¿Qué hacemos con la prostitución?

febrero 26, 2019 en Doce Miradas

Este es un post colaborativo, elaborado a veinticuatro manos, fruto de un debate, de un diálogo a doce bandas sobre un asunto que la actualidad nos ha puesto frente a los ojos y ante el cual hemos querido pronunciarnos.

Con todo, lo hacemos a nuestro estilo: con humildad, sin pretender sentar cátedra, reflexionando en voz alta, abriendo la pantalla a aportaciones y queriendo siempre compartir y aprender.

Para no engañar a nadie y dejar las cosas claras desde el principio, diremos que en Doce Miradas somos mayoritariamente abolicionistas. Con dudas, con recelos, inseguridades, reservas y discrepancias, por supuesto, pero, para ser sinceras, hemos de confesar que el abolicionismo es la línea predominante de nuestras posiciones.

El abolicionismo es una opción que hasta hace poco ni siquiera se nos pasaba por la cabeza, ya que la postura tradicional es la resignación ante algo que “existe desde siempre”, que es “el oficio más viejo del mundo” y, en consecuencia, algo inmutable.

Se ha escrito muchas veces que la dominación sobre las mujeres se basa en dos mitos: el mito del amor y el mito del sexo. Estos son los mitos iniciales, que se ramifican en otros secundarios. Por ejemplo, el mito de la maternidad es una ramificación del mito del amor. La prostitución tiene que ver con el mito del sexo; del sexo masculino, claro, concebido como imperativo biológico e impulso que ha de saciarse inmediatamente, que es inaplazable.

El mito nos hace dar por hecho que el hombre tiene unas necesidades sexuales que saciar (por supuesto, diferentes a las de las mujeres y superiores) y por tanto se le debe prestar ese servicio. Ahí está la raíz del asunto: ningún hombre debe pasar necesidades sexuales; el hombre, como amo del mundo, tiene derecho a disponer de una mujer cuando le apetezca.

Es, por supuesto, un mito falso y la mejor prueba de que el deseo masculino es refrenable y aplazable es que, de hecho, se refrena y se aplaza: los puteros consumen sexo entre semana, durante el presunto horario laboral y a primeros de mes, recién cobrada la paga; no en cualquier momento, no en cuanto les sobreviene el deseo.

Si olvidamos eso del ‘oficio más viejo del mundo’ y miramos la prostitución con ojos nuevos, su existencia es impensable en una sociedad que se considera civilizada. La prostitución es básicamente esclavitud, algo que responde en su totalidad a una cultura patriarcal.

Fotografía de @anaerostarbe

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Quienes defienden la pervivencia de la prostitución esgrimen, entre otros, el argumento de la libertad de la mujer prostituta. Y, llegadas a este punto del debate, es inevitable referirse a la escritora y cineasta Virginie Despentes, que, en su libro “Teoría King Kong”, muy recomendable por muchísimas razones, relata las experiencias vividas durante la época en la que ejerció la prostitución y extrae reflexiones y conclusiones interesantísimas.

El caso de Virginie Despentes fue uno de esos casos raros de prostituta autónoma que solo depende de sí misma. Cuenta en “Teoría King Kong” que, cuando ejercía de prostituta, se sentía poderosa. Sabía que poseía algo que los hombres deseaban y por lo que estaban dispuestos a pagar. Y ella sacaba buen partido de todo eso. Despentes se lanza a degüello contra la idea de que las mujeres debemos hacer todo “gratis et amore” y plantea una visión del sexo como factor empoderante.

Quienes defienden la abolición niegan o ponen en cuestión, pues, que tal libertad exista. Existen, por supuesto, casos singulares como el de Despentes, pero en la inmensa mayoría tras la prostitución está la pobreza, la vulnerabilidad y una cultura según la cual todas las mujeres llevamos una puta dentro, de manera que, llegado un caso de apuro, podemos sacarla a la superficie y valernos de ello.

La prostitución no afecta solo a las mujeres que la ejercen, sino que nos afecta a todas. Que un compañero de trabajo pueda celebrar un éxito laboral o cualquier otra cosa pagando por sexo a una mujer no contribuye a construir relaciones igualitarias, sino a que nos consideren a todas las mujeres seres a su servicio.

