Hace poco he compartido tiempo y espacio con doce maravillosas personas en un taller sobre la vergüenza y la vulnerabilidad. Además de las dos personas facilitadoras, un hombre y una mujer, las participantes éramos todas mujeres. Siento que no es casualidad. De lugares, profesiones y con personalidades muy distintas, todas nos habíamos tropezado con algunas piedras y compartíamos algunas heridas que se encontraban en lo profundo de nuestra identidad femenina. Y que en muchas ocasiones nacen en lo cotidiano de nuestras relaciones y de nuestros trabajos. Nacen incluso de la risa.
El humor es un arma de doble filo. Cuando compartimos la risa, creamos comunidad. La carcajada hace equipo (además de desestresar el tono, tonificar el alma y a ratos engranar los pedacitos rotos de un desencuentro). Pero la risa es también un arma sutil y muy eficaz para generar desigualdad, aislamiento, vergüenza y dolor.
En cada reunión de trabajo que se hace un mal chiste sobre alguna de las (escasas) mujeres presentes (no hace falta que ponga ningún ejemplo porque estoy segura que quien está leyendo esto ha estado ahí –felt that, been there-); en cada uno de esos pequeños trozos de basura visual que nos llega a través del whatsapp; ese humor barato, gratuíto y sin empatía ninguna impacta directamente en la dignidad de lo que somos y amplía la brecha en el reconocimiento en igualdad del hombre y la mujer.
Hemos estado ahí. Estamos ahí, demasiadas veces.
A veces por pereza, o por no ser tildada de “quisquillosa”, “corta-rollos” o de “carente de sentido del humor”. Otras veces por ser conscientes del enorme riesgo emocional que implica enfrentarse a ese grupo de “carcajeadores” (y también “carcajeadoras”). El hecho es que muchas veces damos por hecho que poco se puede hacer al respecto y nos sentimos profundamente solas ante esa “jauría de bisontes de risa gutural”. Y nos quedamos calladas. Y optamos por la retirada prudente. Y ahí se crean esas burbujas silenciosas donde todas hemos estado alguna vez. Cientos de burbujas. Quizás miles. O millones.
Pinchar las burbujas
Es por eso que hago un humilde llamamiento a que nos convirtamos en miles de alfileres para pinchar juntas todas esas burbujas en las que andamos (so)metidas. Que tomen su alfiler también todos los hombres que no se encuentran cómodos con este tipo de actitudes machistas jocosas. Todas las personas que pensamos que hay otras maneras de divertirse y crecer juntas!!
Y demos espacio al oxígeno de la igualdad. A sentirnos en igualdad. A reírnos juntas y juntos por aquellas cosas que sí tienen realmente gracia. Optemos por la alegría, por el regocijo y la carcajada nutritiva. Por la risa compartida a favor de la igualdad.
Cuando identifiquemos una de esas burbujas, seamos testigo de ellas y agarremos el alfiler. Pongamos palabras (pintx!). Reaccionemoss con dignidad (puntx!). Describamos el comportamiento (prof!) y lancemos las preguntas que desarmen la mofa y el chiste hiriente (pof!).
Por los cielos abiertos y las risas compartidas.
PD: Os propongo que cuando recibáis algún chiste que no os haga ni pizca de gracia, agarréis vuestro alfiler y pinchéis esa burbuja.
Cuando recibas algún chiste que no te haga ni pizca de gracia, agarra tu alfiler y ¡pincha la burbuja!
Mezu iraingarriak jasotzen edo entzuten dituzun bakoitzean, burubuila ziztatu!!!
When you hear or receive any hurtfull message (it´s not funny), Poke the bubble!
Ando de resaca. Igual que Begoña Marañón tras el 8 de Marzo. Igual que una jovenzuela, tras un sábado de parranda, un domingo por la mañana; o un señor de mi edad todavía un martes.
Ando de resaca, de resaca emocional, porque acaban de pasar varias cosas reseñables en mi vida. Tranquilo todo el mundo: no pienso aburriros con un relato de mi previsible existencia. Voy a pasar un poco por alto otros acontecimientos y me voy a referir sobre todo al segundo aniversario de Doce Miradas, porque el poso que me ha dejado compendia bastante bien todas las demás consecuencias y efectos.
Reflexiones
La resaca, qué os voy a contar, afecta al cuerpo, al alma y, por consiguiente, al intelecto, que es de donde me han brotado estas cavilaciones que paso a exponeros.
No es que lo haya aprendido ahora, pero sí se me ha hecho más evidente: nos necesitamos. No nos queda otra. Las mujeres tenemos que apoyarnos, que arroparnos unas a otras. Tenemos que mantener tensa la red de seguridad, para poder arrojarnos confiadas en que nos recogerá, nos sujetará e impedirá que nos estrellemos contra el suelo. Por eso debemos cuidar bien las redes, alimentarlas con sororidad, con camaradería. No nos queda más remedio que mimar los lazos débiles y colaborar.
Y eso lo tenemos que hacer cada una en la medida de nuestras posibilidades, muchas o pocas, cada una en su terreno, donde se mueva a gusto, cada una con sus filias y sus fobias, sabiendo dónde tenemos los límites y asumiendo nuestras incoherencias y contradicciones. No se nos puede olvidar que, si queremos cambiar el mundo, quizás tengamos que comenzar por cambiar nosotras mismas; pero sin sufrimiento, sin violentarnos, poquito a poquito, sabiendo adónde queremos llegar y adónde no.
Regañina
El mismo día del aniversario Begoña Beristain nos hizo a Macarena Domaica y a servidora de ustedes una entrevista en su programa de Onda Vasca y nos preguntó, entre otras cosas, por qué incomoda tanto el feminismo, por qué levanta ampollas, por qué, como nos decía también María Silvestre, hace que el alumnado se remueva nervioso en sus pupitres cuando se trata en la universidad.
