Rebecca y Jeanette, dos nombres, cientos de historias

diciembre 17, 2019 en Doce Miradas

miren hualde doce miradas Miren Hualde, Hondarribia (1979). Estudié Derecho y Periodismo. Después de 6 años en la Cadena Ser Euskadi, y de trabajar en programas e informativos, busqué el cambio que me permitiese dedicarme a aquello que me apasiona, contar historias desde lo social. Historias que abriesen la mirada a otras personas, historias que trajesen realidades y mundos que existen, pero no vemos. Desde hace 2 años soy la Responsable de Comunicación de la Fundación Anesvad. Trabajo en esta ONG que nació en Bilbao desde hace más de 10 años. Desde entonces, en mi vida nada es igual.

Rebecca tenía 9 años cuando la conocí, cuatro hermanos y vivía en Live, Ghana. En ese pequeño poblado de chabolas de adobe y paja, no hay ni centro de salud, ni luz, ni agua potable. En cuanto sale el sol, Rebecca recorre una hora por una pista de tierra roja para recoger agua potable para su casa. Después, prepara el desayuno para ella y sus hermanos, lava lo que ha utilizado y va al colegio. Más de media hora andando para llegar, limpiar su aula y colocarse en fila junto con el resto de compañeros y compañeras para entrar, puntual, a las ocho de la mañana en su clase. Hasta las dos. A esa hora, saldrá de su escuela con su uniforme blanco y azul y de nuevo a su casa. Un espacio dividido en dos bloques enfrentados, sin habitaciones y con dos camastros. Al fuego, con leña en el suelo, una cazuela con algo de fufú, eso con suerte. Son muchas las ocasiones en las que ni esta pequeña ni sus hermanos no prueban bocado hasta la cena, sobre las cinco de la tarde, cuando comienza a caer el sol. A partir de las seis, la oscuridad es total, y solo alumbran los distintos fuegos de las viviendas.

El día en que conocí a Rebecca, en 2012, sentí una emoción especial. Algo me llevó a conectar de manera inmediata con una niña de 9 años con quien no podía comunicarme sin un intérprete que tradujese lo que queríamos decirnos del ewe, su lengua materna, al inglés, una de las lenguas que se habla en ese país de África Occidental. Compartimos 15 días intensos en los que viví en primera persona lo que significaba leer “millones de personas en el mundo no tienen acceso a agua”. Rebecca no había visto un grifo en su vida, conmigo vio lo que es abrir un grifo y que salga agua, compartió conmigo la emoción de ver correr el agua limpia por primera vez en sus 9 años de vida. Ella representó para mí, en ese instante, la realidad de millones de niñas, mujeres, personas en el mundo que no pueden acceder a este bien básico.

Esto es lo que me contó a través de su intérprete antes de despedirnos. Ese día, por primera vez, salió de su poblado para acompañarnos al mercado local, que dista 5 kilómetros de su casa pero que nunca había visitado. Se agarró a mi mano y no me soltó. La extraña debía ser yo, pero la que se sentía extraña era ella:

“Mi sueño es ser enfermera pero no sé si lo conseguiré porque mi familia no tiene medios. Seré entonces matrona en mi comunidad, ayudaré a otras mujeres. Me gustaría formar parte de los grupos de mujeres que existen en mi poblado y que fabrican jabón para tener ingresos y ser independientes.

Sé que hay otras muchas niñas y mujeres que tampoco cumplirán sus sueños. Porque las mujeres estamos discriminadas y no tenemos los mismos derechos. Cada día me pregunto por qué.»

Grupo de mujeres en Lalo, Benín.

