Hace poco he compartido tiempo y espacio con doce maravillosas personas en un taller sobre la vergüenza y la vulnerabilidad. Además de las dos personas facilitadoras, un hombre y una mujer, las participantes éramos todas mujeres. Siento que no es casualidad. De lugares, profesiones y con personalidades muy distintas, todas nos habíamos tropezado con algunas piedras y compartíamos algunas heridas que se encontraban en lo profundo de nuestra identidad femenina. Y que en muchas ocasiones nacen en lo cotidiano de nuestras relaciones y de nuestros trabajos. Nacen incluso de la risa.
El humor es un arma de doble filo. Cuando compartimos la risa, creamos comunidad. La carcajada hace equipo (además de desestresar el tono, tonificar el alma y a ratos engranar los pedacitos rotos de un desencuentro). Pero la risa es también un arma sutil y muy eficaz para generar desigualdad, aislamiento, vergüenza y dolor.
En cada reunión de trabajo que se hace un mal chiste sobre alguna de las (escasas) mujeres presentes (no hace falta que ponga ningún ejemplo porque estoy segura que quien está leyendo esto ha estado ahí –felt that, been there-); en cada uno de esos pequeños trozos de basura visual que nos llega a través del whatsapp; ese humor barato, gratuíto y sin empatía ninguna impacta directamente en la dignidad de lo que somos y amplía la brecha en el reconocimiento en igualdad del hombre y la mujer.
Hemos estado ahí. Estamos ahí, demasiadas veces.
A veces por pereza, o por no ser tildada de “quisquillosa”, “corta-rollos” o de “carente de sentido del humor”. Otras veces por ser conscientes del enorme riesgo emocional que implica enfrentarse a ese grupo de “carcajeadores” (y también “carcajeadoras”). El hecho es que muchas veces damos por hecho que poco se puede hacer al respecto y nos sentimos profundamente solas ante esa “jauría de bisontes de risa gutural”. Y nos quedamos calladas. Y optamos por la retirada prudente. Y ahí se crean esas burbujas silenciosas donde todas hemos estado alguna vez. Cientos de burbujas. Quizás miles. O millones.
Pinchar las burbujas
Es por eso que hago un humilde llamamiento a que nos convirtamos en miles de alfileres para pinchar juntas todas esas burbujas en las que andamos (so)metidas. Que tomen su alfiler también todos los hombres que no se encuentran cómodos con este tipo de actitudes machistas jocosas. Todas las personas que pensamos que hay otras maneras de divertirse y crecer juntas!!
Y demos espacio al oxígeno de la igualdad. A sentirnos en igualdad. A reírnos juntas y juntos por aquellas cosas que sí tienen realmente gracia. Optemos por la alegría, por el regocijo y la carcajada nutritiva. Por la risa compartida a favor de la igualdad.
Cuando identifiquemos una de esas burbujas, seamos testigo de ellas y agarremos el alfiler. Pongamos palabras (pintx!). Reaccionemoss con dignidad (puntx!). Describamos el comportamiento (prof!) y lancemos las preguntas que desarmen la mofa y el chiste hiriente (pof!).
Por los cielos abiertos y las risas compartidas.
PD: Os propongo que cuando recibáis algún chiste que no os haga ni pizca de gracia, agarréis vuestro alfiler y pinchéis esa burbuja.
Cuando recibas algún chiste que no te haga ni pizca de gracia, agarra tu alfiler y ¡pincha la burbuja!
Mezu iraingarriak jasotzen edo entzuten dituzun bakoitzean, burubuila ziztatu!!!
When you hear or receive any hurtfull message (it´s not funny), Poke the bubble!
Leire Garay (@leiregaray). Soy Licenciada en Ciencias Empresariales y Máster en Marketing, aunque mi especialidad es no ser especialista en nada y resolverlo casi todo. Obediente, responsable y cumplidora desde que yo recuerdo, me gustaría no serlo tanto. Cuando se trata de alcanzar objetivos, si depende de trabajo y empeño, no suelo fallar. No vale rendirse antes de empezar: hay que intentarlo siempre. Soy fiel a la idea de que, lo poco que puedas hacer, debes hacerlo. Todo suma.