La cultura de la prostitución nos mete a todas en el mismo saco. Algunas componentes de Doce Miradas hemos conocido más o menos de cerca situaciones en las que nos han “consultado” si, además de ejercer nuestras funciones profesionales como organizadoras de eventos, intérpretes o fisioterapeutas (por poner solo unos pocos ejemplos), podemos “acompañar” al cliente. Hay un amplio páramo de tolerancia, complacencia y silencio alrededor de esto. Ya lo decía la misma Despentes en una entrevista: lo que más temen los hombres es que las prostitutas hablen. No está todo dicho. Hay muchas voces todavía acalladas. Más tarde volveremos a esta cuestión.

En este debate sobre legalización, abolición o prohibición, como en otros muchos, subyace este viejo nudo gordiano: qué lugar corresponde a los derechos individuales y cuál a los colectivos. Y sobre todo, cuando existe el conflicto, cuáles prevalecen.

Toda mujer tiene el derecho de hacer de su vida (incluidos cuerpo, sexualidad y mente) lo que quiera y en ese ejercicio de libertad, llegado el caso, podría elegir que su cuerpo bien vale un modo de vida. Y decimos “podría” porque nos preguntamos cuántas lo eligen en libertad. Diríamos que pocas; muy pocas.

Por lo tanto, si hay que limitar los derechos de unas muy pocas mujeres que se prostituyen en libertad, para blindar los de todas las demás a no ser consideradas potencialmente prostitutas, hágase, pues no se trata de situaciones individuales, sino colectivas. Este mismo argumento de la mujer liberada ilustra casos como los de las cooperativas de prostitutas, lideradas también por mujeres, un autoempleo o actividad económica en la que mujeres empoderadas deciden, en teoría libremente, qué hacer con un servicio (su cuerpo) que evidentemente cuenta con demanda más que suficiente. La duda es si hay que legislar a favor de las minorías o proteger a las mayorías.

La activista, historiadora e investigadora Silvia Federici nos recuerda que ocurre lo mismo con otras maneras de prostituirnos, que las hay, pero el hecho de que sean muchas, no justifica ninguna. No avanzamos si el dilema está entre tener que resolver todos los problemas o ninguno.

Lo personal es político. El hipotéticamente libre derecho de las mujeres a prostituirse se inserta en un contexto social y político de dominación y desigualdad en el cuerpo de las mujeres es una herramienta de dominación, que sirve para satisfacer los deseos, que no las necesidades de los hombres.

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Retomamos ahora otro de los argumentos pro regulación de la prostitución, el que dice que las abolicionistas no escuchan a las prostitutas; su postura tiene un punto de complejo de superioridad. Son, en general, mujeres ilustradas, socialmente acomodadas, que hablan por las desposeídas sin escucharlas, cuando deberían prestar atención a las organizaciones de mujeres que se dedican al trabajo sexual y que están organizadas hace años en todo el mundo. Ahí está el peligro del feminismo hegemónico, ante el cual todas las prevenciones son pocas.

Con todo, difícilmente escucharemos la voz del que, según todos los datos, es el mayor colectivo de mujeres prostituidas: las mujeres víctimas de trata. Difícilmente oiremos nítida la opinión de una muchacha encerrada en un burdel que ni siquiera sabe en qué país se encuentra.

Si muchas de las que tenemos empleos presuntamente dignos no hablásemos jamás libremente ante un micrófono sobre nuestras condiciones de trabajo, ¿alguien cree que mujeres controladas por las mafias pueden hacerlo?

Desde tales abismos de ignominia solo nos llegan voces aisladas de supervivientes como Amelia Tiganus.

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Si echamos un vistazo a países con experiencias abolicionistas y regulacionistas, el panorama tampoco se nos aclara demasiado. Hay informes y cifras para todo; cada cual arrima el ascua a su sardina e interpreta las experiencias como exitosas o no en base a su ideología previa.

Está regulada la prostitución, por ejemplo, en Alemania, donde hay quien dice que el panorama, lejos de mejorar, ha empeorado y hay también quien aporta informes que afirman lo contrario.

