Lo rosa es político

09/12/2014 en Doce Miradas

Os lo confieso: son mi debilidad

Me refiero a los escándalos erótico-políticos. Me fascinan; me divierten e intrigan a partes iguales. No creo que sean simples entretenimientos frívolos, sino que bajo esa epidermis bullen casi todas las grandezas y las miserias (bueno, más bien las miserias) de nuestro primer mundo occidental. Por eso me tiene tan atrapada la teleserie The Good Wife. Pero de la ficción ya hablaremos en otro momento. Ahora vamos con la (teler)realidad.

En su momento seguí con interés el affaire Hollande; ya sabéis: el señor Presidente de la República francesa convivía con una primera dama oficial, Valérie Trierweiler, y en tal situación estable transcurría plácidamente la la legislatura, hasta que en enero de 2014, la revista Closer, una publicación nada prestigiosa, lo que en Francia llaman un magacín people, de famosetes, publicó unas fotografías que demostraban que el señor presidente tenía un lío amoroso clandestino con una actriz, Julie Gayet, dieciocho años más joven que él.

No era un asunto del todo nuevo: en 2013 habían circulado rumores que nadie había podido confirmar y François Hollande, al menos en privado, había declarado que no eran sino infundios.

Con el tiempo, en cambio, se comprobó que las murmuraciones apuntaban a la verdad. La señora Trierweiler tuvo que pasar por el mamerci pour ce momentl trago de ver a su consorte en la portada de un equivalente al Pronto, se llevó, como es lógico, un disgusto monumental, se recluyó (hay quien dice que la recluyeron) en una clínica, luego hizo un viaje y, meses más tarde, publicó un libro, Merci pour ce moment (Gracias por este momento), sobre los años pasados junto a Hollande.

El libro fue recibido o, mejor dicho, repelido con litros de misoginia por todas partes. La reacción mediática fue brutal. La prensa lo calificó de peste-seller y el gremio de las librerías francesas lo acogió mal. Hubo incluso quien se negó a venderlo y colocó en su establecimiento un cartel que decía: “Somos librerías, no vertederos”.

¿Qué hizo Trierweiler para merecer eso? Pues nada más y nada menos que romper con una tradición de siglos de silencio cómplice.

 

No era la primera vez que algo así sucedía

En los años 80 presidía Francia François Mitterrand, quien durante lustros llevó una doble vida, con una doble familia y una hija secreta, que no fue conocida por el gran público hasta que tuvo ¡veinte años!

No puedo evitar acordarme también de Dominique Strauss-Khan, porque, salvando la distancia nada desdeñable que separa el delito de lo que no lo es, los paralelismos son evidentes. Strauss-Khan también se barajaba como candidato a la presidencia de Francia por el mismo partido de Mitterrand y Hollande y tenía un currículo oculto de llamémoslas faltas de respeto contra las mujeres que fue debida y convenientemente silenciado cuando hubo que hacerlo, pues hasta que no estalló el megaescándalo, todo era rumor, sospecha y presunta maledicencia.

Seis meses después de que Closer destapara el caso Hollande, en junio de 2014, finalizó el reinado de Juan Carlos de Borbón en España. En una tertulia nocturna televisiva, el moderador preguntaba sobre los extremos más privados del recién acabado reinado y un prestigioso periodista vasco respondía, con una pizca de desdén, que no le interesaban los presuntos asuntos extraconyugales del monarca; que no iba a referirse a los affaires amorosos privados. Y pasaba a hablar de otra cosa.

 

Pues yo no estoy de acuerdo

No, no estoy de acuerdo con este prestigioso periodista, porque, para empezar, esos asuntos no son privados. Quizá lo serían si se tratara de otra persona, pero no es lo mismo en el caso de un rey ni de un presidente de la república.

Para empezar, los guardaespaldas que acompañaban al señor Hollande a sus citas clandestinas con la señora Gayet no eran privados, no los pagaba él de su bolsillo; eran agentes del servicio secreto francés. Su pareja oficial vivía con él en el Elíseo, es decir, en la residencia oficial, a cargo del erario público. Luego las parejas del presidente no son un asunto privado.

