Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta

08/09/2015 en Doce Miradas

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«La Libertad guiando al pueblo», Eugène Delacroix, 1830.

 

Leía un día sobre los orígenes del feminismo, cuando fui a parar con una cita que me golpeó por su mezcla de juicio y candidez. Escrita por Olympe De Gouges en la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana” de 1791, decía así: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”.

Habían transcurrido dos años desde la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” (escrita en el corazón revolucionario de 1789) y para entonces, la autora de esta pregunta intuía ya que tampoco los padres del grito “Libertad, Igualdad, Fraternidad” —aquellos con quienes las mujeres se habían embarrado faldas e ilusión en el fragor de las barricadas— tenían ahora verdadera intención de hacer hueco mullido para ellas. “La mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también el de subir a la Tribuna”, resumió De Gouges de forma meridiana.

Cierto es que, casi 225 años más tarde, las mujeres —con el apoyo de tantos hombres— hemos logrado muchos de los derechos apenas imaginados en la época y, sin embargo, la interpelación de esta ciudadana francesa (demasiado revolucionaria incluso para aquella revolución) mantiene aún hoy su vigencia. Y esto me deja más preguntas que respuestas. En todo caso, más allá de los frenos y trampas que nosotras las mujeres nos ponemos en la conquista del terreno público (asunto de mi reflexión anterior), el menú del día es: ¿cuánto tiene que ver la acción/no acción masculina (voluntaria o inocente) en esos “otros” frenos que las mujeres encontramos en el camino?

“¿Hombre, eres capaz de ser justo? Es una mujer quien pregunta”.

Tal vez deberíamos empezar por el principio y dilucidar en qué consistiría tal justicia hoy y a partir de ahí, determinar qué esfuerzos serían exigibles a los actuales hombres de bien; aquellos que apoyan, creen apoyar o quisieran apoyar a las mujeres (parejas, hijas, amigas, madres, hermanas…) en esta cansina lucha por disfrutar sin salvedades de iguales oportunidades. ¿Qué sería sensato pedir y qué iluso o desmedido?

Bien, sobre todo esto me dio por pensar hace poco al saber de un nuevo seminario en el que los diez ponentes previstos son varones (7-11 septiembre, con Alfredo P. Rubalcaba, Gumersindo Lafuente, Emilio Ontiveros, José María Izquierdo, entre otros). La denuncia en Twitter llegaba esta vez desde @Masdel50, donde recordaban aquello de “hay expertas”. “Pues tienes razón”, fue la llana respuesta de un senador que entró en la conversación. Pero, quedé yo barruntando: ¿de qué sirve que te concedan la razón? ¿De qué sirve siquiera tenerla? ¿Qué más se podría entonces pedir a un hombre que concede la razón ante una interpelación tan directa? Porque lamentablemente, la razón no sirve de nada.

Es la acción la que cambia las cosas. Sin acción, no hay reacción.

La cuestión de fondo, por tanto, es: ¿cómo pasamos al siguiente nivel? Y se me ocurre que quizá sea necesario recordar, en primer lugar, que nuestra sociedad continua siendo machista. No nos gusta decirlo, pero es así. Y es así porque continua habiendo mujeres y, en mucha mayor medida, hombres, que no creen que el valor de ambos sea el mismo (salario, dedicación familiar, implicación en el hogar o silla en el Consejo de Administración de turno). Y esos hombres no son siempre el vecino de enfrente… Quizá sea necesario recordar también que la violencia contra las mujeres (de tan espantosa actualidad) no es casual sino causal. Que los asesinos no surgen como los champiñones, sino que los criamos entre todos. Y que esta violencia, sin duda el fruto más podrido y hediondo de todos, comparte raíz con otras muchas situaciones, que no por frecuentes y aparentemente intrascendentes, son reflejo de un árbol sano.

¿Por qué si no sería necesario llamar la atención sobre lo que significa una mesa con diez varones? ¿Cuánto tardaríamos en ver el sesgo de raza en una mesa con diez hombres blancos si nuestra sociedad estuviera formada por tantos blancos como negros? ¿Por qué entonces nos cuesta tanto ver el de género? ¿Y por qué es tan rara la vez que uno de esos varones osa romper el código y decir públicamente algo al respecto?

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Olympe de Gouges

Por eso quizá, desde el respeto, yo me pregunto para cuántos de ellos ese siguiente nivel es un objetivo realmente deseado. Si su silencio no ocultará un miedo antiguo y colectivo a una certeza: que, cuando el espacio es limitado, para que alguien pueda dar un paso adelante, alguien ha de dar un paso atrás. Porque para que haya ganancia debe haber pérdida y porque cualquier avance social exige esfuerzo. En todo caso, es innegable que para que el cambio del que hablamos se produzca, esta sociedad necesita que sus hombres sean co-impulsores del salto. Porque sin ellos no podemos. Y sin ellos, a veces parece una batalla o un lamento lo que debiera ser camino compartido.

Significarse es complicado. Exige cojnvicción y pesado sentido de la responsabilidad. Y para qué negarlo, mucho arrojo. Pero necesitamos ponentes que digan “esto no es posible”, políticos que digan “esto no se subvenciona», asistentes que digan “esto no me gusta” o “yo no atenderé” y organizaciones que digan “tenéis razón”, pero, sobre todo, que digan, “el error es imperdonable y lo vamos a corregir… porque hay expertas”.

Y termino excusándome por tantas preguntas y con la esperanza de que generen algunas respuestas. Porque casi 230 años después de que la nuca de Olympe De Gouges sintiera el hielo de la guillotina, podríamos (y, por tanto, debieramos) haber avanzado más. Porque avance y paso del tiempo no son la misma cosa y sin algo de valentía no hay acción ni reacción.

 

 

 

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Ana Erostarbe

Periodista en comunicación estratégica. De las que no se aburre. Me gusta escribir, la poesía, sacar fotos... Pensar y hacer. La música me atraviesa y la naturaleza me turba. Creo en un mundo mejor y en que el sol es cosa de todos. La buena gente, cerca, y el ruido, mejor lejos.

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