Azul
13/01/2015 en Doce Miradas
«Hace varias semanas que no consigo pensar con claridad. La cabeza me va lenta, las tareas se me solapan, me sobrevienen sin haberlas olido, olvido citas, pierdo cosas, no retengo informaciones nuevas. Me escucho una y otra vez preguntando «¿Eso a mí me lo habías contado?». Porque no lo recuerdo. Mi sistema alerta desde hace tiempo y me dice aquello tan irritante de «No se ha podido realizar correctamente la actualización por no haber espacio suficiente en el disco duro».
Elimino archivos basura, muevo los importantes a otra unidad de almacenamiento externa… y tiro. Tiro hasta que llega un día en el que necesito instalar una aplicación vital y el sistema no me responde: necesito esa app que me permita meter aire a los pulmones mientras sigo con mi vida y entonces me dice que el acceso me ha sido denegado. No puedo respirar. Estoy sola. Atrapada en la filigrana imposible de mi existencia. Sola. Nadie puede respirar por mí. Inspirar, expirar… Es muy fácil. Es lo primero que aprendemos al nacer. Y entonces, ¿por qué no soy capaz? Siento que podría pasarme horas llorando, deshidratando a ese bicho que me hace tanto daño. Desde el apabullante dolor de cabeza que siento asoma tímidamente una regañina: ¿No te parece que ya es suficiente? Suficiente. ¿Qué palabra es ésa? Nunca es suficiente. Porque podría hacer más y podría hacerlo mejor. ¿Quién me ha dicho eso? ¿Puedo? ¿Debo? ¿Con quién tengo esta deuda acogotante? Conmigo».
¿Es porque hemos elegido ser y estar?
Podrían ser las líneas de un diario personal. Conozco a muchas mujeres que también se están sintiendo así cada día, sabiendo que algo estamos haciendo requetemal cuando el primer pensamiento de cada día es «madre mía, lo que tengo por delante».
Pero esa convicción no cambia nada. Porque hemos elegido ser y estar. Reclamar nuestra silla allí donde se mueve el cotarro, sin dejar de acoplar como nadie la despensa después de una compra de 200 euros, por poner un ejemplo. Tenemos derechos y estamos dispuestas a hacerlos efectivos. Pues sea. A por todas.
Hemos querido estudiar y lo hemos hecho; trabajar… y hemos podido (algunas); demostrar que valemos, también; formar una familia… ¡Pues venga! Con hijitos y/o hijitas… ¡Dale! Promocionarnos profesionalmente… lo que hemos podido; demostrar nuestra maestría en la gobernanza doméstica… aquí nos hemos salido. Y ya. Hasta aquí una aproximación a ese concepto imposible que hemos acordado llamar conciliación de la vida familiar y laboral.
Pero aún no hemos hablado de sueños. Aquí es donde te das verdadera cuenta (si no lo habías hecho ya) de que te puedes poner cada día el traje de superwoman, pero aun en el caso de que te quede como un guante, no te arroga superpoderes. Pensar con todas tus fuerzas en que algo es posible, puede acabar consiguiendo que lo sea, pero no es el caso.
La falda, el leggin, el vaquero, la melena, el rizo suelto, el pelo corto, la americana, la chupa, las botas de monte, el morrito pintado… Da igual cuál sea tu traje: no tiene superpoderes. Por lo tanto, si eres de ésas que además de conciliar trabajo y familia quieres volar hacia tus sueños, cuenta con que nuestras alas están empapadas de chaparrones que nos sobrevienen por un montón de frentes con los que no habíamos contado. No podemos volar. No sin pagar el alto precio de renunciar a la paz de la mente, el cuerpo y el alma.
Yo no puedo volar. Me pesan demasiado las alas. Por más que me pongo al sol no se secan, porque, además, es tan fugaz y débil este sol que me adeuda tanto, tanto calor…
Quizá no es el momento
Voy a dar un pasito para atrás y reconocer que a lo mejor sí puedo volar, pero quizá no tan alto ni tan rápido; y que a lo mejor éste tampoco es el momento. Pero como a cabezona es difícil ganarme, ahora voy a dar un pasito para adelante para decir alto y claro que me parece injusto que yo tenga que posponer mis sueños a la espera de mejor vida. Porque la mejor vida ya existe: deben tener un prototipo en Taiwan, que lo conocen 27 chinos y 3 chinas, y que no se atreven a globalizarlo porque el negocio y la ética no se llevan bien. En ese prototipo de sociedad los hombres se caen del guindo de una vez por todas y se mueven junto a sus compañeras: no ayudándolas sino aupándolas. Tomando parte en el cambio, dando forma a la igualdad real; construyendo desde la primera línea, no limitándose a observar, respetar, dejar avanzar e incluso admirar. En ese prototipo, las mujeres no nos sentimos obligadas a sacar lo mejor de nosotras mismas todo el tiempo; los niveles de responsabilidad tienen ritmos y espacios y la autoexigencia toma por fin forma de látigo real y se lo devolvemos al Sr. Grey, para que juguetee entre sus cincuentas sombras con quien quiera y le vaya el rollo.
La ansiedad, esa gran conocida
Según un estudio de julio de 2014 del Instituto Catalán de la Salud, somos el país con más estrés femenino de Europa: el 66% de las mujeres españolas están estresadas. Un enfoque más global nos sitúa en las quintas más estresadas del mundo, por detrás de India, México, Rusia y Brasil.
La palabra “estrés”, utilizada con mayor o menor rigor, forma parte de nuestro lenguaje más cotidiano. Sin embargo, cuando hablamos de ansiedad el significado se nos antoja más amplio, preocupante. La ansiedad no aparece de repente. Nos va dejando notitas aquí y allá, con mensajitos que la rutina no nos permite considerar amenazantes. Se manifiesta en múltiples formas que van desde sensación de nerviosismo, dificultad para respirar, nudo en el estómago, opresión en el pecho, taquicardia, miedo, alteración del sueño, tensión muscular, temblor, cefalea, mareos, hiperventilación, adormecimiento de manos y piernas, incapacidad para relajarse…
Son alertas del cuerpo a las que, a veces, no hacemos caso. Y entonces la ansiedad se presenta de manera desproporcionada, sin motivo aparente, intensa, persistente, invadiendo el modo en el que nos relacionamos con el mundo y sus gentes, interfiriendo en nuestro hacer, en nuestro ritmo, productividad, resistencia, seguridades… Es en este momento, cuando deberíamos comenzar a pensar en ella, en la ansiedad, como en un trastorno.
Las dificultades para conciliar vida laboral y familiar y las características propias de nuestro sistema hormonal, hacen que las mujeres sufran hasta un 200% más de ansiedad que los varones. Esto lo dice Antonio Cano-Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), en el marco del X Congreso Internacional de dicha sociedad. No me resisto a apuntar que echarle la culpa a las hormonas (sin saber yo nada de ciencia, es verdad), me da, cuanto menos, perecita. Con los vaivenes hormonales convivimos desde muy temprana edad y –si bien es cierto que hay mujeres a las que les afectan- no me parece a mí que sea de recibo citar este motivo sin poner una coma más, para añadir el papel fundamental de observadores internacionales de brazos caídos que los hombres del mundo civilizado están desempeñando, viendo y lamentando el desplome de tantas mujeres que, literalmente, no pueden con la vida. O no les da la falda, como me gusta a mí decir.
