La «niñas» del MORE

junio 17, 2014 en Miradas invitadas

CongostoM. Luz Congosto (1956) es Informática con un Máster en Telemática. Ha trabajado durante más de 25 años en entornos de I+D de telecomunicaciones. Actualmente se dedica a la investigación de datos sociales en Twitter, desarrollando herramientas como t-hoarder y metroaverías mientras realiza una tesis sobre “propagación de mensajes y caracterización de usuarios en Twitter”. Publica sus experimentos en el blog Barriblog.

Una de las etapas laborales más gratificante fue aquella en la que formé parte de un equipo de gente buena e inteligente en la que la colaboración estaba por encima de la competitividad y el bien común del proyecto por delante de los intereses personales.

A finales de los 80, antes de la era comercial de Internet, los proyectos de telecomunicaciones no estaban expuestos a la vorágine actual de las prisas y la escasez de dinero. Tenían presupuestos a largo plazo, se trabajaba duro pero de una manera ordenada, los jefes eran muy competentes y generalmente se cumplían los objetivos con éxito. En ese entorno coherente de trabajo tuve la suerte de participar en un proyecto llamado MORE que consistía en poner un corazón digital a las centrales telefónicas de relés para prolongar su vida.

El proyecto se desarrolló desde cero, diseñando el hardware, el sistema operativo y el software de comunicaciones y se fabricó íntegramente en España, algo impensable en estos días. El equipo inicial enseguida tuvo que crecer por la ingente cantidad de trabajo que se nos venía encina. A mí me correspondió gestionar el software de comunicaciones para que los relés y los bits se entendieran.

Comenzamos el proceso de selección buscando los ingenieros de Telecomunicaciones, informáticos, físicos y matemáticos más listos que hubiera y ¡vaya si los encontramos! Algunos de ell@s eran de Mensa. Fui formando mi equipo guiándome por el instinto para detectar el talento y el resultado fue ¡un equipo paritario! No hice discriminación positiva, solo no hice discriminación.

Equipo del proyecto MORE.

Equipo del proyecto MORE.

En aquellos tiempos la paridad no era políticamente correcta ni incorrecta, simplemente se asumía que los entornos de telecomunicaciones eran mayoritariamente masculinos. Por ese motivo comenzó a chocar la cantidad de “niñas” que había en el MORE. El jefe del proyecto, un hombre sobradamente inteligente, nunca me hizo un comentario a este respecto pero el director me dejó caer la frase “Cuantas chicas tienes en tu equipo…. como se te embaracen a ver qué haces…” a lo que les respondí que era más fácil planificar con nueve meses de antelación que con un día cuando un chico se rompe la pierna jugando al fútbol. Quitando estos comentarios nunca me pusieron pegas para seguir contratando chicas.

El equipo, mitad femenino, mitad masculino, funcionó como un reloj suizo, todos encajaban en sus actividades y se interrelacionaban de forma precisa. Los otros equipos del proyecto también funcionaban muy bien pero creo que el nuestro se comunicaba mejor. La presencia femenina aportaba sociabilidad, empatía, espíritu crítico, reflexión, cooperación, pragmatismo y transparencia. Se discutía mucho e incluso nos acalorábamos, pero siempre salíamos con una solución consensuada. Nunca se impuso una decisión a las bravas.

El proyecto fue un éxito y se instalaron casi 3.000.000 de líneas telefónicas. Se consiguió abaratar el coste de las líneas digitales ya que el MORE fue una palanca de negociación con los suministradores de telecomunicaciones. Cuando se descolgaba el teléfono de una de estas líneas nadie sabía que el repiqueteo de relés se producía gracias a un software desarrollado por un equipo de mujeres y hombres que trabajaban armónicamente codo con codo.

La duración del MORE fue de veinte años, diez más de los previsto, y todo el mundo se admiraba de que funcionara tan bien con tan pocos recursos de mantenimiento. Finalmente fue desmontado en el 2012 y la última maqueta está a punto de ser achatarrada.

A mediados de los 90, cuando el desarrollo estaba finalizando, llegó la Internet para poner todo patas arriba y nada fue igual desde entonces. Lamentablemente nadie tomó nota de nuestro caso de éxito y nuestro equipo fue disgregado. De aquellos tiempos perdura una buena amistad y la nostalgia de cuando las cosas se hacían bien.

Sin duda hay que mirar para adelante, no se puede vivir del pasado aunque este nos parezca mejor que el presente. Hay que ganar posiciones en las cuotas de bienestar laboral, sobre todo cuando se ha retrocedido, porque es posible trabajar bien y a gusto. Tal vez la clave sea facilitar que los valores femeninos penetren en las estructuras laborales.

Doce miradas, doce comics

junio 3, 2014 en Miradas invitadas

josuneJosune Muñoz (Bilbao, 1967) es filóloga vasca y especialista en la investigación, recuperación, análisis y divulgación de la literatura en general, y la oral y femenina en particular. En la actualidad dirige el proyecto literario bilingüe SKOLASTIKA  en donde se imparten cursos, seminarios, conferencias y actividades culturales centrados en los temas antes citados, y que cuenta con un centro de documentación propio de más de 5000 volúmenes con un gran fondo de cómic creado por mujeres, una de las principales áreas de investigación, docencia y divulgación de estos últimos años.

