Sor Citroen o la dignidad mal entendida
25/06/2013 en Doce Miradas
Cuando era pequeña vi por primera vez «Sor Citroen» (así, sin diéresis ni nada), una película con Gracita Morales como protagonista. Databa del año 1967 pero la ponían una y otra vez, que nadie piense que las reposiciones televisivas se inventaron con «Verano Azul». La película de marras era un clásico de la época y la vimos todos, grandes y pequeños, en unas cuantas ocasiones en aquellas Sesiones de Tarde de TVE que conseguían que los sábados nadie saliera a dar una vuelta hasta que no acabara la peli. Trataba de una monja cuya congregación gestionaba un centro para huérfanos y que, tras muchas vicisitudes, conseguía aprobar el carnet de conducir. Se compró un 2 Caballos y, calle arriba calle abajo, recorría la ciudad ante el pánico del resto de los conductores.
Pasaron los años, muchos, cuando otra tarde de sábado me tropecé con «Cine de Barrio» y con «Sor Citroen». Llena de una añoranza estrambótica por el tiempo pasado y vivido, me puse a ver la película de la que sólo recordaba a Gracita Morales, su coche y el título. Y cuál fue mi sorpresa cuando me encontré con una escena que me dejó pegada al sofá porque no me lo podía creer: la monja iba pidiendo por las casas una ayuda para el colegio de huérfanos cuando abre la puerta una morena de 30 años, guapa y voluptuosa… y con un ojo morado. Gracita Morales, con esa voz aguda que le caracterizaba, le pregunta qué le había pasado a lo que la mujer contesta «hermana, haga algo. Mi marido es muy celoso y me pega». Y la monja, haciéndose eco del sentir mayoritario de la época, le reprocha «es que tú siempre fuiste una casquivana y una atrevida. No mires a otros hombres y pórtate mejor con tu marido» (la frase no es exacta, mi memoria no da para tanto, pero sí transcribe literalmente el sentido de lo dicho). De esto han pasado unos cuantos años y aún no me he repuesto. Pero, y aunque me lo pide el cuerpo harta ya de tanta muerte, de tanto dolor y de tanta rabia, hoy no voy a hablar de violencia machista, de asesinos y de asesinadas. De víctimas y de verdugos. Eso lo dejo, con vuestro permiso, para otro día.
Hoy quiero hablar de otra cuestión. De cómo a lo largo de los años (de muchos, de demasiados) mientras Europa avanzaba, las mujeres salían al mercado laboral y rompían así las cadenas que las amarraban como un tormento a la dependencia económica y esclavizadora del marido, aquí se buscaba, por motivos políticos, sociales y de nuevo económicos, que la mujer cumpliera un papel muy determinado desarrollando un modelo a imagen y semejanza del que quería el Estado, la Iglesia y otras fuerzas vivas de la época. Y se talló, con muchos cinceles, una imagen de mujer que las propias mujeres asumieron: el pilar de la sociedad, la transmisora de los valores, la representación y el sostén moral de la familia tradicional. Y para conseguirlo se utilizaron muchos golpes de martillo: la televisión, el cine, la publicidad, el teatro, la literatura, la música… además, y por supuesto, del sistema educativo.
Isabel Coixet elaboró un documental titulado «50 años de… La mujer: cosa de hombres«, que hace un recorrido por cómo ha tratado la publicidad a la mujer a lo largo de la historia de TVE. No tiene desperdicio. En el primer spot, una pitonisa pregunta a la mujer que la visita por qué su matrimonio no funciona y su marido «tiene accesos de terrible cólera» a lo que la adivina le responde «¿has pensado que tu marido trabaja muchas horas diarias y tiene derecho cuando llega a su hogar a encontrar un agradable recibimiento?». Increíble. Lo peor es que al ver el reportaje comprobamos cómo actualmente la publicidad sigue transmitiendo muchos de esos estereotipos.
