Nuevas miradas

octubre 27, 2015 en Miradas invitadas

Gorka Espiau

Gorka Espiau (@GEspiau). Mis hijos dicen que no saben a qué me dedico y yo tampoco lo tengo muy claro. Trabajo para The Young Foundation en proyectos de innovación social y formo parte del equipo de Agirre Lehendakaria Center. Estudié periodismo, pero hice mi máster y doctorado vital en Elkarri. Vivo entre Gatika y Londres.

 

Por lo que me comentan mis colegas, los mundos relacionados con el feminismo y la innovación social caminan por separado. Suena raro y contradictorio, pero por lo visto es lo que sucede en casi todo el planeta. La innovación social, entendida como el conjunto de organizaciones que impulsan nuevos procedimientos, productos y servicios que tratan de responder de forma novedosa a las actuales necesidades sociales parece que no considera la desigualdad entre hombres y mujeres como una prioridad. Y seguramente, debido a esta falta de respeto, las organizaciones feministas y la infinidad de actores que promueven la igualdad de género tampoco prestan demasiada atención a lo que la innovación social les puede aportar, o no saben como acceder a estos métodos. En principio toda iniciativa novedosa encaminada a la lucha contra la desigualdad de género debería ser considerada como una innovación social, pero no hemos conseguido que estos dos mundos se comuniquen de la forma adecuada. Mis compañeras del programa Gender Futures pueden aportar las evidencias que soportan estas afirmaciones.

Gender FuturesVoy a aprovechar estas líneas para tratar de explicar la potencialidad que tendría conectar estos dos mundos de forma mucho más positiva y estructurada. Y como no me considero un experto en ninguna de las dos materias, presentaré mis argumentos a través de una serie de acciones positivas concretas que permitan visualizar esta hipotética alianza.

La primera de estas idas nos lleva a Italia. En la actualidad existe allí una campaña bastante polémica para hacer frente a la desigualdad salarial entre hombres y mujeres. Llevamos décadas mostrando evidencias de que los hombres recibimos más salario por hacer el mismo trabajo y da la impresión de que no hay nada que hacer para cambiar esta situación. Para mayor escarnio, incluso nos permitimos tasarlo periódicamente. Se trata de entre un 15 y un 25% menos de salario, en función de los países y los sectores de actividad.

Pues bien, en Italia se ha puesto en marcha una campaña para que una serie de empresas puedan compensar esta barbaridad descontando un 15% a las mujeres que adquieran productos o servicios en sus establecimientos durante un periodo determinado. A primera vista resulta paternalista y no ofrece soluciones a las razones estructurales de esta desigualdad pero sus promotoras defienden su vocación principalmente educativa y de denuncia. En mi opinión, si esta iniciativa se limita proporcionar descuentos acabará convirtiéndose en una mera campaña de marketing que sería verdaderamente contraproducente pero también podría servir de plataforma para otras acciones que aborden las causas de la desigualdad. Como me sugiere Muriel Kahane, las mismas empresas que participan en la campaña podrían publicar su política de salarios o los criterios de composición de sus Consejos de administración y una serie de propuestas concretas para corregir las desigualdades que sin duda existirán.

Este tipo de planteamientos nos permite visualizar nuevas posibilidades para la acción colectiva si escalamos su lógica. ¿Qué pasaría si generalizásemos esta política a otros ámbitos de la vida? Imaginemos por ejemplo, que los servicios bancarios fueran entre un 15 y un 25% más baratos para las mujeres, el transporte, la educación o la vivienda. Llevando la argumentación al límite, ¿sería posible que decidiésemos pagar un 20% más de salario a todas las mujeres durante una década para compensar lo que han dejado de ingresar en el último siglo, o corregir la perdida de ingresos durante los periodos de maternidad? Pensémoslo por unos momentos, aunque para algunos sólo sea un ejercicio de provocación intelectual ¿es posible utilizar campañas que en principio se centran sólo en la denuncia para abordar las raíces estructurales de la desigualdad? ¿Es posible dar el paso de la innovación incremental a la disruptiva? Está claro que habría mujeres que cobrarían más en situaciones donde no habrían sufrido discriminación pero también garantizaríamos que muchas otras sí pudieran verse justamente remuneradas. El hecho es que la precaución por no discriminar a los hombres en la actualidad tiene como consecuencia que tengamos que aceptar la discriminación salarial de facto a la mayoría de mujeres.

