El lenguaje no verbal que más nos favorece

junio 14, 2016 en Miradas invitadas

 

Teresa Baró_Doce MiradasTeresa Baró (@tbarocatafau ) es experta en habilidades de comunicación personal. Conferenciante internacional y colaboradora de TVE en el programa «A Punto con la 2», ha publicado cinco libros sobre comunicación. Es licenciada en Filología Catalana, Técnico Superior en Publicidad y Máster en Protocolo, Ceremonial y RRPP.

 

Nadie puede negar la existencia de un techo de cristal. Los números cantan. La prestigiosa consultoría McKinsey&Company, en su informe de 2015 sobre la situación laboral de la mujer en los EUA nos muestra entre otros datos que las mujeres tienen menos presencia que los hombres en todos los estadios de la carrera profesional. En la fase inicial las mujeres son un 45%, proporción que va descendiendo a medida que avanzamos en edad y en cargos de responsabilidad. La progresión es de 37 %, 32%, 27 % 23% hasta llegar al 17 % de los más altos cargos de las organizaciones (los C-suites). Conseguida casi la igualdad en lo que a incorporación al mercado laboral se refiere, ahora el reto consiste en ocupar altos cargos, en formar parte de consejos de administración y alcanzar los primeros puestos de la política, en definitiva acceder por igual a las posiciones con más poder de decisión y mejor remuneradas.

¿Qué podemos hacer las mujeres?

Si buscamos en el comportamiento de las mujeres algunas de las razones por las que no pueden llegar a la cúspide de las organizaciones, podríamos llegar a responsabilizarlas de la situación en la que se encuentran. Esto sería, por supuesto, injusto y equivaldría a culpar a la víctima de ser la causante de lo que sufre. Pero darnos cuenta de que hay cosas que podemos cambiar en nuestra forma de actuar sí puede ayudarnos en la superación de muchas barreras en el ámbito profesional.

Se trata de ver qué es lo que hacemos las mujeres que nos impide llegar, aunque queramos llegar a estas metas, a pesar de tener  toda la energía,  el conocimiento adecuado y el ferviente deseo de alcanzarlas. Tenemos que autoanalizarnos y detectar actitudes y formas de comunicarnos que tejen  una barrera invisible, inconsciente e involuntaria. ¿Cómo hacer que todas seamos más conscientes de lo que hacemos, de cómo nos comunicamos, de cómo actuamos? La educación y la divulgación tienen mucho trabajo por delante.

Sheryl Sandberg en su famoso Lean in, describe experiencias propias y ajenas que ilustran una forma “femenina” de actuar y en la que creo que muchas de nosotras nos podemos sentir identificadas

  • Falta de confianza en nosotras.
  • Creencia de que no merecemos el puesto que ocupamos o desearíamos ocupar, o lo que es peor, que nos están ofreciendo.
  • Miedo a la visibilidad inherente a puestos de responsabilidad.
  • Falta de asertividad para defender opiniones e intereses.
  • Dificultad para negociar nuestro propio salario.

Todo esto se concreta en un comportamiento, en un estilo de comunicación, en el uso de un lenguaje verbal y una comunicación no verbal que reflejan una imagen que se nos vuelve en contra.

¿Por qué avanzamos tan lentamente?

Ya son varias generaciones de escuela mixta, de igualdad de oportunidades (teóricas) para elegir carreras universitarias, de insistencia en la educación no machista, del uso de un lenguaje no discriminatorio. Y sin embargo, en la familia, en sociedad y en la propia escuela se siguen transmitiendo modelos estereotipados que sitúan a la mujer en un discreto segundo plano. Ya no hablamos de discriminación clara y patente, no hablamos de acciones contra la libertad de elegir de las mujeres o contra su participación en determinados deportes o estudios tradicionalmente masculinos. No, estamos hablando de algo mucho más sutil, nos referimos a no proporcionar a niños y niñas los mismos patrones de conducta y las herramientas necesarias para que tengan una capacidad de analizar su propia comunicación y dominar los lenguajes que permitirían tener el control de las situaciones.

Así como nos hemos empeñado en forzar el idioma a unas expresiones “no machistas”, muchas veces ignorando la gramática y provocando auténticas dificultades de comunicación, no hemos sido tan observadores y exigentes en lo no verbal.

La educación que hemos recibido y se sigue transmitiendo, es distinta para chicos y chicas. Mientras que los chicos han sido preparados para defenderse y para ser competitivos, para tener autoridad, para ser valientes, para vivir con coraje, nosotras hemos sido educadas para la dulzura, para estar al servicio de, para coquetear, para conseguir un hombre que nos proteja, aunque además deberemos cuidar a la familia. Y no olvidemos que también se nos educa para seducir. La trascendencia de potenciar estos roles es que se nos mentaliza para ocupar puestos de segunda, en el plano profesional. Para apoyar en lugar de dirigir, para gestionar y organizar en lugar de pensar en el alto rendimiento. Para trabajar duro desde la discreción. Incluso hemos sido educadas, más o menos conscientemente, para la docilidad, para la sumisión.

Muchas de las mujeres que nos encontramos hoy, muy competentes, con estudios universitarios, incluso con cargos de una cierta responsabilidad, acaban teniendo un techo de cristal individual, personal, un escollo en sus carreras, y es el miedo a la visibilidad. Este pánico a ser protagonista se nos ha infundido desde pequeñas y hemos aprendido que casi siempre nos trae problemas. Se nos dice además que tenemos que ser discretas, elegantes y formales, y esto pasa por estar en un rinconcito, calladitas, sin molestar. Los que gritan, los que hacen ruido, los que pelean, los que luchan son ellos, y nosotras estamos ahí jugando a las muñecas, viendo a distancia el mundo competitivo y duro de los chicos.

Nuestro lenguaje no verbal

Teresa Baró

La autoridad de Margaret Thatcher: cabeza centrada, mirada hacia adelante, espalda recta, leve sonrisa. La dulzura de la virgen: cabeza ladeada, barbilla hacia el pecho, mirada hacia abajo.

Algunas características de la comunicación no verbal femenina pueden ser un motivo de dificultad, de estancamiento en nuestras carreras profesionales porque son las responsables de una imagen que no corresponde a los estándares tradicionales de la alta dirección.

En cuanto a nuestra forma de expresarnos se fomenta que sonriamos, que no gritemos, que utilicemos un lenguaje correcto y limpio, que no miremos descaradamente, que tengamos unos gestos suaves y, sobretodo, que mantengamos las piernas cerradas, estemos de pie o sentadas.

Todo esto son movimientos femeninos en contraposición a los masculinos, que son más rudos, que son firmes, enérgicos, y que no muestran ningún atisbo de sumisión, sino todo lo contrario, son movimientos directos. El contacto visual es un ejemplo: el hombre puede mirar directamente lo que quiere, lo que desea, y en cambio la mujer utiliza la mirada de forma intermitente, hace una caída de párpados, mira de reojo, o no mira, baja la mirada cuando se le dice algo, muestra de su incomodidad y timidez.

Las mujeres sonreímos más tiempo que los hombres, lo que nos hace más accesibles. Muchas veces lo hacemos por timidez, para disculparnos o por incomodidad lo que nos convierte en más vulnerables. Los gestos de cierre y protección son más frecuentes y la gesticulación más blanda, suave y ondulada, lo que resta energía a nuestra expresión.

Y otra cosa más: tenemos que resultar agradables, atractivas y seductoras por lo que mantenemos una serie de hábitos que si bien nos pueden ayudar a alcanzar el poder en determinadas ocasiones, son más un estorbo a nuestra movilidad y a nuestra eficacia. Valgan como ejemplo: cuidar una melena, falda de tubo, maquillarte cada día o calzar zapatos de tacón que nos estilizan y también nos desestabilizan.

Al utilizar nuestro lenguaje corporal no solo estamos enviando señales a los demás sino que está en juego también nuestra autoimagen. Amy Cudy en su popular TED ya nos advertía de la importancia de colocarnos en una posición de poder. Porque esta pose activa nuestra actitud. Piernas separadas y manos en las caderas o levantadas en forma de V. No nos han entrenado para ponernos así. Nos han adiestrado para que cerremos bien los pies, coloquemos las manos detrás, nos sentemos con las piernas muy juntas, que es una posición de escasa estabilidad y propia de una actitud sumisa.

Total, que se nos educa para ser buenas niñas, amables, serviciales, dóciles, elegantes, discretas, diplomáticas, observadoras, pero poco reivindicativas: una imagen que no nos favorece cuando se busca a alguien para estar al mando de grandes proyectos. Es un modelo todavía vigente que deberíamos ir superando.

Por otra parte, pienso que se acabó también el estilo “masculino” de liderazgo y comunicación en general:  el comportamiento de macho prepotente,  que exhibe su fuerza y su poder, que no lidera sino que somete.  Creo que, especialmente en el terreno profesional, hay un punto de intersección donde podemos encontrarnos, donde no se nos tiene que valorar en función del sexo  sino de  nuestras actitudes  y aptitudes. En este sentido, un estilo de comunicación  más neutro y compartido donde todos nos sintamos cómodos nos puede dar muchos mejores resultados, porque estaremos más en sintonía y estaremos más cerca de la igualdad de condiciones.

Es importante decidir qué imagen queremos transmitir en cada momento de nuestra vida. No se trata de imponer formas de actuar y de comunicarse. Cada mujer elegirá su forma de vivir, decidirá cuales son sus retos y se sentirá cómoda con un estilo de comunicación. Lo importante es que realmente podamos elegirlo libremente, que podamos ser dueñas de nuestra  comunicación y diseñadoras de nuestra imagen en cualquier circunstancia; para desempeñar los más diversos roles: pareja, madre, amiga, profesional o directiva.

No podemos olvidar que con nuestra forma de comunicarnos atraemos a unas determinadas personas y alejamos a otras. De esta forma, muchas veces involuntariamente, estamos eligiendo a nuestra pareja, la organización donde vamos a trabajar y nuestras amistades.