Le contesté a Begoña Beristain que el feminismo escuece porque nos interpela, porque nos cuestiona, porque pone en entredicho nuestra identidad, nuestra actividad y nuestra vida entera; porque tiene que ver con todo.
Y, como siempre sucede, después de la charla en la radio, pensé: “Ay, qué boba soy. Tenía que haberle dicho que…”.
Pero gracias a los cielos este es un blog colaborativo y tengo un hermoso espacio para expresar lo que no dije entonces. Allá va.
El feminismo incomoda a los hombres, es evidente, porque presenta como privilegios lo que algunos creen que es normalidad, porque subvierte el orden social en el que reinan, en el que gratis et amore les corresponden servicios y prerrogativas por el simple hecho de ser varones.
Pero a las mujeres también nos incomoda. Sí, me incluyo por completo en ese “nos” y aquí viene la regañina que me hago a mí misma. El feminismo me molesta porque me dice que yo tampoco he asumido del todo la igualdad, que tengo mucho que aprender y mucho que mejorar, que no me porto bien con las demás mujeres. Me incomoda porque me tira de las orejas, y no precisamente para felicitarme, cuando se me escapa un comentario malévolo sobre el físico de otra mujer, cuando soy insolidaria, cuando no tengo piedad, cuando despellejo a una porque saca los pies del tiesto, porque ataca una norma que yo había acatado, cuando me escuece que otras se atrevan a ser más libres.
También me da rabia el feminismo cuando me doy cuenta de que tengo mucho más en cuenta las opiniones de los hombres que las de las mujeres, aprecio y valoro más sus obras, su trabajo, sus productos, su cultura.
Y vuelvo al “nos” para afirmar que, cuando nos descubrimos haciendo esas cosas que odiamos que nos hagan a nosotras, el feminismo, como un espejo cruel, nos devuelve una imagen que no nos gusta.
Recompensa
Como quiero acabar este artículo de manera cordial y apacible, os cuento cuál es el trofeo que me llevo a casa como quien arrebata un tesoro ajeno: es la complicidad.
La complicidad, tal y como yo la entiendo, prende en un momento mágico en el que una chica de cualquier edad te coge suavemente del brazo, se te acerca un poco y te dice en voz bajita y chispeante algo que es solo para ti y para ella, algo que, como en las bodas, o se dice entonces o se silencia para siempre jamás, algo luminoso, algo espléndido, algo que quiebra una cadena, una atadura, que estalla y derrama flores, que te hace reír y te deja paz.
Esa es mi recompensa. El 28 de mayo viví varios momentos de esos. Por uno solo de ellos merece la pena todo.
Recientemente he tenido oportunidad de reencontrarme con Anna Freixas Farré(Barcelona, 21 de julio de 1946). Cité a Anna en mi post “De mayor quiero ser…”. Y como creo que el intercambio intergeneracional de saberes es muy enriquecedor, le propuse a Anna conversar con ella, una mujer cuya sonoridad catalana y su gracia cordobesa me conquistaron cuando la escuché por primera vez. Estoy segura que volveremos a encontrarnos para compartir saberes, anécdotas, risas y trucos y para seguir tejiendo redes de sororidad. A continuación, nuestra conversación. ¡Que la disfruten!
En primer lugar, Anna, me gustaría que nos hablaras de ti ¿cómo te definirías?
Soy una mujer mayor, tratando de encontrar mi lugar en el mundo. Cosas importantes en mi vida: tener a mi hijo que es una persona empática, incorporarme al feminismo, disponer de una red de mujeres con las que he compartido lecturas, pensamientos, vivencias. Mantener mi red familiar y de amistades en mi ciudad de origen (Barcelona), a pesar de vivir tantos años en Córdoba. Lo que he aprendido de mujeres más mayores que yo que me han ofrecido su conocimiento y experiencia. Y lo que he aprendido de mujeres más jóvenes, de mis alumnas y mis alumnos.
¿A qué se dedica una profesora universitaria jubilada (y jubilosa)?
La jubilación es un tiempo complejo. Es la primera vez en la vida que tienes que decidir cada día el programa a seguir. Antes, la escuela, el trabajo, la vida familiar, etc., marcaban el horario y el contenido. Ahora tienes que dar sentido al día a día, tratando de que no se te escape la vida en las mil cosas que surgen y requieren tu atención.
Dedico algo de tiempo al capítulo ‘cuerpo/salud‘. Voy a Pilates, trato de andar un rato todos los días. Las relaciones ocupan también una parte de mi día: hablar con mis hermanas y mis amigas desperdigadas por el ancho mundo, encontrarme con ellas o conversar por skype, email, teléfono con personas cuya vida me importa y cuya conversación contribuye a mi bienestar.
Entre ellas se encuentran mujeres jóvenes para las que mi opinión puede significar una orientación y la suya para mí una nueva ventana a la vida, al aprendizaje; mujeres más cercanas a mi edad que me permiten sentirme cómoda en el mundo, compartir actividades, descubrimientos, lecturas; y mis amigas mayores cuyo transcurrir por la vida me indica la senda para el buen envejecer.
Desde hace siete años participo en un coro, actividad lúdica que requiere también estudio, tiempo y compromiso. Como sigo ‘activa’, sigo formándome. Y en mi tiempo libre me gusta cantar en el coro, leer, cuidar las plantas, salir a andar, ver películas y series, escuchar música…
¿Para qué usas habitualmente Internet?
Para consultar el correo electrónico, leer periódicos, ver películas, organizar mis viajes, gestionar mis cuentas del banco, mirar el tiempo, leer páginas dedicadas al cine (críticas, valoraciones…), leer algunos blogs de temas que me interesan ―feminismo, literatura, cine―, hacer algún curso de inglés, traducir palabras en los textos que leo en inglés, mirar alguna receta de cocina, averiguar lo que no sé en un momento determinado… También uso un ‘teléfono listillo‘, como lo llamo yo, para mirar el correo, navegar por Internet y comunicarme por WhatsApp o Telegram. Supongo que para más cosas, que ahora no recuerdo.
