El fútbol, la puerta y el caballo de Troya

01/07/2014 en Miradas invitadas

silvia muriel zuribeltzaSoy Silvia Muriel Gómez, @ncuentra, amatxu y del Athletic. Ejerzo de psicóloga para crear contextos laborales y sociales donde las personas puedan ser protagonistas, participar y liderar. Soy también consultora homologada por Emakunde (Instituto Vasco de la Mujer) para la asistencia técnica en materia de igualdad. Pertenezco a la Junta Directiva del Athletic Club de Bilbao.

La puerta de entrada al fútbol la ha venido abriendo, por lo general, un hombre. Para que pasase a ese mundo, por lo general, otro hombre. Así ha sido casi siempre. Y la mayoría de las veces dentro del ámbito de la familia, como se ve en esta vivencia entre un padre y un hijo, que me parece preciosa. O, como afirma el escritor Juan Villoro: “Un estadio es un buen sitio para tener un padre. El resto del mundo es un buen sitio para tener un hijo”. O, como se puede ver en estos vídeos, relatos, anuncios o documentales que se hacen pensando en la fibra emocional: “Athletic Club, bizi, sentitu” de Karlos Trijueque; “Un siglo y 90 minutos” de Unai Larrea; el anuncio que preguntaba “Papá, ¿por qué somos del Atleti?”; “Una cuestión de fe” de Enric Gonzalez; o “Mi abuela y diez más” de Ander Izagirre.

 Todo muy familiar, muy de emociones. Y muy masculino, casi siempre. Y, a veces, con tintes machistas, como tan desafortunadamente se atrevió a explicar el escritor y periodista Hernán Casciari: lee el post “Las mujeres y el fútbol” de Loretahur.

 Esta emocionalidad que se vive en compañía, esta camaradería que se genera en torno al fútbol como excusa, la valoro sobremanera. Y quizás por eso, por todo lo que me engancha ese sentimiento tan fuerte de algo compartido, me acerqué a esa puerta del fútbol, que me ha sido empujada, abierta, en mi caso también, generalmente por hombres. Varios. Y una única mujer.

 No me resisto a universalizar una sensación tan placentera como la que vivo con el fútbol. Por eso me comprometí conmigo misma hace mucho tiempo a ser una de esas aplicadas conserjes que te abre y te sujeta la puerta con amabilidad, para facilitarte el paso. Para que te asomes y que te puedas quedar, si lo de dentro te gusta. Y quisiera compartir ese compromiso mío con otras mujeres y con otros hombres. A nosotras nos dicen minoría en esto del fútbol, pero ya no sé si eso no se ha quedado en una mera leyenda urbana. Así que, siendo minoría o siendo más de las contabilizadas, no estaría de sobra tomar conciencia de qué puertas queremos dejar abiertas para otras mujeres que vengan detrás.

Varios hombres, como digo, me fueron abriendo la puerta del fútbol, la puerta de mi Club. Y una única mujer puso el pie para que no la cerrara alguna corriente de aire.

El primero, mi abuelo, con el que convivía  junto a mi padre y mi madre. Estaba casi ciego, por un glaucoma que se le fue llevando los colores y las formas. Con él pasé mi infancia y adolescencia, viendo los partidos que retransmitían por la televisión en euskera, una lengua que yo no dominaba y que él desconocía. Los sábados, pues, nos sentábamos ante la tele y yo le iba narrando lo que veía. Poníamos también la radio y entre una cosa y otra completábamos la narración y el debate.

 En sus últimos años apenas distinguía el balón. Solo era una manchita blanca que le daba pistas de por dónde iba el asunto. A veces se atrevía a decir “fuera de banda”, como si lo viera, aunque siempre sospeché que lo hacía para mantenerme la ilusión de que su vista no era tan mala.

En este tiempo empecé a ir a San Mamés; muy jovencita, con apenas trece años. Sola casi siempre, procurando engañar a algún compañero de la escuela para que se viniera conmigo. Mis amigas no querían. Pero a ellos les interesaba más arrimar cebolleta en los bailes de La Casilla, que por aquel entonces eran lo más de lo más de las fiestas sin alcohol. En el primer partido al que fui, sola, contra el Logroñés, a la salida de uno de los fondos, alguien me tocó el culo. Miré atrás: muchos hombres; no supe quién fue. Me volví a casa convencida de que, si lo contaba, no me dejarían volver a San Mamés. Por lo menos sola. Ya entonces consideré que aquel era un espacio propio, conquistado por mí, del que quería seguir formando parte, y que, de abandonarlo, sería ya para siempre. Así que nunca lo conté; ahora lo hago por primera vez.

Nunca fui una grupie ni una friki localmente enamorada. Pero como era adolescente, parecía que solo podía interesarme el fútbol por algún jugador me llevara el corazón y los demonios. Aún hoy, hace poco, he tenido que oír de una persona muy cercana al mundo del fútbol que a todas las mujeres nos lleva a este deporte el enamoramiento que sentimos de jóvenes por algún jugador, únicamente por su aspecto físico. Machismo de libro. Me dio pena oírle, porque además es bien joven, pero ¡qué le vamos a hacer!