 

 

Estar a la altura

mayo 24, 2016 en Miradas invitadas

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Zuriñe García, jefa de cocina del restaurante Andra Mari de Galdakao, Bizkaia. Una estrella Michelin.

 

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Os voy a contar brevemente cuál ha sido mi trayectoria laboral. Hace unos diecisiete años empecé a estudiar cocina en la Escuela de Hostelería de Galdakao. Estuve allí dos años, mientras trabajaba también en una panadería. Terminé haciendo las prácticas en el mismo restaurante Andra Mari. Recuerdo que tenía muchísimas ganas de trabajar y muchísima ilusión. En aquella época no había tantos restaurantes y hacer las prácticas allí era un lujo y un privilegio. Acabé las prácticas, conseguí hacerme un hueco en la plantilla y he permanecido en ella desde entonces.

Es cierto que no he podido conocer otras cocinas, pero he tenido la suerte de ver pasar a mi lado a grandes y muy buenos cocineros, como José Miguel Olazabalaga, Andoni Arrieta o Eneko Atxa; y, sobre todo, he tenido la suerte de poder aprender muchísimo de todos ellos.

Desde hace seis o siete años soy la jefa de cocina del Andra Mari. Soy la primera mujer jefa de cocina que ha habido en este restaurante. Es todo un honor, pero también es un reto que da mucho miedo, miedo de no estar a la altura. Y esto me lleva a preguntarme de dónde viene ese miedo, por qué lo he sentido, si yo me esfuerzo y trabajo igual que cualquiera en algo que me gusta muchísimo.

Tengo conmigo un equipo muy bueno. Hemos estado en muchísimos eventos, hemos viajado, hemos cocinado al lado de otros grandes cocineros… Apostamos por ello.

Cuando Doce Miradas me propuso participar en la celebración de su tercer aniversario, decidí colaborar con ellas porque coincido con su forma de pensar sobre el papel de las mujeres, no solo en la cocina profesional, sino en todo espacio laboral.

Mi pregunta es: ¿por qué no? ¿Por qué las mujeres capacitadas no van a hacerse un hueco en un mundo de hombres? Es un quiero y no puedo, un quiero y no me dejan o algo, supongo, más complejo.

Esa es la reflexión que me hago cuando me preguntan (y lo hacen a menudo, además) cómo me siento entre tanto hombre. Entiendo que desde fuera se vea así, pero mi punto de vista es distinto, porque llevo toda la vida trabajando entre hombres; estoy tan acostumbrada que me parece normal, así que acabo siempre respondiendo que me siento igual que ellos, ni mejor ni peor, y que siempre me han tratado bien.

Para acabar, quiero agradecer a Doce Miradas que pensaran en mí para formar parte de este evento. Espero que os guste mucho mi sopa. ¡Ánimo, chicas! Seguro que estaremos a la altura.

Las 12Miradas de 12Nubes

mayo 17, 2016 en Miradas invitadas


chapas12N12Nubes está integrado por un grupo jóvenes de Vitoria-Gasteiz dedicado a debatir, reflexionar, criticar, descubrir, imaginar, construir,… sobre diferentes temas y utilizando diferentes formatos creativos. Ante la oportunidad que nos ofrecían de poder expresar nuestra visión como mujeres, os ofrecemos 12 micro relatos, llenos de contradicciones, virtudes, dudas, ilusiones, complejos, reivindicaciones,… Un punto de vista sincero y real de 12 mujeres jóvenes.

 

 

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Para mí el estar entre dos países supone que a mi alrededor tengo personas de mi misma religión y otras que no; por ejemplo mis amigas. Yo tengo la ventaja de que las más cercanas a mí son de mi religión y me entienden porque comparten mi misma cultura. También tengo amigas que no son musulmanas pero que lo entienden porque llevo muchos años con ellas. El hecho de llevar pañuelo lo llevo bien, pero hay veces que hay cosas que no puedo hacer y me siento como un poco apartada. Luego me doy cuenta de que es por mi religión y no me quejo de ella. Ser de dos países me lía un poco porque yo me crie aquí, con los pensamientos de la gente de aquí, pero en mi país tienen otros pensamientos. Por ejemplo, cuando estás simplemente hablando con un chico, aquí lo ves muy normal y te sientes cómoda y libre; nadie te dice nada. Pero en mi país, si hablas con un chico ya te ven como una p***. Sin embargo, por muchos fallos que tenga, al fin y al cabo es mi país, donde está casi toda mi familia y ahí me siento cómoda con la gente de mi alrededor.

2

¿Cómo te puedes enfrentar a un choque entre culturas? ¿Qué es lo que puedes llegar a perder cuando eliges tirar por un lado o por el otro? Pues bien. Tres datos sobre mí: gitana, africana y finalmente vasca. Estos hechos marcan mi vida: madre gitana, padre africano y yo nacida en Bilbao. Cuando eres niña y creces en un entorno gitano, lo que se espera de ti es que encuentres un buen marido -eso sí, gitano- y que te hagas valer. ¿Qué entienden ellos por hacerse valer? Pues fácil: llegar virgen al matrimonio y ser una buena ama de casa. Si cumples con esas dos cosas, serás una gitana digna y llevarás la honra a toda tu familia. Crecer en un entorno africano no cambia mucho las cosas. Es cierto que no te obligan a llegar virgen al matrimonio pero generalmente son bastante machistas y, al igual que en la cultura gitana, las mujeres deben trabajar en casa y cuidar a los hijos. Sin embargo, yo me siento especial porque a pesar de todas estas cosas que ocurren de forma general, puedo decir que no incluyo a mi padre y a mi madre, y me alegro.
Mi padre lo único que quería es que fuese feliz. A veces ciertas cosas no las podía evitar pero siempre entraba en razón. Mi madre… Mi madre quiere que siga la cultura gitana pero tampoco me insiste mucho. En el fondo creo que simplemente se siente culpable por que ella se escapó con mi padre y tampoco siguió las leyes gitanas. Es difícil crecer en un entorno así ya que las familias de ambos progenitores esperan cosas diferentes y al final los que sufren son los niños, puesto que si no cumplen las exigencias de la familia materna en este caso, son rechazados y es como si nunca hubieran nacido. Pero sinceramente no me preocupa mucho, ya que no quiero ser lo que ellos quieran que sea. Me gusta elegir mi futuro sin que nadie me diga qué es lo que debo hacer. No obstante debe quedar claro lo orgullosa que me siento de ser gitana, africana y vasca. Porque para mí, a pesar de que ambas culturas tienen cosas negativas también las tienen positivas y para mí estas son mucho más importantes. Una de las que más orgullosa me siento es la unión familiar. Siempre tengo en mente estas palabras de mi madre y de mi padre: «La familia es todo y siempre va a estar ahí cuando la necesites».

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No tengo mucha experiencia en sobre qué es ser mujer ya que solo tengo 18 años, pero viendo lo que he visto a mí alrededor me he hecho una pequeña idea… Para mí ser mujer es ser un superhéroe. Sí, en masculino. Un SUPERHÉROE, porque no solo es ahora cuando la mujer está luchando por sus derechos. Desde mujeres como Clara Campoamor, las mujeres han podido luchar por lo que les pertenece, por ser iguales que los hombres, para que se les valore y no se les diga que solo sirven para tener hijos o cuidar la casa. He llegado a la conclusión de que todo lo luchado por nuestras superhéroes no ha servido para nada. Es un poco cómico que estando en el 2016 parezca que estamos otra vez en 1900 donde la mujer no valía literalmente “una mierda”; y, sinceramente, yo no quiero que mis hijos crezcan en un mundo en donde la mujer no vale igual que un hombre, donde no puede aspirar a ser
presidenta del gobierno, o simplemente tiene que estar sometida a un hombre. Para concluir, me gustaría añadir una frase de Clara Campoamor en su discurso para defender el voto de las mujeres: “Defendí en Cortes Constituyentes los derechos femeninos. Deber indeclinable de mujer que no puede traicionar a su sexo.”

4

Tengo 16 años. Soy de Marruecos pero vivo en España. Vivo entre dos culturas muy diferentes. Aquí en España tengo más libertad y me siento más segura que en Marruecos. Cuando estoy allí cambia mi forma de ser y hasta mi forma de vestir. No puedo salir sola ni tampoco puedo estar en la calle hasta la noche. En cambio aquí sí. Aquí mis padres me entienden y me dejan hacer  cosas que en Marruecos  no me dejan. Mi padre, por ejemplo, cuando vamos a Marruecos cambia su forma de pensar simplemente  por el miedo a que me pase algo, porque allí la gente en la calle se atreve hasta tocarte, insultarte, decirte cosas feas, etc., simplemente  por el hecho  de que seas mujer. A un hombre no le hacen lo mismo y puede hacer, vestir, decir… lo que quiera.

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Llevo en España desde que tenía 4 años. Nací en Mauritania pero siempre me he considerado saharaui, porque toda mi familia es de allí. Así que se me mezclan muchas culturas. Ahora tengo 16 años y mi visión de la vida como mujer no siempre es la misma, porque no en todos los sitios soy de la misma manera ni me siento de la misma manera. Cuando estoy en mi país tengo que ser y vestir de una forma. No me incomoda ni mucho menos, porque me siento a gusto vistiendo y siendo de esa forma. Pero el problema llega cuando estoy aquí. Porque a mí me gusta seguir mi religión y ponerme mi hijab, pero se me complican las cosas cuando veo que mis compañeras no tienen las mismas condiciones que yo… No tienen que llegar a casa a una hora determinada, no tienen que vestir de una manera y sus padres no les ponen las mismas normas que me ponen a mí los míos. Eso hace que mis padres tengan que ceder en unas cosas y yo en otras. Todas estas condiciones me afectaban cuando yo no sabía exactamente lo que quería hacer. Pero me di cuenta de que aunque mi religión y mi cultura fuera la misma que la de ellas, tampoco me sentiría igual que ellas. Por eso mi hijab no me hace sentir inferior a nadie  y he aprendido que no todos somos iguales pero valemos lo mismo.

