Soy un fraude
03/09/2013 en Doce Miradas
Pruebo con el papel. Me compro libreta nueva. Un buen bolígrafo de los que no se paran, me siento en silencio y nada.
Mil pensamientos paralizan mi mano. No arranco. Decido tomar nota de todos estos pensamientos paralizantes para poder observarlos:
- Lo voy a hacer mal.
- Comparado con lo que han escrito las demás el mío va a ser una mierda.
- No tengo autoridad para hablar de este tema.
- Soy un fraude.
- No sé nada sobre machismo.
- No sé teoría feminista.
- No tengo referencias cinematográficas.
- No puedo poner mil citas.
- Mi estilo es muy simplón.
- No puedo.
- No tengo nada que contar.
- Soy peor que las demás.
Se repiten en mi cabeza sin solución de continuidad, estoy paralizada, quieta, en silencio. Invisible.
Si esta lista me la diera una amiga parecida a mí podría rebatirla punto por punto y demostrarle que no es cierto pero, como es mi lista, me creo a pies juntillas todas y cada una de las palabras que he escrito.
Respiro, la miro y se me abren los ojos de par en par: he encontrado mi propio techo de cristal.
¿Cuántas veces me he quedado sin hacer algo pensando que no soy suficiente? ¿Es esto algo común entre nosotras? ¿Le pasa a más mujeres?
¿Cuántas de nosotras tenemos una voz interna replicando que estamos fuera de lugar, que este no es el camino, que “calladita más bonita”?
Me pregunto cuántas veces me he quedado callada cuando he querido hablar, cuántas he cedido la palabra, cuántas veces me he dejado representar por otro. Las niñas educadas se están quietecitas y calladitas. Son los hombres los que hablan, deciden, los que saben.
Hago memoria, en casi todas las reuniones son los hombres los primeros en dar un paso al frente a la hora de presentarse a liderar un grupo. Delegados de clase, militantes de partidos, jefes de grupo… ¿Cuántas veces he oído “no quiero dar la nota”? ¿Cuántas veces preferimos que sea otro el que dé la cara? ¿Cuántas veces hemos pedido disculpas por brillar demasiado? Muchas.
En un grupo mixto nosotras replegamos nuestras armas, dejamos brillar al compañero. Creemos que no somos importantes, que lo que hacemos lo hace cualquiera, llevamos siglos haciendo el trabajo invisible y ahora nos cuesta dar la cara.
La mismísima María Moliner, que tejió su diccionario mientras zurcía calcetines en su casa, cuando fue propuesta en 1972 para ocupar el sillón vacante de La Real Academia de la Lengua que finalmente obtuvo Emilio Alarcos Llorach dijo: «Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia (…) Mi obra es limpiamente el diccionario». Y añadía: «Desde luego es una cosa indicada que un filósofo -por Emilio Alarcos- entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría, ‘Pero y ese hombre, ¿cómo no está en la Academia?'».
Conozco a muchas mujeres maravillosas que hacen trabajos asombrosos y que permanecen en la oscuridad del anonimato. Creo firmemente que aunque arrastramos siglos de Historia, es el momento de romper cadenas y dar la cara. De afrontar nuestros miedos, escribir listas de “peros” inventados y lanzarnos al ruedo.
Creo que es el momento de darnos permiso para exponernos y meter la pata, y decir lo que pensamos y gritar bien fuerte que sabemos y que podemos.
Creo que es la hora de no pedir permiso, de no esperar nuestro turno, de ser bocachanclas descaradas. De ser unas frescas que se cuelan, cogen el micro y dicen de una vez lo que piensan.
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- Gorda - 25/02/2014
- Soy un fraude - 03/09/2013
Ese terror a la exposición pública me intriga mucho. ¿De dónde viene? ¿Cómo se propaga? ¿Hasta dónde llega? Se me ocurre que llega hasta la muerte social de mujeres que no pueden mostrar su rostro en público.
Si a alguna no le ataca ese vértigo que tan bien describes, que nos dé un cursillo, por fa.