Todos los días nos lo preguntamos. Por qué razón no tenemos los mismos derechos. Por qué razón las mujeres somos discriminadas. Hace bien poco se conmemoró, como cada 10 de diciembre, el Día Internacional de los Derechos Humanos y un año más la desigualdad de género sigue siendo una de las mayores barreras para el desarrollo humano. El IDH promedio de las mujeres es un 6% más bajo que el de los hombres, y los países de la categoría de desarrollo bajo sufren las brechas más amplias. Según las tasas actuales de progreso, podría llevar más de 200 años cerrar la brecha económica entre los géneros en todo el planeta. Son datos del último IDH 2018, con avances respecto a años anteriores pero el semáforo rojo sigue en países en vías de desarrollo como Ghana o Benín, dos de los países que he tenido el privilegio de visitar en varias ocasiones. Allí, aun estando legalmente prohibida, la poligamia campa a sus anchas en el ámbito rural, las mujeres trabajan a destajo en el campo y siguen sin ser dueñas de sus ingresos, tienen que pedir permiso para ir al médico y son el sustento de la familia desde todos los puntos de vista. Esto, dejando de lado la violencia intrafamiliar, la ablación y otros factores de extremo riesgo a las que se exponen.

Y es que, a pesar de los avances regionales en garantías legales, como es el caso de la Carta Africana de los Derechos Humanos de 1981 y su Protocolo Adicional en favor de las libertades de las mujeres (Protocolo de Maputo, en vigor desde 2005), las brechas de género, los abusos y la violencia contra las mujeres siguen abonando la pobreza, la discriminación y la emigración en muchos países africanos.

Hace 5 meses volví a Ghana por segunda vez este año. En el Hospital de Cape Coast, una antigua leprosería, me encontré de nuevo con Jeanette Gaya, una liberiana de 28 años a quien entrevisté en mi primera visita en 2019. Como yo, estudió Derecho y en último curso, enfermó. Peregrinó más de 5 años por hospitales de su país hasta que le hablaron de un centro en Ghana especializado en enfermedades como la suya, la lepra. Está curada de la enfermedad, pero ha sufrido una reacción a los medicamentos. La pobreza y el olvido que rodean a las personas que sufren estas enfermedades, también en el ámbito de la investigación médica y farmacéutica, hacen que casos como el suyo se cronifiquen. Será difícil que Jeanette salga de esa situación. Podía haber sido yo pero fue ella. El lugar en el que ambas nacimos marcó la diferencia.

Cada voz cuenta, cada paso cambia

diciembre 10, 2019 en Doce Miradas

No es la primera vez que traigo el test de Bechdel a colación en este blog. A través de tres sencillas preguntas, este test permite determinar si una película discrimina a las mujeres o no:

  • ¿Hay al menos dos mujeres con nombre propio en la historia?
  • ¿Conversan entre ellas en algún momento?
  • ¿Conversan sobre cualquier tema no relacionado con un hombre?

Tres preguntas aparentemente básicas, que no debiera costar responder afirmativamente, salvo en el caso de historias contadas. Al fin y al cabo, las mujeres somos la mitad de la población, y la lógica mandaría que estemos integradas de manera natural en lo que sea que se relate. Sin embargo, menos del 50% de las películas premiadas con un Óscar cumple con los requisitos mínimos de este test. Una cifra que, coincidiréis, cuando menos, da que pensar.

Disponer de un cuestionario tan sencillo para el cine dota de una herramienta útil a quienes miramos la realidad (y la ficción) de manera crítica. Permite identificar el desequilibrio, contabilizar y, llegado el momento, sumar los datos para generar una imagen global de lo que pasa con la presencia de las mujeres en la pantalla. Pero, sobre todo (y gracias al empuje social), ofrece a guionistas y realizadores una herramienta de reflexión, medida y corrección.

Y llego con esto hasta este otro gran tema, al que también regreso en este blog: la invisibilidad de las mujeres en la esfera pública; una cuestión que me interpela de manera particular (y que está, de hecho, en los orígenes de Doce Miradas). Qué hay detrás de esta falta de visibilidad femenina y, sobre todo, qué se puede hacer para cambiar. Mis preguntas en torno a este tema suelen ser más o menos estas:

  • ¿Por qué habiendo mujeres profesionales en todos los ámbitos se organizan tantos y tantos eventos en los que las mujeres estamos desaparecidas? (Véase foto 1)
  • ¿Por qué a menudo la única mujer presente es la conductora o la representante política de turno a la que le toca dar “la nota de color”? (Véase foto 2)
  • ¿Cómo es posible que haya premios empresariales con décadas a sus espaldas en los que se premia, año tras año, a hombres, sin reparar siquiera en que quizá sea hora de mirar este mundo compartido de manera más integradora? (Véase foto 3)