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Cuando llegué a este país me sentí triste. Estaba echando de menos a mi familia, mis amigos y el colegio donde estudiaba. Me sorprendió ver cómo los chicos hacen las tareas domésticas  y las chicas hacen  las mismas cosas que los chicos. Aquí las chicas tienen libertad de expresión y de decidir lo que ellas quieren hacer. En mi país las chicas son las que hacen todos los trabajos de casa. En Pakistán las mujeres no pueden trabajar. No tienen  libertad  de expresión para decir lo que ellas quieran. Los padres son los que deciden  con quien van a casar a una chica. Sin embargo, me encanta la comida de mi país, la ropa de mi país y escuchar la música de mi país, ver películas etc. Allí las personas viven juntas como una gran familia. Me gusta mucho. Hay muchas cosas de mi lugar de origen que me gustan y hay otras cosas que no, como el maltrato que sufren las mujeres de allá y también aquí.

7

He nacido aquí pero por tener padres de otro país se me considera española pero de segundo plano. Lo que más rabia me da no es eso, sino que a veces puedes sentir que no eres de ninguna parte; porque también cuando voy a Sahara se me considera saharaui pero de diferente  pensamiento, porque  me he criado aquí. También como adolescente mis mundos chocan. No me siento comprendida por mis padres: si estoy aquí no puedo hacer ciertas cosas y si estoy allí tampoco. He luchado bastante para poder hacerle entender a mi madre que hay ciertas cosas que las va a tener que ver y aguantar aunque ella no quiera por nuestra forma de pensar. A veces no me siento de ninguna parte del mundo y otras de todo el mundo.

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Creo que vivimos rodeados de estereotipos y esto me condiciona. ¿Será que no puede haber chicas rubias con ojos claros que sean vascas? Cuando me preguntan suele molestarme. ¿Por qué será que si les digo que canto rap se burlan de mí? ¿No puede haber mujeres apasionadas por el rap que sean rubias? He aquí el primer estereotipo que más me molesta: las rubias son tontas. ¿Mi color de pelo y mi sexo son directamente proporcionales a mi inteligencia? El segundo estereotipo que no me gusta nada: si eres rubia, alta y guapa, eres una Barbie. ¿No aspiro a más que a parecerme a una muñeca? Aquí va otro de los que tampoco me gusta: “eres rubia y guapa, podrás casarte con alguien con dinero». ¿Mi objetivo en esta vida es ser la esposa de alguien? Aquí entra también lo de “Eres mujer, tú a fregar», “¿Para qué estudias? Si no vas a llegar a nada. ¿No ves que eres mujer?». Y demás. Mi mundo no es perfecto pero es lo que quiero. Canto rap y eso me apasiona. Soy vasca. No tengo por qué ser una Barbie; no soy tonta, me gusta estudiar y documentarme. Me creo totalmente capacitada como para que no me tenga que mantener un hombre que cree que soy un cacho de carne. No soy una mujer florero. YO SOY VÁLIDA. Estos dos
mundos chocan continuamente, porque para lo que algunos es un comentario, para otros es una falta de respeto.

9

Cuando me dijeron «¿Te gustaría participar en Doce Miradas y contar que es para ti ser mujer?» Lo primero que pensé fue «¿Y qué digo yo? Tengo una vida normal y corriente…» Sin embargo, hay una canción que a mí me gusta mucho, y dice así: «No hay nada malo en ser como eres», «Me olvidé de qué hacer para encajar en el molde». Me gustan mucho esas dos citas de la letra porque tratan de todos los estereotipos que hay hoy en día y los cánones de belleza imposibles de cumplir. También se refiere a cómo las mujeres estamos sometidas a sufrir la mayor parte de esos cánones y sentir que no logramos ser como nos marcan. Quiero decir: todas las mujeres somos como somos, deberíamos estar orgullosas, luchar para hacernos oír, no dejarnos someter por los cánones, por el qué dirán, por nada ni por
nadie. Es algo que yo llevo pensando toda mi vida: que no dejemos que nadie nos maltrate y use a su manera ni que nos reprochen imperfecciones que en realidad no existen, para hacernos cambiar. Si no te quieren como eres, no te preocupes, seguro que hay alguien que sí que lo hace. Tan solo espera, lucha y no cambies; porque eres perfecta porque eres tú y vales millones.

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Soy una joven saharaui de 17 años que he estudiado y vivido aquí casi toda mi vida. No me ha resultado muy difícil acostumbrarme a esta sociedad, ya que en su gran mayoría, es muy abierta… Aun así, siempre hay un punto en el que me siento diferente. Dejando aparte el idioma, hay otros aspectos como la vestimenta, la cultura, la religión,…. en los que siempre me he permitido el lujo de ser diferente. Mientras mis compañeras llevan 12N_grupopantalones ajustados y tirantes, yo llevo manga larga y velo; lo cual desde mi punto de vista es normal, ya que soy musulmana y así elijo vestir. Pero desde el punto de vista de otros es injusto para la mujer, intolerante e incluso carente de sentido. Lo comprendo. Todas las personas tenemos un punto de vista distinto. Pero es cierto que en muchos aspectos, la sociedad en la que vivimos es injusta, porque no juzgamos a la gente por llevar el pelo verde, amarillo, rojo, (cada cual es libre de hacer lo que quiera) pero sí la juzgamos por llevar vestimenta propia de su país o llevar el pelo tapado… ¿Por qué? Somos una sociedad que presume de libertad de expresión, de diálogo, del respeto al prójimo y aun así miramos con inferioridad, e incluso pena, a la mujer árabe. Porque creemos que es esclava de la religión o de la figura masculina sin ni siquiera plantearnos el hecho de que quizás vaya así por gusto, igual que aquellas que se tiñen el pelo de colores.

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Dos géneros. Masculino y femenino; uno el superior y otro el inferior. Así es como se distingue a hombre y mujer. Por una parte bien, porque por lo menos nos reconocen como mujeres y no como cosa o animal. Pero por otra, la utilizan como excusa para posicionar a una niña, chica o mujer en un mundo en el que se siente inferior. Se ponen a pensar que no valemos nada sin ellos, que no somos nada, que no somos útiles hasta que ellos nos necesiten… ¡¡¡Y no es así!!! Hay que sacar esa ira, rabia, molestia y coraje y transformarla en energía, valentía y decisión, para poder sacar esa persona-mujer que llevamos dentro y sentirnos bien a la par que ellos. Porque ellos sin nosotras no existirían al igual que nosotras sin ellos. Por eso mismo debemos caminar al lado de ellos, de la mano, y no detrás mirando sus espaldas. Llevo tantos años conviviendo con tratos/comentarios machistas con mis padres que ya me acostumbré y hasta los veo normales. Luego en la calle, no lo aguanto: bastante tengo en casa. Mi padre no sé si se da cuenta de que me duele o me molesta cuando me dice que no debo salir sola a la calle y de noche. También que no debo llegar tarde; que como señorita que soy no debo estar andando por la calle porque no soy un perro sin dueño. Y ahí está esa comparación con un animal. Luego mi madre: llamando a mis hermanos machistas y ella es la primera en hacer comentarios como «mira tu hermana: parece una cualquiera subiendo ese tipo de fotos a Face». Y yo le digo «¡Si no está mostrando nada! Simplemente se siente orgullosa de ser mujer y encima es guapa». Al final acabamos discutiendo pero yo la quiero un montón y es mi ejemplo a seguir. Porque a pesar de estar sola ahora, lucha por sacarnos adelante a todos sus hijos. Ahora tengo 18 años. Soy latina y en ocasiones me tocó pasar por situaciones de machismo y al mismo tiempo bulling, lo peor del mundo. En primaria, los chicos se metían conmigo por mi color de piel, por ser una niña que no podía defenderme, por ser de otro país, por ser débil «como una chica», decían ellos. Al final crecí con esas palabras en la cabeza y por eso, y por otras razones, soy como soy. Este último año de mi vida he recibido apoyo. Antes no podía mostrar mis lágrimas porque me sentía débil y ahora lo hago no por ser débil, sino simplemente porque soy un ser humano y tengo sentimientos. Ahora hablo, pero no hablo para responder a comentarios que para mí son irrelevantes ya que «donde la ignorancia habla, la inteligencia calla». También ya soy capaz de relacionarme con otra gente sin sentirme inferior por el color de piel, y aprendí a querer la mía. Las mujeres somos y seremos útiles no por ellos, sino por nosotras mismas. Somos y seremos independientes, no por ellos, sino para demostrar que somos capaces. Somos y seremos fuertes para superar cualquier cosa y seguir hacia adelante, mirando hacia el frente, junto a ellos, de la mano.

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Pronto cumpliré los 20 y quiero expresar cómo es que en tu propio entorno te siguen tratando como una niña cuando ya no lo eres. A veces pienso en lo mucho que de pequeña decía, “yo quiero ser mayor”. Pero ahora que ya que lo soy, me doy cuenta de que no tiene nada que ver que seas mayor o no para que te traten bien, sin que haya discriminación alguna por ser mujer o hombre. Me gustaría que, por un día, alguien intentara estar en mi cuerpo y en mi mente; que se diera cuenta de que ser yo -o ser la persona que lea esto- no es fácil. Porque no es fácil ponerse en la piel del otro. Por eso, no debemos juzgar a nadie. Como mujer me gustaría dar apoyo a otras mujeres que se sienten como yo, que muchas veces me he sentido utilizada a la hora de estar con un chico, porque ellos a veces solo se fijan en un buen culo o unas buenas tetas y ya está. Y no se dan cuenta de que detrás de ese físico hay un corazón y un alma.