Creo que lo arrastramos de lejos y quedó bien clarito que no podíamos destacar en la inquisición cuando nos quemaban por hacer o por decir o por lo que los demás se imaginaban que hacíamos… Aprendimos a estar calladas y a que no se notase lo que sabíamos…
Este terror creo que es incluso genético, no conozco ninguna mujer que no lo lleve incorporado. Lo único que podemos hacer es enfrentarnos a el y desbancarlo en todas las ocasiones posibles…
Tienes razón Idoya la solución pasa por darnos cuenta y ¡superarlo!
En eso estamos…
en eso llevo media vida por lo menos…
Esa mezcla de miedo y humildad a la hora de ‘coger el micro’ existe en mayor medida en las mujeres. Yo también lo creo. Aunque a veces cuesta distinguir el miedo o la falta de seguridad con la prudencia y la sensatez. A mí me parece que últimamente hay un excesivo afán por la exposición pública. Parece que todo el mundo debe dar charlas como si fuera el presentador o la presentadora de un ‘talk show’ estadounidense, aunque tengas un trabajo que no requiera en absoluto de tanta lentejuela. En el terreno profesional ya no se tolera a la persona tímida, de pocas palabras, más introvertida. Me parece que antes se admitía mejor las diferentes personalidades. Estamos en la época del destape emocional aunque sea para explicar el funcionamiento de una válvula industrial.
Pero me estoy desviando. Al margen de esto que comento, estoy muy a favor de ser más bocachancla, como dice May, y de no pedir permiso ni dar por hecho que el turno de la palabra lo tiene siempre el hombre en las diversas reuniones del trabajo y de la vida. Las mujeres no somos más que los hombres, pero desde luego no somos menos. Al menos generalizando, porque si empezamos caso por caso… 😉
yo soy tímida y reconozco que a veces me cuesta hablar o dar mi opinión sobre algo, pero me refiero a esas veces que en un grupo donde la mayoría son mujeres el que toma el timón sin pensarlo es un hombre aunque sea el que menos sabe del asunto.
O esas veces que ves a mujeres superinteresantes ceder la palabra al pesado de turno que no tiene nada que decir pero que se cree con el derecho de decirlo.
Muy a favor de callarse cuando no se tiene nada que decir seas hombre o mujer…
Creo que al mundo le iría mejor si dieran más mujeres ese primer paso, pero creo que todavía iría infinitamente mejor si no lo dieran los hombres que lo dan.
Por cierto,la timidez, modestia, «sosez», nos pasa a nosotros chicos también, así que no creo que este texto describa nada sexista…
Ahí has dado en un clavo importante. En mi opinión, en la sociedad de consumo actual existe un rol (entre muchos, pero bastante generalizado) que exige al individuo dominar al grupo. El equivalente al macho alfa con los depredadores, pero con la patina de «la sociedad competitiva». Se podría resumir en «el pez grande se come al chico» y, si no te comes muchos peces chicos, eres un fracasado. Una expresión de esta actitud vital depredadora sería el afán de protagonismo desmedido.
Tal y como apuntas, tal vez cabría preguntarse que tipo de personas (hombres en su mayoría, estoy de acuerdo) adoptan este rol y si vale la pena luchar por hacerse oír en foros donde tenga predominio esta actitud vital.
Totalmente de acuerdo con tu primer punto. También con que la timidez no es exclusiva de mujeres. No me estoy refiriendo a la timidez sino al paso atrás que damos muchas o el paso hacia adelante que no damos y le cedemos el puesto al caballero de la izquierda sin ir más lejos…
Se me ocurre también que el miedo a hablar en público tiene que ver con la educación formal que recibimos en la escuela, el instituto, etc. Hablaré de mi caso, pero supongo que es extensible.
Nunca hacíamos exposiciones orales, cosa que sí hacen y hacían en las escuelas francesas, inglesas, etc.
Entonces ha sucedido muchas veces que la primera vez que tienes que hablar en público te pilla ya adulta y desentrenada, con lo que suele ser una especie de pesadilla para muchas.