Qué mejor espacio que este para recordar que nuestras miradas representan de forma directa  la experiencia humana de la visión, tanto física como simbólica. Que son nuestra manera de ver, entender y organizar el mundo y nuestras vidas. Pero… ¿Existen miradas propias y específicas de las mujeres? Y si es así ¿Cómo detectarlas, analizarlas y mostrarlas? Desde hacía años nos hacíamos estas y otras preguntas en torno al tema.
Por nuestros muchos años de análisis de la literatura de las mujeres habíamos constatado que sí, que existen, y que, entre sus muchas características, tenían la de mirar desde y hacia temas, lugares e intereses distintos de las miradas masculinas. Nosotras las habíamos detectado, analizado y teorizado desde la literatura, pero fue en el cómic creado por las mujeres donde encontramos cómo enseñarlas.
Una de las grandes ventajas del cómic es que, al estar narrado en imágenes, éstas expresan directa, rápida y gráficamente nuestras miradas: DESDE DÓNDE miramos, CÓMO  miramos y  especialmente, HACIA DÓNDE miramos, así como las imágenes que de ello resultan. Y dado que hemos encontrado muchas miradas e  imágenes que creemos os pueden sorprender, aleccionar, impactar, seducir, estimular … os invitamos a pasear con nosotras por el apasionante mundo del cómic actual creado por las mujeres.
 Este paseo comienza en Francia, meca del cómic europeo, donde en el año 2000 empezó a publicarse la novela gráfica que supuso un antes y un después en el devenir de las autoras. Por supuesto, estamos hablando de Persépolis de Marjane Satrapi (Norma, 2009)
persepolisportada
En esta novela gráfica autobiográfica la mirada de Marjane Satrapi se dirigía, primero, al pasado reciente de su país, Irán. Los dos primeros tomos de la obra nos narraban tanto la infancia de la autora como la vida cotidiana de su familia, la clase social a la que pertenecían para acabar realizando una crónica  histórica, social y política de su país antes y después de la revolución islámica. La mirada era ingenua pero lúcida y crítica, no exenta de ironía y humor. Su trazo naif aportaba frescura y agilidad, y el constante juego con blanco y negro, la ruptura de muchas de las convenciones sobre su uso lograba no sólo una estética novedosa para el gran público (aunque había otros autores que la estuvieran utilizando también) sino un efectivo reflejo del oscurantismo que se ciñó sobre la sociedad iraní, especialmente sobre sus mujeres obligadas a vestir  negros chadores.
El tercer tomo acerca a Marjane a Europa. El trazo se va haciendo más elaborado pero igual de efectivo, esta vez para contarnos que no todas las experiencias migratorias son exitosas, y que en su caso la desorientación e inadaptación estuvo a punto de costarle la vida.
La obra se cierra con la vuelta a Irán, el reencuentro con la familia pero también  con un eficaz sistema político represor que asfixia los cambios que la población intenta movilizar. Tras un matrimonio fallido, una Marjane más realista y madura reemprenderá la vuelta a Europa, donde finalmente podrá crear y editar esta obra de gran éxito y reconocimiento mundial.
Persépolis es una inmejorable manera de entrar o reencontrarse con el cómic (muchas de nosotras lo leíamos hace años pero dejamos de hacerlo hartas cuando no asqueadas de la misógina pornograficación que sufrió a partir de los 80).  Tras su lectura, el comentario suele ser: ¡Me ha encantado! Por favor ¿Puedes recomendarme otro igual?
Pues… igual de extenso -365 páginas-  e innovador es Rosalie Blum de la francesa Camille Jourdy. Además, esta novela gráfica os introduce en los nuevos tratamientos del color. Seguro que os gusta la pareja cómic/acuarela. Nos os vamos a contar mucho más, os tendréis que arriesgar. De aquí en adelante, depende de vuestros gustos y apetencias.
rosalie
 Si lo que os apetece es conocer las mujeres MIRANDO hacia el mundo de las actuales difíciles relaciones sociales;  las amorosas, especialmente,  os encontrareis mucha lucidez, ironía y humor. A una de ellas la conocéis, es la argentina Maitena. Lumen acaba de editar Lo mejor de Maitena, pero hay otras más desconocidas que recomendar: la francesa Aude Picault  en sus dos volúmenes de Rollos míos (Sins Entido, 2007) y la española Mamen Moreu recientemente incorporada al panorama con la fresca y divertida Resaca (Astiberri, 2014)
Pero puede que os apetezca algo menos divertido o relajado, que os interese conocer a autoras  MIRANDO hacia dolorosas experiencias específicas de las mujeres. Entonces os tenemos que recomendar, por ejemplo, la obra de  Isabel Franc y Susanna Martín Alicia en un mundo real (Norma, 2010) un realista acercamiento a la vivencia del cáncer de mama. Con humor, tranquilas, con humor… O La compleja relación que tenemos con nuestros cuerpos habitualmente fuera del canon de belleza, analizada por la francesa Gally en Mi grasa y yo (Norma, 2010) Disfrutareis del subversivo uso que hace del “rosa chicle”.
Si os van las emociones fuertes os podemos recomendar, primeramente, dado que todavía encontrareis mucho humor en sus páginas Ha nacido un putón de la norteamericana Roberta Gregory. La novela nos cuenta un relación sexual impuesta dentro  la corriente del “amor libre”  con embarazo no deseado y aborto ilegal como consecuencia. Contada sin victimismo, el putón optará por convertirse en una devoradora sexual. Hoy es el último día del resto de mi vida (La Cúpula, 2011) de la austriaca Ulli Lust. Obra multipremiada, es –de nuevo- una autobiografía que muestra con rotundidad la violencia verbal, física y, sobre todo, sexual con que responde la sociedad patriarcal a los intentos de vivir de una manera libre y autodeterminada de las mujeres, las más jóvenes en este caso.
La más radical en su temática es La muñequita de Papá de la norteamericana Debbie Drecsler (La Cúpula, 2004) La autora consigue trasladar, gracias al uso de unas viñetas que consiguen un  efecto de intensidad parecido al aguafuerte, el constante miedo y angustia que acompañan  a una niña que soporta abusos sexuales incestuosos.
La muñequita de papá
Todas estas obras tienen grandes valores sociales en cuanto que visibilizan problemáticas que siguen sin resolverse. Aportan importantes posibilidades pedagógicas porque están realizadas de manera clara, directa y realistas, y facilitan introducir estas imágenes en las escuelas, institutos y universidades a unas generaciones más que acostumbradas a codificar y decodificar de manera visual.
Y si de valores pedagógicos  hablamos  podemos recomendaros dos materiales en torno a la violencia contra las mujeres: Pillada por ti realizada por Cristina Duran y Miguel Giner por encargo de La Secretaría de estado de Igualdad del gobierno español. Especialmente pensada y diseñada para adolescentes puede descargarse en inglés y todas las lenguas del Estado  aquí.
Para mujeres de mayor edad la recomendación es Quiéreme  bien de la canadiense Rosalind Penfold (Lumen, 2000) Cruda crónica autobiográfica de una relación de maltrato, Quiéreme bien enseña con todo detalle el fácil acceso a una relación desigual y violenta, así como  el intrincado, doloroso  camino de salida, lo que la convierte, a pesar de lo poco elaborado de su trazo (realizado de manera sencilla y muchas veces esquemática a modo de diario según vivía la relación) en un aviso para navegantas que lleva demasiados años agotado y desde hace un tiempo intentamos reeditar.
Sí, ya hemos comentado doce miradas, doce cómic, parafraseando la campaña de la famosa cadena de televisión, pero abusando de la confianza van a ser catorce. No nos sentimos capaces de acabar este paseo sin acercaros a Degenerado de la magnífica  Chloé Cruchaudet. Premiado este año en Anguleme (¡¡¡Con lo que les cuesta premiar a autoras!!!) y recientemente traducido por Norma, os mostrará el altísimo nivel estilístico  y narrativo que muchas autoras manejan ya. Abandonando sus exquisitas acuarelas (¿Conocéis las de la española Ana Miralles, igual de elaboradas y elegantes? ¡¡Buscad, buscad!!) ha optado por el uso del lápiz y el carboncillo (¿Qué me decís de los extraordinarios trabajos con esa técnica de la alemana Barbara Yelin??) para recrear una historia de cambio de género en la Francia de principios del siglo XX. Dejaros seducir… y después completad el periplo con  Fun Home (Mondadori, 2008) de la gran autora norteamericana Alison Bechdel. Es esa novela gráfica naranja chillón que tanto se ve en la mesa, las baldas de una tienda de cómics.
Funhome2
Es una obra maestra. No os la perdáis.
Gracias por acompañarnos en este paseo. Si os ha resultado entretenido, quedamos para otro cuando queráis .
Skolastika Servicios Literarios

Me llamo Isabel y soy empresaria

mayo 13, 2014 en Miradas invitadas

isabel iglesiasIsabel Iglesias (@enpalabras) es consultora especializada en el análisis estratégico y dinamización de la información. Investigadora de nuevas realidades, alérgica a los tópicos, bloguera… Y desde hace un tiempo productora, aportando un granito de arena a esas nuevas realidades por descubrir con la película Máscaras.

No “mujer empresaria”, ni “emprendedora”. Y, puesto que me toca firmar en la parte contratante como empleadora, tampoco me gusta la palabra “autónoma” ni lo de “por cuenta propia”. Soy empresaria y trabajadora de mi empresa. Pero mejor me explico y empiezo por el final.

Como trabajadora, quisiera horarios, vacaciones y derecho a una baja sin que apareciera la inspección de trabajo. Asumo que, si las cosas no funcionan, voy a perder la inversión realizada, pero, al menos, tras haber estado años contribuyendo a la caja común (¿?) de la Seguridad Social, la que mantiene al resto, porque para quienes cotizamos al régimen especial de trabajo autónomo tres meses de impago implican embargo directo, al menos me gustaría que el derecho a paro me garantizara un paréntesis mínimo para reenfocar mi vida. Pero las cosas nunca fueron así ni han mejorado con la última reforma gubernamental.

Lo de “trabajadora autónoma” simplemente no es correcto (tampoco en masculino), porque lo de ir por libre implica asumir todas las responsabilidades y eso se traduce en dependencias múltiples. Y ya no lo digo por los horarios interminables ni por el exceso de trabajo, sino por lo complicado que resulta averiguar, cuando las cosas no marchan, si has fallado en el diseño del servicio, en el de la oferta, en la venta o en la ejecución. O tal vez no estás eligiendo bien tus relaciones, o el segmento de mercado… Pero, ¿con quién lo hablas? Lo de “autonomía” se traduce más bien en “indefensión”. En mi caso, recuerdo haberme sentido reconfortada cuando me encontré con la declaración de consultoría artesana.

La confusión no es sólo terminológica, sino también conceptual, porque no se trata de generar el propio puesto de trabajo, sino el contexto en el que realizar tu trabajo y a la vez conseguir ingresos para poder vivir de esa actividad. Y esto me lleva a lo de “por cuenta propia”. Sí, es cierto, las decisiones son mías, pero el precio es alto, así que, igual que asumo la responsabilidad sobre mis errores (las micropymes no cotizamos en bolsa, de manera que no hay fondos ciudadanos para cubrir las pérdidas), reclamo el derecho a no tener que soportar esta queja que no cesa contra al sistema, como si no formáramos parte de él. Y aquí entra lo de “emprendedora”, porque ¿es que hay alguna otra forma de concebir la propia vida?