Sin conocer a fondo estas experiencias reguladoras, resulta inevitable pensar en qué puede suponer regular la prostitución y tratarla como otra profesión cualquiera. Por ejemplo, ¿habría estudios reglados? ¿En qué rama se adscribiría esta actividad? ¿Bachillerato artístico? ¿Formación profesional del cuidado? Si estoy en paro y me llaman de la oficina de empleo porque hay una vacante en un burdel, ¿tengo que aceptar el trabajo porque, si no, me retiran el subsidio? ¿Llamarían también a hombres? ¿No llamarlos sería discriminatorio?

Esto nos conduce, en fin, a un despropósito total, porque hay muchos elementos que marcan gruesas líneas de separación entre la prostitución y el resto de ocupaciones.

Aunque a menudo se intenta endulzar e intelectualizar la prostitución con argumentos como los expresados por Federici (al fin y al cabo todos y todas nos prostituimos en algún momento de nuestras vidas en nuestros trabajos, todo el mundo ha tragado enormes sapos en su trabajo…), estamos hablando de un trabajo físico de enorme crudeza que, además, por su especificidad, pone a la prostituta en una situación de aislamiento, soledad y exposición a la violencia; de hecho, hay estadísticas que dicen que, si eres prostituta, tus posibilidades de morir asesinada se multiplican por sesenta. Ni el peor día de toda nuestra vida laboral puede asemejarse a eso, ni del que trabaja en la mina ni cualquier empleo de los más duros e ingratos.

Pero la principal línea de separación entre la prostitución y las demás ocupaciones es el estigma. Una puede haber ejercido el oficio más humilde, peor pagado y considerado durante una buena época de su vida; cuando deja de ejercerlo, ya «es» otra cosa. En cambio, si una ha ejercido de puta, aunque solo sea durante una hora de una noche, ya es puta para siempre.

A esto se puede contestar: bien, luchemos contra el estigma, no contra la ocupación en sí. Por supuesto; es algo que, tomemos la postura que tomemos, no debemos dejar de impulsar, porque sigue recayendo en las mujeres y no en los puteros. De nuevo nos aparece la necesidad de cambiar el foco.

Las experiencias abolicionistas (de Suecia, por ejemplo) parten de una premisa interesante: ponen el foco no en la prostituta, sino en el putero.

En Suecia se pretende acabar con la mal entendida libertad o el mal entendido derecho de los hombres a consumir prostitución o, hablando en plata, comprar mujeres. Se persigue policialmente al putero, lo cual es un punto de partida interesante, pero que ha producido consecuencias inesperadas al convertir estos a las prostitutas en responsables de su seguridad. Por tanto, ahora recae sobre las prostitutas una doble función: prestar su servicio sexual y proteger al putero para que siga siendo impune.

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Este ha sido el resultado de nuestro diálogo y nuestra reflexión. Esperamos que os haya sido provechoso y acabamos con un tímido intento de recapitular y obtener algunas conclusiones. Ahí van:

  • Debemos desviar el foco hacia proxenetas y puteros. Basta de revictimizar a víctimas.
  • Da pavor opinar y sentenciar sin la voz de las protagonistas. Hay que evitar a toda costa el feminismo hegemónico.
  • No debemos perder de vista a las mujeres que tienen en la prostitución su único sustento, a las que posiciones abolicionistas podrían dejar aún más desamparadas. Ese es el aspecto que hay que proteger: un mandato de abolición debe ir acompañado de medidas de recuperación económica para esas mujeres, políticas activas de protección, atención y reinserción que ataquen la raíz y no solo la forma del problema.
  • Entre ambas visiones, la regulacionista y la abolicionista, hay al menos un aspecto en común: debemos luchar, en todo caso, contra el estigma de la prostituta, con el cual el lenguaje tiene mucho que ver: “puta” frente a “cliente”; una denominación estigmatizante frente a otra aséptica. Pero eso ya será asunto de otro artículo.

Muchas gracias.

Los hombres que no sabían trabajar con mujeres

febrero 19, 2019 en Doce Miradas

En contextos laborales informales, a menudo y lamentablemente nos encontramos con señores, por lo general maduros, pero también los hay jóvenes, que no saben trabajar con mujeres. No saben trabajar porque no saben estar; no saben cómo tratarnos, no saben cómo hablarnos, porque las mujeres estamos excluidas de sus imaginarios. Solo existimos en una pequeña parcela que habita, por un lado, lo afectivo, lo familiar, lo infantil y, por otro, lo sexual. Estamos excluidas, pues, de la camaradería, del colegueo, de la charla sobre hobbies o aficiones. Somos lo otro.

