Mujer y publicidad: hipervisibilidad vs. invisibilidad

marzo 25, 2014 en Doce Miradas

Vivimos en la era de la protección, la era de las políticas de privacidad, de la famosa Ley de Cookies, algo que valoramos y defendemos cuando interactuamos en el ecosistema digital. ¡Bien hecho! Sin embargo, es sorprendente la despreocupación con la que abrimos la puerta de par en par a los medios de comunicación (televisión, radio o prensa) y dejamos, de manera inconsciente, que impactos que van directos a las meninges se cuelen en el hogar, independientemente de la edad del receptor.

La publicidad es una forma muy poderosa de comunicación social, es el “arte de convencer a los consumidores”, el puente entre el producto y la clientela. A nadie se le escapa que, además del objetivo principal de venta, la publicidad tiene una gran influencia en la sociedad de consumo: marca tendencias, crea valores sociales y contribuye a la construcción de estereotipos de género, sexo o raza, entre otros.

El marketing trata de reflejar la realidad de forma idealizada y, es por esto que, se vende a partir de los deseos y se compra para que esos deseos se hagan realidad; en la acción de compra adquirimos un objeto con cuyos atributos queremos identificarnos y, de esta manera, los objetos adquieren identidad propia. Lo apuntaba Charles Revson, ejecutivo de Revlon: “En la fábrica hacemos cosméticos, en la tienda vendemos esperanza”.

Los anunciantes utilizan la figura femenina como una de las mejores fórmulas de persuasión para fomentar el consumo desde un doble rol:

– Como sujeto. Los mensajes publicitarios se dirigen fundamentalmente a la mujer como agente de mayor peso en las decisiones de compra de la unidad familiar. No en vano, alrededor del 80% del total de las compras se realiza por mujeres, tanto para el consumo personal como para el hogar, para hijas/os y, en demasiadas ocasiones, para el marido/pareja.

– Como objeto. Las marcas abusan de la figura femenina como instrumento de persuasión, como reclamo para la venta -incluso cuando no existe relación entre la imagen que muestra el anuncio con el producto anunciado- dejando de lado la capacidad intelectual que ésta posee.

La publicidad se ha ido transformando y adaptando a la evolución de la sociedad; los formas se han modificado, pero no el fondo. La representación de la mujer, sostiene Gérard Imbert (Catedrático de comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III), “ha pasado de ser invisible a ser hipervisible (…) una hipervisibilidad como cuerpo. La hipervisibilidad del cuerpo femenino no implica representación real de la mujer, por lo que ¡paradoja!: la hipervisibilidad de la mujer se convierte en otra forma de invisibilidad”.

Mujer y publicidad sexista

Campaña publicitaria: Dolce & Gabbanna, Ryanair y BMW.

¿Cuáles son los estereotipos que se consideran más interesantes para la venta?

Del imaginario social femenino, que los anunciantes proyectan a través de los comerciales, surge la mujer ideal, feliz, espontánea, inteligente, respetable, socialmente aceptable, deseable e influyente. Es complaciente y servicial, físicamente delgada, con el cuerpo perfecto y facciones clásicas, bella.

La mujer objeto, sin calidad de persona -fragmentada en distintas partes: labios, pelo, piernas, etcétera- se utiliza para vender casi todo tipo de producto. Es un clásico en los comerciales de perfumes, desodorantes, cirugías, bebidas, ropa, cosmética y un largo etcétera, en los que resulta más interesante aparecer que ser. Un ejemplo claro son los spots de coches en los que figuran señoras estupendas junto a un estupendo vehículo para asociarlo, tanto con la belleza y la seducción que ella representa, como a la conquista por parte del caballero.

La mujer ama de casa. Utilizada en marcas de productos de limpieza y cuidados, es también madre, trabajadora, sabia y paciente. Se margina y se ubica a la mujer en el espacio exclusivo de la cocina o el cuarto de baño, atenta a cualquier fallo de la estructura doméstica o preocupada por el estado de la familia. Eso sí, la figura masculina entra en escena en el momento en el que hay que resolver cualquier reparación doméstica, por mínima que ésta sea.

La publicidad evoluciona a la par que lo hace la sociedad. ¿En serio? Los anuncios reflejan parcialmente la figura de la mujer trabajadora, ejecutiva, resolutiva y autónoma. Llama la atención que esta imagen se proyecta en comerciales relacionados con la belleza femenina, como si la belleza fuera la razón de su posición. Incluso la liberación de la mujer se ha convertido en un tópico utilizado como argumento para la venta. La mujer “liberada” es hostil, agresiva y despectiva con los hombres; un estereotipo representado mediante la firmeza y el simbólico “tortazo”, una mujer vana y consumidora, que compra por comprar, por la satisfacción ilimitada que le produce el acto de compra.