Me cuesta entender cómo algo tan ilógico, tan manifiestamente escorado, además de tan incoherente con el discurso de las instituciones públicas, sucede y sucede, y vuelve a suceder. Y en mis diatribas, me pregunto a menudo qué pasará (o qué no) por la cabeza de la Organización, qué pensarán los premiados o los ponentes cuando comprueban que (tampoco hoy) les acompañará ninguna mujer ahí arriba. ¿No comprenden acaso que la ausencia de mujeres en la tarima no solo no les es ajena, sino que su presencia es causa de la misma? Hay, por fortuna, honrosas excepciones como la de @No_Sin_Mujeres, iniciativa que recomiendo visitar a aquellos que quieran mostrar públicamente su compromiso de no participar en eventos profesionales sin presencia de mujeres. Nos hacéis falta. Con un paso al frente, colegas, compañeros.

Pero, sobre todo, por cuota de responsabilidad, suelo preguntarme por qué apoyan las instituciones, mis instituciones, con su mera presencia, si no con financiación o recursos de otro tipo, eventos en los que se menosprecia a las mujeres, ignorando nuestra existencia y capacidades. ¿Apoyarían con la misma corrección a empresas u organizadores de eventos que estuvieran contaminando abiertamente? ¿Apoyarían con el mismo sentido de la responsabilidad eventos xenófobos? ¿Por qué apoyan entonces eventos machistas?

En todo caso, partiendo de la idea —ingenua, quizá— de que muchos de estos errores no se cometen con vocación sino con ausencia de reflexión (o insuficiente esfuerzo y dedicación), propongo a continuación algunas preguntas básicas, en la línea del test de Bechdel, para ayudar a quienes se enfrentan a la ardua misión de organizar, tomar parte o representar a lo público en eventos en los que la mitad de la población no quede indignamente representada o desaparecida. Después de todo, hay más mujeres con educación superior (53%) que hombres (46%) desde hace décadas.  Y hoy proliferan además los lugares en los que encontrar mujeres profesionales para participar en eventos de todo tipo. Estamos levantando el dedo aquí detrás. No debiera de costar…

De modo que, al grano. Si organizas, participas o representas a una institución en un evento, atención, preguntas:

  • ¿La presencia femenina es de al menos un 30%?
  • ¿La presencia de esas mujeres está relacionada directamente con el contenido central del evento (nada que ver con necesidades técnicas, como la dinamización, lengua signos… o con la representación corporativa)?
  • ¿La comunicación del evento es inclusiva (desde los textos, el orden en el que se nombra a participantes hasta la imagen final que se envía a medios, publica en redes…)?

Si la respuesta es sí en todos los casos, adelante. Mission accomplished.

Si las respuestas son negativas, haz algo. La disculpa posterior se agradece, pero necesitamos acciones preventivas.

  • Si la respuesta es no, Organización, sigue trabajando, pide referencias, busca referencias. Las mujeres debemos estar en todas las funciones. No formamos parte del continente, sino del contenido.
  • Si la respuesta es no, ponente o premiado, hazlo notar, agradece invitación, valora nivel de desequilibrio y atrévete a decir que así, tú no.
  • Y si la respuesta es no, Institución, apúntalo con contundencia o, mejor, represéntanos a todos y todas, y declina asistencia. Probablemente sea el modo más rápido de que las cosas cambien.

No mires a la derecha ni la izquierda, no esperes a que el resto lo haga por ti. Cada voz cuenta. Cada paso cambia.

 

De la paridad numérica a la paridad sustantiva

diciembre 3, 2019 en Miradas invitadas

Martha Tagle, @MarthaTagle.

Soy feminista y politóloga comprometida con la defensa de los derechos humanos de las mujeres, la no violencia, la democracia, el combate a la corrupción y la impunidad. He participado como conferencista a nivel nacional e internacional como especialista en género.

Como fundadora de Movimiento Ciudadano, en México, he ocupado diferentes cargos al interior del partido y actualmente soy diputada federal en la LXIV Legislatura donde –como lo he hecho en otros espacios– impulso la agenda de la sociedad civil.