Dice Cano-Vindel que las mujeres damos una gran importancia a todo porque “procesamos la información de forma más amenazante, magnificando los problemas”. Quizá podríamos ser un poco más serios y reconocer que todos esos problemas a los que damos tanta importancia y magnificamos, son amenazas reales para nuestra programación vital dirigida a pensar en el bienestar de todo pichi pata antes que en el nuestro. Añade, que “las mujeres suelen atender varias tareas a la vez y generalmente son más perfeccionistas que los hombres, y todo esto les provoca mucha ansiedad”. Reto a Cano-Vindel y a todos los hombres aventureros del mundo a intentar el ejercicio del cuidado de sus seres queridos y la multitarea permanente desde el prisma del perfeccionismo y hacerlo con paz. Sé que este señor experto en ansiedad no tiene la culpa y que se limita a hacer pedagogía con su saber sobre el tema que nos atañe. Pero es que yo a veces tengo la sensación de que cuando los hombres describen las cosas que nos pasan a las mujeres, lo hacen desde la distancia erudita del que no se siente -ni de lejos- parte de la historia. Es un poco como decir: “Es que ellas son así”.
Vivir con ansiedad se puede, pero no se debe
Con un trastorno de ansiedad es imposible vivir. No permite el curso normal de la vida y la persona no puede solucionarlo sola sin recurrir a la ayuda profesional. Todos los estudios parecen coincidir en que las mujeres sufren más trastornos de ansiedad que los hombres, porque en los últimos años nos estamos exigiendo como nunca para estar a la altura: se muestran ante nosotras apetecibles posibilidades de desarrollo profesional y personal, pero no hemos sabido (ni quizá querido) ceder la batuta del hogar. Se añade en esta información la mayor predisposición genética a padecer dichos cuadros y más permiso social para expresar lo que emocionalmente sentimos. Apunto yo dos cosas. Una: si los hombres no se han ido sumando al cambio social al mismo ritmo que lo han hecho las mujeres… “de aquellos polvos, vinieron estos lodos”. Y dos: si un hombre sufre ansiedad a estos niveles de los que hablamos, lo cuenta: vaya que si lo cuenta.
¿Cuándo empieza todo esto?
Leo en este artículo de Miranda Vignera, psicóloga especializada en mujeres e infancia, que “ciertos rasgos masculinos como la independencia, el nivel de actividad o la asertividad constituyen factores protectores contra el miedo y la ansiedad. A las niñas se les refuerzan las conductas prosociales y empáticas, mientras que a los niños se les fomentan los comportamientos de autonomía e independencia, la asertividad y la iniciativa, a la hora de desempeñar distintas actividades. Se ha comprobado a través de diversos estudios que las niñas, desde muy pequeñas, reciben respuestas más positivas cuando cometen actos de obediencia y sumisión. A su vez, reciben respuestas más negativas al mostrarse más activas”.
Por tanto, la afectividad negativa constituye un factor de vulnerabilidad para sufrir trastornos emocionales y las mujeres –explica Vignera- presentan mayores índices en este factor que los hombres «como consecuencia de los diferentes patrones sociales de reforzamiento, el estilo y las expectativas paternas que reciben varones y mujeres desde su nacimiento”.
Continúo destacando literalmente: “Hasta la etapa preescolar, los niños manifiestan más emociones de enfado, mientras que las niñas se muestran más temerosas. A lo largo de la infancia, las niñas empiezan a evidenciar más síntomas de ansiedad e inhibición conductual. Durante primaria y secundaria las niñas manifiestan más emociones de sorpresa, tristeza, vergüenza, timidez y culpa, mientras que los varones muestran más reacciones de desprecio y son más propensos a negar la experiencia de otras emociones”.
“Es por estos factores y por otros, que las mujeres tienen el doble de probabilidades de sufrir un trastorno de ansiedad que los varones. Los factores de tipo psicosocial son los que mejor explican esta mayor vulnerabilidad de la mujer a los trastornos de ansiedad”.
La autoexigencia
Dice Carmen F. Barquín que la autoexigencia resta demasiada energía y tiempo al disfrute de una vida afectiva y social. Añade que “suele afectar más a personas con baja autoestima que perciben como un ataque personal cualquier crítica. La rabia y la frustración les impiden ver más allá, para poder reconocer y disfrutar de los logros y avances conquistados”.
Del discurso de Carmen F. Barquín me quedo con la desoladora constatación de que las consecuencias de la socialización diferencial y las pautas de género marcan, guían y limitan la vida personal: lo que “se tiene que hacer” y “cómo se tiene que ser”. “Este aprendizaje se va interiorizando en nuestro psiquismo y configura nuestra identidad de género. La afectividad asignada a las mujeres dentro de la socialización sexista, se corresponde con la dependencia y el sacrificio, se nos estimula tendenciosamente para sentirnos bien cuando nos volcamos hacia los otros como mandato central de nuestro deber ser Mujer”.Esta frase a mí me duele en lo más hondo.
Me viene a la cabeza el post “Género y salud: formas de distinta conjugación” que escribió Maxi Gutiérrez, como mirada invitada en este blog, en el que decía: “La mujer tiene interiorizado el mandato del cuidado hasta tal punto que lo normaliza y muchas veces se lo autoimpone como una cuestión de deber moral en solitario. Mochilas que se cargan a la espalda llenas de ocupaciones y pre-ocupaciones que pueden transformarse en dolor, insomnio, depresión o angustia. No sé si es enfermedad, pero, desde luego, es sufrimiento del que muchas mujeres no son capaces de salir”.
Salirse de madre
Añade C.F. Barquín que “transgredir la expectativa del rol, asumir protagonismo e iniciativa, implica en ocasiones tener que atravesar laberintos de “castigo” social y también supone superar las barreras internas que en forma de “mandatos” de género nos hacen sentir inseguridad o culpa”.
Mayoritariamente, la responsabilidad de los cuidados y -aunque con avances esperanzadores- también lo doméstico, forman parte de nuestra programación desde la infancia. La incorporación al mundo laboral, la autonomía para decidir ir, venir, formar parte de proyectos, activismos, movimientos, emprendimientos del tipo que sean, tienen coste. Un alto coste: la dificultad para gestionar el tiempo y con ella, la culpa que barniza todo lo que hacemos fuera de programación. “Muchas veces esta sensación se interpreta como incapacidad lo que, a su vez, promueve una sobrexigencia, un malabarismo imposible de sobrellevar en el intento de llegar a todo y además, hacerlo bien”.
Renunciar: fracaso o liberación
El desgaste físico, emocional y psicológico que supone ser y estar, echarse a la espalda más responsabilidades de las que nos podemos permitir sin perder la salud por el camino, acaban por ponernos frente a un espejo y hacer un ejercicio sincero de revisión de vida. Muchas mujeres que apostaron por desarrollar un proyecto profesional, social, personal… terminan por renunciar a sus metas y sueños porque no les compensa. Porque vivir en un estado continuo de estrés dispara la ansiedad de forma peligrosa, por los sentimientos constantes de malestar y angustia.
Tras la toma de decisiones duras, dolorosas, que implica renunciar a los sueños, deberíamos poder saborear una cierta (aunque amarga) liberación, por haber dejado pesados paquetes a los lados de nuestro camino. Podríamos empezar a trabajarnos la conciliación entre nuestras capacidades y posibilidades y emprender ese apasionante viaje que algunas personas consiguen hacer hacia la paz interior. Lo que ocurre es que hay mujeres que no necesitamos liberarnos de peso sino llevarlo entre más gente. Por tanto entiendo que si mi cuerpo y mi mente se sublevan y me piden parar y yo lo asumo, no estaré renunciando porque quiero sino porque no puedo.