Pero es que no es solo cuando se trata de una exposición pública, pasa también en pequeños grupos, en talleres, al proponer algún ejercicio el que se pone al mando del grupo es un hombre, aunque no tenga ni idea! Ellos no se lo piensan dos veces, nosotras hasta que no tenemos un diploma que acredita que… ¡no nos damos permiso!
May has tocado un tema muy importante.Estoy completamente de acuerdo con tus palabras eectivamente «es la hora de no pedir permiso, de no esperar nuestro turno, de ser bocachanclas descaradas. De ser unas frescas que se cuelan, cogen el micro y dicen de una vez lo que piensan» porque ellos lo son no esperan su turno, no piden permiso, son descarados, bocachanclas, cogen el micro y dicen lo que les sale, así sin más y no, no pasa nada. Lo veo constantemente en la resuniones politicas y sindicales. No tienen pudor. Da igual el contexto. Incluso en charlas donde las ponente son mujeres y el público mayoritariamente es mujer el primero en coger el micro y en opinar sobre temas de mujeres es un hombre que habla con la verdad y la mayoria de las veces sin medir el tiempo. He visto a hombres pedir desde el público corrección en el tono a una mujer que hablaba de un conflicto armado del que ella era parte. Y hace tiempo que ya no puedo y aunque no tenga nada que decir que intervengo para llamar la atención en público de esta forma de arrollar e invisibilizar a las mujeres que congen la palabra.
Enhorabuena May. Muchas gracias por ese espejo en que nos dejas mirarnos.
Natalia ¡qué bien que te lances! GRACIAS ¡necesitamos más mujeres en primera fila!
Hola May, que hayas plasmado tan claramente tus inseguridades me ha animado a escribirte superando las mías propias. Mi opinión no dista mucho de las expresadas anteriormente, pero aún así, ahí va: los hombres culturalmente educados para actuar en la vida pública, muestran más confianza en sí mismos a la hora de actuar en este escenario. Las mujeres, culturamente educadas para la vida privada, discretas y prudentes, tendemos a necesitar una gran base de conocimiento antes de expresarnos en alto. Y no hablemos de los estereotipos de género… Gracias, gracias
Gracias Susana, me alegra que te haya animado a dar tu opinión. Poco a poco iremos tomando la esfera pública ¿no? es bueno saberse acompañada!
Gracias
Hola May! No puedo estar más de acuerdo con el planteamiento de Susana en lo referente a nuestra educación y lo que tiene que ver con los espacios públicos y privados. No es una cuestión genética y, por lo tanto, podemos trabajar para cambiarla.
En eso estamos ¿verdad?
Mi reconocimiento por tu franqueza. Gracias!
¡Gracias Arantxa! Claro que es educacional, en un capítulo de Mad Men, Peggy la secretaria que llega a copy dice en voz alta lo contenta que está de su ascenso e inmediatamente después pide disculpas por alardear de un éxito… Esa escena me impactó y me hizo comprender cómo hemos sido educadas para auto-invisibilizarnos. Se acabó.
Dar la cara, ser echado para delante y coger el liderazgo son características sobrevaloradas. No entiendo por qué si una persona no es así, debe obligarse a sí misma a serlo para poder triunfar, a pesar de que ya tiene méritos y destaca en otros aspectos.
Deberíamos de cambiar las reglas del juego, y empezar a valorar más los méritos y menos la charlatanería. Así, conseguiríamos jefes y líderes competitivos y efectivos, y quizás también así más mujeres empezarían a ocupar puestos de responsabilidad.
De modo que, lo siento, discrepo… mujeres del mundo, seguir actuando tal y cómo sois, y poco a poco conseguiréis el lugar que os merecéis.
No estoy diciendo que si no eres así te fuerces a serlo. Hablo de las veces que, queriendo cedemos el puesto a un hombre solo por el hecho de que sea hombre aunque nosotras estemos más cualificadas.
Por los comentarios que estoy recibiendo es un sentimiento que tenemos muchas. Creo que es bueno darnos cuenta, reconocerlo para poder cambiarlo.
También ocurre en el ámbito privado, como cuenta Miren Martín en su comentario.