La presión en este asunto del emprendimiento, que con la crisis se está haciendo insoportable, no es sino el ilusorio intento de encubrimiento y control sobre las escandalosas cifras del paro, al tiempo que se impulsa la nueva versión de la industria del ladrillo: el consumismo (que no el uso) de lo digital y la lucha por su control. El monopoly se juega en círculos cada vez más restringidos porque tras la burbuja de las start ups las cifras demuestran que la media de edad en las nuevas altas en el régimen de trabajo autónomo supera los cuarenta años, y cabe preguntarse qué eran antes esas personas a las que ahora se llama “emprendedoras”.

Cuando Noemí Pastor me invitó a escribir una colaboración para Doce Miradas, me sugirió que podía aprovechar para hablar de mi libro, pero como su origen ya se explica en la introducción, me pareció más justo escribir en primera persona el espíritu que intenta recoger, que no es otro que poner de manifiesto

la constante omisión, por pudor, cuando no malintencionado olvido, respecto a la inexistencia de datos que relacionen el trabajo y la ocupación de las mujeres con el dinero, y de legitimar sus intereses y aportaciones económicas, incluso cuando estas se referían claramente a “actividades extradomésticas remuneradas”.

Tras la expresión de “actividades extradomésticas remuneradas” se han ocultado de forma sistemática auténticas iniciativas empresariales que en muchos casos no solo constituían el único soporte de la economía familiar, sino que también crearon y dinamizaron auténticas redes comerciales. Y todo esto en una época en la que la tradición, pero sobre todo la ley, prohibía a las mujeres ejercer y liderar ningún tipo de actividad económica remunerada e incluso disponer de su propio dinero en casos de herencias. ¿Y ahora que las leyes han cambiado? Pues hemos pasado de la invisibilidad a ser objeto de deseo para las marcas. A lo de generadoras de riqueza y empleo, en cambio, aun le falta.

El libro se titula Empresarias Xubiladas, una categoría difícil de rastrear en fuentes documentales tradicionales, pero también en Internet, lo cual es lógico, ya que no deja de ser un reflejo de lo no virtual, como se pone de manifiesto en la red que se va tejiendo en torno a las Doce Miradas de esta casa. Por eso, más que un libro, diría que es la publicación de un enfoque de estudio sobre la radiografía de esa amplia realidad que se escurre entre las empresarias millonarias que saltan a los titulares y la mujer trabajadora por cuenta ajena. El objetivo eran empresarias “de a pie”, cuya “supuesta falta de excepcionalidad” no suele merecer la categoría de referenciable en los canales oficiales.

No quiero decir con esto que no sea importante abordar la presencia de las mujeres en los consejos de administración de grandes empresas o en las elites del poder, pero, y a la vista está, ¿presencia implica participación?, ¿de verdad interesa reivindicar un sistema que no reconoce la necesidad y el valor de la diferencia? ¿De qué sirve hablar de sexismo en las finanzas, sin tener en cuenta que el dinero solo sigue las rutas ya trazadas?

El problema es que los círculos de poder son egocéntricos, autocomplacientes. Se miran mucho y hacen poco. Casi siempre, para quienes los persiguen, el objetivo no es “hacer”, sino “entrar”, ser reconocido. Por eso creo que no se trata de asaltar el espacio, sino de buscar mecanismos para provocar cambios en esas reglas de juego que solo permiten los relevos imprescindibles y en las que, sencillamente, las mujeres no hemos estado.

Y le llega el turno a la palabra empresario, ria, que sólo en su cuarta acepción recoge (en masculino, eso sí) lo que supone más del 90 % del tejido productivo: “titular propietario o directivo de una industria, negocio o empresa”. Pero en realidad no sé si debo criticar este sesgo concreto de la RAE cuando, tras años de “militancia” en las organizaciones empresariales (sectoriales, geográficas, grandes y pequeñas), en ocasiones he tenido callar ante reproches que señalaban que luce más apuntarse a saraos que a cargos de representación. Sí, a algunas habría que pedirles que devuelvan sus derechos.

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Sello conmemorativo de Nellie Cashman, empresaria irlando-estadounidense (1845-1925)

Cierto que la explicación es algo más compleja, pero, si queremos cambiar las reglas del juego, hay que salir a jugar. Ya hemos aprendido a asumir riesgos, a iniciar nuevos caminos, a convivir con la posibilidad del fracaso. Ya no queremos esa imagen de eternas principiantes. Las mujeres empresarias estamos asumiendo, junto con los hombres empresarios, la complicada tarea de responsabilizarnos en la toma de decisiones en los difíciles retos de esta dura etapa.

La CEDAW o la ocasión de pedir cuentas a los gobiernos

abril 29, 2014 en Miradas invitadas

soledad murillo bio 2Soledad Murillo de la Vega, @soledad_murillo, ha ocupado el primer cargo político en materia de igualdad en la legislatura 2004-2008 como Secretaria General de Políticas de Igualdad y ha participado activamente en la Ley contra la Violencia de Género y la Ley de Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres. Actualmente es miembro de CEDAW, el Comité Antidiscriminación de la Mujer de Naciones Unidas. Es también profesora de Sociología en la Universidad de Salamanca.

 

Formé parte de CEDAW durante cuatro años y desde el comienzo me llamó la atención cómo explican los gobiernos lo que ocurre en sus respectivos países con la violencia de género. Pero empezaré exponiendo que la misión de CEDAW es preguntar sobre las políticas públicas de igualdad y formular preguntas que abarcan todas las materias susceptibles de discriminación, desde la violencia hasta el empleo. A esta información es preciso sumar los informes sombra (shadow report), llamados así por proceder de los datos que recogen las organizaciones de la sociedad civil, cuya confidencialidad resulta básica respecto a los respectivos gobiernos, y que representan  una valiosa oportunidad para conocer los problemas menos visibles.

Por supuesto, el informe oficial de cada estado nos muestra su mejor cara sobre su legislación o sobre su agenda política, de la que deberá dar cuenta en largas sesiones en Naciones Unidas, desde las 10 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Quiero compartir las respuestas que dan los estados a la violencia de género, o todo lo contrario, su falta de actuación eficaz. La mayoría de las veces, lejos de asumir sus responsabilidades, nos dan razones, presupuestaria o políticas, que los liberan de su acción de gobierno.

Pero  lo que me llama más la atención es que en ocasiones, lejos de tomar decisiones, deciden no decidir y se justifican por ello. Resulta común tratar los derechos de las mujeres como si fueran fruto de una concesión y estuvieran expuestos a la comprensión de quien los administra. Demasiadas veces se apela a la sensibilidad de quienes diseñan las políticas públicas contra la violencia, cuando es urgente abordar la aplicación de leyes que ya existen en la mayoría de los países desarrollados, pero que no se aplican. Esta falta de aplicación viene a demostrar que el derecho a vivir sin violencia, como rasgo fundamental de los estados de derecho, no se cumple en ningún país del mundo.

Por citar solo alguna de las formas de violencia habituales, en muchos países islámicos las mujeres aún requieren el consentimiento de un varón para solicitar un pasaporte o trasmitir su herencia o nacionalidad a sus hijos e hijas, porque así lo marcan las leyes. No son tampoco una excepción los estados que consienten el abandono escolar de las niñas por matrimonios precoces, en países donde lo habitual es superar viajes diarios llenos de peligros para acudir al colegio. Y hay casos más graves: en Jordania una niña embarazada, es decir violada, no puede volver a estudiar. Curiosa paradoja: un país con una reina occidental y unas leyes medievales. Pero las niñas son consideradas esposas antes que escolares y dejan el colegio por una boda ilegal; digo ilegal puesto que puede suceder que la ley lo prohíba y al mismo tiempo las autoridades lo consientan. Los matrimonios forzosos se dan en cualquier continente, idioma, religión o clase social, de acuerdo con pactos familiares que se rigen por el mismo esquema: una niña de temprana edad con un esposo de mayor edad. Además, dar a luz sin ser físicamente madura trae consigo fístulas y sufrimientos psicológicos, como ocurre en Etiopía o India. En 2008, Nuyood Ali, una niña del Yemen de diez años, pidió ayuda a un tribunal urbano para divorciarse de un hombre de treinta y tantos. Su valentía dio origen a un libro cuyo título sobrecogió al mundo: «Soy Nuyood, tengo diez años y estoy divorciada».