En el jardín donde tengo plantados mis sueños siempre hace buen tiempo, el sol calienta y el cielo es intensa y absolutamente azul, azul, azul. Me sirve como imagen mental: es allí donde quiero y necesito estar, porque es lugar de orden, de paz, de igualdad, de derechos, de conquistas para hombres y mujeres. Pero mi edén, el azul cuyo anhelo me ciega y me desbarata, me plantea un conflicto demoledor: ¿en el empeño esforzado por hacer de mi jardín un vergel, no estaré pateando mi propia huerta impidiendo que nada de lo plantado agarre?
No sé si este tema de La Oreja de Van Gogh sobre el diminuto punto azul visto desde muy lejos, después de la desconexión… ilustra o confunde el final de este post. Pero para mí tiene todo el sentido y me permito ofrecerlo por si alguien me sigue…
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Mi más sincera felicitación. Mi jardín es de idéntico Azul. Mi ama tenía el suyo y como nosotras luchó por no pisotear sueños propios y sobre todo ajenos.
Un abrazo.
Gracias a ti, Azul, que llevas el precioso nombre de mi post. Para mí el azul es un anhelo al que no quisiera renunciar. Qué importante y hermosa herencia: la certeza de que en el vuelo hacia el azul no se han de pisotearse ni los sueños propios ni los ajenos. Un abrazo para ti también y gracias por tu compañía.
Una vez más, tus palabras me dejan a mí sin ellas.
Espero que pronto encuentres tu edén azul. Entre tanto, disfruta de todos los colores del espectro.
Bsss
Tú tienes muchas palabras de las que piensas. Te lo digo siempre y algún día tendrás que empezar a tomarme en serio.
Y sí. Mientras pienso cómo consigo el permiso de la torre de control para volar hacia mi Azul, pienso seguir entreteniéndome con tu «pantone» diseminado por todo tu arte #Fan
Hola Maracena, para que los sueños entren en nuestras vidas hemos de ser capaces de dejar lo que no nos permite hacerlo y a veces no estamos dispuestas a hacerlo. No somos libres y la libertad asusta, creemos que el cielo azul no nos pertenece y a veces la liberación sabe a pérdida.
Gracias por tu post, inspirador.
Justo eso, Isabel: la liberación sabe a pérdida. Por eso entiendo que no es una opción libre. No somos libres. Vernos forzadas a rendirnos es aumentar aún más la distancia que nos separa del azul, de nuestros sueños.
Gracias por tu comentario.
Lo leo, lo leo y lo vuelvo a leer. Y es asi. Ese querer ser y estar nos ha salido muy caro. Se lo decía yo el otro día a mi madre. Enfermera recién jubilada, después de llevar trabajados más año de los que yo creo que nunca llegaré a cotizar…madre de cuatro hijos….Mamá, creo que nos has educado de manera equivocada. Me has educado a mi y a mi hermana para ser independientes, trabajar y cometer el error de querer tenerlo todo. Nos tenias que haber educado para casarnos y ser perfectas amas de casa…..Mi madre me miró y me dijo…Nunca seriais felices…Y yo le dije…y de esta manera si?
Jo. No sabes cuánta de mi energía se va en no caer en ese pensamiento que describes tan bien. Y digo «caer» porque pienso que es una trampa. La casa y el cuidado en solitario de los nuestros debe ser una opcion; y entonces todo está bien. Pero creo que tu madre, como la mía, hizo bien en mostrarnos lo que estaba a nuestro alcance y ponernos la miel de los derechos y la libertad en los labios. Creo que quien ha fracasado es la sociedad (ese ente impersonal al que le echamos la culpa de todo porque no tiene nombre y apellidos que nos puedan poner una demanda).
Yo creo que la salida está en un compromiso real de hacer entre todos y todas y en educar en la libertad de querer ser como queramos ser y aspirar a lo que queramos; sin moldes en los que encajar en función de si te ha tocado ser hombre o mujer. Pero no podemos hacerlo tan solas.
No sabes cuánto te agradezco tu comentario. Un abrazo.
Me animo a participar en este blog desde la admiración de las personas que lo componen y de quienes ocasionalmente publican algún artículo. A algunas de esas personas conozco y admiro su criterio.
El artículo me ha apasionado, a la vez que entristecido. Desconozco el componente autobiográfico del mismo, pero me ha transmitido gran carga de impotencia, rabia, desazón,…
Y por eso agradezco compartir la vida con una mujer que entendemos que las cosas y las personas son para compartirlas. Las relaciones, las tareas, los fracasos, los éxitos, loa amores,… No quiero imaginarme ni a mí ni a Nerea asumiendo la gran mayoría de las tareas de cuidado que nuestra vida social conlleva. ¡Menudo marronazo!
La carga es grande, la educación, la socialización,… Imposible erradicarlo de un empujón.
Algunas mujeres y algunos hombres sabios en esta materia hablan de entornos amables. Microambientes en que soy cómplice con la persona o personas que formamos ese entorno. Libre de juicio, de reproche, de productividad, de expectativas,… Mi pareja, mi familia, mi grupo de amistades, mi cuadrilla de deporte,… pueden ser pequeños oasis y juntos posibilitarme muchos entornos amables que hagan el día a día más justo, más feliz, más humano, más repartido, más compartido, más común,… El cambio vendrá a medida que seamos más y más las personas que empujemos hacia la justicia. Mientras tanto, posibilitémonos cada vez más entornos amables, reductores de estrés y ansiedad. Un abrazo amable.
Edu:
Gracias por tu reflexión. Si te ha transmitido impotencia, rabia y desazón, he conseguido parte de mi objetivo al escribirlo.
Me ilusiona tu disposición a darle la vuelta a mi relato y me apunto a tu apuesta por los entornos amables: libres de juicios, de reproches, de productividad, de expectativas… donde pueden ser surgir pequeños oasis «que hagan el día a día más justo, más feliz, más humano, más repartido, más compartido, más común».
No puedo estar más de acuerdo contigo: «el cambio vendrá a medida que seamos más y más las personas que empujemos hacia la justicia».
Gracias por tu comentario, por tu sensibilidad y por seguir Doce Miradas.
Otro abrazo amable para ti.
Macarena, leí hace unos días el texto y noté como un escalofrío me recorría el cuerpo, me incomodaba y me hacia temblar a la vez que me reafirmaba en muchas ideas que compartimos y que vivo en la experiencia con muchas mujeres en el día a día.
Pero, no pude asimilarlo muy bien… no pude comentar… sólo pude compartirlo con algunos… Y decidí esperar mejor momento, releer y pensar.
Conozco a muchas mujeres que no les da la vida ni la falda. A muchas que sufren ansiedad y que no lo saben explicar tan bien como tu lo haces. No sabrás de ciencia pero, la ansiedad es tal y como la cuentas. Y ni hormonas ni viento sur ni cualquier vaina que a un experto se le ocurra… La ansiedad se genera por la vida y las expectativas que nos montamos o que nos montan, porque a todos nos montan un poco la vida.
Pido perdón públicamente por las veces que describo lo que os pasa desde la distancia erudita del que se siente fuera (no me atrevo a decir superior) aunque hayas tenido el detalle de relatar un párrafo mío. Se que a veces me ocurre y para eso tengo que leeros y hablar mucho con vosotras para entender las razones de lo que os pasa. No es fácil.