El descrédito se perpetúa a través de la selección de los aspectos más extravagantes o provocativos de los roles considerados típicamente femeninos, bien de forma explícita o bajo prácticas subliminales, utilizando técnicas de creación de estímulos para introducir mensajes de manera inconsciente. Aquí tenemos algunos ejemplos:

Mujer y publicidad

Campaña publicitaria: Heineken, Magnun y Axe.

Al igual que apuntaba Ana Erostarbe en su último post “Sobre la mujer en los medios de comunicación y por qué la voz importa”, la forma en la que las mujeres son proyectadas y percibidas, a través de los medios de comunicación y la publicidad, sustentan imaginarios discriminatorios aceptados como estándares de la sociedad respecto a lo que es o debe ser la mujer ideal. Cuesta comprender la razón por la que pasamos por alto, con total parsimonia, las representaciones que se hacen de los roles femeninos y dejamos a las “Cookies” instalarse cómodamente en el imaginario social.

Por último, si la lógica de mercado lleva a fundamentar las estrategias de marketing en la proyección de estereotipos, podemos concluir que una lógica contraria, por minoritaria, no resulta atractiva para las marcas. Un argumento más que nos sitúa en el “hemos avanzado, sí, pero no tanto”.

 

 

El futuro ya no es lo que era

marzo 18, 2014 en Miradas invitadas

Itziar ElizondoItziar Elizondo (Donostia).
Licenciada en Periodismo por la UPV, ha sido jefa de prensa de Emakunde, asesora de Políticas de Igualdad en la Diputación de Córdoba y coordinadora de proyectos de género en Fundación Directa. Socia fundadora de e-mujeres.net, es coautora “Nosotras 2.0. Mujeres y Redes Sociales” (Ameco, 2011) y “El burka como excusa” (Ed. Saga, 2010).

El futuro iba a ser, por fin, nuestro. Nuestro porque habríamos conseguido reunir toda la inteligencia colectiva necesaria para vivir una vida plena. Una vida en la que el trabajo, el ocio, la cultura, se habrían confabulado para dignificarnos como seres humanos. Por fin habríamos dado en la diana, después de siglos y siglos de brutalidad y barbarie en todas sus formas.

El progreso científico, económico, cultural y social habría permitido un reparto equitativo del trabajo y la riqueza, lo que nos habría llevado a disfrutar del tiempo de una forma equilibrada y feliz: tiempo para cultivarnos, tiempo para amarnos, tiempo para estar solas y solos, tiempo para la amistad y la vida social. Es decir, tiempo para trabajarnos como trabajadores y como personas.

El futuro, nuestro futuro, iba a ser eso: un aliño de vida griega clásica con tecnología. A partir de ese cóctel multiépoca nos habríamos liberado de las pesadas cargas de la supervivencia para habitar formas de vida más imaginativas, afanadas en descubrir y crear; vidas en las que el bienestar de las y los otros constituiría la garantía del nuestro propio.

Y todo ese futuro estaba ahí, a pesar de la bulimia endémica del consumismo. Esa debilidad alimentada por los intereses corporativos nos había construido previamente como seres expuestos a prostituciones de toda índole. Y, sin embargo, lo habríamos conseguido: sociedades en que la racionalidad ilustrada se habría impuesto a la irracionalidad de las religiones, a las dictaduras macroeconómicas, a las esclavitudes consumistas, a las macroverdades del sistema patriarcal. Y nos habríamos salvado. En algún momento del futuro, nos habríamos salvado.

Pero una mañana de 2008, un palabro con connotaciones nauseabundas desencadenó una turbulencia a escala global que cambió nuestras vidas y, de paso, nuestro futuro.

Hipotecas basura, las bautizaron los teólogos económicos.

Y a partir de ahí, ese futuro que podría haber sido nuestro se resquebrajó.

Porque nuestro presente se ha convertido en la selva capitalista en toda su expresión: ayudas, ayudas y ayudas a los bancos (que, sin embargo, no las utilizan para dar crédito a empresas e individuos) y recortes, recortes y más recortes al sistema del bienestar, con la excusa de que es inviable económicamente. No cejan en una cruzada informativa que pretende poner la responsabilidad del descalabro en las conquistas de derechos sociales para tapar a los auténticos responsables: la jauría depredadora del capital que saquea y corrompe para imponer su ley.

Así, en este presente descalabrado, informe y atemorizado, ellos y sus ansias carniceras están construyendo el relato del futuro que les conviene.

Por ahora.