 

 

Una pregunta para los hombres que deben leer también las mujeres

abril 12, 2016 en Miradas invitadas

asun martínez ezketa perfilAsun Martinez Ezketa. Periodista, informática, fotógrafa, poeta… Inquieta. Aprendiz de todo y maestra de nada. Reinventándome cada día para seguir siendo esa otra.
Presupongo la buena voluntad de las personas. Creo en el Hombre. Es lo que suelo responder cuando me preguntan por mi religión. Por eso confío en que, si alguien ve una injusticia, inmediatamente se va a posicionar en contra y va a tratar de evitarla. Apuesto a que tú también. Apuesto a que estás radicalmente en contra de las desigualdades sociales, de la brecha entre ricos y pobres, de los abusos de poder. Incluso puede que te hayas movilizado contra ello. Agitando tus manos en alto en alguna plaza o gritando consignas en una manifestación. Crees, como yo, que podemos acabar juntos con lo que es injusto.
Con cosas más graves, eres aún más visceral. Te repugna la violencia y no entiendes que haya personas capaces de acabar con la vida de otro ser humano. Con lo bonita que es la vida, pese a todo. Quizá también te hayas manifestado contra el terrorismo, que, por desgracia, hemos sufrido muy de cerca en nuestra tierra.
Eres una persona comprometida, en contra de la injusticia y de la violencia. Activamente comprometida.
Las mujeres, la mitad de la población aproximadamente, vivimos en una situación permanente de desigualdad social: cobramos menos y nos cuesta más llegar a puestos de responsabilidad. La violencia es una realidad cotidiana. Maltratos, violaciones y muertes se suceden en las noticias.
Y tú, comprometido. Activamente comprometido. ¿Qué haces? Tratas bien a las mujeres que te rodean y dices orgulloso «yo soy feminista». ¿Y qué más? ¿Ya está? ¿Ese es todo tu activismo para conseguir un cambio?
En mitad de esta inmovilidad, que ni si quiera es culpa tuya, es de todos como sociedad, no sufras, un grupo de mujeres ha enarbolado la bandera del feminismo y ha empezado a gritar que no hay más tiempo. Que nos morimos. Que nos matan. Que necesitamos cambiar, y cambiar ya. Que el sistema, por defecto, es opresor para con las mujeres y dota de derechos adquiridos a los hombres. Y esas mujeres les han pedido a esos hombres, a los hombres, que las entiendan, que las apoyen, que les dejen liderar un ascenso social y vital que deben hacer acompañadas pero solas. Porque el resto de la Historia la han escrito los hombres. Y esta vez nos toca. Haced espacio para que quepamos a vuestro lado.
El resto es Historia. Hombres que se sienten atacados. Otros que quieren liderar su propia lucha. Mujeres que se sienten cómodas en su papel de protegidas o que, sin haber dicho jamás una palabra en defensa de la mujer, ahora tienen muchas para defender a los hombres. Otras que radicalizan el mensaje…
Al fin, la pregunta es: hombre, si no te hubieran interpelado directamente, si no te hubiesen gritado «eres tan culpable como el resto, porque vosotros los hombres nos estáis matando a nosotras las mujeres, unos con un cuchillo, otros permitiendo que suceda, ¿estaríamos hablando de feminismo? ¿Estarías en una plaza levantando tus manos? ¿En una manifestación gritando consignas en favor de la igualdad de género?
Si nos es tan fácil ver que podemos y debemos hacer algo más para acabar con la desigualdad entre las clases ricas y pobres o el terrorismo, ¿a qué esperamos para hacerlo con la desigualdad de género? ¿Dejamos de defender estricatmente lo nuestro, lo que nos toca directamente, y nos ayudamos? Presupongo la buena voluntad de las personas. Creo en el Hombre. Y en la Mujer.
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Fotografía de Asun Martínez Ezketa

30 años de aprendizaje

marzo 22, 2016 en Miradas invitadas

SSI bubu B_N03En 30 años hemos pasado de cuidar personas mayores a ser empresarias cooperativistas. Del primer grupo de mujeres que buscaba un empleo digno, hemos logrado crear una realidad empresarial innovadora, que ha contribuido a definir el perfil profesional de una amplia gama de servicios, dignificando la actividad de cientos de mujeres. Nos gustaría compartir las principales lecciones de este apasionante viaje de tres décadas.

 

Este año celebramos el 30 aniversario de la constitución de nuestro proyecto, Grupo Servicios Sociales Integrados. Cada aniversario ha sido una alegría, porque el camino que emprendimos hace 30 años era incierto. Pero estos hitos, además, nos emplazan a mirar hacia atrás y ver cuánto de aquella identidad queda. En la fotografía de hoy se muestran realidades que ni tan siquiera imaginamos hace 30 años: ocupamos diferentes representaciones en órganos de gobernanza, somos agentes de la Red Vasca de Ciencia, Tecnología e Innovación, llevamos la secretaría de la Red Europea de Empleadores Familiares, y tenemos presencia en otros tantos sitios inimaginables en nuestros modestísimos inicios en la calle Lersundi nº 9 de Bilbao.

En 1983, el cuidado de personas mayores en el hogar estaba confiado a  mujeres, en su gran mayoría, en situación de exclusión social, adornadas por toda competencia por el sentido común y la necesidad imperiosa de trabajar. Los planes de emergencia social de la Diputación Foral de Bizkaia fueron el marco que facilitó esta diada recurrente en el tiempo: mujer-cuidados en el hogar. En este contexto nació la ayuda a domicilio en Bizkaia. Una situación de actividad más que precaria, casi marginal, que fue creciendo de forma poco coherente. En 1987, la Diputación Foral de Bizkaia, el Ayuntamiento de Bilbao y Cáritas Diocesanas decidieron ordenar lo que era ya una clara actividad social preocupados por las consecuencias de la altísima contratación de auxiliares en la que estaban incurriendo los municipios.

Nuestra historia comenzaba a escribirse de puño y letra, sobre todo, de Mª Luisa Mendizabal, alma mater de Servicios Sociales Integrados. Fue ella quien aceptó el reto de formar un empresa para la gestión del Servicio de Ayuda a Domicilio de Bilbao, y desde sus propios valores cooperativos adoptó esta forma jurídica para embarcarse en la difícil tarea de integrar en torno a un proyecto empresarial a 35 mujeres que no se conocían entre sí, pero que desempeñaban la misma actividad en hogares de Bilbao. Y comenzó a tejerse la red.

De un día para otro, estas trabajadoras amanecieron siendo empresarias, en una  actividad, además, que por no tener, no tenía ni definición. En los servicios de ayuda a domicilio las personas podían demandar tareas tales como pintar la casa, comprar el pan en festivos, reparar un inodoro, cocinar, pasear un perro… Los límites de esa actividad eran muy difusos.

Grupo_2Primer reto para las mujeres que asumieron la dirección de la cooperativa: construir una identidad propia. Para ello, contactaron con profesionales de diferentes disciplinas que llenaron de contenidos las tareas que se llevaban a cabo en el servicio de ayuda a domicilio, las ordenaron, priorizaron y estructuraron de forma cada vez más profesional; fue una época de enorme creatividad e innovación, y de grandes aprendizajes. Más tarde llegaron los diplomas de Gobierno Vasco, del INEM, pero la batalla de S.S.I. por dotar a la profesión de una formación reconocida tardó un poco más en llegar a su meta, y sólo muy o recientemente han entrado en vigor los Certificados de Profesionalidad. Mientras esto ocurría, la falta de normativa, no impidió a S.S.I. que fuse construyendo itinerarios formativos propios, y gracias a este trabajo de tantos años las mujeres trabajadoras (recordad: casi en situación de exclusión social y en el mejor de los casos en circunstancias enormemente precarias) se convirtieron en auxiliares de ayuda a domicilio. Por el camino, hemos aprendido la importancia de dignificar el trabajo, de hacerlo visible y profesionalizarlo, para que la sociedad sea capaz de valorar como es preciso su impacto y aportación.

Hay una lectura más interna en este proceso de formación de la que estamos especialmente orgullosas: el crecimiento personal de las mujeres. En efecto, hemos sido siempre conscientes de que nuestro desempeño profesional requiere formación, y esto implica, también, atender las necesidades propias de crecimiento de las mujeres que prestan estos servicios.  Cuando en este sector las cosas aún se hacían de otra forma, pusimos en la agenda cursos para cuidarse y crecer personalmente, conscientes de la difícil situación en la que algunas se encontraban. Ha sido un camino compartido con otras muchas profesionales, que nos acompañaron en esos procesos de empoderamiento personal. Y por último, y desde la exigencia de la toma decisiones como dueñas de su negocio, también se dotaron de conocimiento cooperativo y empresarial.

En los primeros dos años el grupo inicial se fue reforzando con la incorporación progresiva de otras mujeres; hasta 250 auxiliares de ayuda a domicilio se unieron a S.S.I.; completándose la plantilla con 500 trabajadoras en el año 1992. Y así en tan solo cinco años, S.S.I. pasó de ser un proyecto empresarial con una encomienda de regularización de la actividad, a convertirse en una robusta realidad empresarial, con una firme determinación de dignificar el trabajo de las mujeres, especialmente el trabajo en el hogar.

Los valores cooperativos fueron desplegados junto con otros que estas mujeres que ocuparon cargos en los órganos de decisión asumieron como propios:  creación de empleo, empoderamiento de la mujer, sostenibilidad ambiental, calidez, flexibilidad, reinversión de los beneficios, etc.. Y en este marco, se adoptaron medidas, hoy algunas superadas por la sociedad, pero ciertamente innovadoras hace treinta años: reducciones de jornadas laborales por cuidado de hijos e hijas, y padres y madres, la fijación de jornada completa en seis horas de trabajo, la exención de servicios de tarde para trabajadoras mayores de sesenta años, los anticipos salariales, etc..

