alcanzarlas. Tenemos que autoanalizarnos y detectar actitudes y formas de comunicarnos que tejen  una barrera invisible, inconsciente e involuntaria. ¿Cómo hacer que todas seamos más conscientes de lo que hacemos, de cómo nos comunicamos, de cómo actuamos? La educación y la divulgación tienen mucho trabajo por delante.

Sheryl Sandberg en su famoso Lean in, describe experiencias propias y ajenas que ilustran una forma “femenina” de actuar y en la que creo que muchas de nosotras nos podemos sentir identificadas

  • Falta de confianza en nosotras.
  • Creencia de que no merecemos el puesto que ocupamos o desearíamos ocupar, o lo que es peor, que nos están ofreciendo.
  • Miedo a la visibilidad inherente a puestos de responsabilidad.
  • Falta de asertividad para defender opiniones e intereses.
  • Dificultad para negociar nuestro propio salario.

Todo esto se concreta en un comportamiento, en un estilo de comunicación, en el uso de un lenguaje verbal y una comunicación no verbal que reflejan una imagen que se nos vuelve en contra.

¿Por qué avanzamos tan lentamente?

Ya son varias generaciones de escuela mixta, de igualdad de oportunidades (teóricas) para elegir carreras universitarias, de insistencia en la educación no machista, del uso de un lenguaje no discriminatorio. Y sin embargo, en la familia, en sociedad y en la propia escuela se siguen transmitiendo modelos estereotipados que sitúan a la mujer en un discreto segundo plano. Ya no hablamos de discriminación clara y patente, no hablamos de acciones contra la libertad de elegir de las mujeres o contra su participación en determinados deportes o estudios tradicionalmente masculinos. No, estamos hablando de algo mucho más sutil, nos referimos a no proporcionar a niños y niñas los mismos patrones de conducta y las herramientas necesarias para que tengan una capacidad de analizar su propia comunicación y dominar los lenguajes que permitirían tener el control de las situaciones.

Así como nos hemos empeñado en forzar el idioma a unas expresiones “no machistas”, muchas veces ignorando la gramática y provocando auténticas dificultades de comunicación, no hemos sido tan observadores y exigentes en lo no verbal.

La educación que hemos recibido y se sigue transmitiendo, es distinta para chicos y chicas. Mientras que los chicos han sido preparados para defenderse y para ser competitivos, para tener autoridad, para ser valientes, para vivir con coraje, nosotras hemos sido educadas para la dulzura, para estar al servicio de, para coquetear, para conseguir un hombre que nos proteja, aunque además deberemos cuidar a la familia. Y no olvidemos que también se nos educa para seducir. La trascendencia de potenciar estos roles es que se nos mentaliza para ocupar puestos de segunda, en el plano profesional. Para apoyar en lugar de dirigir, para gestionar y organizar en lugar de pensar en el alto rendimiento. Para trabajar duro desde la discreción. Incluso hemos sido educadas, más o menos conscientemente, para la docilidad, para la sumisión.

Muchas de las mujeres que nos encontramos hoy, muy competentes, con estudios universitarios, incluso con cargos de una cierta responsabilidad, acaban teniendo un techo de cristal individual, personal, un escollo en sus carreras, y es el miedo a la visibilidad. Este pánico a ser protagonista se nos ha infundido desde pequeñas y hemos aprendido que casi siempre nos trae problemas. Se nos dice además que tenemos que ser discretas, elegantes y formales, y esto pasa por estar en un rinconcito, calladitas, sin molestar. Los que gritan, los que hacen ruido, los que pelean, los que luchan son ellos, y nosotras estamos ahí jugando a las muñecas, viendo a distancia el mundo competitivo y duro de los chicos.

Nuestro lenguaje no verbal

Teresa Baró

La autoridad de Margaret Thatcher: cabeza centrada, mirada hacia adelante, espalda recta, leve sonrisa. La dulzura de la virgen: cabeza ladeada, barbilla hacia el pecho, mirada hacia abajo.