La crisis económica ha servido para evidenciar la auténtica crisis que nos (pre)ocupa: la crisis de la representación y de la gestión política. Las y los políticos europeos se muestran incapaces de defender los intereses generales de la ciudadanía frente al totalitarismo de mercados y corporaciones, cuyas decisiones hoy por hoy aniquilan derechos elementales impunemente.

Porque ahora tú, sí, tú, no eres más que un recurso nimileurista (no te quejes: si ganas mil euros, considérate un recurso humano bien pagad@), a quien más te vale no caer enferm@ ni tener demasiadas aspiraciones universitarias, si careces de recursos económicos. Ni se te ocurra ser mujer monoparental, ni tener un momento de debilidad vital que te impida ser un recurso eficaz, que es para lo que has nacido. Te echarán de la empresa sin más contemplaciones, porque con las llamadas reformas estructurales ya no eres una ciudadana, un ciudadano, una persona con fortalezas y debilidades.

Un robot sin fisuras. Eso es lo que eres, a ver qué te habías pensado.

Un robot obligado a mostrar constantemente su valor añadido: no supones un gasto para el Estado y en tu trabajo no eres –todavía- sustituible, porque produces según los cánones. Y si estás en paro, es tu culpa, porque te lo has montado muy mal, no eres más que el resultado de tu falta de inteligencia estratégica como recurso.

Con este presente, si quieres habitar su futuro tendrás que supeditarte sin matices a sus reglas y a su modelo. A esas reglas que ellos mismos se cargan, como aquella neoliberal de que no hay que proporcionar ningún tipo de ayudas, a no ser de que se trate de los bancos, claro. O el de la libre competencia, cuando se trata de favorecer a amigos o familiares. Y todo con dinero público, claro está.

En lo que respecta al modelo, no sabemos exactamente lo que están tramando. Porque parte del ideario capitalista se basaba en la utopía del progreso, en que la siguiente generación viviese mejor que la anterior y tuviera mayor capacidad de consumo para que la maquinaria funcionase.

Todo apunta a que esto es un laboratorio de pruebas para alcanzar la perfección en un estadio superior de capitalismo. Un capitalismo perfeccionado en el que las reglas de funcionamiento, cuando existen, benefician al capital. El valor trabajo está depauperado. Siempre hay mano de obra más barata en alguna parte. Y cuando los chinos comiencen con esa antigualla de las reivindicaciones laborales, recurriremos a los africanos. Por ahora, ya se ha alcanzado un objetivo importante: aniquilar el modelo social-capitalista europeo con el consentimiento de políticos y alguna protesta ciudadana (movimiento 15M).

El futuro de cualquier sociedad está en la educación, en la investigación y en la cultura. A tenor de las medidas impulsadas por el gobierno conservador español, el futuro de ese territorio llamado España está en ser la pandereta del pasado. Un país repleto de camareros baratos para el turismo y para el consumo interior bruto de bares. Las y los jóvenes más preparados, más emprendedores, y con más capacidad de riesgo están abandonando la España cañí para emigrar a otros países con oportunidades laborales de acuerdo a su formación. Si el modelo alcanza su esplendor, dentro de nada ni eso. Sólo tendrán acceso a un nivel superior de estudios quienes se lo puedan permitir económicamente, y el resto a matarse por una beca.

No nos queda otra que reivindicar la política en mayúsculas. Ello implica el compromiso y la participación de la ciudadanía en todos los frentes, off y online. Vivir, en ese futuro que nos han robado, es una forma de acción política. Cada cual, en su día a día y lugar: en la escuela, en la visita al médico, a la hora de contratar un servicio, opinando en las redes electrónicas. Y, por supuesto, con el voto.

Es eso, o que desaparezca nuestro futuro. Nuestro futuro como ciudadanas y ciudadanos.


La empresaria islandesa Halla Tomasdottir es una firme partidaria de incorporar women values para superar la crisis. En 2007, Halla y su socia, Kristin Petursdottir, fundaron Audur Capital con el objetivo de incorporar mayor diversidad, responsabilidad social y valores femeninos a los servicios financieros. Estos valores incluyen independencia, conciencia de riesgo, comunicación directa, capital emocional y beneficios a partir de unos principios sólidos.

Sin embargo, un pequeño país, de apenas 300.000 habitantes, se ha convertido en el territorio utópico de la decencia democrática: Islandia. La isla de las mujeres, pues son ellas, las responsables políticas y económicas del país, quienes negaron la mayor a la teología neoliberal cuando saltaron las alarmas en plena crisis de deuda, en 2008 al dejar caer a los bancos en vez de rescatarlos y afianzar el estado del bienestar para proteger a las y los ciudadanos. Porque, como apuntan las economistas feministas, el patriarcado está en el origen de las desigualdades y de la desnaturalización de la actividad económica.