Como afirma el psiquiatra Enrique Stola, los hombres “se miran entre sí”, quieren “aplaudirse entre sí”, “no importa lo que sienta la mujer”. Buscan la aprobación, la risa, la admiración de sus iguales. Nosotras no contamos, no importamos, no existimos.

Ese «no saber» es, por tanto, bastante más amplio, pero, por no abarcar demasiado, lo limitaremos a entornos laborales informales, que ya dan de sí mucho y bastante.

Así pues, los hombres que no saben trabajar con mujeres pueden clasificarse en los siguiente grupos o categorías, que, por supuesto, no se excluyen entre sí, de manera que algunos especímenes pueden encontrarse en dos o incluso en tres o más compartimentos.

Antes de empezar, una advertencia: estas conductas que describiré no son delicitivas; solo molestas, cargantes e insoportables. Solo.

Vamos, pues, con el repertorio de hombres que no saben trabajar con mujeres:

 

– 1 –

En el top one tenemos al que no ha superado el cuarto de básica; el 4º de EGB, para que lo entendamos las y los viejunos.

Cómo reconocerlo. Para este elemento, las chicas están para chincharlas: para tirarles del pelo, para hacer pullitas. Cuando te tiende un objeto con la mano y tiendes tú la tuya para recogerlo, lo retira y se ríe.

Cómo actuar con(tra) él. Pues no sé. Ahora mismo no se me ocurre nada.

 

– 2 –

El árbitro de la elegancia

Cómo reconocerlo. Siempre tiene a punto un comentario pretendidamente gracioso sobre tu atuendo; te lo hará saber si cree que vas muy abrigada o poco abrigada, si llevas gafas de sol, si no las llevas, si llevas sombrero, tacones… Lo que sea. Reparará, pues, en cualquier detalle de tu vestimenta que se salga de su rancia idea de cómo debe vestir una señora.

Cómo actuar con(tra) él. No sirve de nada, pero yo, por ejemplo, si se mete con mi bolso, le replico: “¿Te gusta? Te lo presto cuando quieras.”

 

– 3 –

El seductor inmaduro e inofensivo

Cómo reconocerlo. Emocionalmente sigue cursando el cuarto de básica, pero en enamoradizo. Tiene dificultades para entender que sus compañeras o sus jefas no son solo un objeto amoroso. En confianza te confesará que le cuesta no verlas “como mujer”.

Cómo actuar con(tra) él. Pues lo ignoro, vete tú a saber.

 

– 4 –

El seductor molesto o baboso

Cómo reconocerlo. Tira la caña (una cañita fina y quebradiza, nada de cañón) y la sujeta firme, presto a retirarla a la menor señal de haber metido la pata, para poder argumentar siempre que lo has malinterpretado.

Cómo actuar con(tra) él. No tengo ni idea.

 

– 5 –

El «cariño»

Cómo reconocerlo. Para él eres una niña pequeña a la que hay que proteger y mimar. Por eso te llama “cariño”, “cielo”, “chata”, “nena”, te guiña el ojo, te acorta el nombre o le pone diminutivo sin permiso, sin que medie confianza alguna.

Cómo actuar con(tra) él. Lo desconozco.

 

–  6 –

El caballero cortés

Cómo reconocerlo. No puede soportar que una mujer cruce una puerta tras él;  mucho menos que le ceda el paso. Hace un comentario elogioso sobre tu vestido, inmediatamente te da la espalda para hablar de política con otro señor y no entiende por qué te enfadas, si te ha dicho que estás guapísima.

Cómo actuar con(tra) él. ¿Pagarle con la misma moneda, a ver si se estomaga?

 

– 7 –

El single reciente

Cómo reconocerlo. Se ha pasado la vida entera con una mujer a su lado, recientemente ha enviudado, se ha separado o divorciado y anda a la búsqueda de un reemplazo, como quien ha perdido el paraguas y va a comprarse otro. O sea, que le da un poco lo mismo: no filtra, no selecciona; todas las singles le sirven.