Las opiniones contrarias a medidas de este tipo argumentarían que la ley no permite pagar más a una persona sólo por su condición sexual. Pero si hasta el momento hemos podido dotarnos de leyes especiales que permitan la acción positiva, también podríamos decidir colectivamente que la diferencia salarial es un problema de primera magnitud al que debemos responder de forma excepcional. Si aplaudimos la innovación disruptiva como un instrumento valido para abordar las causas estructurales de la desigualdad con soluciones que pueden disgustar a los actores tradicionales, también deberíamos buscar soluciones que se alejen de lo “políticamente correcto”. La innovación incremental no parece haber producido buenos resultados hasta el momento.

Otra idea disruptiva que puede ayudarnos a poner la innovación social al servicio de la igualdad de genero es conectar el rediseño de las estructuras organizativas con los bonos de impacto social (Social Impact Bonds). Estos bonos proporcionan financiación pública y privada a proyectos sociales en base al grado de cumplimiento que demuestran sobre los objetivos marcados. El más conocido es el proyecto que financiaba el trabajo de resocialización de presos en la cárcel de Peterborough en el Reino Unido. Cuantas menos personas reincidían en la comisión de delitos, más aumentaba el retorno sobre la inversión y se generaba más financiación para la implementación de estos programas.

La oportunidad de aplicar estos bonos a la igualdad entre mujeres y hombres estaría sustentada en la abrumadora evidencia de que las organizaciones sociales o empresariales que incorporan criterios reales y estructurales de igualdad en sus formas de funcionamiento obtienen mejores resultados sociales y económicos. En términos prácticos, fusionar estos mundos nos permitiría crear miles de proyectos de re-estructuración de organizaciones sociales y empresariales en base a criterios de igualdad de genero y financiarlos en base a la mejora de los resultados que sin duda se podrían tasar y cuantificar en la propia cuenta de explotación. Imaginemos por un momento qué podría pasar si Volkswagen, Iberdrola o el propio Gobierno Vasco decidieran contratar a las múltiples organizaciones y empresas especializadas en igualdad para rediseñar sus estructuras organizativas en base a nuevas estructuras y procedimientos que no se limitasen a medidas parciales o simplemente cosméticas. En base a la filosofía de los bonos de impacto social, estas organizaciones o consultorías especializadas en igualdad podrían desarrollar su trabajo sin costar nada a sus clientes y cobrar en base a los resultados obtenidos. Lo interesante no sería saber quien sería la primera organización en intentarlo sino quién se opondría a estos cambios si les garantizamos que no deberían hacer ninguna inversión económica. Si estamos convencidos de que estos cambios sistémicos proporcionarían esta mejora de resultados, deberíamos intentar demostrarlo a larga escala.

Por último, me gustaría mencionar otra idea que estamos intentando impulsar en el Reino Unido. En esta ocasión tiene que ver con la necesidad de responder de forma más efectiva a las personas que necesitan acceder a servicios de guardería. Los precios de estos servicios básicos en el Reino Unido son prohibitivos y como siempre, acaban afectando de forma negativa a más mujeres que a hombres.