Quiero hacerme cargo de mi cuidado y del cuidado de los demás, compartir cargas pesadas y aupar, como dices, a tantas mujeres que junto a mi sienten que no les da la falda.
Gracias por contribuir a mi propia transformación con tus palabras.
Maxi, querido Maxi. Este post me está devolviendo con creces todo el esfuerzo que he tenido que hacer para escribirlo, en un momento en el que el aire me entra a trompicones en los pulmones.
He querido escribir este texto así, en este tono, porque quería gritar a través del tecleado «Hasta cuándo y por qué?». Es cierto que, de entrada, esperaba no sentirme sola en esto que expreso; sabía que no sería así porque conozco a muchas grandes mujeres que sobreviven a la ansiedad cada día.
Desde una profunda emoción te doy las gracias, Maxi, por darte por aludido y hacerlo en público y hacerme sentir que este post ha merecido la pena; no porque haya tocado o estremecido, sino porque haya hecho pensar en todo esto, porque hayáis querido releer y re-acompañarme por los renglones de mi «Azul».
Con todo el cariño te digo que me sobra tu «perdón», porque sé de tu sensibilidad y tu compromiso con la igualdad entre hombres y mujeres.
Por último: qué genial que quieras seguir leyéndonos y hablando con nosotras para seguir construyendo, aupando y transformando.
Maxi: emocionada y agradecida te mando un fuerte abrazo.
Gracias por leer, releer, pensar y plasmar este comentario.
Macarena, en tu post describes y realizas un análisis extenso de lo que sucede a las mujeres en general y a muchas en particular, lo has hecho de una forma realista, clara y muy bien referenciada.
Por qué creo que es importante todo lo que relatas, porque nunca antes nos lo habían contado como tu lo has hecho, porque lo describes tal y como sucede, porque a pesar de que las mujeres somos capaces de enfrentarnos cada día a los desafíos que tenemos por delante, todavía nos queda el proceso de visualizar e interiorizar el impacto que esto tiene en nuestras vidas y sus consecuencias.
Muchas gracias por tu valentía, por poner en palabras y ayudar visibilizar el sentir y sufrir de muchas mujeres.
Muchas gracias a ti. Es un placer tenerte por aquí. Si, como he dicho en otros comentarios, he ayudado a visibilizar y a hacer pensar, ha sido un placer. Mi granito de arena para la causa.
Encantada de poderte mandar un fuerte abrazo desde Doce Miradas.
Hola, Macarena. Te prometí que comentaría y aquí estoy. También te prometí que meditaría, pero eso no lo he cumplido tanto. Quizás no haga falta, de todos modos.
Lo primero que quiero hacer es darte la enhorabuena por el post, porque comunica mucho y muy bien. Es lo que pasa cuando se usa la cabeza y la entraña a la par.
Lo segundo que querría hacer es ayudar, con humildad, con respeto, sin sermones. A ver si lo consigo. A ver si mi vivencia sirve de algo.
Siempre supe que nunca sería superwoman, que jamás sería capaz y que el solo intento me llenaría de desdicha y frustración. ¿Cómo lo supe? Ni idea, pero lo supe.
Renuncié, pues, a que me admiraran, a ser ejemplo ni modelo de nada. Asumí que defraudaría muchas expectativas ajenas, que no iba a ser el ideal de nadie, porque iba a decir «no» a cosas que se suponía que tenía que admitir.
Por supuesto que todos (y digo todos con toda la intención) tenemos obligaciones de adultos que debemos cumplir sí o sí. Pero hay que identificar claramente las cargas adicionales, los pluses, las piedras de más que cargan en tu mochila y no en la de otros, quitarlas de la espalda y lanzarlas lejos.
Por supuesto que eso tiene un precio. Lo que te decía: no te admiran, te lo recriminan más de una vez, oyes cosas que no te gustan e incluso duelen, pullitas, que eres egoísta, que eres no sé qué…
No importa. Merece la pena. Sin duda. Yo pago ese precio muy gustosa, porque con él compro lo que me hace feliz.
Te beso.
Querida Noemí:
Toda la ayuda que tú ofreces es con humildad, con respeto y sin sermones. Te respeto y te quiero, entre otras muchas cosas, por eso. Vaya por delante.
Me das muchos pies con tu comentario y a ellos voy.
Nunca en mi planteamiento ha estado querer o no ser una superwoman; simplemente he sentido la necesidad de hacer y estar sin haber sido consciente de que para abarcar todo eso necesitaba dos vidas (dice mi amiga Clara que tres).
Tampoco ha estado nunca entre mis anhelos que me admiraran ni ser ejemplo ni modelo de nadie (salvo para mis hijas: lo confieso). Sí te reconozco que lo de defraudar me ha pesado siempre. Pero tranquilo todo el mundo, porque he adoptado como objetivo 2015 que me importe un pito lo que los demás piensen de mí (y según lo escribo pienso si no debería reformularlo…).
Todo tu planteamiento me parece liberador. Mucho. Identificar las piedras pesadas, sacarlas de la mochila y lanzarlas muy lejos!!!
Pero en esta propuesta, querida compañera, no estás teniendo en cuenta el factor pasión, íntimamente ligado a los sueños. Los sueños no se lanzan lejos. Yo no hago eso. Yo los abrazo, los cubro de algodones, los protejo y los riego todo lo que puedo, para ver si consigo ver la primera ramita. Como cuando mis niñas ponían las lentejitas en algodón húmedo en un vaso de plástico.
Por esto que te digo me doy cuenta de que tengo un problema que tú no tienes: que yo no identifico los sueños como cargas. En mis sueños está una parte grande de lo que soy. De ahí el conflicto ante la intimidatoria pregunta: «tus sueños o la vida?». Visto así… la vida, claro.
Para mí no se trata de ignorar la incomprensión de los otros ante las decisiones que priorizan mi bienestar o mi paz, o mi libertad.
Mi post es una petición, un esfuerzo comunitario para un plan que permita que si quiero, pueda hacer un huequecito en mi vida para mis sueños. Porque es lo justo. Ser mujer, trabajadora, madre, ama de casa, soñadora y activista, por qué no se puede?
Yo también te beso y te abrazo y te doy las gracias por tu comentario y por hacerme re-pensar.
Mi madre, una feminista acérrima que se dedicaba todo el día a escribir y a exigir que se le diera espacio, un espacio enorme, infinito… en el que sólo cabía ella y sobrábamos todos los demás, tenía colgada en una de las paredes de su habitación la Desiderata:
Dios concédeme,
serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar.
Valor,
para cambiar aquellas cosas que puedo.
Y Sabiduría,
para reconocer la diferencia.
Te cuento esto, no se muy bien porqué, o tal vez si…
Estoy completamente de acuerdo en que este mundo es injustamente desigual, terriblemente desigual en algunos casos y en muchísimos más de los que nuestra mente puede llegar a abarcar (por suerte somos personas limitadas, si no, ¡sería terrible!). De acuerdo también en que las mujeres traemos con nosotras el gen cuidador y eso es muy bueno para la civilización porque si no ya no habría vida en la tierra (aunque pensándolo bien, sería lo mejor que le podría pasar a la tierra!), de acuerdo también en que muchas son (no me incluyo) muy perfeccionistas y eso ocasiona un dolor terrible porque nunca estaréis a la altura de vuestras propias exigencias…(pero no olvidéis que son las vuestras) También es verdad que muchas estamos (en eso sí me incluyo) programadas para ser madres amantísimas de sus hijos y eso también es bueno porque asegura a la raza que seguirá su curso. Y en este punto no tenemos nada que hacer, el mundo sigue su curso y tiene un plan determinado en el cual nosotros, los humanos, no tenemos mucho que decir o aportar.