Cómo actuar con(tra) él. No me atrevo a dar consejos, pero se me antoja que, cuanto antes le quede claro que no te interesa nada, mejor.

 

– 8 –

El abuelete

Cómo reconocerlo. Es esta una categoría especial dedicada a un tipo que una vez se sacó un caramelo del bolsillo y me lo regaló. Tenía yo cuarenta años ya cumplidos.

Cómo actuar con(tra) él. Pues aquí tampoco voy a dar ninguna fórmula y no doy fórmulas porque ya está bien de poner el foco sobre nuestra respuesta: pongámoslo de una maldita vez sobre su conducta. Cuando una compañera o amiga me ha relatado alguna de estas situaciones incómodas, su relato siempre siempre siempre ha ido seguido de una lamentación sobre su falta de pericia a la hora de afrontarlo, su equivocada respuesta y su parte de culpa en la forma en que se desarrollaron los acontecimientos. Y ya está bien. Ya vale de flagelarnos.

 

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Y esta ha sido mi reflexión lúdico-reivindicativa sobre ciertas conductas tóxicas que tenemos que soportar en ambientes laborales informales y no tan informales. Si alguien quiere añadir alguna categoría más, ni que decir tiene que toda aportación será bienvenida.

Y, por supuesto, quiero dar las gracias a mis compañeras y a mis amigas, sin cuya inestimable ayuda este artículo no habría sido posible.

La democracia comienza por la igualdad de género

febrero 12, 2019 en Miradas invitadas

Soy Ander Errasti, doctor en Humanidades: Ética y Filosofía Política. Reflexiono sobre cómo adaptar la democracia a entornos cada vez más cosmopolitizados como el europeo, cómo pensar la política superando el prisma del estado-nación sin renunciar a las personas y realidades nacionales. Me he dedicado a ello como doctorando en la Universitat Pompeu Fabra, con estancia en la Universidad de Oxford, y como investigador en la Universidad de Edimburgo. En la actualidad, soy Policy Leader Fellow en la School of Transnational Governance del European University Institute en Florencia, profesor colaborador en la Universitat Oberta de Catalunya e investigador de Globernance. Coordinación del proyecto europeo CCentre (EIT Health), en el grupo GISME de la Universitat de Barcelona. @ander_errasti

Que la democracia liberal está en crisis es un diagnóstico cada vez más extendido. Incluso aunque aceptáramos la afirmación – cuestionable y problemática – de que la humanidad nunca había alcanzado un nivel de progreso como el actual, la política en nuestro entorno muestra graves síntomas de declive: polarización, desafección, degradación institucional, pérdida de civilidad o crisis de representación han pasado a ser rasgos habituales de la vida política. No existe, sin embargo, un consenso sobre el origen de este fenómeno: la precarización política y económica, los escándalos de corrupción, las derivadas injustas de la globalización, un cortoplacismo electoralista creciente, los excesos tecnocráticos y populistas o el incremento de emociones que dificultan la vida en común son algunos de los múltiples argumentos candidatos. Sin embargo, ninguno de ellos genera el consenso necesario, ni posiblemente sea suficiente, para explicar esta crisis multidimensional de la democracia que estamos viviendo.

La pregunta, en este escenario, es cómo podemos contribuir a superar esta crisis en un contexto de creciente complejidad. En épocas pasadas podíamos aferrarnos a la ilusión de control que ofrecían los estados-nación: ‘sea lo que sea que esté fallando, está en nuestras manos corregirlo’, pensábamos. En la actualidad, sin embargo, a pesar del indudable peso y relevancia de los hechos políticos nacionales, su operatividad ante crisis como ésta es más bien limitada. No en vano, pese a que persiste como método la mirada nacional, en un contexto de crecientes interdependencias, las circunstancias que rodean las múltiples expresiones de esta crisis de la democracia rara vez se limitan al ámbito estatal. Menos, si cabe, en un contexto de soberanías compartidas (por imperfeto que aún sea el equilibrio) como es el europeo.