La Ayuda a Domicilio (SAD) actual –servicio recogido en el Catálogo de Prestaciones y Servicios del Sistema Vasco de Servicios Sociales-, es una profesión que exige un certificado de profesionalidad específico para su ejercicio, y que tiene muy acotadas sus realizaciones. En un logro enorme al que hemos contribuido, dejando atrás los años de indefinición y falta de reconocimiento social. Hemos vivido como protagonistas el cambio social que ha experimentado nuestra sociedad, y hemos, modestamente, ayudado a que ocurra. Al igual que el perfil de persona mayor ha cambiado en estos años, también lo han hecho los hogares, los barrios, y la sociedad.

Mosaico final_2

En este viaje continuamos. Hoy S.S.I. se prepara para asumir los nuevos retos que se van a producir en el hogar: la mayor esperanza de vida, la cronicidad, las nuevas tecnologías, la e-salud, los cuidados integrados, etc.. Son transformaciones que nos motivan a seguir la senda de empoderamiento y profesionalización que emprendimos hace 30 años, ahora con unas condiciones diferentes, gracias a la experiencia y a todo lo que hemos aprendido. Contamos con  una unidad de I+D+i (Home Care LAb), y con un centro de generación de conocimiento (S.S.I. Training Center que trabajan en el diseño de las formaciones que han de acompañar la llegada de estos cambios en el ecosistema del domicilio.

Y sí: mirando hacia atrás nos reconocemos en los valores y en los motivos que impulsaron con fuerza el desarrollo de una actividad que ha permitido trabajar y, jubilarse, a mujeres con escaso horizonte laboral, en una profesión para nosotras llena de valor y significado.

Artículo escrito a cuatro manos, con la colaboración de Rosa Lavin, directora Económico Financiera de SSI y Presidenta de Koonfekop

Mujeres normales ante situaciones extraordinarias

marzo 8, 2016 en Miradas invitadas

Miguel SiriaMiguel Ángel Rodríguez García (@Marodriguez1971). Periodista y trabajador Humanitario. Nací en Granada hace 45 años y me licencié en Ciencias de la Información en el terruño de mis padres y mi tierra de acogida, Salamanca. Objetivo desde ese momento: La Comunicación como vía para cambiar las cosas. De ahí a la militancia en ONG y entidades humanitarias había un paso. Actualmente soy el responsable de Comunicación Externa y de la Unidad de Comunicación en Emergencias (UCE) de Cruz Roja Española. Y, sí, creo que la Información salva vidas. Por eso seguimos en el tajo.

 

Creo que viajamos constantemente entre el horror y la esperanza.

Durante los últimos años de emergencias, catástrofes y conflictos he visto la capacidad ilimitada que tiene el hombre para la destrucción, la barbarie, la más cruel de las degradaciones, las torturas y el silencio, el silencio a veces más culpable que la propia acción, la omisión más cómplice y genocida.

Irak, Mozambique, Marruecos, Líbano, el sur de Asia, Nepal, Camboya o Darfur se dibujan para mí como un escenario vivo y doloroso donde actores inverosímiles han competido por manejar los hilos de las marionetas más ninguneadas, de los invisibles, de los que no aparecen, siquiera, en las estadísticas. ¿Puede acaso una estadística digerir cómo en la región sudanesa de Darfur se secuestra y viola a niñas a las que, para evitar que escapen, se les quiebran las piernas a culetazos de Kalashnikov? ¿Puede acaso algún número recoger la impotencia que viven millones de personas zurcidas, de por vida, en campos de refugiados plastificados? ¿Cómo se puede evaluar, con cifras, la náusea de un refugio antiaéreo, donde sus otrora ocupantes están ahora impresionados en las paredes enrojecidas y quemadas por un misil?

Pero, por desquiciante que parezca, existe un cielo en mitad de este infierno, y son uno mismo. Lo he visto. La crueldad, por fortuna, está preñada de seres que se hunden en los estertores de la miseria para gritar, desde sus aguas negras, su rabia y compromiso con los muertos en vida, con los marginados. Sí, donde todo huele a último, o a penúltimo, se hallan también personas con sonrisas plenipotenciarias dispuestas a dar y a darse… Y no se hace pie en sus ojos, de verdad.

Y, no me preguntes por qué, la mayoría de las personas ‘ordinarias’ que me he encontrado haciendo cosas extraordinarias, son mujeres. No me preguntes el motivo, pero lo intuyo.

¿Cómo puede una anciana superviviente del tsunami que ha perdido a toda su familia –108 personas- ceder el terruño que le queda para construir un orfanato? ¿Qué fuerza mueve a una mujer de miembros podados a trabajar por otros mutilados, jugándose el hilo de vida que le queda? ¿Cómo una joven iraquí moribunda puede sonreír a su madre para darle esperanza? ¿Qué verdad se halla en esto?

Algunos dirán que estas personas ponen sólo tiritas sobre un cáncer.

Pero abren la esperanza.

MAMI, DE LA MEDIA LUNA ROJA IRAQUÍ

Bagdad, 18 de mayo de 2003

La salvó una sonrisa. Los médicos la daban por pérdida, pero las enfermeras se volcaron en el cuidado de la niña desahuciada. “No paraban de sonreír y de contarme cosas mientras me atendían en el hospital. En ese momento me dije que de mayor sería enfermera”.

Casi ochenta años después, la niña del ‘milagro’ ha multiplicado, con creces, las sonrisas y atenciones que recibió en el hospital. Khairia Al Maqdisi cumplió, y se hizo enfermera, de por vida.

B9rHB6OIQAEkIUl‘Mami’, como la llama todo el mundo, es la responsable de los Cursos de Primeros Auxilios de la Media Luna Roja Iraquí (MLRI) y, casi con toda probabilidad, la voluntaria más veterana y de más edad de toda la Cruz Roja.

“¿Pero cuántos años tienes realmente Khairia?”, le indago mientras husmeo fechas en los legajos de su despacho. “Soy mayor que tú”, me responde riéndose, pero firme, arqueando sus cejas negras y sin un segundo asalto. Reímos a carcajadas, hasta que una nueva visita entra en el despacho y solucionan algo de trabajo.

Khairia, ‘Mami’ para todos, se hizo voluntaria de la Media Luna Roja Iraquí en 1948, apenas una niña. Tras graduarse, comenzó a trabajar como enfermera en un hospital de Bagdad, pero sin dejar la Media Luna.

En un voluntariado de más de 55 años, ha llorado, reído y parido un infinito de sinsabores y pasiones en su entrega hacia los demás.

Y no para de sonreír. Apenas cuando le pregunto por una imagen, triste, colgada en la retina. Le cuesta recordar momentos no felices. “Sí, quizá en la revolución de comienzos de los años 60. Un pequeño grupo de enfermeras teníamos que llegar hasta los heridos, transportarlos por nosotras mismas, localizar a los doctores… muchos morían…”.

Poco más tarde viajaría a la India, donde trabajaría por un corto espacio de tiempo. “Eso sí que era Salud Pública”, brama Khairia gesticulando con las manos. Otro momento feliz llegaría durante su trabajo en Marshes, al sur de Irak, donde puso en marcha una campaña de vacunación de niños. “Era todo agua… y todo pobre”, recuerda Khairia del enclave iraquí, marginal, conocido como ‘la pequeña Venecia’.

Comenzó después a dar cursillos para enfermeras en todo el país, hasta que se incorporó al Departamento de Maternidad de un Hospital gestionado por la MLRI. Allí vivió quizá los momentos más felices de su vida. “Cuando colaboraba en un parto complicado que salía bien, me ponía a llorar de felicidad”, apunta. Se siente feliz, me confiesa, cuando ve marchar a sus pacientes, sanos.

La que algunos llaman ‘Madre Teresa de Calcuta de Iraq’ nunca se casó. “No, no es cierto”, me  niega cuando repito en voz alta su estado civil. “Me desposé con la Media Luna Roja Iraquí”, ríe a gusto, sin prisas, mientras golpea la mesa con la mano.

Siempre feliz. Con su pócima de la sonrisa: “Amo a la gente, los quiero a todos, realmente, y eso me hace feliz”.

En medio de guerras, sanciones, privaciones… y pérdida de todos sus familiares, en Mosul. “Sí, ha sido duro, pero todo va mejor, mejor, poco a poco”, sella mientras sonríe, franca, jovial, dicharachera.

“¿Cuánto tiempo más quieres seguir de voluntaria en la MLRI?”

 Me aprieta las manos, fuertemente, y su boca dibuja una sonrisa de esquina a esquina de la habitación.

 

Y ahora toca el turno de los hombres

febrero 23, 2016 en Miradas invitadas

Teresa LaespadaMª Teresa Laespada Martínez. Soy nacida en Bilbao, licenciada en Ciencias Políticas y Sociología y Doctora en Sociología por la Universidad de Deusto. En la actualidad, Diputada Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad en Bizkaia, cargo al que accedí en julio de 2015. Profesora titular de Psicología y Educación, investigadora, directora del Instituto Deusto de Drogodependencias y coordinadora de su master. También he sido parlamentaria vasca con orgullo. Soy un conjunto de mucho y de nada concreto: de vocación profesora, de pasión política, de corazón feminista.

1. El costoso camino hacia la igualdad.

Las mujeres hemos realizado un largo y costoso recorrido. Generaciones de mujeres anónimas que nos precedieron realizaron una lucha titánica, con un esfuerzo y coste personal imposible de recompensar, y, gracias a ellas, nosotras disfrutamos de derechos iguales y de algunos logros sociales. Aunque debemos recordar que el camino sigue siendo largo y costoso.

Olimpia de Gouges, a Flora Tristán, a Clara Campoamor, a Lidia Falcón, a Rosa de Luxemburgo, Virginia Wolf, Mary Wollstonecraft, Susan Anthony, Simone de Beauvoir… sí, muchas, muchísimas mujeres feministas, sin olvidarnos de otras que, sin tener posibilidad de formarse o no habiendo hecho un solo acto de reivindicación feminista, sí han hecho posible que sus hijas y nietas vayan a la universidad, logrando hoy en este país niveles educativos equivalentes a sus coetáneos varones.