Todo esto nos «viene en el pack» de ser mujer, más que una cuestión de educación (que no digo que no la haya) creo que es una cuestión biológica y muy antigua, porque por ser como somos las mujeres hemos aprendido a desarrollar la escucha para salvar a nuestros bebés de las garras de las fieras, hemos sabido alimentar y amar a nuestros hijos para que se desarrollen plenamente, hemos podido asumir las infinitas tareas domésticas que conlleva el tener un hogar, y un larguísimo etcétera. Todo eso sabemos hacerlo mejor que nadie.
Pero hete aquí que un día quisimos también salir a trabajar, o a conquistar nuestros sueños, como tu bien dices (aunque sinceramente creo que en la gran mayoría de los casos, el tema es más peregrino que eso: trabajar para ganar un sueldito). Y entonces nos hemos dado con un canto en los dientes. ¿Porqué? Porque hicimos mal los cálculos. Porque al volver de esa búsqueda diaria en pos de nuestros sueños, llegábamos a casa exhaustas y seguían estando pendientes todas esas tareas para las cuales hemos sido programadas, en beneficio de la consecusión de ese plan divino en el que no tomamos parte. Y también, creo yo, que hemos hecho mal los cálculos porque pretendimos salir a la calle a conquistar sueños disfrazadas de hombres. Porque hemos tenido que competir con los hombres y de alguna manera hemos asumido que entonces nos teníamos que volver hombres en el intento. Luchar como carneros con los machos por un lugar en el mundo. Porque muchas mujeres siguen renegando de su condición de mujer, porque reniegan día a día de que la famosa y ansiada igualdad no llega. De que muchos hombres se han caido del guindo, como tu dices, pero no terminan de asumir sus tareas IGUAL que nosotras. Y eso, amiga mía, creo que es una lucha imposible, porque simplemente no somos ni seremos nunca IGUALES (gracias a Dios!). Porque en vez de reclamar nuestro lugar desde nuestra perspectiva y aportando todas nuestras dotes de féminas, hemos repudiado nuestras dotes y hemos pretendido desarrollar cualidades propias de los hombres para competir con ellos. Y en eso, creo que nos hemos equivocado profundamente.
Y por eso los hombres que sufren de ansiedad lo sufren por otras causas, porque ellos (que también han padecido el plan divino) han sido preparados para cazar, para asegurar el sustento a los suyos como los que más, para cuidar de su hembra y de la camada de su hembra. Y si lo traes al mundo de hoy, dado que en millones de años no hemos cambiado gran cosa, los hombres siguen padeciendo ese mandato social que les obliga a «mantener» a su familia, a que no «les falte de nada», y a cumplir con sus obligaciones de jefe de la manada sin mostrar debilidad, que no es de machos. Y sin llorar, que es de maricas. Eso también provoca ansiedad, y miedo, y sensación de impotencia, etc.
Y conste que no quiero hacer aqui una apología del machismo o del feminismo. Me parece, como a muchos, que hay mucho por lo que luchar, mucho que construir, muchas cosas que cambiar. El mundo está lleno de desigualdades, de injusticias, de sufrimiento. Pero sinceramente, justamente por eso, me inclino por intentar tomar un poquito de distancia, por aceptar lo que hay, por aportar mi granito de arena desde mi punto de vista femenino, pero sin querer cambiarlo todo, sin que todo ese sufrimiento recaiga sobre mis espaldas. Porque si dejo que mi espalda se cargue de tantas cosas, acabaré enfermando, y ya no podré cuidarme, ni podré cuidar con amor a las personas que más amo.
Sólo tenemos esta vida, nada más, es la única oportunidad que tenemos para, además de ver todo eso tan terrible que tiene el mundo, o justamente porque tenemos que convivir todos los días con ese lado terrible del mundo, deberíamos de imponernos la obligación de ver también todo lo bueno que tiene.
En mi caso, mi mundo se compone de «algunas muchas» pequeñas cosas, como decía Serrat: mi familia, mi trabajo, el saber que mi trabajo sirve a algunas personas para sentirse un poco mejor y para desarrollar un poquito más de consciencia, mis meditaciones a las mañanas en el rincón bonito que he econtrado en mi casa, el yoga, la música, algunos cielos de ciertos atardeceres, las vacaciones junto a mis hijas, los desayunos, los libros, los paseos en la naturaleza, los encuentros humanos valiosos, el teatro, las pelis que compartimos con la familia los viernes por la noche… y algunas pocas cosas más. Sé que nada merece más la pena que todo eso, y de todo lo demás, me ocupo lo justito. De hecho siento en lo más profundo de mi ser, que lo mejor que puedo hacer por el mundo, es ocuparme lo más buenamente que pueda de mis pequeñas parcelas interiores, para que todo lo bueno que yo pueda tener florezca y aporte un poco de color a las personas que me rodean y que amo. Y tal vez también porque he padecido ese feminismo ramplón y simplista de mi madre, que renegaba de todo y de todos, y ponía una y mil excusas para deshacerse del tremendo lastre que éramos en su vida mis hermanos y yo. Y aunque ahora sé que el problema no éramos nosotros, porque el problema de uno nunca son los demás, he tenido que crecer con esa carencia. Y gracias a ello, de verdad gracias a mis carencias, he aprendido a adorar mi «ser mujer» y tener la gran oportunidad de desarrollar todas mis dotes femeninas, las propias y las que me vienen determinadas. Y no quiero, ni remotamente, recibir la bendición de nadie ni la aprobación, ni quiero ser la mejor en nada, ni espero que nadie me alabe por ser buena madre, ni por lo capaz que soy de cuidar, de prodigar, de querer… Solo quiero serenidad para aceptar que las cosas son como son, valor para cambiar lo que humildemente pueda, y sabiduría para reconocer la diferencia. Gracias mamá.
Y gracias Macarena, porque con este post, me has ayudado a reflexionar y a recordar.
Espero que poco a poco vayas encontrando dentro tuyo ese rinconcito de paz, de silencio y de amor infinito.
Mariana, gracias por tu participación.
Dices un montón de cosas y deseo no dejar de comentar ninguna de las que han llamado mi atención.
Me produce inquietud cuando hablas de una madre a la que sus hijos o hijas le sobran. Es la manera en la que lo vivías tú y no hay que darle más vueltas. Pero me voy a permitir matizar, para justificar un poco a tu madre, en el sentido de que también nosotras las mujeres, las madres, tenemos derecho a desear, y a exigir!, un espacio solitario para la creación o el desarrollo personal del tipo que sea. A veces nos pueden sobrar los hijos, sí. Y la pareja y el mundo entero. Y qué problema hay por reconocer, expresar y reclamar ese espacio? El único que yo veo es la intensidad. Que una debe ir más allá de de sí misma y repartirse (aunque no sé si tanto).
Te echo por tierra el gen cuidador de las mujeres, que no lo quiero ver ni en pintura así planteado. Lo que es muy bueno para la civilización es el sentido de comunidad: de cuidarnos entre todos y todas, recibiendo apoyo en las debilidades y ofreciendo las fortalezas. Yo he sido programada para ser madre amantísima, como la mayoría de las mujeres, pero no me parece que haya sido nada bueno. Una mujer y un hombre deben serlo porque quieren; no porque parece que es lo que, a determinadas edades, toca.