El mapa de la violencia no entiende de fronteras. En 2004 Christine Ockrent recogió en un texto titulado «El Libro Negro de la Condición de la Mujer» los ilimitados ejemplos que existen en el mundo para ejercer la violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujeres. O, como expresa el artículo primero de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, aprobada por Naciones Unidas en 1993, por su pertenencia al sexo femenino. Esto viene a mostrar la especificidad de las formas de violencia, provista además de una crueldad que no guarda equivalencia con otros tipos de violencia. Por ejemplo, en la República Democrática del Congo la culpabilidad y el estigma que sufren las mujeres violadas llega al repudio de su familia; ni siquiera  pueden ser víctimas. En Yemen, como en otros 52 países en el mundo, la ley permite la violación dentro del matrimonio.

Sin embargo, una nueva forma de violencia sobre la que aún no hemos reflexionado lo suficiente son los vientres de alquiler, un asunto sobre el que Naciones Unidas aún no ha tomado medidas, dado que es un fenómeno relativamente nuevo, pero muy preocupante. Si bien en Europa está prohibida esta mercantilización del cuerpo de la mujer, en India hay granjas, literalmente denominadas así, a las que acuden hombres casados entre ellos o matrimonios heterosexuales, con un objetivo común: mantener su genealogía, su trascendencia. Para ello deciden comprar la gestación de una mujer, quien la vende en términos de necesidad.

La discusión entre donación y subrogación, o compra de úteros, bien merece una reflexión con la debida profundidad, porque desde mi punto de vista se trata de otra forma de violencia que convierte a las mujeres en mercancía.

soledad murillo foto destacada

La imagen de Ghulam, una niña afgana de once años sentada junto a su marido de cuarenta, captada por fotógrafa estadounidense Stephanie Sinclair, fue elegida como mejor fotografía del año por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

Nosotras, las hembras sobradamente preparadas, y los machos alfa

abril 1, 2014 en Miradas invitadas

Blanca UrgellBlanca Urgell Lázaro es doctora en Filología Vasca y profesora titular de la UPV/EHU.

Ha sido Consejera de Cultura del Gobierno Vasco.

Es autora de diversos artículos y libros de su especialidad: la historia del euskera.

Ay. No sé qué puede más, si la tremenda ilusión que me hace que las amigas de Doce Miradas me hayan invitado a estrenarme en este medio, o el miedo-miedito-miedo de no dar la talla. «Tengo más dudas que certezas», o algo así, decía hace poco Iban Zaldua en una entrevista. Y yo soy de ésas. Unas veces porque paso del blanco al negro de un salto, según el humor o el peso de un nuevo argumento. Otras, las más, porque veo tantos matices de gris que me mareo. Ay, me digo. ¿Qué clase de post quieres escribir con ese perfil? ¿De qué sabes tú algo sobre lo que puedas hablar sin sonrojo? ¿A quién piensas convencer, deleitar o emocionar? Pero nada, me digo, parafraseando lo que oí ayer en CSI: más vale no encontrar público escribiendo lo que te convence, que tener público y perderte en lo que escribes. Puede que haga las dos cosas también, convencerme a mi misma y perderme. Según el humor o el peso de un nuevo argumento…

El caso es que muchas de nosotras, independientemente de la preparación y el curriculum que tengamos, damos un perfil amable. Tener un perfil amable siendo mujer preparada es un arma de doble filo. En principio, te abre puertas en un mundo, el de las personas preparadas, en el que los machos alfa abundan por demás, y en el que los mandobles surcan el aire con tanta o más saña que en otros entornos. Y nosotras somos la gorila que baja la mirada ante el macho alfa cuando bate su pecho y que, cuando percibe que la amenaza ha pasado, se aproxima a desparasitarle (Adoro Gorilas en la niebla. Léanse el libro también).

Los machos alfa del mundo intelectual son como todos, pero tienen una peculiaridad que merece la pena señalar (en realidad, probablemente es característica de todos los alfas, pero no suele aparecer en las listas habituales: mirad aquí, por ejemplo; aquí hay un bonito test para ellos): lo saben todo sobre todo, desde las reglas del ping-pong a la física cuántica, excepto en aquellos campos que ellos mismos han declarado abominables, sea el fútbol, sea la novela posterior al Quijote o sean los dos. Y adoran exhibir sus conocimientos. Así que, si tú tienes un perfil amable, a nada que te dejes, acabas sabiendo bastante de reglas de ping-pong y física cuántica, y dejando de leer novela contemporánea, o al menos dejando de hablar de ello. Para eso, además, no hace falta que seas La Pareja: es suficiente con que gravites en torno al grupo que lidera. Y si das un perfil amable y no sabes decir que no, siempre acabas metida en uno o varios de estos grupos.

Siento mucho afecto por varios de los alfa que rodean mi vida, incluidos aquellos que he conocido en los años de inmersión en el mundo de la Cultura, donde adoptan las plumas o las pieles más variopintas que una antropóloga pueda imaginar. Pero, ¿sabes? son tan protectores, lo tienen todo tan claro, razonan tan bien en corto, han previsto todo tan anticipadamente que, incluso actuando con la mejor intención del mundo, te humillan. Por ejemplo, tú das una conferencia y lo que puede pasar es que él acabe respondiendo a las preguntas del público, o incluso dando una charla bis sobre el tema. Otro ejemplo, que vivimos juntas muchas mujeres no hace tanto: vosotras os reunís para meditar sobre algo que os concierne, y lo que puede pasar es que él lo tenga todo ya tan pensado, que despliegue todo un programa de pensamiento y acción tan trabado, que sepa tan bien lo que tenéis que hacer, que casi ninguna de vosotras se atreva a abrir el pico.

En cualquier caso, si tienes un perfil amable, también te adoptan por un rato otros machos alfa con los que coincides circunstancialmente, en un congreso, por ejemplo. Para cuando te das cuenta, acabas metida en estos casos en un embrollo difícil de aclarar. Os voy a contar un ejemplo que describe muy bien la experiencia que he tenido de muchas maneras y muchas veces, y que aún me frustra mucho. En un curso de verano en San Sebastián, hace ya muchos años, coincidí en la comida con un profesor catalán que había dado una charla interesante sobre un tema que coincidía, al menos en parte, con mis intereses. No ocultaré que, sin ser Harrison Ford o Robert Redford (era más a lo Ricardo Darín; bueno no, tampoco: ponle gafas, por lo menos), estaba de bastante buen ver. Hablando, hablando, le invité a visitar la oficina del Diccionario General Vasco, y le enseñé el sistema de trabajo: nuestros listados, los textos, el programa informático, etc. Os imagináis la escena: yo habla que te habla, orgullosísima de nuestro trabajo, y él callado escuchando. Atentamente. ¡Qué majo! O eso creía yo. El caso es que, tras la visita, entramos en la primera cafetería que se puso a tiro y, en cuanto tuvimos los cafés y nos sentamos frente a frente, me dijo: “Yo soy un hombre casado”. Tela. Me quedé muerta. ¿Qué he hecho? ¿Qué he dicho? ¿Qué le ha hecho pensar que…? Con la perspectiva que dan los años, pienso que no supo interpretar mi invitación ni mi discurso vehemente (ni yo su silencio, claro). Le chocaron y lo descolocaron. Y entonces, aquel macho alfa catalán de buen ver, tan majo, sólo pudo pensar que yo había desarrollado un cortejo nupcial ante sus ojos. Acabáramos.

Llegada a la mitad de mi vida (risas), pienso si no será el momento de pasarme al otro gran grupo de hembras sobradamente preparadas: las lobas. No una loba solitaria, aquélla que a veces se anima a cazar de noche y llora tanto. No, no. En una loba de las que se han atrevido a formar manada, y campan por sus respetos en el territorio que han conquistado, si bien con frecuencia sufren alguna herida (¡cómo no!) en las escaramuzas que mantienen en sus fronteras. Creo que somos grupos per se antagónicos, las mosquitas muertas y las lobas, y que nos miramos con desconfianza a veces, incluso con odio. Pero cada vez me gustan más estas hembras. Así que, idos preparando, alfas de mi vida y de mi corazón.