La forma de aplicar proyectos de innovación social a esta problemática puede venir de la mano de las iniciativas de consumo ecológico. Lo que estamos haciendo es testar si grupos de personas que necesitan servicios de guardería se pueden conectar por zonas y barrios para realizar compras colectivas de productos ecológicos locales, destinando los beneficios de estas transacciones a cubrir parte del coste de las guarderías. Las cuentas pueden funcionar si hay un numero suficiente de personas que se comprometen a comprar la mayoría de sus alimentos semanales a través de productores locales. Estos productos pueden habitualmente resultar más caros y por lo tanto alejados del poder adquisitivo de muchas de las personas que necesitan guarderías pero la compra colectiva permitiría negociar precios en el mismo rango o por debajo de lo que ofrecen los supermercados tradicionales. En definitiva, se trata de transferir parte del beneficio de esas transacciones de los grandes centros comerciales a un objetivo social muy determinado. Estos grupos de consumo servirían también para explorar otros servicios asociados y compras colectivas que podrían perseguir el mismo objetivo: energía, seguros, servicios bancarios, etc. Y lo que es todavía más importante, estos grupos de consumo serían el espacio perfecto para abordar el debate y la acción sobre los roles que cada persona asume en la pareja, quien se encarga del cuidado de los hijos, el cuidado de la casa, etc.

Éstas son algunas ideas y ejemplos para fomentar el debate, pero estoy convencido de que surgirían otras más interesantes si nos pusiéramos a pensar colectivamente como las metodologías de innovación social pueden ser mejor integradas en la lucha contra la desigualdad de género. En ambos campos, cada vez se habla más de diseñar políticas públicas tomando como referencia el coste de no hacer nada. La desigualdad entre mujeres y hombres genera unos costes sociales y económicos tremendos que tenemos que asumir colectivamente. Nuevas aproximaciones más disruptivas podrían, además de atajar las raíces de estos problemas, ahorrar mucho dinero al conjunto de la sociedad.

Si la innovación social no incorpora la políticas de igualdad como una lente con la que diseñar y evaluar todas sus actuaciones, nunca podremos atajar las desigualdades que pretendemos abordar. Como dice mi hermana y muchas otras personas que se dedican a pensar en estas cosas con más rigor, se trata de proponer nuevos modelos y nuevas formas de hacer para facilitar el acceso de las mujeres a espacios cuyas normas y modelos han sido establecidos por los hombres. No se trata solo de que las mujeres puedan acceder a los espacios que en la actualidad ocupan los hombres, sino replantear las formas tradicionales de hacer en esos espacios con la incorporación de nuevas miradas.

Não basta dialogar: é preciso concretizar

octubre 20, 2015 en Doce Miradas

No recuerdo la fecha exacta, pero sé que hace muchos años de aquel viaje. De hecho, fue en el siglo pasado. Lisboa estaba hermosa y decadente (como hoy). Y era un ciudad reivindicativa, «en la lucha», como nos gustaba decir entonces. Los tranvías lucían viejos y en sus laterales, y en las banderolas del alumbrado público de la Plaza del Comercio, un slogan que aquellos días hacía furor me cautivó:«Não basta dialogar: é preciso concretizar». Vagamente recuerdo que se trataba de una negociación sobre los derechos laborales, entonces bastante pisoteados (como hoy).

Nota al margen: si alguien pudiese decirme cómo hacerme con uno de esos carteles, le quedaré muy agradecida.

Si trasladamos esta llamada a la concreción al tema que nos ocupa, a la igualdad de entre mujeres y hombres, aquella frase tiene pleno sentido. Tengo la impresión de que en muchas ocasiones nos enzarzamos en una dialéctica eterna sobre motivos o excusas que perpetúan las desigualdades, y que, agotadas en esta dialéctica, llegamos exhaustas al momento de concretar. O abandonamos el viaje a medio camino, sin lanzarnos a dar el paso que ayude a avanzar de forma eficaz. Ya lo decía Ernest Hemingway: «Never mistake motion for action».

Somos la generación bisagra que debió heredar de la anterior la igualdad entre hombres y mujeres (gracias a la lucha de ellas, dicho sea de ND12Cover.inddpaso), y que sin embargo todavía no puede darla por lograda, y menos aún, asegurársela a la siguiente generación. Me fijo sobre todo en nuestra realidad inmediata, en lo más cercano, aunque soy consciente de que esta afirmación no sirve en gran parte del mundo.
El testigo se nos ha ido cayendo de las manos en esta larga, larga carrera. Hemos avanzado en el plano formal, y hemos avanzado mucho (frente a la falta de derechos de nuestras madres, por ejemplo), pero el subsuelo de esa igualdad plastificada sigue en precario equilibrio sobre las arenas movedizas del patriarcado.