Así que ese fue mi origen en esto que llamo “el Athletic y yo”. Mi abuelo me abrió la puerta del fútbol y la ventana de la tele y la radio. Los sábados por la tarde-noche eran nuestros, privados. Solos, los dos en casa. Y en el descanso del partido le hacía la cena. Le tapaba las piernas con una manta de cuadros en el sofá, si era invierno. Y con este calor mi abuelo se hizo del Athletic a mi ritmo, conmigo. Por mí. Y me enteré de su muerte en el tren, de regreso a casa, volviendo de un Athletic-Real Madrid.

Llega el segundo hombre, el que sujetó el portón del fútbol para mí durante más de veinte años ya, motivándome sin saberlo para seguir dentro jornada a jornada: mi compañero de asiento. Elías. Me recibió el primer día, me acogió y se convirtió en mi padre postizo por arte de magia. Ha habido gente que ha pensado, en mi tribuna, que era mi padre. ¿Cómo una chavalita iba a ir al fútbol sin su padre o su abuelo? Y de nuevo estaremos juntos en el nuevo San Mamés. Seguirá ejerciendo de padre y yo de hija cuando pueda volver a sentarme junto a él.

Y llega el tercer hombre. Muchos años después de aquella adolescencia de la que inconscientemente él también formó parte, me brindó la mejor de las oportunidades, porque la  mejor oportunidad es que alguien te permita observar una puerta que no crees que ni esté ahí, de tan inalcanzable que te parece, y que además te ofrezca traspasarla y recorrer con él un camino con principio y fin en el Athletic, mi ideal de lo que es el fútbol y lo único que ha ido perviviendo en mí a lo largo de todas las fases de mi vida. Estar a este lado de la puerta, disfrutar del fútbol desde un ángulo privilegiado y asumir su representación. Sin él, sin este hombre 6, no me imagino ninguna otra vía para llegar aquí.

Tres hombres que en mi vida han marcado, están marcando y seguirán marcando mi presencia en el mundo del fútbol. Mi presencia y la de la mujercita que viene detrás de mí. Hoy tengo una hija y la puerta a este universo ya la tiene abierta. Se la he abierto yo, el mismo día que nació. Y su abuelo, mi padre, también ejerce de cicerone, pues se ha hecho a rabiar del Athletic por su nieta. Como veis, se repite la historia de mi infancia, ahora con ella.

Entre tanta masculinidad hay una mujer importantísima: mi madre. En aquella mi típica adolescencia intensa, ella me nutría de recortes de periódicos y noticias y fotos y suplementos, para que no me perdiera nada de mi pasión. Estaba lista siempre, con el mando a distancia en la mano, para grabarme las noticias deportivas cuando yo no comía en casa. Y esos sábados por la mañana, en los que toda la familia dejaba la casa empantanada y sin recoger para llevarme ver los entrenamientos…

Las madres son las que deciden las cosas en casa. Fue ella la que decidió que yo podía ir sola a San Mamés. La que seguramente decidió que podían hacerme socia del Athletic en una casa en la que no lo era nadie antes. Ella me acompañó a Ibaigane para hacerme socia allá por los primeros 90 y, en unos tablones que recuerdo gigantes, elegimos un sitio que entonces solo era un cuadradito dibujado en un papel enorme con un sinfín de cuadraditos iguales.

Ella eligió el mejor sitio. El que he conservado hasta que una grúa me ha tirado mi campo.

Volvamos a la puerta. A esa puerta que no es una puerta, porque es un portón. Elegante, alto y ancho, pesado, de maderas nobles y herrajes viejunos. Ese portón al fútbol lo han abierto los hombres para que pasaran otros hombres y a veces algunas mujeres. ¿Y qué papel tenemos quienes hemos pasado bajo el quicio y disfrutamos con lo que vivimos? Como en Troya, desde dentro, hay que poner el tope en esa puerta para que entre, sin sesgos, quien quiera amar el fútbol como lo hacemos en este lado nosotras y nosotros. Para que lo cuide, lo respete y lo defienda.

Y acabo con un sueño: que esos vídeos e historias que protagonizan padres y abuelos, los protagonicemos madres, hermanas, tías, abuelas… En los vídeos, documentales y anuncios y también en la vida real. No se puede construir el fútbol del futuro sin vosotros y sin nosotras, en todos los ámbitos: en el campo, en la grada y en los puestos de representación. La mera presencia es imprescindible para ir ganando otras cotas todavía pendientes de alcanzar.

He aquí, pues, todo mi reconocimiento y enorme agradecimiento a estos hombres de mi vida. Sin ellos, la batalla habría estado perdida, a pesar de mi madre.  

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