En el Festival de Cannes, se acaba de presentar un reportaje de Diego Galán, que bajo el título de «La Pata Quebrada», recorre a lo largo de 83 minutos el tratamiento dado a la mujer en los últimos 30 años del cine español. Para ello, utiliza 180 fragmentos de películas. Y se detectan 15 estereotipos de mujer: la gozosa, la esposa fiel, la heroína, la romántica, la solterona, la monja, la pecadora, la perfecta casada, las extranjeras, las liberadas, la folclórica, la maltratada, la divorciada, la emancipada y las mujeres solas. En la escena que comentaba antes de Gracita Morales y la mujer maltratada, se reflejan dos tipos totalmente contrapuestos y con una ganadora clara: la monja. La mujer entregada, generosa, feucha y sobre todo y ante todo, decente. Frente a la otra, guapa, con buen cuerpo, con ropa ajustada. Y por definición indecente. La primera merece todo lo bueno. La segunda merece todo lo que le pasa (incluido el maltrato). Y no lejos de esto, sino más bien cerca, y reforzándolo, surgían las canciones de la época: mujeres que penaban por sus amores, trágicos todos ellos, terriblemente sufridos, por los que luchaban dejándose el alma en cualquier páramo, para conseguir lo que más querían: el hombre con el que soñaban para al final… pasar por el altar, crear una familia y tener hijos. Y aquí paz y después gloria. La que lo lograba lo hacía porque era un dechado de virtudes (entonad aquello de «María de la Mercedes, no te vayas de Sevilla…)» y la que no lo lograba era porque era una mujer de poco fiar y con demasiada experiencia: la Bien Pagá, la Zarzamora o esa otra que se liaba con marineros de nombre extranjero.
Dignidad versus decencia
Pero si analizamos todo esto vemos que el modelo femenino se ha vehiculado a lo largo de una característica central: la dignidad. Con una única vara de medir: la decencia. Mujeres a las que se les decía cómo debían comportarse en todos y cada uno de los momentos de su vida, cómo debían ser, vestir, sentarse, actuar en relación con sus novios, maridos, hijos y padres. Y lo que es peor: cómo debían sentir. Ellas sabían desde niñas cómo tenía que ser el hombre con el que se iban a casar (trabajador y honrado); cómo y de qué manera debían enamorarse, tratar a su novio y qué podían, debían y hasta deseaban hacer con él (había que «reservarse» para el hombre, incluso con pena de infierno en caso de incumplimiento); cómo tenían que comportarse en su noche de bodas (y en las siguientes); cuál debía ser su actitud una vez ya casadas con respecto a su marido (y a su padre. Y hasta a sus hermanos varones). Y no digamos ya cómo debían de sentirse en cuanto eran madres (objetivo fundamental de cualquier mujer que se preciara, por cierto): amantísimas, entregadas, sacrificadas y hasta heroínas en muchos casos. Es decir, en todos y cada uno de los momentos de su vida, olvidarse de que eran personas para representar el papel que otros habían elegido por ellas. Y todo esto para toda la vida. Porque ninguna mujer decente podía volver a enamorarse y ni mucho menos dejar al marido diciéndole aquello de «anda y que te ondulen».
Y esto no viene de ahora. Data ya de antiguo: «La mujer del César no sólo tiene que serlo sino parecerlo» mientras que del César no se habla porque al César todo le está permitido. Y que conste que he dicho está, no estaba. Porque de aquellos polvos vinieron estos lodos. Y la herencia ha sido, en muchas direcciones, maldita. Porque si mal estaban las mujeres de los años 60 y 70, ni que decir tiene que las que hoy somos madres seguimos también unas pautas de comportamiento que nos han marcado, con el agravante de que encima nos hemos incorporado al mundo laboral oyendo aquello de que «nos hemos liberado». Y ahí es cuando arde Troya. Porque ahora debemos ser la esposa perfecta que vela por el marido, por la casa, por la familia y por la transmisión de los valores. La hija amantísima que se vuelca con los padres y suegros y se convierte en la cuidadora de aquellas personas mayores dependientes que hay a su alrededor. Y por supuesto, en la madre ideal: la que trabaja ocho horas fuera de casa, la que hace la comida por la noche para que los niños se alimenten de la forma más sana y saludable posible y la que, a la vez, se da golpes de pecho cuando por cualquier motivo les tiene que dejar en el comedor del colegio. La que, además, se transforma en profesora y llegue a la hora que llegue a su casa, les ayuda a hacer los deberes. La que tiene que estar feliz por llevar a sus hijos al parque y socializar con el resto de las madres con las que sólo le une que sus hijos comparten espacio unas cuantas horas al día. La que compra los regalos de Navidad, la que ordena la casa y hace la lista de la compra, la que pone las lavadoras, la que incluso deja a su marido la ropa de los niños encima de la cama cuando ella se va a trabajar si es que él ese día libra o se levanta más tarde. La que va los sábados a ver a las criaturas jugar al fútbol, la que va a las excursiones del colegio, se fuma la catequesis entera… Y eso, trabajando 40 horas, o más, a la semana y manteniendo la sonrisa perfecta, la pestaña pintada y sin que se te mueva ni un solo pelo. Y eso sí. Con un gran sentimiento de culpabilidad. Porque si no, no eres una buena madre.