El futuro ya no es lo que era

marzo 18, 2014 en Miradas invitadas

Itziar ElizondoItziar Elizondo (Donostia).
Licenciada en Periodismo por la UPV, ha sido jefa de prensa de Emakunde, asesora de Políticas de Igualdad en la Diputación de Córdoba y coordinadora de proyectos de género en Fundación Directa. Socia fundadora de e-mujeres.net, es coautora “Nosotras 2.0. Mujeres y Redes Sociales” (Ameco, 2011) y “El burka como excusa” (Ed. Saga, 2010).

El futuro iba a ser, por fin, nuestro. Nuestro porque habríamos conseguido reunir toda la inteligencia colectiva necesaria para vivir una vida plena. Una vida en la que el trabajo, el ocio, la cultura, se habrían confabulado para dignificarnos como seres humanos. Por fin habríamos dado en la diana, después de siglos y siglos de brutalidad y barbarie en todas sus formas.

El progreso científico, económico, cultural y social habría permitido un reparto equitativo del trabajo y la riqueza, lo que nos habría llevado a disfrutar del tiempo de una forma equilibrada y feliz: tiempo para cultivarnos, tiempo para amarnos, tiempo para estar solas y solos, tiempo para la amistad y la vida social. Es decir, tiempo para trabajarnos como trabajadores y como personas.

El futuro, nuestro futuro, iba a ser eso: un aliño de vida griega clásica con tecnología. A partir de ese cóctel multiépoca nos habríamos liberado de las pesadas cargas de la supervivencia para habitar formas de vida más imaginativas, afanadas en descubrir y crear; vidas en las que el bienestar de las y los otros constituiría la garantía del nuestro propio.

Y todo ese futuro estaba ahí, a pesar de la bulimia endémica del consumismo. Esa debilidad alimentada por los intereses corporativos nos había construido previamente como seres expuestos a prostituciones de toda índole. Y, sin embargo, lo habríamos conseguido: sociedades en que la racionalidad ilustrada se habría impuesto a la irracionalidad de las religiones, a las dictaduras macroeconómicas, a las esclavitudes consumistas, a las macroverdades del sistema patriarcal. Y nos habríamos salvado. En algún momento del futuro, nos habríamos salvado.

Pero una mañana de 2008, un palabro con connotaciones nauseabundas desencadenó una turbulencia a escala global que cambió nuestras vidas y, de paso, nuestro futuro.

Hipotecas basura, las bautizaron los teólogos económicos.

Y a partir de ahí, ese futuro que podría haber sido nuestro se resquebrajó.

Porque nuestro presente se ha convertido en la selva capitalista en toda su expresión: ayudas, ayudas y ayudas a los bancos (que, sin embargo, no las utilizan para dar crédito a empresas e individuos) y recortes, recortes y más recortes al sistema del bienestar, con la excusa de que es inviable económicamente. No cejan en una cruzada informativa que pretende poner la responsabilidad del descalabro en las conquistas de derechos sociales para tapar a los auténticos responsables: la jauría depredadora del capital que saquea y corrompe para imponer su ley.

Así, en este presente descalabrado, informe y atemorizado, ellos y sus ansias carniceras están construyendo el relato del futuro que les conviene.

Por ahora.

La crisis económica ha servido para evidenciar la auténtica crisis que nos (pre)ocupa: la crisis de la representación y de la gestión política. Las y los políticos europeos se muestran incapaces de defender los intereses generales de la ciudadanía frente al totalitarismo de mercados y corporaciones, cuyas decisiones hoy por hoy aniquilan derechos elementales impunemente.

Porque ahora tú, sí, tú, no eres más que un recurso nimileurista (no te quejes: si ganas mil euros, considérate un recurso humano bien pagad@), a quien más te vale no caer enferm@ ni tener demasiadas aspiraciones universitarias, si careces de recursos económicos. Ni se te ocurra ser mujer monoparental, ni tener un momento de debilidad vital que te impida ser un recurso eficaz, que es para lo que has nacido. Te echarán de la empresa sin más contemplaciones, porque con las llamadas reformas estructurales ya no eres una ciudadana, un ciudadano, una persona con fortalezas y debilidades.

Un robot sin fisuras. Eso es lo que eres, a ver qué te habías pensado.

Un robot obligado a mostrar constantemente su valor añadido: no supones un gasto para el Estado y en tu trabajo no eres –todavía- sustituible, porque produces según los cánones. Y si estás en paro, es tu culpa, porque te lo has montado muy mal, no eres más que el resultado de tu falta de inteligencia estratégica como recurso.

Con este presente, si quieres habitar su futuro tendrás que supeditarte sin matices a sus reglas y a su modelo. A esas reglas que ellos mismos se cargan, como aquella neoliberal de que no hay que proporcionar ningún tipo de ayudas, a no ser de que se trate de los bancos, claro. O el de la libre competencia, cuando se trata de favorecer a amigos o familiares. Y todo con dinero público, claro está.

En lo que respecta al modelo, no sabemos exactamente lo que están tramando. Porque parte del ideario capitalista se basaba en la utopía del progreso, en que la siguiente generación viviese mejor que la anterior y tuviera mayor capacidad de consumo para que la maquinaria funcionase.

Todo apunta a que esto es un laboratorio de pruebas para alcanzar la perfección en un estadio superior de capitalismo. Un capitalismo perfeccionado en el que las reglas de funcionamiento, cuando existen, benefician al capital. El valor trabajo está depauperado. Siempre hay mano de obra más barata en alguna parte. Y cuando los chinos comiencen con esa antigualla de las reivindicaciones laborales, recurriremos a los africanos. Por ahora, ya se ha alcanzado un objetivo importante: aniquilar el modelo social-capitalista europeo con el consentimiento de políticos y alguna protesta ciudadana (movimiento 15M).

El futuro de cualquier sociedad está en la educación, en la investigación y en la cultura. A tenor de las medidas impulsadas por el gobierno conservador español, el futuro de ese territorio llamado España está en ser la pandereta del pasado. Un país repleto de camareros baratos para el turismo y para el consumo interior bruto de bares. Las y los jóvenes más preparados, más emprendedores, y con más capacidad de riesgo están abandonando la España cañí para emigrar a otros países con oportunidades laborales de acuerdo a su formación. Si el modelo alcanza su esplendor, dentro de nada ni eso. Sólo tendrán acceso a un nivel superior de estudios quienes se lo puedan permitir económicamente, y el resto a matarse por una beca.

No nos queda otra que reivindicar la política en mayúsculas. Ello implica el compromiso y la participación de la ciudadanía en todos los frentes, off y online. Vivir, en ese futuro que nos han robado, es una forma de acción política. Cada cual, en su día a día y lugar: en la escuela, en la visita al médico, a la hora de contratar un servicio, opinando en las redes electrónicas. Y, por supuesto, con el voto.

Es eso, o que desaparezca nuestro futuro. Nuestro futuro como ciudadanas y ciudadanos.


La empresaria islandesa Halla Tomasdottir es una firme partidaria de incorporar women values para superar la crisis. En 2007, Halla y su socia, Kristin Petursdottir, fundaron Audur Capital con el objetivo de incorporar mayor diversidad, responsabilidad social y valores femeninos a los servicios financieros. Estos valores incluyen independencia, conciencia de riesgo, comunicación directa, capital emocional y beneficios a partir de unos principios sólidos.

Sin embargo, un pequeño país, de apenas 300.000 habitantes, se ha convertido en el territorio utópico de la decencia democrática: Islandia. La isla de las mujeres, pues son ellas, las responsables políticas y económicas del país, quienes negaron la mayor a la teología neoliberal cuando saltaron las alarmas en plena crisis de deuda, en 2008 al dejar caer a los bancos en vez de rescatarlos y afianzar el estado del bienestar para proteger a las y los ciudadanos. Porque, como apuntan las economistas feministas, el patriarcado está en el origen de las desigualdades y de la desnaturalización de la actividad económica.