Siendo así, parece imprescindible encontrar elementos que, desde su expresión local, puedan generar dinámicas transformadoras a escala transnacional. Es decir, procesos políticos que, arraigados en la experiencia cotidiana local o nacional, posibiliten los cambios necesarios para revertir esta crisis global de la política. Es ahí donde la lucha por la igualdad de género liderada desde los feminismos adquiere una especial relevancia. No en vano, apela a una consideración que es eminentemente transnacional: la lucha de las mujeres por revertir las situaciones de discriminación injustificada que padecen en todo el planeta. Es cierto que hay otras dinámicas que son también transnacionales y podrían acompañar este proceso, como es el caso de la lucha contra el cambio climático o la reducción de las desigualdades económicas. Sin embargo, más allá de que puedan ser compatibles e incluso transversales, no afectan de forma tan directa a un número tan elevado de la población mundial. Básicamente, a más de la mitad. 

Dado este carácter transnacional de la reivindicación, hay al menos dos elementos clave que hacen de la lucha por la igualdad de género la causa con más capacidad para superar la crisis global de la democracia: la feminización de la política y el carácter inclusivo de los reclamos feministas.

El primero se asocia a lo que se conoce como “ética del cuidado” y su conexión con los cambios globales ha sido perfectamente planteada, desde diversas ópticas, por autoras como Elena Pulcini, Fiona Robinson o Sarah Clark Miller, entre otras muchas. En este artículo me centraré en la segunda dimensión: la fuerza inclusiva de la igualdad de género.

 

Transformar la democracia desde y para la igualdad

¿A qué nos referimos con el carácter inclusivo de la reivindicación feminista o por la igualdad de género? Si bien podríamos hablar de ello en términos empíricos (mostrando cómo sociedades más igualitarias en lo relativo al género tienden a ser más igualitarias en otros ámbitos), me centraré en plantear, a partir del trabajo de Sophia Näsström, un argumento teórico: el que vincula la lucha por la igualdad de género con la fuerza normativa de la igualdad política.

En una frase, podríamos definir la igualdad política como la igualdad de valor de los individuos de un colectivo implicado en la toma de decisión. Esto implica, a su vez, que existan mecanismos (formales o informales) que les garanticen un poder de decisión equitativo. No se refiere (aunque de él pueda derivarse) a la igualdad entre seres humanos que pudiera sostenerse en teoría moral, sino a la igualdad que se sigue del hecho de la ciudadanía democrática.

La relevante de este principio, sostiene Näsström, es su potencial transformador a escala transnacional. Es decir, el alcance de lo que Isaiah Berlin denominó “fuerza normativa de la igualdad política”: una vez se instaura la democracia, lo que requiere de justificación no es la igualdad política de la ciudadanía, sino sus desviaciones. Trasladado a la cuestión que nos concierne, si por ejemplo las medidas de acción afirmativa para garantizar el acceso de mujeres a puestos de poder suponen una desviación del principio de igualdad política, estas medidas deberán justificarse para poder ser aprobadas. La clave, de acuerdo con Näsström, es que la democracia no se ejerce en un contexto de igualdad, sino de profundas desigualdades estructurales.

Unas desigualdades que, además, están en constante proceso de transformación. Siendo así, esa necesidad de construir argumentos sólidos en favor de mecanismos que corrijan las desigualdades estructurales es, precisamente, lo que hace de la aspiración por la igualdad política el principal motor de progreso de los sistemas democráticos. La fuerza normativa de la democracia no es, en definitiva, un punto de llegada (hay democracia, luego todos y todas somos políticamente iguales) sino un punto de salida (hay democracia, luego trabajemos constantemente por garantizar la igualdad política).

Ahí reside uno de los aspectos fundamentales de la lucha por la igualdad de género como motor de cambio transnacional para corregir la crisis de la democracia a escala global: en su permanente ejercicio de evaluación crítica de la situación y búsqueda de fórmulas efectivas para implementar posibles soluciones. Una lucha que se materializa de forma local, pero nos concierne globalmente. Una lucha en la que, por cierto, los hombres (en tanto que parte privilegiada de esa desigualdad injusta) tenemos la obligación política no ya de evitar contribuir a la desigualdad, sino de acompañar a las mujeres en ese proceso de transformación. Si lo conseguimos, todas saldremos ganando. Porque la democracia comienza por la igualdad de género.

By Mobilus In Mobili – Women’s March on Washington, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=55796823

 

[1] Gracias a Cristina Astier por el título.