Y además de todo eso, decente, muy decente. El otro día me sorprendí diciéndole a mi hija de 14 años: «ten cuidado porque la mujer pierde todo su prestigio por el mismo motivo por el que un hombre lo gana». No me atreví a enumerarle la cantidad de palabras que existen para denominar a una mujer cuya «virtud» esté en entredicho. Eso sí. No encontré ni una sola para un hombre que tenga el mismo comportamiento. Ni en el diccionario ni fuera.
Espero, y lo hago con auténticas ganas, que todo esto cambie y desaparezcan esos imaginarios que nos han hecho, y que nos hacen, la vida tan difícil. A las unas. Y a los otros. Que también ellos tienen lo suyo.
Miren Martín
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Buf! Los estereotipos nos machacan también a los XY, que conste en acta, sobre todo si no eres un Paul Newman a la sazón. Si nos ponemos con algo que nos afecta a todos y todas, la mentira del amor romántico que nos venden desde las pantallas, publicidades, novelas y hasta en los deseos de nuestras familias, es de lo más dañina y ha generado infelicidad a toneladas. Seguro que esto te sugiere otro post cargado de dinamita como éste.
En el reparto de papeles de esta sociedad dominada por los XY, os han tocado demasiadas veces los de secundaria y eso tiene que denunciarse. Mi alumnado aún se sorprende cuando les hablas de científicas y creo que se imaginan a gente de bata blanca que es poco feliz porque no está en casa con sus peques. Es triste y hemos de cambiarlo.
Hola Mikel,
Qué razón tienes! Cuánto daño nos han hecho los estereotipos tanto a unos como a otros. En cuántas cosas hemos creído que luego se nos caían pero a base de vivir y decepcionarse! Pero ¿sabes que me preocupa? Que los alumnos de secundaria aún sigan pensando que el fin último de las mujeres es ser madre. Y que todo lo demás que nos ocurre en la vida es porque no nos queda otra (como por ejemplo, trabajar). Y me preocupa que lo piensen ellos pero me asusta que lo piensen ellas. Hay mucho por hacer todavía.
Y claro que eso del amor romántico me da para otro post cargado de dinamita (y hasta de mala leche, je je). De lo primero que iba a hablar era del príncipe azul, que ni príncipe ni azul. Muchas cosas han salido ranas por creernos a pies juntillas lo que nos iban enseñando. Lo que aún no sé es el por qué. Si lo hicieron para hacernos la vida más fácil se confundieron de parte a parte.
Y muchas gracias por tu comentario.
Un placer saludarte.
Miren
Pues es que algo de lo que apuntas hay, Mikel. Yo tengo un trabajo que me encanta; trabajo de lo mío, como se suele decir. Me realiza y me hace crecer profesional y personalmente. Pero yo sí me he sentido poco feliz por no estar en casa con mis peques. Sobre todo cuando contaban meses de vida y las hacía madrugar para llevarlas cinco horitas largas a la guardería. No por ello dejé mi trabajo; aunque es cierto que reduje mi jornada para pasar la tarde con ellas.