Recuerdo lo que dijo el astronauta Buzz Aldrin hace unos años, cuando le preguntaron si el futuro que imaginaba cuando pisó la luna se parece a la realidad: «Me prometisteis colonias en Marte. Y, en lugar de eso, tengo Facebook». Algo parecido siento yo.

 

¿Concretamos?

Una pregunta muy sencilla: ¿La desigualdad es un tema central para esta sociedad? O mejor aún: ¿La desigualdad es un tema central para ti? Si la respuesta es no, acabo aquí mismo este escrito: caso cerrado. Pero si contestamos “sí”, deberemos demostrarlo en medidas concretas.
Y por abrir el melón de lo concreto, aquí van algunas ideas:

Untitled2• Para quienes tienen la responsabilidad de organizar nuestro dinero y ponerlo al servicio del bien común. Sin recursos, los objetivos políticos son papel mojado. Dotarlos de recursos no garantiza el éxito, pero no hacerlo es garantía del más estrepitoso de los fracasos. Necesitamos una perspectiva de género que garantice la coherencia de las dotaciones presupuestarias. Coherencia y números que la soporten, euros contantes y sonantes, porque los cada vez más exiguos presupuestos para «mujeres» (¡qué desatino denominarlo así!) son insuficientes para avanzar en la destrucción de las desigualdades latentes en todos los ámbitos públicos. Si queremos más mujeres en Ciencia, será el presupuesto de Ciencia el que tenga que dotar esas iniciativas, no la cada vez más diminuta bolsita de dinero para la “promoción de la igualdad”.

Si os apetece ver un algunos ejemplos concretos y un análisis sobre esta cuestión, podéis echar un vistazo al manifiesto–propuesta realizado por más de 70 asociaciones feministas con motivo de la presentación de la propuesta de presupuestos generales del Estado en agosto de este año.

• Para quienes pueden ayudar a construir, desde otras bases, una sociedad igualitaria: familias, profesorado, comunidad educativa, medios de comunicación, etc., (y por lo tanto, yo misma me incluyo entre las estructuras señaladas con el dedo). No somos meras correas de transmisión; tenemos una gran responsabilidad y no podemos delegarla en leyes, normas o prohibiciones.

chiste5– No consumamos entonces productos televisivos basura, que banalizan o directamente insultan a las mujeres al convertirlas en trozos de carne en alquiler. (Tantos ejemplos… )

– Fomentemos la diversidad de oportunidades en las aulas; necesitamos hombres psicólogos y profesores, tanto como mujeres ingenieras y torneras. Necesitamos que todos y todas ejerciten, desde la igualdad, su derecho a ser diferentes.

–  En casa, no alentemos los roles que llevamos tatuados en el cerebro; luchemos contra ellos. Ni las mujeres nacemos sabiendo planchar, ni ellos disponen de cualidades intrínsecas para reparar un enchufe.

Por si no queda suficientemente claro, insisto: no se trata de adoctrinar, sino de ofrecer herramientas para que las y los jóvenes piensen y actúen desde el respeto para con los otros y para con ellos mismas. Para que, desde esta igualdad real, podamos ser diferentes.

• Para cada uno de nosotros y nosotras: atrévete, atrevámonos a dar un paso al frente.

Pinchemos las burbujas del supuesto “humor inocente”.
Contemos y recontemos en voz alta para denunciar que las mujeres no estamos representadas como nos corresponde en la esfera pública. (mirad de qué manera gráfica tan clara se puede ver en este vídeo)

– Hazte un regalo: ponte unas gafas moradas. Recuerda que no son un mero complemento, que son la manera de ver, de ser y de estar que necesitas para entender que lo que vemos no es lo que existe, que hay una realidad mucho más diversa, rica, divertida y completa esperando a ser descubierta y mostrada.

–  Haznos a todos y a todas un regalo: ayúdanos a completar esta lista. Ya seas hombre, ya seas mujer, puedes elegir qué hacer y qué dejar de hacer. Desde la denuncia a la propuesta, desde la determinación a la acción. ¿Nos ayudas?