 

 

 

Erótica de poder entre cristales de hielo

febrero 5, 2019 en Doce Miradas

Si ampliamos con una lente de aumento un copo de nieve, nos encontraremos con una maravillosa y compleja belleza llena de matices descubriendo que cada una de las piezas se torna en única, irrepetible e insustituible.

En unidad, por sí solas no aportan mucho más que eso, belleza y en todo caso un reto a la comunidad científica que investiga sus particularidades. Sin embargo, la unión de miles, de millones de unidades, transforma por completo un paisaje.

En nuestro caso, la suma de unos y otros seres humanos únicos e insustituibles conforma un conjunto que tiene por resultado un saldo imperfecto. El encaje es mucho más complejo, vivimos tentados por vicios y debilidades en la exploración de nuestros límites. Corregir las inercias de tantos milenios es el gran reto de cada día.

Dejemos estar lo que funciona y centrémonos en lo que está por funcionar. Digamos que el mundo está haciendo frente a una serie de desafíos comunes, entre los que se encuentran los desequilibrios de género que nos ocupan, con consecuencias para los negocios, los Gobiernos o el entorno académico, que generan una necesidad de revisar los sistemas de valores de la sociedad y buscar un punto de entendimiento común compartido para enfrentarlos.

Como antiguamente el oráculo de Delfos fuera lugar de consulta de seres visionarios, Sibila fue la primera profetisa que actuó según la tradición, los siglos nos transportan de Grecia a Suiza. Este año, la 49ª edición de la “cumbre de cumbres”, el Foro Económico Mundial o también conocido como Foro de Davos, este año el primer Foro presidido por únicamente por mujeres ha puesto foco en la colaboración internacional, el encaje de piezas de forma ordenada, para la búsqueda de soluciones a problemas de ámbito mundial centrándose en la Globalización 4.0.

Pues bien, en este contexto, vamos a tener oportunidad de elegir, vamos a simular un juego que nos ayude a entender cómo funcionaríamos, vamos a simular que somos diseñadoras y protagonistas de un videojuego, una Industria de futuro con tan solo un 16,5% de presencia femenina actual; vamos a analizar qué ocurre en nuestra realidad no virtual; vamos a jugar a imaginar qué avances nos gustaría encontrar a las mujeres en un mundo avanzado; qué sueños podrán convertirse en realidad con la irrupción de la Industria 4.0; no va a dar de sí este post para todo lo que cabe aquí, pero démosle a un imaginario botón demo y comencemos.

Si queremos dotarle de realismo, como en cualquier novela, la persona autora del programa no ha de obviar ambientarlo en función a tres básicos conocidos: sexo, poder y dinero. Integrar dicha combinación, al parecer, asegura el éxito en la sociedad actual. Tres ejes directamente relacionados con el abuso, la corrupción y la oscuridad que nos convierten en seres imperfectos rompiendo así el patrón de diseño primigenio, tarea complicada de reconducir. Veamos qué estrategia marcar para, no ya vencer, sino cuando menos, llegar a meta:

  • SEXO: La energía sexual como parte normal, natural y saludable de nuestra vida está en todas partes. Atracción, seducción, deseo… somos seres vivos magnéticos y nos atraemos o nos repelemos. La cuestión es utilizar ese valor como fuente de bien o, por el contrario, para enriquecerse uno o someter a otro contra su voluntad. Así como la libertad se torna en libertinaje, cuando el sexo se convierte en herramienta fría para conseguir objetivos de satisfacción de egos, para perseguir un interés o convertir en objetos a las personas, se desencadena una tormenta de sufrimientos, así funciona lo que no funciona. Las estadísticas nos cuentan que si buscamos en este gran cubo de basura, encontramos como receptoras pasivas de ese beneficio personal e interés ególatra a mujeres bajo la tiranía del hombre, víctimas ya sea de maltrato, acoso sexual, prostitución, cualquier tipo de violencia o dependencia. Pieles, cadenas y tacones en sus mentes, ¡ojo! elige bien tu calzado, caminamos sobre cristales de hielo.

Primera llave: La digitalización supone una oportunidad para nosotras, un arma bajo el que emanciparnos de manera silenciosa, acariciando la erótica del poder para transformarlo de acuerdo a un mundo que guarde equilibrio entre ambos géneros. ¿Cómo? Pistas, busca en la opción “emprendimiento”.