La fórmula islandesa para salir de la crisis ha tenido una importante componente feminista, con su primera ministra Jóhanna Sigurðardóttir, feminista y abiertamente lesbiana, a la cabeza que estuvo en el cargo entre 2009 y 2013. En unas declaraciones realizadas a El País, apuntaba: “En los años que precedieron al crash, el sector financiero había sobrepasado todos los límites, corriendo inmensos riesgos, acumulando deuda… podríamos calificarlo de juego. Era una cultura de jóvenes varones de la que las mujeres estaban totalmente ausentes. Y muchos otros actores contribuyeron a exacerbar esa cultura, atribuyendo a los personajes destacados del sector financiero cualidades estrechamente relacionadas con las nociones estereotipadas de masculinidad. Por otro lado, los estudios demuestran que una representación más equilibrada de mujeres y hombres en puestos de dirección económica se traduce en decisiones más imparciales y sensatas. Así que podemos hablar claramente de un crash de los valores masculinos”. Ya entonces todo un símbolo del patriarcado como el Financial Times, señaló que las mujeres islandesas habían alcanzado el poder para arreglar el estropicio que habían provocado los excesos de testosterona financiera. Seis años después el paro es de un 4%, y con el centro-derecha en el poder, reconstruir el Estado del Bienestar sigue siendo el principal objetivo de la acción de gobierno.

Islandia nos ha enseñado, en definitiva, que otra salida a la crisis es posible. Tal y como se señalaba en las conclusiones del IV Congreso de Economía Feminista que se celebró el pasado mes de octubre, hay que repensar el modelo económico desde una mayor aproximación a la ecología y a la sostenibilidad de la vida en el marco de un Estado del Bienestar fuerte.

Sin embargo, las instituciones europeas no parecen verlo así. La semana pasada el pleno del Parlamento Europeo rechazaba un informe presentado por la eurodiputada Inés Zuber en la que denunciaba que los principios de igualdad que defiende la UE se están yendo al traste ante las medidas de austeridad que se están implementando en la mayoría de los países del continente. Lo terrible no fue que las y los parlamentarios conservadores rechazaron en bloque dicho informe, sino que incluso algunos parlamentarios socialdemócratas, liberales y verdes también lo hicieran. Y algo peor: la poca repercusión que una noticia así ha tenido en los medios de comunicación.

Género y salud: formas de distinta conjugación

marzo 4, 2014 en Miradas invitadas

Maxi GutierrezMaxi Gutiérrez @MAXIGJ. Médico de familia en activo. Sensibilizado y atento a las realidades sociales. Trabajando (y trabajándose) por la igualdad de género. Miembro de un grupo de hombres en el centro Ez-Berdin de Vitoria-Gasteiz. Formador de profesionales sanitarios en atención a víctimas de violencia de género.

La variable género explica muchas de las cosas que les ocurren a hombres y mujeres en su manera de actuar, pero también en la manera de enfermar.

Mujeres y hombres, pero sobre todo mujeres, pasan por la consulta manifestando malestares, ansiedades, dolores, a veces miedos y sólo algunas pocas veces enfermedades con daño orgánico. Y no se manifiestan igual cuando se sientan en la silla de la consulta y expresan sus síntomas, no actúan igual cuando han de combatirla y no se sienten igual ni ante la recaída ni ante la recuperación.

Sólo la observación de estos comportamientos con las gafas de género me permite reflexionar y poco a poco va marcando mi forma de hacer medicina, mi manera de intervenir y las propuestas que planteo a mis pacientes, mujeres y hombres.

Existen diferencias biológicas que lógicamente afectan a la salud, pero esta cultura y esta sociedad asignan a las mujeres unos roles tan específicos que condicionan su estado de salud y su enfermedad.

Pondré dos ejemplos. Durante mucho tiempo el hábito tabáquico ha sido una práctica fundamentalmente masculina que ha condicionado que las cifras de cáncer de pulmón y otras enfermedades crónicas pulmonares hayan sido mucho menores en mujeres. En eso se han visto beneficiadas, hasta que una actitud de imitación del modelo masculino, referente en nuestra sociedad patriarcal, ha extendido el hábito entre ellas haciendo que estas cifras cambien sustancialmente. Actualmente las cifras más altas de mortalidad por cáncer de pulmón en mujeres se concentran en zonas de nivel socioeconómico más alto.

Por otra parte, el rol de cuidadoras atribuido mayoritariamente a las mujeres de nuestra sociedad hace que muchas vivan sobrecargadas por la asistencia dispensada a sus mayores, a sus hijos e hijas y, en muchos casos, también a sus parejas. La mujer tiene interiorizado el mandato del cuidado hasta tal punto que lo normaliza y muchas veces se lo autoimpone como una cuestión de deber moral en solitario. Mochilas que se cargan a la espalda llenas de ocupaciones y pre-ocupaciones que pueden transformarse en dolor, insomnio, depresión o angustia. No sé si es enfermedad, pero, desde luego, es sufrimiento del que muchas mujeres no son capaces de salir.

Sin embargo, los hombres consultamos menos o más tarde porque hemos sido educados en la necesidad de aguantar, de exponernos o de sobreponernos y muchas veces lo hacemos empujados por nuestras parejas. Es frecuente escuchar cómo se disculpan («vengo porque la pesada de mi mujer…»; «yo creo que no es importante, pero se ha empeñado…»), dejando bien claro que quería (¿o debía?) soportar la situación como sólo un hombre sabe hacerlo.

Así aguantamos malestares o diagnósticos en estadios más avanzados de enfermedad, que dificultan su tratamiento. Participamos menos de los programas preventivos de cribado de enfermedades. Y desarrollamos conductas de riesgo que generan enfermedad: el abuso de sustancias tóxicas como el tabaco, alcohol u otras drogas, los accidentes de tráfico, los traumatismos y agresiones se producen típicamente en hombres.

El rol familiar del cuidado ante la enfermedad está bien determinado. Si es el varón el que enferma, casi todo está asegurado cuando hay una mujer que dispensa y organiza las cuestiones necesarias. Si lo es la mujer, entonces toca hacer muchas cábalas para facilitar un funcionamiento familiar razonable y aportar los cuidados necesarios que aseguren la recuperación de la salud.

Si los hijos contraen la enfermedad, será la mujer la que centre las atenciones y cuidados. Es curioso observar a muchas madres cómo se acercan a la consulta con sus hijos adolescentes, aportando todo tipo de información y detalles sobre el proceso, sin dejar apenas que el enfermo pueda contar lo que le ocurre y cómo se siente, sin oportunidad de permitirle intervenir, bajo la percepción de que no lo va a hacer adecuadamente. Sin embargo, cuando es el padre el que acude a la consulta, éste permanece casi en la puerta, ejerciendo de mero acompañante al que alguien le dijo que llegara hasta la consulta sin saber muy bien qué hacer después.

Poca responsabilidad en las actitudes mantenidas en unos y en otros. Todos son mandatos de género establecidos por los roles repartidos. Las cosas puedan salirse de lo habitual, pero nunca por el azar.

foto_postMaxiMientras tanto, nuestro sistema sanitario, muy efectivo en su conjunto, diferencia poco la atención a hombres y mujeres más allá de lo puramente biológico (ginecología, obstetricia y alrededores). Tenemos profesionales excelentemente formados en lo anatómico-funcional y mucho menos en lo sociosanitario. Necesitamos una mirada bio-psico-social. Es necesario que los profesionales de la salud, en su totalidad, tengamos más en cuenta los condicionantes sociales en general, y los condicionantes de género en particular, en nuestra forma de abordar los problemas de salud. Así realizaremos una atención más ajustada a las circunstancias de cada persona y también contribuiremos a una cultura en la que ésta no sufra como consecuencia de unas desigualdades asignadas por el hecho de pertenecer a uno u otro género.

Es sabido que el sector sanitario es un colectivo mayoritariamente formado por mujeres, sobre todo en la enfermería y cada vez más en la medicina, pero eso no asegura una mirada ponderada de género. Entre nosotros sigue reproduciéndose el tópico que cuidar es de mujeres (enfermeras) y curar de hombres (médicos). Y eso produce perversas consecuencias para la atención y para el sistema.

La cuestión no creo que sea actuar sobre el organigrama sanitario, sino generar procesos de reflexión y formación de los profesionales en los que se introduzca la variable de género como algo valioso para interpretar los procesos de enfermar de las personas.

Por otra parte, nada nos hará mejores profesionales que nuestro trabajo para constituirnos como mejores personas. La cuestión se juega en las cosas de la vida cotidiana, en las actitudes del día a día y en todas aquellas cuestiones que tenemos “grabadas” y de las que apenas somos conscientes. Las actitudes sólo pueden cambiarse con procesos de reflexión, con espacios de diálogo, corriendo riesgos en el cambio y disfrutando de los logros.

Veo avances en mis compañeros y compañeras sanitarias que cada día se esfuerzan en hacer mejor su trabajo. Experimento en mí mismo que es posible cambiar y generar dinámicas nuevas. ¡Cómo no ser optimista!