El avance en España es más espectacular, si cabe. Sólo durante el breve periodo de la República, el movimiento feminista adquirió fuerza y pudo llevar al Congreso de los Diputados a dos mujeres que protagonizaron el debate más apasionante habido en el hemiciclo: Clara Campoamor y Victoria Kent, desde posiciones de izquierdas y feministas, sostuvieron opciones contrarias al derecho al voto de las mujeres.
Posteriormente llegó la oscuridad del franquismo; décadas que ensombrecieron e invisibilizaron la figura de la mujer en el espacio público. Mientras los movimientos feministas adquirían fuerza en la Europa de la postguerra, las mujeres españolas vivían sumisas bajo la tutela de varones. Por poner un ejemplo, hasta 1975 las mujeres no tenían derecho a tener una cuenta corriente a su nombre y poder manejarla en el sistema bancario. Las mujeres precisaban la firma de un varón para poder acceder a sus derechos. Podían trabajar, no manejar su dinero. Tremendo.

Sin embargo, finalizado el franquismo, España adquirió en pocos años una conciencia social sobre las libertades individuales y los derechos de ciudadanía. Fueron sucesivos gobiernos socialistas los que aprobaron leyes tan importantes como la regulación de la interrupción voluntaria del embarazo (1985) o crearon en 1983 el Instituto de la Mujer, que confirió rango institucional a la lucha por la igualdad de mujeres y hombres y derivó en el nombramiento dentro de las distintas administraciones de concejalías y responsables de igualdad.

En pocos años se construyó en el imaginario social la incuestionabilidad de la igualdad en los derechos de hombres y mujeres. Pero si bien ese avance se produjo en muy pocos años, no es menos cierto que a continuación el ritmo de progreso no ha sido el mismo de los primeros años de democracia. Me atrevería a decir que, si bien no hemos perdido ninguno de los derechos adquiridos, sí hemos perdido el interés en la lucha por la igualdad y, lo que es preocupante, hemos ralentizado la conquista de espacios de igualdad: las nuevas corrientes neomachistas nos hacen volver a repensar el modo de dar impulso a una sociedad más igualitaria y justa. Cuando se oye hablar de denuncias falsas por violencia machista o cuando se oye decir lo injusto que supone el pago por parte de los hombres de las pensiones compensatorias y las alimenticias por la guarda de hijos e hijas en casos de divorcios, no son sino la punta del iceberg de un machismo que aún no hemos logrado desterrar y que, mucho me temo, está tomando posiciones peligrosamente amplias en algunos sectores poblacionales.

2. Y sin embargo, tenemos techos de cristal.

La igualdad en muchos casos es más de posicionamiento que de actos y hechos reales que permitan situar a las mujeres en perfecta igualdad de condiciones. Es más ‘postureo’ que realidad, aceptando la nueva terminología al uso.

Más allá de los usos del lenguaje tan necesarios para que la presencia de las mujeres pueda visibilizarse, no podemos quedarnos en la utilización de un lenguaje manifiesto para las mujeres, puesto que corremos el riesgo de la banalización de los gestos que desde la igualdad pretende realizar.

El papel invisible de las mujeres en la escena pública…

Las mujeres han sido invisibilizadas sistemáticamente. Las relaciones sociales estaban diseñadas para que las mujeres fueran mujeres de su casa. Los espacios comunes de socialización de las mujeres, donde se produce esa socialización entre iguales, fueron reducidos a muy pocos lugares, para que cada una tuviera mucho que ocuparse, pero “de lo suyo”. El objetivo final parecía claro: no era bueno que las mujeres estuvieran relacionadas entre ellas. La cultura ha presentado tradicionalmente a la mujer como el peor enemigo de otra mujer; la rival, la que no le va a aconsejar bien, la que le desea el mal… todo ello siempre aparece revestido de mujer (Llorente, 2006). Mitos o estereotipos extendidos y que las mismas mujeres usaron han sido, son y serán los mejores aliados micromachistas para mantener la invisibilización de las mujeres o la ausencia de alianzas entre mujeres. La sentencia que dice que “La mayor enemiga de una mujer es otra mujer” ha sido repetida por generaciones sin base argumental alguna.

Y, claro, si dividimos la vida social en la esfera pública y la privada y atribuimos a la esfera pública el éxito, el esfuerzo, el riesgo, la valentía; y a lo privado los valores de la seguridad, la comodidad, la protección, la invisibilidad… Y si las mujeres son relegadas al espacio privado y los hombres tienen acceso a lo público, hemos cerrado el círculo de la invisibilidad.

Cuando una mujer se muestra públicamente con todo su potencial, no dejan de salir detractores de la misma, buscando sus puntos débiles para someterle al juicio público, especialmente si el papel de las mujeres es político, económico o social. No podemos olvidarnos de lo que recientemente hemos vivido en la escena política. Mujeres políticas que, por el hecho de serlo, son cuestionadas por su aspecto físico (las políticas de las CUP) o por su forma de vestir (Inés Arrimadas de C´s). Las mujeres en la escena pública deben guardar formas y modos que no se les exigen a los hombres y eso lastra la igualdad.

Pero tampoco podemos olvidarnos que hay cadenas de televisión que, por muy progresistas que se tilden, utilizan la imagen de la mujer como reclamo para su cadena. Presentadoras jóvenes, con una imagen impecable, sujeta a los cánones de belleza que son encumbrados y que nadie parece criticar con fuerza desde la izquierda.

La vida cotidiana de las mujeres está jalonada de miles de micromachismos diarios que van desempeñando papeles y perfiles de socialización inconsciente de la sumisión femenina. Estos sistemas educativos y socializadores son los tradicionales (escuela o familia) y los menos formales, pero no menos importantes (medios de comunicación, las redes sociales, los amigos e iguales, la música, el ocio…).

Y no olvidemos que…

Las mujeres ganan un 23,9% menos que los hombres, según refleja un reciente informe presentado por UGT. Somos las grandes perjudicadas de la crisis económica actual porque la brecha salarial se ha incrementado. Somos las mujeres las que, en mayor medida que los hombres, cogemos reducciones de jornadas y conciliamos nuestra vida familiar y laboral como si la historia no fuera con ellos.

Y, sin embargo, nadie duda hoy en día de la capacidad de las mujeres para desempeñar todo tipo de trabajos y desempeños profesionales. Las mujeres han salido del hogar y se han incorporado al mercado laboral con una carga enorme por compatibilizar su desempeño laboral con los cuidados familiares de lo que no se han desprendido.

Es cierto que las nuevas generaciones de padres jóvenes, y no todos, asumen con mayor naturalidad y peso sus responsabilidades paternas, pero aún queda mucho por construir. Sin embargo, donde apenas se han incorporado es en el cuidado de los padres y madres dependientes. Ésta sigue siendo una tarea reservada casi en exclusiva para las mujeres, hijas, esposas, sobrinas, hermanas…

3. Toca el turno a los hombres.

La falta de conciencia e implicación de los hombres en las cuestiones relacionadas con la Igualdad es palmaria. Es como si esto de la Igualdad fuera “cosa de mujeres”, como si esto de la violencia de género también fuera “cosa de mujeres y sus reivindicaciones”. Nos han dejado solas con la pancarta reivindicativa de los derechos de todas y de todos.

No vamos a avanzar en igualdad si los hombres no toman dos decisiones fundamentales: ceder el espacio público robado a las mujeres y permitir una visibilidad pública de las mujeres en igualdad de condiciones y cambiar su perfil hacia una nueva masculinidad que nos acompañe generacionalmente a las mujeres que ya hemos cambiado y estamos en condiciones de crear sociedades igualitarias en dimensión de género. El perfil de masculinidad aguerrida, confrontadora, viril y dominadora, no vale ni de lejos para las generaciones de mujeres actuales. Me atrevería a decir que hace mucho que no vale ya y de ahí que las tensiones violentas y la agresión machista se siga produciendo.

Masculinidades. Imagen de Miguel Rivera (CC by-nc-nd).

Masculinidades. Imagen de Miguel Rivera (CC by-nc-nd).

La igualdad es un valor de con­vivencia y un derecho humano pero es que, además, enriquece a ambos, enriquece a las mujeres, naturalmente, pero enriquece a los hombres, sin ninguna duda.

Ser un hombre más igualitario supone asumir mayores responsabilidades hacia el cuidado de las demás personas, pero también de uno mismo; aumenta la autoestima, la empatía; favorece el crecimiento per­sonal, y aumenta la calidad en las relaciones, tanto con las mujeres como con otros hombres, entre otras ventajas. Supone ampliar las miradas y perfiles, saliéndose de su constreñido rol de una masculinidad muy estereotipada y relacionada con la fuerza, la conquista, la protección, la virilidad, más propia de épocas guerreras que de la era del conocimiento en la que vivimos.

Los países más igualitarios o con mayores logros respecto a la igualdad de hombre y mujeres, se desarro­llan más y aumenta la calidad de vida de las personas. Ello se debe a que la igualdad es una herramienta de bienestar frente al lastre económico y cultural que suponen la exclusión y la marginación.

En el proceso de construcción de una sociedad igualitaria entre mujeres y hombres hay que deconstruir modelos que no sirven y reelaborar modelos más igualitarios. La base se halla en desaprender el camino del hombre guerrero y luchador, para asumir el perfil de hombre cuidador, empático donde la ternura tiene cabida, también entre ellos. De ello hablamos cuando hablamos de nuevas masculinidades. Hombres que desarrollen su capacidad afectiva y empática, que sepan dar cabida a las mujeres sustrayéndose de visibilizarse allí donde las mujeres deban estar en igualdad, rechazando entrar en micromachismos, comentarios, bromas o actitudes segregadoras y desigualitarias con las mujeres o con el feminismo, juzgando con dureza a sus congéneres varones que reproduzcan ese modelo, defendiendo con contundencia los derechos igualitarios porque el neomachismo que justifica la desigualdad acecha en comentarios entre hombres, en sus espacios masculinizados entre chanzas y gracietas.