La publicidad es un reflejo de la sociedad. La única publicidad que pretende cambiar algo es la institucional. Esto es así. Es de primero de marketing. La publicidad no busca cambiar el mundo. La publicidad quiere vender por lo general logrando que te identifiques con el mensaje.
Hace mucho tiempo que me vengo fijando en la publicidad con cierta distancia. Quiero creer que influye poco en mis decisiones de compra. Al menos, lo intento, aunque es difícil sustraerse.
La publicidad, en general, está llena de mujeres jóvenes, guapas y, en muchos casos, exhibiendo cuerpo en actitud sensual. En todos los soportes posibles. Había una canción de Pedro Guerra (cantautor canario, no confundir con el dominicano Juan Luis Guerra) que decía “estás enfermo si piensas todo el día en el sexo (…) pero hay una mujer desnuda en cada tarro de yogur, en las hojillas de afeitar, en la pasta de los dientes y a la hora de cenar”. La compuso en año 1997.
Es cierto que, desde entonces, sí tengo la sensación (es una impresión personal) de que la cosa ha cambiado levemente. Hay una ligera tendencia a colocar a la mujer en otros papeles de corte más cosmopolita y profesional. Por ejemplo, ahora salen mujeres conduciendo, aunque sigue habiendo muchas dando la merienda, a ser posible en la cocina.
Algunas marcas han tratado de intercambiar papeles: ellos en el papel de hombres objeto y ellas disfrutando de la vista, en un rol típicamente masculino. Es una combinación que me desagrada; no creo que sea un avance. No me gusta la mujer objeto y no creo que la solución sea ponerlos a ellos en la misma situación. Exhibir personas como bellos ejemplares no me agrada; más me parece que ellos empeoran en lugar de mejorar nosotras, aparte de darnos un rol claramente masculino con el que no me siento nada identificada.
La mujer en la publicidad para mujeres
Pero lo que más me sorprende es la publicidad dirigida expresamente a mujeres. También está plagada por mujeres jóvenes, bellas y, en muchos casos, exhibiendo cuerpo en actitud sensual. O sea, igual que la dirigida a los hombres.
Tiene lógica la exhibición de cuerpos perfectos cuando se trata de cosmética. En estos casos el mensaje consiste en hacernos creer que lograremos ese cuerpo esbelto y provocar que compremos. Tiene su lógica. Aquí podríamos abrir un debate sobre el bombardeo constante e inmisericorde para ser bella y perfecta y joven y tersa y turgente y absolutamente ideal… pero no es éste mi objetivo ahora mismo.
Pero, ¿qué pasa cuando se trata de la publicidad para vender otros productos para mujeres, distintos al de la cosmética corporal? Un bolso, un perfume, ropa.
Pongo algunos ejemplos recientes. Un anuncio del invierno pasado: una actriz joven, de talento reconocido, se contonea entre sábanas blancas y miradas sensuales a la cámara para anunciar corsetería. En principio parece una puesta en escena lógica, es ropa interior para que te sientas sexy. Pero resulta que el anuncio promete un sujetador más cómodo. Me chocan las neuronas: ¿si es para ir más cómoda, que hace ahí retozando? No entiendo nada. La prenda ni se ve. La chica, muy mona.
Otro comercial que me llamó la atención hace ya unos años fue de una marca de esas carisísimas. En él una joven desnuda, con zapatos de tacón y labios rojo refulgente sostenía un bolso en la mano. Aparecía tumbada sobre un sofá tipo Luis XV con la espalda arqueada y la boca entreabierta. Sabías que era un anuncio de bolsos si conocías la marca. Si no, podría haber sido un anuncio de sofás antiguos, o de zapatos, o de lo que se te ocurra que puedes hacer en semejante situación.