La fórmula islandesa para salir de la crisis ha tenido una importante componente feminista, con su primera ministra Jóhanna Sigurðardóttir, feminista y abiertamente lesbiana, a la cabeza que estuvo en el cargo entre 2009 y 2013. En unas declaraciones realizadas a El País, apuntaba: “En los años que precedieron al crash, el sector financiero había sobrepasado todos los límites, corriendo inmensos riesgos, acumulando deuda… podríamos calificarlo de juego. Era una cultura de jóvenes varones de la que las mujeres estaban totalmente ausentes. Y muchos otros actores contribuyeron a exacerbar esa cultura, atribuyendo a los personajes destacados del sector financiero cualidades estrechamente relacionadas con las nociones estereotipadas de masculinidad. Por otro lado, los estudios demuestran que una representación más equilibrada de mujeres y hombres en puestos de dirección económica se traduce en decisiones más imparciales y sensatas. Así que podemos hablar claramente de un crash de los valores masculinos”. Ya entonces todo un símbolo del patriarcado como el Financial Times, señaló que las mujeres islandesas habían alcanzado el poder para arreglar el estropicio que habían provocado los excesos de testosterona financiera. Seis años después el paro es de un 4%, y con el centro-derecha en el poder, reconstruir el Estado del Bienestar sigue siendo el principal objetivo de la acción de gobierno.

Islandia nos ha enseñado, en definitiva, que otra salida a la crisis es posible. Tal y como se señalaba en las conclusiones del IV Congreso de Economía Feminista que se celebró el pasado mes de octubre, hay que repensar el modelo económico desde una mayor aproximación a la ecología y a la sostenibilidad de la vida en el marco de un Estado del Bienestar fuerte.

Sin embargo, las instituciones europeas no parecen verlo así. La semana pasada el pleno del Parlamento Europeo rechazaba un informe presentado por la eurodiputada Inés Zuber en la que denunciaba que los principios de igualdad que defiende la UE se están yendo al traste ante las medidas de austeridad que se están implementando en la mayoría de los países del continente. Lo terrible no fue que las y los parlamentarios conservadores rechazaron en bloque dicho informe, sino que incluso algunos parlamentarios socialdemócratas, liberales y verdes también lo hicieran. Y algo peor: la poca repercusión que una noticia así ha tenido en los medios de comunicación.

Abanico de colores

marzo 11, 2014 en Doce Miradas

faviconEste post es el resultado del debate interno abierto en Doce Miradas. Recoge las opiniones de las mujeres que nos liamos la manta a la cabeza para sacar adelante este blog.

No todo son rocas. No todo son pilares inamovibles, inflexibles. No todo es blanco o negro, ni tan siquiera gris. Hay rojos; y marrones; y amarillos… Y azul marino. Aunque se compartan los rumbos, mirando siempre de frente y en la misma dirección, hay muchas formas, con diferentes miradas, para llegar a un mismo destino. A veces con grandes zancadas, otras con pequeños pasos. Pero siempre avanzando, aunque sea con rodeos. Y siempre con la intención de no ir hacia atrás.

La ley que pasará a la historia, si nadie lo remedia, con el nombre de Ley Gallardón significará desandar el camino. O al menos así lo creemos las que formamos parte de esta aventura que se llama Doce Miradas. Volver atrás, pasar a la clandestinidad. Formar parte de nuevo de lo prohibido, del delito.

De debates viejos y otras historias

De eso, de derechos, de su respeto y de la regresión que supone esta ley hablan las Doce Miradas. “Cualquier ley que nos coloque en situaciones anteriores a 1985 es retrógrada en sí misma. Si el Tribunal Constitucional ya se pronunció entonces respecto al aborto, haríamos bien en no discutirlo de nuevo ahora”, asegura Ana Erostarbe, una de las componentes de Doce Miradas. En la misma línea se manifiesta María Puente, a quien preocupa la merma de derechos de la mujer que la nueva ley comporta: “Estamos ante un retroceso descomunal e intolerable”.

Por su parte, Mentxu Ramilo considera que el diseño de esta ley “ha seguido un proceso oscurantista y nada transparente; no se han tenido en cuenta las diversas y plurales voces y miradas que vivimos en la sociedad. Y sus consecuencias serán un retroceso en libertades y garantías para las mujeres”. Arantxa Sainz de Murieta no solo habla de retroceso, sino que califica la ley Gallardón de “disparate mayúsculo, por no decir tomadura de pelo. Mientras se recortan derechos y ayudas sociales, educativas o sanitarias, nos venden un modelo de protección a la mujer y su derecho a ser madre con una postura unilateral, mal argumentada e impuesta. Recorte de derechos, rendibú a la derecha más conservadora, privatización de la sanidad y oportunidad política mal entendida son algunas de las ideas que rodean este asunto”, opina Sainz de Murieta, y toca el tema que levanta ampollas: aborto sí o aborto no.

