El lenguaje no verbal que más nos favorece
junio 14, 2016 en Miradas invitadas
Teresa Baró (@tbarocatafau ) es experta en habilidades de comunicación personal. Conferenciante internacional y colaboradora de TVE en el programa «A Punto con la 2», ha publicado cinco libros sobre comunicación. Es licenciada en Filología Catalana, Técnico Superior en Publicidad y Máster en Protocolo, Ceremonial y RRPP.
Nadie puede negar la existencia de un techo de cristal. Los números cantan. La prestigiosa consultoría McKinsey&Company, en su informe de 2015 sobre la situación laboral de la mujer en los EUA nos muestra entre otros datos que las mujeres tienen menos presencia que los hombres en todos los estadios de la carrera profesional. En la fase inicial las mujeres son un 45%, proporción que va descendiendo a medida que avanzamos en edad y en cargos de responsabilidad. La progresión es de 37 %, 32%, 27 % 23% hasta llegar al 17 % de los más altos cargos de las organizaciones (los C-suites). Conseguida casi la igualdad en lo que a incorporación al mercado laboral se refiere, ahora el reto consiste en ocupar altos cargos, en formar parte de consejos de administración y alcanzar los primeros puestos de la política, en definitiva acceder por igual a las posiciones con más poder de decisión y mejor remuneradas.
¿Qué podemos hacer las mujeres?
Si buscamos en el comportamiento de las mujeres algunas de las razones por las que no pueden llegar a la cúspide de las organizaciones, podríamos llegar a responsabilizarlas de la situación en la que se encuentran. Esto sería, por supuesto, injusto y equivaldría a culpar a la víctima de ser la causante de lo que sufre. Pero darnos cuenta de que hay cosas que podemos cambiar en nuestra forma de actuar sí puede ayudarnos en la superación de muchas barreras en el ámbito profesional.
Se trata de ver qué es lo que hacemos las mujeres que nos impide llegar, aunque queramos llegar a estas metas, a pesar de tener toda la energía, el conocimiento adecuado y el ferviente deseo de alcanzarlas. Tenemos que autoanalizarnos y detectar actitudes y formas de comunicarnos que tejen una barrera invisible, inconsciente e involuntaria. ¿Cómo hacer que todas seamos más conscientes de lo que hacemos, de cómo nos comunicamos, de cómo actuamos? La educación y la divulgación tienen mucho trabajo por delante.
Sheryl Sandberg en su famoso Lean in, describe experiencias propias y ajenas que ilustran una forma “femenina” de actuar y en la que creo que muchas de nosotras nos podemos sentir identificadas
- Falta de confianza en nosotras.
- Creencia de que no merecemos el puesto que ocupamos o desearíamos ocupar, o lo que es peor, que nos están ofreciendo.
- Miedo a la visibilidad inherente a puestos de responsabilidad.
- Falta de asertividad para defender opiniones e intereses.
- Dificultad para negociar nuestro propio salario.
Todo esto se concreta en un comportamiento, en un estilo de comunicación, en el uso de un lenguaje verbal y una comunicación no verbal que reflejan una imagen que se nos vuelve en contra.
¿Por qué avanzamos tan lentamente?
Ya son varias generaciones de escuela mixta, de igualdad de oportunidades (teóricas) para elegir carreras universitarias, de insistencia en la educación no machista, del uso de un lenguaje no discriminatorio. Y sin embargo, en la familia, en sociedad y en la propia escuela se siguen transmitiendo modelos estereotipados que sitúan a la mujer en un discreto segundo plano. Ya no hablamos de discriminación clara y patente, no hablamos de acciones contra la libertad de elegir de las mujeres o contra su participación en determinados deportes o estudios tradicionalmente masculinos. No, estamos hablando de algo mucho más sutil, nos referimos a no proporcionar a niños y niñas los mismos patrones de conducta y las herramientas necesarias para que tengan una capacidad de analizar su propia comunicación y dominar los lenguajes que permitirían tener el control de las situaciones.
Así como nos hemos empeñado en forzar el idioma a unas expresiones “no machistas”, muchas veces ignorando la gramática y provocando auténticas dificultades de comunicación, no hemos sido tan observadores y exigentes en lo no verbal.
La educación que hemos recibido y se sigue transmitiendo, es distinta para chicos y chicas. Mientras que los chicos han sido preparados para defenderse y para ser competitivos, para tener autoridad, para ser valientes, para vivir con coraje, nosotras hemos sido educadas para la dulzura, para estar al servicio de, para coquetear, para conseguir un hombre que nos proteja, aunque además deberemos cuidar a la familia. Y no olvidemos que también se nos educa para seducir. La trascendencia de potenciar estos roles es que se nos mentaliza para ocupar puestos de segunda, en el plano profesional. Para apoyar en lugar de dirigir, para gestionar y organizar en lugar de pensar en el alto rendimiento. Para trabajar duro desde la discreción. Incluso hemos sido educadas, más o menos conscientemente, para la docilidad, para la sumisión.