Hay un tercero, de hará cosa de un año. Una marca de cosmética femenina se solidarizaba con la lucha contra el cáncer de mama. La foto llevaba su correspondiente lazo rosa y en ella aparecían tres mujeres, jovencísimas, delgadísimas, de piel de marfil y mirada casi transparente, desnudas de cintura para arriba. Una miraba directamente al lector y las otras dos, hacia no sé dónde. Estaban las tres tan juntas que sus torsos casi se tocaban.
Ninguno de los tres anuncios ha provocado nunca ningún tipo de reacción. Los dos primeros los encuentro absurdos. El de las tres muchachas de pechos desnudos me pareció un insulto, directamente. ¿Alguna puede imaginar una campaña de concienciación de cáncer de próstata con una foto a todo color de Cristiano Ronaldo luciendo calzoncillos?
¿Qué nos pasa a las mujeres? Ya no se trata de cómo nos ven los hombres, se trata de cómo nos vemos nosotras. Para un hombre, el cuerpo de una mujer es un reclamo sexual. No me parece lo mejor, ni siquiera medio bien, pero tiene su punto de lógica. Pero ¿qué es para una mujer? Tenemos tan interiorizado ese rol de objeto sexual, de reclamo publicitario que vale para todo, que ya ni nos lo cuestionamos. Asusta ver lo ajenas que vivimos a esta forma de visión machista de la mujer que se ha introducido en nuestras vidas, que consentimos y validamos cada vez que pagamos un producto anunciado de esta manera.
La publicidad cambiará cuando cambie la sociedad. Porque la publicidad no es para cambiar la sociedad, sino para que nos identifiquemos con el mensaje y compremos. Y por ahora, hasta donde yo sé, a ninguna de las marcas de los tres anuncios le va mal. O sea que, en general, nos identificamos. Y mientras no dejemos de aceptarlo, no va a cambiar.
Apéndice
Una vez terminada la redacción de este post, esta foto me ha “agredido” en Twitter. Agredir, ésa es la palabra. Es el podio de una carrera ciclista femenina de profesionales. Me ha dolido la imagen. Estoy segura de que las ciclistas no han podido reaccionar a tiempo; quiero creerlo fervientemente. Respecto a las otras cuatro, no hago más que preguntarme ¿qué nos pasa a las mujeres?
Ando de resaca. Igual que Begoña Marañón tras el 8 de Marzo. Igual que una jovenzuela, tras un sábado de parranda, un domingo por la mañana; o un señor de mi edad todavía un martes.
Ando de resaca, de resaca emocional, porque acaban de pasar varias cosas reseñables en mi vida. Tranquilo todo el mundo: no pienso aburriros con un relato de mi previsible existencia. Voy a pasar un poco por alto otros acontecimientos y me voy a referir sobre todo al segundo aniversario de Doce Miradas, porque el poso que me ha dejado compendia bastante bien todas las demás consecuencias y efectos.
Reflexiones
La resaca, qué os voy a contar, afecta al cuerpo, al alma y, por consiguiente, al intelecto, que es de donde me han brotado estas cavilaciones que paso a exponeros.
No es que lo haya aprendido ahora, pero sí se me ha hecho más evidente: nos necesitamos. No nos queda otra. Las mujeres tenemos que apoyarnos, que arroparnos unas a otras. Tenemos que mantener tensa la red de seguridad, para poder arrojarnos confiadas en que nos recogerá, nos sujetará e impedirá que nos estrellemos contra el suelo. Por eso debemos cuidar bien las redes, alimentarlas con sororidad, con camaradería. No nos queda más remedio que mimar los lazos débiles y colaborar.
Y eso lo tenemos que hacer cada una en la medida de nuestras posibilidades, muchas o pocas, cada una en su terreno, donde se mueva a gusto, cada una con sus filias y sus fobias, sabiendo dónde tenemos los límites y asumiendo nuestras incoherencias y contradicciones. No se nos puede olvidar que, si queremos cambiar el mundo, quizás tengamos que comenzar por cambiar nosotras mismas; pero sin sufrimiento, sin violentarnos, poquito a poquito, sabiendo adónde queremos llegar y adónde no.