No todo es blanco. “Sin ninguna duda, estoy a favor del derecho al aborto con todas las garantías exigibles de las instituciones públicas. Con esta ley, Gallardón y el gobierno Popular continúan ampliando la brecha por la que las mujeres ricas mantienen todas las garantías mientras que las pobres se enfrentan a riesgos innecesarios por falta de recursos”. Noemí Pastor también es rotunda: “Estoy por el derecho de toda mujer a decidir sobre su cuerpo y su maternidad, sin intromisiones, sin tutelas paternalistas, como adultas que somos, dueñas de nuestras vidas. Sin controles ajenos, sin imposición”.

Por su parte, Pilar Kaltzada se muestra partidaria “de un aborto libre y soportado en una sanidad pública y de calidad. Y también de regular supuestos razonables que garanticen el derecho a decidir de las mujeres y respeten la diversidad de circunstancias que puede conllevar una decisión de este calado. De igual manera que respeto la vida digna de las y los niños que éstas puedan alumbrar. Me temo”, continúa, “que cualquier posible ajuste que se consiga introducir sobre este proyecto, en mi opinión regresivo y cargado de pasado, implicará una rebaja en las condiciones y garantías que hasta hace muy poco estaban mayoritariamente aceptadas por la sociedad”.

No todo es negro. “Como el propio anteproyecto reconoce en su inicio, ante un embarazo no deseado se produce un conflicto de derechos: los de la madre y los de la vida que se inicia. Desde la adolescencia he creído que, si me encontrara en una situación semejante, mi educación y mi sentido de la responsabilidad me llevarían a no abortar”, reconoce Ana Erostarbe. “Pero también he creído siempre que debería tener derecho a decidirlo. Y que, debidamente legislado, este tendría que ser el derecho de todas las mujeres en tal situación, sin importar sus circunstancias o motivos. Responsabilidad individual, no tutela”. Y de ello, y de adolescencia, también habla Miren Martín: “Yo creo que hay vida desde el mismo momento de la concepción. Y todo este debate me ha removido profundamente, porque aún teniendo muy claro esto, también sé qué le aconsejaría a una adolescente en una situación así. O a una persona con un feto con una malformación. ¿Soy una incongruente? Probablemente. Pero no puedo decir a nadie que no haga lo que su conciencia le pide. A nadie. No soy quién”.

No todo es gris. María Puente afirma que “la ley Gallardón ha despertado al dragón. Reabre un debate delicado y doloroso que casi nadie deseaba. Como la mayoría de las mujeres, no quisiera jamás tener que plantearme abortar. Como la mayoría de las mujeres, llegado el caso, no sé qué decisión tomaría. Como la mayoría de las mujeres, me resultaría terriblemente insoportable que una decisión tan íntima me viniese dada por un señor tan ajeno a mi vida como el ministro Gallardón”. Pero, al mismo tiempo, “eludo entrar en la disquisición a favor o en contra del aborto, porque el debate correcto debería centrarse en estar o no a favor de la libertad de las mujeres a decidir sobre su maternidad. La decisión última la debe tomar la mujer, con el asesoramiento de su médico y con las personas de confianza que ella estime. Es algo tan íntimo y personal que considero contra natura que una mujer deba acatar una decisión exógena. No se puede ser madre por obligación, por ley ni por decreto. Gestar, parir, criar, educar y querer a un hijo requieren que la mujer esté a favor de todo ese proceso con todo su ser. Considero una crueldad hacer vivir todas esas fases, o parte de ellas, a quien no puede o no quiere”.

Tampoco Lorena Fernández quiere caer en esa trampa de un tema superado hace ya tiempo: “El debate está mal enfocado a propósito. Se ha tratado de hacer una reducción simplista de aborto sí o aborto no. Pero no se trata de eso, porque no creo que nadie salga dando brincos de alegría tras abortar. Si se aprueba, además del dolor físico y mental, también nos criminalizarán por ello. Prohibir no hace que el número de abortos se reduzca. Educar sí. Pero claro, prohibir siempre es más fácil que luchar contra las razones que empujan a las mujeres a abortar”.

Todas las Miradas coinciden en la desigualdad a la que lleva esta ley. Lo dice Noemí Pastor: “que toda mujer que decida abortar pueda hacerlo en condiciones dignas, sea cual sea su nivel económico o social”.