Algunas características de la comunicación no verbal femenina pueden ser un motivo de dificultad, de estancamiento en nuestras carreras profesionales porque son las responsables de una imagen que no corresponde a los estándares tradicionales de la alta dirección.

En cuanto a nuestra forma de expresarnos se fomenta que sonriamos, que no gritemos, que utilicemos un lenguaje correcto y limpio, que no miremos descaradamente, que tengamos unos gestos suaves y, sobretodo, que mantengamos las piernas cerradas, estemos de pie o sentadas.

Todo esto son movimientos femeninos en contraposición a los masculinos, que son más rudos, que son firmes, enérgicos, y que no muestran ningún atisbo de sumisión, sino todo lo contrario, son movimientos directos. El contacto visual es un ejemplo: el hombre puede mirar directamente lo que quiere, lo que desea, y en cambio la mujer utiliza la mirada de forma intermitente, hace una caída de párpados, mira de reojo, o no mira, baja la mirada cuando se le dice algo, muestra de su incomodidad y timidez.

Las mujeres sonreímos más tiempo que los hombres, lo que nos hace más accesibles. Muchas veces lo hacemos por timidez, para disculparnos o por incomodidad lo que nos convierte en más vulnerables. Los gestos de cierre y protección son más frecuentes y la gesticulación más blanda, suave y ondulada, lo que resta energía a nuestra expresión.

Y otra cosa más: tenemos que resultar agradables, atractivas y seductoras por lo que mantenemos una serie de hábitos que si bien nos pueden ayudar a alcanzar el poder en determinadas ocasiones, son más un estorbo a nuestra movilidad y a nuestra eficacia. Valgan como ejemplo: cuidar una melena, falda de tubo, maquillarte cada día o calzar zapatos de tacón que nos estilizan y también nos desestabilizan.

Al utilizar nuestro lenguaje corporal no solo estamos enviando señales a los demás sino que está en juego también nuestra autoimagen. Amy Cudy en su popular TED ya nos advertía de la importancia de colocarnos en una posición de poder. Porque esta pose activa nuestra actitud. Piernas separadas y manos en las caderas o levantadas en forma de V. No nos han entrenado para ponernos así. Nos han adiestrado para que cerremos bien los pies, coloquemos las manos detrás, nos sentemos con las piernas muy juntas, que es una posición de escasa estabilidad y propia de una actitud sumisa.

Total, que se nos educa para ser buenas niñas, amables, serviciales, dóciles, elegantes, discretas, diplomáticas, observadoras, pero poco reivindicativas: una imagen que no nos favorece cuando se busca a alguien para estar al mando de grandes proyectos. Es un modelo todavía vigente que deberíamos ir superando.

Por otra parte, pienso que se acabó también el estilo “masculino” de liderazgo y comunicación en general:  el comportamiento de macho prepotente,  que exhibe su fuerza y su poder, que no lidera sino que somete.  Creo que, especialmente en el terreno profesional, hay un punto de intersección donde podemos encontrarnos, donde no se nos tiene que valorar en función del sexo  sino de  nuestras actitudes  y aptitudes. En este sentido, un estilo de comunicación  más neutro y compartido donde todos nos sintamos cómodos nos puede dar muchos mejores resultados, porque estaremos más en sintonía y estaremos más cerca de la igualdad de condiciones.

Es importante decidir qué imagen queremos transmitir en cada momento de nuestra vida. No se trata de imponer formas de actuar y de comunicarse. Cada mujer elegirá su forma de vivir, decidirá cuales son sus retos y se sentirá cómoda con un estilo de comunicación. Lo importante es que realmente podamos elegirlo libremente, que podamos ser dueñas de nuestra  comunicación y diseñadoras de nuestra imagen en cualquier circunstancia; para desempeñar los más diversos roles: pareja, madre, amiga, profesional o directiva.