Tu trabajo ha supuesto una aportación pionera en el desarrollo de la gerontología feminista. ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de las mujeres a las que has escuchado y observado? ¿Qué has aprendido con ellas?
Todo lo he aprendido de ellas. En mis investigaciones han sido ellas la fuente de conocimiento. Yo simplemente me he dedicado a ordenar y organizar sus palabras. Las entrevistas semiestructuradas en profundidad han sido mi metodología más habitual de investigación y gracias a ellas he podido conocer de cerca la realidad de las mujeres en el camino de envejecer.
Me ha sorprendido la capacidad para adaptarse a lo nuevo, para vivir sin demasiado drama lo que la vida les ha ido ofreciendo.
Se ha reeditado vuestro trabajo Abuelas, madres, hijas ¿Cómo surgió y qué podemos encontrarnos en él?
Este trabajo tiene su origen en un proyecto de investigación de I+D+I. Es fundamentalmente una reflexión sobre las ideas, creencias y mandatos que hemos recibido acerca del hacernos mayores. Con los temores y las libertades que todo ello puede implicar.
Es sobre todo una experiencia maravillosa de puesta en común entre mujeres muy diversas, porque no solo había una horquilla de edad de más de 50 años entre las mayores y las jóvenes, sino que dentro de ellas había mujeres con niveles socioculturales muy muy diferentes.
¿Qué recuerdos tienes de tu abuela y de tu madre?
Pienso en mi abuela materna ―curiosamente no en la paterna que era una mujer invisible― que era un ‘personaje’ potente, categórico, con un alto nivel de exigencia y de orgullo personal y del clan familiar que ella contribuyó a organizar y a sostener con numerosas actividades y celebraciones que mantenía unida a toda la familia. Era una mujer empoderada ―como diríamos hoy―. Se mantuvo abierta a la cultura ―a pesar de no tener muchos estudios, como era normal en su época― y sobre todo, a la novedad y la modernidad.
Mi madre ―digna hija de mi abuela― era algo más difícil e imprevisible. De ella tengo recuerdos contradictorios, que han ido suavizándose con los años. Quizás porque ahora soy más benevolente o porque Dolores Juliano me ayudó a pensar en «quecada madre hace lo que ‘puede’ en cada momento». Ahí, bajé el listón!
¿Cómo nos relacionamos las mujeres entre nosotras?
Los vínculos se nos dan muy bien. Somos expertas creadoras y mantenedoras de ellos y eso nos da una enorme confianza y tranquilidad para afrontar las diversas sorpresas con que nos obsequia la vida.
Tememos el conflicto. No nos gustan los desencuentros y nos sentimos mal en ellos, quizás porque tememos la pérdida del afecto, el desamor, el abandono de las personas que constituyen nuestra red más cercana.
Las relaciones intergeneracionales son una fuente de salud para las mujeres de todas las edades. Salud física, mental, integral. En ellas nos transmitimos conocimientos, serenidad, lucidez, libertad…
¿Qué (pre)ocupa a las mujeres mayores?
Una de las cosas que más preocupa a las mujeres mayores es tener que depender de alguien. Que llegue un día que tengan que pedir favores y no puedan ser ellas las que resuelven todas sus cosas y también las de los demás.
Cuidamos a lo largo de la vida, pero llegado el momento no tenemos la humildad suficiente para pedir ayuda y recibirla sin sufrir.
Temen la dependencia física y en muchos casos también la dependencia económica. Especialmente aquellas que hicieron opciones amorosas que las han apartado del mercado laboral y, llegado el momento ‘de la verdad’, el dinero para vivir no puede improvisarse.
Reivindicas el «ser vieja«. ¿Por qué rechazamos la vejez?
Básicamente por la desvalorización que la sociedad tiene de la vejez, en la que ser viejo o vieja supone estar decrépita, enferma, ser fea y desagradable a la vista. Para muchas personas la vejez contiene la idea de entrar en un terreno devaluado, ser considerada un estorbo.
No podemos ser mayores y jóvenes a la vez. Por lo tanto, tenemos que revisar la definición de la belleza en la que solo se incluye el modelo del cuerpo joven. Definir una belleza de la edad, de las personas mayores, una belleza de las relaciones, del espíritu de cada persona.
Somos un enorme negocio para la industria (cosmética, médica, estética), que no respeta nuestro cuerpo y nuestra vida. Que nos enferma y además nos arruina, porque todo eso no es precisamente barato.
Otro trabajo muy esperado es tu libro sobre sexualidad en las mujeres mayores. ¿Qué nos encontraremos en él? ¿Cuándo saldrá a la venta?
Con este trabajo, fruto de otra investigación de I+D+I, pretendo normalizar la conversación acerca de la sexualidad de las mujeres después de la menopausia. Darle carta de naturaleza y que, entre todas, podamos romper muchos de los mitos que la envuelven.
En él podemos encontrar las palabras y experiencias de más de 700 mujeres cuyas vivencias y deseos van del cero al infinito, porque también en este temas somos muchas, muy diversas y cabemos todas.
Está claro que la sexualidad no termina en la menopausia, el deseo permanece, se transforma, se potencia; pero también es cierto que no es un mandato ni una obligación. Para muchas mujeres prescindir de la sexualidad es una decisión que parte de su libertad. Me parece muy interesante este mosaico de posibilidades. Nada es blanco o negro. Espero que esté disponible a finales de este año 2015.
Además de leer y poner en práctica tu libro «Tan Frescas…«, ¿qué consejos darías a las mujeres mayores del siglo XXI para vivir nuestras vidas en plenitud?
