Basado en hechos reales

14/11/2017 en Doce Miradas

Viajaba a solas en el metro de una ciudad extranjera, pendiente de cada parada. Interminable. Aun así, deseaba que no llegara nunca la suya. A pesar de la hora tardía, en el vagón quedaban varias personas. Mientras hubiera «público», aun sentía algún tipo de protección. Lo que más miedo le daba era tener que salir a la calle de noche sin saber si el tipo que no dejaba de mirarle «así» le iba a seguir.

O tal vez no le estaba mirando. O tal vez no le miraba «así». ¿Cómo «así»? Ya sabes, «así». Tal vez se estaba obsesionando sin motivo.

Decidió cambiarse de asiento, tirando de maleta, abrigo y mochila. Él también se movió, aparentemente situándose para seguir mirando «así». Ostras. Ensayó sostenerle la mirada, desafiarle. Pero eso solo funcionaba en la teoría. En la práctica no conseguía subir los ojos por más de un décima de segundo.

El nerviosismo empezó a apoderarse de su cuerpo. Miedo. ¿Miedo a qué, concretamente? No lo sabía, concretamente. Miedo. Miedo en sí. Miedo en general. Incluso un poco de pánico.

No tenía cobertura en el móvil. Imposible avisar a su hermano mayor para que fuera directamente a la estación a buscarle. Por otro lado, con 23 años, una carrera, un máster, deportista, habiendo viajado tanto «por el mundo»…¿cómo iba a explicar a su hermano que necesitaba que fuera a buscarle? Qué absurdo. No le iba a creer.

Llegó su estación. No había más remedio que bajar. El hombre también bajó. Confirmado. Sí que le estaba siguiendo. ¿O no? Sentía definitivamente que sí, que le seguía. ¿Sentía? ¿Qué significa eso de sentir?

De hecho solo era capaz de sentir. No podía pensar. ¿Cómo que no podía pensar? Es que resulta que no es posible pensar cuando estás en modo bloqueo. Como en sueños que son pesadillas pero que son hoy, que son ahora.

Al final de la escalera, un grupo de chavales de edad parecida. «Oye, ese tío de allí me está siguiendo. Lleva como media hora mirándome. Os importa que me quede con vosotros?»

 

«¡EH TU!» Le empiezan a gritar. «Que te pires!»

«Ese es un colgao. No te preocupes.»

Esperaron juntos hasta que llegó su hermano mayor.

«Gracias, gracias, joder qué fuerte».

 

Esa noche prefirió dormir con su hermano. Durante varios días prefirió no viajar en metro. Hasta que se le fue pasando. Poco a poco.

¿Cómo es posible se haya sentido así? Aparentemente incapaz de reaccionar. ¿En realidad, qué había pasado? No había pasado nada ¿Se lo había imaginado? Por momentos le enrabietaba pensar que por ese «episodio» se había pasado una semana sin entrar al metro, cambiando sus rutas, evitando lugares oscuros, andando con la cabeza gacha en vez de disfrutando como cualquier turista joven y libre. Le enrabietaba no poder sacárselo todo de la cabeza.

¿Por qué no se enfrentó a él?

«Le tenía que haber dado dos hostias,» le dijo a su padre, interpretando el papel que se esperaba de él (porque para ser hombre hay que ser fuerte, un héroe, educados en la valentía por encima de todo)

«Con esto que me ha pasado, solo esta vez …. estoy empezando a entender lo que llegáis a sentir tantas mujeres cada día,» le dijo el chaval a su madre, esta vez libre de interpretar ningún papel (entendiendo, como hombre, que para que sean mujeres se les dice que deben ser débiles, víctimas, y se les educada en la precaución y el miedo por encima de todo).

Resulta que ninguno de los dos roles son la verdadera esencia de ninguna persona.

Clara Serra Sánchez:

«Comparto con vosotros y vosotras una experiencia que vivimos ayer, una muestra más de que a las mujeres nos han educado en el miedo y la percepción de ser víctimas, y de lo necesario que es empoderarnos respecto a ello.»

 

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Christina Werckmeister

Agridulce mezcla de fe en la naturaleza humana con una pizca de sano sarcasmo. Reiteradamente reinventada en lo profesional, sin embargo tiendo siempre hacia la justicia social. Todo me interesa.