Seamos ola

11/09/2018 en Miradas invitadas

Cristina Ubani Bazán. Nací en Irún, generación del 65. Feminismo y Cooperación al Desarrollo por justicia, por pasión y por ocupación. Actualmente trabajo asesorando en el diseño, mejora y gestión de proyectos de igualdad en el ámbito de la Cooperación al Desarrollo. En perpetua formación a la que me impulsan la alegría, la curiosidad y la esperanza impresas en mi ADN. Me gusta sentirme eslabón de una cadena histórica de mujeres y nunca olvido que nuestro suelo fue su techo.


El feminismo es un movimiento político. No cabe duda. Nació con la vocación de transformar leyes civiles, económicas o culturales injustas. Nació de la marginalidad y de la subsidiariedad, de la negación de derechos sociales, políticos y humanos. Luchó contra la invisibilización, la desvalorizacón y el ninguneo. El feminismo se desarrolló: “lo personal es político”. El feminismo se alzó y se rearmó, estudió, deconstruyó y denunció. Elaboró bases teóricas, filosóficas y se cuestionó. Luchó y consiguió. Todo esto hizo, todo esto hace. Todo lo logró, lo logra sin matar, acaso muriendo. Sólo por esto debería ser ensalzado y aplaudido.

De su acción política se podrían distinguir cuatro categorías: las de acción positiva, las compensativas, las de perspectiva de género y las de transversalidad. Las de acción positiva serían las que entienden que las mujeres deben estar en puestos decisorios y de poder por lo que proponen medidas que lo posibiliten. Las compensativas son las que tratan de equilibrar la desigualdad que imponen roles y estereotipos “femeninos” cuyo origen diversos estudios sitúan en la división social del trabajo. Esta división relegó a la mujer al ámbito doméstico, a ocuparse de los cuidados, fuera de los espacios públicos, del trabajo remunerado, del prestigio social y de la visibilidad, reservada a los hombres. Las acciones con base en la perspectiva de género tienen como objetivo cuestionar las raíces de la desigualdad de la distribución social del trabajo y de proponer su transformación, a diferencia de las dos primeras. Y por último las de la transversalidad que harían referencia a la inserción de la igualdad de género necesaria en todas las estructuras, en las políticas y los procesos. Significa reconocer que esta visión heteropatriarcal del mundo, de lo masculino y de lo femenino está inserta en todas las capas de construcción social, económica, y política del propio Estado.

Las actuaciones en estas categorías nos han traído diversidad de balances. Las políticas afirmativas, como el establecimiento de cuotas, nos posibilitan la visibilización, la presencia necesaria de mujeres en puestos a los que se nos impide el acceso. Soy muy fan, digan lo que digan. Las críticas residen en que las cuotas permiten la llegada de cualquier mujer, dicen. Vale, como la no existencia de cuotas posibilita la llegada de cualquier hombre antes que una mujer. No vivimos en una meritocracia, si fuera así pasaría como en las oposiciones públicas: representación más igualitaria. Pero también creo que sería importante compartir que la presencia de mujeres en determinados puestos, como los superpoderes de las superheroinas, conlleva una gran responsabilidad. Esa responsabilidad pasa por entender que ser mujer no es suficiente, que debemos formarnos en feminismo si no queremos reproducir estereotipos y machismos. El “a mí nunca me han discriminado por ser mujer”, por ejemplo, no puede ser una respuesta, porque no es cierta. Necesitamos mujeres, si, pero sobre todo mujeres feministas.

Las compensativas, en mi opinión, han demostrado su inutilidad, y en la mayoría de los casos cargan de nuevo sobre las espaldas de la mujer las consecuencias de las medidas tomadas. Por ejemplo los permisos de maternidad/paternidad o las reducciones de jornada para cuidados de menores y/o mayores. Las medidas no han resuelto, ni en Suecia, ni en Dinamarca, ni en España, ni en ningún lado el asunto del cuidado de hijos/familiares. En un 85% de ocasiones, la que pide reducción de jornada laboral para cuidado es la mujer. Y esto hay que empezar a decirlo alto y fuerte. La brecha en pensiones, las desventajas de estas acciones las pagamos las mujeres vascas, españolas, francesas y suecas. Los datos nos avalan, son muy tozudos en demostrarnos que la igualdad no se ha alcanzado en ningún país y en casi ningún ámbito social. Este tipo de medidas son cuidados paliativos que perpetúan un estado de cosas.

Acciones con afán transformador, rendida fan. El análisis de género diluye el espejismo de la igualdad y deja al aire unas estructuras sociales que instauran la desigualdad como principio. Es necesario, urgente e integrador ponernos estas gafas moradas. Necesitamos esta herramienta para quitar piedras, tierra y dejar las raíces a cielo abierto. Y las raíces, la mayoría de las veces como un iceberg, multiplican el tamaño del árbol. Muchas ídolas, mujeres imponentes han hecho este arduo trabajo. Conocemos la estructura, la llamamos por su nombre, sabemos y podemos describirla, la reflejamos como en la fábula de la caverna de Platón para incrédulas y cegadas y en ese trabajo estamos. Este análisis pone en evidencia las brechas de género y permite articular propuestas interesantes en torno a la salud, a los servicios sociales, etc. Gracias a esto entendemos por qué la crisis económica, los recortes en el estado de bienestar, han tenido una desigual incidencia en hombres y mujeres ya que afectan, entre otras cosas, a la carga de trabajo de cuidados, trabajo que asumen las mujeres, trabajo no remunerado y que limita su posibilidad de acceso y participación en el mercado laboral.

Y por fin el análisis transversal. La realidad es poliédrica y compleja. Cada cambio en una pieza, como en una pila de cajas, trae consecuencias en las otras, que deben también retocarse, reorientarse o cambiarse. En el fondo estamos hablando de la decisión que debemos tomar las feministas sobre si queremos conseguir la igualdad en este tipo de estructuras u ofrecemos una alternativa al modo de entender las relaciones económicas, medioambientales, políticas y sociales con otros valores en la escala de la prioridad y de la agenda pública.

La cuestión es que el feminismo, en mi opinión, ha traspasado una línea de no retorno. Tenemos análisis certeros, hemos desconstruído y analizado, estamos recuperando la memoria de nuestras antecesoras y reescribiendo la historia con nosotras dentro. Hace poco ocupamos las calles en un inmenso grito de hartazgo. Será con nosotras o no será. No sin mujeres.

Pero para esto suceda tenemos que articularnos, no basta la protesta. Tenemos que buscar la manera de construir un proyecto con prioridades y con vocación de incidir e influir en la formulación e implementación de políticas públicas. Debemos ser capaces de proponer un proceso, de delimitar objetivos y plazos, de desplegar alianzas y prever dificultades. Una manera de fijar sólidamente los avances que hagan efectivas las leyes de las que nos hemos dotado.

Debemos aprender y ejercer la legítima y necesaria capacidad de incidencia política para no ir detrás o sobre la ola, seamos ola. Pongamos nuestra capacidad y talento, nuestra acción como consumidoras, activistas, profesionales al servicio de un proyecto común feminista que por definición hará mejor y más sólida a una sociedad democrática.

Debemos marcar un camino por el que transitemos para proponer, vigilar e incidir en las decisiones que nos atañen. El mundo de los partidos políticos tiene sus prioridades, sus posibilidades y sus decisiones cautivas. Tenemos la posibilidad de paso a paso presionar, explicar, incidir, denunciar, formar y construir. Tenemos tarea pero como nos recuerda una maravillosa frase: “venimos a hombros de gigantas”. Es tiempo de definir los pasos, desbrozar el camino que nos queda y caminarlo entero. Estamos obligadas.

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Somos mujeres. Somos personas. Gente con sueños que imagina una sociedad diferente. Gente que reclama un espacio común para mujeres y hombres que sea más justo y equilibrado. Y después de mucho cavilar, somos doce mujeres con ganas de trabajar para lograrlo. ¿Quieres saber quiénes somos?.