A modo de guía sobre cómo actuar, tomo algunas notas de una publicación realizada por Emakunde en 2008. Algunos ejes sobre los que los hombres deben comenzar a trabajar:

  • El compromiso de los hombres con el cambio personal (expresión de afectos, gestión de la frustración, vivencia de la sexualidad, compromiso contra la homofobia…).
  • La lucha activa contra la violencia hacia las mujeres y la discriminación por razones de género. La lucha contra la violencia machista debe ser una cuestión de Estado, una cuestión que trascienda al ámbito privado y doméstico para convertirse en una lucha contra una desigualdad brutal.
  • Asumir de forma igualitaria de nuestra responsabilidad en el cuidado de las personas.
  • El apoyo, impulso y visibilización de modelos positivos de masculinidad (hombres cui­dadores, pacíficos, sensibles…).
  • El compromiso de los hombres con el cambio en el ámbito público (generar una masa crítica de hombres a favor de la igualdad, defender estrategias de conciliación y favorecerlas, renun­ciar a espacios de poder para que sean ocupados por mujeres, propuesta de cambios legislativos…).

En definitiva, toca que ellos acompasen su rol al nuestro. Toca que sean los hombres quienes asuman la parte de responsabilidad que les corresponde para que una reunión de altos directivos de empresas, por ejemplo, no siga siendo vergonzantemente masculina y uniforme (más del 90%) y comience a verse una presencia de mujeres igual a la que corresponde en nuestro 50%.

Los púlpitos de Seneca Falls

febrero 9, 2016 en Miradas invitadas

IMG_0139_Felix Arrieta Frutos (@pelikleta), Donostia, 1982. Soy politólogo y también y casi a la par, desde mi perspectiva cristiana de base, militante de lo social. Me interesan los procesos de políticas públicas, y el análisis electoral. Soy profesor en el Departamento de Trabajo Social de la Universidad de Deusto, en Donostia y desde hace poquito, salseo también en @deustoforum #Gipuzkoa.

Hace ya 168 años que se aprobó la Declaración de Seneca Falls. Mirando desde nuestra perspectiva actual parece lejos, muy lejos, el momento en que las mujeres pedían el derecho al voto, o poder participar en la comunidad en clave de igualdad respecto al hombre. Pero esa realidad, tantos años después, es mucho más cercana de lo que nos pudiera parecer.

Comienzo a escribir este post una mañana lluviosa de principios de febrero. Siento, para qué negarlo, una gran responsabilidad al escribir para este blog que transciende a su propia comunidad y que transporta sus reflexiones en torno a la igualdad mucho más allá que a un espacio físico, contribuyendo así a modificar el imaginario colectivo.

Pues bien, esta mañana de febrero, mientras llueve y recién emprendida la Capitalidad Cultural Europea de Donostia 2016, parece que, a priori, las claves para interpretar la realidad que nos rodea debieran ser muy diferentes a las de épocas precedentes. Sin embargo, hay cuestiones que, a pesar de haber evolucionado en lo normativo, tienen todavía un largo recorrido que hacer en lo social. Y en las actitudes de cada persona que contribuye a construir esa sociedad que bebe todavía en demasiadas ocasiones de apriorismos y estereotipos que poco ayudan a dibujar una nueva realidad.

Puestos a pensar, se han producido muchísimos avances en el reconocimiento de derechos civiles y políticos desde hace más de 100 años hasta hoy y efectivamente, hay voces autorizadas, muchas, que afirman que en la esfera pública y social esto es realmente así, aunque quede todavía camino por recorrer en el ámbito privado y en su regulación.

Y efectivamente se han producido avances. En nuestro entorno más cercano la Ley para la igualdad entre hombres y mujeres, aprobada en 2005, ha permitido que en las esferas de representación, las cifras vayan igualándose poco a poco. Esto ha hecho que, según los datos del último DeustoBarómetro, un porcentaje mayoritario de hombres (42%) y un porcentaje significativamente menor de mujeres (33%) piense que éstas han accedido ya a los espacios de poder económico y social. Sin embargo, son más (51% en el caso de los hombres y 55% en el caso de las mujeres) las personas que piensan que no han accedido a dichos espacios aunque discrepan sobre la fórmula para acceder a los mismos. Son, sumadas ambas posiciones, mayoría, y reflejan la situación real que experimentamos en nuestra sociedad en este comienzo de 2016.

Y éste es uno de los frentes en el que más hay que incidir: en el sueño de la falsa igualdad. En la conciencia colectiva que comienza a ser general, de que la igualdad es un valor ya conseguido que ahora sólo queda poner en valor. Pues digámoslo claramente: esto no es cierto. La igualdad entre mujeres y hombres ni existe, ni se ha conseguido.

Y esto es así, porque siguen sucediendo a día de hoy, situaciones que distan mucho de ser aceptables.

  • Como por ejemplo la niña que al escuchar que su hermano quiere ser arquitecto de mayor afirme que eso no es posible en su caso precisamente por eso, por ser una niña.
  • O el estudiante que planteándose ir a la universidad deja de escoger una carrera porque entiende que no sólo es una profesión feminizada, sino que además pertenece a las mujeres.
  • O la persona joven que defiende la tradición de un acto social, a pesar de que éste sea claramente discriminante para las mujeres.
  • O los amigos que se encuentran unos años después de acabados los estudios y comprueban cómo ella gana todavía menos que él.

Son ejemplos reales (y frecuentes) de mi vida cotidiana. Realidades que tienen que ver, por ejemplo, con la percepción que tenemos sobre el cuidado. Y sobre quién tiene que realizarlo. Con cómo entendemos que tiene que producirse el cambio social y lo que las tradiciones suponen (o suponían) y su permanente actualización. Percepciones a las que no son ajenos los medios de comunicación, y la imagen que nos transmiten, nosotros mismos, con la que damos en redes sociales o las instituciones, en su más amplia definición, que transmiten y perpetúan el modelo patriarcal.

Pero es, por encima de las instituciones, sobre todo un debate que nos interpela. Nos interpela como personas comprometidas con la realidad que nos rodea. Nos interpela, como bien apuntan en este blog las doce miradas, a denunciar todo aquello que quiera ahondar en esa injusticia. Y en este momento de incertidumbre política, con un escenario absolutamente desconocido en el que el Parlamento parece va a tener un papel más activo que nunca, es necesario reivindicar esta necesidad de alerta y denuncia permanente. Una necesidad que debemos hacer nuestra.

En Seneca Falls, hace 168 años, decidieron ‘que la rapidez y el éxito de nuestra causa depende del celo y de los esfuerzos, tanto de los hombres como de las mujeres, para derribar el monopolio de los púlpitos y para conseguir que la mujer participe equitativamente en los diferentes oficios, profesiones y negocios’. Hoy, no son sólo los púlpitos de la iglesia aquellos cuyos monopolios es necesario derribar. Pero son los esfuerzos de hombres y mujeres, conjuntamente, los que ayudarán a derribarlos.

Eskerrik asko @DoceMiradas por vuestro trabajo constante. Que sigamos sumando a muchos más.

Praxis feminista

enero 26, 2016 en Miradas invitadas

Beatriz Sevilla (Tres Cantos, 1993). Estudio Física en Madrid y estoy de Erasmus en Copenhague, donde soy secretaria de BLUS (asociación LGBT de estudiantes de Copenhague). En 2010 empecé a leer sobre género y política, y nunca pude parar. A veces doy charlas sobre mujeres en ciencia (Naukas Bilbao 2014 y 2015, EBE 2015).

 

Internet está lleno de artículos sobre los diversos aspectos del feminismo: historia, causas, explicaciones sobre por qué se prefiere una cosa u otra, análisis de ficción audiovisual o libros, y un largo etcétera. Abundan también los artículos sobre praxis feminista para hombres; con instrucciones más o menos detalladas sobre cómo ser un mejor aliado para el feminismo, cómo escuchar las experiencias de las mujeres en vez de opinar muy alto todo el tiempo o, en general, cómo actuar en según qué situaciones.

Sin embargo, no hay prácticamente artículos sobre praxis feminista para mujeres, al menos de manera general. No hay artículos que digan “así es como creo yo que deberíamos hacer feminismo las mujeres”. Sí corren ríos de tinta sobre cosas concretas que han hecho mujeres que nos parecen bien y muy feministas o, más a menudo, mal y poco feministas. Esto no está mal de por sí, y es comprensible: si el feminismo lo hacemos nosotras para nosotras, habrá que discutir y estar en desacuerdo sobre cómo actuar “de forma feminista”.

Con todo, no deja de extrañarme esa dinámica. El feminismo es un movimiento político y social, una ideología, que analiza la sociedad pasada y actual, resalta la injusticia relacionada con el género, y pretende solucionarla de unas formas u otras, dependiendo de la corriente dentro del mismo. En otras ideologías de características parecidas no se ve tantos juicios dentro del propio movimiento: la gente que critica a los comunistas por tener iPhones no son otros comunistas. Pero sí que hay muchas mujeres (y hombres también, claro) que critican a otras por no ser lo suficientemente feministas, o por no serlo de la manera correcta; no hay más que ver a Emma Watson hablando de Beyoncé.

Esto no quiere decir que el peor enemigo del feminismo sean las Emma Watsons que critican a las Beyoncés. Ni tampoco las Miley Cyruses que “buscan la mirada masculina”, como opinan otras personas. El peor enemigo del feminismo es el machismo, el status quo. Centrarse en que las mujeres no son lo bastante feministas desvía el foco de atención de donde tendría que estar: en el sistema patriarcal y la gente que lo mantiene. En la gente que perpetúa el machismo, que está en el poder, que tiene más voz social, y a la que se escucha más, que son, en su mayoría, hombres.

Por todo esto, he hecho una lista de las cosas que hago y no hago yo; mi propia praxis feminista.

1. Criticar poco a otras mujeres por su feminismo (o falta de). ¿No tenemos ya suficiente crítica fuera? ¿No hace cada una lo que puede y ve correcto? Yo creo que sí. Tampoco quiere decir que haya que callarse todo el rato: critico a Emma Watson porque me sirve de ejemplo de cómo no hacer eso mismo, por ejemplo.