Disfrazadas de hombres hemos salido al mercado laboral. Cómo si no, Mariana? Adaptándonos al único modelo conocido: el masculino. Y ha sido un error, estoy de acuerdo. Porque somos diferentes y desde la diferencia podemos aportar maneras de ver el mundo muy distintas. Y con ellas, estrategias y resolución de planteamientos diferentes que sólo pueden enriquecer el trabajo.
Estoy de acuerdo en que la ansiedad no es un trastorno exclusivo de mujeres. Pero sí mayoritario. El doble de mujeres que de hombres sufren ansiedad, digo en alguna parte del post. También creo que deberían analizar si les viene de un deseo frustrado de dedicarse exclusivamente a salir a cazar para proveer o de no tener muy claro su papel en este planteamiento nuevo en el que nosotras queremos ser tenidas en cuenta para todo y de la misma forma.
Me gusta mucho tu propuesta de serenidad y de intentar tomar un poquito de distancia, para aceptar lo que hay, intentando cambiar cosas, pero sin que todo ese sufrimiento recaiga sobre nuestras espaldas. «Porque si dejo que mi espalda se cargue de tantas cosas, acabaré enfermando, y ya no podré cuidarme, ni podré cuidar con amor a las personas que más amo». Te suscribo.
Acabo apuntando, como he hecho en la respuesta a Noemí, que si mi vida es un caos no es por la búsqueda apasionada de la bendición ni la aprobación de nadie. Es simplemente que siento que hay mucho por hacer; que quiero y sé que tengo capacidad para hacerlo… Pero tal y como están planteadas las cosas… se me hace imposible. Al menos a mí. Quizá me falta humildad para reconocer mis limitaciones y sabiduría para reconocer lo importante.
Muchísimas gracias, Mariana, por el tiempo dedicado a esta reflexión y, sobre todo, porque me sirve de gran ayuda.
Un fuerte abrazo.
Tengo la enorme suerte de escuchar con mucha frecuencia a mujeres mayores, esas a las que yo llamo con todo mi cariño «catedráticas del sentido común de la universidad de la vida», empezando por mi abuela y continuando por mujeres del medio rural de Álava y de los concejos de Vitoria.
Estas mujeres han superado en sus vidas enormes dificultades y continuas crisis (guerras, enfermedades, muertes, escasez…). Estas mujeres han aprendido, con el tiempo y con ayuda de otras, a quererse, a cuidarse, a valorarse. Para ellas ha sido un PROCESO. No hay recetas mágicas ni medicación milagrosa. En su época eso de la «igualdad» era ciencia ficción. Eso del reconocimiento a sus aportaciones, de poder tomar parte en los espacios de toma de decisiones… era imposible y lucharon para poder ocupar esos espacios, tener derechos y ser reconocidas. Eso de que sus maridos cuidaran de sus hijas e hijos, en general, era impensable. Pero ahora, algunos de esos hombres han evolucionado, tienen más tiempo y cuidan de sus nietas y nietos. Y, estas mujeres, han aprendido a reirse de ellas mismas, a relativizar, a aflojar y… a tomarse en serio.
Vivimos en un cambio de época, dicen. Época de liquidez, de velocidad, de inmediatez, de volar alto, de productividad y super cualificación… Época en la que todo parece que se soluciona tomándose unas pastillitas, haciendo una dieta milagrosa, leyendo un tutorial para «dummies» o viendo un videotutorial en Youtube. Sin embargo, en la vida hay procesos: de aprendizaje, de cambio, de superación.
Creo que también hay muchas personas que creemos en la calma, la lentitud, la serenidad, con los pies en la madre tierra y en contacto con la sabiduría de nuestras generaciones ancestras.
No sé si estos dos modelos que acabo de describir inmediatez/calma son planteamientos vitales diferentes o son complementarios. En cualquier caso, creo que tenemos que pararnos, aprender a respirar (qué chorrada, ¿verdad?) y dedicarNOS tiempo para pensar y para escucharNOS: quién soy, qué he hecho, soy feliz, qué quiero seguir viviendo y sintiendo, con quiénes me encuentro bien… Y si podemos hacer esto a los 30, 40, 50… mejor que a los 80. Ese es uno de los mejores regalos que me hacen mis catedráticas del sentido común: poder repensar las claves de mi vida aprovechando más cada instante… y teniendo, esperemos, otra media vida por delante.
Millones de gracias Macarena por este post y por plasmar lo que muchas personas sienten en sus vidas. Y…¡mucho ánimo! Creo que estás en la década de los 40. Tienes otra media vida para vivirla de manera que te merezca la pena/alegría vivirla, contigo y con quienes quieras que te acompañen en tu vuelo y en tu senda.
Querida, Mentxu:
Dos modelos, el de la inmediatez y el de la calma perfectamente descritos. Pero yo no consigo verlos complementarios!
En varios comentarios habéis sugerido que tenemos que pararnos, aprender a respirar «y dedicarNOS tiempo para pensar y para escucharNOS: quién soy, qué he hecho, soy feliz, qué quiero seguir viviendo y sintiendo, con quiénes me encuentro bien…». Que sí 😉
Pero insisto y después de eso, qué? A este ritmo que me proponéis no me va dar tiempo a ver ni de lejos mi Azul. Parece que la sensata » audiencia » de este blog apuesta más por tomates, lechugas y pepinos que por perder la vida pidiendo que la gente se apunte conmigo a plantar un jardín botánico donde puedan convivir todas las especies.
Así me va. No dejo de correr, me estoy chafando la huerta y en el intento de construir… perdiendo el aire y la energía.
Estoy por coger las agujas de punto y una del derecho y otra del revés. Sólo escribirlo, me da paz.
Gracias, Mentxu. Seguiremos, te tengo muy a mano.
Besazo sororo, amiga.
Egun on Maxi, Macarena, Mariana, Mentxu (parece que de repente hay una nueva variable para escribir un comentario «Nombres que comiencen por «M»).
Son muchas las cosas que se han dicho desde el viernes. Comparto muchas de ellas y con otras no tengo mucho que ver. Pero todas vienen bien.
Sigo apostando por los entornos amables. Cada vez se escucha más que un pilar importante para revertir nuestro modelo patriarcal capitalista consiste en «poner el cuidado en el centro de la vida». En mi opinión, hay está gran parte de esa felicidad que buscamos mujeres y hombres. Una de las frases que más nervioso me ponen es «yo no he venido aquí a hacer amigos». Pues yo sí, y mis amigas y mis amigos también. Y en la complicidad en hacer y compartir amistades radica gran parte de mi bienestar. Quizá porque trabajo con personas, me gusta juntarme con gente, tengo familia numerosa, participo en grupos de personas,…
Discrepo con Macarena en el determinismo biológico: «todo esto nos “viene en el pack” de ser mujer, más que una cuestión de educación (que no digo que no la haya) creo que es una cuestión biológica y muy antigua, porque por ser como somos las mujeres hemos aprendido a desarrollar la escucha para salvar a nuestros bebés de las garras de las fieras, hemos sabido alimentar y amar a nuestros hijos para que se desarrollen plenamente, hemos podido asumir las infinitas tareas domésticas que conlleva el tener un hogar, y un larguísimo etcétera. Todo eso sabemos hacerlo mejor que nadie». Respeto tu visión, pero me parece peligrosa. Si hay mujeres que deciden «libremente» asumir este postulado, adelante. Pero que las mujeres hagáis todo eso mejor que nadie, no lo dudo. La práctica ayuda. Me suena a resignación, a fatalidad del destino, a asumir lo que somos,… Me vienen a la mente amigas con gran capacidad para el cuidado; otras con grandes dotes de liderazgo en proyectos innovadores; amigos con una dedicación cariñosa al cuidado de sus peques; amigos con una gran capacidad para el mundo empresarial; … Y me encanta que sea así, me encanta que tengamos capacidades diferentes, rompiendo roles y estereotipos sexistas.