Regañina
El mismo día del aniversario Begoña Beristain nos hizo a Macarena Domaica y a servidora de ustedes una entrevista en su programa de Onda Vasca y nos preguntó, entre otras cosas, por qué incomoda tanto el feminismo, por qué levanta ampollas, por qué, como nos decía también María Silvestre, hace que el alumnado se remueva nervioso en sus pupitres cuando se trata en la universidad.
Le contesté a Begoña Beristain que el feminismo escuece porque nos interpela, porque nos cuestiona, porque pone en entredicho nuestra identidad, nuestra actividad y nuestra vida entera; porque tiene que ver con todo.
Y, como siempre sucede, después de la charla en la radio, pensé: “Ay, qué boba soy. Tenía que haberle dicho que…”.
Pero gracias a los cielos este es un blog colaborativo y tengo un hermoso espacio para expresar lo que no dije entonces. Allá va.
El feminismo incomoda a los hombres, es evidente, porque presenta como privilegios lo que algunos creen que es normalidad, porque subvierte el orden social en el que reinan, en el que gratis et amore les corresponden servicios y prerrogativas por el simple hecho de ser varones.
Pero a las mujeres también nos incomoda. Sí, me incluyo por completo en ese “nos” y aquí viene la regañina que me hago a mí misma. El feminismo me molesta porque me dice que yo tampoco he asumido del todo la igualdad, que tengo mucho que aprender y mucho que mejorar, que no me porto bien con las demás mujeres. Me incomoda porque me tira de las orejas, y no precisamente para felicitarme, cuando se me escapa un comentario malévolo sobre el físico de otra mujer, cuando soy insolidaria, cuando no tengo piedad, cuando despellejo a una porque saca los pies del tiesto, porque ataca una norma que yo había acatado, cuando me escuece que otras se atrevan a ser más libres.
También me da rabia el feminismo cuando me doy cuenta de que tengo mucho más en cuenta las opiniones de los hombres que las de las mujeres, aprecio y valoro más sus obras, su trabajo, sus productos, su cultura.
Y vuelvo al “nos” para afirmar que, cuando nos descubrimos haciendo esas cosas que odiamos que nos hagan a nosotras, el feminismo, como un espejo cruel, nos devuelve una imagen que no nos gusta.
Recompensa
Como quiero acabar este artículo de manera cordial y apacible, os cuento cuál es el trofeo que me llevo a casa como quien arrebata un tesoro ajeno: es la complicidad.
La complicidad, tal y como yo la entiendo, prende en un momento mágico en el que una chica de cualquier edad te coge suavemente del brazo, se te acerca un poco y te dice en voz bajita y chispeante algo que es solo para ti y para ella, algo que, como en las bodas, o se dice entonces o se silencia para siempre jamás, algo luminoso, algo espléndido, algo que quiebra una cadena, una atadura, que estalla y derrama flores, que te hace reír y te deja paz.
Esa es mi recompensa. El 28 de mayo viví varios momentos de esos. Por uno solo de ellos merece la pena todo.
Olga Jiménez (@olgajise). Nací en Vitoria. Tengo 42 años de los que 22 han sido de absoluta dedicación a la radio. Los últimos 14 dediqué toda mi pasión y mi vida a la Cadena Ser para contar el deporte y algo más. Recibí con emoción el premio Tiflos Once de periodismo 2015 por mi reportaje “Te doy mis ojos”. Desde hace un año emprendí con mi amigo Mikel el proyecto DXTFEM @dxtfem dedicado al deporte femenino. Como nada es perfecto, desde hace un mes, me han aparcado de mi profesión para enviarme a la cola del paro. Ni eso me ha restado ilusión por seguir ejerciendo como periodista.
Los Juegos Olímpicos de Londres fueron el punto de inflexión para plantearnos la necesidad de crear un portal dedicado al deporte femenino. Los éxitos de las deportistas y equipos femeninos en aquella cita olímpica fueron la confirmación del crecimiento de la mujer en el ámbito deportivo, más allá de la excepcionalidad.