Es difícil dar consejos, porque lo que para una mujer es un deseo para otra es un horror. Pero hay algunas cosas que nos vienen bien en el camino de la vejez:
Pensar que ‘nunca es tarde’ y que por lo tanto podemos incorporarnos a actividades, temas, y vivencias que deseamos pero que no hemos puesto en práctica hasta el momento.
Tenemos que poder decidir qué tipo de anciana queremos ser y poner en práctica lo que nos llevará a conseguirlo. No tenemos modelos, así que entre todas podemos conversar y ayudarnos a ver el camino de cada una.
Tenemos que aceptar nuestros cuerpos cambiados a lo largo de los años, sin sufrir demasiado. Reivindicar una moda cómoda y con estilo, no someternos a torturas y negocios de la industria cosmética. Darnos permiso para ser raritas, diferentes, divertidas. Querernos, cuidarnos, reírnos mucho.
¿Y a las mujeres más jóvenes?
Creo que los mismos consejos valen para ellas, porque si trazan su camino, se aceptan corporalmente, piensan en su futuro, se quieren y se ríen, pueden llegar a ser unas frescas de cuidado.
¡¡Muchas gracias, Anna por compartir tu frescura y tu forma de ver la vida!!
Conferencia de Anna Freixas Farré en la Escuela para la Igualdad y el Empoderamiento del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz (13 de mayo de 2015)
El jueves, día 28, iremos sin pendientes. Vía libre a los tironcitos de orejas, porque cumplimos dos años de blog ¿Pero… de verdad hemos cumplido?
Todo aniversario es una buena ocasión para un balance, una mirada al camino recorrido y una recopilación de sensaciones, certezas e incógnitas por resolver que nos ayuden a evaluar y a rediseñar nuestro itinerario. Si no hemos cumplido, lo que os podemos asegurar es que al menos hemos intentado tener presente nuestro manifiesto y ser fieles al compromiso que adquirimos al decidir formar parte de Doce Miradas.
Celebramos dos años del “sí quiero” ilusionado que dimos a Ana Erostarbe (madre de todas las miradas, que decimos entre nosotras 🙂 ). Ana cogió el toro por los cuernos un día y decidió ponerse a llamar por teléfono y conseguir que once mujeres la acompañáramos (de cabeza) a dar cuerpo a un espacio de reflexión, conversación y debate en torno a las desigualdades de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres que todavía hoy persisten en nuestra sociedad. Así nació Doce Miradas.
El detonante fue un congreso en el que 45 ponentes eran hombres y 5, mujeres. Fue el momento en el que se programó en el espíritu crítico de Ana una alerta que la acompaña donde va: allí donde se sienta, señala con el máximo respeto y compromiso con la causa (leer a Arantxa Sainz de Murieta) y se pone a contar. Y como las cuentas no salían y siguen sin salir, el deseo de construir una sociedad diferente nos reunió para contar ponentes, contar cómo lo vemos, contar lo que nos parece, contar con todas y todos.
“Porque no nos van los techos de cristal y somos más de cielo abierto”, son ya 94 los post que llevamos publicados; semana a semana, martes a martes, con la inestimable colaboración de las miradas invitadas a nuestro blog.
Blog colaborativo, celebración compartida
Es lo que queríamos ser y lo que somos. Nos toca evaluar y sacar conclusiones sobre si, además de llevar dos años dándole a la tecla, hemos cumplido: nosotras doce y todas las personas que nos hemos sentido parte del proyecto a lo largo de este tiempo. Por eso tenemos que celebrarlo en compañía, en la mejor, en la vuestra: nuestras miradas invitadas, seguidoras, críticas, observadoras…
Customizando la célebre frase de “la faraona” -en el día de la boda de su Lolita-: “Si me queréi, ¡venirse!”. Venirse a celebrar con nosotras nuestro cumpleaños y a pasar un rato de encuentro, reflexión y debate sobre lo que nos une: la igualdad real y efectiva entre hombres mujeres, como tarea pendiente que tenemos que conquistar entre todas y todos.
Tres propuestas para el día 28
Hemos seleccionado tres temas que nos inquietan: el papel de las mujeres en los ámbitos de los medios de comunicación, el poder y la juventud.
Las Doce Miradas tenemos la gran suerte de contar con el apoyo y el reconocimiento de muchas personas que nos estáis ayudando a generar espacios que hagan posible encontrarnos y charlar, detectar dificultades, proponer acciones, medidas, sensibilizar… Avanzar. Entre esas personas, están nuestras “miradas invitadas 2º aniversario”, con las que hemos diseñado tres mesas de veinte minutos cada una, abiertas a la participación de quien lo desee.
Son estas:
¿Qué dicen de nosotras los medios de comunicación? Contaremos con Isaías Lafuente, periodista de la Cadena Ser.
Las mujeres en los resquicios del poder. Con Oihane Agirregoitia, concejala de Igualdad del Ayuntamiento de Bilbao, y Carolina Pérez-Toledo, presidenta de la Asociación de Empresarias y Directivas de Bizkaia.
Juventud: ¿cantera de igualdad?María Silvestre, socióloga y profesora de la Universidad de Deusto.
Según demuestra un estudio de la Universidad Pompeu Fabra,el gesto de señalar es el primer movimiento comunicativo que los humanos somos capaces de entender y que comienza a la edad de nueve meses, mucho antes de hablar, cuando apenas balbuceamos. ¿Qué sentido tiene? Llamar la atención de quien nos rodea sobre un objeto, sobre un peligro o sobre algo que nos sorprende. Podemos decir que puede traducirse en un sencillo: «Mira esto, eso o aquello». Esta es la forma en que aprendemos los nombres de muchas cosas, señalándolas para que alguien nos diga cómo se llaman.