Me he sentido muy identificada con el comentario que haces, Miren, sobre lo derrotada que te sientes cuanto a pesar de todas las vueltas que le damos a la logística familiar, nuestras hijas (en mi caso) se tienen que quedar en el comedor y soportar una jornada eterna sin pasar por casa. Está claro que estos sentimientos que nos quitan la paz no caen del cielo: se proyectan desde dentro, desde lo que hemos interiorizado desde niñas. Mi marido no sintió nunca esa infelicidad por no estar en casa dando de comer a nuestras hijas. Para muchos, es el coste de la vida moderna y como tal se asume, sin culpabilidades.
Podemos racionalizar lo que queramos, empoderarnos, untarnos de razones y exigencias, pero lo que brota del corazón está sembrado mucho tiempo atrás. Ahí es donde está el trabajo y la esperanza, en lo que seamos capaces de sembrar hoy.
Brutal lo que cuentas de Sor Citroen, sin dieresis. ¿Le has enviado este post a tu hija?
La verdad es que se lo leí la noche anterior de su publicación. Respuesta de niña de 14 años (bueno, no tan niña): Ah! Está muy bien! Y ya está. Pero hoy ha venido indignada porque una mujer le había comentado que los hombres tienen más facilidad para obtener el carnet de conducir que las mujeres porque «ellos son mejores para estas cosas». Creo que es la segunda vez que la veo enfadada por un tema de estos. No sé si habrá tenido algo que ver el post o no. Pero, pobre! lo que le espera todavía!.
Un abrazo María
Hola, Miren. Dices que en «Sor Citroen» (sin diéresis, vale) las monjas encarnaban todo lo decente y lo bueno. No recuerdo bien la peli, ni siquiera esa escena terrorífica que mencionas, así que no puedo rebatirte que sea así. Si querría, en cambio, puntualizar que en el imaginario sexista también se llevaban lo suyo: eran mujeres que vivían en comunidad con otras mujeres y sin hombres, y eso tenía un precio. Muchas veces se cuestionaba si estaban allí por propia voluntad, por despecho o por desesperación, Don Juan las seducía fácilmente y el refocile con frailes y curas es un clásico literario.
En tiempos más recientes he conocido algún caso cercano de alguna chica que ha tomado esa decisión vital y las críticas han sido feroces.
Para terminar, os dejo con una cita de un periodista de cuyo nombre no quiero acordarme: «Las feas antes se metían monjas; ahora se hacen feministas.»
¡Ole, ole y ole!
Recuerdo, ademá
Hola Noe,
Pues tienes toda la razón. Se me ocurren otro montón de refranes de esos que te dejan temblando con respecto a las monjas. Pero fíjate en una cosa: a estas mujeres no se las criticaba porque tuvieran una vocación religiosa. Eso era respetable. Lo que era objeto (y sigue siendo) de burla es todo lo demás, todo lo que tiene que ver con el imaginario: mujeres que están en conventos porque no han podido o sabido buscarse un marido: despecho, desesperación, feas… y por eso eran fácilmente seducibles. Es decir, y siempre bajo mi punto de vista, la decencia de nuevo aparece como vara de medir.
Nos impusieron (y creo que imponemos) una moral. La moral que tenemos cada uno no se ha configurado en función de nuestra personalidad, deseos o desazones. Se ha determinado por lo que la sociedad nos ha querido transmitir. Será hora ya de quitarnos esa capa que nos han impuesto y actuar en función de lo que de verdad queremos hacer? Yo estoy totalmente dispuesta.
Un beso
Miren, recuerdo perfectamente a Sor Citroen y comparto cada renglón del post. A pesar de mi respeto a la comunidad cristina de base y sus valores, ¡cuánto daño ha hecho y sigue haciendo la Iglesia a las mujeres!
Sor Citroen también hizo lo suyo, justificando y apoyando conductas demasiado peligrosas. Lo peor de todo, como bien dices, es que eso que parece de otra época sigue estando de total actualidad.