Todo esto no es fácil, pero, cuando se experimenta, ya no hay marcha atrás, es imposible mirar con otros ojos y, a mí por lo menos, el camino me resulta apasionante.

Cincuenta años y diez mil días

febrero 18, 2014 en Miradas invitadas

Neus ArquésNeus Arqués es escritora y trabaja como analista.

Está convencida de que la visibilidad es el nuevo petróleo, porque hoy el recurso escaso es la capacidad de atención: si no te ven, no te compran.

La visibilidad es el tema transversal de sus libros, sus conferencias y de su Lista.

En junio cumplí los cincuenta.

Al grito de “¡Cincuenta!” nos ponemos firmes. Hemos cruzado el meridiano, porque a los babyboomers la genética todavía no nos garantiza que lleguemos a centenarios. ¿A qué dedicaremos los próximos diez mil días?

Lo suyo es reinventarse. A medida que la esperanza de vida se alarga, las opciones se multiplican. No sólo vivimos más: queremos vivir distinto. Si rondas mi edad, esto es lo que te pregunto: ¿Crees que tu vida ya está diseñada o que tienes todavía margen para crearla? Si cuentas tu futuro en días, lo piensas con más cuidado. No hay tiempo que perder.

“Reinventarse” es un verbo en auge. Nos imaginamos nuevos universos personales, a poder ser exóticos. La narrativa suele empezar con “Lo dejó todo y se fue a…”. Cambio de trayectoria. Cambio de pareja. Cambio de país. Frente a esos reset radicales, me interesa la reinvención desde la atención. No desde lejos sino desde dentro. Estoy empeñada en volver a ser quien soy, no en ser otra.

Imagen de Matt Gibson (CC by-nc).

Imagen de Matt Gibson (CC by-nc).


Vivo un tiempo confuso, de falsa normalidad. Parece como si todo estuviese en su sitio. Como si pudiésemos conciliar. Como si tuviésemos las mismas oportunidades de promoción. Como si las aprovechásemos. Sin embargo, a poco que rascas ves que la mujer ocupa un puesto muy claro en sociedad, en economía, en política y en tecnología: el segundo.

¿Saldremos de la invisibilidad? Cuando calculas que te quedan diez mil días, te preguntas hasta cuándo saldrás a dar la cara. Porque salir a dar la cara cansa, pero no salir duele. Te preguntas si la mejor opción es “fluir y no resistirse” –como me recomendaba un amigo recientemente- o si batallar tiene todavía un sentido. La respuesta para mí depende de la oportunidad. Escoger bien las batallas, porque todas desde luego no se ganan. Una de las que me importan tiene que ver precisamente con el derecho a reinventarse.

Nuestra vida se escribe hoy en múltiples plataformas on-line: al otro le basta consultarlas para hacerse una idea de cómo somos y cómo nos ha ido. La tecnología construye nuestra narrativa personal.

Mi generación, que ya era adulta cuando se masificó el acceso a Internet, tiene una vida que no consta. Si hubo fotos, éstas amarillean en algún álbum con cubierta de cuero granate repujado. Ese pasado privado continúa siéndolo. Por eso ahora podemos crear otro presente, ya que del pasado sólo existe nuestra versión. Mi generación es la última que podrá reinventarse. Éste será el gran privilegio.

Sin embargo, reinventarse debería ser posible también para los que vienen detrás. ¿Cómo? Para empezar, me gustaría que habláramos (más) del tema, en vez de darle al “me gusta” a la menor ocasión. Que entendiéramos que las redes sociales son empresas cotizadas y no ONG. Que nos sintiéramos responsables de nuestra identidad digital –y de la de nuestros hijos- del mismo modo que velamos por la integridad física. Que aprovecháramos las ventajas que la tecnología ofrece en beneficio propio. Que como sociedad consensuáramos un modelo identitario –y, ya puestos, paritario- que de margen a la posibilidad y al olvido, de modo que podamos volver a empezar en vez de cargar con nuestra mochila digital de forma irremediable.

Puede que a esto, a cómo las personas, los proyectos, las ciudades nos reencontramos y nos reinventamos, dedique los próximos diez mil días.

Al sur de la igualdad

febrero 4, 2014 en Miradas invitadas

inésInes Skotnicka, @agjs, centroeuropea con alma andaluza y bagaje de unos cuantos años pululando por otros países. Lectora obsesiva de todo lo que tenga letras; intentando poner el orden a la infoxicación (www.desinfoxica.com). Economista de profesión, ligada al mundillo de la consultoría, innovación, internacionalización e investigación académica. Sumergida en el océano de tecnología, búsqueda de conocimiento y colaboraciones varias. A veces friki, a veces maruja.

En el Sur se vive genial. Realmente bien. La luz, el calor, la gente, las fiestas. Ser mujer en el Sur (Andalucía, sin ir más lejos) desde luego levanta la autoestima a casi cualquiera (dicho con malicia, premeditadamente). La mujer del Sur ha sido alabada, elogiada, retratada y hasta ridiculizada millones de veces. La mujer en el Sur es bella, alegre, femenina y, casi obligatoriamente, familiar. Pero hacerse valer profesionalmente y socialmente siendo mujer, ser feminista y revindicar -y no luchar, porque esto ya lo han hecho nuestras abuelas (dicho a conciencia)- los derechos, esto ya es otro cantar.

Reconozco que mi escasa docena de años en las tierras andaluzas no dan más que para una mirada muy subjetiva (sesgada por los orígenes norteños y cierta dosis de mordacidad), pero permitidme compartir algunas de mis observaciones.

Aeropuerto del Sur. Un conocido regresa de un viaje de negocios. Sus dos hijos (niño y niña) de corta edad lo esperan. El feliz padre saca regalitos traídos para sus retoños. “Toma, Jaimito, este fin de semana empezamos a jugar juntos”. Un tablero infantil de ajedrez.  “Rosita, esto es para que te pintes guapa cuando vayamos a la feria”. El estuche de maquillaje más chillón que existe. Me ahorraré comentarios sobrantes. Y si me decís que esto va cambiando, respondo que puede ser, pero demasiado lento y con demasiados retrocesos, cuando del Sur se trata. Cabe decir, no obstante, que tales estereotipos arremeten no solo contra el futuro de las mujeres, sino también contra la sensibilidad de muchos de los hombres, encorsetados en la denominación de origen del “macho ibérico” del Sur.

Me indigna, me cabrea y hasta me produce cierta risíta sarcástica, por igual, cuando escucho repetirse en diferentes estratos sociales  el esquema “no hay como en casa de mi madre”. Typical from South, lo siento pero he de decirlo. Puede que en el Norte seamos más frías o vagas, o simplemente más pragmáticas. Pero, señoras (y señores), no se hace la cama a los niños adolescentes, ni se les lava la ropa mientras sus hermanas faenan en la cocina (presenciado ojiplática en una familia de dos padres profesionales exitosos en sus respectivos campos). No se mandan tuppers con croquetas para que la nuera aprenda «cómo le gustan a mi hijo» ;-). No se escriben justificaciones para que las hijas no suden en las clases de educación física (ahí también está el aprendizaje para trabajo en equipo y para una rivalidad sana), mientras se compra balones a los hijos. Porque, miren, estamos consolidando los mismos estereotipos contra los que luchamos. ¿Es que no se puede ser buena madre y feminista? ¿En el Sur?

Siendo hija y nieta de mujeres que han trabajado fuera de casa durante toda su vida, reconozco que, a pesar de los estandartes ondeantes de la igualdad, nunca llegaremos a tal si de antemano se presupone que una chica o mujer en un momento dado fastidiará a la empresa “queriendo tener descendencia”. ¿Podéis decir que esto se da por igual en el Norte y en el Sur? Posiblemente. Hay numerosas evidencias de preguntas capciosas en las entrevistas de trabajo o frente a las máquinas de café. Pero en el Sur ni siquiera lo preguntan, se da por hecho y ya en la línea de la salida nos quedamos dos o tres pasos atrás. Y si añadimos el ingrediente de los horarios de trabajo totalmente desatinados -justificados por las temperaturas, como si se tratase de llevar agua en los cántaros al sol-, ya tenemos una mezcla explosiva, apta para dinamitar las aspiraciones de cualquiera. Eso sí, el Norte hace algo por cambiarlo; el Sur aún está aferrado a evitar verlo.