Desde pequeña me enseñaron que apuntar con el dedo es de mala educación. Un gesto natural e inocente, que forma parte de nuestro repertorio infantil, se transforma en una expresión antipática e incómoda. Y, a partir de entonces, nos quitan la costumbre a manotazos.
Hace un par de semanas, me sorprendió un artículo publicado en eldiario.es sobre una revista científica que aconsejaba a dos investigadoras trabajar con hombres para mejorar la calidad de su trabajo. La investigación, para más dato, trataba las “diferencias de género e indagaba en la razón por la que tan pocas biólogas doctoras consiguen puestos relevantes”. Una de las conclusiones apuntaba a que el techo de cristal se debe a un sesgo de género.
El revisor de la revista PLoS One no sólo cuestionó la existencia de sesgo de género en la investigación realizada, sino que se atrevió a señalar [con el dedo] una de las asombrosas razones por las que hubiera tan pocas biólogas doctoras: “Quizás el 99% de las mujeres deciden invertir más tiempo en el cuidado de sus hijos, en lugar de tratar de conseguir una posición en la cima de su campo de investigación».
Las dos investigadoras decidieron señalar [con el dedo] a la persona protagonista de tamaño disparate. ¿Cómo lo hicieron? Comenzaron a publicar en Twitter algunos de los comentarios del revisor, que pocas horas después era cesado en el desempeño de sus tareas. ¿Qué pretendían las investigadoras? Para empezar, llamar la atención de quienes les rodeaban sobre un comportamiento poco defendible. Claro está que, gracias a la teoría de los seis grados de separación impulsada por Internet y las redes sociales, podemos hacernos una idea del número de personas que les rodeaba y del impacto de la acción. Pero no sólo se trata de un acto de atención conjunta, sino también de poner nombre a lo ocurrido y hacerse preguntas, ésas que dan valor a algunas personas y que molestan a otras.
Señalar [con el dedo], ese gesto tan feo, se convierte en una poderosa herramienta para replantearse la realidad. Sin embargo, hacer uso del “dedo apuntador” incomoda tanto a la parte que señala como a la que es señalada, aunque no de la misma manera.
Podría ser que la misma norma social que impide el gesto simbólico impide también, en alguna medida, llevar a la práctica la visibilización pública de comportamientos que deben ser revisados y modificados. Quizás debamos explicar, a una edad adecuada, que señalar debe entenderse como un gesto de valentía que, pequeño o grande, ayuda a construir una sociedad más justa e igualitaria. Apuntar es sinónimo de capacidad crítica, algo que deberíamos trabajar desde edades tempranas con el conjunto de la comunidad educativa. ¿O es que también el espíritu crítico es incómodo?
Y, ¿qué hay de la parte señalada? La incomodidad de verse apuntado/a produce un movimiento que lleva a mejorar conductas e incluso implica tener que dar la cara y rectificar públicamente. Podrán decirme que rectificar bajo presión no tiene valor. Sin embargo, soy de las que opino que, en ocasiones, nos movemos por la inercia y necesitamos que alguien nos ponga la realidad delante de los ojos para aprender a nombrar y a preguntar. Lejos de la revancha, el acto de señalar tiene que ver con una actitud asertiva que lleva implícita la intención de escucha. Señalar es apuntar al conflicto y entenderlo como un proceso de cambio; por tanto, lejos de ser un signo de mala educación se trata de un ejercicio de responsabilidad.
Sigamos haciendo uso de este gesto comunicativo para llamar la atención, hasta los seis grados de separación, cada vez que encontremos sexismo en el lenguaje (no puedo evitar acordarme del “Cállate, bonita”, que se escuchó en el Parlamento andaluz dirigido a la portavoz de Podemos, Teresa Rodríguez), cada vez que el cine, la televisión o los medios de comunicación refuercen estereotipos, cada vez que se formen gobiernos en los que las mujeres no estemos representadas, cada vez que brillemos por ausencia en eventos, jornadas o convocatorias, cada vez que la publicidad utilice a la mujer como reclamo, cada vez que se justifique la esclavitud de la prostitución, cada vez que…
Señoras, señores, les invito a comprometerse con el cambio y practicar el gesto de señalar, ese primer movimiento comunicativo que las personas somos capaces de entender.
En 1848 Francia reconoció el derecho al sufragio universal de sus ciudadanos. Fue el segundo país europeo en adentrarse en el incierto camino de la democracia formal, tras Grecia, que lo hizo en 1822. Reparen, por favor, en la marca de género de la primera frase, ya que no es un desliz. Este derecho se otorgó a los “ciudadanos” de Francia, y tuvieron que pasar 96 años (sí: casi un siglo) para que se aplicase a las mujeres de ese país. Ocurrió tal día como hoy, el 21 de Abril, en 1944: el general De Gaulle firmó en Argelia la disposición legislativa que permitió a las mujeres el derecho de “ser electoras y elegibles en las mismas condiciones que los hombres”.
Bendita hemeroteca. Me encanta bucear en los datos históricos, porque ofrecen claves que, a simple vista, pasan desapercibidas. No deja de ser llamativo el retraso permanente que ciertas cuestiones suelen sufrir en las agendas públicas. ¿De aquellos polvos estos lodos? Podría ser. De cualquier forma, puede ser especialmente interesante recordar algunas de estas cosas en este momento, a la vista del tiempo que nos está tocando vivir. Llevamos ya unos meses de incesante información electoral, de encuestas, intenciones de voto, previsiones de escenarios (más o menos imprevisibles), y esto no ha hecho más que empezar. Quienes nos dedicamos directa o indirectamente a “la información” solemos caer fácilmente en los tópicos, y yo ya he perdido la cuenta de las veces que he leído, incluso he escrito, sobre las “carreras electorales” de este año. Pues bien, preparémonos para una maratón en toda regla: municipales y forales en la CAPV, Gobierno de Navarra, previsiblemente Elecciones a Cortes Generales bien entrado el otoño… Si nos lees desde Iparralde ya habrás podido votar, y si te acercas a Doce Miradas desde Catalunya, es probable que lo hagas en Septiembre.