Educación y políticas sociales

De prohibiciones también habla María Ptqk: “la manera de reducir el número de abortos no es ilegalizar el aborto. Así no se reducen los abortos. Así se aumentan los abortos clandestinos que ponen en riesgo la salud de las mujeres (y la vida muchas veces)”. Y es que, como asegura, “para reducir el número de abortos hay que hacer políticas sociales y luchar contra el sexismo. Empoderar a las mujeres, que tengan autonomía económica, que se repartan las tareas de crianza, que el Estado asuma servicios sanitarios, que haya un sistema de educación pública que funcione. Que puedas tener descendencia y seguir trabajando. Que puedas tener acceso a una vivienda para criar a tus hijos. Centrar todo el debate en el feto invisibiliza todos esos factores, que son los que empujan a una mujer a abortar. Es una medida contra la independencia de las mujeres. Todas las cosas por las que luchamos no sirven de nada si vivimos en una sociedad en la que ser madre es una condena a la pobreza. Y ahora en España lo es para una gran mayoría de las mujeres en edad fértil. Ese es el debate”.

Mentxu Ramilo afirma que “la ley Gallardón dice que pretende proteger la vida del concebido y los derechos de la mujer embarazada, pero las políticas sociales están mermadas. Habría que reforzar los programas de anticoncepción y educación afectivo-sexual, mejorar la red de escuelas infantiles, ampliar los permisos de paternidad y maternidad, mejorar la atención a la dependencia y poner en valor los cuidados a las personas para garantizar lo que supuestamente pretende esta ley”.

Ana Erostarbe es rotunda al afirmar que “intencionadamente y con ahínco se ha tratado de confundir el foco: no hablamos de aplaudir a las mujeres que eligen abortar, sino de no condenarlas con penas legales y no generar desigualdad de oportunidades entre unas y otras, en función de sus recursos individuales”.

Derechos

En tiempos de crisis nadie sabe por qué se recortan también las libertades, lo único que no cuesta dinero. Aunque a veces el precio haya sido pagado en lágrimas. “Los derechos a veces duelen. Y a mí me duele perderlos por un juego de equilibrios e intereses políticos. También me duelen las simplificaciones de estos tiempos, de todos contra todos, el uso maniqueo de situaciones que merecen el máximo de los respetos”, afirma Pilar Kaltzada. Dice que no sabe si Gallardón lo piensa, pero sí dijo que “la maternidad libre hace a las mujeres auténticamente mujeres”. Por eso considera que Gallardón “ha llevado a los derechos de las mujeres a un callejón sin salida. Solo dos supuestos se libran de la quema inquisitorial de esta ley: el riesgo vital para la madre y los embarazos tras una violación. Solo en esos casos el Estado nos permitirá serseres “legalmente incompletos”, solo en esos dos casos, pertinentemente documentados, tendremos la fugaz sensación de ser libres de crear vida. Libres para crear, incluso, una vida cruel de malformaciones y privaciones, porque esos otros supuestos han desaparecido”.

Miren Martín introduce otro elemento: “No creo que en esta lucha contra la ley tengamos que estar solas. Que no se nos olvide que también se recortan los derechos de los hombres que quieren o no ser padres. A ellos también se les obliga. Aunque, claro, en esta historia siempre hemos tenido las de perder. Pensaba que los gobiernos estaban para eso. Para que precisamente no tuviéramos siempre que perder las mismas”.

Otra integrante de Doce Miradas, May Serrano, decidió acudir al Registro de la Propiedad a inscribir su cuerpo como señal de protesta. Se trataba de pasar a la acción.

mi cuerpo es mío

Cortina de humo

Si la ley es retrógrada, si ataca a los derechos de las mujeres, si ha creado una gran movilización pública, ¿de dónde viene?, ¿quién la ha promovido?, ¿quién quiere esta ley, cuyo debate en el Parlamento coincidió con la fecha de nacimiento de Clara Campoamor?

Ana Erostarbe cree que “las razones son exclusivamente políticas y que ese es un mal inicio para cualquier debate en nombre de la sociedad. A la política le sobran preocupaciones de índole social a las que dar salida, si lo que de verdad busca es liderar el avance hacia el bien común”.

Miren Martín al principio pensó que “esto era como esas cosas de Wert, que sacaba lo de las notas de las becas y los Erasmus para que no se hablara de economía y de crisis. Y lo creía porque era una ley que nadie, absolutamente nadie, había pedido. Pero ahora creo que esto es muy serio. Se están recortando derechos conseguidos por mujeres después de muchos, muchísimos años de lucha”.