 

Bonus track:
Concretar significa avanzar. Paso a paso. Atreverse a hacerlo. Mirar al frente y disfrutar del nuevo paisaje, porque eres capaz de dejar atrás el recuerdo de las veces en las que retrocediste. O recordar las veces que tuviste el valor de hacerlo. Como hoy.

Alisha y Soraya

octubre 13, 2015 en Miradas invitadas

pedro gorospe Pedro Gorospe (@pedrogorospe). Nací en Pamplona en 1962. Empecé a escribir en un periódico –La Gaceta del Norte- en 1984 y desde entonces no he parado –Egin, Deia, Gaur Expres, El País-. Busqué perfiles como productor para el programa mosaico de Antxon Urrusolo, en la ETB, Rifi-Rafe. Estudié música y piano, me gusta la fotografía y el vuelo con motor, y acabo de presentar mi primer libro, El inconformismo de Koldo Saratxaga, en la Bussiness School de Deusto.

 

 

Alisha es capaz de sacarle chispas a un dólar al día. A cada céntimo le otorga un valor excepcional porque le permite visualizar un futuro en medio del caos. Vive en un barrio periférico de Anantapur, al sur de la India y allí, si eres mujer vales menos que una moneda de latón. La ayuda de otras mujeres que poco a poco van siendo conscientes de sus fortalezas, de sus derechos y de sus capacidades, anuladas durante siglos, está haciendo despertar su conciencia de género, y reivindicar en medio de miles de kilómetros de tierras yermas, su condición de ser diferente entre los seres humanos, pero con iguales derechos. El euro que gana su madre, es un clavo ardiendo al que se agarra con los dientes, la oportunidad para despegar hacia un futuro en el que todo está por cambiar y la posibilidad de lograr una formación que le catapulte a una vida en la que erguirse y mirar de tú a tú  a los hombres que diseñan su futuro para reclamar que ella, que ellas, tienen voz, proyectos de futuro y un modelo de sociedad menos discriminatorio.

Allí en Anantapur, Alisha contaba que cada vez que se miraba en el reflejo de un charco, en la puerta de su casa, —-registrada a nombre de su madre para evitar que su pareja le eche al quedarse embarazada—-, le costaba ver más allá de la carretera que partía su barriada en dos. Era el límite de su mundo. Varios céntimos después, de esos que se desprecian en el suelo de las grandes ciudades, puede escribir, y está orgullosa de atisbar mucho más allá de la carretera, hasta el destino imaginado de muchos de los vehículos que pasan si cesar día y noche por allí. Ahora entiende por qué su país, el mundo, las circunstancias, se vuelven mucho más difíciles si eres una mujer. Sabe que sus destrezas, su sensibilidad, su capacidad para entender y hacer justicia, e interpretar la realidad son superiores en muchos casos a los de los hombres, y que pueden competir en igualdad de condiciones cuando las cosas se tuercen y afloran la maldad o la sed de venganza.

A sus trece años sabe que las violaciones están a la orden del día en su entorno, pero ya no se conforma y mira con un odio adolescente cuando, con el resto de las mujeres de su distrito, se confabula para resistir y transformar esa realidad haciendo frente a un machismo milenario que usa la violencia de género para anular a un ejército superior en número y en creatividad, pero desunido y cuarteado por una historia, tradición, religiones y costumbres, todas ellas, escritas por los hombres.

A los 47, Soraya  no puede agacharse para coger el céntimo que los millones de Alishas del mundo necesitan. No puede. Pero tampoco se agacha cuando ve a su alrededor una injusticia. Al contrario, se levanta contra los abusos aun a costa de, como ha sucedido, quedarse sin una nómina con lo difícil y necesario que es el dinero en su vida. Lleva luchando desde que nació para conseguir ser autónoma, y cada vez amplía más su ámbito de formación, su ámbito de libertad, pero también  su ámbito de reivindicación. Y a medida que crece su independencia reduce el margen de tolerancia frente a esa falsa compasión que ve en algunas personas cuando sus miradas se cruzan frente  a frente. O cuando no lo hacen y lo desearía como la mujer que es y no el ser invisible que a veces parece.