Con este panorama de domingos en rojo, te propongo dos reflexiones que me llevan rondando un tiempo, y que con la excusa de la fecha del calendario, me gustaría contarte en voz alta. Y es que la Historia nos ayuda a entender muchas cosas interesantes.
“Sigan empujando, al fondo hay sitio”
La primera de ellas es que cada época tiene sus propias lógicas, códigos y valores, y que éstos sólo se modifican si se ejerce una fuerza consciente en el sentido contrario. El tiempo no corrige los defectos: si no se actúa sobre ellos, simplemente, permanecerán.
No fue el mero paso del tiempo el que hizo posible el sufragio universal femenino, ni en Francia, aquél 21 de Abril, ni en ningún otro lugar. No se despertó la Asamblea una mañana y alegremente abrió sus puertas a las mujeres: “pasen y ocupen un lugar al fondo a la izquierda”. Hubo una fuerza que empujó en el sentido contrario de la inercia histórica, y tuvo que acarrear con las consecuencias de abrir el camino. Como es sabido, la vanguardia es siempre el lugar más expuesto e incómodo. Fueron la movilización de las mujeres, su lucha y su tenacidad las que activaron el botón del cambio, aunque éste resultó exasperadamente lento y desigual.
A punto de estrenar siglo, hace dos días vamos, la Asamblea aprobó una Ley de Paridad para atacar lo que se dio en denominar “la excepción francesa”, ya que en aquella legislatura, el 90% del representación era masculina. Mujeres de distintas ideologías promovieron esta ley, contra la voluntad de sus propios partidos, en muchos casos. Gracias a este “insistencialismo”, a no dejar caer esta reivindicación, en las elecciones cantonales de hace un mes aproximadamente, las y los electores han votado por parejas de candidatos, hombre y mujer, en una fórmula que cuando menos, merece la pena tenerse en cuenta.
Si te apetece ver de qué manera han ido evolucionando las leyes y formas de entender la paridad a lo largo de la Historia, puedes leer este artículo resumen de Montserrat Boix (@montserratboix).
Gobierno griego. 2015. ¿Siglo XIX?
Lo que no se gana, se pierde
Vamos ahora con la segunda reflexión: la Historia, a veces, es reversible. Cuando no avanzamos, corremos un serio riesgo de retroceder.
Fíjate, Grecia fue el primer país europeo que reconoció el derecho de las mujeres a “elegir y ser elegidas”, y sin embargo, hoy está a la cola de la representación femenina en política. Como tituló Ana Alfageme en el País, el día 25 de Enero de 2015 Grecia entró por la puerta grande… en el siglo XIX. Siryza, el partido de izquierdas que ganó legítimamente las elecciones con la promesa de “devolver el poder al pueblo”, no fue capaz de encontrar la fórmula para incorporar la más mínima representación del 50% de la población. ¿Falta de acierto? ¿Falta de interés? Desde ese día, Alexis Tsipras lidera un ejecutivo de 10 ministros, todos hombres. En el siguiente escalafón de mando, cuadros denominados intermedios, cuenta con 41 viceministros y secretarios, de los cuales sólo 6 son mujeres. ¿Simple coincidencia? No lo creo, ya que el máximo órgano legislativo es, lamentablemente, coherente con la fotografía anterior: liderado por Zoé Constandopulu, en el Parlamento griego se sientan 247 caballeros y 40 damas. Estos son los datos, fríos y contundentes. A partir de ellos, en cuanto se presentó en sociedad el gobierno griego se desató una intensa polvareda de recriminaciones y supuestas justificaciones, algunas con ánimo de explicar lo que ocurría y otras muchas, como suele ser desgraciadamente habitual, inoportunas e intolerables. (He encontrado este resumen, pero hay otros muchos. Y para entender mejor esta cuestión, puedes volver a echarle un vistazo al post de Miren Martín en Doce Miradas).
Entender el… ¿pasado?
Volvamos a la Historia, a sus lecciones. Todos los avances están sujetos a verse revocados, y no sólo en Grecia. La Historia nos demuestra que la declaración formal de los derechos no implica su cumplimiento.
La Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de diciembre de 1952. La participación de las mujeres en la vida política es una carrera de fondo, que lejos de estar asentada firmemente, sigue al albur de muchos vientos que soplan en direcciones opuestas. En el enlace anterior, si tienes tiempo, échale un vistazo a la lista de los países, y verás cuáles son los que más tarde se incorporaron al sufragio femenino, y cuáles todavía no está permitido. ¿Estamos condenadas a llegar tarde siempre? ¿De qué manera podemos apretar el paso?
Si te parece interesante darle una vuelta a esta cuestión, te invito a que te preguntes cómo eligen sus candidaturas los partidos políticos o agrupaciones ciudadanas que en las próximas citas electorales se te acercarán pidiendo el voto. Si vas a votar, este tema es importante. Es probable que esta cuestión no aparezca en sus intenciones, o que las menciones que se hagan sean parciales, cuando no tendenciosas. No te preocupes: tú, igualmente, pregunta. ¿Cuántos recogen en sus programas de forma explícita sus propuestas para atacar la brecha de género en la sociedad? ¿Son temas aislados o aportan una visión transversal? La semana que viene se publican de forma oficial las candidaturas para los comicios del 24 de Mayo; ahí tienes un primer test.
Si encuentras las referencias, léelas con atención. Y si no encuentras ninguna mención, también puedes interpretar a qué se debe este silencio. Igual te ayuda a entender, y a decidir, en manos de quién vas a delegar la parte alícuota de tu responsabilidad como ciudadana o ciudadano. Te invito a que lo hagas, seas hombre o seas mujer, claro está.