Sin embargo, las barreras estructurales existen, nuestra sociedad con marcadas expectativas para unos y para otras ponen trabas a nuestra libertad. Claro que hay hombres frustrados y con ansiedad por el deber de cumplir los mandatos de género en el rol proveedor. Sin duda, si bien el número es ínfimo en relación al número de mujeres frustradas y con ansiedad por esa expectativa de género.
Daría para larguísimo, pero no puedo seguir ahora. Solamente apuntar el sabido abismo en el reconocimiento de las funciones asignadas a unas y a otros. Estaríamos hablando de otra manera si el reconocimiento social y la remuneración del ámbito privado y público serían otros. Mientras tanto, compartamos estas reflexiones con los hombres y mujeres de alrededor, para que esas relaciones sigan construyendo entornos amables. Qué rico que alguien se ocupe de ti durante un rato y te tenga en cuenta sin mirar tu sexo.
Un abrazo.
Completamente de acuerdo, Edu. Yo también he venido «aquí» a hacer amigos. Porque eso facilita la generación de entornos amables y el sentimiento de comunidad, con lo que conlleva de sujetarnos unos con otros para sacar adelante proyectos comunitarios o personales que, estoy convencida, enriquecerán la comunidad.
Muchas gracias, otra vez, por participar en el debate. Un abrazo.
Hola de nuevo, Macarena… me encanta tu metáfora del jardín y la huerta, así que la retomo.
Desde mi humilde punto de vista, no pidas a la gente que se apunte a plantar un jardín botánico contigo. Si TÚ crees que es lo que TIENES que hacer, lo que te hará feliz, HAZLO TÚ, empieza TÚ, con tus debilidades y con TOOOOOODAS TUS FORTALEZAS.
Si eres feliz en tu jardín, serás ejemplo para otras personas. Darás «sana envidia». Y mucha gente querrá emularte y compartir las labores de la huerta: las gratificantes y las que requieren más curro. Y, por desgracia, seguro habrá alguien que se lleve alguna sandía o los tomates cuando están a punto (ojalá se le atraganten)… pero, en fin, tiene que haber de todo en esta vida 😉
Ahhhh y, por cierto, para tener una huerta o un jardín botánico, tendrás que dar TIEMPO (ese que escasea tanto en la vida urbanita) a los procesos de la naturaleza («paciencia» -término que a Maxi no le gusta demasiado-), respetar los ritmos, cuidar la tierra, airearla, mimarla, saber qué necesita; cómo le influye el sol, la luna, las heladas, los vientos; diversificar la producción, plantar y sembrar en distintas temporadas; y rezar, pedir al cielo, a los dioses o a la madre tierra que la cosecha no se pierda; que las plantas del jardín crezcan sanas. Y si mueren, otra vez a empezar.
Ser hortelana o jardinera no es fácil, como tampoco lo es conocer nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestras emociones; o llevar las riendas de nuestras vidas… Son procesos, que requieren reposo, calma, análisis, síntesis y… tomar decisiones.
¡CalMacarena!
Besos sonoros y abrazos sororos 😉
Calmacarena, al habla. Jajaja… #GrandeMentxu
A ver compañera que juegas con fuego… No pongas más dinamita en mis manos, por favor!!!:
«Si TÚ crees que es lo que TIENES que hacer, lo que te hará feliz, HAZLO TÚ, empieza TÚ, con tus debilidades y con TOOOOOODAS TUS FORTALEZAS»
Pero si esto es justo lo que hago! Y así me veo: sola, solita poniendo sillares sin saber cómo hacer bien la masilla que las sostenga, pero ahí: intentándolo. Rodeada de cuatro gatos (de categoría, eso sí). En todos mis proyectos hay poquita gente y por se hacen tan cuesta arriba. Pero permanezco porque me apasionan en la misma medida que me consumen. Así que el jardín botánico yo sola, ni hablar.
Me encanta tu receta:
«Respetar los ritmos, cuidar la tierra, airearla, mimarla, saber qué necesita; cómo le influye el sol, la luna, las heladas, los vientos; diversificar la producción, plantar y sembrar en distintas temporadas; y rezar, pedir al cielo, a los dioses o a la madre tierra que la cosecha no se pierda; que las plantas del jardín crezcan sanas. Y si mueren, otra vez a empezar».
Y te digo una cosa: esas preciosas frases, si las asumimos entre todos y todas nos van a plantar un Azul precioso. Que es a dónde quería ir yo 30 comentarios arriba.
Lote de besos sororos para ti también.
Calmacarena? Jajajaja…
Gracias por seguir aquí 😉
Barkatu. Como os habréis dado cuenta, mi discrepancia no era con Macarena, sino con Mariana. De todos modos, gracias Mariana por esa invitación a la tranquilidad, a la relajación y a mirar las cosas con distancia.
Otro abrazo.
Lo había entendido 😉
Edu:
No te conozco, pero la verdad, por todo lo que dices, me gustaría. Solo quiero puntualizarte algo: cuando hablo del determinismo biológico no digo que nos tengamos que resignar a eso y punto. Sólo quiero decir que esa ha sido la manera en que las mujeres hemos evolucionado y que me parece que no podemos renegar de ello. Creo que deberíamos ser capaces de asumir que esa parte biológica nos es dada y que está muy bien que así sea, y desde ahí construir lo que queramos.
En que el mundo sigue siendo un patriarcado estoy plenamente de acuerdo y en que tenemos que evolucionar hacia una sociedad más justa, más equilibrada, es evidente…
La cuestión del espacio personal es un tema sensible. Claro que debemos buscar ese espacio personal, pero también tenemos que ser concientes de lo que significa ser madres y de lo vulnerable que es la infancia. Los niños necesitan ese maternaje afectuoso, cercano, necesitan presencia!!!!!!!!!! y mucha!!!!!!!!!!!! Y eso lo tenemos que saber las mujeres y lo tenemos que defender, porque si desde la más tierna infancia abandonamos a nuestros hijos en las guarderías (lo siento, seamos realistas, dejar a un bebé en una guardería ocho horas, por bien cuidado que esté, es un abandono en toda regla, y lo es porque lo que el bebé necesita tanto como el alimento es el amor y la cercania de su madre) porque necesitamos nuestro espacio, no hemos entendido lo que significa ser madre.
No se puede querer hacer todo en esta vida, no se puede ser mil cosas a la vez, no se puede ser una profesional brillante y a la vez madre entregada… creo que tenemos que tomar decisiones concientes y saber que en el momento en que hemos decidido ser madres, hemos decidido dedicaremos unos años (por lo menos un par de años!!!) al cuidado de nuestros hijos de manera intensa, y si no no seamos madres!!!! seamos profesionales!!! seamos ante todo sinceras con nostras mismas. Yo recién ahora ( mis hijas tienen 13, 10 y 5) estoy encontrando mis espacios, poco a poco, y lo estoy disfrutando mucho… y también he disfrutando los años que me dediqué con amor a mis niñas, y además ese tiempo no vuelve!! Por eso me parece un crimen exigir ese ENORME ESPACIO que exigía mi madre, y que exigen tantas mujeres, cuando todavía los niños nos necesitan tanto… como dice Mentxu, todo es un proceso, todo llega, poco a poco, disfrutemos de cada momento y de lo que cada momento nos trae, vivamos el presente con intensidad y no estaremos viviendo todo el tiempo en pos de ese futuro, que por otro lado siempre es incierto y quién sabe! lo que nos traerá.