Además, esas cuestiones amorosas presuntamente despreciables, sí importan, para mí cuentan, a mí me dicen algo. El comportamiento de Hollande me dice algo sobre su forma de relacionarse con las mujeres. Me dice que es capaz de manterner a una mujer oficial a su lado y tener a una amante, dar por buena la situación y hacer que todo un servicio secreto del estado colabore con su engaño. Es una opción vital más del siglo XVI que del XXI. La única diferencia es que Hollande en público habla de la dignidad de las mujeres, de derechos fundamentales, liberté y égalité.

 

Mulierem ornat silentium

“El silencio adorna a la mujer”, decía un proverbio romano. “Cuánto importa que las mujeres no hablen mucho”, decía Fray Luis de León en La perfecta casada, como nos recuerda Pilar García Mouton en su magnífico libro Así hablan las mujeres.

Ese mismo silencio histórico que se da la mano con la invisibilidad, el mismo que Bernarda Alba impone a sus hijas al final de la obra; ese silencio de losa, que a veces se llama discreción, saber estar o buen gusto, es el que se quiso imponer a Trierweiler. Criticar que haya publicado un libro es lo mismo que obligarla al silencio. Y obligarla al silencio es impedir que se conozcan las historias de las mujeres, los relatos de las esposas, las amantes, las hijas, las madres o las concubinas; es hacer que el discurso sea uno y único, que solo se oiga el de los hombres.

Y, para acabar, puede que suceda también, al mismo tiempo, algo bastante peor: que emerja también aquí la solidaridad masculina entendida en el peor de los sentidos, en el sentido de “nos callamos y nos protegemos las espaldas unos a otros”, con la excusa de que “de esto no se habla, no cuenta, son chismes de mujeres, no tiene importancia, es una banalidad, es privado, no existe”.

Ese mandato de silencio a las mujeres esconde un miedo a la complicidad, a la solidaridad femenina, quiere romper nuestros vínculos, es un “acalla, divide y vencerás”.

 

Pero ya no estamos en los 80

No, no estamos en la década de 1980. En 2014 quizás ya no pueda suceder lo que sucedió con Mitterrand. Así y todo, el libro de Trierweiller tuvo que imprimirse con todo sigilo en Alemania y, a pesar del feroz rechazo de la élite político-intelectual, las cifras de ventas fueron y siguen siendo desorbitadas, se ha traducido a once idiomas y por las redes sociales circulan extractos con los pasajes más llamativos.

Trierweiler encarna otra forma de actuar. Frente al periodismo cortesano de París que lleva décadas tratando a los presidentes como a monarcas o líderes religiosos, Trierweiler reina en otros mundos: tiene aura, cierto carisma, un enorme tirón mediático. No hay más que ver la acogida del libro, las incontables portadas que ha protagonizado y la bestial popularidad de su cuenta de Twitter (@valtrier), hasta el punto de que sus enemigos la han rebautizado como Valérie Tweetweiler y la califican de tuistérica. Bonito hallazgo expresivo ese de tuistérica, ¿no creéis? A la altura de feminazi o casi.

Es evidente, pues, que algo ha cambiado. Pero no es suficiente. Hollande sigue ocupando portadas de revistas de colorines y me pregunto hasta qué punto este escándalo le pasará factura electoral. Recuerdo a su otra expareja, Ségolène Royal, que también era muy querida, muy popular, pero fracasó en las urnas frente a Nicolas Sarkozy.

No es, por tanto, suficiente. Hace falta algún otro pasito. Reflexionemos, pues, y avancemos. Y, por supuesto, sigamos hablando. De todo lo que nos dé la gana. De todo todo.

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De la Margen Izquierda de la ría de Bilbao. Soy lingüista, teleadicta y peliculera. Creo, por encima de todo, en la libertad individual. No renuncio a la utopía.

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