Post Scriptum
Iba a terminar aquí mi reflexión, pero Hillary Diane Rodham Clinton acaba de anunciar su candidatura para la Presidencia en Estados Unidos, y la realidad me ha querido regalar algún argumento más. «Hillary, la despechada». «Hillary la ambiciosa», «La esposa que nunca se conformó con ser Primera Dama»… Y no sigo porque me enciendo. ¿Una mujer en la Casa Blanca? Subyace a todos estos comentarios una idea generalizada (me temo) y peligrosa (afirmo): el poder es de ellos, y cuando ellas lo reclaman están, literalmente, atacando algo que no les corresponde. ¿Estoy muy paranoica? ¿Es cosa mía? Podría ser. O no.
En esta vida acelerada en la que nos ha tocado movernos, pocos son los momentos que nos dejamos para la reflexión. Los míos suelen concentrarse durante mis viajes diarios en transporte público. Y hete aquí que en uno de ellos andaba dándole vueltas a la cabeza sobre qué compartir en Doce Miradas, cuando la inspiración se me sentó al lado. No fue precisamente una musa que me susurrará el contenido del post a la oreja. Más bien fue un pequeño gesto que hizo que la chispa saltara y que sacara a todo correr mi cuaderno para plasmarlo. Ese gesto fue algo frecuente que me suele pasar y me saca bastante de mis casillas: ir sentadita ocupando el mínimo espacio posible (si es posible, hasta con las piernas cruzadas, para ceder unos centímetros más) y que se te siente al lado el típico hombre que se desparrama bien a gusto, separando tanto las piernas que parece que lleve un auténtico tesoro ahí. En ese momento, te imaginas saliendo de tu ser para ver la escena desde fuera y contemplarte arrinconada (ojito, que la cosa parece que es más habitual de lo que creía y tiene hasta nombre: manspreading).
Quiero usar este chascarrillo de filias y fobias (más bien fobias a secas) como ejemplo ilustrativo. Y es que para que las mujeres entremos en determinadas esferas donde no estamos (ni se nos espera), alguien tiene que salir. Es decir, dejar de ocupar un espacio. Ojalá esa cesión de espacio fuera algo natural, pero me temo que nuestros genes egoístas nos empujan a mantener nuestros privilegios por encima de todas las cosas, así que esto nos lleva a las impopulares cuotas.
Yo siempre he sido de las que decían que para un puesto (bien sea en lo laboral, gubernamental o de poder a secas), tendrían que entrar las personas que estén más preparadas. Y punto. Oye, un razonamiento simple donde los haya. Pero de tan simple que es, peca de simplista. Os explicaré el por qué.
Primera cuestión: todas las personas partimos de la misma base. Mentira. Siempre suelo decir que el problema de la desigualdad es poliédrico. Ojalá fuera único y así pudiéramos atacarlo de raíz, pero es que tiene tantas aristas a las que mirar, que solemos quedarnos con una y el resto sigue dando coletazos. Poniendo como ejemplo la baja presencia de las mujeres en el mundo tecnológico (que es lo mío), las razones son muy variadas: falta de referentes en la esfera pública, los imaginarios que transmiten los juguetes, los medios de comunicación, las películas y series, la presión de las familias, … Y así hasta un largo etcétera. Por tanto, cuando llegamos a la consecuencia final de que hay pocas mujeres trabajando y resaltando en el mundo tecnológico, no podemos quedarnos con el pensamiento simplista de que han entrado los y las mejores y/o más preparadas. Sería aislar la fotografía de ese momento sin analizar cómo hemos llegado hasta ella y cómo muchas mujeres han dejado sus vocaciones tecnológicas por el camino.
Segunda cuestión: los espacios se construyen de una manera endogámica. Los seres humanos somos así, nos rodeamos de nuestros iguales. Y esto tiene un efecto: las corbatas llaman a las corbatas. Si vas a organizar un congreso, convocas a los ponentes con los que te relacionas o te resuenan en la cabeza. Esos con los que has hecho networking en algún momento durante otro congreso. Lo mismo si estás pensando en personas para ocupar un puesto. Así que si partimos de espacios sin mujeres, es difícil que terminen entrando. Leía en un artículo lo siguiente: “¿Cómo se explica que no haya más mujeres? Una colaboradora mía me lo definió así: ‘El techo de cristal muchas veces responde al pandilleo varonil’. Nos cuesta entrar en ese sistema informal que pone trabas difíciles de definir”.
Tercera cuestión: el propio razonamiento contra las cuotas es perverso. Siempre guardo este tuit de @_bitterswt como oro en paño para recordarme lo siguiente:
Asumir que las cuotas de género obligan a coger mujeres no válidas y no a BUSCARLAS = Asumir que hay menos mujeres válidas. Ni más ni menos.
Y esto me lleva a la cuarta cuestión: nadie se echa las manos a la cabeza porque haya un hombre no válido ocupando un cargo de poder (y algo me dice que los hay… no me preguntéis por qué ;-)). Sin embargo, a las mujeres se nos exige la perfección. De llegar, lo tenemos que hacer sin fallos y saltando 25 vallas más en esta carrera de obstáculos. No está permitida la mediocridad en nosotras.
Como siempre dice otra de nuestras miradas, María Puente, las cuotas son como la respiración artificial. Lo ideal es que el paciente logre respirar por su cuenta y poder retirarla. No te hace gracia recurrir a la respiración asistida, pero cuando hace falta, hace falta.
Así que mujeres del mundo, os animo a ocupar el sitio que os corresponde en los transportes públicos… y en el resto de esferas.
El calendario de Doce Miradas ha querido que me toque publicar esta semana, cuando todavía estamos con la resaca del Día Internacional de la Mujer. Es un día que me genera sensaciones encontradas. Un día que me deja completamente saturada del aluvión de noticias, informes y promesas que, en torno a nosotras, nos llegan. Y cuando coincide el día en plena campaña electoral, que es casi siempre, creo que nos convertimos en el arma arrojadiza para muchos. Y no me gusta.