Ese es un gran logro también, hoy podemos decidir si queremos ser madres o no y nadie nos va a tildar de solterona.. eso pasaba hace bien poco, tener hijos era el mayor logro que podía conseguir una mujer y la que no los tenía era un bicho raro. Nosotras ahora podemos decidir, pero decidir implica siempre renunciar a algunas cosas en pos de otras. No significa tenerlo todo…
De la misma manera que nos hemos dejado engañar por el sistema financiero que nos intentó convencer de que con un sueldito podíamos tener un chalet, una casa en la playa y un cochazo, de la misma manera nos hemos masticado este sistema tan deshumanizado que nos brinda el «estado de malestar»: podéis tener bebés, trabajar fuera, dentro y cuidar de todo pichi pata… como dice Macarena. Y eso no es verdad, no podemos hacerlo todo y todo bien. Y no es verdad, entre otras cosas, porque la maternidad nos pone todo tan patas arriba emocional y físicamente hablando que sólo el cuidado de ese bebé que tenemos en nuestros brazos exige toda nuestra concentración, veneración y esfuerzo.
Cito para acabar uno de los poemas que más me ha inspirado en mi vida y al que recurro siempre que estoy inquieta y me cuesta mantener la calma…
«vivo en un bosque profundo
las lianas verdes crecen
año tras año
hasta aquí las preocupaciones de los hombres no
llegan
de vez en cuando escucho el canto de un leñador
bajo el sol remiendo mi kesa
leo poemas bajo la luna
a los seres de este mundo me gustaría decirles
que para vivir una vida humana no hace falta
gran cosa»
Ryokan, Poemas del Gran Loco
Hola, de nuevo, Mariana. Tengo que decirte que me ha gustado mucho esta nueva reflexión. No estoy de acuerdo en todo lo que dices, pero sí en gran parte (igual pensabas que me iba a echar al cuello con algunas cosas que dices… Pero no lo voy a hacer porque estoy muy comprometida con mi búsqueda de paz en estos momentos).
Pero una cosa no puedo dejar de apuntar, Mariana: te olvidas de los padres. También ellos pueden y deben acompañar y arropar a sus hijos, hijas con el mismo amor, entrega, responsabilidad y compromiso con el que lo hacemos nosotras. Espero y deseo, y creo que así es generalmente, que con menos exigencia de la que nos gastamos nosotras.
Un beso. Muy grande.
Y muchas gracias.
Gracias también por compartir ese precioso poema. Me lo guardo.
Kaixo Mariana:
Seguro que algún día tenemos la oportunidad de conocernos. Con mucho gusto. Suscribo lo que dices, pero veo la necesidad de enfatizar en el lugar de los hombres en toda esta historia. No voy a detenerme en las implicaciones de la maternidad, pues lo has expuesto ya en tu comentario y además, obviamente, sería parcial. Pero hablamos de seres que vienen al mundo y la ausencia de los hombres es palmaria. Chapeau a las mujeres que deciden ser madres solas y a las que comparten su vida con otra mujer. Pero un hombre y una mujer que deciden compartir su vida, teniendo hijos y/o hijas deben plantearse necesariamente esta reflexión del artículo de Macarena. Posiblemente tanto ella como él hayan dedicado tiempo y esfuerzo en formarse académicamente. Llega la maternidad, ¿y? Huelga profundizar en los porcentajes de alumnado universitario, por ejemplo, y de la inversión de los porcentajes a medida que aumenta el nivel de cualificación y reconocimiento, respecto a los de matriculación.
Quien más quien menos tiene mujeres a su alrededor con un historial clásico: casamiento o maternidad unidos al abandono del trabajo remunerado y ahí, fin de realización profesional o encadenamiento de trabajos sin contrato o jornadas reducidas. Mi madre es una mujer con grandísimas capacidades (amor de hijo). Abandono su trabajo remunerado cuando vino mi hermana mayor; después vine yo y unos años más tarde, mis hermanas mellizas. Durante todos esos años, se ocupó con total dedicación de nosotros cuatro, dándonos un cariño enorme y durmiendo poco para coser para alguna tienda y otros trabajos a domicilio, por supuesto sin contrato y con un sueldo deficitario. Dejó su trabajo remunerado coincidiendo con una oferta de puesto de responsabilidad.
Y tantas y tantas y tantas mujeres de su edad que se ven reflejadas en esa historia.
No quiero ponerme trágico mencionando a aquellas mujeres cuya pareja se rompió y se presentaron en el mercado laboral a los 45 o 50 años, a aquellas que quedaron viudas con una pensión que huele a desahucio,… pero haberlas haylas.
No sé qué me pasa, pero todo me empuja a los entornos amables. Entorno con la pareja hombre que descubre que la crianza es también cosa suya, que puede replantearse su jornada laboral en beneficio suyo, de su pareja y sus peques; entorno laboral, en el que las conversaciones también saben de cuidado, de cariño, de pañales, de caras largas ante un chiste machista,… Entorno de cuadrilla mixta, que en las comidas numerosas huye de pregunta dónde se sientan ellas, dónde ellos y a cuántos metros de la chavalería,…
Y para terminar, un aporte a la imposibilidad de no llegar a todo. Dices, Mariana, que no se puede querer todo y que al decidir ser madres, se elige dedicarse al cuidado de los hijos de manera intensa. Habría que dedicar unas líneas al significado de elegir ser padres, pues en algo condicionará haber colaborado en ello, y no sólo en el baño a las 20.00h y el cambio de pañal con un nutrido público en las comidas familiares.
Bueno, un saludo y hasta la próxima.
Os vais a tener que tomar un café, Edu y Mariana 😉
Agradecida de enriquecerme con vuestro debate.
Macarena,
Te entiendo perfectamente. ¡Entiendo cada una de tus palabras, entiendo hasta las comas!
Lo primero, quiero conocer al tal Antonio Cano-Vindel, para explicarle 4 cositas sobre el ciclo hormonal.
A mí lo que me ayuda cuando veo que no voy por donde quiero es parar y darme cuenta qué jardín estoy regando. ¡¡Te sorprenderías la cantidad de veces que me he pillado regando las plantas de las vecinas!! Y luego mi regadera vacía no me da para mis propias plantas. Y también me ayuda saber que todas las tormentass son necesarias para tener unas plantas fuertes y grandes.
Está muy bien cuidar nuestros jardines acompañadas.
Muchas gracias Macarena.
Yo no soy muy de escraches, admirada May… Pero podemos seguirle la pista al Sr. Cano-Vindel, porque igual se enmienda solo… y ese trabajo que nos quitamos. Pero fuera bromas, la tontería de usar nuestras hormonas como balas da para un post; pero a mí este tema me da una pereza que me pongo a hibernar sólo de pensarlo.
Ay! Que me ha encantado lo de la regadera vacía (la de buenas propuestas que me estoy llevando de este debate).
También creo como tú que todas las tormentas son necesarias para crecer. Pero sobre todo, que sea lo que sea que me toque o quiera cuidar, quiero hacerlo acompañada.
No sabes el placer que ha sido para mí encontrarte aquí. Muchas gracias, querida May.