El arranque de la web debía ser en nuestro territorio. La provincia de Álava, y sobre todo su capital Vitoria con 240.000 habitantes, presume de ser “ciudad del deporte”. No es para menos, ya que reúne las infraestructuras y condiciones idóneas para la práctica de cualquier modalidad deportiva. Reducto de las mejores gimnastas en una década dorada con las Niñas de Oro de Atlanta o la gran Almudena Cid, el presente nos situó en el millón largo de telespectadores que vieron en directo el combate de la luchadora alavesa Maider Unda y su celebrado bronce en Londres.
Así que en abril de 2014, con la propia Maider Unda y la jugadora de balonmano Eli Pinedo como madrinas de DXTFEM nace esta web pionera en España.
Un año en el que la reflexión es positiva pero con margen de mejora. El deporte femenino tiene interés, lo confirmamos. Quizás hasta el momento la invisibilidad en los medios de comunicación presuponía un interés residual, pero no es cierto. El público demanda en función de la oferta, es decir, primero hay una fase de aclimatación, como los montañeros, donde quien quiere información sabe que la puede obtener por determinados cauces, después otra fase de familiarización, y después de normalización, leer o escuchar información deportiva femenina como otro contenido más y frecuente: nada de extraordinario.
El deporte femenino contado con naturalidad, quizás la fórmula y el secreto de DXTFEM. Las deportistas saben que tienen un sitio, y son ellas las que también han utilizado este escaparate para ellas y su entorno.
Ellas, siguen estando un escalón por debajo. No es nuestro objetivo marcar siempre una comparación con lo masculino. Ni es nuestro estilo ni lo será. Sin embargo, la profesionalización del deporte femenino está a años luz del masculino. Quienes viven de su deporte, las menos, son privilegiadas. La inmensa mayoría compagina su modalidad con estudios, muchos de ellos universitarios, o sus trabajos. Llegada cierta edad, la tendencia es a abandonar el deporte para pasar a otras etapas como la maternidad y la familia. Esa es la realidad que constatamos a través del contacto diario con ellas.
Los apoyos son pocos. Las instituciones han despertado, conscientes de que el deporte femenino ha dado un salto cuantitativo en número de practicantes y cualitativo en éxitos. Las modas, por llamarlo así, también ayudan a que Ayuntamientos, Diputaciones o Gobiernos Autonómicos presten pequeñas o medianas subvenciones como apoyo fundamental para determinadas estructuras en algunos clubes. Las federaciones pueden hacer más, mucho más. Sin embargo, también es cierto que el altruismo en puestos directivos no permite una dedicación exclusiva para lograr mayores apoyos. Mientras no haya una conciencia de profesionalización en determinados estamentos, siempre habrá una sensación de que las mujeres se dedican al deporte como “hobbie” y de manera “amateur”. Sentar las bases de proyectos serios, es fundamental para que también se tomen más en serio las carreras deportivas de muchas mujeres.
Carreras deportivas que deben desligarse de una vez por todas de determinados estigmas. La mujer que practica determinados deportes relacionados con el mundo masculino, por ejemplo, el fútbol, sigue siendo mujer y deportista. Atrás quedaron los tópicos de “marimacho” o adjetivos similares. Suena a añejo y trasnochado. El hecho de que en los colegios, en edades tempranas, niños y niñas formen equipos mixtos y practiquen diferentes deportes, en lo que se ha dado en llamar, al menos en Euskadi, “MULTIDEPORTE” ayuda a que la normalización y normalidad sea la tónica general, sin distinción de sexo en función del deporte. Se acabó aquello de los niños fútbol y las niñas gimnasia rítmica. Cada cual podrá elegir en función de sus preferencias y talento, no en función del sexo.