  • PODER: Muy bien, ahora que conocemos que la digitalización tendrá protagonismo en el futuro de los países desarrollados, y que tenemos la ventaja de que la fuerza física ya no es un factor discriminatorio a tener en cuenta en este campo, puesto que detrás de las máquinas y ordenadores solo hace falta inteligencia, destreza mental y otras equiparables habilidades de género, tendríamos la posibilidad en Igualdad de generar nosotras el sistema empresarial adecuado que acomodara las tecnologías (pongamos por ejemplo la Industria de los Videojuegos), posicionándonos como líderes del sector, situándonos en las cuotas de poder al mismo nivel que los varones, creando empleo y riqueza con nuestro business, entablando conversación de tú a tú con ellos, desde nuestro lenguaje, entrando en el peligroso juego de la conquista del poder económico (aquí se visualiza la pantalla llena de monedas muy brillantes que inundan el espacio).

Segunda llave reparadora: Efecto Womanomix, aumenta tu poder, transfórmate en ser de seres. Busca referentes en la carpeta de “triunfo” y solicita unirte a ese colectivo. Reconocerás al instante a tu partner perfecto por vuestra química mutua.

  • DINERO: “El tiempo es dinero”, dicen. La influencia de este poder en buenas manos sirve para construir y generar bienestar común. Pero muy frecuentemente, comprobamos que la seducción del dinero ejerce una fuerza difícilmente controlable, bajo una tentación irresistible para quienes tienen dormida la ambición mientras son pobres, y que en cuanto tienen al alcance este poder, se convierten en personajes oscuros. Tendrás que saber identificarlos y huir de ellos.

Tercera: Necesitas abastecerte de recursos para cambiar lo establecido, acércate a fuentes que te aseguren capital inicial, eso sí, haz los deberes de la mano de una persona experta.

Errores del sistema: Pero… ah! perdón!, que para todo esto se necesita talento formado en Tecnologías, y según datos de Educación aportados por el Instituto de Estadística de la UNESCO, nuestro índice de universitarias en carreras STEM no supera el 35% de las mujeres que acceden y superan las etapas previas de educación primaria y secundaria… habrá que crear una pantalla específica de programación y fomento de vocaciones científico tecnológicas entre nuestras niñas, pero, ¿por qué si somos la mitad de la población, solo ese porcentaje optamos por esa elección? Claro, a lo mejor tiene que ver que:

“16 millones de niñas nunca irán a la escuela” “entre los numerosos obstáculos…, se encuentran la pobreza, el aislamiento geográfico, la pertenencia a una minoría, la discapacidad, el matrimonio y el embarazo precoces, la violencia de género y las actitudes tradicionales relacionadas con el papel de las mujeres”.

¿En serio? ¿no es una broma? ¿todo esto ocurre paralelamente al Foro de Davos?. Resoplando, solicitamos el antivirus mientras entramos en un nuevo escenario en el cual aparece en imagen un hogar con un número suficiente de robots programados para hacer desaparecer las tareas domésticas, principalmente porque según datos de la OCDE,

Las mujeres dedicamos hasta un 56% de nuestro tiempo a tareas y labores no remuneradas mientras que los hombres solo dedican, de media, un 30%. Esto supone que, al final, entre empleo remunerado y tareas de cuidado, las mujeres pasamos más tiempo trabajando que los hombres en la mayoría de los países, incluido España.”

Superando esta pantalla se abre otra donde aparecemos en nuestro espacio de trabajo remunerado, siendo capaces de conciliar la vida familiar con la profesional, haciendo coincidir con éxito rendimiento económico con éxito de familia introduciendo flexibilidad en los horarios, favoreciendo la comunicación de equipo mediante tecnologías avanzadas, utilizando la eficiencia de herramientas como el blockchain  y otras tecnologías disruptivas de moda.

Entonces, volvemos al comienzo de este post si queremos mirar hacia atrás en la historia y comprobamos que, como los copos de nieve, las mujeres hemos sido meros elementos de belleza al servicio y para complacer la mirada de los hombres en todos sus deseos, y necesitamos imperiosamente una lente de aumento que saque a relucir aquello que no funciona y poner en marcha una estrategia emergente, pasemos del simulador a la acción real.