Eso es lo malo Arantxa. Que lo que parece de otra época sigue estando ahí. Porque aunque ahora mismo la Iglesia esté sufriendo una crisis de valores y de «afiliaciones», lo cierto es que nos seguimos moviendo por las pautas que nos marca. Y me explico. Ahora mismo hay un debate abierto: el aborto. Y aunque de cara al tendido se nos llena la boca de la palabra libertad, cuántas mujeres hay que cuando son ellas las que tienen que tomar una decisión tan importante, y tan terrible por todo lo que conlleva, no se sienten horriblemente mal? Y por qué? Porque aunque no tengan convicciones religiosas, aquello que nos enseñaron sigue flotando como polvo suspendido en el ambiente y deja su poso. Claro que lo deja.
Abrazazo
Se me ha puesto muy mal cuerpo viendo el documental de Isabel Coixet. Pero hay que verlo. En primer lugar, para no olvidar. Seguidamente, para llevarse las manos a la cabeza, con cada espanto de noticia recuperada para esta serie del horror. Y por último, para sacudirnos como sociedad: cada mujer asesinada, maltratada, es un fracaso de proporciones descomunales.
¿Lo has visto? ¿verdad que es un horror que nos hayan tratado así a lo largo de la historia de la publicidad? ¿Y verdad que cuando lo estás viendo te encuentras en numerosas ocasiones diciendo: pero si ese anuncio, esas mismas formas, esos mismos clichés se siguen utilizando hoy en la publicidad del año 2013?.
Mi pregunta es: ¿hasta cuándo?
Un beso y gracias, muchas gracias por tus comentarios
Me ha encantado tu post, Miren. Es así, estamos impregnadas de esos imaginarios y con ellos y desde ellos vivimos… Qué bueno que podamos «verlos» y hacernos conscientes de lo que nos condicionan. Y al ganar visión, podemos ir eligiendo su sustitución progresiva, lenta, con coste… pero posible!!! En ello estamos ¿no? Ane
Ane, qué bien que aportes una mirada positiva a toda esta historia. Es cierto lo que dices: si lo vemos lo podemos controlar. Y poco a poco sustituirlo. Me quedo con ello. Muchas gracias
Me he acordado de una jovencísima monja que hace un montón de años conocí. Soltaba todo lo que le pasaba por las cuerdas vocales, sin previo control, cuando le citaban a Sor Citröen en plan, «mira tú que gracia». «Mi monja» era la encargada de llevar en coche a las niñas (porque todas eran niñas) de la residencia que gerenciaba su Orden al colegio. Acompañaba al médico, al colegio, recogía los cachitos de cariño que a esas niñas se les iban cayendo por las esquinas: eran niñas sin recursos, nacidas en familias también sin recursos y lo que es peor, sin esperanza. Hoy una de esas niñas dirige una empresa a unos pocos kilómetros de aquella residencia.
Perdonar por cambiar el foco del debate, pero es que no he podido evitar llamarle para pedirle que eche un vistazo a este excelente post. Ya os contaré sus comentarios (sigue igual de deslenguada que siempre). Igual se anima a comentar 🙂
Pues ójala y se anime a comentar porque sería otra mirada terriblemente interesante. Y si no, ya me gustaría que nos lo contaras tú, Pilar. Porque supongo que a esta mujer «deslenguada» seguramente se le rompieron muchos esquemas cuando se encontraba con la duplicidad de la moral impuesta por la Iglesia por un lado y con la realidad por otro. Yo fui a un colegio de monjas. Y no tengo absolutamente nada contra ellas. Nada. Me enseñaron muchas cosas. Y de ellas aprendí mucho. Y, como en todos los sitios, las había buenas, menos buenas, malas y menos malas. Pero transmitieron valores. Y nos programaron. Pero como nos programaron también nuestras madres y nuestros padres. Y tantos otros. Lo que a mí me sigue dando vueltas es el motivo. Es el por qué. Hace siglos que la fuerza no es la principal arma de subsistencia. Y sin embargo, siguen existiendo las mismas pautas de comportamiento que entonces: la mujer es el sexo débil, somos las sensibles, las menos inteligentes, las manipulables, las que pueden ser propiedad de otro, las que pueden ser maltratadas (e incluso asesinadas). Y a las que, y sigo con lo mío,tienen que cumplir unas reglas muy estrictas de comportamiento para no salirse de unas rayas determinadas. Quiero saber por qué se pintaban esas rayas. Incluso a mano.