En Europa, países como Noruega, Dinamarca, Francia, nos llevan ventaja en cuanto a la relevancia del papel de la mujer deportista. Todo es cuestión de que nuestras referentes que lo son por sus éxitos incontestables, dícese de la nadadora Mireia Belmonte o la jugadora de bádminton Carolina Marín, por poner dos ejemplos, sigan teniendo su sitio en los medios. Lo tendrán en la medida que consigan éxitos. Eso es una realidad, pero al menos, periódicos deportivos nacionales, de clara vertiente futbolera, se han tenido que rendir a la evidencia, abriendo en sus portadas con los éxitos de ellas, en lugar de los goles de ellos.
La experiencia de este año en Álava y el trabajo desarrollado ha tenido repercusión. Nuestra web es ya una herramienta de referencia para otros medios de comunicación locales y autonómicos. El seguimiento en las redes sociales trasciende cada vez que hay una noticia de impacto. El premio a este esfuerzo es la ampliación de nuestro portal de deporte femenino a Euskadi. El interés del Gobierno Vasco a través de sus departamento de deporte y de igualdad ha desembocado en un proyecto que se amplía también a Vizcaya y Guipúzcoa, en una apuesta por unificar todo el deporte femenino vasco en esta web, como referente y exponente claro de deportistas y aficionados, así como público en general.
Desde DXTFEM los objetivos se amplían y nunca nos conformamos. El siguiente paso, será una mayor expansión en el ámbito nacional. Los cimientos ya están, hace falta un compromiso real y firme por estamentos deportivos e instituciones que consideren necesarias este tipo de plataformas para consolidar y repetimos, normalizar el deporte femenino.
Recientemente he tenido oportunidad de reencontrarme con Anna Freixas Farré(Barcelona, 21 de julio de 1946). Cité a Anna en mi post “De mayor quiero ser…”. Y como creo que el intercambio intergeneracional de saberes es muy enriquecedor, le propuse a Anna conversar con ella, una mujer cuya sonoridad catalana y su gracia cordobesa me conquistaron cuando la escuché por primera vez. Estoy segura que volveremos a encontrarnos para compartir saberes, anécdotas, risas y trucos y para seguir tejiendo redes de sororidad. A continuación, nuestra conversación. ¡Que la disfruten!
En primer lugar, Anna, me gustaría que nos hablaras de ti ¿cómo te definirías?
Soy una mujer mayor, tratando de encontrar mi lugar en el mundo. Cosas importantes en mi vida: tener a mi hijo que es una persona empática, incorporarme al feminismo, disponer de una red de mujeres con las que he compartido lecturas, pensamientos, vivencias. Mantener mi red familiar y de amistades en mi ciudad de origen (Barcelona), a pesar de vivir tantos años en Córdoba. Lo que he aprendido de mujeres más mayores que yo que me han ofrecido su conocimiento y experiencia. Y lo que he aprendido de mujeres más jóvenes, de mis alumnas y mis alumnos.
¿A qué se dedica una profesora universitaria jubilada (y jubilosa)?
La jubilación es un tiempo complejo. Es la primera vez en la vida que tienes que decidir cada día el programa a seguir. Antes, la escuela, el trabajo, la vida familiar, etc., marcaban el horario y el contenido. Ahora tienes que dar sentido al día a día, tratando de que no se te escape la vida en las mil cosas que surgen y requieren tu atención.
Dedico algo de tiempo al capítulo ‘cuerpo/salud‘. Voy a Pilates, trato de andar un rato todos los días. Las relaciones ocupan también una parte de mi día: hablar con mis hermanas y mis amigas desperdigadas por el ancho mundo, encontrarme con ellas o conversar por skype, email, teléfono con personas cuya vida me importa y cuya conversación contribuye a mi bienestar.
Entre ellas se encuentran mujeres jóvenes para las que mi opinión puede significar una orientación y la suya para mí una nueva ventana a la vida, al aprendizaje; mujeres más cercanas a mi edad que me permiten sentirme cómoda en el mundo, compartir actividades, descubrimientos, lecturas; y mis amigas mayores cuyo transcurrir por la vida me indica la senda para el buen envejecer.