Ella no ha sufrido agresión ni maltrato físico, pero sí la mentira cuando los empleadores se enfrentan a su realidad desconocida para ellos, y cuando, en el momento decisivo, tienen  que firmar su contrato o descartarla con excusas. Ella cree que pesa más la diversidad funcional, el apartarse del modelo estándar, que el hecho de ser mujer, pero a una discriminación se une la otra, como también lo es la sobreprotección cuando el mundo está desprotegido, o la gente se aprovecha de la baja autoestima de muchas personas con diversidad funcional que se sienten obligados a tener que demostrar más para mantener el empleo. Soraya se levanta cada mañana agradeciendo a los suyos la ayuda que le han prestado, el esfuerzo diario de su madre, y devuelve esa deuda con su compromiso social para romper las barreras de otras personas. Pone su actitud positiva y luchadora ante la vida al servicio de los demás. Nada de lagrimeo ni de falso pesar. Adelante. Desde su silla de ruedas se ríe de un mundo injusto y bromea cuando explica que la última oferta de trabajo que le hicieron fue de chapista de coches. Se pelea incluso con los grupos de  mujeres con los que colabora, porque a veces son poco sensibles a la eliminación de barreras. La joven que fue y la mujer que es, las dos, conocen perfectamente lo que son los techos y las paredes de cristal. Ella especialmente. Tiene una actitud de hierro, y una voluntad de acero, pero sus huesos también son de cristal.

Alisha y Soraya viven a miles de kilómetros de distancia, en un mundo radical y despiadado, pero para ambas maravilloso y atractivo. Si Alisha y Soraya se conocieran, probablemente, intimarían. Se contarían sus vidas, sus luchas y los resquicios por los que entra a fuego, solo de vez en cuando, la desesperanza, y se acaba la paciencia. Describirían los frentes en los que pelean cada minuto para avanzar centímetro a centímetro en todas y cada una de las tareas de sus vidas. Seguramente coincidirían en sus anhelos y en parte de sus sueños, en sus visiones del mundo, mediatizadas por una lucha permanente y constante, sin tregua, por lograr mínimos pero fundamentales avances en sus condiciones de vida, injustamente mucho más difíciles que las que tienen la mayoría de los seres humanos. Pero, seguro, que ambas concluirían que cualquier cosa menos tirar la toalla porque, pese a todo, tienen un motivo por el que luchar: su supervivencia y la reivindicación de igualdad de derechos como seres diferentes en un mundo que, como a miles de millones en todo el planeta, les penaliza por ser mujeres.

Pedro Gorospe_DoceMiradas

¿Cuántos maltratadores buscan pareja en tu ciudad?

octubre 6, 2015 en Doce Miradas

Pocas veces se habla en estos términos, ¿verdad? Por lo general, se habla de mujeres maltratadas, cuántas son, qué edades tienen, si son autóctonas o extranjeras… Pero, ¿qué hay de los agresores? Pues bien, en 2013, en el País Vasco, 2.878 hombres agredieron a sus parejas o exparejas. El 30% de ellos tenía entre 31 y 40 años, aunque la incidencia también era alta en el grupo de edad entre los 18 y los 30 años. Si nos centramos en los datos de hombres que asesinaron a sus parejas o exparejas registrados en España durante 2015, el Ministerio de Sanidad nos dice que hasta ahora han sido 30. De ellos, 24 de nacionalidad española y 6 de otros países. Y hasta ahí. Poco más he podido encontrar sobre los maltratadores en las estadísticas. Es curioso, porque sin embargo de las mujeres víctimas de maltrato puedes saber cuántas de ellas son nacionales o de origen extranjero, puedes saber incluso cuántas son de países latinoamericanos, asiáticos, magrebíes o de otros países europeos. Parece como si el interés de las instituciones que emiten los informes se centrara más en conocer las características de las víctimas. ¿No sería más efectivo poner más el foco en los causantes, es decir, en los maltratadores? ¿Alguien cree que hallaremos la solución a este problema examinando con una lupa a las víctimas?  De seguir así,  la idea que terminará calando en la sociedad, si es que no lo ha hecho ya, es que AQUÍ EL PROBLEMA SON LAS MUJERES MALTRATADAS.