¿Y en el ámbito doméstico? Porque esto no pasa sólo en el mundo empresarial. Cuántas mujeres se han callado y se siguen callando porque no «deben» dar una opinión diferente a la del marido. Y lo hemos interiorizado de tal manera que nos parece que es la actitud que debemos tener. Te pongo un ejemplo que me irritó ayer soberanamente. Estoy leyendo un libro de Julia Navarro que se titula «Dime quién soy». Independientemente de que no me está gustando para nada, hay una situación en la que dicen que un padre está en contra de los nazis y su hijo a favor. Que han discutido mucho sobre ese tema pero que ya no lo hacen porque no quieren ver sufrir a su madre. Indignante! Ni tan siquiera se plantea, y eso que Julia Navarro es una mujer hasta donde yo sé, que la madre tenga una opinión. Oir, ver y callar. Y preservar y custodiar la paz del hogar. Eso es lo que quieren que nos toque. No estoy dispuesta. Más no. Yo sigo una frase que dice siempre mi madre: «al que le guste, bien. Y al que no, también».
En el ámbito doméstico más de lo mismo. Ver oír y callar. Estaba bien explicadito en el manual de Como ser una buena esposa. Por cierto recuperado casi por completo en una escuela de nueva creación en Inglaterra.
Os he leiodo, y me he dado cuenta que no es mi realidad la que estais contando. Yo tengo por costumbre si estoy en un grupo, opiniar y decir lo que considere oportuno, sin entrar a valorar si el de al lado es hombre o mujer. Os hablo en todos los ámbitos, ya sea profesional, familiar o de amistad. Creo sinceramente que el tema tal y como ha expuesto algún tertuliano no es de género sino individual y como tal debe ser tratado. Creo sinceramente que es uno mismo el que debe tomar la decisión si ante situaciones de pluralidad de individuos quiere y puede tener una actitud activa o no, y si quiere y no puede poner los medios para remediarlo.
Cosa distinta es y aquí os doy la razón, que una hable y luego vaya el HOMBRE y ni siquiera se digne a tomar en consideración tus comentarios por el hecho de ser mujer. No obstante, creo que este tipo de actitudes cada vez son menos frecuentes y además están francamente mal vistas entre las nuevas generaciones.
Un brindis porque las mujeres se expresen en público!!! relax no pasa nada por hablar!!!
¡qué bien Ainhoa que no tengas estas dificultades!
Allá vamossss
Allá voy.
Me ocurre como a Ainhoa, en el ámbito en el que trabajo (Universidad) hay tanta mujer válida, coherente, con argumentos y capaz de mover cimientos, como hombres. Nunca me he sentido coartada en ese sentido. Quizás he tenido suerte, pero a pesar de que mi timidez me acompaña desde niña, mi curiosidad y mi sentido de la justicia han hecho que no me arrugara , ni que dejara de presentar ni defender mis propuestas por no molestar ni hacerme notar.
Ahora, en cambio, es curioso lo que me ocurre, y ahí ya quizás sí que entro en el terreno más personal. Desde hace algún tiempo he tenido la necesidad de volver a recuperar aficiones que me encantan desde jovencita y que tenía aparcadas porque lo principal era el estudio. Entre ellas: coser, tejer, bordar…Disfruto un montón con eso, tanto que incluso me estoy planteando un cambio de rumbo, que ya he empezado casi en secreto, porque ¿Sabéis? Creo que eso sí que me da verguenza que se sepa en ciertos entornos digamos más «intelectualizados». Es como si recuperar esas tareas consideradas desde siempre «femeninas» me hiciera perder credibilidad ante los demás, cómo si fuera a dejar de ser menos profesional en los otros ámbitos… En fin, creo que es una pugna interna que tengo que resolver y que me hace darme cuenta de que aún tengo bastantes prejucios, y contra mi misma.
Toca trabajarlo…
A todo esto May, me ha encantado tu artículo y descubrir a este grupo.
Gracias Montse.
Entiendo lo que cuentas, al final por unas cosas u otras siempre tocar mirar para adentro y ¡trabajar para superarnos!