Muchas de las mujeres que nos encontramos hoy, muy competentes, con estudios universitarios, incluso con cargos de una cierta responsabilidad, acaban teniendo un techo de cristal individual, personal, un escollo en sus carreras, y es el miedo a la visibilidad. Este pánico a ser protagonista se nos ha infundido desde pequeñas y hemos aprendido que casi siempre nos trae problemas. Se nos dice además que tenemos que ser discretas, elegantes y formales, y esto pasa por estar en un rinconcito, calladitas, sin molestar. Los que gritan, los que hacen ruido, los que pelean, los que luchan son ellos, y nosotras estamos ahí jugando a las muñecas, viendo a distancia el mundo competitivo y duro de los chicos.
Nuestro lenguaje no verbal
Algunas características de la comunicación no verbal femenina pueden ser un motivo de dificultad, de estancamiento en nuestras carreras profesionales porque son las responsables de una imagen que no corresponde a los estándares tradicionales de la alta dirección.
En cuanto a nuestra forma de expresarnos se fomenta que sonriamos, que no gritemos, que utilicemos un lenguaje correcto y limpio, que no miremos descaradamente, que tengamos unos gestos suaves y, sobretodo, que mantengamos las piernas cerradas, estemos de pie o sentadas.
Todo esto son movimientos femeninos en contraposición a los masculinos, que son más rudos, que son firmes, enérgicos, y que no muestran ningún atisbo de sumisión, sino todo lo contrario, son movimientos directos. El contacto visual es un ejemplo: el hombre puede mirar directamente lo que quiere, lo que desea, y en cambio la mujer utiliza la mirada de forma intermitente, hace una caída de párpados, mira de reojo, o no mira, baja la mirada cuando se le dice algo, muestra de su incomodidad y timidez.
Las mujeres sonreímos más tiempo que los hombres, lo que nos hace más accesibles. Muchas veces lo hacemos por timidez, para disculparnos o por incomodidad lo que nos convierte en más vulnerables. Los gestos de cierre y protección son más frecuentes y la gesticulación más blanda, suave y ondulada, lo que resta energía a nuestra expresión.
Y otra cosa más: tenemos que resultar agradables, atractivas y seductoras por lo que mantenemos una serie de hábitos que si bien nos pueden ayudar a alcanzar el poder en determinadas ocasiones, son más un estorbo a nuestra movilidad y a nuestra eficacia. Valgan como ejemplo: cuidar una melena, falda de tubo, maquillarte cada día o calzar zapatos de tacón que nos estilizan y también nos desestabilizan.
Al utilizar nuestro lenguaje corporal no solo estamos enviando señales a los demás sino que está en juego también nuestra autoimagen. Amy Cudy en su popular TED ya nos advertía de la importancia de colocarnos en una posición de poder. Porque esta pose activa nuestra actitud. Piernas separadas y manos en las caderas o levantadas en forma de V. No nos han entrenado para ponernos así. Nos han adiestrado para que cerremos bien los pies, coloquemos las manos detrás, nos sentemos con las piernas muy juntas, que es una posición de escasa estabilidad y propia de una actitud sumisa.
Total, que se nos educa para ser buenas niñas, amables, serviciales, dóciles, elegantes, discretas, diplomáticas, observadoras, pero poco reivindicativas: una imagen que no nos favorece cuando se busca a alguien para estar al mando de grandes proyectos. Es un modelo todavía vigente que deberíamos ir superando.
Por otra parte, pienso que se acabó también el estilo “masculino” de liderazgo y comunicación en general: el comportamiento de macho prepotente, que exhibe su fuerza y su poder, que no lidera sino que somete. Creo que, especialmente en el terreno profesional, hay un punto de intersección donde podemos encontrarnos, donde no se nos tiene que valorar en función del sexo sino de nuestras actitudes y aptitudes. En este sentido, un estilo de comunicación más neutro y compartido donde todos nos sintamos cómodos nos puede dar muchos mejores resultados, porque estaremos más en sintonía y estaremos más cerca de la igualdad de condiciones.
Es importante decidir qué imagen queremos transmitir en cada momento de nuestra vida. No se trata de imponer formas de actuar y de comunicarse. Cada mujer elegirá su forma de vivir, decidirá cuales son sus retos y se sentirá cómoda con un estilo de comunicación. Lo importante es que realmente podamos elegirlo libremente, que podamos ser dueñas de nuestra comunicación y diseñadoras de nuestra imagen en cualquier circunstancia; para desempeñar los más diversos roles: pareja, madre, amiga, profesional o directiva.
No podemos olvidar que con nuestra forma de comunicarnos atraemos a unas determinadas personas y alejamos a otras. De esta forma, muchas veces involuntariamente, estamos eligiendo a nuestra pareja, la organización donde vamos a trabajar y nuestras amistades.