Espero con ganas los comentarios de tu amiga la monja.
Un abrazo
Estoy viendo ‘Tú y yo’ por enésima vez y miedo me da que me pase como a ti con Sor Citroen. ‘Por ser mujer soy más precavida que tú’, le dice Deborah Kerr a Cary Grant, echándole de su camarote. Seguiré viéndola a ver qué pasa.
¿A que se casan, María? ¿A que se casan? Eso sí. Ella casta y pura, eh? No vayamos a liarla.
Disfruta de la peli (y si puedes deja aparcadas las gafas ultravioletas)
Los hombres no tenemos virtud ni decencia, así que yo no se las pido a nadie.
Me ha recordado tu post (siguiendo quizá la cadena decente -> limpia) un anuncio de un desodorante femenino en el que la (súper) mujer escenificaba todo eso que dices y además atravesaba el techo de un autobús para darle el almuerzo a su hijo, que se le había olvidado… Aunque mi memoria resbala cosa fina y puede que esté mezclando varios «spots», es muy triste que esa publicidad sea factible.
Y aunque efectivamente el post no iba sobra la violencia machista, también he recordado aquel «sketch» infame, mucho más reciente, con canción y todo, creo que de Martes y Trece, «Mi marido me pega…».
Sobre los estereotipos, creo que cuantos más, mejor, porque se describen más casos (lo digo en general, no sólo sobre ésos de la mujer en el cine español). El ideal está en los tres mil millones… que es tanto como decir ninguno.
Pues de acuerdo y desacuerdo. Los hombres no tenéis virtud. No os hace falta. Pero sí tenéis decencia aunque no relacionada con el sexo. Os miden con otra vara que también habla de dignidad: el pilar del sustento familiar; el macho; el fuerte psicológicamente; el honrado; el ideólogo.
Y con 3.000 estereotipos: yo cocino, tú conduces; yo educo a los niños, tú les/nos mantienes…
Recuerdo un niño que decía: mi padre gana dinero y mi madre se lo gasta. Y pobre del que no lo ganara…
Y de acuerdo, totalmente, en lo de la publicidad. Fue y es nauseabundo.
Y gracias. Se te echaba de menos por aquí.
Eso no es decencia, sino «valía». Si no reúnes esas «cualidades» que mencionas y otras, no vales, eres incapaz, a lo sumo se te puede compadecer. Y no es actitud de varones exclusivamente.
Os sigo, pero a veces tareas de chicos (broma) me absorben demasiado. ¿Alguna por aquí juega al Civilization? 😉
Hola Makgregory,
Pues a eso me refería en el blog: a la similitud entre decencia y valía. Si una mujer es considerada decente vale. Si no lo es, no vale.
Y por cierto. Tus tareas de «chicos» molan. Soy una especialista en el Medal of Honor (el de Holanda/Dinamarca me lo he pasado enterito) y el Call of Duty también me priva. Lo siento. Estoy pelín anticuada pero se me da muy bien pegar tiros. También me los cargaba a todos en el Padrino y en el 007. Pero ya, cuando llegó la saga del San Andreas, decidí quedarme con los míos y no seguir avanzando. Faltaban demasiado al respeto al personal. Con los de F1 y Fútbol, no puedo. Son un rollo.
Ya ves. Los tacones y la Play Station son compatibles.
Saludosssss
Mooooola. Yo soy más de estrategias para la dominación mundial. No sería rival en ninguno de esos juegos.
En cuanto a la decencia / valía, me lo tengo que pensar un poco más, no termino de verlo.
Eh! que yo empecé en toda esta historia con «El imperio de los mares», en el ordenador. Anda y que no me conozco yo todo el mar Báltico y no habré construido casas, comprado y vendido grano, vino y aceite…
Llegué a ser gobernador (no me dieron nunca la opción de ser gobernadora) durante una larga temporada.