Para empezar, me sorprende y me molesta profundamente que todavía hoy en día algunos medios de comunicación (un querido compañero ya se llevó la primera reprimenda), sindicatos, empresas y un largo etcétera lo denominen el Día de la Mujer Trabajadora. ¡Que no! Les digo cuando lo escucho, hablando yo sola, por supuesto. ¡Que no es el día de la mujer trabajadora! Parece mentira que cuando lo vean escrito o lo pronuncien no les salten unas cuantas alarmas: la de la redundancia, en primer lugar. ¿Mujer trabajadora? El sustantivo mujer ya trae implícito el significado de trabajadora, no necesita adjetivo. La del error, porque hace ya muchos años que no se denomina así, simple y llanamente, y la de la falta de rigor, por supuesto. No es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Pero sí es un día que, para mí, refleja algunas contradicciones.
Y la primera la encontré en el cartel de la campaña de Emakunde que nos llegó a nuestro centro de trabajo, como cada año, para conmemorar el Día Internacional de las Mujeres, que así lo denomina Emakunde. Lo colgamos en el centro de la oficina, para tener bien presente su lema y, después de verlo dos veces, me pareció que estaba incompleto. El lema de la campaña, como ya habrán visto, es el siguiente: “La sociedad va avanzando en igualdad, evitemos los pasos hacia atrás. Hagamos del derecho a la igualdad una realidad”. Y hasta aquí todo bien. Efectivamente se percibe que estamos retrocediendo en materia de igualdad real. Hace mucho tiempo ya pensaba que vamos de mal en peor y la campaña de Emakunde, que es un observatorio siempre muy relevante, ha venido a confirmar mi tesis. Pero la imagen de la campaña nos presenta a una chica joven que de cintura para arriba avanza hacia delante, pero de cintura para abajo camina hacia atrás.
Y en ese momento pensé: pero, ¿los pasos hacia atrás solo los damos nosotras?¿Evitar los pasos hacia atrás es algo exclusivo de las mujeres? ¿No falta aquí, de nuevo, como tantas veces hemos faltado nosotras, el 50 % de la sociedad, es decir, los hombres? ¿No puede y debe ser un aviso para todos esta campaña? De hecho, se menciona a la sociedad, compuesta por hombres y mujeres, como bien sabemos todos, y me cuesta comprender que solo nosotras tengamos que evitar los pasos hacia atrás. ¿Una mirada retorcida? No lo creo. Bastante compartida, por lo que he podido comprobar. ¿No he comprendido bien el lema de la campaña? Puede ser. Aún así me permito ofrecer una nueva imagen para completar el cartel y evitar de verdad los pasos hacia atrás.
Me falta combinar ambas fotos para que caminen juntos. Porque así deberíamos estar mujeres y hombres, unidos por el aviso. Mujeres y hombres unidos por el riesgo de retroceder, caminando en la misma y única dirección, la del derecho a la igualdad real. Perdón por la osadía, pero me gusta más así. Aunque en el fondo estamos de acuerdo, muy de acuerdo. Como alerta Emakunde, la crisis, la percepción sobre el control de la pareja o la banalización de la violencia machista son indicadores peligrosos que revelan pasos hacia atrás en materia de igualdad real. Pero pasará el 8 de Marzo y ¿qué nos encontraremos? La triste realidad.
¿O nos hemos olvidado ya de la brecha salarial? Aquella que por el mes de febrero, en el Día por la Igualdad Salarial, conocimos a través de un informe de UGT. La brecha salarial que entre hombres ymujeres se había situado en el 24 por ciento, llegando a ser la más alta de los últimos cinco años. La brecha que significa que para cobrar una pensión de la misma cantidad una mujer necesita trabajar once años y medio más que un hombre en un trabajo de igual valor. Y no hemos salido a la calle. Estos datos se han actualizado ahora con el último informe de la OIT que marca la brecha salarial o brecha de género en un 17 por ciento, pero añade otro dato: que si no existiera discriminación por género, las mujeres deberían ganar hoy en España un 2 por ciento más que los hombres. Lo explica claramente @PepaBuenoHxH. Por ser mujeres. Y apenas he oído hablar de esto. Y sobre el miedo a instalarnos en la precariedad, en la doble precariedad, también nos alertaba @saradelarica. La economista y catedrática de la UPV explicaba que, además de los empleos temporales, los empleos a tiempo parcial estaban aumentando para las mujeres, lo que podía instalarnos en esa doble precariedad. Y constataba que la gran mayoría de las mujeres no quiere trabajar a tiempo parcial.
La triste realidad se me presenta igualmente a través de un informe que llegaba a mis manos y que pretende ser modelo y guía para la implantación del trabajo flexible. Al analizar los grandes cambios sociales acontecidos en los últimos años decía: “la incorporación de la mujer al mercado laboral genera un nuevo problema, como es la dificultad de conciliar la vida personal,familiar y profesional de laspersonas; fundamentalmente de las mujeres. Ya que tradicionalmente el cuidado de nuestros menores y mayores ha descansado sobre la mujer”. Tal cual.
Y, para terminar, que sepan ustedes que la mujer es la compañera del hombre. Lo dijo Mahatma Ghandi y la tienen como frase de portada en la web de Naciones Unidas. También con motivo del dichoso día. De ahí mis sensaciones encontradas. Ya no me quedan palabras. Por todo esto y mucho más que cada semana traemos a este blog, a mí me preocupa lo que nos espera después del 8 de Marzo. Porque no veo a quienes tienen la responsabilidad para provocar los cambios definitivos tomando medidas urgentes. Son profesionales del diagnóstico, pero veo que no avanzan en las soluciones. Esto nos espera después del 8 de Marzo. La triste realidad.