 

Datos referentes a 2013.

Datos referentes a 2013.

Advierto desde hace tiempo en las personas con las que me relaciono y en mí misma un cierto… no sé muy bien cómo llamarlo, hartazgo, rabia, impotencia ante el goteo constante de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas. “¡Qué horror todo esto de las mujeres maltratadas!” Casi parece que ellas tuvieran la culpa. Su recuerdo constante nos agobia porque no sabemos cómo solucionarlo. Creo que deberíamos hablar del PROBLEMA DE LOS HOMBRES MALTRATADORES, LA LACRA DE LOS HOMBRES MALTRATADORES.

Otra afirmación muy popular, que también culpabiliza a las víctimas es la siguiente: “Es que también hay cada una… Ya dicen los expertos, que hay mujeres que repiten siempre el mismo patrón al emparejarse”. Seguro que lo habéis escuchado o dicho en alguna conversación. No sé muy bien de dónde sale tal afirmación ni qué hay de cierto, pero respecto a lo que no hay ninguna duda es al hecho de que LOS MALTRATADORES SÍ QUE REPITEN SIEMPRE EL MISMO PATRÓN DE AGRESIVIDAD Y VIOLENCIA. Pero eso no es algo que escuche en las conversaciones.

La solución al maltrato parece descansar en el tejado de las mujeres. Se nos aconseja estar atentas a las señales, a los indicios que alertan de que un hombre puede ser  un potencial maltratador. Pero esos consejos solo sirven para que Amaia, Teresa o Rocío, que han estado atentas, esquiven el problema y que LAS MALTRATADAS SEAN FINALMENTE OTRAS SUSANAS, AGURTZANES O CRISTINAS que no pudieron, no supieron o no quisieron escapar a tiempo. Cambian los nombres, solo eso. Porque esos hombres no desaparecen por arte de magia. Los maltratadores seguirán su camino, pulularán por nuestras calles tratando de emparejarse, y habrá víctimas. Esos consejos solo son útiles a título personal, no puede ser esa la gran idea de las autoridades para acabar con este problema. No olvidemos que en muchos casos, la agresión o el asesinato tienen lugar precisamente cuando se rechaza una relación o se le quiere poner fin.

Se lanzan mensajes para que las mujeres que puedan estar sufriendo un caso de maltrato lo cuenten, lo denuncien, para que llamen al 016. Y está muy bien, claro que sí. Pero me pregunto si no debería de haber también CAMPAÑAS QUE APELEN DIRECTAMENTE AL MALTRATADOR. “Si eres incapaz de controlar tu ira, si tu carácter es agresivo y violento y crees que eres un peligro o puedes llegar a serlo para tu pareja y tus hijos, llama al teléfono xxxx”. No sé si ese teléfono recibiría muchas llamadas, pero sería sano verbalizarlo, una cuestión de higiene mental para la sociedad. Siempre reivindicamos que hay que dar visibilidad a la mujer pero en el  caso del maltrato yo diría que la mujer-víctima está sobreexpuesta y sin embargo el hombre-maltratador está desaparecido, como si no existiera, como si las mujeres asesinadas murieran de causas naturales o las partiera un rayo.

En la Comunidad Autónoma Vasca los maltratadores con una condena por delito de violencia de género menor a dos años y sin antecedentes pueden evitar la cárcel si realizan un curso de reeducación. Se llama programa Gakoa y se extiende a lo largo de 12 meses. No tengo conocimiento de que en otra clase de delitos con violencia de por medio se ofrezca la REEDUCACIÓN PARA ELUDIR LA PRISIÓN y no entiendo por qué se hace en este caso. Personalmente creo que deberían cumplir la pena impuesta y además asistir al programa de reeducación. Soy muy escéptica con la reeducación de maltratadores, pero más vale intentar algo, a que salgan de la cárcel igual que entraron.