No podemos olvidar que con nuestra forma de comunicarnos atraemos a unas determinadas personas y alejamos a otras. De esta forma, muchas veces involuntariamente, estamos eligiendo a nuestra pareja, la organización donde vamos a trabajar y nuestras amistades.

 

 

Programación de color de rosa

junio 7, 2016 en Doce Miradas

A las personas de mi generación, al leer el título de este post, quizás les haya asaltado la nostalgia en forma de cancioncilla: «Agujetas de color de rosa«. Aunque no sepáis de qué hablo, os animo a que pinchéis en el enlace. Bueno, más que animaros, os reto a ello. Una vez procesada esta información (por favor, cerrad la boca, que sé que os habéis quedado con ella abierta de par en par), os tranquilizaré. Mi post no va de esto. De hecho, solo quería usarlo como recurso para deciros que debemos tener esperanza en el mundo y en las próximas generaciones: yo vi esta serie y no he salido tan mal (o eso creo).

WebHecho el preámbulo absurdo, ahora sí voy al tema que me ha traído hoy a Doce Miradas. Si me soléis leer por estos lares, sabréis de mi preocupación por la falta de vocaciones tecnológicas entre las niñas (Mujeres e ingeniería: ¿somos lo que jugamos?Mujeres tecnólogas. Haberlas, haylas). Pero últimamente, una nueva preocupación se ha sumado a mi mochila. El uso de estereotipos para fomentar esas vocaciones. Me explico: parece que a muchas personas se les ha ocurrido que esto se resuelve pintando de rosa los chips y diodos. Por ejemplo, me he topado con proyectos en los que se anima a las niñas a trabajar en joyas (como es el caso de Jewelbots), talleres para aprender a incorporar elementos tecnológicos a la ropa, o lanzarse al mundo de Lego a través de las princesas. Incluso he llegado a escuchar que no tenemos que presentar la ingeniería como una disciplina tan difícil para no repeler a las mujeres [sic].

De hecho, creo que estamos empezando a abusar de la incorporación de la A al acrónimo STEAM (Science, Technology, Engineering, Art y Mathematics). Ojo, que no estoy en contra de ello. Yo misma soy una apasionada del arte y creo que debiera ser una disciplina trasversal a todas las formaciones, sean tecnológicas o no. Pero tengo la sensación de que esa A se está comiendo al resto. Que las niñas y jóvenes solo se sentirán atraídas por la tecnología si tiene ese componente y que la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas siguen siendo cosa de chicos. Eso me recuerda una entrevista que le hicieron a Carol Shaw, primera mujer programadora de videojuegos: «Cuando trabajaba en Atari, Ray Kassar, su presidente mencionó ‘por fin tenemos a una mujer diseñando juegos. Ella podrá combinar los colores y diseñar los interiores de las carcasas de los juegos’. No lo tomé muy en serio porque eran dos cosas que no me interesaban y mis colegas me apoyaban».

Pero por otro lado, me asaltan las dudas de si no estaré extremando mi postura (¿os suenan esas dudas?) y si el fin bien merece los medios. Quizás sea un buen comienzo para captar la atención de las niñas y luego reconducir ese interés en otras aplicaciones de la tecnología, porque si las perdemos ya desde bien pequeñas, habremos cerrado esa puerta para siempre. Y es que, a día de hoy, cuando las chicas se topan con la tecnología y la programación, piensan que no tiene nada que ver con ellas. Aunque me sigue pareciendo triste que para que piensen que tiene que ver con ellas, tengamos que «tirar» de princesas, joyas, ropa y toneladas de color rosa…

No sé si el uso de unos estereotipos para combatir otros vaya a funcionar… Pero como ya os habréis percatado, no tengo una postura clara. De hecho, quería traer mi dilema al blog precisamente para abrir un debate y ordenar un poco más las ideas. ¿Me ayudáis con vuestras reflexiones? ¿Qué os parece? ¿El fin justifica el medio utilizado o estamos arreglando un problema mientras hacemos más profundo otro?

Por último, os dejo con el documental CodeGirl, donde también se aborda este tema: