Los 12 apóstoles o el gobierno de Syriza

10/02/2015 en Doce Miradas

Decía el Papa Francisco en su último viaje, creo que a Filipinas, que somos “demasiado machistas” (sic). Esto me lleva a pensar que los comportamientos “poco” machistas o “normalmente” machistas son generalmente aceptados y que solo se condena sin titubeos aquello que ha adquirido el carácter de delito como puede ser el asesinato, la agresión sexual o la violencia. Sin embargo, no se adopta una postura firme contra las actitudes que, precisamente, ostentan la mala costumbre de ser el origen y la causa de ese delito. Ahí está la nota de corte: parece que todo lo que no está tipificado en el código penal puede ser susceptible de debate acerca de si es o no es machismo: el piropo, la no presencia de mujeres en determinados puestos en la empresa o en los gobiernos, la publicidad, la “superioridad” del hombre frente a la mujer, el compartir las tareas domésticas, los valores transmitidos, la obediencia “debida”, los modos de educación, los roles sociales…

La razón por la que muchas personas que se proclaman a favor de la igualdad mantienen posturas evidentemente machistas, es que no son conscientes de que esas acciones, precisamente las que se dan de manera más habitual, esos modos de pensar, esa forma de moverse por la vida son, lo quieran o no, consecuencia y origen a la vez, del más puro y duro machismo. La frase que el Papa Francisco decía en Filipinas es un claro ejemplo de ello.

El peso de la tradición

Estamos viviendo un momento social importante. Parece que nos encontramos en una bifurcación del camino en la que elegir una u otra dirección podría hacer que cambiara el sentido de la historia. Da la sensación de que nos encontramos contemplando desde la orilla, como meros espectadores, una competición de veleros en la que tiene suma importancia en qué dirección sopla el viento. Lo que no sabemos muy bien es si las personas que capitanean los barcos tienen la intención de arriesgarse y atracar donde todas y todos estamos esperando o quizás nuestro deseo se sitúe 2 ó 3 puertos más allá de donde ellos, y digo ellos adrede, tienen planificado finalizar su viaje.

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Fotografía de aleteia.org

Eso nos pasa, por ejemplo, con el Papa Francisco que, cuando todavía era Bergoglio, nos conquistó el 13 de marzo de 2013 con aquel “buona sera”, dicho de una forma tan linda con acento argentino. Desde entonces, parece que han querido sonar aires de cambio pero su “demasiado machista” o la defensa del uso de la violencia física en el caso de que alguien ofendiera a su madre (que no a su padre), además de su inacción en otros temas, nos han hecho ver que, por lo menos éste, no tiene pensado llegar al puerto que mucha gente estábamos esperando. Le pesa la tradición. Demasiado. No es de extrañar si tenemos en cuenta que las creencias de la Iglesia están basadas en una fe en la que, tanto para crearnos como para redimirnos, e incluso para morir por nos, lo ha hecho en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Una Iglesia en la que las mujeres no están ni se les espera, salvo para representar un papel de actrices secundarias en una película que tiene ya más de 2.000 años, exactamente el tiempo en el que también la historia se encontró en un cruce de caminos. ¿Y quién lideró aquel cambio, aquella “revolución”? Pues, cómo no, un hombre. Un señor que un día se lió la manta a la cabeza, salió de su casa y reclutó un equipo de seguidores, los apóstoles, conformado otra vez más, solo por hombres. Y únicamente llevaba con él a dos mujeres: a su madre, la que le cuidaba, y a María Magdalena, la prostituta arrepentida y, además, enamorada del líder. O al menos así nos lo cuentan las crónicas de la época escritas, de nuevo, por hombres. Y no se nos ocurre poner en duda que lo nos dicen los evangelistas no sea cierto, por lo menos en cuanto al sexo de los protagonistas se refiere: a ninguna mujer de la época en su sano juicio se le hubiera ocurrido echarse a andar sola por esos caminos de Yahvé y decirle a otras 12 mujeres que hicieran lo mismo. Las hubieran tildado, como poco, de locas y en un pispas, las habrían mandado a la casa de sus padres para que las metieran en vereda. Y no se habría realizado ni un milagro, por supuesto, porque a ver quién iba a ser la guapa que se hubiera atrevido a resucitar a Lázaro sabiendo, porque para algo era la hija de Dios, la que por mucho menos se montaría siglos después en Zugarramurdi. Las 12 apóstolas nunca pudieron haber existido. Y por supuesto, jamás hubiera triunfado la doctrina que predicaban porque lo que decían las mujeres no contaba.

Ni cuenta.

Y llegó Grecia

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Fotografía de elcomunista.net

En la cuna de la democracia, volvieron a soplar hace pocos días, otros vientos de cambio. Y mientras los espectadores veían desde la orilla de nuevo la carrera de veleros, el ganador se quedó bastantes puertos más atrás de lo que muchas, y me consta que también muchos, esperaban. El partido ganador, Syriza, ha designado un gobierno compuesto por 10 hombres. Ni una mujer. Un Consejo de Gobierno de 40 personas, en el que solo 6 son mujeres. Es tradición, dicen algunos, que en Grecia la política esté copada por los hombres. Y entonces yo me pregunto que para qué sirven los cambios y en qué se diferencia todo esto de, por ejemplo, lo que vemos que ocurre en la Iglesia, estructura inamovible donde las haya. ¿No habíamos quedado hace tiempo que las tradiciones están para romperlas?

Contemplo con estupor que hay personas que justifican esta situación. Y que muchas de ellas son mujeres. He visto estos días a personas que pusieron el grito en el cielo cuando vieron que en el gobierno de Tsipras las mujeres destacaban por su ausencia, cambiar de opinión porque parece que si se critica algo que está mal hecho por un partido de izquierdas, inmediatamente te has “desindignado” y te has puesto al otro lado de la barrera. Pasados los primeros días han hablado los gurús y, como siempre, han callado las mujeres. Y no me meto aquí en opciones políticas, creo que no es el lugar, sino que me manifiesto en contra de cualquier gobierno, de izquierdas, de derechas o de centro, me da igual, en el que no haya mujeres. Porque sin mujeres en un gobierno, no se pueden hacer políticas de igualdad. Porque sin mujeres en un gobierno, van a decidir por nosotras y sin nosotras una vez más. Porque sin mujeres en un gobierno, nos vemos obligadas a levantar la mano de nuevo para decir que estamos aquí. Y ya tenemos el brazo cansado. Que también contamos. Que también votamos. Que también pagamos impuestos. Que no queremos volver a reivindicar que somos tan válidas como ellos. Que no nos apetece tener que decir otra vez más que tenemos que estar. Porque un gobierno sin mujeres es “demasiado” machista. Porque un gobierno sin mujeres solo denunciará aquel tipo de machismo que sea delito. Porque sin mujeres no hay democracia. Y porque esto ha sido así por los siglos de los siglos.

Amén.

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Miren Martín

Periodista enamorada de la comunicación. Soy una apasionada de la vida a la que analizo constantemente lo que me lleva muchas veces a no saber. Y me gusta la gente. La buena. No la otra. Y hay dos cosas que no soporto: la injusticia y la insolidaridad. Por todo eso quiero mirar. Siempre hacia adelante.

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