En cuanto a lo de la decencia y la valía, ponte en los zapatos de una mujer y lo entenderás. No lo mires por tu lado. Salte fuera.
Patrician III también es de mis favoritos 🙂
Sigo pensando es que para la mujer hay decencia y valía como prejuicios diferenciados. Sigo insistiendo que a nosotros sólo se nos requiere la segunda…
Tengo en la memoria perdido el Patrician III. Pensaba que era el de los romanos pero ése era Imperium.
Y decencia, valía, honradez… Si al final me vas a convencer!
Lo del género en los vídeojuegos merece un post. Curiosamente la saga Civilization sí era bastante respetuosa al menos con los/las dirigentes y hasta Alpha Centauri tenía «lideresas». En «El imperio de los mares» a mí se me multiplicaban los problemas y es que soy mal gestor.
Apuntado queda: post de videojuegos y género. Da mucho de sí. Tanto por parte de los que juegan, de quiénes se cree que juegan y de los contenidos de los propios videojuegos.
Gracias Mikel!
Pequeño comentario al post de sor citroën; entiendo que las cosas segurián siendo así, no hay más que fijarse que hace más de 2.000 mil años que María es virgen y parece que tiene para rato aún. Es lo que se venera en los países católicos como el nuestro. No obstante, parece que tenemos suerte si comparamos nuestra situación con la de aquellas mujeres que habitan en otros lares. Espero no haber herido la sensibilidad de nadie, pero creo que es un dato a tener en cuenta.
Gracias Ainhoa.
Hola Ainhoa.
Tienes razón. Tenemos una situación mejor que la de las mujeres que viven en otros lugares del mundo donde los derechos de las mujeres no es que no sean respetados, es que no existen.
Pero eso no significa que ésa sea la situación ideal. Ni con mucho. Si repasas los puntos en los que me he centrado en el post, y estando muy de acuerdo contigo en que ha habido una evolución a lo largo del tiempo, fíjate en que todavía se siguen transmitiendo muchas pautas de comportamiento que se suponen que debe cumplir una mujer. Lo hace la publicidad, el cine, la música. Lo hace la educación y los programas de televisión (no me voy a meter en aquella polémica del telediario de la 1 sobre si las niñas iban provocando o no con sus ropas de verano). Lo sigue haciendo la Iglesia y, cómo no, la sociedad. La que le dice a una mujer cuál es el comportamiento que debe tener en determinados momentos y lugares. Y sobre todo, en determinadas etapas de su vida: hay que estar encantadas con los embarazos, deben soportar a tu novio número 3 porque pasar a un cuarto ya estaría mal visto; debes llevar la falda de un determinada medida o debes comportarte de un modo muy determinado como madre, esposa e hija.
Yo sigo convencida de que es así. De que se empeñan en enseñarnos a sentir, que es lo que más me duele. No ya a ser. ¡A sentir! Y me apetece ser libre Ainhoa. Y me apetece luchar por lo que quiero aunque a la sociedad no le guste. Y vivir como más desee aunque no sea el modelo ideal. Y sentir como me dé la gana, riendo cuando tenga ganas y llorando cuando me apetezca.
Quizás sea eso lo que peor llevo: que en momentos determinados de mi vida otros, y lo que es peor, yo misma, me han/me he obligado a sentir como me habían enseñado. Y no como me pedía el cuerpo y el alma.
(Bueno, esto es casi casi una confesión).
Un abrazo y gracias por estar con Doce Miradas.
El cine español de lños tiempos de Sor Citroen, tiempos del destape, desde luego no fueron los mejores para nuestro tema… pero ahora de una forma quizás más sutil seguimos viendo en tv y cine las mismas cosas…
Pero cuánta razón tienes… Y todavía nos preguntan en las entrevistas que por qué en pleno siglo XXI nos ponemos a defender los derechos de las mujeres…
Gracias Idoya por tu comentario.
Un abrazo
[…] aún con ciertas ambigüedades, está permitido y despenalizado. También Miren Martín en ‘Sor Citroen o la dignidad mal entendida’, rememoraba el momento en el que la monja protagonista, haciéndose eco del sentir mayoritario […]