 

Por primera vez, ambas cámaras del Congreso de la Unión mexicano están conformadas prácticamente de manera paritaria. Es decir, casi el cincuenta por ciento de los escaños están ocupados por mujeres. Sin embargo, debe señalarse que este escenario es el resultado tangible de un movimiento que por más de 25 años ha trabajado incansablemente por incluir –en un primer momento– las llamadas cuotas de género (medidas de acción afirmativa) y posteriormente, el reconocimiento de la paridad a nivel constitucional y su implementación en todos los órdenes y niveles de gobierno en México (2019).

Nuestro país se ha colocado en el cuarto lugar a nivel internacional con mayor número de legisladoras. Solo por debajo de Rwanda (61.3%), Cuba (53.2%) y Bolivia (53.1%). Otro aspecto para destacar es que la Cámara de Diputados y el Senado de la República actualmente tienen a una mujer presidiendo sus mesas directivas, sentando un importante precedente para el ejercicio de los derechos político-electorales de las mexicanas y abriendo mayores posibilidades para impulsar una agenda incluyente e igualitaria.

Pese a que estos datos brindan gran aliento, la realidad es que las mujeres en el espacio político (como en muchos otros) todavía distan de ejercer plenamente el poder –en toda la extensión de la palabra–. Un ejemplo, en la Cámara de Diputados a pesar de que 48.2% de los escaños están ocupados por legisladoras, solo uno de los ocho grupos parlamentarios tiene una mujer a la cabeza. Al tiempo de que de las 46 comisiones ordinarias que enmarcan el trabajo legislativo, únicamente 19 están presididas por mujeres.

Por esta y otras razones, la paridad numérica no ha logrado traducirse en paridad sustantiva que permita avanzar en la calidad de vida de las y los mexicanos, ni tampoco en la transformación del quehacer político. El reto radica en cómo convertir –y aprovechar– la creciente participación política de las mujeres y su intervención en la toma de decisiones de los asuntos públicos del país.

Sobre este último punto: que haya más mujeres en espacios de decisión puede –por no decir debe– modificar de manera sustancial las reglas que históricamente han caracterizado el ámbito político. Estas lógicas masculinas –reglas escritas y no escritas– son las que han dado forma a ciertas estructuras androcéntricas, entre ellas los partidos políticos, y las responsables de perpetuar las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, entre los considerados “propietarios” de estos espacios y las consideradas “intrusas” o “ajenas” al proceder político y la toma de decisiones.

Por ello, el reconocimiento de la paridad de género como un principio de nuestra democracia no debe traducirse únicamente en un mayor número de legisladoras, alcaldesas, regidoras o síndicas; por decir algunos cargos. Este principio debe transformar radicalmente la forma en que se toman las decisiones. Por citar un ejemplo, resulta fundamental evitar –en la medida de lo posible– que los horarios en los que las y los legisladores deben sesionar se extiendan a altas horas de la noche.

¿Por qué? Porque esto permitiría –al igual que para cualquier persona trabajadora– contar con las condiciones necesarias para realizar una verdadera conciliación laboral-familiar, lo que se traduce en mayor rendimiento en el espacio de trabajo y una mejor distribución de las tareas en los hogares. Por ende, familias más felices y sin el pesar que produce tratar de compaginar estos dos ámbitos. Considerando además lo que ocurre con las y los legisladores que todas las semanas deben trasladarse desde sus estados hacia la Ciudad de México –y viceversa– para continuar con sus tareas y estar con sus familias.

Otros ejemplos. El reconocimiento de licencias de maternidad (y paternidad) para las legisladoras, el establecimiento de una sala de lactancia, el recorte de ciertos gastos que, además de poder destinarlos en otras labores, contribuyan al cuidado del medio ambiente. En fin, como estas, podríamos comenzar a generar los diálogos necesarios que ayuden a implementar diversas acciones que modifiquen este tipo de lógicas obsoletas que permean el ámbito de la política.

De hacerlo, la llamada “legislatura de la paridad de género” trascenderá no únicamente por haber tenido la mitad de los espacios ocupados por mujeres. Sino por su capacidad y compromiso por transformar la política y, con ello, la vida de todas y todos. Como bien ha reivindicado Marcela Lagarde, “por la vida y la libertad de las mujeres” trabajemos para que la paridad sustantiva sea una realidad.