Mentxu Ramilo habla de “cortina de humo”, considerando que “puede servir como excusa, en primer lugar, para desviar la atención de temas importantes sobre los que el gobierno está tomando decisiones que nos afectarán a diario en nuestras vidas (modelo energético, educativo, sanitario, económico, de relaciones laborales, etc.); y en segundo lugar, y más importante, «para que muchas mujeres nos paremos a reflexionar (individual y colectivamente) qué papel queremos desempeñar en nuestras vidas (lideresas activas, gestoras, administradoras, apagafuegos, sumisas pasivas, NS/NC), informándonos, reflexionando, compartiendo nuestros puntos de vista, enriqueciéndonos con otras miradas y actuando de la manera en la que nos encontremos cómodas para defender los derechos, libertades (y también deberes) que como mujeres y ciudadanas reivindicamos en el espacio público, participando en manifestacionesperfomances, firmando manifiestos o recogidas de firmas (AvaazChange) y, también, en nuestro ámbito privado”.

A Begoña Marañón la preocupa que Gallardón justifique su reforma con el cumplimiento del programa electoral”. Y es muy clara: “Qué despropósito. Qué desfachatez. Qué manera tan burda de pasar el programa electoral por encima del derecho de las mujeres. Vayamos entonces al programa electoral del partido en el gobierno para ver qué decía: “La maternidad debe estar protegida y apoyada. Promoveremos una ley de protección de la maternidad con medidas de apoyo a las mujeres embarazadas, especialmente a las que se encuentran en situaciones de dificultad. Impulsaremos redes de apoyo a la maternidad. Cambiaremos el modelo de la actual regulación sobre el aborto para reforzar la protección del derecho a la vida, así como de las menores”. Poco que añadir, ¿verdad? ¿Se corresponde el programa electoral con la Ley Gallardón? Quizá se pensaba en cálculos electorales para no expresar las verdaderas intenciones. Pero ahora resulta que, como el gobierno tiene una gran preocupación por la falta de consenso en su propio partido, como es una ley contestada por la gran mayoría (colectivos de mujeres, la Organización Médica Colegial y un largo etcétera), ahora de nuevo, pensando en el posible daño electoral, parece que el Presidente del Gobierno abre la puerta a recuperar algún supuesto como el de la malformación del feto. ¿De nuevo el cálculo electoral? Como decía Iñaki Gabilondo, “esta ley es un monumento a la hipocresía: desampara mujeres y ampara hipocresías”.

Acabemos con las palabras de Arantxa Sainz de Murieta: “Señor Galladón, señoras y señores del Gobierno, somos personas maduras. Merecemos que se nos trate con respeto”.

Género y salud: formas de distinta conjugación

marzo 4, 2014 en Miradas invitadas

Maxi GutierrezMaxi Gutiérrez @MAXIGJ. Médico de familia en activo. Sensibilizado y atento a las realidades sociales. Trabajando (y trabajándose) por la igualdad de género. Miembro de un grupo de hombres en el centro Ez-Berdin de Vitoria-Gasteiz. Formador de profesionales sanitarios en atención a víctimas de violencia de género.

La variable género explica muchas de las cosas que les ocurren a hombres y mujeres en su manera de actuar, pero también en la manera de enfermar.

Mujeres y hombres, pero sobre todo mujeres, pasan por la consulta manifestando malestares, ansiedades, dolores, a veces miedos y sólo algunas pocas veces enfermedades con daño orgánico. Y no se manifiestan igual cuando se sientan en la silla de la consulta y expresan sus síntomas, no actúan igual cuando han de combatirla y no se sienten igual ni ante la recaída ni ante la recuperación.

Sólo la observación de estos comportamientos con las gafas de género me permite reflexionar y poco a poco va marcando mi forma de hacer medicina, mi manera de intervenir y las propuestas que planteo a mis pacientes, mujeres y hombres.

Existen diferencias biológicas que lógicamente afectan a la salud, pero esta cultura y esta sociedad asignan a las mujeres unos roles tan específicos que condicionan su estado de salud y su enfermedad.

Pondré dos ejemplos. Durante mucho tiempo el hábito tabáquico ha sido una práctica fundamentalmente masculina que ha condicionado que las cifras de cáncer de pulmón y otras enfermedades crónicas pulmonares hayan sido mucho menores en mujeres. En eso se han visto beneficiadas, hasta que una actitud de imitación del modelo masculino, referente en nuestra sociedad patriarcal, ha extendido el hábito entre ellas haciendo que estas cifras cambien sustancialmente. Actualmente las cifras más altas de mortalidad por cáncer de pulmón en mujeres se concentran en zonas de nivel socioeconómico más alto.