Desde hace siete años participo en un coro, actividad lúdica que requiere también estudio, tiempo y compromiso. Como sigo ‘activa’, sigo formándome. Y en mi tiempo libre me gusta cantar en el coro, leer, cuidar las plantas, salir a andar, ver películas y series, escuchar música…
¿Para qué usas habitualmente Internet?
Para consultar el correo electrónico, leer periódicos, ver películas, organizar mis viajes, gestionar mis cuentas del banco, mirar el tiempo, leer páginas dedicadas al cine (críticas, valoraciones…), leer algunos blogs de temas que me interesan ―feminismo, literatura, cine―, hacer algún curso de inglés, traducir palabras en los textos que leo en inglés, mirar alguna receta de cocina, averiguar lo que no sé en un momento determinado… También uso un ‘teléfono listillo‘, como lo llamo yo, para mirar el correo, navegar por Internet y comunicarme por WhatsApp o Telegram. Supongo que para más cosas, que ahora no recuerdo.
Tu trabajo ha supuesto una aportación pionera en el desarrollo de la gerontología feminista. ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de las mujeres a las que has escuchado y observado? ¿Qué has aprendido con ellas?
Todo lo he aprendido de ellas. En mis investigaciones han sido ellas la fuente de conocimiento. Yo simplemente me he dedicado a ordenar y organizar sus palabras. Las entrevistas semiestructuradas en profundidad han sido mi metodología más habitual de investigación y gracias a ellas he podido conocer de cerca la realidad de las mujeres en el camino de envejecer.
Me ha sorprendido la capacidad para adaptarse a lo nuevo, para vivir sin demasiado drama lo que la vida les ha ido ofreciendo.
Se ha reeditado vuestro trabajo Abuelas, madres, hijas ¿Cómo surgió y qué podemos encontrarnos en él?
Este trabajo tiene su origen en un proyecto de investigación de I+D+I. Es fundamentalmente una reflexión sobre las ideas, creencias y mandatos que hemos recibido acerca del hacernos mayores. Con los temores y las libertades que todo ello puede implicar.
Es sobre todo una experiencia maravillosa de puesta en común entre mujeres muy diversas, porque no solo había una horquilla de edad de más de 50 años entre las mayores y las jóvenes, sino que dentro de ellas había mujeres con niveles socioculturales muy muy diferentes.
¿Qué recuerdos tienes de tu abuela y de tu madre?
Pienso en mi abuela materna ―curiosamente no en la paterna que era una mujer invisible― que era un ‘personaje’ potente, categórico, con un alto nivel de exigencia y de orgullo personal y del clan familiar que ella contribuyó a organizar y a sostener con numerosas actividades y celebraciones que mantenía unida a toda la familia. Era una mujer empoderada ―como diríamos hoy―. Se mantuvo abierta a la cultura ―a pesar de no tener muchos estudios, como era normal en su época― y sobre todo, a la novedad y la modernidad.
Mi madre ―digna hija de mi abuela― era algo más difícil e imprevisible. De ella tengo recuerdos contradictorios, que han ido suavizándose con los años. Quizás porque ahora soy más benevolente o porque Dolores Juliano me ayudó a pensar en «quecada madre hace lo que ‘puede’ en cada momento». Ahí, bajé el listón!
¿Cómo nos relacionamos las mujeres entre nosotras?
Los vínculos se nos dan muy bien. Somos expertas creadoras y mantenedoras de ellos y eso nos da una enorme confianza y tranquilidad para afrontar las diversas sorpresas con que nos obsequia la vida.
Tememos el conflicto. No nos gustan los desencuentros y nos sentimos mal en ellos, quizás porque tememos la pérdida del afecto, el desamor, el abandono de las personas que constituyen nuestra red más cercana.
Las relaciones intergeneracionales son una fuente de salud para las mujeres de todas las edades. Salud física, mental, integral. En ellas nos transmitimos conocimientos, serenidad, lucidez, libertad…
¿Qué (pre)ocupa a las mujeres mayores?
