El milagro de conciliar
21/06/2016 en Doce Miradas
Hace unos meses, Jordi Évole trató en su programa ‘Salvados’ el tema de la conciliación y los cuidados en la familia. Y lo hizo de una manera comparada entre dos sistemas muy diferentes entre sí, el sueco y el español. Esta forma de mirar distintas realidades ayuda a realizar planteamientos que, en ocasiones, pueden parecer utópicos pero que si los vemos implementados en otras sociedades se convierten en una realidad no sólo necesaria sino posible.
La primera y principal conclusión a la que podemos llegar, a través del programa ‘El milagro de conciliar’, es que no es viable conseguir una igualdad plena entre hombres y mujeres si la conciliación y la corresponsabilidad siguen considerándose objetivos de segundo o tercer nivel -en el mejor de los casos- y mientras exista un modelo de economía que marca, en primera instancia, las normas de comportamiento de una sociedad.
En Suecia está prohibido por ley preguntar a las mujeres durante una entrevista de trabajo sobre sus planes de familia (embarazos). La maternidad se entiende como una elección de dos personas -en familias no monoparentales- y la corresponsabilidad en los cuidados parece ser una asignatura en la que nos llevan clara ventaja. En palabras de David, una de las personas entrevistadas en el programa de Évole: “Yo no soy una ayuda, soy un actor que tiene la mitad del rol”. De hecho, en Suecia un padre puede disfrutar de 480 días para el cuidado de sus hijas/os, distribuidos según las necesidades de cada cual, hasta que estos cumplan los seis años de edad. Si optan por disfrutarlos de forma continuada, son 16 meses de permiso iguales e intransferibles para la pareja. Los dos, padre y madre, se ausentan durante el mismo tiempo y pueden disfrutar y cuidar de sus bebés en igualdad de condiciones. ¿Hace falta que recordemos el periodo de baja maternal en el Estado español? También son 16, pero no meses sino semanas.
Parece que por aquí vemos las cosas de otra manera. Para muestra me remito a las famosas declaraciones de la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, cuando afirmaba que “si una mujer se queda embarazada y no se le puede echar durante los once años siguientes de tener un hijo, ¿a quién contratará el empresario?”. A estas declaraciones añadía que, si de ella dependiera, contrataría “a mujeres mayores de 45 y menores de 25”. No es de extrañar, por tanto, que las mujeres en edad reproductiva se consideren una amenaza y no una bendición para nuestro sistema, que los padres no vean a su hijas/os y que las madres se responsabilicen de todos los cuidados, perpetuando así la división tradicional del trabajo. Y, después de todo esto, nos echamos las manos a la cabeza porque la baja tasa de natalidad -entre otros factores- hace que, bajo los parámetros actuales, se cuestione la sostenibilidad del estado de bienestar a medio plazo.
Y esto, es un problema estructural que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida. Los modelos de gestión rígidos, que consideran que la maternidad y la conciliación son cuestiones que atañen exclusivamente a las mujeres, tienden a perjudicar a estas últimas porque son las que optan por reducciones de jornadas para conciliar. Recientemente, se hacía público el décimo informe “Diferencias salariales y cuota de presencia femenina” elaborado por la consultora ICSA Grupo con la colaboración de EADA Business School. Según este estudio, las mujeres apenas ocupan el 12% de los cargos directivos y cobran por ello un 17% menos que los hombres. Siendo esto así, no hay mucha esperanza de que se aprueben medidas que apuesten por la conciliación cuando quien tiene que diseñarlas no siente que sean una prioridad en su vida sino más bien una amenaza en ciernes.
Entonces, ¿cómo conciliar en un contexto en el que, aunque cada vez somos más conscientes de la importancia de estar cerca de nuestras/os hijas/os, se nos exige una mayor dedicación en el trabajo (en el mejor de los casos) o no queda otro remedio que compatibilizar diferentes trabajos -’mini jobs’- para llegar a fin de mes?
No hago ningún descubrimiento si comparto la idea de que el entorno y los primeros años de crianza en las niñas y niños son claves en su desarrollo futuro. La necesidad de estar cerca de padres y madres, de compartir espacios para la motivación y abrir ventanas a unos ojos deseosos de aprender, son necesidades de primer orden en el desarrollo de una persona. Sin embargo, yo me pregunto cómo una madre y un padre, preocupados por la propia sostenibilidad familiar, pueden hacerse cargo de la educación de sus hijos e hijas. Según el estudio Bienestar y motivación de los empleados en Europa 2015 –realizado por Edenrede Ipsos, un grupo especializado en servicios corporativos – la segunda preocupación laboral en España, detrás del miedo a perder el empleo, es el tiempo dedicado al trabajo (el 65% de las personas trabajadoras se sienten requeridas fuera de su horario laboral).
El impacto de la situación económica en las familias y en el de las futuras generaciones va más allá de la pura sostenibilidad, que no es poco. Un país avanzado, como puede ser Suecia, es un país que toma en serio la educación de las futuras generaciones, no sólo desde los centros educativos -algo a lo que hay que darle una vuelta de 360º- sino también posibilitando a las familias la oportunidad de participar y dedicar tiempo a la educación de sus hijas/os. Como dice un sabio proverbio africano, ‘Para educar a un niño/a hace falta toda una tribu’ (lo de niña se lo he añadido yo, el proverbio no lo contempla).
En Suecia, las escuelas infantiles son gratuitas o su precio se ajusta a la renta de la familia. Cada barrio cuenta, como mínimo con un centro escolar, y el ratio de profesionales en el aula es de uno por cada cinco niñas/os. ¿Cómo va esto por aquí? Las dificultades económicas de las familias, la limitación de plazas, con el consiguiente alejamiento del lugar de residencia, tiene varias derivadas: en muchas ocasiones, son las mujeres las que optan por dejar el puesto de trabajo porque no sale a cuenta trabajar y pagar el servicio; en otras ocasiones, ante la dificultad de pagar el servicio y, al mismo tiempo, ante la imposibilidad de abandonar el trabajo, entran en acción las abuelas y abuelos que se dejan la piel a una edad en la que no les corresponde.
Perdonen ustedes que insista en la idea de que el modelo de sociedad en el que vivimos perpetúa la división del trabajo y hace que la conciliación se convierta en un milagro. Apostar por la igualdad y la conciliación no es una utopía. Hace falta abrir un debate serio en el que entendamos que apostar por la igualdad y la conciliación es apostar por un modelo económico y social más justo y avanzado, como es el caso de Suecia.
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No puedo estar mas de acuerdo. La conciliación tiene que salir del ámbito doméstico y pasar a ser un tema de estado. El futuro está en juego
Gracias
Isabel, gracias por dejar tu comentario. Necesitamos más referentes de otros países en que esto sea así. Los ejercicios de inversión siempre funcionan para darnos cuenta de que otras formas de hacer son posibles y hacen más felices a todas las personas.
Saludos.