Por otra parte, el rol de cuidadoras atribuido mayoritariamente a las mujeres de nuestra sociedad hace que muchas vivan sobrecargadas por la asistencia dispensada a sus mayores, a sus hijos e hijas y, en muchos casos, también a sus parejas. La mujer tiene interiorizado el mandato del cuidado hasta tal punto que lo normaliza y muchas veces se lo autoimpone como una cuestión de deber moral en solitario. Mochilas que se cargan a la espalda llenas de ocupaciones y pre-ocupaciones que pueden transformarse en dolor, insomnio, depresión o angustia. No sé si es enfermedad, pero, desde luego, es sufrimiento del que muchas mujeres no son capaces de salir.

Sin embargo, los hombres consultamos menos o más tarde porque hemos sido educados en la necesidad de aguantar, de exponernos o de sobreponernos y muchas veces lo hacemos empujados por nuestras parejas. Es frecuente escuchar cómo se disculpan («vengo porque la pesada de mi mujer…»; «yo creo que no es importante, pero se ha empeñado…»), dejando bien claro que quería (¿o debía?) soportar la situación como sólo un hombre sabe hacerlo.

Así aguantamos malestares o diagnósticos en estadios más avanzados de enfermedad, que dificultan su tratamiento. Participamos menos de los programas preventivos de cribado de enfermedades. Y desarrollamos conductas de riesgo que generan enfermedad: el abuso de sustancias tóxicas como el tabaco, alcohol u otras drogas, los accidentes de tráfico, los traumatismos y agresiones se producen típicamente en hombres.

El rol familiar del cuidado ante la enfermedad está bien determinado. Si es el varón el que enferma, casi todo está asegurado cuando hay una mujer que dispensa y organiza las cuestiones necesarias. Si lo es la mujer, entonces toca hacer muchas cábalas para facilitar un funcionamiento familiar razonable y aportar los cuidados necesarios que aseguren la recuperación de la salud.

Si los hijos contraen la enfermedad, será la mujer la que centre las atenciones y cuidados. Es curioso observar a muchas madres cómo se acercan a la consulta con sus hijos adolescentes, aportando todo tipo de información y detalles sobre el proceso, sin dejar apenas que el enfermo pueda contar lo que le ocurre y cómo se siente, sin oportunidad de permitirle intervenir, bajo la percepción de que no lo va a hacer adecuadamente. Sin embargo, cuando es el padre el que acude a la consulta, éste permanece casi en la puerta, ejerciendo de mero acompañante al que alguien le dijo que llegara hasta la consulta sin saber muy bien qué hacer después.

Poca responsabilidad en las actitudes mantenidas en unos y en otros. Todos son mandatos de género establecidos por los roles repartidos. Las cosas puedan salirse de lo habitual, pero nunca por el azar.

foto_postMaxiMientras tanto, nuestro sistema sanitario, muy efectivo en su conjunto, diferencia poco la atención a hombres y mujeres más allá de lo puramente biológico (ginecología, obstetricia y alrededores). Tenemos profesionales excelentemente formados en lo anatómico-funcional y mucho menos en lo sociosanitario. Necesitamos una mirada bio-psico-social. Es necesario que los profesionales de la salud, en su totalidad, tengamos más en cuenta los condicionantes sociales en general, y los condicionantes de género en particular, en nuestra forma de abordar los problemas de salud. Así realizaremos una atención más ajustada a las circunstancias de cada persona y también contribuiremos a una cultura en la que ésta no sufra como consecuencia de unas desigualdades asignadas por el hecho de pertenecer a uno u otro género.

Es sabido que el sector sanitario es un colectivo mayoritariamente formado por mujeres, sobre todo en la enfermería y cada vez más en la medicina, pero eso no asegura una mirada ponderada de género. Entre nosotros sigue reproduciéndose el tópico que cuidar es de mujeres (enfermeras) y curar de hombres (médicos). Y eso produce perversas consecuencias para la atención y para el sistema.

La cuestión no creo que sea actuar sobre el organigrama sanitario, sino generar procesos de reflexión y formación de los profesionales en los que se introduzca la variable de género como algo valioso para interpretar los procesos de enfermar de las personas.

Por otra parte, nada nos hará mejores profesionales que nuestro trabajo para constituirnos como mejores personas. La cuestión se juega en las cosas de la vida cotidiana, en las actitudes del día a día y en todas aquellas cuestiones que tenemos “grabadas” y de las que apenas somos conscientes. Las actitudes sólo pueden cambiarse con procesos de reflexión, con espacios de diálogo, corriendo riesgos en el cambio y disfrutando de los logros.

Veo avances en mis compañeros y compañeras sanitarias que cada día se esfuerzan en hacer mejor su trabajo. Experimento en mí mismo que es posible cambiar y generar dinámicas nuevas. ¡Cómo no ser optimista!

Todo esto no es fácil, pero, cuando se experimenta, ya no hay marcha atrás, es imposible mirar con otros ojos y, a mí por lo menos, el camino me resulta apasionante.