Y además, en el supuesto afán por, no sé como llamarlo, establecer nuevas “reglas de juego”, sobre todo en las administraciones, se cae en lo que, disculpad el extremismo, consideraría igualmente perjudicial para la igualdad que el machismo puro; o sea, la vanagloriada discriminación positiva, muy presente en algunos ámbitos del Sur. Aquí me atrevo decir que el Sur se extiende hasta a los despachos de Moncloa ;-). Señoras del Sur (y algún que otro caballero): si queremos igualdad verdadera, hay que apechugar. Está muy bien (esa caballerosidad sureña me encanta) que nos dejen pasar por la puerta, pero no recibir un sillón en el consejo de administración, un puesto presidencial asignado a dedo, como asumiendo que nunca se ganaría enfrentándose a un hombre. Los derechos que realmente importan son los logrados con esfuerzo, no los regalados para cumplir números de paridad establecidos artificialmente. La no-discriminación ha de ir en ambas direcciones. No podemos pedir respeto a la vez que exigimos “trato de favor”. Igual significa igual. En lo bueno y en lo malo. Y desafortunadamente en el Sur nos falta un poco de coraje para practicar, recalcando palabras de Marta Sanz, el feminismo autocrítico.

Finalmente, desde mi propio “patio” profesional, me produce cierta turbación, denominémosla estratégica, ver aparecer como setas tras la lluvia decenas de empresas de consultoría de igualdad de género por toda la geografía sureña; empresas regentadas en su gran mayoría por las mujeres, aunque posiblemente, por qué no decirlo, surgidas del oportunismo mercantil más que de las convicciones o de las necesidades. He presenciado (por pura casualidad) cómo jovencísimas consultoras intentaban “convencer” con un PowerPoint a un equipo de empresa acostumbradamente masculina, de la necesidad de romper “el techo de cristal” y tras varias horas se quedaban sin el menor avance. Veo que el camino de “quitarse los tacones” y ataviarse en un asexual, igualitario, pero basado en la pura y dura lógica empresarial “mono de trabajo”, todavía queda por recorrer en estos lares.

El futuro del Sur, esto ya se está demostrando en el “Sur lejano” (mujeres activistas y emprendedoras en África, Latinoamérica), es de las mujeres. Por las condiciones biológicas, sociales, culturales y poco a poco laborales. Pero el Sur de Europa parece haberse estancado en los logros pasados, acomodado en su parcial fantasmagoría de la igualdad de oportunidades sobre el papel, mientras la crisis actual golpea a las mujeres con doble fuerza de embestida, socioeconómica y espiritual. Ganar algunas batallas, no es ganar la guerra. Para salir con el escudo (y no sobre el escudo) aún quedan riesgos y sacrificios por acometer. Y me temo que esa disyuntiva más grande, que nos frena y nos hace vacilar, radica en nosotras mismas.

Aunque queda mucho trabajo por hacer, y probablemente muchos sinsabores por soportar, no nos pongamos del todo pesimistas. Hay muchas mujeres en el Sur que desde sus realidades subjetivas están propagando una pugna para que ser (y ejercer de) mujer no sea una desventaja. Ni tampoco una ventaja a priori.

¿Dónde están mis alumnas?

enero 21, 2014 en Miradas invitadas

Mikel Ortiz de EtxebarriaMikel Ortiz de Etxebarria, @eztabai, es un bilbaino antimilitarista, profesor de Ciencias en la enseñanza pública, troll en Internet y polemista por devoción. Geek a tiempo completo, siempre está dispuesto a perder una y otra batalla hasta la victoria final.

 

Se acaban de cumplir mis primeros 25 años en la enseñanza pública, siempre enseñando Ciencias Naturales o asignaturas asociadas (?) como Matemáticas, Física, ­Química o Informática.  Más o menos cien personas por curso durante este tiempo suponen más de mil chicas y más de mil chicos que me han sufrido como profesor, y he de decir que hasta a mí me asustan estos números. Durante este periplo educativo casi siempre han sido mayoría las chicas en mis clases, mayoría y mejores alumnas en cuanto a rendimiento académico, que todo hay que decirlo, pero dada la dedicación de las féminas a esas edades de la Educación Secundaria, es más o menos lo normal. Muchos alumnos han aprendido de ellas que trabajando se pueden suplir muchas carencias de atención, y ellas han aprendido de ellos que también hay que participar en clase para obtener los preciados puntos que no dan los exámenes, así que un apoyo a la educación no segregada (¡escucha Wert!).

De mis clases, y a pesar de mí, seguro, han salido excelentes estudiantes que después han cursado carreras de Ciencias. Pasado el tiempo han coincidido conmigo en algunos de los saraos científicos o tecnológicos que frecuento, algunos de divulgación, otros de formación y aún otros de frikis totales, pues bien, el porcentaje claramente favorable a las chicas en mis clases se vuelve en su contra pasados los años. Las chicas apenas aparecen, no ya como ponentes, que parece misión imposible, sino hasta como aficionadas. Así como muchas veces me he topado con ex­alumnos en estas movidas, las ex­alumnas parecen haber desaparecido y, preguntados ellos sobre ellas, siempre me comentan que les fue bien, que están trabajando, pero que apenas tienen presencia pública. Los chicos, hombres ya, hablan de las “excusas” de las chicas, de la familia (que ellos también tienen), del reparto de tareas (ahí está el quid de la cuestión), de lo poco atractivo de asistir a eventos donde hay “demasiados” hombres; en fin, que es la pescadilla que se muerde la cola. No sé cómo será la cosa en la universidad, en los cargos directivos, en la empresa, así que solo hablo de lo que vivo en el día a día, que quede claro.

La situación me duele especialmente: años trabajando en coeducación, sesiones preparadas para despertar el interés sin importar el género (en clase no solo se habla de científicos, sino también del papel que las mujeres han tenido y tienen en la Ciencia), pero resulta que luego perdemos al  sector femenino. He preguntado también a unas cuantas de mis ex­alumnas, porque conservo sus emails y algunas me cuentan que eligieron carreras de Humanidades porque se veían más en esos estudios que en los técnicos, o bien, entre las que eligieron Ciencias, que no ven la necesidad de mostrarse como científicas, que son buenas en lo suyo y punto. Apretando un poco más las tuercas, vuelve a salir el fantasma del reparto de tareas, un fantasma corpóreo, sin duda.

Ahora vienen las cuestiones. Me pregunto: ¿el porcentaje de mujeres en los eventos públicos en los que se habla de Ciencia es un   reflejo de la sociedad? Me respondo: sí. O no.

Me pregunto: ¿son tan poco atractivas la Ciencia y la Tecnología para que estén tan marcadas por el género? Me respondo: igual es que no las sabemos impartir y desde siempre las hemos mostrado como un asunto masculino y para gente rarita.

Me pregunto: ¿los roles clásicos de lo masculino y lo femenino marcan tanto la elección de estudios? Me respondo: pues va a ser que sí, al menos por lo que nos dicen las estadísticas de los institutos.

Concluyendo. Igual creéis que es una frustración que arrastro por ser profesor de Ciencias, pero necesito (!), repito, necesito ver y sentir más chicas en lo científico, que tengan más presencia como ponentes y como público en esas conferencias, en los eventos de divulgación y en los medios de comunicación. Para que todo esto mejore habrá que poner de ambas partes, de los   organizadores o comunicadores, que han de demostrar más sensibilidad a la hora de convocar según a quién, y de las mujeres, que se tienen que hacer más presentes. Hay matemáticas,  astrónomas, médicas, geólogas, físicas, biólogas, químicas, informáticas, ingenieras y tecnólogas que tienen mucho que enseñar y además lo hacen desde otra óptica. Lo he comprobado en clase: ellas ven cosas en las ciencias que nosotros, los machitos, no vemos, y lo demuestran día a día en sus preguntas, en sus dudas y, sobre todo y ante todo, en sus certezas. La Ciencia os necesita como toda la humanidad necesita a la Ciencia.

PS. Ya que soy biólogo, me gustaría que le pusierais un ojo a un post de mi querido profesor de prácticas de citología, Eduardo Angulo, en su blog La biología estupenda. Id y luego comentamos. Gracias.

Foto: Lycée des Jeunes Filles (commons.wikimedia.org)

Lycée des Jeunes Filles (commons.wikimedia.org)