2. En vez de criticar, hacer análisis. A mucha gente no le gusta que las mujeres dediquen tiempo a cumplir estándares de belleza o de feminidad con los que no están de acuerdo. Se me ocurre que quizás es más constructivo preguntarse por qué. ¿Por qué se maquilla alguien que está en contra de que exista la obligación social de maquillarse? Quizás no le merezca la pena incumplir la obligación social. ¿Hasta qué punto tenemos los demás derecho a decirle a alguien que traiciona sus propios principios?

3. Sentirse menos culpable al dejar algo pasar. Hace unos meses le dije a un chico de mi clase que me oriento fatal, y me contestó que era “cosa de mujeres”. Hace un par de años quizás se lo habría discutido, pero le dije que quizás y seguí con mi vida. Creo que ninguna de las dos opciones es mejor que la otra. Se puede decidir que no te merece la pena saltar todas las veces, y elegir las batallas. También se puede decidir saltar todas las veces, claro, pero acaba cansando.

4. Hablar con otras mujeres. Saber qué opinan las otras mujeres de mi entorno sobre el feminismo es lo que más enriquecedor me ha resultado. Sobre todo las mujeres que lo tienen más difícil que yo: las que no son blancas, las migrantes, las pobres, las trans. Una mujer que trabaja turnos de diez horas a lo mejor no tiene tiempo de leer a Simone de Beauvoir, pero tiene una opinión esclarecedora sobre conciliación laboral.

Al final lo que he aprendido es que el feminismo es una lucha de fondo. Que a veces escuchando y comprendiendo se avanza igual que discutiendo y criticando, que son complementarios y no opuestos; y se pueden dejar pasar algunas cosas para no quemarse, y no significa renunciar a tus principios.

Cuidado con derechos y Derecho a cuidar

enero 12, 2016 en Miradas invitadas

Miguel GonzálezMiguel González Martín (@miguelutxo), de Bilbao, 1972. Me interesa cómo se encuentran e interactúan el cambio personal, organizativo y social. También me interesa el rock, que parece menos profundo, pero no te creas. La palabra “acompañar” me sigue haciendo vibrar, pese a que quizá hemos abusado un poco de ella. Me he movido en el terreno de las políticas sociales, la gestión de la diversidad, la inmigración y la cooperación internacional. En el lado de las organizaciones sociales, y también en el del gobierno. Ahora me toca caminar con la Fundación Social Ignacio Ellacuria.

El mes de abril de 2013 comenzó y concluyó con dos hechos muy significativos en mi biografía. Aunque de distinta densidad existencial, entre ambos se trazaba una nítida conexión, como si los extremos del mes crearan en su abrazo el cuenco donde la vida deposita un aprendizaje.

El día 1 empecé a trabajar en la Fundación Ellacuria. El día 30 nació mi tercer hijo. Lo primero me ha ofrecido la oportunidad de caminar junto a un grupo de mujeres que han venido a buscar un futuro mejor. Para ello, cuidan. De personas mayores, de personas con enfermedad o con alta dependencia. También de niñas y niños, desde bebés hasta preadolescentes. Lo segundo – el nacimiento- entre otras muchas cosas, me ha vuelto a colocar de un empujón frente al espejo de mi rol como cuidador, proyectando un reflejo con luces y sombras. Siento que los cableados de lo sociopolítico y de lo personal se vuelven a entreverar (¿acaso alguna vez discurrieron por canaletas separadas?). En este caso, son los cuidados la corriente que galopa por ellos.

Cambiar pañales y cambiar el mundo están más cerca de lo que solía pensar. Se suele hablar de la “crisis de los cuidados” para describir cómo la forma actual de organización económica y política impide que podamos responder adecuadamente, como individuos y como sociedades, a la necesidad de cuidados. Sin ellos, la vida se desmorona. Nuestro sistema de producción y la forma en que nos organizamos políticamente se erigen sobre una urdimbre relacional de atenciones que se da por supuesta. Parafraseando a Monterroso, cuando el capitalismo y la democracia liberal despiertan, los cuidados ya están allí. Esta invisibilización no sale gratis. La pagan, primero, las mujeres y, segundo, las mujeres pobres. La distribución de la responsabilidad de cuidar no solo está atravesada por la desigualdad de género y de clase social, sino que además las retroalimenta.

Las respuestas que hasta la fecha nos hemos dado a esta situación son muy insuficientes, cuando no refuerzan la desigualdad de las mujeres. Las políticas de conciliación nos sitúan ante el Escila de reducir jornada ganando menos y el Caribdis de cuidar sin contar con ingresos. El resultado: dobles jornadas, fundamentalmente para las mujeres. Muchas veces, al “pastel” de la carga de trabajo le añadimos la “guinda” de los sentimientos de culpa y frustración, macerada en la cultura patriarcal que aún respiramos. Solo hay que prestar un poco de atención para percibir la huella de todo ese sufrimiento en los rostros y los cuerpos de las mujeres.

Otra manera de afrontar la crisis ha sido, expresado en términos de intercambio comercial, la importación masiva y a bajo coste de cuidadoras provenientes de países del Sur. La OIT estima en cerca de 12 millones – mayoría mujeres- las migrantes que trabajan en servicio doméstico. Esto es como si todo un país como Bélgica o Grecia se vaciara y mandara a su gente a atender niños y ancianas por todo el mundo.

Unas pocas de estas mujeres son las que he tenido en suerte encontrar en mi camino. Con ellas he puesto rostro y nombre a lo que la academia especializada llama “cadenas globales de cuidados y afectos”: mujeres que dejan a sus hijos/padres a cargo de otras mujeres (abuelas, tías, hermanas mayores, cuidadoras remuneradas…) para venir a cuidar a los hijos/padres de otras mujeres…y hombres. Me tiemblan las piernas al imaginar la separación. Agacho la cabeza con reverencia y humildad al ser testigo de la grandeza de su lucha cotidiana, del apoyo recíproco que se brindan y de cómo alzan su voz clamando por sus derechos. Se me expande el corazón cuando me contagian el afán por celebrar, llenas de agradecimiento, cuánto detalle o regalo trae la vida.  Y, por supuesto, me arde el pecho al conocer las condiciones indignas de trabajo que se ven abocadas a aceptar. Algo que, por cierto, no les ahorra ni los jirones de humanidad que dejan con cada persona que cuidan, ni experimentar el vértigo del vacío, ni transitar el recorrido del duelo cuando la muerte reclama a algún anciano a su cargo. Exprimidas allá donde se cruza lo peor de la legislación laboral y del régimen de extranjería, hace apenas tres meses, la trágica muerte de Verónica nos puso delante de los ojos esta amarga realidad a la que preferimos no mirar.

derecho a cuidarAsí pues, cuidamos – ellas cuidan, vosotras cuidáis – sin apenas derechos. Y a la vez, vemos  que el acceso a nuestro derecho a cuidar-cuidarnos se alcanza a altísimo coste. Hablar del derecho a cuidar conlleva traer a la conversación también su contraparte: el deber y la obligación de hacerlo. Si, como decimos, los cuidados son un bien socialmente necesario para la reproducción y el sostenimiento de la vida, “todas las personas, hombres y mujeres, tenemos la responsabilidad y la obligación de cuidar unos de otros. Y con ella, el deber de construir un marco social en el que poder cuidarnos, en el que poder repartir y compartir esos cuidados”. Así lo resume brillantemente Carolina del Olmo en su inspirador trabajo “¿Dónde está mi tribu?” (cuya reseña habéis encontrado enlazada más arriba).

¿Quién se está – nos estamos- haciendo cargo de ese deber muy por debajo de lo que correspondería? Fundamentalmente, los hombres, que estamos llamados a asumir la parte que nos toca. Quizá, además, descubramos en esa senda una forma de desplegar nuestra condición humana en toda su plenitud. Ahora bien, considero que revisar las prácticas individuales sin vincularlas al contexto social y cultural que las incentiva o desincentiva, las hace plausibles o invivibles, puede ser un ejercicio sano, pero quizá solo estetizante. Aquello que decía Ulrich Beck de buscar “respuestas biográficas a problemas estructurales”. A la vez, siento que sin el humus de un cambio de conciencia, de hábitos del corazón, de los horizontes de expectativas y sueños personales y colectivos, de las narraciones que nos dan sentido…no es fácil que arraiguen las necesarias reformas políticas y económicas.

Tal vez el carbón que alimenta la caldera de la cultura patriarcal – que no solo emponzoña la relación entre hombres y mujeres, también la relación con la naturaleza-  sea la negación de nuestra interdependencia, fragilidad y vulnerabilidad radicales. No querer reconocer que es precisamente eso lo que nos define como humanos, y no tanto el afán de dominación o el “Hybris”. Como dice Marina Garcés en Un mundo común, “no dejamos nunca de vivir en manos de los demás (…) se trata de sacar la interdependencia de la oscuridad de las casas, de la condena de lo doméstico, y ponerla como suelo de nuestra vida común, de nuestra mutua protección y de nuestra experiencia del nosotros”.

¿Cómo sería edificar un orden social fundado en la asunción de nuestra frágil condición y mutua dependencia, más que en el mito de que somos adultos – varones- autosuficientes sellando un contrato de convivencia?

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Vuelvo a mirarme: hombre, de país rico, sano, con educación. Rodeado de vínculos amorosos. El espejo me devuelve muchas preguntas. ¿A qué privilegios puedo y debo renunciar para asumir mi parte (yo, que también me veo necesitado de contratar servicios de cuidados, en un campo de negociación favorable)? ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Cómo hacer del cuidado de mi gente un acto personal y político a la vez? ¿Cómo de igualitario soy en mis relaciones familiares?

PD: Si lees en euskera, no dejes de hacerte estas preguntas que plantea Amelia Barquín, en un blog que no te puedes perder.