El Servicio de Atención a la Víctima del Gobierno Vasco, el SAV,  avisó el pasado año a las víctimas, en 619 casos, de la excarcelación de sus maltratadores. Una medida que parece buena y mala a la vez. Algo chirria. Si las autoridades consideran que deben avisar a las mujeres es porque creen que corren un peligro. Y si creen que esos hombres representan un peligro, ¿por qué los dejan salir de la cárcel? Parece un cumplimiento de PENA COMPARTIDA. Primero el maltratador pasa una temporada en la cárcel y después la cárcel es para la víctima. Porque, ¿qué se supone que debe hacer esa mujer cuando recibe dicha llamada?

Reflexionando sobre el maltrato a mujeres me he encontrado con UNA PARADOJA. Hay mucha gente que rechaza la idea de que el maltrato sea una manifestación extrema del machismo. No quieren ni oír hablar del tema. Dónde vas, exagerada. Una cosa es que haya hombres que piensen que no debéis estar en un consejo de administración y que estáis genéticamente diseñadas para fregar y limpiar y otra muy distinta es que fuesen capaces de agredir, maltratar o matar a una mujer. Dicen que no, que se debe a causas generales, ya se sabe, este mundo cada día más acelerado, que nos tiene a todos locos, la competitividad en los trabajos, en la vida, somos todos cada vez más agresivos, vamos por la vida con el cuchillo entre los dientes, la crisis económica, el paro, los problemas nos asfixian… y alguno que no está muy equilibrado, llega un día en que se le va la cabeza y explota. Puede ser que confluyan varios factores, no lo niego, o que las dificultades económicas sean un detonante o un acelerante, pero estoy convencida, y así suelen decirlo las personas expertas, de que la desigualdad, el machismo, el considerar a la mujer como un ser inferior, está detrás del maltrato y de los asesinatos. Sin embargo, encuentro siempre a muchas personas dispuestas a afirmar que ahora hay más maltrato debido a los inmigrantes procedentes de países y culturas mucho más machistas. ¿En qué quedamos? SI EL MACHISMO ES UN FACTOR DETERMINANTE, LO SERÁ EN UNOS CASOS Y EN OTROS.

Volviendo al título ¿cuántos maltratadores hay en tu ciudad? Como decía al comienzo, en 2013, 2.878 hombres agredieron a sus parejas o exparejas en el País Vasco. Esos son los que están registrados por la estadística. Seguro que hubo más casos que no recoge ningún informe, pero que sin duda quedaron registrados sobre los cuerpos y las autoestimas magulladas de algunas mujeres que mantuvieron los hechos en secreto. Cuando era joven, a los 20 o 25 años, pensaba que los casos de maltrato eran casos aislados, una rareza.  Ahora tengo la sensación de que hay muchos maltratadores y que emparejarse es una puñetera ruleta rusa.

Fotografía: Samuel Zeller

Fotografía: Samuel Zeller

 

Hoy, martes, 6 de octubre es un día de esos días de triste recuento, un día negro. En menos de 72 horas, TRES HOMBRES HAN ASESINADO, PRESUNTAMENTE, A TRES MUJERES en un nuevo episodio de violencia machista. En lo que llevamos de 2015, 30 hombres han asesinado a sus parejas o exparejas en España. El número podría ascender a 39 de confirmarse estos 3 nuevos casos y otros 6 que están en investigación. Hay que saber más sobre los maltratadores y/o asesinos. Cómo se crean estos monstruos y en dónde pueden estar las posibles soluciones. En mi próximo post me gustaría tratar estas cuestiones. De momento, Almudena (asesinada en Bizkaia), Silvina (asesinada en Vigo), y la mujer asesinada en Murcia, de la que aún no han dicho su nombre, descansad en paz. El resto, todos y todas nosotras, y desde luego las autoridades que tienen competencias en esta cuestión, no deberíamos descansar en paz. Queda muchísimo por hacer.