Una de las cosas que más preocupa a las mujeres mayores es tener que depender de alguien. Que llegue un día que tengan que pedir favores y no puedan ser ellas las que resuelven todas sus cosas y también las de los demás.
Cuidamos a lo largo de la vida, pero llegado el momento no tenemos la humildad suficiente para pedir ayuda y recibirla sin sufrir.
Temen la dependencia física y en muchos casos también la dependencia económica. Especialmente aquellas que hicieron opciones amorosas que las han apartado del mercado laboral y, llegado el momento ‘de la verdad’, el dinero para vivir no puede improvisarse.
Reivindicas el «ser vieja«. ¿Por qué rechazamos la vejez?
Básicamente por la desvalorización que la sociedad tiene de la vejez, en la que ser viejo o vieja supone estar decrépita, enferma, ser fea y desagradable a la vista. Para muchas personas la vejez contiene la idea de entrar en un terreno devaluado, ser considerada un estorbo.
No podemos ser mayores y jóvenes a la vez. Por lo tanto, tenemos que revisar la definición de la belleza en la que solo se incluye el modelo del cuerpo joven. Definir una belleza de la edad, de las personas mayores, una belleza de las relaciones, del espíritu de cada persona.
Somos un enorme negocio para la industria (cosmética, médica, estética), que no respeta nuestro cuerpo y nuestra vida. Que nos enferma y además nos arruina, porque todo eso no es precisamente barato.
Otro trabajo muy esperado es tu libro sobre sexualidad en las mujeres mayores. ¿Qué nos encontraremos en él? ¿Cuándo saldrá a la venta?
Con este trabajo, fruto de otra investigación de I+D+I, pretendo normalizar la conversación acerca de la sexualidad de las mujeres después de la menopausia. Darle carta de naturaleza y que, entre todas, podamos romper muchos de los mitos que la envuelven.
En él podemos encontrar las palabras y experiencias de más de 700 mujeres cuyas vivencias y deseos van del cero al infinito, porque también en este temas somos muchas, muy diversas y cabemos todas.
Está claro que la sexualidad no termina en la menopausia, el deseo permanece, se transforma, se potencia; pero también es cierto que no es un mandato ni una obligación. Para muchas mujeres prescindir de la sexualidad es una decisión que parte de su libertad. Me parece muy interesante este mosaico de posibilidades. Nada es blanco o negro. Espero que esté disponible a finales de este año 2015.
Además de leer y poner en práctica tu libro «Tan Frescas…«, ¿qué consejos darías a las mujeres mayores del siglo XXI para vivir nuestras vidas en plenitud?
Es difícil dar consejos, porque lo que para una mujer es un deseo para otra es un horror. Pero hay algunas cosas que nos vienen bien en el camino de la vejez:
Pensar que ‘nunca es tarde’ y que por lo tanto podemos incorporarnos a actividades, temas, y vivencias que deseamos pero que no hemos puesto en práctica hasta el momento.
Tenemos que poder decidir qué tipo de anciana queremos ser y poner en práctica lo que nos llevará a conseguirlo. No tenemos modelos, así que entre todas podemos conversar y ayudarnos a ver el camino de cada una.
Tenemos que aceptar nuestros cuerpos cambiados a lo largo de los años, sin sufrir demasiado. Reivindicar una moda cómoda y con estilo, no someternos a torturas y negocios de la industria cosmética. Darnos permiso para ser raritas, diferentes, divertidas. Querernos, cuidarnos, reírnos mucho.
¿Y a las mujeres más jóvenes?
Creo que los mismos consejos valen para ellas, porque si trazan su camino, se aceptan corporalmente, piensan en su futuro, se quieren y se ríen, pueden llegar a ser unas frescas de cuidado.
¡¡Muchas gracias, Anna por compartir tu frescura y tu forma de ver la vida!!
Conferencia de Anna Freixas Farré en la Escuela para la Igualdad y el Empoderamiento del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz (13 de mayo de 2015)
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